Capítulo 16
EL salón de baile estaba iluminado con cientos de velas diminutas. Los cuatrocientos invitados habían pagado un dineral por estar allí. El corazón de Ava era como un pájaro atrapado en una jaula. Aleteaba desesperado, buscando una salida. Había necesitado ayuda esa noche para meterse en el vestido. Un peluquero de París había viajado expresamente para hacerle un peinado y también una maquilladora de Milán. Nada en ella era natural esa noche.
—Relájate, Ava —le dijo Gianluca suavemente, haciéndola girar en sus brazos—. Eres la mujer más hermosa que han visto jamás. A la gente le lleva tiempo acostumbrarse.
Pero no había nada reconfortante en su voz. Parecía estar tan tenso como ella.
Se sentía extraña llevando las joyas de su abuela y nada más ver a Maria Benedetti entre la multitud, comenzó a sentirse como una ladrona.
—No me dijiste que tu familia iba a estar.
—No lo sabía.
A Ava le bastó con una mirada furtiva para ver la tensión que le atenazaba los músculos de la cara. Era evidente que a él también le resultaba inquietante la presencia de sus familiares.
Presentarla ante los amigos era lícito, pero hacerlo ante la familia era algo muy distinto. La había deslumbrado, la había cortejado y le había hecho cosas maravillosas, pero al final terminaría marchándose. Una vez regresara a Sidney seguirían algún tiempo juntos. Él iría a verla. Ella también viajaría... Pero finalmente otras mujeres acabarían cruzándose en su camino.
—Mi madre siempre consigue una invitación —le dijo Gianluca—. Pero esta es la primera vez que viene.
Con la actitud de un condenado, Gianluca la condujo a través de la sala. Eran el centro de atención.
Toda la confianza que Ava tenía en sí misma se esfumó de repente. Comenzó a sentirse como un mono de feria en exhibición. Consciente de que debía mantener la compostura, dejó de escuchar lo que le decía Gianluca. No necesitaba instrucciones para comportarse bien ante su madre. No era una idiota.
Maria Benedetti se sorprendió al ver que su hijo le besaba la mano.
Había una frialdad entre ellos que no pasaba desapercibida. La principessa miró a Ava con curiosidad.
Gianluca se la presentó.
—¿Cómo está? —dijo Ava, haciendo uso de la cortesía más exquisita.
—Ava, te pareces mucho a tu hermano. ¿Entonces eres tú la joven que ha hechizado a mi hijo?
No era lo que esperaba oír. Ava se derrumbó por dentro.
—¿Esos son los zafiros de la principessa Alessandra, Gianluca?
—Ava los luce muy bien —dijo él, en tensión.
La señora se encogió de hombros.
—Me alegra ver que han salido del banco.
La conversación se desvió hacia otros temas. La sonrisa plástica de Ava pendía de un hilo.
—Parece que lo estás pasando muy bien, Ava.
—Sí.
—¿Quieres comer conmigo mañana? Me gustaría que me contaras algo de tu estancia en Roma.
Ava miró a Maria Benedetti y se dio cuenta de que la mujer que tanto había despreciado a Josh parecía ir en son de paz.
—Sí. Me encantaría —logró decir, pensando en el viernes. Había sacado el billete de avión para ese día.
El hombre que estaba a su lado todavía no le había pedido que se quedara. Y ya sabía que no iba a hacerlo nunca. Miró a su alrededor. Escudriñó a la multitud y entonces le vio.
—¿Ava? —él levantó la mano, como para saludarla.
Josh era como un espejismo. Parecía tan alto y delgado con ese traje. Se estaba arreglando la pajarita.
—Nunca se me han dado bien estas cosas. Alessia trató de ponérmela bien en el coche, pero mira cómo está —no la miraba a los ojos.
Era evidente que su hermano estaba muy nervioso. Sin saber muy bien lo que hacía, Ava le dio un abrazo. Él se lo devolvió con timidez.
—Todo está bien, hermanita. Te sacaré de esta.
