Capítulo 35
Cuando los hombres desaparecieron, Lilah permaneció inmóvil algunos minutos, sin saber qué hacer. ¿Qué harían con Joss? Le parecía inconcebible que en definitiva lo dejasen en libertad. ¿Tal vez él se proponía sorprender a Silas y Speare en el camino, antes de que llegaran a la vista del Magdalena? Pero había guardado su pistola bajo el cinto, y en cambio los dos piratas apuntaban las suyas a la espalda de Joss. No parecía probable que ni siquiera Joss pudiera imponerse a dos hombres armados en el espacio de tiempo que se necesitaba para descender a la playa.
El interrogante era: ¿Qué podía hacer ella para ayudarle? Revelar su presencia de nada serviría. No podía hacer nada, y esa era la triste verdad.
Cuando las voces se alejaron bastante, Lilah salió del matorral que le servía de refugio, y avanzó cautelosamente hasta el borde del risco. Los hombres ya estaban fuera de su campo de visión. Se trasladó al lado contrario del promontorio, desde donde podía dominarse la playa. Y aún estaba agazapada ahí, cuando Joss apareció saliendo del sendero que venía del risco, seguido por los dos piratas que aún lo cubrían cuidadosamente con sus pistolas.
Si Joss se proponía intentar algo, a lo sumo disponía de unos pocos minutos para lograrlo.
Los tres hombres enfilaron hacia la bahía. La distancia era demasiado grande y no permitía que Lilah oyese lo que decían, pero en todo caso los piratas empujaron a Joss hacia otro hombre, que estaba sentado bajo una palmera, al borde de la playa. Cuando el terceto se aproximó, el hombre se paró y movió una mano para desenfundar la pistola. Cuando Joss y sus captores se detuvieron, los cuatro hombres parecieron mantener a lo sumo una conversación muy breve. Después el cuarto hombre se apoderó de un gallardete escarlata depositado a su lado, sobre la arena, y agitándolo sobre su cabeza pareció enviar una señal al bergantín. Poco después una pequeña batea con dos hombres en los remos partió del barco en dirección a la playa. Cuando la embarcación se acercó, Joss se internó en el agua y subió a bordo de la batea. Silas y Speare los siguieron. Los remeros invirtieron sus posiciones y comenzaron a remar en dirección al Magdalena. Joss estaba sentado a proa, como si la situación no lo preocupase en lo más mínimo, y la pistola de Speare lo apuntaba constantemente. Joss no revelaba nerviosismo ni siquiera con un gesto mínimo, aunque seguramente temía por su vida.
Mientras la batea se acercaba a la nave, Lilah miraba con el corazón en la boca. Joss, una figura minúscula a esa distancia, identificable únicamente a causa de sus cabellos negros, trepó una escala para llegar a la cubierta, donde fue aferrado por dos pares de manos y apartado de la vista de Lilah antes de que hubiera hecho poco más que poner un pie sobre la cubierta. Cuando él desapareció, Lilah miró sin ver a los restantes hombres que ascendían por la escala del Magdalena. Sintió una dolorosa punzada en el estómago. Tenía tanto miedo por Joss que le dolían las entrañas.
En el curso de la tarde no sucedió nada. Aunque vigiló el barco con ojos de águila, no hubo indicios de Joss. El temor de Lilah era constante, tanto por él como por ella misma. Ahora que Joss se había ido, ella estaba sola y se sentía muy vulnerable. Si lo mataban, o si el Magdalena zarpaba con él a bordo, quizás ella permaneciera sola días o semanas... ¡incluso definitivamente! La idea le parecía terrorífica. Quedar abandonada en la isla con Joss era casi divertido, una suerte de aventura exótica y romántica. Permanecer sola sin tener la más mínima idea de la suerte de Joss, sería la peor de las pesadillas.
La tarde se convirtió en anochecer, y Lilah continuaba agazapada, vigilando el promontorio. Tenía apetito y sed, pero no se atrevía a salir de allí, no fuese que Joss se las arreglara para enviarle un mensaje. Cuando las sombras se proyectaron cada vez más largas, los grupos de búsqueda retornaron a la playa, donde el pirata que esperaba hizo señales con su gallardete escarlata para ordenar que viniese la batea. Hacia la noche, Lilah llegó a la conclusión de que la mayoría de los hombres había abandonado la isla.
Estaba sola, en la oscuridad.
