Capítulo 12
BUSCÓ la pistola con manos temblorosas y, durante un instante que se le hizo eterno, se quedó mirando fijamente y con perplejidad el brillo del sol reflejado en la culata de acero azul. Qué objeto tan bello, aquella máquina de matar; estaba perfectamente concebido para su misión. La única oportunidad que tenía para salvarse de su perseguidor era utilizarla.
Victoria contuvo la respiración y escuchó. Cuando se oyó un ligero roce abajo y a la derecha, usó ambas manos para echar el percutor hacia atrás. Respiró hondo dos veces para calmarse y luego asomó la cabeza por un lado de la roca.
Vio cómo el hombre cambiaba de posición subiéndose a otra parte de la roca, y apretó el gatillo sintiendo que el corazón le iba a estallar. La bala hizo añicos una piedra que estaba cerca de la cabeza de su perseguidor, lanzando las esquirlas por los aires. Él buscó refugio entre los riscos y Victoria dejó de verlo, consciente de que no le había alcanzado.
Ahora aquel hombre se abriría camino hacia la dirección desde la que había venido el disparo, sabiendo que estaba armada. Victoria escaló más alto, arañándose las palmas con las abrasadoras rocas. Un lagarto se la quedó mirando con sus ojos redondos y brillantes, y luego se dirigió a una grieta fresca y oscura para protegerse del sol. La joven le envidió.
Tal vez, mientras su perseguidor subía, ella pudiera bajar. Si conseguía rodearlo y regresar donde estaban los caballos, podía llevarse los dos y dejarlo allí aislado.
Se tendió bocabajo y, sin perder de vista las rocas que tenía debajo por si advertía algún movimiento, comenzó a reptar hacia atrás. Las rocas le desgarraron la falda y se desolló todavía más las palmas de las manos, pero apenas se dio cuenta de ello.
Tal vez pudiera conseguirlo. Los caballos estaban a la vista y Victoria se permitió tener esperanza. Entonces escuchó un roce mínimo detrás de ella, el único aviso antes de que unas manos duras la agarraran de la cintura obligándola a incorporarse. Ni siquiera pudo gritar. Su perseguidor le agarró del brazo con tanta fuerza que se le durmió la mano, y le quitó con facilidad la pistola. Desesperada, Victoria clavó la vista en el rostro cubierto por el pañuelo del hombre que estaba decidido a matarla.
—Eres una maldita estúpida —le espetó él con tono bajo y amenazante, bajándose el pañuelo a la altura del cuello—. ¿A quién quieres matar antes, a mí, a ti misma o al caballo?
Victoria lo miró asombrada. Sin duda, el sol abrasador le estaba haciendo ver visiones. Pero él seguía sujetándole dolorosamente la muñeca y sus ojos verdes brillaban al mirarla bajo el ala del sombrero.
Había creído que nunca volvería a ver aquellos ojos verdes.
—¿Jake? —susurró con incredulidad—. No sabía que eras tú. Pensé... Pensé que eras uno de los Sarratt.
Jake la miró entonces con una mezcla de pesar y frustración. Un largo silencio cayó sobre ellos, haciendo que Victoria se estremeciera de miedo.
—Lo soy —afirmó finalmente Jake, tirando de ella para llevarla al pie de los riscos.
La joven no opuso ninguna resistencia; estaba tan confusa que su mente se negaba a pensar.
—Siéntate y no te muevas ni un milímetro. Voy a ocuparme de los caballos. Si te mueves, lo lamentarás —le aseguró con voz grave.
Victoria no dudó de sus palabras. Se sentó en el polvo y observó cómo desensillaba los animales y los hacía andar un poco. El caballo que había llevado Jake le resultaba desconocido, un detalle que le hizo morderse el labio inferior. Si hubiera montado su propio caballo y lo hubiera reconocido, ¿habría huido de todas maneras de él? Si no lo hubiera hecho, ¿habría sido un error? Le acababa de decir que era un Sarratt, y la joven todavía no sabía qué quería de ella.
Gitana estaba tan cansada que apenas podía andar. Jake, si es que era ése su verdadero nombre, dio de beber a los caballos y los ató en un lugar donde podían alimentarse con unas hierbas que crecían a la sombra de las piedras.
Victoria estaba conmocionada; incluso más que cuando Emma le dijo que Jake se había ido. Había una curiosa diferencia. En aquel momento sintió el dolor de la pérdida, la traición a su confianza. Ahora le aterrorizaba que la traición fuera todavía más profunda. No se trataba sólo de que Jake no correspondiera a sus sentimientos, sino que podría haberla utilizado en su plan de recuperar las tierras de los Sarratt. ¿Era ella una pieza más del engranaje de su venganza? ¿La había buscado sólo para que le fuera infiel al comandante? ¿Qué iba a hacer ahora con ella? Trató de pensar en algo que decirle, pero tenía la mente en blanco. Lo único que podía hacer era seguir sentada y esperar.
El propio Jake estaba tan furioso que apenas podía hablar. Victoria no sólo había desobedecido su orden de que se quedara en la casa, sino que también había puesto a más gente en peligro. Había huido de él y le había disparado. Se sentía tan lleno de ira que no quería acercarse a ella hasta que hubiera recuperado algo de autocontrol. Victoria parecía exhausta y confusa. Transcurrió más de una hora hasta que se tranquilizó lo suficiente como para acercarse a ella con la cantimplora en la mano; tenía que estar tan sedienta como él.
Victoria no alzó la mirada al sentir que se acercaba. Ni siquiera lo hizo cuando lo tuvo justo delante, apuntándole con aquellas botas polvorientas que rozaban las suyas. Ella se preparó para lo peor, sin embargo, no ocurrió nada; Jake mantenía la misma posición amenazante y guardaba silencio, dominándola sin decir una palabra.
Finalmente fue Victoria quien habló.
—Fuiste tú quien atacó anoche el rancho, ¿verdad?
Jake abrió la cantimplora y se la puso en las manos.
—Sí. Mi hermano y yo hemos recuperado lo que era nuestro por derecho. —Hizo una pausa y luego le anunció—: McLain está muerto.
El entumecimiento que la invadía impidió que la joven reaccionara. Se llevó de nuevo la cantimplora a los labios y bebió. Resultaba refrescante, aunque el agua estaba caliente.
Jake cogió la cantimplora cuando ella se la ofreció y también bebió. Volvió a taparla sin apartar los ojos de Victoria m un instante.
