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La chica a la que ves sentada en esos jardines, delante de una motocicleta azul que reposa sobre su caballete es Maira, la prima brasileña de João. Tiene 17 años y también vive en Madrid, donde va a la Facultad de Letras y sigue un curso de teatro. Es muy guapa y, como verás ahora mismo, se le da muy bien interpretar papeles.

Maira consulta el reloj amarillo que lleva en la muñeca derecha: son las cinco. Es la hora. Se levanta y empuja la moto hacia el taller del padre de Pedro. Ve a un chico que recarga la batería de un coche con cables y le pregunta:

—Tú eres Fernando, ¿verdad?

El hermano de Pedro se limpia las manos con un trapo y sale del taller.

—Sí, soy yo, ¿nos conocemos?

—Soy una amiga de Clementina, que me ha hablado muy bien de ti —responde Maira.

—Ah, ¿eres amiga de Clementina? —repite Fernando.

—Sí —confirma la prima de João—. Me ha dicho que eres un buen mecánico. Mi moto hacía un ruido raro y luego se paró de repente.

Tomi ha pedido a Clementina, que hoy va a la universidad, que le acerque con su coche.

Suben a la Cafetera y el capitán sugiere a su prima que pasen por los jardines que hay delante de su casa.

—Tengo algo que decirle a don Calisto, si nos lo encontramos.

En cuanto Maira ve aparecer el 600 rojo, le dice a Fernando:

—¡Quieto! Tienes una mariquita en el pelo…

Levanta la mano para quitarle la mariquita imaginaria y exclama:

—¡No te muevas! Se me ha enganchado el brazalete en tu camiseta.

Maira levanta el otro brazo y lo coloca alrededor del cuello de Fernando, que se queda inmóvil.

Desde el interior de la Cafetera se diría que la pareja esté abrazada delante del taller.

—¡Mira, si es Fernando! —exclama enseguida Tomi.

—Pero ¿ese tipo lo intenta con todas? —pregunta Clementina con una sonrisa.

—No —le responde el capitán—, esa es su novia de siempre.

—¿«De siempre»? —repite la prima.

—Sí, llevan cuatro años juntos y tienen intención de casarse…

—Ah… —comenta Clementina, sorprendida.

En cuanto el 600 desaparece al fondo de la calle, Maira finge haber desenganchado su brazalete.

—¡Ya está!

Fernando intenta poner en marcha la moto y lo consigue a la primera, sin problemas y sin oír ruidos raros.

—¡Fabuloso! —exclama la chica—. Clementina tiene razón: ¡eres un genio de los motores! ¡Adiós y gracias!

Sube rápidamente a la moto y se aleja.

Fernando se ha quedado de piedra.

—Tengo la impresión de que no era la moto a la que le faltaba un tornillo…

Tomi, sentado en el escritorio de su habitación, consulta el correo. Todavía no ha llegado nada de Pekín.

El capitán abre un mensaje y escribe lo siguiente:

De: tomi@cebolletas.es

Para: eva@china.com

Asunto: ¡Hola, Eva!

Hola, Eva:

Tengo algo importante que decirte, aunque ya no me escribes y a lo mejor incluso te molesta que te escriba yo. Es posible que tengas muchos amigos nuevos, te sientas a gusto con ellos, te diviertas y no quieras perder tiempo al ordenador conmigo.

Pero tengo una cosa muy importante que decirte. Los Cebolletas y yo hemos ganado diez mil euros a la lotería.

¡En serio!

Queríamos repartirnos el importe, porque somos diez y las cuentas le salen hasta a Fidu…

Hasta que nuestros peces de colores del estanque de El Retiro me han sugerido una idea que me parece estupenda y que he propuesto a los colegas: con ese dinero nos podemos pagar unas vacaciones en Pekín para las fiestas de Navidad, ¡así nos podremos ver y felicitar!

Creo que los Cebolletas han comprendido lo importante que era para mí este viaje y me han dicho que sí, aunque con ese dinero quizá se habrían podido comprar los regalos que querían.

