Capítulo 17

Cuando Lilah retomó con dos conchas marinas llenas de agua, Joss estaba de pie fuera del tosco refugio, dándole la espalda a Lilah, contemplando el mar. Los cabellos negros caían en rizos desordenados alrededor del cuello, tenía las espaldas anchas y relucientes bajo la luz intensa del sol y los brazos eran una masa de músculos. La cintura era firme y angosta y las regiones más íntimas del cuerpo, discretamente cubiertas por los pantalones negros cubiertos de arena, parecían tan flexibles y fuertes como el resto.

Al verlo, Lilah sintió que sus pasos se hacían más vacilantes. Cuando reanudó la marcha lo hizo con ritmo más lento. Después de cuidar a los enfermos a bordo del Swift Wind, ella sabía mucho más de la anatomía del cuerpo masculino que al salir de Virginia. Los pechos, las espaldas, los brazos e incluso las piernas desnudas y otras partes menos mencionables ya no eran cosas extrañas para ella. Pero la visión breve y necesaria del cuerpo masculino que ella había debido afrontar en el barco había tenido un carácter rigurosamente impersonal. Ver a Joss de pie, allí, desnudo hasta la cintura, con los músculos ágiles y potentes bajo la piel suave, la espesa mata de vello del pecho que se extendía desde un pezón chato y pardo al otro antes de angostarse y desaparecer bajo el cinturón de los pantalones...eso sí era personal. Se trataba de un hombre magnífica y bellamente masculino, y nada más que de mirarlo a Lilah se le secaba la boca.

Era vergonzoso que la mera visión de ese pecho desnudo la afectase así. Solamente mirarlo despertaba en el interior de Lilah los sentimientos más desenfrenados, y ella no era una mujer desenfrenada. Tratarlo rigurosamente como un criado sería la cosa más difícil que ella hubiese hecho jamás en su vida.

Joss oyó que ella se acercaba y se volvió para mirarla y sus manos cayeron a los costados. Sus ojos se encontraron con los de Lilah, los retuvieron y después emitieron un resplandor esmeralda que Lilah temía que les permitiera ver hasta el fondo de su corazón. Ella retribuyó la mirada, pues había decidido que no permitiría que él supiese cuán vulnerable podía ser frente a él. Lilah decidió reunir todo su valor y caminó directamente hacia Joss, adelantando una de las conchas marinas.

—¿Agua?

Joss aceptó el recipiente sin decir palabra, únicamente dirigiéndole una mirada apreciativa, y después lo llevó a los labios y bebió. Nada más que observar la inclinación del mentón y el movimiento de la garganta mientras el agua descendía, la trastornó. Era demasiado apuesto y eso no le convenía — ni convenía a la paz mental de Lilah. Cuando terminó de beber, dejó caer la concha marina sobre la arena y se pasó el dorso de la mano sobre los labios. Lilah sintió que ese sencillo gesto la conmovía de la cabeza a los pies.

Tenía que apartarse de él — y pronto — o eso que existía entre ellos explotaría. Deseaba sentir sobre su boca la de Joss más que lo que jamás había deseado nada en su vida.

—Gracias.

Los ojos de Joss se clavaron de nuevo en los de Lilah, tan decididos como los de un gamo que vigila la cueva de un ratón.

Desconcertada, Lilah llevó a sus propios labios la otra concha marina y bebió de ella sin percibir siquiera el ligero sabor salobre del líquido. Cuando apartó el recipiente de la boca, fue para descubrir que los ojos de Joss estaban fijos en ella, y sobre todo en sus labios. Los apretó en una actitud de defensa instintiva, y lo hizo en el momento mismo en que sus ojos se clavaban en los labios de Joss. Los suaves ojos azules chocaron con los duros ojos verdes durante un momento prolongado, y un remolino de tensión imparable se posó en el aire entre los dos. Después Lilah intencionalmente apartó sus ojos y miró la concha vacía que tenía en la mano. Para tener algo que hacer, se inclinó y guardó la concha marina en la arena, tomándose tanto tiempo y poniendo tanto cuidado como si hubiese sido una pieza de valiosísimo cristal. El acto físico le dio tiempo para controlar su expresión y pronunciar un severo sermón en beneficio de su díscolo corazón.

Cuando Lilah se enderezó, vio que él se alejaba por la playa. Durante un momento lo miró fijamente, con un sentimiento de desagrado y después se levantó las faldas y corrió para alcanzarlo.

—¿Adónde va? — exclamó cuando llegó al lado de Joss. El apenas la miró. Ciertamente no se detuvo, o siquiera aminoró el paso.

—Probablemente haya una aldea en las cercanías. Voy a comprobarlo. Está lejos de mi intención abstenerme de hacer los esfuerzos necesarios para devolver a una dama a la civilización con la mayor rapidez posible.

Su voz tenía un filo duro que expresaba cólera. Como de costumbre, había adivinado los pensamientos de Lilah, y sin duda conocía las razones del avergonzado retraimiento de la joven. Por supuesto, estaba irritado. Aún no había aceptado lo que era, pero eso llegaría con el tiempo, y a ella le sucedería lo mismo. Lilah solamente necesitaba ser fuerte; por lo menos, hasta que retornaran a la estructura normal de la sociedad, donde ya no debería afrontar esa inquietante tentación. El peligro estaba en encontrarse sola con él, fuera de los límites de su propio mundo.

