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En el estadio de baloncesto del Palacio de Deportes han instalado una decena de mesas con tableros de ajedrez. Ya han empezado muchas de las partidas del torneo. Los espectadores, sentados en las gradas, las siguen por unas pantallas gigantescas que cuelgan del techo.

Nico y su adversario se sientan a una mesa vacía.

—¡Ahí está! —exclama Fidu, poniéndose en pie y señalándolo con el dedo—. ¡Dale al caballo! ¡Destrózale la torre!

Todo el público del estadio le reprende con un estruendoso «¡Chissst!».

Becan agarra a Fidu de los pantalones y lo obliga a sentarse.

—¿Estás loco? ¡Esto es un torneo de ajedrez, no un derbi en el Bernabéu!

El portero se ve asediado por mil miradas llenas de indignación.

—Lo único que quería era animar a nuestro lumbrera… —se justifica Fidu.

Nico adelanta dos casillas un peón blanco y aprieta el pulsador de una cajita que hay al lado del tablero.

—¿Qué es ese cacharro? —pregunta Dani.

—A lo mejor sirve para llamar al camarero —aventura Fidu—. Ahora le llevarán un zumo de naranja…

—¡Qué zumo de naranja ni qué ocho cuartos! Nico acaba de apretar el pulsador para detener el tiempo —explica Sara—. Cada jugador dispone de cierto tiempo para hacer sus movimientos. Cuando acaba, aprieta el pulsador del cronómetro que está colocado sobre la mesa y detiene el tiempo.

Nico aprieta cuatro veces el pulsador y al quinto movimiento se pone de pie.

—Perdón, pero ¿qué está pasando ahora? ¿Por qué se va? —pregunta Ígor.

—Me parece que tiene ganas de hacer pis —responde João.

—Nada de pises —explica el padre de Nico, sentado a sus espaldas—. Lo único que pasa es que ha ganado su primera partida: ¡jaque mate en cinco movimientos!

Fidu salta de nuevo y aúlla:

—¡Fabuloso, empollón! ¡Estamos contigo!

El Palacio entero, indignado, sisea de nuevo como una serpiente: «¡Chissst!».

Becan vuelve a coger al portero por los calzones y le obliga a sentarse otra vez.

—¿Quieres que nos echen a todos?

Después de tres horas interminables han quedado vacías muchas mesas, que son retiradas una tras otra.

En el centro del Palacio solo queda una, iluminada por focos: en ella se disputa la gran final del torneo.

Frente a Nico se sienta un muchacho entrado en carnes como Fidu, con una pajarita roja en el cuello de la camisa y la cabellera despeinada de un científico loco. Se hace un silencio tremendo, como durante un examen en clase. Solo se oye el ruido de las piezas sobre el tablero.

—Esta vez Nico se ha topado con un adversario duro de roer —comenta el padre del número 10 mientras estudia los movimientos del chico de la pajarita, que razona a la velocidad de la luz.

Nico mueve una pieza, y el otro, casi sin pensar, mueve otra de inmediato y aprieta el pulsador del cronómetro. Es impresionante.

En determinado momento, el padre de Nico exclama:

—¡Nooo!

Tomi se da la vuelta, preocupado.

—¿Qué ha pasado?

—No tenía que colocar ahí su caballo —explica el profesor de matemáticas—. Un error grave.

De hecho, en los movimientos sucesivos el chico de la pajarita se come una torre, un alfil y un caballo. El Palacio se llena de cuchicheos y comentarios.

Fidu sisea con todas sus fuerzas: «¡Chissst!».

La tensión crece.

—Si no comete más errores, Nico todavía puede salvarse y acabar en tablas —comenta el padre del número 10.

Pero al cabo de unos pocos movimientos los dos finalistas se levantan y se estrechan las manos.

Los Cebolletas se dan la vuelta y preguntan a coro, resignados:

—¿Ha perdido?

—No, ha ganado —contesta con un hilo de voz el padre de Nico, más sorprendido que feliz—. Ha hecho una jugada que yo, que soy maestro de ajedrez, no conocía…

Los Cebolletas se lanzan a abrazar a su antiguo compañero de equipo.

—¡Te has inventado un truco de magia propio de un auténtico número diez! —exclama Lara.

—A lo mejor… —contesta Nico, un poco cohibido ante tantas felicitaciones—. He usado una estrategia futbolística: he fingido equivocarme, me he parapetado en la defensa, él ha bajado la guardia y le he atacado a contrapié.

Aquiles, Bruno y el Niño admiran la nueva clasificación colgada del tablón de anuncios de la parroquia con los ojos felices de un niño ante una vitrina llena de juguetes.

—¡Estamos remontando a lo grande! —exclama Aquiles entusiasmado.

—Tenemos tres equipos por delante y cuatro por detrás —observa Rafa—. Lo que quiere decir que hemos ascendido a la parte alta de la clasificación.

—Y al final de la fase de ida estaremos todavía más cerca de la cima —comenta Bruno—, porque en los dos últimos partidos nos enfrentaremos a los Estrellas y los Balones de Oro, que son los últimos equipos de la clasificación.

Mira cuál es la situación del grupo después de cuatro partidos:

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Tomi y los demás Cebolletas originales se han reunido en un lugar apartado de la parroquia. Es el día de la gran decisión. ¿Cómo gastarán los diez mil euros de la lotería? Llevan discutiéndolo varios días.

