Capítulo 6
ME has oído? —repitió Gianluca con impaciencia—. Vístete y hablamos.
—Un momento —Ava recogió la sábana a su alrededor, como si una capa más de tela pudiera servirle de escudo—. ¿Qué le has dicho a tu madre de mí?
—¿A mi madre?
—Sí, a la mujer que te vio nacer. ¿O es que saliste de la cabeza de Zeus así como estás? No me sorprendería.
—¿De verdad quieres hablar de mi madre?
Ava tenía mucha experiencia con los tiburones corporativos, pero Maria Benedetti, la principessa, se había permitido el lujo de mirarla por encima del hombro siete años antes, como si la familia Lord no fuera lo bastante buena para los Benedetti. Había cometido un gran error llamando a Josh, pero tenía tantas ganas de oír una voz familiar a su llegada a Roma... Él se había mostrado tan distante que le había colgado el teléfono.
-¿Signorina Lord?
—¿Qué?
—Vístete.
—No. ¡Quiero saber qué le dijiste!
Él se frotó la mandíbula.
—No voy a mencionar nuestro singular encuentro, si es eso lo que te preocupa.
—No quería decir eso... De todos modos, no hubo tal encuentro, como tú lo llamas, a menos que te hayas aprovechado de mí mientras estaba inconsciente.
Se hizo un silencio sepulcral.
—No te estoy acusando de nada —apuntó Ava. Ya empezaba a sentirse un poco incómoda.
El silencio se prolongó.
—Muy bien. Olvídalo —murmuró, rehuyendo su mirada.
—Te puedo asegurar que eso no pasó.
—Era una broma.
—Estás desnuda en mi cama. Y yo lo llamo «encuentro singular».
—Debes de estar desvariando.
Él le lanzó una mirada que la hizo sonrojarse de los pies a la cabeza.
—Sí. Sin duda —dijo por fin.
Ava se sujetó la sábana debajo de los brazos.
—¿Y cómo llamarías tú a lo que pasó anoche? —le preguntó él, sin dejar de mirarla—. ¿Una típica noche de viernes?
Para Ava una típica noche de viernes consistía en tomarse una copa de vino y ver su episodio favorito de Poirot.
—Bueno, yo lo llamo «estar borracha y enferma de amor» —dijo ella con altivez.
—Borracha, sí. Pero, por muy halagador que me parezca, no creo que estuvieras enferma de amor por mí... Y si lo estás, será mejor que te olvides del tema.
Una ola de resentimiento arrastró a Ava.
—Enferma de amor por mi novio, no por ti, imbécil.
—Ahórrame los insultos, por favor.
Ava sintió un vapor abrasador en las mejillas y se dio cuenta de que le estaba revelando demasiadas cosas.
—Disculpa. Pero tú me has provocado.
Él arqueó una ceja.
—¿Dónde está tu novio? —le preguntó con escepticismo.
—No es asunto tuyo.
—¿Te deja salir sola por las noches? ¿Deja que te vayas al bar a beber sola?
—¡Yo no bebo sola en los bares! Y no tiene que dejarme. Soy una mujer adulta. Puedo hacer lo que me plazca.
—No es italiano, ¿no?
—¿Quién?
—Tu novio —le dijo, poniendo un énfasis especial en la palabra. Era como si creyera que era una mentira.
Ava se levantó de la cama y agarró su bolso. Se sentó junto a la ventana. Buscó algo dentro con furia y brusquedad.
—¿Qué haces?
—Aquí está. Toma. Mira —le dijo, dándole su móvil.
Le enseñó una imagen reciente de Bernard.
—Mi novio —dijo, como si acabara de sacar un conejo de una chistera.
Gianluca miró la foto sin mucho interés.
—Podrías tener algo mejor.
—¿Disculpa?
—No te quiere. De lo contrario no estarías aquí sola. Si fueras mi mujer, no te comportarías como te comportaste anoche.
Ava trató de no pensar en lo que conllevaría ser su mujer.