—Realmente no debería caminar con este calor y una herida en la cabeza.

Fue todo lo que ella pudo decir para retenerlo.

—¿Qué? — La miró con fingida sorpresa—. ¿Quiere decir que la dama está realmente preocupada por su esclavo? ¡Caramba, señorita Lilah, usted me sorprende!

Ella se detuvo y lo miró hostil. Su burlona voz de falsete la enfureció. Joss continuó callando. Encolerizada, lo alcanzó y decidió que no hablaría antes que él. ¡Ciertamente jamás volvería a expresar ni siquiera una sílaba de preocupación por el bienestar de ese hombre! ¡Si deseaba suicidarse, eso sólo a él le concernía! El ritmo que él impuso a su andar disminuyó apenas, a medida que el sol se elevó en el cielo hasta que estuvo casi directamente sobre las cabezas de los dos y el calor llegó a ser sofocante. De la arena se desprendían pequeños vahos de vapor que flotaban en el aire frente a ellos. Ni siquiera la brisa que venía del océano alcanzaba a refrescar la atmósfera. Lilah sintió que le ardía la nariz y volvió a detenerse. Mirando para asegurarse de que él no la veía, deslizó las manos bajo la falda para desatar las cintas de su enagua y desprenderse de la prenda. Después aplicó los pliegues de tela blanca a la cabeza, para formar una suerte de tosco sombrero. Con la enagua sobre la cabeza y no alrededor de las piernas, se sintió muy aliviada, y, si su recato sufría, lo lamentaba. ¡No era tan estúpida como para buscarse ella misma un golpe de calor, incluso si eso era lo que él estaba haciendo!

Cuando Lilah lo alcanzó, Joss le dirigió una ojeada y rió groseramente.

—¡Qué falta de delicadeza, señorita Lilah, exhibir de ese modo sus prendas íntimas en público! ¡Qué mal, qué mal!

Furiosa, ella se detuvo en seco y lo miró con odio, pero Joss continuó caminando.

—¡Oh, cállese! — le gritó, y la energía de su respuesta logró que se sintiera un poco mejor.

Si él la oyó, en todo caso no ofreció ningún indicio en ese sentido. Se limitó a continuar caminando.

Esa actitud la irritó más que todo lo que él podía haber dicho o hecho. Si él estaba decidido a mostrarse difícil, Lilah se dijo sombríamente que cooperaría. Lo alcanzó de nuevo, elevó la nariz en el aire y avanzó con dificultad al lado del hombre, esperando la siguiente agresión con algo bastante parecido a la complacencia. Como él no le hizo caso, Lilah se sintió cada vez más contrariada. ¡En el curso de su vida jamás había estado tan cerca de cometer un acto violento!

Caminaron casi tres cuartos de hora sin que entre ellos se cambiase siquiera una palabra. Hasta ahí, no habían visto signos de vida, excepto los pájaros, los cangrejos y los lagartos. Lilah sabía que de no haber sido por la presencia de Joss ella se habría sentido atemorizada. Pero en ese momento estaba demasiado furiosa y en su espíritu no quedaba espacio para temer por la situación en que se hallaba.

Al trepar una de las pequeñas dunas cubiertas de pasto que dividían en secciones la playa, Lilah tropezó con una roca. Lanzó un grito y dio varios saltos sobre un solo pie, aferrando el miembro lastimado. Joss le dirigió una sola mirada que evaluó acertadamente la gravedad de la lesión y continuó la marcha. El carácter de Lilah estalló. Se habría tumbado sobre la arena allí mismo, rehusándose a dar un paso más, de no haber tenido la certeza de que él se habría limitado a continuar caminando sin ella.

Lilah lo siguió cojeando, clavando una mirada asesina en esa ancha espalda. Finalmente ella tuvo que saltar para alcanzarlo. Cuando llegó adonde estaba Joss, lo miró con odio.

—¡Por lo menos podría ser cortés! — exclamó Lilah. El la miró, con expresión de desagrado.

—No me siento cortés. — ¡Eso es muy evidente!

—Un esclavo no tiene derecho a hablar, ¿verdad? No estoy obligado a divertirla, o a devolverle a su prometido, ¿verdad? ¿O sí? Por favor, enséñeme. Como sabe, no hace mucho que soy esclavo y todavía no estoy bien enterado de la etiqueta obligatoria.

El sarcasmo de Joss provocó en ella un lento sonrojo que nada tenía que ver con el sol que le castigaba la cabeza.

—Usted es el individuo más irritante, arrogante, perverso y prepotente...

—Qué extraño, eso es exactamente lo que yo habría dicho de usted — dijo finalmente Joss, deteniéndose—. Es decir, si no fuera esclavo.

Los ojos esmeralda ardían de cólera contenida. Lilah resopló, incapaz de pensar una respuesta bastante cortante.

Joss no estaba de humor para esperar. Se volvió y comenzó a alejarse otra vez, de modo que Lilah no tuvo más remedio que mirarlo hostil hasta que él desapareció de la vista en otro recodo de la playa. Después, alzándose las faldas, caminó en pos del hombre. ¡Su pensamiento principal era que le agradaría mucho encontrar una piedra para descargarla sobre esa negra y sedosa cabeza!