—He dicho que tu marido está muerto.
La joven no lo miró. Todavía no podía.
—Ya te he oído.
—¿No te importa?
—No voy a llorarle, aunque no puedo... no puedo alegrarme de que alguien haya muerto.
—Fue Juana quien lo mató. La había violado.
Victoria se estremeció, preguntándose si no acababa de mentir a Jake. Tal vez sí se alegraba de que el comandante estuviera muerto. McLain había cometido muchos crímenes ¿Habría sido suficiente para él cualquier castigo en vida?
—Ben y yo estamos ahora al mando del rancho.
Una sombra de interés despertó dentro de ella, y alzó la cabeza. Antes no había entendido del todo lo que le había dicho.
—Así que tu hermano también sobrevivió —musitó con un hilo de voz—. Me alegro.
Miró a los caballos con el ceño fruncido, e hizo la pregunta cuya respuesta tanto temía.
—¿Dónde están los demás?
—Los he enviado tras Emma y Celia.
—No... —Victoria tragó saliva y volvió a intentarlo—. No les harán daño, ¿verdad?
—No, si no intentan alguna estupidez. Como disparar, por ejemplo.
La joven sintió un escalofrío, consciente de que Emma probablemente dispararía.
Jake apoyó la bota en la roca que había al lado de la joven y apoyó los brazos sobre la rodilla que tenía levantada.
—¿Por qué le cambiaste el caballo a Celia?
—Gitana no podía seguirnos el paso. Pensé que Celia tendría más oportunidades de escapar si montaba a Sophie.
Jake no dijo nada más, limitándose a observarla. Victoria tenía la vista clavada en el suelo, sintiéndose desamparada y vulnerable. Si algo les ocurría a Emma o a Celia, nunca se perdonaría a sí misma. Suponiendo, por supuesto, que Jake no la matara. Aunque si tuviera pensado hacerlo, razonó, ya lo habría hecho.
Volvió a alzar la cabeza.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
Él sonrió, pero no fue una sonrisa particularmente amable. «Hacerte el amor hasta que ninguno de los dos podamos caminar», pensó con una violenta mezcla de rabia y deseo, nacida de la preocupación y el miedo que ella le había hecho pasar. El salvaje deseo de poseerla se abría camino en su interior cada vez con más fuerza, y no descansaría hasta que Victoria fuera total y completamente suya, hasta que la sintiera segura entre sus brazos. Por el momento, sin embargo, seguía sin atreverse a tocarla.
—Cuando los caballos hayan descansado te llevaré de regreso al rancho —le informó.
Ella no se atrevió a hacer más preguntas.
Eran cuatro. Emma los vio cuando dirigió una desesperada mirada hacia atrás. Celia no conseguía dominar a Sophie. Parecía como si la yegua se hubiera apiadado de su amazona y avanzara con la suavidad de la seda, pero sin alcanzar la velocidad de la que era capaz. Como resultado, los cuatro jinetes les ganaban terreno rápidamente. Emma barajó las posibilidades que se les presentaban con dolorosa claridad. Podía quedarse con Celia o salvarse a sí misma, pero no podía hacer las dos cosas. Aunque, en realidad, sólo tenía una opción; nunca podría abandonar a Celia. Sujetó las riendas de su caballo para acomodarlo al paso de Sophie y sacó con torpeza el rifle. Ir montada de lado no era la mejor posición para disparar un arma y el primer disparo se perdió a lo lejos.
Ben maldijo y se inclinó sobre el cuello de su montura pidiéndole más velocidad. El animal estaba cansado, pero al divisar los cuartos traseros de los caballos que perseguían, se lanzó hacia delante. Luis, que estaba a su lado, hizo lo mismo. Ben fue a por la gata salvaje que les estaba disparando y Luis a por la que apenas se sostenía en la silla.
No era tan fácil. La mujer de cabello oscuro volvió a disparar y esta vez el tiro pasó demasiado cerca de Ben. La más joven consiguió seguir aferrada a la silla y la enorme yegua que estaba montando aumentó la velocidad. Ben giró su caballo para colocarse a la derecha de la que tenía el rifle, apartándose con efectividad de la línea de fuego. Su caballo galopaba rítmicamente bajo él, golpeando con fuerza el suelo con los cascos y resoplando con furia. En pocos segundos se colocó a la altura de los cuartos traseros de la montura de Emma y su caballo corrió todavía más, llevado por el deseo de colocarse en cabeza. Centímetro a centímetro, consiguió ponerse a su lado.
Ben vio por el rabillo del ojo cómo Luis conseguía hacerse con las bridas de la gran yegua. La rubia gritó y trató de soltarse, y la morena intentó utilizar la culata del rifle como arma. Al parecer no confiaba lo suficiente en su pericia como para disparar, con Luis tan cerca de su prima.
Sarratt se estiró en la silla y la agarró de la cintura, alzándola y sacándola del caballo mientras él tiraba de las riendas de su propia montura.
Emma se revolvió y dio patadas, tratando por todos lo medios de liberarse de su agarre; sin embargo, lo único que consiguió fue dejar caer el rifle. Se echó hacia atrás para arañarle en la cara, en los hombros, en cualquier parte de su cuerpo que pudiera alcanzar. Pero suspendida en aire como estaba, sujeta únicamente por el brazo de aquel hombre que le rodeaba la cintura, no estaba teniendo mucho éxito. Desesperada, comenzó a clavar los tacones en su pierna y en las costillas del caballo. El animal relinchó y se lanzó a la carrera, y Emma escuchó al hombre maldecir mientras ambos caían del caballo, aterrizando en el polvo con un ruido seco.
Emma siguió lanzando patadas y tratando de zafarse. El hombre la agarró del pie y la arrastró hacia atrás, y cuando la joven volvió a patearlo se colocó encima de ella, aplastándola bajo su peso. Su captor maldecía en un tono continuo y jadeante, y las palabras se estrellaban contra el oído de Emma. Con un rápido movimiento, el hombre le inmovilizó las piernas con sus fuertes muslos y le agarró los puños que golpeaban el aire, colocándoselos por encima de la cabeza.
—¡Déjala en paz! ¡Quítate de encima de ella!
Ben alzó la cabeza y vio a la pequeña rubia gritando y avanzando a toda prisa hacia él, pero Luis la agarró por detrás y la sujetó inmovilizándole las muñecas con las manos y luego cruzándole los brazos por delante, de modo que ella no pudiera moverse ni liberarse.
