Image

Sábado por la tarde.

Gaston Champignon ya se ha puesto a preparar la cocina para la cena. Los fines de semana vienen clientes también de fuera de Madrid para probar el famoso menú a base de flores del Pétalos a la Cazuela. Esta noche todas las mesas están reservadas, y el cocinero comprueba que todo se halla en orden a la espera de sus hambrientos clientes.

—Hola, míster —le saluda Tomi.

—¿Qué tal, capitán? —responde Champignon—. ¿Estás listo para tu primer gol y tu primera victoria en la liga de equipos de once?

—He venido a hablar precisamente de eso…

—Sentémonos pues —propone el cocinero.

Ya sabe que cuando el capitán entra en el restaurante a esa hora, sabiendo que lo encontrará vacío, es porque quiere hablar de algún problema.

—Ayer, después del entrenamiento, hablé largo y tendido con los antiguos Cebolletas —empieza Tomi—, y están de acuerdo conmigo: mañana tenemos que jugar para ganar.

—¡Pero si siempre jugamos para ganar! —replica Champignon.

—Sí, ya lo sé, pero lo hacemos como los Cebolletas. Mañana, para variar, tenemos que intentar ganar como lo hacen los equipos normales —explica el capitán.

—¿Y cómo lo hacen los equipos normales? —pregunta perplejo el cocinero.

—Sacan como titulares a los mejores jugadores y solo hacen entrar a los reservas cuando es necesario. Es decir, que no piensan en la diversión, sino en conseguir los tres puntos.

—¡Pero nosotros somos los Cebolletas, Tomi! —exclama Champignon—. ¡Somos especiales, no normales! A mí no me interesa entrenar a un equipo para que gane, yo lo que quiero es cuidar de mi hermosa flor. ¡Y estoy orgulloso de ello! Si habéis cambiado de idea y lo único que os interesa es ganar, a lo mejor deberíais buscaros a un nuevo entrenador. Un entrenador normal…

—No lo digo por mí, míster —prosigue el capitán, tratando de explicarse mejor—. Lo digo por Bruno, Rafa, Aquiles y los chicos a los que hemos invitado a participar en nuestro equipo. Bruno ha abandonado a sus amigos de los Diablos Rojos para echarnos una mano. Lo han dado todo para ganar los dos últimos partidos y han perdido por nuestra culpa…

—No es verdad —protesta Champignon.

—Sí, Nico ha cometido errores, yo también, incluso Sara… Todavía no estamos preparados para jugar entre once. Si siempre hubiéramos jugado con la formación del segundo tiempo del último partido, seguro que habríamos ganado a los Capitostes.

—Pero, cuando aceptaron unirse a los Cebolletas, Bruno y los demás conocían perfectamente nuestras reglas —rebate el entrenador—. ¡Nosotros no tenemos reservas que no jueguen!

—Sí, pero si seguimos cosechando derrotas, me temo que los nuevos perderán las ganas y a lo mejor dejan de venir… Ellos todavía no tienen el espíritu de los Cebolletas. No digo que no lo vayan a tener nunca, pero en los dos o tres próximos partidos creo que debemos hacer todo lo que podamos para ganar, así subiremos un poco en la clasificación, el grupo se animará y la flor crecerá mejor… Y en las dos o tres próximas semanas Nico, te aseguro que los demás y yo nos dejaremos la piel en los entrenamientos para mejorar nuestro juego en campo grande.

El cocinero-entrenador se atusa el bigote por la punta izquierda.

—¿Me estás pidiendo que te deje en el banquillo mañana?

—Creo que la alineación del segundo tiempo del domingo pasado es por el momento la mejor: cuatro-cinco-uno. Un solo delantero, el Niño, que está jugando mucho mejor que yo —responde el capitán.

—¿También se quedará fuera Nico? ¿Está de acuerdo? —inquiere Champignon.

—Dice que le sigue doliendo la espalda, pero yo creo que solo quiere hacerse a un lado por el bien del equipo.

El cocinero se levanta, va hasta el horno y saca un platito.

—¿Quieres probar este brazo de gitano relleno de chocolate y menta? Nos lo comeremos juntos.

