Al entrar en el vestuario, el Niño «choca la cebolla» a sus compañeros, que lo felicitan efusivamente.
—Esperaba una asistencia de Tomi, pero la he recibido del portero… —bromea Rafa, dando un abrazo a Fidu.
Tomi es el Cebolleta a quien menos gracia le hace la broma.
—Hemos sufrido un poco por las bandas, así que en la reanudación adoptaremos su alineación: cuatro-cuatro-dos —explica el entrenador durante el descanso—. Lara entrará en la defensa a cambio de Sara. En el centro jugarán Becan, Aquiles, Nico e Ígor. Tomi sube al ataque junto a Rafa. Pavel entrará más adelante.
—¡Pero si todo iba bien, míster! —exclama Aquiles—. ¿Para qué tantos cambios?
—Porque jugar es más divertido que quedarse sentado mirando… —responde Champignon—. Y en los Cebolletas todos tienen derecho a divertirse. Además, solo quien juega puede aprender los secretos del fútbol entre equipos de once. La liga es larga, y ya verás, Aquiles, cómo necesitaremos a todos los jugadores.
Los Cebolletas consiguen proteger mejor las bandas con cuatro mediocampistas. Pero ahora surge un problema en el centro. Nico no tiene la fuerza de Bruno, y el Club Huracán pronto comprende que puede avanzar por la zona ocupada por el recién entrado.
En su breve carrera como mediocampista, Nico siempre se ha preocupado por organizar el juego. De defender se encargaban otros. Pero en un campo grande un centrocampista también debe luchar para recuperar balones, algo que todavía tiene que aprender. Cada vez que el número 10 de los Huracanes galopa hacia él, Nico tiene problemas. Mira esto…
El número 10 toma carrerilla, el lumbrera intenta alcanzarlo para frenar su avance, pero lo alejan con un golpe de hombro que lo tira al suelo.
—¡Falta! —reclama Aquiles.
—¡El contacto de hombro contra hombro es reglamentario! —dice el árbitro mientras indica que el juego debe proseguir.
—¡Detenedlo! —aúlla Fidu, preocupado.
Elvira y Dani salen del área para cerrarle el camino, pero así dejan libre al número 9, que recibe un pase del número 10 y bate a Fidu sin problemas: 2-2.
Nico ha seguido arrodillado toda la jugada del empate.
Aquiles lo coge por un brazo y lo levanta.
—¡Ánimo, no es momento de lamentarse! ¡Todavía podemos ganar! ¡Vamos!
—Vale —contesta el número 10 sin demasiada convicción.
En el graderío, Tino anota en su bloc: «Como ya dije en la fase previa, Nico se ahoga como un pececito en el mar del fútbol de once contra once».
Los tambores brasileños del padre de João retumban para animar a los Cebolletas, que están atravesando un momento difícil. Sin la fuerza de Bruno y la experiencia de Julio, con Aquiles cansado y Nico desmoralizado, el centro del campo ya no logra defender ni crear ocasiones de peligro, como en el primer tiempo. Los Huracanes lo aprovechan para buscar la victoria.
—¡No retrocedas también tú o nos aplastarán a todos en la defensa! —grita el Niño a Tomi.
Pero el capitán se ha dado cuenta de los problemas de Nico y se coloca a su lado. El número 10 que lleva la H en la barriga inicia una nueva jugada.
Nico se le pone delante, y el 10 se estira tratando de driblarlo, pero Tomi se lanza derrapando y le arrebata el balón, que acaba en los pies de Becan.
—¿Has visto cómo lo hemos detenido? —dice el número 9.
—Gracias, capitán —responde Nico, esforzándose por sonreír.
—¡Ánimo, quedémonos con este punto! —exclama Tomi.
Con una temible barrera compuesta por cinco jugadores ante su puerta, Fidu, que ya ha salvado el resultado con cuatro paradones de antología, parece finalmente seguro.
Gaston Champignon entra en el vestuario blandiendo su cucharón.
—¡No quiero ver caras largas! ¡Hemos disputado un gran partido! ¡Todos habéis jugado de maravilla!
—¡Este partido lo teníamos que ganar, míster! —El Niño se quita la camiseta y la arroja contra su bolsa.
—Eso no es verdad, Rafa —le corrige el cocinero—. Era solo un partido que teníamos que jugar, y lo hemos hecho del mejor modo posible. Ya os lo he dicho: el fútbol entre equipos de once es un mundo totalmente nuevo, y esta liga nos servirá para ir descubriéndolo. Estamos aquí para aprender, pero nuestro primer paso sobre este nuevo mundo ha sido un paso de gigante.
Nico, sentado en un banco y cabizbajo, se mira las puntas de las botas. ¿Un gigante? No. Él se siente ahora mismo un enano culpable.
Por la tarde, algunos de los Cebolletas se encuentran en el cine de la parroquia de San Antonio de la Florida. Van a proyectar una película de piratas.
—¿No viene Nico? —pregunta Sara.
—No, he ido a llamarle —contesta Dani—, pero estaba jugando al ajedrez contra el ordenador.
—A lo mejor se siente mal por el partido —comenta João.
—Sí, pero no se ha quedado en casa por eso —aclara Dani—. Hace tiempo que está obsesionado con el ajedrez. ¿Y Fidu?
—Tenía que meter toda su ropa en cajas —contesta João—. En unos días se muda a la nueva casa.
—Si no falta nadie, entremos —propone Sara—. La peli está a punto de empezar.
—Yo me quedo a esperar a Adriana; se supone que viene… —dice el capitán.
Los Cebolletas entran en la sala de cine carcajeándose.
—¿Se puede saber qué es eso que os hace reír tanto? —pregunta Tomi.
La hermana del Niño llega a la carrera diez minutos después de que la película haya comenzado.
—Perdona, perdona, perdona, perdona… —repite sin cesar Adriana.
El capitán sonríe. No tiene nada que reprocharle. Pasan por delante del bar del cine.
—¿Palomitas? —pregunta Tomi.
—Con las Cebolletas me gusta comer galletas —responde Adriana.
Se sientan en la última fila.
—¿Por qué te gustan tanto los pareados? —inquiere el capitán.
—Porque son divertidos —le susurra la hermana del Niño en la oscuridad, mientras mastica una patata.
—¿A ti qué tal se te dan las rimas? Hagamos una prueba: ¿qué pasa si te digo «actor»?
La primera palabra que le viene a la cabeza a Tomi es «amor», pero entonces se acuerda de Eva, que desconectó de golpe el ordenador en Pekín, y exclama: «¡Tractor!».