Sabiendo que ya no tenía que preocuparse por ella, Ben era libre de dedicar toda su atención a la gata salvaje que se retorcía bajo su cuerpo.
Emma luchaba contra aquel peso que la sometía arqueándose y girando la cabeza en un intento de golpearle en la cara. Estaba demasiado aterrorizada como para pensar con claridad, pero rendirse iba en contra de su instinto.
Su captor no trató de golpearla ni de hacerle daño. Se limitaba a sujetarla y a esperar que se cansara de luchar. Sin embargo, hacía bastante tiempo que Ben no estaba con una mujer y aquel suave y turgente cuerpo femenino jadeando bajo él captó su atención. La sangre fluyó con fuerza en sus venas y su miembro comenzó a endurecerse. Ben movió las piernas instintivamente para apoyarlas en el interior de las suyas y, cuando la mujer se arqueó de nuevo, aquel movimiento empujó su erección fuertemente contra su suave montículo.
Emma se estremeció por un momento y luego se quedó muy quieta. Sus oscuros ojos parecían enormes en su rostro pálido y cubierto de polvo. Se quedó mirando fijamente la expresión dura del hombre que la mantenía cautiva, sorprendida por lo que su cuerpo empezaba a experimentar. Nunca antes había sentido el peso del cuerpo de un hombre, y ahora que su lucha se había convertido bruscamente en algo sexual, estaba tan asombrada que no podía moverse.
Aunque sabía que había más gente a sólo unos metros de ellos, de alguna manera sintió que estaban solos. Olía su sudor, y sentía su respiración agitada y rápida sobre su rostro. Suponía que la suya debía estar provocando el mismo efecto en él, en aquel sutil intercambio de respiraciones.
Observó que su captor tenía los ojos color avellana, y las pestañas y las cejas negras y, de forma instintiva, volvió a moverse en un mínimo cambio de posición que hizo que se acomodara todavía más contra él.
De pronto, como si viniera de muy lejos, escuchó el sonido del llanto de Celia. Emma giró entonces la cabeza hacia un lado y la imagen de su prima atrapada en los brazos del otro hombre quebró la extraña sensualidad que la había cautivado.
—Por favor —le pidió con voz ahogada a su captor, sintiendo que un color febril cubría sus mejillas—. Deje que me levante.
Ben se incorporó sobre un codo, pero seguía sujetándole las muñecas en la tierra con la otra mano.
—¿Voy a tener que volver a echarte al suelo? —gruñó.
—No.
Él se puso de pie y la ayudó a incorporarse. Emma estiró los brazos y, con una ligera sonrisa comprensiva, Luis soltó a Celia, que corrió a refugiarse en el cálido abrazo de su prima. La joven estaba aterrada y sollozaba con hipidos sonoros y cortos.
Ben cogió su sombrero del suelo y lo golpeó contra los pantalones, levantando una nube de polvo. Se notaba sin aliento, y aunque su erección había disminuido, todavía sentía una incómoda tirantez.
Emma acarició el enmarañado cabello de Celia y miró por encima de su cabeza hacía los pistoleros que las rodeaban.
—¿Qué van a hacer con nosotras? —inquirió mirando instintivamente al hombre que la había sujetado en el suelo, dando por hecho que era el líder.
—Llevaros de vuelta al rancho —respondió él.
Emma inclinó la cabeza ocultando su alarma mientras continuaba tranquilizando a Celia. Estaba agotada y lo único que deseaba era derrumbarse, sin embargo, el orgullo la mantenía erguida, incapaz de mostrar debilidad ante el enemigo.
Ben miró hacia el sol para calcular el tiempo.
—Tendremos que dejar descansar a los caballos un rato antes de regresar. No llegaremos esta noche al rancho, pero nos encontraremos con Jake cuando venga de vuelta con la señora McLain.
Emma alzó la cabeza con brusquedad.
—¿Jake? —preguntó. El corazón comenzó a latirle con fuerza. ¿Había acudido después de todo Jake Roper en su ayuda? Tenía miedo de ilusionarse, porque Jake era un nombre muy común. Estaba decidida a no decir ni una palabra sobre Victoria, esperando que hubiera logrado escapar.
—Jacob Sarratt —le aclaró Ben—. Mi hermano. Yo soy Ben Sarratt.
Ella lo miró aturdida. Al final, Victoria tenía razón.
—¿El... El comandante?
Ben se acercó a Sophie para sujetar sus riendas y le dedicó a Emma una mirada penetrante antes de contestar:
—Muerto.
La tarde estaba ya muy avanzada cuando divisaron dos jinetes acercándose. Ben gruñó de satisfacción, contento de ver que Jake había capturado a la viuda perdida sin mayores complicaciones. Su plan de recuperar legalmente la posesión del rancho por medio del matrimonio se habría venido abajo si no hubiera conseguido encontrarla. Tenía mucha curiosidad por aquella mujer con la que Jake estaba dispuesto a casarse.
Emma reconoció finalmente a Victoria y avanzó hacia ella gritando su nombre, pero se paró en seco al ver el rostro del hombre que cabalgaba al lado de su prima. Le lanzó una mirada desconfiada a Ben y luego otra a Jake. ¿Jake Roper era Jake Sarratt? Entonces cayó en la cuenta de todo. ¡Malditos fueran! Se habían burlado de todos desde el principio.
Cuando llegaron al lugar donde descansaba el grupo, Victoria no esperó a que nadie la ayudara a bajar. Sacó la pierna del pomo de la silla, saltó y se tambaleó, consiguiendo recuperarse antes de que Jake pudiera llegar a ella para ayudarla.
—¿Emma? ¿Celia?
Al escuchar su tono lleno de ansiedad, Emma se apresuró a ir a su lado.
—Las dos estamos bien. Tu hermana está nerviosa y un poco dolorida, pero no nos han hecho daño. ¿Tú estás... estás...?
—Cansada —respondió Victoria dejando caer los hombros. Se permitió aquella debilidad sólo durante un instante—. Supongo que ya lo sabes —dijo alzando la barbilla.
—¿Lo del comandante? Sí.
—¿Y lo de los Sarratt? —El rostro de Victoria no mostraba ninguna expresión.
—Sí.
