Ciudad Caledonia

Todo en este país, él y la tierra donde se asienta, parece inconcluso, como si Dios lo hubiera dejado a medio hacer, recelando de la obra. Y tal el país, la ciudad. Esta ciudad ha sido cárcel tuya varios años, excepto para el trabajo, inútiles en tu vida, agostando y consumiendo la juventud que aún te quedaba, sin recreo ni estímulo exterior, igual aridez en los seres y en las cosas. Como la ciudad es, fachadas rojas manchadas de hollín, repitiéndose disminuidas en la perspectiva, cofre chino que dentro encerrara otro, y éste otro, y éste otro, así los seres que en ella habitan: monotonía, vulgaridad repelente en todo. ¿Cómo llenar las horas de esta existencia sin fondo?

Divinidad de dos caras, utilitarismo, puritanismo, es aquella a que pueden rendir culto tales gentes, para quienes pecado resulta cuanto no devenga un provecho tangible. La imaginación les es tan ajena como el agua al desierto, incapaces de toda superfluidad generosa y libre, razón y destino mismo de la existencia. Y allá en el fondo de tu ser, donde yacen instintos crueles, hallas que no sabrías condenar un sueño: la destrucción de este amontonamiento de nichos administrativos. Acaso fuese ello acción bienhechora, retribución justa a la naturaleza y la vida que así han desconocido, insultado y envilecido.