—¿Lo dices en serio? —su tono de voz subió considerablemente—. ¿Tu mujer? ¿Para empezar qué significa eso? ¡Y no sabes nada, nada, de mi relación con Bernard!
—¿Bernard?
—Sí, Bernard —Ava sintió lágrimas en los ojos—. Para tu información, vinimos a Roma para comprometernos, ¡pero rompimos! Oh, ¿pero qué sabrás tú de las relaciones? Usas a las mujeres y las tiras a la basura como si fueran juguetes rotos.
-Cosa?
—Ya me has oído. Eres... eres un mal bicho.
Gianluca guardó silencio, pero su gesto era burlón. Estaba claro que no iba a hacer mella en su orgullo de esa manera.
Ava se quedó sin fuerzas de repente. Él no se lo estaba tomando en serio y lo único que estaba consiguiendo era hacer el ridículo. Sacudió la cabeza y volvió a meter a Bernard en el bolso. Se puso a buscar los zapatos.
—Tengo que irme. Olvida que todo esto ha pasado.
Gianluca no contestó. Sacó el teléfono móvil.
Ava se agachó y metió las manos por debajo de la cama.
—Ava.
—¿Qué? —le preguntó, sacando la cabeza de debajo de la cama.
Él le estaba mirando el trasero.
Ava estuvo a punto de golpearse la cabeza contra el cabecero de la cama al ponerse erguida.
-Bella, ¿qué haces?
—Mis zapatos. No los encuentro.
—No me digas. Ven aquí —le hizo señas con la mano.
Ella vaciló un momento.
-Adesso, cara. Tengo algo que enseñarte.
Era evidente que no estaba acostumbrado a esperar. Seguramente todas las mujeres se ponían a temblar cuando oían ese tono de voz. Le dio el teléfono. Ava lo tomó en las manos. Casi se le escurrió entre los dedos, pero consiguió asirlo con firmeza. Era uno de esos modelos nuevos ultraplanos. Era una foto lo que quería enseñarle. En ella aparecían una mujer y un hombre. Se besaban en mitad de una plaza por la noche. La imagen habría sido muy romántica si hubieran sido dos desconocidos.
—Está demasiado lejos. No se les ve la cara —dijo Ava, esperanzada.
Gianluca pasó a la siguiente imagen.
El plano era muy cercano. Él, tan fotogénico como siempre, aparecía acompañado de una joven con los ojos cerrados. La expresión de su rostro le resultaba tan desconocida que apenas era capaz de reconocerse en la instantánea. Parecía que estaba a punto de desmayarse, y tal vez había sido así. Parecía todas esas cosas que Bernard le decía que no era.
Una mujer que se deja llevar por la pasión...
—¿Esa soy yo? —tocó la pantalla con el dedo índice.
La imagen no se esfumó. Era real.
—Bienvenida a mi vida.
—Espacio público.
Ava le arrebató el teléfono y empezó a mirar todas las fotos. En dos de ellas era fácilmente identificable.
—Oh, Dios, ¡estoy tan gorda!
—¿Eso es todo lo que tienes que decir?
—A ti te da igual —lo miró con rabia—. A ti no te han pillado con un vestido de noche y con esa pose horrible. Gianluca recuperó su móvil.
—Estás bien. Además, eso da igual. Tienes que irte de Roma y yo necesito saber dónde estás.
—¿Irme de Roma? ¡Irme de Roma! ¿Por qué?
—Porque te van a hacer muchas fotos más. Empezarán a sacar información. Serás una celebridad en un abrir y cerrar de ojos. Tu nombre, tu lugar de origen, lo que haces, quién eres... Para mí eso está a la orden del día, pero para ti no, ¿no es así? Vete a Ragusa unos días y esto se olvidará.
—¡Ni hablar!
—También está el pequeño problema de mi futura esposa —añadió Gianluca mientras revisaba mensajes en su teléfono.
Ava se volvió hacia él.
—Es una broma, Ava. Non e importante.
—¿Estás comprometido y has intentado llevarme al huerto?
—¿Qué? —Gianluca se guardó el teléfono e hizo uno de esos gestos tan latinos que indicaba incomprensión.