No había nada más que decir. Por el momento, todas estaban a salvo. Prefería no imaginar lo que les ocurriría a partir de aquel instante.
La joven se sentó en silencio con Emma y Celia. Uno de los hombres, al que llamaban Wylie, comenzó a preparar la cena y Victoria ofreció sus provisiones.
Jake guardaba un silencio sepulcral, y Ben observaba fijamente a la que pronto sería su cuñada. Ella no podía imaginar que estaba admirando su gesto digno y tranquilo, y la expresión orgullosa de su rostro cubierto de polvo. Admiraba incluso el hecho de que, sin duda, era la causa del mal humor de Jake, porque nunca ninguna mujer había sido capaz de atravesar el muro de defensa de su hermano.
Todos comieron mientras se ponía el sol y se acostaron justo después. Victoria estaba demasiado cansada para discutir cuando Jake desenrolló su jergón al lado de su manta, aunque se preguntó qué pensarían el resto de los hombres. Decidió que estaba demasiado cansada para que eso le preocupara, y, haciéndose un ovillo, se quedó dormida antes incluso de que Jake se quitara las botas.
Cuando llegaron al día siguiente a la hacienda, Victoria seguía sin saber qué pretendía hacer Jake con ellas. Si tuviera pensado matarlas, lo habría hecho sin dudarlo y habría dejado sus cuerpos en las rocas. Pero las había llevado hasta allí.
Al verlos, Carmita salió corriendo de la hacienda dando gritos de alegría y con los brazos extendidos. Por todas partes había señales de la reciente batalla, desde la multitud de caras nuevas hasta los desconchados de los muros de adobe. Había varias ventanas rotas y agujeros en la oscura madera de la puerta principal. Sin embargo, algunas cosas no habían cambiado. Carmita seguía demostrando una preocupación maternal, y Angelina García seguía rondando por allí.
Agotadas, las mujeres subieron las escaleras con Carmita revoloteando a su alrededor mientras Lola y Juana comenzaban a calentar las ingentes cantidades de agua que iban a necesitar para que todos se bañaran. Celia estaba exhausta y apenas podía subir las escaleras. Decidieron que ella sería la primera en bañarse, esperando que el agua caliente le aliviara el dolor de los músculos. Carmita colaboró aplicándole una generosa cantidad de linimento pese a la pudorosa negativa de Celia a mostrar la espalda y las piernas desnudas.
La hacienda rebosaba de actividad, y si había algo que Victoria dominara era llevar las riendas de una casa. Se volcó en el trabajo para evitar gritar debido al terror y la incertidumbre que sentía, porque todavía ignoraba lo que planeaban los Sarratt y le daba miedo preguntarlo. Habían vaciado la habitación del comandante, como si nunca hubiera estado allí; incluso los muebles habían desaparecido.
Resultaba desconcertante abrir la puerta que conectaba ambas estancias y observar el vacío de las paredes desnudas y del suelo. Nadie guardaba luto por su esposo y se había borrado cualquier vestigio de él. Parecía como si nadie quisiera decir nada al respecto. Preguntándose si habría muerto en aquella misma habitación, Victoria regresó a su dormitorio y cerró en silencio la puerta.
Cuando le llegó el momento del baño, cerró las dos puertas y se relajó en el agua caliente durante largo rato, desprendiéndose de la arenilla que parecía incrustada en su piel. Se lavó el largo cabello, suspirando aliviada al experimentar la sensación de volver a tenerlo limpio, y se lo cepilló hasta secarlo. Una vez que se quedó sin excusas para seguir retardando el momento de enfrentarse a Jake, se vio obligada a vestirse para bajar a cenar.
La cena fue bastante extraña. Celia comió en su habitación y cada una de las cuatro personas que estaban sentadas a la mesa guardaban silencio por sus propias razones Emma, que normalmente se mostraba tan segura como una Madre Superiora, estaba pálida, y las pocas veces que levantó la vista del plato sólo miró a Victoria. Jake no tenía el ceño fruncido, pero su expresión resultaba sombría. Ben y él no hicieron ningún esfuerzo por iniciar una conversación y se limitaron a comer sin pausa. Victoria tenía un nudo de nervios en el estómago y sólo probó unos cuantos bocados.
En cuanto terminaron de cenar, los dos hombres pasaron a la biblioteca y cerraron la puerta.
Una vez que se hubieron marchado, Emma volvió a la vida.
—Me voy a mi habitación —dijo con sincero alivio—. Tendré que leer un par de horas antes de dormir para relajarme.
Victoria asintió, igualmente aliviada.
—Es una buena idea. Yo coseré hasta que me entre el sueño.
Unidas, subieron la escalera y se dieron las buenas noches en el pasillo. Victoria cosió unos botones sueltos y arregló dobladillos descosidos. Aquella tarea mundana le devolvió una pequeña parte de la realidad que había perdido. La incertidumbre era un tormento para sus nervios. Inquieta, cortó el hilo con los dientes una última vez y guardó el cesto de costura. El comandante y Garnet habían desaparecido, pero la vida de Victoria se encontraba en una posición todavía más delicada que antes.
Su único consuelo era que se sentía lo bastante serena como para dormir. Se levantó la falda para quitarse los zapatos y las medias y luego se acercó descalza a la cómoda.
Tenía los brazos levantados y se estaba quitando la última horquilla del pelo cuando se abrió la puerta de su dormitorio, dando paso a Jake.
Victoria palideció.
—¿Qué... qué estás haciendo aquí? —balbuceó.
Por toda respuesta, él giró tranquilamente la llave en la cerradura y se la guardó. La joven observó horrorizada cómo se acercaba a buen paso a la otra puerta y repetía la misma operación. Después, con la misma naturalidad que mostraría si se desvistiera delante de ella todos los días, Jake se quitó las botas y la camisa. Su musculoso y bronceado torso quedó entonces al descubierto y ella lo observó fascinada. Se sintió asaltada bruscamente por una cálida y desconocida sensación, y alzó la vista de inmediato.
Se quedó paralizada con los ojos muy abiertos mientras observaba las firmes y marcadas facciones de su rostro. Su expresión era neutra, al igual que el día que lo conoció. Y aquello hizo que, finalmente, se diera cuenta que ella era la parte final de su venganza. Se había comportado como una estúpida en todo lo que a él concernía. Peor todavía, a pesar de todo, aún lo seguía amando. La pasión que ardía en su interior se mezclaba de forma confusa con el miedo. Nunca hubiera podido imaginar que se pudiera querer y temer al mismo tiempo a la persona amada.
