Capítulo 5
DESPIERTA, BELLA Durmiente.
Una voz profunda y sexy la sacó del sueño.
«¿Y quién dice que no soy una mujer apasionada?», pensó Ava.
Su rostro se dibujaba cada vez más definido. Todos los detalles se hacían visibles; la perfección de su piel bronceada, la línea sensual de sus labios. Sus ojos color miel resplandecían como una llamarada sobre un pozo negro, como un eclipse de sol. Todo era oscuro, cálido y... real.
La estaba besando. El tacto de sus labios la revolucionaba por dentro. Las hormonas saltaban en su interior como burbujas en una bebida efervescente. Él enredó los dedos en su pelo de repente y le susurró algo contra los labios.
-Cosi dolce, cosi dolce, mi baci bella.
Era tan romántico, tan irresistible, tan real.
Ava recobró la conciencia. Abrió los ojos de golpe. Cuántas veces había soñado con algo parecido a lo que estaba ocurriendo en ese instante...
—¡Tú!
—Sí, yo, bella. ¿A quién te creías que estabas besando? ¿O es que después de un rato todos te parecemos iguales?
¿De qué le estaba hablando? Apoyó las manos en su pecho y le dio un empujón muy brusco. Él la miraba fijamente. Su expresión había dejado de ser tan amigable.
—Quítate...
Ava no sabía muy bien cómo llamarlo, pero sus protestas sonaban un tanto débiles después de esos besos apasionados que le había dado. Él recorrió su rostro con la mirada y entonces reparó en sus hombros desnudos.
Desnudos.
Ava se tocó el pecho. Estaba desnuda. Se miró. Aún llevaba las bragas... Recordaba vagamente haberse quitado la ropa, pero estaba segura de que nadie más se había visto implicado en el acto.
—Quítate —le repitió.
—Me gustas más cuando estás inconsciente —comentó él y se levantó de repente. Echó a andar hacia la puerta.
Ava hizo todo lo posible por incorporarse, manteniendo la sábana a su alrededor. Abrió los ojos ligeramente. Durante una fracción de segundo le había parecido ver un bulto en sus vaqueros.
Hizo una mueca de dolor.
—¿Adónde vas?
—Hoy es un nuevo día, Ava. Vístete —añadió y se marchó sin más.
Ava se quedó mirando la puerta unos segundos y entonces bajó la vista. Parecía una sirena, envuelta en esa sábana blanca. Acarició el tejido de manera instintiva. Durante una fracción de segundo se quedó en blanco. Volvió a sentir la suavidad de su aliento cálido, el peso de su cuerpo bajo las manos.
«Vuelve...», pensó.
Se dio un golpecito en la cabeza. ¿Qué le había pasado? Las hormonas la habían metido en un aprieto y tenía que ponerlas bajo control. El dolor pulsante que tenía detrás de los ojos le dio otro latigazo, como para recordarle lo imprudente que había sido. Bajó la cabeza y volvió a apoyarse en la almohada.
«Vístete, Ava... Ava... Vístete... Ava...».
Casi se cayó de la cama.
Él lo sabía.
Gianluca necesitaba una ducha fría. Se paró bajo el potente chorro de agua y relajó la tensión de los músculos del cuello.
«Ava Lord».
No era Evie, sino Ava.
Había pasado siete años recordándola, pero siempre era Evie en su recuerdo.
Solo había sido una noche, así que tampoco podía esperar recordar bien el nombre. Pero nunca había llegado a saber su nombre real. Lo había entendido mal, y ella no le había corregido. ¿Había sido algo tan anónimo para ella que ni siquiera había necesitado nombres?
¿Pero por qué le molestaba tanto un detalle tan pequeño?
La pregunta más importante de todas, no obstante, era por qué había sentido aquel nudo en el estómago cuando se había dado la vuelta y se había encontrado con una cama vacía.
Entonces tenía veintidós años y le iba bien en la vida. Era un jugador de éxito y las chicas se morían por estar con él, pero ya se había llevado unos cuantos golpes por aquel entonces y Evie... Ava había irrumpido en su vida en el peor momento. Era un chico resentido por aquella época.