Tomi sonríe, agarra la cuchara que le tiende Champignon y ataca el brazo de gitano por un lado mientras el cocinero empieza por el otro. Se quedan un rato en silencio, degustando el delicioso postre del Pétalos a la Cazuela, hasta que monsieur Champignon dice las últimas palabras:

—Desde que te conozco, la jugada más hermosa la has hecho este año, en un campo grande. Contra el Club Huracán, cuando abandonaste la delantera y bajaste al centro del campo a ayudar a Nico, que estaba en apuros. Una jugada mucho más hermosa que los dos o tres goles por partido que marcabas cada domingo el año pasado. Eso quiere decir que has madurado como jugador y que eres un buen capitán. Por eso no te dejaría nunca en el banquillo, pero, si me lo pides, mañana lo haré. Sin embargo, que quede claro que no estoy de acuerdo. A lo mejor ganamos, pero no lo haremos como Cebolletas.

Domingo por la mañana. Parroquia de San Antonio de la Florida.

Hoy están al completo los hinchas de los Cebolletas, para ayudar a su equipo a conquistar la primera victoria. César, Pedro y sus compañeros de los Tiburones Azules también han acudido, pero con la esperanza de asistir a la tercera derrota…

—Veo que estás en la grada y el capitán en el banquillo —dice César a Nico con retintín y una sonrisa sardónica—. Por fin el cocinero ha comprendido cuál es vuestro verdadero valor.

—Nuestro valor lo demostramos derrotándoos en la final —contesta Nico.

—Ya he visto que este año también encabezáis la clasificación —rebate Pedro.

—No, habrás visto la clasificación cabeza abajo —le corrige César—, ¡los Cebolletas van los últimos!

Todos se echan a reír, incluidos Charli y Fernando, que están sentados al lado de Pedro. El padre, el hermano mayor y el hermano pequeño. Los tres con coleta. Nico los mira y le recuerdan a las matrioskas que le trajo de Rusia su amiga Irina.

Adriana se ha sentado junto a Tino para vigilarlo.

—Tomi me ha explicado que eres de lo más malo. Como vea que escribes algo desagradable sobre él, te quito el boli.

—No soy malo, soy periodista —replica Tino—. Y un buen periodista siempre tiene que decir la verdad, aunque se refiera a un amigo. Además, hoy no hace falta que te preocupes, porque hoy no juega Tomi. ¡Mira quién está ahí!

La hermana del Niño se da la vuelta y ve a una chica con una falda larga de flores, el cabello muy corto y una bolsa de tela en bandolera que se sienta en las gradas junto a los padres del capitán.

—Debe de ser Clementina, la prima de Tomi. Va a la universidad y quiere ser periodista, como yo. Ven y nos presentaremos.

—¡«Clementina» rima con «estudiantina»! —exclama Adriana, antes de levantarse y seguir a Tino.

—Hola, Clementina, me llamo Tino y no sé si sabes que somos colegas. ¡Soy el periodista de los Cebolletas!

—Encantada, colega —responde Clementina, chocándole la mano.

—Y yo soy Adriana, que rima con manzana —añade la hermana de Rafa—. ¡Me gusta disparar flechas y hacer de hincha de Tomi!

—Clementina, manzana… tengo la impresión de estar en la frutería —comenta Armando, provocando la risa de la mitad del graderío—. Solo faltan las mandarinas, que están en China, con Eva…

El viento frío y los nubarrones negros no auguran nada bueno.

Tomi está en el banquillo con el anorak sobre el chándal. Junto a él se sientan João y Becan. Nico está en la grada con su supuesto dolor de espalda. El organizador del juego y toda la delantera del equipo que ha ganado la liga se limitan a observar. Dani, que en estos dos años ha sido el comodín de los Cebolletas y salía casi siempre del banquillo, se ha convertido en el pilar insustituible de la defensa. Se diría que el mundo de los Cebolletas ha dado un vuelco de repente.

Gaston Champignon ha formado una alineación muy sólida, porque sabe que los Leones de África son muy poderosos físicamente. Ha colocado a Lara como lateral izquierdo en lugar de João, que ataca más pero no sabe defender tanto, y ha reforzado el centro del campo con los gemelos.

De modo que esta es la formación 4-5-1 de los Cebolletas: Fidu; Sara, Elvira, Dani, Lara; Julio, Pavel, Aquiles, Bruno e Ígor; Rafa.

Cuando el árbitro pita para indicar el inicio del partido, empieza a llover.