Ella lo miró, sorprendida, y entonces le dio otro abrazo.
La maldición se había roto de repente. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que había cargado con sus sentimientos.
«Rica, decepcionada, sola...»
Pero ya no iba a pasar la vida sola y sin amor. Pasara lo que pasara, su hermano siempre la querría. De repente sintió una mano en el hombro. Era Alessia, tan llena de energía como siempre.
—Llevas un vestido precioso. Pareces una princesa. ¡Gianluca, parece una princesa! ¿Por qué la has tenido escondida? Pensé que tendríamos que venir a Roma para liberarte, Ava.
—Gianluca ha sido muy amable —dijo Ava y entonces vio el asombro en el rostro de Gianluca.
—Te ha secuestrado —dijo Alessia.
Gianluca le puso una copa de champán en la mano. Más gente se unió al grupo. Era Marco, el primo de Gianluca, y su esposa, Valentina, una pareja a la que ya conocía. Tina era muy agradable. Había algo en ella que resultaba cercano, sencillo. Si todo aquello hubiera sido real, Tina podría haber sido una buena amiga.
Una buena amiga muy embarazada.
—Echo de menos el champán —dijo, señalando la copa de Ava.
—No es muy bueno —dijo Ava, mintiendo.
Tina sonrió, le dio un pequeño codazo y la apartó del grupo.
—Vi que te presentaron a la tía dragona. ¿Qué tal fue?
—Maria fue muy amable.
—¿En serio? Qué raro. Normalmente es muy desagradable con otras mujeres. Supongo que le ha sorprendido que Gianluca le presente a una de sus novias.
Ava hubiera querido decirle que no era su novia, pero no tuvo tiempo.
—De hecho, tú eres la primera. No eres de Sicilia, ¿no?
Ava sacudió la cabeza, confundida.
Tina se acercó un poco más.
—¿Eres virgen?
—¿Disculpa?
—No. Tiene esa mirada, esa mirada que tanto gusta —Tina le dedicó una sonrisa—. No te gires, Ava, pero Gianluca no te ha quitado la vista de encima ni un momento. Creo que está preocupado por lo que te he dicho, así que seré rápida. Es una pesadilla para las mujeres. Es muy guapo, es aristócrata y tiene mucho dinero. Las mujeres hacen cola para él. Son como el hielo en Siberia. Es una maravilla, ¿no?
Ava se sintió como si acabaran de darle un puñetazo en el estómago.
—Nunca le he visto tan feliz.
—¿Feliz?
Gianluca fue hacia ella en ese momento y Ava se preguntó si había oído algo. La agarró de la mano y la apartó del grupo sin decir nada.
—Necesitas tomar el aire —le dijo en un tono casi hosco.
Ava miró a Tina y encogió los hombros. La esposa de Marco le guiñó un ojo.
Una vez salieron a la terraza, Gianluca se quitó la chaqueta y la puso sobre sus hombros. Ava sacudió la cabeza. Retrocedió.
—Tenemos que hablar.
Estaba preciosa esa noche. Pero no era la belleza a la que estaba acostumbrado con ella. No era como cuando la sorprendía en un momento inesperado, al amanecer, cuando le miraba con ojos adormilados y le susurraba cosas que le hacían querer mover montañas por ella...
Esa noche se había convertido en una de esas bellezas entre las que había crecido. Quería alborotarle el cabello, borrarle el lápiz de labios... No quería que los Benedetti se apoderaran de ella. No quería que ella también se convirtiera en un peso más alrededor de su cuello.
—Tenemos que hablar —le dijo ella.
Él se aclaró la garganta.
—Sí. Es por eso que te he traído aquí.
—Quiero decirte algo antes.
Ella apretó las manos como si se dirigiera hacia el patíbulo. Por alguna razón el gesto irritó a Gianluca sobremanera. No quería estar en una multitud con ella. Quería llevársela a algún sitio donde pudieran estar solos.
—¿Has visto Tres monedas en la fuente? —le preguntó ella inesperadamente.