La idea de Fidu los ha hecho reír a todos:

—Me los dais y me compro diez mil euros de merengues.

Al final de la discusión han quedado dos propuestas sobre la mesa. La más lógica, que consiste en repartirse mil euros por cabeza y que cada uno decida cómo gastarlos. Y la de Tomi: gastarlos juntos, como le han sugerido los peces de colores.

Ha llegado el momento de elegir entre las dos propuestas.

Siguiendo la tradición de los Cebolletas, cada uno deposita su voto en una cazuela. Tomi, Nico, Fidu, João, Becan, Dani, las gemelas, los gemelos…

El capitán se encarga del escrutinio. Abre las papeletas y lee diez veces su nombre. Está tan contento que le gustaría darles las gracias a todos sus amigos, porque con esa votación le han hecho un regalo que vale mucho más que diez mil euros. Pero se pone nervioso, de modo que coge su bolsa y se limita a decir:

—A cambiarnos. Es la hora del entrenamiento.

Y luego echa a correr hacia el vestuario, porque la felicidad le ha dado alas.

—Pero ¿adónde corre el capitán? ¿A China? —comenta Sara con una sonrisa.

Después del trabajo de fortalecimiento, Gaston Champignon ha sometido esta semana a Tomi a ejercicios de agilidad y velocidad. Hoy también lo hace.

El cocinero-entrenador ha llenado el área grande de neumáticos que ha pintado de amarillo y de rojo.

—Cuando grite «amarillo», meterás el pie derecho en un neumático amarillo —explica Champignon—, cuando diga «rojo» tendrás que meter el pie izquierdo en un neumático rojo, y así sucesivamente. Tendrás que ser de lo más ágil, porque gritaré sin parar.

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Una vez acabado el ejercicio, Champignon lleva a rastras el cañoncito hasta el banderín, y Tomi se pone otra vez a bombardear la portería de Fidu.

—El capitán está listo para volver a entrar en los Cebolletas —comenta Augusto.

—Creo que sí, amigo —concuerda el cocinero, atusándose el bigote por el lado derecho.

Quinta jornada de liga. Los Cebolletas acogen al Súper Viola, que viste una camiseta violeta con un disco blanco en el estómago y otro en la espalda con números dorados estampados.

Tomi, que todavía lleva el chándal y el anorak, se encamina al borde del campo con los demás reservas. Pedro le llama.

—¿Quieres esto? Es un videojuego, para que no te aburras en el banquillo…

Todos los componentes de los Tiburones Azules se echan a reír.

La ocurrencia no le gusta en cambio a Fernando, que riñe a su hermano:

—Pedro, deja ya en paz a Tomi, que no te ha hecho nada…

—¿Desde cuándo eres fan de los Cebolletas? —pregunta Pedro, volviéndose sorprendido hacia su hermano.

—¡Desde que ha llegado mi prima! —replica al instante Tomi, desde el campo.

Medio graderío suelta una carcajada unánime, incluida Clementina. Fernando se pone rojo como la Cafetera.

Junto a la prima de Tomi está sentado Tino, que la asedia constantemente a preguntas sobre sus clases de periodismo. El pequeño reportero la escucha embelesado, no se sabe si por las respuestas de Clementina o por sus ojos negros…

Mientras están sentados en el banquillo, João da una buena noticia a su admirado capitán antes del inicio del partido:

—He conseguido convencer a mi prima Maira. Mañana por la tarde, a las cinco, estará delante del taller de Fernando.

—¡Estupendo, eres un crack, João! —exclama Tomi—. Yo también iré a ver qué pasa.

En el partido de hoy contra los Súper Viola, Gaston Champignon repite la alineación que ha ganado los dos partidos anteriores.

Los Cebolletas se hacen rápidamente con el control de la situación, pero enseguida comprenden que no será fácil marcar. El Súper Viola se parapeta en su campo y no se descompensa. Ya la propia formación que han presentado, sumamente defensiva, revela que los Violas han acudido con la intención de arrancar un puntito al campo de los Cebolletas: 4-1-4-1.

Una muralla de cuatro defensas y otra de cuatro mediocampistas y, en medio, Tamara, la capitana, que luce trenzas rubias y trata de detener a todos los Cebolletas que se acercan al área grande. Lo que significa que el Súper Viola se defiende con diez jugadores y solamente deja a uno en ataque: el número 9.

El lateral y el extremo derechos de los Violas forman una doble barrera por la banda; lo mismo hacen los izquierdos por la banda opuesta. Julio e Ígor salen lanzados, pero se ven obligados a detenerse de golpe, como un coche ante un paso a nivel cerrado. Y siempre que Bruno intenta horadar el centro se topa con la valiente Tamara, que se le enfrenta con la saña de Xabi Alonso: es como un centinela despiadado delante de la defensa.

El resultado es que los Cebolletas tienen constantemente el balón, pero no logran crear jugadas de peligro. ¿Y el Niño? Se desespera en el centro de la defensa rival, porque nadie consigue darle un pase decente.

Diez minutos antes del final, Gaston Champignon, que ha sacado al campo a Becan en sustitución de Julio, ordena a João y a Tomi que hagan ejercicios de calentamiento. Los llama y les explica: