Capítulo 25

—¡Está bien, ahora puede mirar!

Lilah llamó a Joss desde el centro del estanque. No era muy profundo, y ella calculó que en el lugar que era más hondo el agua no le cubriría la cabeza. En ese momento tenía el agua hasta el cuello. No era posible ver a través del líquido espumoso, aunque ella se había dejado la camisola en beneficio de la modestia. Sus cabellos flotaban en el agua y los brazos flotaban a los costados, para ayudarla a mantener el equilibrio en vista de la contracorriente.

—¿Tiene una apariencia decente? — preguntó Joss, mientras se volvía con gesto cauteloso.

Su mirada descubrió a Lilah, y ella sospechó que él parecía aliviado al ver que en efecto tenía un aspecto muy decente.

—Vamos, venga al agua. ¡Es maravillosa!

Joss la miró un momento, cruzó los brazos y meneó la cabeza.

—Ahora no.

—¿Por qué no?

—Porque no deseo bañarme — dijo Joss con cierto retintín en la voz, y se sentó sobre una piedra, a orillas del estanque, como si pensara permanecer allí el día entero.

—Si quiere estar enfurruñado, hágalo, no me importa.

Lilah concentró su atención en la tarea de bañarse bien por sobre el pe primera vez en varias semanas. Se frotó la cara y el cuerpo con arena y después se pasó arena por los cabellos. Finalmente se enjuagó mediante el sencillo recurso de contener la respiración y hundirse en el agua, para después nadar bajo la superficie hacia el fondo del estanque. Cuando de nuevo emergió, descubrió a Joss de pie al borde del estanque, la mirada explorando atenta la superficie. Se apartó de la cara los cabellos mojados y descubrió la mirada de Joss fija en ella, con un resplandor ominoso.

—¡Me provocó un susto infernal!

El tono de furia se vio subrayado por los puños apretados a los costados del cuerpo.

—Lo siento, estaba enjuagándome el cabello.

Sonrió a Joss, y pareció que esto lo irritaba todavía más. Continuó de pie al borde del estanque, mirándola hostil.

—Muy bien, ya se bañó. Ahora salga y volvamos.

—¡Pero acabo de entrar! No deseo salir todavía.

—Como quiera. Pero si permanece aquí se quedará sola. Yo me marcho.

—¡Joss!

—Hablo en serio. Bien, ¿sale o prefiere quedarse aquí sola?

—Eso es chantaje — dijo Lilah, e hizo un bonito mohín, mirándolo de reojo para ver cómo reaccionaba.

Pareció que él se enojaba todavía más. De hecho, el malhumor de Joss era tan desproporcionado en vista de la situación que a Lilah comenzó a parecerle divertido, pues creía saber muy bien qué era lo que lo molestaba tan profundamente.

—Oh, está bien.

Como él no mostró signos de suavizar su actitud, ella se rindió con un suspiro de resignación y comenzó a caminar hacia el lugar en que él esperaba, al borde del estanque. No había dado dos pasos cuando una pequeña depresión la tomó por sorpresa. Resbaló y después se hundió como una piedra bajo la superficie del agua.

—¡Lilah!

Oyó que él pronunciaba su nombre mientras se hundía, y eso le dio una idea. Sonriendo para sus adentros, nadó hasta el fondo del estanque y se mantuvo allí, dejando escapar suavemente burbujas de aire que llegaban hasta la superficie. Como había previsto que sucedería, mucho antes de que pasara un minuto oyó un enorme chasquido. Emergió a la superficie, siempre sonriendo, y vio que él nadaba con rápidos movimientos hacia el lugar en que ella había desaparecido.

—¡Joss!

Al oír el sonido de la voz de Lilah, Joss cesó de nadar y miró alrededor. Lilah le sonrió cuando las miradas de los dos se encontraron. Aunque ella no podía ver a través del agua, imaginó por su postura que tenía los puños apoyados en las caderas. La cabeza de Joss estaba apenas inclinada hacia un costado y sus ojos lucían ominosos al clavarse en ella.

—Estaba bromeando, ¿verdad?

Formuló la pregunta con voz serena, sobre todo si se la comparaba con la expresión de su cara. La sonrisa de Lilah se amplió, pero haciendo gala de prudencia meneó la cabeza.