Él se encogió de hombros.
—A lo mejor sí. A lo mejor no. Conozco la canción.
Ella esbozó una sonrisa tímida.
—Solía ver esa película una y otra vez cuando era niña y quería tener esa vida. Una vida diferente, distinta a la mía.
Con un suspiro, Ava caminó hasta la barandilla del balcón. Ahí abajo, en la oscuridad, acechaba el Tiber. Gianluca se sorprendió a sí mismo pensando en todos los cuerpos que habían aparecido en ese río, los cuerpos de aquellos que se habían interpuesto en el camino de sus ancestros. Ava veía una fantasía, pero él veía la realidad.
—Me has dado esa fantasía, pero creo que es momento de marcharse —dijo ella—. Antes de que se desvanezca el hechizo. Antes de que te despiertes una mañana y te des cuenta de que he vuelto a ser Ava, sin más.
Gianluca la miró a los ojos, confuso.
—Esta vida de la que me hablas... ¿Por qué no puedes tenerla tú también?
Ella lo miró por encima del hombro. La ansiedad se dibujaba en todos los rasgos de su rostro. Gianluca sentía el peso del anillo en la chaqueta. Era como una daga en ese momento. Metió la mano en el bolsillo y lo agarró. Cerró el puño a su alrededor.
—Tenia entonces —dijo, casi con agresividad—. Ten esta vida.
Le tomó la mano con un gesto brusco. Ella trató de retroceder. Quiso retirar la mano, pero él no la soltaba.
—No sé de qué me hablas. No tiene sentido lo que dices. ¿Por qué estás enfadado conmigo?
Él sacó el anillo. Lo puso contra la luz.
—¿Esto tiene sentido para ti?
Durante una fracción de segundo, Ava pareció muy confundida.
—Este es el anillo que mi abuelo le dio a mi abuela. Ella no se lo quitó hasta el día de su muerte y se lo regaló a mi hermana mayor —le agarró la mano.
Ella trató de retirarla, pero él la sujetó con fuerza.
—Mi hermana prefirió no usarlo y el anillo ha estado en la caja fuerte de un banco desde entonces. Para mí sería todo un honor que... —le puso el anillo. Sus propias manos temblaban, casi tanto como la de ella—. Aceptaras ser mi esposa.
—Es demasiado pequeño —dijo Ava con un hilo de voz.
—Se puede agrandar.
Estaba furioso con ella. ¿Por qué tenía tanto miedo? Empezó a tirar de la joya. Quería quitársela.
—No lo quiero. Tómalo, por favor.
—Gianluca, ¿qué estás haciendo aquí fuera? Hay gente que ha venido desde el otro lado del mundo para verte. Todos tenemos que hacer nuestro... Oh, ya veo que he interrumpido.
Gianluca se volvió hacia la anfitriona con cara de pocos amigos. Ava pasó por su lado rápidamente y volvió a entrar en el salón.
—Necesito ayuda —le dijo a Alessia, nada más entrar—. No puedo ir en taxi con este vestido y no quiero volver con él. Necesito algún sitio donde quedarme.
—Cálmate —dijo la joven, acariciándole el brazo—. Te quedas con nosotros. Claro. Estamos alojados en un hotel que está a dos manzanas.
—¿Qué sucede, Av? —Josh la miraba con preocupación.
—Tenías razón, Joshy. Estoy condenada a quedarme sola.
No podía quedarse allí ni un segundo más. Se recogió un poco la vaporosa falda del vestido y echó a andar hacia la puerta principal. Mientras corría por las escalinatas de la entrada del palacio, tuvo miedo de perder un zapato, pero los tacones no la abandonaron esa vez.
Los dos guardias de seguridad vieron pasar por su lado a una joven con un vestido de cuento de hadas, una aparición que huía de las luces y se adentraba en la penumbra de la silenciosa calle.
Gianluca no podía encontrarla. Había cometido errores en su vida, pero esa vez no se había equivocado. ¿Cómo había podido acosarla de esa manera? ¿Cómo había podido asustarla?
