Capítulo 45

¡De regreso al hogar! Lilah se sintió tan feliz cuando divisó la casa de Heart's Ease en esa soleada tarde. Cuando el carruaje entró por el largo camino que conducía a la residencia principal, Lilah sintió la grata sombra de las dos filas de palmeras altas y frondosas que bordeaban el sendero como un abrazo. Miró el techo de tejas rojas de la casa, que podía entreverse a través de los árboles. A ambos lados de la joven, Leonard y Kevin sonrieron con indulgente diversión ante ese súbito ataque de nerviosismo. Consciente de las sonrisas de sus acompañantes, de todos modos Lilah se inclinaba adelante ansiosamente para echar su primera ojeada en casi seis meses a la amplia residencia de estuco blanco en que había nacido.

Ahora, ella abrigaba la esperanza de no volver a separarse jamás de ese lugar por mucho más tiempo que una noche.

—¡Lilah!

—¡Señorita Lilah!

Al oír el ruido de las ruedas del carruaje, su madrastra Jane salió a la galería, y descendió la escalera. Detrás venía Maisie, la piel reluciente como ébano pulido a causa del calor, como le sucedía siempre, con su cuerpo muy delgado que desmentía la reputación de que era la mejor cocinera de Barbados. El resto de los esclavos de la casa venía detrás de Maisie, descendiendo a tropezones los peldaños para saludar a la bienamada hija de la casa.

—¡Lilah, bienvenida al hogar!

Lilah saltó del carruaje a los brazos de su madrastra y abrazó a la buena mujer a quien había llegado a amar profundamente a lo largo de los años. Maisie extendió la mano para palmear el hombro de Lilah y entonces vio que tenía los dedos blancos de harina y retiró la mano con una sonrisa. — ¡Señorita Lilah, creíamos que estaba muerta!

—¡Oh, Maisie, qué alegría verte! ¡Qué alegría verlos a todos!

Cuando Jane la dejó en libertad, Lilah abrazó a Maisie y desechó entre risas las protestas de la anciana acerca de sus manos enharinadas. Al mirar por encima del hombro de Maisie a los esclavos que sonreían y sollozaban, Lilah encontró un par de ojos que había temido no volver a ver jamás.

—¡Betsy! ¡Oh, Betsy! ¡Temí que te hubieses ahogado! Lilah cayó en los brazos de Betsy y las dos jóvenes se saludaron con sincero afecto.

—¡Señorita Lilah, usted estuvo más cerca de ahogarse que yo! ¡Nuestro bote salvavidas fue descubierto por otro barco menos de un día después! El bote en que estaba usted y el

señor Kevin fue el único que se perdió, y cuando el señor Kevin regresó a casa y dijo que su bote había naufragado y que el mar se la había llevado... bien, le aseguro que no desearía volver a pasar momentos como esos! ¡Y pensar en las aventuras que usted vivió mientras a nosotros se nos destrozaba el corazón!

—Terroríficas aventuras, Betsy — dijo Lilah, apartándose de su doncella para sonreír al resto de la familia de esclavos—. ¡Me alegro tanto de verlos a todos que podría llorar! Pero no lo haré... por los menos hasta que haya visto a Katy. ¿Cómo está, Jane?

—Por supuesto, sufrió muchísimo por ti. ¡Su niña, perdida en el mar! Será mejor que vayas a verla.

—Sí, eso haré.

—Señorita Lilah, le llevaré agua para el baño y prepararé algunas ropas limpias. Sé que usted querrá ponerse sus propias prendas, tan pronto como sea posible.

Lilah miró el vestido barato pero bonito que su padre había comprado a una costurera de Bridgetown cuando descubrió horrorizado que ella tenía sólo ropas masculinas. Comparado con lo que ella se había acostumbrado a usar después del naufragio del Swift Wind, este vestido era magnífico. Pero, cuando Lilah recordó su propio guardarropa, desde las prendas interiores a los vestidos que usaba durante el día y los refinados atuendos para las fiestas, confeccionados con las mejores telas trabajadas por las modistas más hábiles, de pronto sintió vivos deseos de cambiarse. Ser de nuevo ella misma.

—Hazlo, Betsy. Y gracias a todos por la bienvenida. Los extrañé a cada uno más de lo que puedo decir.

Ascendió los peldaños y entró en la casa, seguida por Jane y los esclavos que venían detrás. Su padre y Kevin se ocuparían del caballo y el carruaje, y después probablemente se dedicarían a sus tareas. El trabajo en una plantación de azúcar de las proporciones de Heart's Ease nunca terminaba y obligaba a los dos hombres a consagrarle toda la atención posible.

—Lilah, querida, ¿eres tú?

Katy Allen ocupaba un cuarto pequeño en el último piso de la casa de tres plantas. Ciega y obligada a guardar cama, rara vez descendía a los pisos bajos. Había llegado de Inglaterra con la madre de Lilah; era una especie de parienta pobre que tenía varios años más que la joven a quien debía servir como acompañanta. Después, permaneció en la casa hasta la boda de su pupila, y aún más tarde. Cuando Lilah nació y su madre falleció, Katy había asumido el papel de niñera de la pequeña y después había sido su gobernanta. En el corazón de Lilah ocupaba un lugar apenas menos importante que el padre, y la anciana lloró cuando Lilah se acercó al lugar en que ella estaba, sentada en la espaciosa mecedora instalada en un rincón de la habitación, y la abrazó.

—Soy yo, Katy.

Lilah sintió un nudo en la garganta cuando abrazó el cuerpo anciano y frágil y respiró la suave fragancia del polvo que se desprendía de la mujer y que la había reconfortado desde su primera infancia.

—Sabía que no te habías ahogado. Una niña tan traviesa como tú, que a pesar de todo siempre sobrevivió, no podía morir así.

—No debiste preocuparte.

Lilah, que no se dejaba engañar por las palabras valientes de Katy, volvió a abrazarla. Esta vez una lágrima, seguida por una sonrisa y un sollozo, descendió sobre la mejilla blanca como papel.

—No te marches nunca más, ¿me oyes?

La anciana extendió la mano y acercó a su regazo la cabeza de Lilah, ese regazo que Lilah había mojado muchas veces con sus lágrimas infantiles, y le acarició los cabellos.

—No, no me marcharé, Katy. No me marcharé — murmuró Lilah. Y mientras la mano tan amada le acariciaba consoladora los rizos recortados, Lilah se dijo que había vuelto al hogar para siempre.