CAPÍTULO 17

Philips miró a Helene cuando pasó junto a él para entrar en su suite. Ella no le había hablado en todo el viaje a casa, pero él no creía que estuviera sufriendo un dolor de cabeza. Las revelaciones sobre su pasado lo habían conmovido profundamente. Esto en cuanto a la imagen que tenía de ella como una puta sin corazón. Deseó no haberle permitido a Lord George Grant molestarlo de tal manera como para querer insistir en interrogar a Helene.

Esperó a que ella se quitara la capa y la arrojara sobre el respaldo de una silla. Philips miró su perfil. ¿Querría que él la consolara? Para su sorpresa, él lo deseaba mucho. Sería fácil cruzar el pequeño espacio entre ellos, tomarla en sus brazos y hacerle el amor toda la noche. Él tenía la edad suficiente para saber que no podía cambiar el pasado, pero seguía creyendo que podía ofrecerle algún consuelo.

Dio un paso hacia ella y luego se detuvo cuando ella giró y le obsequió una deslumbrante falsa sonrisa.

—¿Estás bien, Helene?

—Por supuesto que sí. ¿Por qué no iba a estarlo?

Ella caminó despacio hacia él, balanceando las caderas, sus senos empujando hacia afuera. Su polla se despertó y él resistió el deseo de reacomodarla. Ella pasó el dedo hacia abajo por los botones de plata de su chaleco hasta que llegó a la cintura de sus pantalones. Se estremeció cuando ahuecó su crecida erección.

—Helene...

Ella se dejó caer de rodillas con tanta gracia que le recordó a un cisne. Sus dedos trabajaron en el broche de sus pantalones hasta que quedó abierto para revelar su ropa interior. Su polla ya estaba tratando de escapar de los confines del fino lino.

Él gimió cuando ella lamió su eje a través de la tela, haciéndolo humedecer instantáneamente. Él curvó sus dedos en la parte trasera de su cráneo, mientras su sentido común trataba de luchar contra las estridentes demandas de su polla.

—No tienes que hacer esto.

Ella se quedó inmóvil y lo miró. —¿Hacer qué?

—Actuar como una prostituta para mí.

El color inundó sus mejillas. —Simplemente me estoy divirtiendo y espero poder excitarte.

Se inclinó hacia delante, la tomó por los hombros y la puso de nuevo sobre sus pies. —No, no lo estás haciendo.

Ella le sostuvo la mirada, la ira y la tristeza luchaban una guerra en sus ojos azules. —¿No te estoy complaciendo?

Él suspiró. Era increíblemente duro ser honorable cuando estaba tan deseoso de arrastrarla a la cama y follarla hasta el amanecer. Pero él había aprendido sus lecciones sexuales demasiado bien como para permitirse ser utilizado por alguien que sufría una crisis emocional.

Le dio un beso en la frente. —Helene, no estoy seguro de que pueda darte lo que quieres esta noche. —Hizo una pausa para abotonar sus pantalones. —Ni siquiera estoy seguro de si sabes lo que quieres.

—Te quiero a ti.

—No, tú quieres demostrarte algo a ti misma, y yo nunca he disfrutado jugando ese tipo de juegos.

La irritación brillaba en sus ojos. —No sé de lo que estás hablando.

—Entonces vete a la cama y te veré por la mañana.

—¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Ir y buscar a alguien que no quiera jugar juegos? —Su sonrisa desdeñosa no estaba diseñada para tranquilizarlo. —Buena suerte con eso en esta casa.

—¿No se supone que este lugar proporciona todo lo que deseo? —Hizo una reverencia y se volvió hacia la puerta. —Entonces, si lo deseo, estoy seguro de que voy a encontrarlo.

—Philips...

—¿Madame?

—Si hay algo más que desees aquí en lugar de mí, no te lo negaría.

Philips hizo una pausa. Así que ella sabía acerca de lo que había sucedido en la habitación de los deseos.

—Te deseo, lo sabes, pero no cuando estás con este estado de ánimo. —Se volvió de nuevo para encararla. —Y cualquier cosa que yo desee seguramente es un asunto mío.

Ella le sostuvo la mirada sin pestañear. —Como he dicho, estoy feliz de que explores todo lo que te interese.

—Qué amable de tu parte y cuán increíblemente condescendiente. —Dio dos pasos hacia ella. —Cuando vine aquí, lo único que quería era llevarte a la cama y follarte hasta que todo lo que pudieras pensar fuera follarme otra vez.

Ella se mordió con fuerza el labio inferior como si quisiera detener las palabras.

Él hizo una reverencia muy elaborada. —Ahora, me voy a ir, siguiendo tus órdenes, a encontrar a alguien que realmente me desee.

Su expresión cambió, se hizo más suave. —Philips, lo siento, no quise...

—Buenas noches, madame. —No permitió que terminara, temeroso de que de alguna manera ella socavara su capacidad para irse. ¿Cómo diablos se trataba con mujeres que no podían decidirse sobre lo que querían?

Se apartó de él.

—Buenas noches, entonces.

Vaciló una vez más y luego se vio obligado a salir. ¿Estaba ella más sacudida por sus confidencias con él de lo que él se había dado cuenta? ¿Por eso lo estaba alejando? Su conciencia le recordó que él la había rechazado primero, pero había una buena razón. Ella no tenía que jugar a la prostituta con él para disimular lo que sentía, él la conocía demasiado bien.

Suponía que muy poca gente conocía su pasado. ¿Era un buen momento para asegurarle que él nunca compartiría sus secretos con nadie? Arriesgó otra mirada hacia la puerta e hizo una mueca. Tal vez no.