Pero ella era distinta. Tenía carácter. Le daba instrucciones mientras conducía su Ducati por la ciudad. Se quejaba y protestaba... Había fingido perderse para provocarla. Pensaba que iba a disfrutar haciéndola perder la paciencia, pero no lo había conseguido. Sentía tanta curiosidad por la ciudad y su historia... La había llevado al Forum y a muchos otros lugares. Muchas veces había sentido que competía con los monumentos para ganarse su atención.
Y ella le hacía competir. Le había obligado a darle lo que ninguna chica le había pedido hasta ese momento. Le había hecho entretenerla. Al llegar al monte Palatino, le tenía en la palma de la mano.
Pero Gianluca no tenía nada planeado cuando se había tumbado sobre la hierba. Ella hablaba mucho y le encantaba escucharla. Eso lo recordaba bien. Y entonces había empezado a llorar y no había tenido más remedio que besarla, porque sus lágrimas eran tan reales... Las cosas no deberían haber pasado de ahí, pero olía tan bien. Nada más meter las manos por dentro del corpiño de su vestido de cuento de hadas, había sabido que no había vuelta atrás. El tacto satinado de sus pechos, sus pezones duros sobre las palmas de las manos... Lo recordaba todo.
Sabía que no era como las otras chicas y también sabía que el desenlace sería triste, pero en aquel momento le daba igual.
Evie, Evie, Evie... Ava.
¿Por qué le había abandonado tan rápido, sin dejarle conocer nada más de ella?
Poco después de encontrarse con esa cama vacía, recibió una llamada de teléfono que cambió su vida para siempre.
Siete años. Pasarían siete años.
—Se llama Ava Lord y se hospeda en el Excelsior. Josh no ha hecho más que llamar y llamar, pero tiene el teléfono apagado.
Su prima Alessia lo había llamado unos días antes, a las seis de la mañana. La hermana de su marido estaba en Roma, pero se negaba a ir a verles. Tenía que ir a buscarla ese fin de semana.
¿Cómo podía dar tantas vueltas la vida? Era ella. Ava Lord. Ava, Evie...
Después lo había llamado su madre.
—Tienes que recoger a esa chica, Gianluca. Alessia me ha dicho que no quiere venir a vernos. No fuimos agradables con ella en la boda de Alessia, y me temo que es por eso que no quiere ni vernos. Siento que es culpa mía.
Gianluca cerró el frigo y sacudió la cabeza. Se puso una toalla sobre los hombros.
Ava Lord.
En cuanto oyó ese nombre en boca de su prima Alessia, supo lo que había hecho.
Se había acostado con la hermana del novio aquel día.
Se afeitó y se vistió rápidamente. Había entrado en la habitación a primera hora, para enfrentarse a ella por fin, pero ese había sido el primero de sus errores.
Se la había encontrado en medio de la cama, con la sábana enroscada alrededor del cuerpo, mostrando todas esas curvas exuberantes que jamás había podido olvidar. Era evidente que estaba desnuda bajo la sábana. Su cabello, copioso y brillante, estaba extendido alrededor de su rostro.
Se había movido, y toda la gloria de su cuerpo perfecto se dibujaba en el fino tejido de algodón.
¿Cómo iba a mantener una conversación con ella sin pensar en el sexo?
Molesto consigo mismo, había apretado el botón de las persianas automáticas y la luz de la mañana había inundado la estancia sin remedio.
—Vamos, despierta.
Hubiera querido darle una buena sacudida, pero se había detenido antes de llegar a su hombro. No quería tocarla.
—Despierta, Bella Durmiente.
Ella masculló algo y la mirada de Gianluca se posó en esos labios de fresa, tan apetecibles como el resto de sus curvas. Esos ojos verdes y ardientes le habían atravesado.
Su imaginación, incontrolada, había seguido su curso. La había desnudado con la vista, siguiendo el contorno de sus caderas, bajándole la sábana con la mirada. Casi podía sentir el tacto de sus pechos en las manos, y sus pezones serían del mismo color que esos labios hipnóticos. La haría suplicar y entonces se hundiría en ella hasta el fondo. La llenaría por completo.
Ella había suspirado y lo había mirado con unos ojos adormilados, como si esperara algo. Gianluca se había inclinado sobre ella y le había dado un beso, un beso que reemplazaba al de la noche anterior, por su dulzura. Su boca era tan carnosa como la recordaba, y ella le había respondido. Aunque estuviera medio dormida, la había besado con toda el alma. Le había hecho enredar las manos en su cabello sedoso hasta que...