El Magdalena se balanceaba grácilmente en las aguas azules de la bahía; era medianoche, y los ojos de buey estaban iluminados. Lilah jugó con la idea de nadar hasta el barco bajo la protección de las sombras. Sabía que eso era ridículo y muy peligroso, pero tenía la sensación de que podía enloquecer si no sabía algo. Quizá por lo menos podría descubrir si Joss estaba muerto o vivo...
Y de pronto, una batea se desprendió del Magdalena con dos hombres a proa y dos en los remos. Enfiló hacia la playa. Cuando la embarcación se acercó más a la orilla, ella creyó que uno de los hombres de la proa se parecía a Joss. Sintió que se le detenía el corazón, y después aceleraba sus latidos. La luz de las antorchas iluminaba la espalda desnuda y ancha y los cabellos negros, el pecho muy musculoso a partir de la cintura angosta, y los raídos pantalones negros. Y había algo en el modo de mover la cabeza...
Pero si ese hombre era Joss, en todo caso no parecía que estuviese en absoluto amenazado. Hasta donde Lilah podía ver, no lo apuntaban con pistolas, y ahora conversaba tranquilamente con el hombre sentado a su lado. Aunque fuera absurdo, la esperanza comenzó a renacer en ella.
Cuando la batea llegó a la playa, los hombres saltaron fuera de ella y chapotearon en el agua poco profunda hasta llegar a la arena. Los dos que habían manejado los remos arrastraron a tierra la batea. Cuando todos estuvieron en la playa, el hombre que quizás era Joss señaló el lugar donde estaba agazapada Lilah y dijo algo a sus compañeros. Los cuatro hombres miraron hacia el lugar en que ella estaba. Desconcertada, Lilah retrocedió.
Cuando volvió a mirar, el hombre de los cabellos negros y uno de los restantes habían comenzado a ascender por el sendero que venía de la playa. Los otros permanecieron detrás.
El pánico convulsionó el estómago de Lilah, que comenzó a jadear. ¿Qué podía hacer ella? ¿Esconderse? ¿Joss había sido torturado hasta obligarlo a revelar la presencia de Lilah? ¿Ese hombre era realmente Joss?
Si lo era, tenía que haber revelado la existencia de Lilah con motivos justificados. Si estaba llevando a los piratas hasta el escondite de Joss, quizá procedía así porque ella y Joss habían equivocado gravemente las circunstancias. Tal vez los piratas eran inofensivos. O quizás eran marinos honestos, y de ningún modo piratas.
Y tal vez los cerdos tenían alas. Lilah recordó a la mujer de los cabellos negros y se estremeció. Oyó la aproximación de los hombres por el sendero. Al escuchar el rumor grave de sus voces, ya no tuvo la más mínima duda. El más alto era Joss. Hubiera podido identificar esa voz en cualquier lugar del mundo.
Se detuvieron en el sendero, un poco más abajo. Agazapada, Lilah retrocedió hasta el lugar desde donde ella y Joss habían espiado a Speare y Silas — ¿realmente todo eso había sucedido hacía pocas horas? ¡Parecía que habían pasado siglos! Sólo un hombre permanecía allí. Una nube había cubierto la luna, y era demasiado oscuro para decir de quién se trataba. Pero había uno solo, de eso Lilah estaba segura.
Retrocedió de prisa buscando más protección, y de pronto una forma alta y oscura apareció en el claro. Durante un momento ella miró fijamente, la boca reseca, mientras la figura buscaba alrededor. Ella estaba casi segura de que era...
—¡Lilah! — oyó el ronco murmullo.
—¡Joss!
Lilah salió arrastrándose de su escondrijo y salvó de un salto el espacio que los separaba, para arrojarse sobre Joss en el colmo del alivio. El la recibió en sus brazos y la sostuvo contra su cuerpo apenas un instante.
—El capitán Logan — insiste en que me incorpore a la tripulación — explicó Joss en un murmullo—. Lo único que les impidió ahorcarme o acabar conmigo de un modo todavía más desagradable es el hecho de que puedo usar un sextante. Por eso soy valioso, por lo menos hasta que ellos lleguen adonde desean ir. Les dije que era el capitán de un barco que naufragó frente a estas costas durante la tormenta y que yo y otro marinero fuimos los únicos supervivientes. Tú eres el marinero, un ayudante llamado Remy. Eres mi joven sobrino y prometí a tu madre que te cuidaría. Eres un poco retardado y el naufragio empeoró realmente tu situación. Desde entonces no has dicho palabra. El barco era el Sea Bell, de Bristol ¿Lo recordarás todo?
Antes de que Lilah pudiese contestar, desde abajo llegó el sonido de la voz.
—¿Todavía está allí, San Pietro? — La pregunta llegó cargada de suspicacia.