—Ven aquí —le ordenó Jake con voz pausada.
El corazón le latió con fuerza y, por un instante, el miedo la incitó a obedecer. Pero entonces se irguió con orgullo y alzó la barbilla.
—¿Crees que voy a ayudarte en mi violación? No, no lo haré.
Él se encogió de hombros y una dura sonrisa se dibujó en sus labios.
—Victoria, no será una violación. —Se acercó hasta colocarse justo delante de ella—. Sabes tan bien como yo que esto era inevitable desde que nos conocimos. Pero te voy a dejar que elijas de todas formas: quítate la ropa o te la quitaré yo; me dan igual los botones y las costuras. Tú eliges —repitió—. Aunque te advierto que tu vestido no sobrevivirá si tengo que hacerlo yo.
Victoria lo miró a los ojos y trató inútilmente de ver algo, cualquier cosa, en las profundidades verdes.
—¿No hay nada que pueda decir para convencerte de que me dejes sola?
—No. Decidí tenerte desde el primer momento que puse los ojos en ti, y eso no ha cambiado. Aunque, si insistes, puedes intentar hacerme cambiar de opinión.
Ella decidió no hacerlo; tenía miedo de rebajarse a suplicar, y su desesperado orgullo se rebelaba contra eso.
—Puedes incluso gritar, si quieres —señaló Jake—. Eso tampoco servirá de nada. Preocupará a Emma y a Celia, pero no te ayudará a ti. Así que, ¿qué decides? ¿Vas a desnudarte?
Jake alzó una ceja mirándola y, odiando su propia cobardía, Victoria se llevó unas manos temblorosas a los botones de su sencilla blusa blanca.
Nunca antes se había desvestido delante de un hombre, ni se le pasó por la cabeza que tuviera que llevar a cabo semejante acción. Se desabrochó despacio el frente y buscó a tientas los botones de los tirantes puños.
—Quítatela de una vez —la instó él con impaciencia.
El botón que unía la blusa a la falda se le resistía, y maldiciendo entre dientes, Jake le apartó las manos y desabrochó él mismo la prenda. Victoria la deslizó por los brazos y la dejó caer sobre la silla.
—Ahora la falda. —Su tono no admitía réplicas.
Un leve estremecimiento recorrió las piernas de la joven mientras dejaba caer la falda a sus pies y la colocaba también en la silla. Estaba delante de él sólo protegida por las enaguas y la camisola, y era plenamente consciente de la desnudez de los hombros y los brazos, y del hecho de que los pezones se le trasparentaban a través del suave y fino algodón.
Jake estaba a menos de medio metro de ella, tan cerca, que podía sentir el calor de su cuerpo. Trató de retroceder, pero chocó contra la esquina de la cómoda.
Él sonrió con gesto irónico al darse cuenta de sus intenciones.
—Las enaguas.
Ella se desabrochó las cintas de la primera y dejó que se deslizara por sus caderas. Jake se quedó mirando con frustración la prenda casi idéntica que todavía la cubría. Victoria se apresuró a desatarla y cerró los ojos mortificada, sintiendo que sus mejillas se cubrían de un rojo escarlata cuando también cayó a sus pies. Ahora sólo tenía puestos los pololos y la camisola de finos tirantes.
Durante aquellas dos horribles noches en las que el comandante había intentado consumar su matrimonio, no había insistido en verla desnuda. Pero Jake no era McLain. Paralizada, se quedó mirando fijamente su pecho ancho y desnudo, sus anchos hombros y la suave piel que brillaba bajo la tenue luz de la lamparilla. Un vello oscuro y rizado le cubría el pecho, y la visión de los duros pezones masculinos la hizo sentirse aún más expuesta por su propio estado de semidesnudez.
Jake se puso tenso ante la oleada de deseo que lo atravesó al mirar los turgentes y generosos senos de Victoria alzándose contra la fina tela de algodón que los cubría. Dios, qué hermosa era; esbelta, con la piel color marfil, y curvas en los sitios adecuados.
—Ahora la camisola. —Sus palabras sonaron un poco roncas.
Ella volvió a palidecer y cruzó los brazos sobre el pecho.
—No, no lo haré.
Pero tenía la voz temblorosa, y Jake había llegado casi al límite de su control. Estiró los brazos y le quitó sin miramientos la prenda por la cabeza, olvidándose de la camisola en cuando la dejó a un lado. Tenía la mente centrada en Victoria, en la palidez y firmeza de sus senos y en la delicadeza de sus pezones, pequeños y rosados. Su intención había sido castigarla un poco por la profunda e intensa preocupación que le había hecho sentir al salir huyendo, sin embargo, su paciencia y su deseo de venganza habían desaparecido. Más que ninguna otra cosa, lo que quería era tenerla desnuda y ansiosa entre sus brazos.
Victoria se encogió al quedarse sin camisola. Ni siquiera el comandante había insistido en verla de esa manera. Trató de volver a cruzar los brazos sobre el pecho, pero Jake le agarró las muñecas y le sujetó las manos a los costados.
—No te escondas de mí. —Su excitación amenazó con desbordarse ahora que estaba tan cerca de poseerla. Nunca había experimentado un deseo semejante, una urgencia tan abrumadora por hacer suya a aquella mujer en particular y no a cualquier otra—. Voy a ver cada centímetro de tu cuerpo antes de terminar.
—¿Por qué me estás haciendo esto? —se lamentó ella con los ojos llenos de lágrimas. Parpadeó para apartarlas, odiando que él la viera llorar—. ¿Qué te he hecho yo?
—No has entendido nada. —Su voz se tiñó de una extraña ternura—. No quiero castigarte. Te deseo y tú me deseas a mí. Ya es hora de que hagamos algo al respecto.
Le soltó una de las muñecas y le colocó la mano en la cintura, acariciando su vientre con el pulgar y disfrutando de la suavidad de su piel bajo sus dedos.
—Vas a disfrutar tanto como yo.
Victoria le dirigió una mirada de incredulidad.
—¡Estás loco!
Aquella abrupta respuesta le dijo mucho a Jake. Sonriendo, la abrazó y la estrechó con fuerza contra sí.
—Yo no soy McLain, Victoria. Voy a hacerte el amor hasta que ambos quedemos exhaustos y ni siquiera podamos movernos.
