—Tú eres el amigo de Adriana que clavó una flecha en un árbol, ¿verdad?

—Sí, soy yo —admite el capitán, un poco abochornado por su torpe intento de tirar al arco.

Al final Tomi puede felicitar a Adriana.

—Entonces no es tu hermano; el auténtico fenómeno de la familia eres tú…

—Una lástima por la última flecha —sonríe la italiana—. Estaba muy cansada y me temblaba un poco el brazo. ¿Te apetece dar una vuelta por el parque? Así me relajo un poco después de la tensión del torneo.

Se dirigen hacia el estanque de los peces de colores.

—¿Por qué sonríes antes de soltar la flecha? —le pregunta Tomi.

—Para despedirme de ella antes de que emprenda su viaje —responde Adriana—. Le deseo que llegue a la diana. Con una sonrisa y un poco de optimismo es más fácil que lo haga. Tendrías que probarlo tú también, en lugar de poner caras largas en el banquillo.

—¡No pongo caras largas! —protesta el capitán.

—Sí que las pones —insiste la italiana—. Mi hermano dice que eres el mejor, mejor aún que sus amigos de la Roma…

—¿De verdad ha dicho eso? —la interrumpe Tomi.

—Te lo juro —contesta Adriana—. Me ha dicho: «No entiendo por qué un jugador tan bueno acepta chupar tanto banquillo». Y tiene razón. No tienes que contentarte con marcar un gol en los cinco últimos minutos. Tienes que intentar meter cinco por partido.

—¡Cinco son un montón! —protesta el capitán.

—Cuando apunto con el arco —explica Adriana—, no miro directamente a la diana, sino un poco más arriba, porque sé que durante el trayecto la flecha cae ligeramente. Intenta hacer lo mismo: aspira a meter cinco goles, aunque luego al final solo marques tres, lo que no está nada mal… Y, antes de disparar, ¡sonríe! Verás como el balón irá más recto.

—Prometido: el domingo que viene marcaré tres goles contra los Estrellas —sonríe divertido Tomi— y te los dedicaré todos.

—Seguro, ¡tres dianas rima con Adriana! —exclama la italiana.

Champignon ha entrado en el Paraíso de Gaston acompañado de obreros. Está hablando con un señor que toma medidas con una cinta métrica y luego las anota en un bloc.

Armando se asoma a la puerta.

—Gaston, no me digas que has cambiado de idea y quieres montar un restaurante de comida rápida a base de flores…

—No te preocupes, no hay ningún peligro —responde el cocinero—. Haré algo mucho mejor. Transformaré el local de arriba abajo.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta alarmado el padre de Tomi.

—¡Es un secreto absoluto! —exclama Champignon—. ¡No revelaré nada ni siquiera bajo tortura! Será una sorpresa…

Augusto echa un vistazo al retrovisor del Cebojet para mirar dónde se han sentado los Cebolletas: Tomi y sus amigos de siempre ocupan los asientos del fondo. Rafa y los nuevos se han sentado más adelante.

«Tiene razón Gaston —piensa el chófer—, tenemos que esforzarnos mucho por lograr un grupo unido y compacto».

Augusto sonríe a la foto de Violette que ha colocado contra el parabrisas, pone en marcha el autobús y sale para el tercer partido fuera de casa de la liga.

Al llegar al campo de los Estrellas, los Cebolletas se topan con una señora que lleva gafas rojas en la punta de la nariz.

—Si no me equivoco, usted debe de ser el entrenador de los Cebolletas —dice ella.

—Lo ha adivinado —responde Champignon con una sonrisa—. ¿A quién tengo el placer de estrechar la mano?

—A la profesora Elena, entrenadora de los Estrellas —se presenta la señora de las gafas rojas.

El cocinero-entrenador se atusa el bigote por el lado derecho.

—¡Esta sí que es una sorpresa agradable! Una colega femenina: por fin un poco de amabilidad en el banquillo…