—¿Has visto a Ava? —le preguntó a Josh sin perder tiempo.
El joven hizo un movimiento rápido y Gianluca esquivó el golpe milagrosamente. El puñetazo que iba a asestarle sin duda le hubiera dejado una buena marca en la cara.
—Dios, ¿cuál es tu problema, Lord?
—Tú, Benedetti. Tú y la forma en que has tratado a mi hermana.
Gianluca se puso tenso.
—Sí. Eso es. Te estoy pidiendo cuentas. Un cretino la abandona y tú te aprovechas. Es muy lista, pero cuando se trata de los hombres es como un ciervo delante de los faros de un coche.
—Sí. En eso estamos de acuerdo.
El joven frunció el ceño.
—Quiero casarme con tu hermana —dijo Gianluca con impaciencia, consciente de que estaba perdiendo el tiempo—. Estoy enamorado de ella. ¿Eso te aclara algo?
Se oyeron suspiros a sus espaldas. Eran Valentina y Alessia.
—¿Dónde está ella? —preguntó Valentina.
—Eso es lo que he venido a deciros —dijo Alessia. Era evidente que disfrutaba del drama—. Ha salido corriendo. Seguramente se haya ido a nuestro hotel.
Gianluca echó a correr hacia la recepción. La sangre vibraba en su cabeza.
—¡Benedetti!
Josh Lord respiraba con dificultad. Le alcanzó al final de la escalinata.
—Tienes que oírme. Ella vino a Roma porque esperaba que le pidieran matrimonio.
—Sí. Me lo ha contado.
—No. No lo entiendes. Pagó los billetes de avión, reservó el hotel, contrató una visita por La Toscana y compró un anillo.
Gianluca miraba a Josh como si le hablara en una lengua desconocida.
Y entonces se dio cuenta de lo que había hecho.
«Solía ver esa película una y otra vez cuando era niña y quería tener esa vida. Una vida diferente, distinta a la mía».
De repente sintió mucha vergüenza. La había obligado a ponerse un anillo, se había burlado de sus sueños románticos... Si no lograba encontrarla en los cinco minutos siguientes, movería cielo y tierra hasta dar con ella.
—No va a estar en nuestro hotel —dijo Josh en voz baja—. No si está dolida. Cuando éramos pequeños y nuestra madre estaba mal porque no tomaba sus pastillas, Ava me llevaba a dar un paseo. Caminábamos hasta el final de la calle y entonces ella me decía: «Iremos hasta el final de la calle, y después hasta el final de la siguiente...». Era como si buscara algo. Hizo lo mismo la noche de mi boda. Según un amigo de Alessia, no regresó hasta el amanecer.
Todas las piezas del puzle encajaron de repente.
-Grazie. Ya sé dónde encontrarla.
«Me quedé allí todo el día... Esperando que me llamaras».
Echó a correr. La vida le iba en ello.
El bar del Excelsior estaba oscuro, alumbrado por lámparas discretas, pero Gianluca la vio nada más entrar. Parecía estar en su mundo.
—Ava.
Ella se volvió lentamente. Tenía la cara pálida, manchada por las
lágrimas.
—No soy tu Ava. Y nunca lo he sido.
Le tiró algo. Gianluca sintió el golpe en el pecho y logró interceptar el objeto. Era el anillo. Fue hacia ella y se quedó allí de pie, sin saber qué decir. Ella levantó la mirada. Estaba furiosa.
—Vete. No te quiero.
—¿Entonces por qué estás aquí?
—Estoy esperando a alguien. Si es el hombre que pienso que es, vendrá, y si no lo hace, entonces estoy mejor sin él.
—Estoy aquí.
Ella lo miró con incertidumbre.
—Quiero que me perdones, Ava. Debería haber movido cielo y tierra para encontrarte.
Gianluca se preparó para lo peor, pero el rostro de Ava se iluminó de repente.