En medio de aquella confusa combinación de miedo, asombro y vergüenza, la joven sólo fue capaz de proferir una protesta coherente.
—Tú... ¡Tú no deberías verme así! —Sus palabras fueron un gemido desesperado.
—¿Por qué no? —susurró inclinando la cabeza para mordisquearle el lóbulo—. Tu piel es tan suave... Dentro de muy poco estaremos los dos desnudos, y si a ti te gusta mirarme la mitad de lo que me gusta a mí mirarte a ti, tal vez no volvamos a vestirnos nunca más.
Victoria tembló ante la idea de estar tumbada desnuda junto a él; la imagen le resultaba tan extraña debido a su educación que fue incapaz de imaginarse la situación. Agradecía tener al menos todavía puestos los pololos, aunque se temía que aquella prenda tampoco iba a durarle demasiado puesta.
—Bésame —le pidió él con voz ronca.
La joven fue incapaz de hacerlo. Jake le agarró entonces la barbilla y la obligó a mirarlo.
—Bésame —repitió en un susurro, antes de posar su boca sobre la suya.
Victoria se quedó colgada de sus musculosos brazos, rozando apenas el suelo con los dedos de los pies. Jake atormentaba sus labios con pequeños mordiscos y, a su pesar, tuvo que agarrarse de sus poderosos hombros. Sentir el vello de su pecho contra sus sensibles pezones la dejó sin aliento. Cuando abrió los labios para coger aire, Jake deslizó la lengua en el interior de su boca en un asalto exigente que devastó los sentidos de la joven. A pesar del miedo que sentía, el sabor intensamente masculino le resultó familiar, y su olor le resultó tan seductor que Victoria deseó hundir el rostro en su hombro e inhalar más profundamente.
Una sensación pesada y cálida fue creciendo dentro de su cuerpo, envolviéndola en una placentera bruma y, sin ser consciente de ello, apartó la boca de la suya y echó la cabeza hacia atrás exponiendo el cuello a sus labios.
—Eso es —murmuró Jake deslizando una mano por su trasero y levantándoselo para apretarlo contra la dura prueba de su excitación.
Victoria volvió a abrir la boca para respirar y exhaló un pequeño e incoherente gemido de protesta. Jake no podía estar haciéndole aquello, ella no podía sentirse así, anhelando que siguiera besándola, anhelando que no parara. Era una locura desear que él le hiciera exactamente lo mismo que había encontrado repulsivo cuando el comandante lo intentó. Se sorprendió tanto por su propia falta de decoro que se estremeció, provocando que Jake lanzara un gemido desde lo más profundo de su garganta.
Él la sostuvo contra sí con una mano en el trasero mientras que con la otra tiraba de las cintas que le ataban los pololos a la cintura. Cuando se soltaron, cerró el puño alrededor de la suave tela y tiró de ellos hacia abajo, dejándole al descubierto primero las nalgas y luego el suave montículo de su feminidad. Victoria soltó un grito estrangulado y se arqueó contra la barra de acero que era su brazo, pero Jake se limitó a apretar con más fuerza y a subirla más alto, de modo que la prenda cayó al suelo.
Sin perder un segundo, la cogió en brazos y la llevó hasta la cama. Victoria luchó contra él, intentando zafarse de sus brazos. Se sentía dolorosamente expuesta, a merced de aquella fuerza mucho más poderosa y de una sexualidad desenfrenada sobre la que no tenía control.
Dio patadas y lo golpeó, tratando de liberarse y salir de la cama. Jake la dominó con facilidad sujetándole las manos por encima de la cabeza y controlándole las piernas con las suyas.
—Tranquila —dijo con voz suave, acariciando su rostro con la calidez de su aliento—. No tengas miedo, pequeña, no hay razón para tener miedo. No voy a hacerte daño.
Su voz era baja y tranquilizadora, e inclinó la cabeza para besarle el hombro con suavidad.
El cálido roce de su boca sobre su piel desnuda la hizo saltar y, soltando un grito incoherente, se incorporó de nuevo. Jake tiró de ella hacia abajo, preguntándose por qué estaría tan asustada. Él nunca le haría daño. La única explicación que encontraba era que sus experiencias con el comandante hubieran sido todavía más desagradables de lo que pensaba y que, tal vez, Victoria esperara un trato similar de él.
El cuerpo de Jake le gritaba que se quitara los pantalones y entrara en ella en aquel instante, pero él no buscaba un alivio rápido. Puede que Victoria fuera una dama y hubiera recibido una educación demasiado estricta; sin embargo, también era una mujer apasionada y Jake quería que le entregara libremente toda aquella pasión. Quería que arqueara el cuerpo para recibirlo en lugar de intentar apartarlo de sí; quería oírla rogar que la hiciera suya, enseñarle los secretos del placer, llevarla a un mundo que sólo les perteneciera a los dos.
—Victoria. Mírame, pequeña. Deja de luchar y mírame.
—Apártate de mí —gimió ella con voz ahogada.
—No, no voy a quitarme. —Jake le agarró las dos muñecas con una sola mano para controlárselas y con la otra le sujetó la barbilla para girarle la cabeza hacia él. Fue entonces cuando vio que Victoria tenía los ojos llenos de lágrimas no derramadas. Le besó las sienes en gesto de reconocimiento a su orgullo y luego deslizó los labios hasta su mejilla—. No tienes que tener miedo. Te prometo que no haré nada que tú no quieras —le aseguró con suavidad, besándola en la comisura de su boca.
—No me hagas esto, por favor, no me hagas esto. —Las palabras salieron antes de poder reprimirlas y Victoria se dio cuenta con pesar de que estaba suplicando. Había jurado que no lo haría, pero la cruda realidad de estar completamente desnuda también había desnudado su orgullo. Se humillaría si con eso conseguía que Jake se detuviera y dejara de tocarla de aquella manera—. Me marcharé. Partiremos por la mañana si quieres...
—¿Y por qué iba a querer eso? —murmuró él.
Con una sonrisa inquietante, se inclinó sobre ella e hizo que su amplio pecho rozara suavemente los pezones de Victoria. Aquel contacto, a pesar de ser muy ligero, le raspó la delicada piel. La joven aspiró con fuerza y cerró los ojos. Los pezones le ardían, le dolían. Jake volvió a hacerlo, aumentando esta vez un tanto la presión, y aquel calor traidor que llegaba a todas las terminaciones nerviosas de su ser comenzó a difuminar los límites de su miedo.