Con cosas como esta se comprueba qué amigos lo son de verdad, y tengo mucha suerte, porque los míos son increíbles.

Pero antes quería saber si te gustaría que fuéramos a verte. Porque si no, o si vienes a Madrid por Navidad, es inútil que cojamos el avión. Sería cómico que voláramos hacia China mientras tú vienes volando a España… Como mucho podríamos saludarnos por la ventanilla cuando nos cruzáramos por el aire…

Por eso te pido que me respondas rápido, porque tendríamos que reservar el vuelo ya. ¡Qué desastre si nos dices que vayamos y no quedan plazas en ningún avión! Tendríamos que ir con el Cebojet…

Quería decirte también que he soñado tantas veces con el beso que nos dimos en París que hablo francés a la perfección…

Adiós,

Tomi.

P. D.: Si te has olvidado del español, escríbeme en chino, que iré a uno de esos restaurantes donde usan palillos y pediré que me lo traduzcan…

Tomi pulsa la tecla «Enviar» y desea un buen viaje a su mensaje con un suspiro muy profundo.

Esta semana todos los Cebolletas han ido a comprobar la nueva clasificación, los viejos y los nuevos.

—Seguimos teniendo tres equipos por delante… —comenta Aquiles.

—Sí, pero hace una semana estábamos a tres puntos del segundo y a cuatro del primero —puntualiza Becan—, y ahora el segundo está a un solo punto, y el primero, a dos.

—¡Es verdad! —reconoce Aquiles, que había mirado los puestos y no los puntos—. ¡El Club Huracán ha empatado con los Leones de África y nosotros nos hemos acercado!

—¿Quién habría dicho que en nuestra primera liga entre equipos de once jugadores estaríamos a dos puntos del primero después de cinco partidos? —se sorprende Fidu.

—¿Quién lo habría dicho cuando éramos los últimos con cero puntos después de los dos primeros partidos? —añade el Niño.

—Estoy seguro de que para Navidad nos habremos puesto por delante —dice Elvira—. En los últimos partidos de la fase de ida nos vamos a medir con los equipos menos fuertes.

—Mejor será no pensar en ello —sugiere Tomi—. Siempre que hemos infravalorado a tu antiguo equipo nos lo habéis hecho pagar…

—Tienes razón… —concede la antigua jugadora del Rosa Shocking.

Sara está leyendo las notas y comentarios de Tino y anuncia:

—Capitán, por fin has sacado una buena nota: ¡ocho! Escucha la valoración: «Hemos vuelto a ver al gran Tomi de siempre. Ha marcado un gol tan hermoso como su prima».

Tomi sube y baja la cabeza.

—Ese monstruo de Tino ahora me trata bien porque se ha enamorado de Clementina…

Los Cebolletas ríen con ganas y entran en el vestuario a prepararse para el entrenamiento.

Tomi es el último en cambiarse. Cuando Champignon entra a por el saco de los balones, el capitán está solo.

—¿Cómo se siente uno después de su primer gol en la liga? —pregunta el cocinero.

—Mejor… —contesta Tomi con una sonrisa—. Creo que el cinturón lleno de bolsas de harina, los neumáticos de colores y el cañoncito me han sentado estupendamente… Quería darle las gracias por su ayuda.

—Es el deber de un entrenador —le quita importancia Champignon—. Ya te dije que bastaría con un poco de ejercicio para adaptarse al nuevo estilo de juego.

—Es verdad —reconoce el capitán—. A cada partido que pasa me parece que el campo se ha encogido un poco más. Pronto lo veré como el de la liga entre equipos de siete.

—Estoy seguro de que Nico también se habría adaptado enseguida —dice el cocinero-entrenador.

—Sin Nico no somos la misma flor —observa Tomi mientras se ata los cordones de la bota derecha.

—Tienes razón —admite Champignon—. Espero que se lo piense mejor y vuelva con nosotros. Como hizo en su día Fidu.