—¡Mentirosa!

Comenzó a acercarse al lugar en que ella lo esperaba. Lilah esperó hasta que Joss estuvo casi sobre ella, y entonces se zambulló hundiéndose bajo la superficie para salir del lado opuesto, y desde allí lo salpicó juguetona.

—De modo que me obligó a entrar en el agua con un engaño, y ahora quiere jugar, ¿eh? Muy bien, ¡estoy dispuesto! ¡Todo lo que sea necesario para complacer a una dama!

Trató de atraparla. Riendo Lilah nadó e intentó escapar de él, cuando al fin Joss la alcanzó y la obligó a volverse para mirarlo.

—Será mejor que respire hondo, muchacha, porque voy a humm... — empezó a decir Joss, y entonces ella extendió la mano y le hizo cosquillas en el pecho.

Sorprendido, él acercó los codos a los costados y soltó a Lilah. Ella nadó alrededor de Joss, y al hacerlo pasó los dedos juguetones sobre la ancha espalda del hombre.

—¡Venga aquí, usted! — Joss se volvió bruscamente y de nuevo intentó aferrarla.

Una sonrisa comenzaba a acechar en sus labios, eliminando el gesto de enojo con que había comenzado a perseguirla. Lilah se zambulló bajo la superficie y pasó un dedo juguetón a lo largo del brazo del Joss. Esta vez él la atrapó, cerrando su mano sobre la de Lilah y obligándola a salir a la superficie.

—¡La tengo! — dijo Joss, que manifestó francamente su complacencia al mismo tiempo que acercaba a Lilah.

Ella intentó hacerle cosquillas otra vez, pero ahora él estaba preparado, la esquivó y le aferró la mano. Acercó las dos manos de la joven a su propio pecho y la miró con una sonrisa de triunfo. Lilah respondió riendo también ella, satisfecha de haber sido apresada.

—¿No se alegra de que lo haya obligado a entrar en el agua?

—¡Usted me engañó!

Ella asintió, con sus ojos chispeantes. Ahora él tenía los cabellos negros tan mojados como los de Lilah y se le pegaban al cráneo y se le rizaban alrededor del cuello. Le había crecido una barba completa, que le cubría el delgado mentón. El agua le cubría las dos terceras partes del pecho, de modo que los hombros y el extremo superior de sus brazos musculosos aparecían bajo la superficie espumosa. Sostuvo las manos de Lilah medio sumergidas y medio fuera del agua, los dedos de la muchacha presionando el vello sedoso y mojado que cubría el pecho masculino.

—Jovencita, está jugando con fuego.

Le retuvo las manos mientras la miraba meneando la cabeza.

—¿Sí?

Lilah se acercó un poco más, sonriendo seductoramente. El apretó los labios y le soltó las manos. Los ojos de Lilah no se apartaron de los ojos de Joss, y ella elevó las palmas de las manos sobre el pecho de Joss para descansarlas finalmente en la piel tibia y húmeda de los hombros. Esa caricia era embriagadora. Lilah no podía ni quería detenerse y ahora dejó deslizar suavemente los dedos sobre los hombros de Joss.

Joss le atrapó de nuevo las manos y las bajó. Sus ojos exhibían un verde insondable mientras parecían perforar los de Lilah.

—¿Tiene idea de lo que está provocando? — preguntó Joss con voz ronca.

Lilah lo miró y la sonrisa desapareció de sus labios. Sin decir palabra, asintió. El la miró con los ojos muy grandes y después su cara adoptó una expresión seria.

—No, no lo sabe. Ni siquiera sabe besar bien. Me mordió.

Ella tuvo que sonreír ante esta observación, a pesar del súbito y desordenado golpeteo de su corazón.

—Usted puede enseñarme, ¿verdad? Y lo mordí porque... porque usted me asustaba, y pensé que... en general, la gente no besa de ese modo, ¿no le parece?

Terminó la frase con un acento de interesada curiosidad.

—Me temo que tiene razón. — La ingenua pregunta de Lilah provocó en él una sonrisa astuta—. Es decir, si son amantes.

Los ojos de Lilah parpadearon, pero después miró de nuevo a Joss.