La besó con feroz intensidad y los labios femeninos se entreabrieron sin oponer resistencia cuando la lengua de Jake se introdujo en las profundidades de su boca, cautivándola, tentándola, hasta que los músculos de Victoria se relajaron y empezó a responderle.
En la mente de la joven se libraba una lucha sin cuartel. No quería ceder ante él, pero se veía minada por sus propias emociones. Después de todo, lo amaba. Aunque supiera que Jake no la amaba a ella, que tomarla era parte de su venganza contra el comandante, no podía contener la cálida marea de sensaciones que la inundaban cuando él la tocaba.
Jake deslizó la mano por su torso en una ardiente caricia hasta cubrirle un seno y Victoria se estremeció asustada al sentir por primera vez la mano de un hombre sobre su pecho desnudo. La palma masculina le quemaba, y la sensación de tirantez de su pecho se intensificó. Jake lo acarició con delicadeza y le torturó el pezón con el dedo pulgar una y otra vez hasta que ella gimió en voz alta. Trató de apartar la boca de la suya, pero él la besó con más pasión, sujetándola mientras centraba su atención en el otro seno.
Victoria comenzó a temblar, pero ya no era de miedo. Él levantó finalmente la cabeza y observó los montículos suaves y blancos de sus pechos, y los pezones, duros y erguidos. Sus poderosos y bronceados dedos contrastaban con su delicada piel.
—Eres tan bella... —susurró inclinándose de nuevo y tomando un pezón en su boca.
Victoria emitió un gemido ahogado al sentirse atravesada por un placer abrasador y se arqueó violentamente contra él. Nunca hubiera imaginado que la boca de Jake pudiera darle tanto placer, ni prever aquel calor húmedo que cubría su suave piel. Los firmes labios masculinos succionaban con fuerza su pezón, y su lengua, implacable, lo torturaba dándole pequeños latigazos y rodeando la aureola.
El interior de Victoria comenzó a arder y sintió, avergonzada, cómo se humedecía. Gimió, consciente de la ondulación de sus caderas pero incapaz de hacer nada para detenerla.
—Sí, muévete contra mí —musitó él.
Giró la boca hacia el otro seno, ávido del dulce aroma de su piel y del contacto de sus duros pezones. Victoria soltó otro pequeño grito, y aquel sonido lo hizo estremecerse de deseo.
Jake deslizó la mano por su vientre en busca de los suaves rizos que ocultaban su feminidad, y, de repente, ella se apartó bruscamente.
—No —gritó—. ¡Eso no! —Alzó las caderas con fuerza, tratando de liberarse de su peso.
Él le cubrió la boca con la suya silenciando su protesta con besos largos y profundos, y no levantó la cabeza hasta que la sintió arder de deseo otra vez.
—Abre las piernas para mí, pequeña, deja que te toque.
—No, no está bien. —Recordó el dolor que sintió cuando el comandante le introdujo los dedos con tanta rudeza, y se encogió de miedo.
—Sí, sí está bien —la rebatió él con un tono bajo y cálido. Sus ojos parecían más verdes que nunca y en ellos había un brillo de... ternura—. Quiero perderme dentro de ti, hundirme en lo más profundo de tu ser, sentir lo suave y húmeda que estás.
Victoria se estremeció.
—¿No me harás daño? —Su cuerpo ardía por él, pero el recuerdo de su noche de bodas le impedía entregarse.
La expresión de Jake se ensombreció.
—No, no te haré daño —le prometió, deseando amargamente que McLain pudiera resucitar para poder matarlo por atreverse a hacerle daño a Victoria—. Abre las piernas, pequeña.
Ella cedió finalmente, relajando los muslos lo suficiente como para permitirle introducir los dedos. Jake lo hizo con delicadeza y Victoria volvió a temblar, consciente de la vergonzosa humedad que sabía que él estaba sintiendo mientras la acariciaba suavemente. Pero aquello no se parecía a lo que le había hecho el comandante, pensó aturdida. No le estaba haciendo daño; se limitaba a explorar los sensibles pliegues con dedos tiernos, y respiraba con dificultad, como si tocarla lo excitara más allá de lo soportable.
—Esto te va a gustar —aseguró antes de pasarle el dedo pulgar por el pequeño nudo de nervios que conformaba el centro de su placer. Una sensación exquisita, tan intensa que resultaba casi dolorosa, la atravesó haciendo que se tensara. Gimió y abrió más las piernas mientras se arqueaba contra su mano en una rendición inequívoca. Jake continuó utilizando el pulgar para atormentarla y absorbió con su boca los pequeños sonidos que ella emitía, disfrutando del modo en movía sinuosamente las caderas. El aroma de su excitación invadía sus sentidos, intoxicándolo.
Victoria había llegado a un punto de pasión equiparable al suyo. Pronto, muy pronto, sería suya. Para prepararla para su posesión, deslizó lentamente un dedo en su húmedo interior.
Victoria se puso tensa y esperó la llegada del dolor. Pero lo que ocurrió fue que aquel deseo pesado y ardiente que la inundaba se intensificó. No, no había dolor, sino un placer que parecía crecer más y más. No entendía nada, ni tampoco le importaba. Le temblaba todo el cuerpo. Giró la cabeza para ocultarla en el hombro de Jake mientras él comenzaba a introducir y a sacar el dedo aumentando gradualmente el ritmo de forma que la obligaba a alzar las caderas en busca de algo que desconocía.
Jake gruñó. Victoria era tan menuda y estrecha que sabía que tendría problemas para poseerla por muy preparada que estuviera. Estaba temblando de excitación, completamente húmeda y al borde del éxtasis. No tenía sentido seguir demorando el momento de entrar en ella.
Le soltó las manos, pero la joven hacía tiempo que había abandonado cualquier idea de luchar. Era demasiado tarde para eso. Estaba atrapada en su propio deseo, los senos le dolían y sentía un latido profundo en su interior que no sabía cómo manejar. Su cuerpo estaba laxo y sin fuerzas, y no le obedecía. Aturdida, observó cómo Jake se levantaba y se ponía en pie al lado de la cama, llevándose las manos al cinturón y quitándose los pantalones.