Los Leones llevan una camiseta verde muy parecida a la de la selección nacional de Ghana. Juegan con un esquema ofensivo: solo tres defensas y tres delanteros. Un 3-4-3 que al principio crea problemas a los Cebolletas, entre otras cosas porque los tres extremos, que llevan a la espalda números curiosos (97, 98, 99), cambian constantemente de puesto, y a los defensores de Champignon les cuesta marcarlos.

Gracias a uno de esos intercambios, Diouff, el número 99, se queda solo delante de Fidu. Los espectadores se ponen en pie, los paraguas se alzan.

El portero sale de entre los palos y finge tirarse, pero se queda inmóvil. El 99, convencido de que lo ha driblado, cambia de dirección, y en ese momento Fidu se tira de verdad, blocando el balón entre los pies del atacante africano.

—¡Eres un crack, Fidu! —aúlla Tomi desde el banquillo.

El susto espolea a los Cebolletas, que por fin se hacen con el control del partido y, a partir de ese momento, los poderosos centrocampistas, liderados por Aquiles y Bruno, ordenan el juego.

El Niño marca el primer gol de cabeza, tirándose en plancha a pase de Julio. Bruno redobla la ventaja con un misil de los suyos a saque de falta. El italiano consigue una nueva diana antes de la pausa con un elegante taconazo en carrera a pase de Ígor desde la izquierda: ¡3-0!

—¡Bravo, estos son los verdaderos Cebolletas! —grita de alegría Tino, aplaudiendo al Niño, que ha salido corriendo a celebrarlo con el pulgar en la boca junto a la valla.

El capitán de los Cebolletas también lo celebra con los demás reservas. El más moderado con las celebraciones es Gaston Champignon, que aplaude a sus pupilos, pero no ha dicho un solo «Superbe!» ni se ha tocado el bigote por el lado derecho.

Durante el descanso no ha dejado de llover ni un momento, y en el segundo tiempo se desata una tormenta tremenda que deja vacías las gradas.

El campo de juego se transforma en un inmenso mar de barro. A los Leones de África les cuesta todavía más que durante la primera parte hacer subir el balón, porque solo tienen tres centrocampistas que son detenidos sistemáticamente por los cinco Cebolletas apostados en esa zona.

De manera que los tres delanteros asesinos (97, 98 y 99) se quedan aislados.

En el fangal que se ha formado, la fuerza física de Aquiles y Bruno es aún más valiosa. Champignon hace un solo cambio: saca a Becan en sustitución de Julio, que ha corrido mucho.

Los Leones acortan distancias gracias a un charco, que detiene un pase hacia atrás de Dani.

Image

Dani el Espárrago se redime colando por la escuadra una falta sacada por Becan desde la derecha. Es el resultado final: ¡Cebolletas 4 – Leones de África 1!

Tomi está calado hasta los huesos, como si hubiera jugado. El viento ha hecho que el agua caiga a cántaros sobre el banquillo. Chapotea por el barro en dirección a sus compañeros, que celebran la victoria en el centro del campo. Les «choca la cebolla» a todos y luego indica:

—Vamos a saludar a los Leones.

Encabeza a los Cebolletas, que se colocan en dos filas a la entrada de los vestuarios y estrechan la mano de los jugadores africanos cuando pasan por en medio.

Es la primera vez que Gaston Champignon se atusa el bigote por el extremo derecho.

En las gradas se ha quedado solo Nico, aferrado a su paraguas, que el viento ha doblado hacia arriba.

—Si no estuviera tan enamorado, hoy no estaría nada contento, a pesar de la victoria —comenta Augusto.

—Tienes razón, querido amigo —aprueba Champignon—. João y Tomi no han jugado. Nico probablemente finge lumbago porque tiene miedo de perjudicar a su equipo. Así no me gusta ganar los partidos.

Fidu, cubierto de fango, avisa a sus compañeros:

—Colegas, mañana la empresa de mudanzas me entrega las cajas y celebraremos nuestro billete de oro. —Y luego se une a sus amigos, que cantan bajo la ducha «¡Cebo, oé, oé, oé!», felices por los tres primeros puntos conquistados en la liga.

El capitán se seca el pelo y sale del vestuario.

—¿Has visto? He hecho lo que querías —le dice Champignon—. ¿Estás contento, capitán?

—Sí —contesta Tomi—. El equipo ha ganado y está cantando de alegría.

En realidad no está tan satisfecho como parece. Y menos aún cuando ve a Clementina salir de la parroquia bajo el paraguas de Fernando.