—¡Tú!
Gianluca había retrocedido al ver la sorpresa en sus ojos. Era como si no supiera a quién besaba, como si respondiera con el mismo arrojo a todos los besos de los hombres.
-Dio mio —exclamó Gianluca para sí, poniendo la mano sobre el pomo de la puerta.
No era una mujer cualquiera. Era su invitada, la cuñada de Alessia. Era la única mujer de Roma con la que no iba a acostarse. Esa vez se aseguró de llamar antes de entrar. No sabía qué esperaba encontrar, pero no era lo que estaba a punto de ver.
Ella estaba sentada en la cama, con las piernas encogidas, envuelta en la sábana. Desnuda.
-Santa Maria —masculló Gianluca—. Ten un poco de decencia y ponte algo de ropa.
Ella se volvió y durante una fracción de segundo pareció asombrada. Sujetó la sábana con fuerza a su alrededor y se la ajustó mejor.
—¿Es eso lo que has venido a decirme?
Gianluca cruzó los brazos.
—Tengo muchas cosas que decirte, signorina Lord. Teniendo en cuenta tu falta de pudor, será mejor que empiece ya. ¿Sabe tu hermano que estás aquí?
—¿Mi hermano?
—Sí. Ese hermano al que casualmente olvidaste mencionar.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Por qué te interesa mi hermano?
—Sospecho que él hubiera podido sentirse muy interesado en mí hace siete años, sobre todo porque desvirgué a su hermana en un parque.
La cara de Ava era de absoluta estupefacción.
—Soy el cabeza de familia de los Benedetti. Y tú eres miembro de esa familia por matrimonio. Soy responsable de ti mientras permanezcas en esta ciudad.
Gianluca esperó una respuesta.
—Estás de broma, ¿no?
—Yo casi nunca... bromeo.
—Entonces tendré que pedirte con mucha educación que te metas en tus
asuntos. No eres responsable de mí, ni mi hermano.
—En realidad, soy yo el responsable de tu hermano. Trabaja para mí.
—No. Josh tiene un viñedo en Ragusa.
—Sí. En mis tierras de Sicilia.
Ava frunció el ceño.
Ese no era el panorama que Josh le había descrito cuando la llamaba por teléfono en raras ocasiones. Creía que le iba bien, que tenía un negocio próspero y propio. De hecho, cuando había hablado con él unos días antes, había utilizado el comienzo de la cosecha como excusa para no tener que verla.
—Esto me gusta tan poco como a ti. Cuando mi madre decide llamarme el día nunca empieza bien.
—Si... Bueno... He oído que los hombres italianos están muy apegados a sus madres.
—Hablamos tres veces al año. En Semana Santa, Navidad y en su cumpleaños.
La miró de arriba abajo y Ava se movió un poco, incómoda.
—Con la de esta mañana han sido cuatro este año. Por ti.
—Bueno, ya veo que estoy uniendo a la familia —dijo Ava con ironía—. Te estoy haciendo un favor.
Gianluca decidió ignorar el comentario.
—Según las mujeres de mi familia, con las que intento no mezclarme mucho, te niegas a ver a tu hermano porque sientes que te han ofendido de alguna forma.
Ava sintió que la rabia volvía a la carga en sus venas.
—¿Pero qué tiene que ver con ellos?
—Al parecer se sienten responsables por cierta incomodidad que notaron en ti aquel día de la boda.
«¡Tú! ¡Tú fuiste el responsable de mi incomodidad!»
Ava respiró hondo. Había estado a punto de decir algo indebido.
—No es asunto de ellos.
—Puedes hablarlo con ellos entonces.
—¡Bueno, no pienso hablarlo contigo!
-Bene. No tengo ningún interés en conocer tu ajetreada vida sexual. Pero sí que soy la persona que te va a enviar al sur esta tarde.
Ava frunció el ceño. Claramente la había confundido con alguna de esas muñequitas con las que salía.
Le vio recoger su vestido del suelo. Se lo tiró a la cama. Tomó su sujetador de encaje y lo sostuvo con un dedo en el aire, meciéndolo a un lado y a otro. Ava se lo quitó de las manos con brusquedad y le clavó una negra mirada.
—Cuando te vistas hablaremos de todo esto.