—Amantes. Siempre pensé que tendría marido, pero nunca un... amante.

—Las damas jóvenes y bien educadas piensan en esas cosas.

—Pero... cuando salgamos de esta isla usted volverá a Inglaterra y yo volveré a mi casa de Barbados, y nunca volveremos a vernos.

La voz de Lilah era apenas más que un murmullo.

—Eso pensé.

—Joss, lo echaré de menos.

Ahora ella no lo miraba y más bien tenía los ojos fijos en la nuez de Adán de su interlocutor.

—Yo también.

El habló como si tuviese un nudo en la garganta. Lilah elevó los ojos hacia él y entonces se sintió impotente, atrapada por la profundidad esmeralda de los ojos de Joss.

—Entonces ¿no podríamos ser sólo... amantes... sólo mientras estamos en la isla? ¿Nada más?

Durante un momento pareció que él no respiraba. Después cerró las manos sobre la cintura de Lilah, y él mismo cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, su mentón era una línea tensa.

—Usted no comprende lo que está diciendo — afirmó finalmente—. Querida, desde mi punto de vista, nada desearía generalmente no más que ser su amante. Pero usted... puede haber consecuencias en el caso de una mujer.

Ella frunció el entrecejo.

—¿Qué clase de consecuencias?

—Hijos — dijo secamente Joss, y respiró hondo.

—Oh.

Lilah pensó en ello. Por supuesto, sabía que los hijos llegaban cuando la gente se casaba y compartía una cama. Quién sabe por qué, no había aplicado ese saber a lo que ella sentía por Joss.

—Pero hay... posibilidad de hacer ciertas cosas. Para que no haya hijos.

Pareció que él pronunciaba estas palabras contra su propia voluntad.

—¿El beso trae hijos? ¿La... clase de besos que usted me dio la otra noche? ¿Cuando lo mordí?

De nuevo los labios de Joss dibujaron una semisonrisa renuente.

—No — contestó.

—Entonces usted puede besarme así, y enseñarme todo lo demás que no provoque la llegada de los hijos.

—Cristo. — El cenó de nuevo los ojos, tragó saliva y después los abrió de nuevo para mirarla fijamente.

—Lilah, ¿está segura?

Ella asintió. Él se mojó los labios con la lengua.

—Está bien.

Fue apenas más que un ronco murmullo. Lentamente, como dándole tiempo a cambiar de idea, Joss inclinó la cabeza hacia ella y sus labios apenas rozaron los de Lilah.

—Rodee mi cuello con sus brazos — murmuró Joss, y ella obedeció. El corazón le latía y sentía flojas las rodillas. Cuando los brazos de Lilah se cerraron alrededor del cuello de Joss, ella se acercó un poco más y al mirar hacia abajo se sintió impresionada.

Una cosa grande y protuberante estaba presionando sobre su vientre. El agua turbia le impedía ver qué era, pero en realidad ya lo sabía. Era esa parte misteriosa de Joss que ella había alcanzado a ver la noche de la víspera, cuando él había salido del mar.

—Dejé mis pantalones sobre la orilla — dijo Joss, que adivinó el sentido de la mirada de Lilah.

Cuando comprendió que él estaba desnudo, a Lilah se le secó la garganta. Su mano soltó el cuello de Joss, descendió por su pecho y se hundió bajo el agua para buscar esa parte sugestiva del hombre. La tocó, la vio caliente y dura e hinchada, y sus dedos la acariciaron suavemente.

—¡Ay!

La mano de Joss aferró la de Lilah, la apartó de él, y la sostuvo. Al mirarlo, Lilah advirtió que había un resplandor salvaje en los ojos de Joss.

—¿No debo... tocarle eso? — preguntó ella con voz ronca.

El asintió, en un gesto seco. Después, inclinó la cabeza y la besó lenta y suavemente, y su lengua apenas tocó la línea de separación de los labios. Lilah se apretó contra él, temblando. Joss irguió bruscamente la cabeza, respiró hondo, mientras ella se apretaba más contra el cuerpo del hombre, y lo miraba con ojos enormes y lánguidos.

—Creo que después de todo tenías razón — murmuró Joss, y acercó de nuevo la mano de Lilah.