—No debería haber huido así —extendió las manos sobre su regazo—. Esta noche me has encontrado.
Una ola de alivio recorrió a Gianluca por dentro.
—Y fue solo una noche —añadió ella.
—Era nuestra noche. Nuestra noche perfecta.
Ella levantó la vista. Había algo suave en su mirada.
—Fue perfecta.
Gianluca se guardó el anillo y le tendió una mano.
—Ven conmigo.
Ella bajó del taburete lentamente. Lo agarró de la mano.
El Excelsior tenía una torre construida en el s. xvi y por sus escaleras de caracol pasaban millones de turistas cada año. A esa hora la zona estaba acordonada, pero Gianluca logró que le dejaran entrar gracias a un pequeño soborno.
—Esto es una locura —dijo Ava.
El roce del tul del vestido producía un murmullo constante mientras subían.
Las vistas eran sobrecogedoras, incluso en una noche de lluvia.
—Ava mía —Gianluca la atrajo hacia sí—. Al este está la residencia de verano de los Benedetti. Es una casa vieja, y los desagües no están muy bien, pero voy todos los veranos. Solía odiar el lugar. Odiaba lo que representaba, siglos y siglos de opresión. Cuando era joven juré que no me casaría, que no tendría niños, que no continuaría con el legado de la familia.
Le acarició la mejilla.
—Pero entonces te conocí a ti.
Ava lo miró fijamente.
—¿Ves esa colina que está al oeste? Las primeras tribus que habitaron la ciudad de Roma vivían allí. Quiero hacer una casa allí para nosotros, algo que sea nuestro y de nuestros hijos.
—Pero tú no quieres tener niños.
—Los quiero tener contigo.
Ava dejó escapar el aliento. Gianluca se arrodilló ante ella.
—Mi amor, ¿querrás pasar el resto de tu vida conmigo?
Antes de que pudiera impedírselo se arrodilló a su lado. Lo agarró de los hombros.
—Oh, sí.
Él le sujetó las mejillas y la besó en la sien, en los párpados, en la nariz, en los labios... Cuánto amaba ese rostro...
—Te quiero —susurró—. Te quise desde el momento en que te vi en esa catedral, con ese vestido azul y las flores en el pelo. Y cuando te vi en el viejo salón de baile del palacio, y vi que me observabas... Pensé... «Es ella».
—¿Sí?
—Y te seguí.
Ella sacudió la cabeza.
—Me hiciste bailar contigo y yo no sabía bailar.
—No me acuerdo de eso. Recuerdo que no hacía más que atraerte hacia mí y tú querías poner distancia.
—No te conocía.
—Pero sabías lo suficiente.
Él se rio y la besó, lenta y dulcemente.
—Supe que eras tú cuando te vi ese día en la calle —murmuró sobre sus labios—. Pero no sabía que lo sabía.
—Vine a Roma a buscarte, aunque en aquel momento no lo sabía —le confesó ella.
Unos minutos más tarde Gianluca recordó aquello que le quemaba el bolsillo de la camisa. Sacó la piedra que guardaba y se la puso sobre la palma de la mano.
Fuego verde, como sus ojos...
—Voy a hacer que la pongan en un anillo, para ti, Ava mía. Será tuyo, nuestro.
Ella lo miró a los ojos. Su corazón resplandecía en ellos.
Cuando salieron a la calle había dejado de llover, pero las calles estaban encharcadas y todo parecía tener un olor intenso tras la llovizna.
—¿Adonde vamos, Benedetti?
—Pensé que podríamos dar un paseo, buscar una iglesia y casarnos.
—¿Podemos hacerlo?
El grito de Ava asustó a las palomas que anidaban en las ventanas.
—Bueno, hay pregones que leer, y también está el asunto de tu ciudadanía... Además, imagino que el sacerdote estará en la cama a esta hora... —Gianluca la estrechó entre sus brazos—. Pero esto es Roma. Claro.
—Sí —dijo Ava, apoyando la cabeza sobre su corazón—. Todo es posible.