Capítulo 43

La mañana siguiente, el Bettina entró en Bridgetown. Joss supo únicamente que el barco había echado el ancla en un puerto de aguas tranquilas. El lugar exacto no le fue revelado hasta dos días más tarde, cuando dos marineros vinieron para sacarlo del calabozo donde había pasado solo casi seis días. Vio con silenciosa furia que aseguraban hierros a sus muñecas antes de llevarlo a cubierta. Ahora tenía la cabeza clara, podía caminar sin ayuda, pero estaba un poco débil a causa del confinamiento sin aire puro ni ejercicio.

Cuando salió a la luz del sol por primera vez en casi una semana, Joss se detuvo a la entrada de la escotilla, parpadeando furiosamente para protegerse los ojos del resplandor que los enceguecía. Su acompañante le clavó el mosquete en la espalda, urgiéndolo impaciente a continuar.

Cuando sus ojos se adaptaron gradualmente al brillo de la tarde tropical, tuvo conciencia de la presencia de cuatro figuras de pie cerca de la planchada; el grupo lo miró mientras se aproximaba. Tres eran hombres, y le pareció que uno de ellos era el capitán del Bettina.

El cuarto miembro, lo advirtió cuando su acompañante le ordenó detenerse a pocos metros de distancia del pequeño grupo, era Lilah. Estaba elegantemente ataviada con un vestido escotado de muselina rosada y mostraba los hombros blancos y los brazos esbeltos bajo las mangas minúsculas. Una ancha faja de color rosado más intenso le rodeaba la cintura bajo el busto. Una cinta del mismo color le sujetaba los rizos cortos muy rubios que enmarcaban el rostro pequeño. Para irritación de Joss, el estilo amuchachado le sentaba bien, y subrayaba la frágil perfección de sus rasgos, el tono crema de su piel, el suave gris azulado de los ojos enormes. La hermosura misma de Lilah irritó tanto a Joss que tuvo que esforzarse para mirarla sin rechinar los dientes. Se limitó a mirarla con expresión hostil y helada.

Ella afrontó la situación sin que se le moviesen siquiera las pestañas espesas. La suave semisonrisa que curvaba sus labios no varió mientras la joven decía algo al hombre bajo y robusto que estaba a su derecha. Joss no lo conocía, pero no se necesitaba un genio para comprender que debía ser el padre de

Lilah. Tenía alrededor de sesenta años, y su rostro mostraba un tono rojizo permanente a causa del sol; su cabello era una versión canosa de los tonos rubios de Lilah, y su figura era robusta, pero aún no recaía por completo en la obesidad.

Joss conocía al hombre que estaba al lado de Lilah. Joss maldijo a Dios, al demonio o a quien fuese responsable porque, después de todo, el prometido de Lilah no se había ahogado.