—Ciertamente no me crecieron alas para cruzar el océano — respondió Joss—. Estoy explicando las cosas a mi sobrino, de modo que no pierda el poco seso que le queda. Vamos enseguida.
—¡Hágalo! ¡No pienso permanecer aquí toda la noche! — Joss se volvió hacia Lilah, y en sus gestos y su voz grave había urgencia.
—No confían en mí, pero me necesitan, y tenemos que ir con ellos o morir. Tú también tendrás que venir, sin olvidar tu papel ni un minuto. Ni un minuto, ¿entiendes? Eres Remy, mi sobrino retardado, y siempre me sigues, como una sombra. ¿Entendido?
Lilah asintió, el corazón oprimido por el miedo. Tendría que incorporarse realmente a la tripulación pirata... en la condición de un jovencito de pocas luces. ¿Podría representar ese papel durante muchos días sin equivocarse? Parecía absurdo, imposible. En realidad, ella nunca había contemplado la posibilidad de poner a prueba su disfraz de muchacho. Pero, como decía Joss, ¿cuál era la alternativa? Si la descubrían, casi seguramente significaría la muerte para ambos. Lilah pensó un instante en el asunto, y después elevó el mentón con gesto decidido. Podría representar el papel, porque era necesario. Ninguno de los dos tenía otra posibilidad.
—No cometeré errores.
Joss asintió. Miró alrededor una vez y con movimientos rápidos le arrancó de la cabeza el pañuelo y sostuvo en la mano la gruesa trenza de cabellos que comenzó a desprenderse.
—¿Qué haces? — murmuró ella, encogiéndose y aferrando el brazo de Joss que lastimaba su cuero cabelludo. — Lamento muchísimo hacerlo, pero todo este cabello es demasiado peligroso. Si descubren que eres mujer...
No completó la frase. Ella conocía el riesgo tanto como él. Con una expresión tensa que decía mejor que las palabras cuánto le dolía lo que estaba haciendo, Joss desenfundó un cuchillo y comenzó a cortar la gruesa trenza. El doloroso tironeo que su cuero cabelludo soportaba arrancó lágrimas a los ojos de Lilah, pero no emitió un solo sonido de protesta. Joss era el que parecía más apenado unos momentos después mientras estaba allí, de pie, contemplando la masa de cabellos plateados que descansaban sobre la palma de su mano.
—Volverá a crecer, tonto.
Ella sentía la ridícula necesidad de reconfortarlo; entretanto sus propios dedos exploraron, con dolor y desconcierto, el mechón irregular que él le había dejado.
—Lo sé. — Con algo parecido a un suspiro, también él le pasó la mano por la cabeza ahora despojada de su cabellera.
Joss pasó al lado de Lilah y de dos zancadas llevó la trenza reluciente al borde del risco que dominaba el océano. Durante un instante la sostuvo en su puño cerrado, como si estuviera complaciéndose por última vez en la sensación de los hilos sedosos. Después echó hacia atrás el brazo y arrojó al mar, a la mayor distancia posible, la trenza reluciente.
—San Pietro, ¿todavía estás allí?
—Ahora mismo vamos.
Incluso antes de terminar esta frase, Joss se inclinó para raspar un poco del musgo resbaladizo que crecía en la base de las piedras, al borde del risco. Se enderezó, volvió adonde estaba Lilah y le aferró el mentón. Mientras ella lo miraba sin decir palabra, él distribuyó el musgo aceitoso sobre el cuero cabelludo de la joven, abriendo los dedos para que llegase a todos los rincones con los cabellos ahora muy cortos. Después tomó un puñado de tierra y con ella también frotó los cabellos. Hecho esto, se limpió los dedos sucios en la cara de Lilah, con movimientos rápidos y bruscos.
—¡Ay!
—Lo siento.
Volvió a atarle el pañuelo y la examinó un momento.
—Dios nos asista — dijo por lo bajo—, pero es todo lo que puedo hacer. Recuérdalo, no hables, y mantén bajos los ojos. Estás idiotizada y asustada. Y por lo que más quieras, no te impresiones por nada de lo que puedas oír o ver. Un sonrojo podría ser nuestra ruina. Mantente siempre cerca de mí, corno si temieses a todos los demás. ¿Entendido?
Lilah asintió. Permanecer cerca de Joss y aparentar que tenía miedo no la obligaría a fingir mucho. Estaba aterrorizada y no deseaba perder de vista a Joss si podía evitarlo. Ahora lo necesitaba, como nunca había necesitado a otro ser humano en el curso de su vida.