—Sí. Ya sabes. Llevarme al huerto, ligar conmigo...
—Todavía no estoy comprometido.
—No entremos en cuestiones de semántica ahora. Oh, vaya. Menuda pieza me he encontrado. Bueno, ahí te quedas, en cualquier caso —siguió buscando los zapatos, revolviéndolo todo esa vez.
—No fui yo quien salió en busca de sexo.
Ava se detuvo. Se volvió hacia él.
—¿Disculpa?
Él la observaba con esa pose desafiante que muchas mujeres sin duda encontrarían irresistible.
—Mira, entiendo que te han roto el corazón o lo que sea...
—Lo que sea, mejor.
—Pero anoche no estabas buscando a tu Príncipe Azul.
—¿Y sabes una cosa? ¡No lo encontré!
En ese momento le odiaba tanto que podría haberle tirado cualquier cosa a la cara.
—No me voy a ningún sitio. Este es tu problema. Fuiste tú quien provocó todo esto. Fuiste tú quien me besó.
—Parece que voy a tener que recordarte que fuiste tú quien me siguió como una loca por esa plaza. No tuve mucha elección después de semejante escenita... Y ahora, signorina, como lo que hiciste anoche ha salido en todas las portadas de la prensa rosa y mi equipo de Relaciones Públicas va a tener que ocuparse del tema, ya que somos familia, este fin de semana vas a estar en el mismo sitio que el resto de la familia Benedetti.
—¿Qué quieres decir? ¡Yo no soy de la familia Benedetti!
—Te vas a Ragusa.
—¡Desde luego que no! Tengo un viaje contratado por La Toscana.
Gianluca se echó a reír y Ava dejó de pensar por un instante. Sin saber lo que hacía, se abalanzó sobre él. Él la agarró del brazo con facilidad y la sábana empezó a escurrirse. Horrorizada, Ava trató de esconderse contra su pecho, atrapando la sábana en el último momento. De repente se encontró en una comprometida situación. Su cuerpo estaba duro, caliente. Un relámpago de deseo la recorrió por dentro, poniéndole de punta los pezones.
—¡Suéltame!
Para su sorpresa, él obedeció. La soltó. Ava agarró la sábana de cualquier manera y se sentó en la cama. Estaba en desventaja. No podía pelear en igualdad de condiciones.
—No soy parte de tu familia. No puedes obligarme a ir a ningún sitio.
Lo miró de reojo y descubrió que la observaba con mucha atención.
—Además, ¿cómo vas a explicar el hecho de que has besado a un miembro de tu santa familia, señor manipulador?
—Fue un beso amistoso, malinterpretado debido al estilo de la foto. Habíamos cenado con unos amigos y yo te acompañaba de vuelta al palazzo.
Ava abrió la boca y lo miró fijamente. Era bueno. Debía de ser la práctica.
—Te vas a quedar conmigo, como debe ser, y mañana nos iremos al sur para reunirnos con el resto de la familia. El cumpleaños de mi madre es este fin de semana.
Ava tragó en seco. Otra reunión del clan Benedetti... Otra oportunidad para sentirse como una rueda de repuesto...
—¿Tu prometida va a estar allí?
—No tengo prometida.
Ava no pudo contener el rubor que tiñó sus mejillas.
—Va a haber un montón de gente en Ragusa el próximo fin de semana. Se hablará de esas fotos. Nadie que me conozca se va a creer esa historia. Seremos el centro de todos los cuchicheos.
—Y eso te molesta, ¿no? —le dijo ella, acordándose de aquella rubia despampanante de la noche anterior.
Gianluca se mesó el cabello.
-Dio, en mi familia es el primogénito el que se casa y da herederos. Es por eso que nunca llevo a ninguna mujer a Ragusa. Esto... —señaló la cama revuelta—. Cuando llegue contigo, los rumores se extenderán como la pólvora.
—No te preocupes. Tu madre me odia. Seguramente me echará estricnina y entonces cesarán todas las especulaciones.
Se hizo el silencio.
—Además, no voy a ir. Si no voy, no supondrá ningún problema, ¿no?