La luz de la lámpara era demasiado brillante como para tener piedad. Un miedo irracional la sacó de su sensual ensoñación, y se incorporó apoyándose en un codo con una mano levantada en gesto de rechazo. Él se había desnudado completamente y su gruesa erección se alzaba orgullosa desde los oscuros rizos de la entrepierna. Victoria lo miró asustada. El comandante no tenía en absoluto aquel aspecto. De ninguna manera podría aceptar a Jake dentro de ella, era demasiado grande, la desgarraría...
—No —dijo con voz ronca, tratando de apartarse.
Jake la echó hacia atrás colocándose entre sus piernas, de forma que su rígido miembro rozara los delicados pliegues de la entrada a su cuerpo.
—No puedo —gimió Victoria moviendo la cabeza de un lado a otro—. Jake, por favor!
—Shh... tranquila. Todo está bien —susurró—. No pasará nada si tú no quieres. Serás tú la que me pida que siga y entonces me deslizaré dentro de ti tan suave y fácilmente que no te haré ningún daño.
Sabía que la joven debía estar aterrorizada por lo que el comandante le había hecho, pero al menos no tendría que soportar el dolor de perder la virginidad. Tenía la intención de asegurarse de que esta vez Victoria sólo obtuviera placer.
La besó lenta, apasionadamente, y la sometió de nuevo a su enloquecedor ritual de caricias en el cuello, los senos, el vientre, sus acogedores pliegues... y ella notó desesperada cómo en su interior volvían a crecer el calor y la espiral de tensión que sólo Jake podía aliviar. Admitió su derrota con un sollozo y alzó las caderas hacia él, pidiéndole en silencio que la penetrara.
—Por favor —susurró.
—¿Estás segura? —murmuró Jake contra su cuello.
—Sí...
No podía relajarse. Él la estaba arrastrando a un oscuro pozo de deseo y no tenía ningún control sobre su propio cuerpo, que suplicaba la conquista de Jake. Victoria dejó escapar el aire con fuerza en un suspiro estremecido cuando él dejó caer todo su peso sobre ella e hizo que abriera más los muslos.
—Jake... —La joven dio un respingo cuando su erección volvió a hacer contacto con su carne húmeda y suave.
—Despacio, despacio —susurró él deslizando la punta de su miembro en la entrada a su cuerpo, y presionando implacablemente para abrirse camino a través de la restrictiva estrechez de Victoria.
Ella se arqueó de forma instintiva en un esfuerzo de repeler aquella invasión que la quemaba, y las ardientes lágrimas que había contenido hasta el momento se derramaron incontenibles por sus mejillas.
Jake le sujetó las manos contra la almohada, y siguió entrando en ella centímetro a centímetro, lentamente, hasta que la llenó por completo.
—Dios —gimió tratando de mantener el control. Victoria se contraía a su alrededor de tal modo que casi no podía soportarlo.
Se mantuvo quieto durante unos instantes para darle tiempo a que se adaptara a él y luego comenzó otra vez la deliciosa tarea de proporcionarle placer.
—Lo siento, pequeña. Lo siento —musitó besándola con suavidad. La penetración había resultado tan difícil, que por un instante llegó a pensar que era virgen. Pero McLain estaba lejos de ser impotente y apartó de sí aquel pensamiento. Además, no había sentido la reveladora resistencia en los delicados tejidos de su piel cuando entró en ella. Y sin embargo, Victoria estaba llorando y eso le desgarraba las entrañas. Le secó las lágrimas y comenzó a mover las caderas con una lenta cadencia, meciéndola gentilmente.
Ella estaba tumbada en silencio, recibiéndolo, aceptando la entrada y salida de su duro miembro. Antes, cuando pensaba en aquel acto de completa intimidad, lo imaginaba en términos de dolor y repulsión, y era incapaz de comprender por qué los hombres parecían desearlo tanto. Ahora, con la respiración entrecortada, estaba empezando a entender qué llevaba a una mujer a someterse a aquel acto por encima de su deber. No se trataba de sumisión, sino de participación. Las profundas embestidas de Jake habían logrado encender una hoguera en su interior que amenazaba con consumirla entre sus llamas.
Poco a poco las punzadas de placer se hicieron más intensas, y sus sentidos cobraron vida de maneras que nunca hubiera imaginado. Aspiró el limpio sudor que hacía brillar el cuerpo de Jake, el olor a jabón de su pelo, incluso los nuevos y excitantes aromas del acto amoroso. Sintió su calor envolviéndola, su dureza, la fuerza de sus poderosos brazos estrechándola, su grueso miembro llevándola al borde del éxtasis, los fuertes muslos que mantenían sus piernas separadas.
Como si tuvieran voluntad propia, las manos de Victoria se posaron sobre los hombros masculinos, encontrándolos duros y suaves bajo sus palmas. Levantó las piernas y le rodeó con ellas las caderas, moviéndose con él.
Y el calor creció dentro de ella, más y más.
Después de aquello, nunca supo cuánto tiempo estuvieron enlazados, ni el momento en el que aquel calor hizo añicos su último atisbo de control. Se aferró a su espalda jadeando al sentir sus fuertes manos sobre los senos, y abrió la boca para gritar sin emitir ningún sonido cuando sus caderas se alzaron para recibirlo más intensamente. Deseando la liberación, agarró el pelo de su nuca, húmedo de sudor, y sujetó su cabeza contra ella. Él rugió mientras aumentaba el ritmo de la penetración. Victoria era fuego líquido entre sus brazos; su cuerpo lo envolvía esclavizándolo, encarcelándolo entre sus brazos, haciéndole sentir la fuerza de la pasión como nunca antes.
Y el calor se volvió insoportable.
Gritando, Victoria le clavó las uñas en la espalda, desesperada por liberar la tensión de su cuerpo. Temblando, se incorporó hacia él, y Jake la embistió hasta el fondo una y otra vez con un ritmo frenético que hizo resonar la cama. Ella gimió, consciente de que si no encontraba alivio su corazón no aguantaría la presión, mientras músculos que desconocía poseer se contraían convulsivamente alrededor del grueso miembro de Jake, hasta que, de pronto, sus sentidos explosionaron de forma violenta en grandes olas que casi la sacaron de la cama.
Jake la agarró de las caderas con fuerza y su poderoso cuerpo se arqueó al tiempo que le sobrevenía el clímax. Un profundo rugido surgió de su garganta y ambos sufrieron a la vez la pequeña muerte que suponía la muerte del yo y la exaltación de la vida.
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