El la miró un instante más, con expresión sombría. Después le sostuvo el mentón con la mano y la besó. Antes de que ella pudiese responder al beso, comenzó a descender por el sendero, seguido por Lilah.
Siguieron el recodo del sendero. El pirata que había acompañado a Joss estaba allí, fumando. Lilah inclinó la cabeza y dejó caer un hombro, de modo que adquirió lo que, según esperaba, era una apariencia desmañada y torpe. La piedra en la bota se le clavaba en la planta del pie, de modo que su cojera era real. Joss caminaba como si no soportara la más mínima preocupación, y en cambio el corazón de Lilah latía con tanta fuerza que ella temió que el pirata pudiese llegar a oírlo.
—Necesitó bastante tiempo — masculló el pirata cuando Joss se acercó, acompañado por Lilah, que venía a escasa distancia.
Aunque ella mantenía bajos los ojos, tuvo perfecta conciencia del examen implacable al que la sometió ese hombre. Lilah esperaba firmemente que las tiras de tela y la camisa suelta y el jubón alcanzaran a disimular sus formas. Cuando los ojos del hombre recorrieron su cuerpo, Lilah tuvo que hacer un gran esfuerzo para dominar el miedo.
—Acércate, Remy, y trata de no ser tan cobarde — dijo Joss con evidente disgusto, alargando una mano para atraparla por el hombro y obligarla a salvar los pocos metros que la separaban del pirata.
A tropezones, ella acabó por detenerse al lado de Joss, que la sostenía por una mano; la cabeza de Lilah colgaba a un costado. Los tres estaban envueltos en sombras, y eso aportaba cierta protección. Lilah estaba tan concentrada en representar el papel de idiota que cuando un pájaro nocturno gritó cerca ni siquiera se sobresaltó.
—El nombre de este caballero es Burl — dijo Joss a Lilah, subrayando las palabras como si ella fuera dura de oído.
Lilah miró fijamente el suelo y consiguió escupir bastante saliva para representar un babeo verosímil. Mientras la saliva goteaba por la comisura de la boca floja de Lilah y caía al suelo, Joss emitió un gruñido de repugnancia, pero la mano que apoyaba sobre el hombro la apretó en una suerte de felicitación secreta. El pirata apartó la mirada con repugnancia.
Después, dirigiéndose a Burl, Joss dijo:
—Este es mi sobrino Remy. Su madre creyó que un viaje por mar lo haría hombre, pero usted puede ver cuál es el resultado. No me agrada la idea de devolvérselo. Está peor que cuando partió, y estoy completamente seguro de que ella me achacará la culpa.
Lilah, consciente de que no podría mantener eternamente bajos los ojos, rezongó y movió los ojos, tratando de desprenderse de la mano de Joss. El la soltó y frunció el entrecejo cuando ella se puso en cuclillas y comenzó a trazar dibujos confusos en la tierra.
—¿De modo que es retardado? — dijo Burl y meneó la cabeza—. Bien, retornemos al barco. El capitán se alegrará de ver que no tiene por qué preocuparse. Realmente su sobrino no traerá problemas.
—Ponte de pie, Remy.
Lilah pensó que Joss representaba bien una suerte de exasperación controlada. Fingió que no lo oía y continuó dibujando círculos en el suelo. Hubo la proporción exacta de brusquedad en la sacudida con que Joss finalmente la obligó a incorporarse. Apenas él la obligó a enderezarse, Lilah de nuevo se puso en cuclillas y continuó con su tarea. Burl emitió una risotada.
Joss maldijo y la sacudió por segunda vez manteniendo una mano cerrada sobre el cuello de Lilah.
Burl, sonriendo ante los esfuerzos de Joss por enderezar a ese sobrino idiota, retrocedió un paso, de modo que Lilah y Joss pudiesen precederlo en el camino de regreso. Lilah cojeó y tropezó, babeó y aflojó el cuerpo. Joss le soltó el cuello y la aferró del brazo, para obligarla a caminar de ese modo. Burl venía detrás y al parecer aceptaba que ella era lo que fingía ser.
Mientras Joss prácticamente la arrastraba, Lilah descubrió sorprendida que su propio terror se había atenuado. Había representado su papel, y lo había hecho bien. Burl pareció convencido de que ella era Remy, un jovencito estúpido. Por supuesto, aún faltaba la prueba real. Aún debía pasar un tiempo con uno cualquiera de los piratas, o actuar a la luz implacable del día.
Engañar a la totalidad de la sanguinaria tripulación del Magdalena sería difícil. Pero ella no creía que fuese imposible. Ya no.