—Yo también lo espero, míster. Aunque sea a costa de privar a España de un gran ajedrecista… —comenta con una sonrisa triste el capitán, que entra en el cuarto de baño del vestuario.

Un segundo después llegan Bruno y Rafa.

—Míster —dice el Niño—, queríamos pedirle algo.

—Decidme, chicos… —responde Champignon con el saco de los balones a la espalda.

—Quería saber si me puedo quedar con la camiseta del número diez —explica Bruno—. Nico ya no viene, y yo siempre he jugado con ese número.

—Yo en el Roma siempre he llevado el nueve. De pequeño lo dibujaba en todas las paredes… —dice el Niño—. Como usted me ha hecho jugar de titular y Tomi solo entra al final, creo que el nueve podría llevarlo yo. No es normal que un equipo no tenga en el campo números prestigiosos como el nueve y el diez, ¿no le parece?

—Estoy de acuerdo con Rafa —responde Champignon—. El nueve y el diez tendrían que estar siempre en el campo. De hecho, espero que Nico vuelva pronto con nosotros para llevar su número diez y te prometo que Tomi pasará más tiempo en el campo con su número nueve. Y ahora vamos a entrenar, los chicos nos esperan.

Tomi, encerrado en el cuarto de baño, ha oído toda la conversación.

Las palabras de Bruno y Rafa le han dado una idea sobre el entrenamiento que tiene que organizar.

Mientras Augusto asiste al calentamiento de los Cebolletas, el cocinero sube a la secretaría de la parroquia y prepara el material necesario.

Recorta trozos rectangulares de cartón sobre los que escribe un número con un rotulador, del 1 al 5. Luego ata una goma a todos los cartones, para que los chicos puedan ponérselos en la cabeza y lleven el número bien visible sobre la frente.

Al final del calentamiento, Champignon explica el juego que propone a sus pupilos:

—Todos memorizaréis el número que lleváis en la frente. Cuando grite un número, tendréis que buscar al compañero o los compañeros cuyo número, sumado al vuestro, dé la cifra que yo haya dicho. La suma se hará mediante un abrazo. Los primeros en abrazarse deberán gritar el resultado. Si la suma es correcta, ganan un punto. Al final elegiremos al matemático del día. ¿Listos?

Los Cebolletas se estudian para tratar de memorizar el número que llevan en la frente sus compañeros.

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—Claro —responde el portero—. Yo llevo el cinco y ellos dos el cuatro: cuatro más cuatro son ocho, más cinco, doce.

—¡Ocho más cinco son trece, pedazo de animal! —salta Lara, liberándose del abrazo.

—Ah, claro… —se excusa Fidu rascándose la cabezota.

Champignon grita otros números, y cada vez los Cebolletas se buscan, se persiguen, se abrazan, ríen y se divierten.

Más que entrenamientos, lo que necesita el equipo son abrazos, para convertirse en una sola cosa con un mismo espíritu. Una verdadera flor.

Champignon lo ha comprendido las últimas semanas, y la petición de Bruno y Rafa ha confirmado su impresión. El bloque de los viejos Cebolletas todavía no está del todo cohesionado con el de los nuevos. Para cocinar un plato complicado, para fundir y ligar todos los ingredientes de manera que produzcan un gusto único es necesario hacerlo con paciencia y mucho tiempo sobre el fuego. Y los abrazos calientan tanto como un horno.

Gaston Champignon ha puesto en la frente del Niño el número 5 y en la de Tomi el 4, y grita el 9 una vez de cada dos o tres, para que el capitán y el italiano tengan la ocasión de abrazarse. Y el número que puede hacerles discutir y enemistarse es el mismo que en este juego empuja a uno en brazos del otro.

Si Tomi y el Niño se funden en una sola cosa, en una pareja compenetrada en ataque, en la fase de vuelta los Cebolletas dispondrán de un as en la manga que ningún otro equipo podrá poner sobre la mesa.