Siguió subiendo las escaleras hacia la parte principal de la casa del placer, asintió con la cabeza a los corpulentos hermanos irlandeses haciendo guardia en la escalera, y se dirigió a la habitación de los deseos. Se quedó mirando la puerta durante un buen rato. ¿Estaba utilizando su hipócrita ira contra Helene para justificar su caída en las perversiones? Frunció el ceño. Maldita sea, ella había estado feliz de dejarlo explorar su sexualidad, ¿por qué no habría de hacerlo?

Estaba caliente como el infierno, y necesitaba un poco de alivio. Helene no tenía ningún derecho sobre él. Tenía todo el derecho de follar con cualquiera o a quién él desease. Empujó la puerta y se encontró en la ya familiar oscuridad.

—¿Qué desea?

—Adan. Quiero a Adan.

—Por favor, pase a su izquierda, y él estará con usted enseguida.

Philips soltó el aire y se abrió paso dentro de la enigmática oscuridad. Independientemente de Helene, si alguna vez quisiera ser íntegro de nuevo, para poder funcionar como un ser humano normal, tenía que superar los fantasmas de su pasado. Tenía que ponerse de acuerdo con lo que había hecho con él.

Se frotó su pene, que había estado semi-erecto toda la noche y ahora latía como un dolor de muelas. Parecía que no podía olvidarse de Helene después de todo. Ella había triunfado a pesar de su pasado, ¿no? Enfrentó horrores sexuales mucho peores que él y sobrevivió. Su mano se calmó sobre su eje. ¿Vería a través de él, después de todo? ¿Reconocería a un tipo sufrido y quería ayudarlo?

La puerta a su derecha se abrió brevemente, y Philips se enderezó.

—Buenas noches, señor.

—Buenas noches, Adan.

—¿En qué puedo servirle?

Philips cerró brevemente los ojos. —Me gustaría que me chupes la polla y luego... me gustaría chupar la tuya.

—¿Está seguro de que eso es lo que quiere, señor?

Philips se estremeció cuando Adan se acercó y ahuecó su mandíbula.

—Necesito hacer esto. Lo necesito para ver si encuentro algún placer en esto.

Adan dejó escapar el aliento. Olía a mar y a la vigorizante frescura de un día ventoso. —Si lo complace, señor, podemos recostarnos en la cama y darnos placer mutuamente, al mismo tiempo.

—No sabía que eso era posible.

Adan se rió entre dientes, el sonido sorprendentemente normal considerando las circunstancias. —De hecho lo es, y es más agradable también.

Philips lo siguió ciegamente hasta un rincón de la habitación, donde captó su primera visión de una estrecha cama blanca iluminada por una sola vela. Vaciló cuando Adan desabotonó ambos pantalones.

—No quiero que me mantengas presionado.

Adan hizo una pausa, sus dedos rozaron la esforzada polla de Philips. —Podemos ponernos de costado, o puedes estar encima mío.

—De costado, entonces.

Adan se subió a la cama, y Philips lo siguió, invirtiendo su sentido para que su cabeza quedase a la altura de las rodillas de Adan. Se estremeció cuando Adan acarició su polla.

—Me alegro de que hayas preguntado por mí. Me gustó tenerte en mi boca.

Fue suficiente para que Philips empujara los pantalones de Adan para exponer su polla, que también estaba dura y lista. Philips gimió cuando la boca de Adan se lo tragó todo, y se entregó al placer. Cerró los ojos y tentativamente lamió la polla de Adan, sintió el cuerpo entero de Adan tensarse y arquearse hacia él. Abrió la boca y tomó el eje de Adan profundamente, gimió al sentir la presión incrementarse sobre su propia polla e igualó sus succiones a las de Adan hasta que finalmente se corrieron juntos.

Era extraño sentir el semen de un hombre en su garganta otra vez. Tan diferente a su último encuentro, cuando él se había alejado a rastras y vomitado para purificar su cuerpo de ese vil abuso. Esta vez tragó con gusto, con entusiasmo, incluso. Un horror menos para atormentar sus sueños. Un nuevo recuerdo para reemplazar el anterior.

¿Era eso lo que Helene había hecho? ¿Sustituir cada horror con un nuevo encuentro donde ella tenía el control? Dios, él esperaba que sí por su bien. Esto lo ayudaba a entenderla mucho más. Se dio cuenta de que Adan estaba hablando.

—¿Está bien, señor?

—Sí, lo estoy. Esto estuvo... bueno.

—Me alegro. —Adan acarició el muslo de Philips, pasó un dedo hacia abajo entre las nalgas de Philips haciendo círculos sobre el agujero de su culo. —Quería tocarte aquí, pero no tenía permiso.

Philips retiró suavemente la mano de Adan. —No estoy seguro de que esté listo para eso.

Adan suspiró. —Entiendo. —Hizo una pausa. —Te permitiría tomarme de esa manera.

—No estoy seguro de que esté listo para eso, tampoco.

Philips rodó hacia una posición sentada y se puso a acomodar su ropa. Adan hizo lo mismo.

—¿Puedo hacerle una pregunta personal, señor?

—Puedes preguntar, pero no puedo garantizar que obtengas una respuesta.

—¿Usted fue forzado? ¿Algún hombre lo tomó sin su consentimiento?

Philip se quedó mirando a sus pies y luchó contra los recuerdos. Adan le tocó la rodilla. —Está bien, señor. Mi primer encuentro sexual con un hombre no fue mi elección tampoco.

—Y sin embargo, aquí estás, confiando en que no te maltrataré. Eres un hombre más valiente que yo.

—Este encuentro es mi elección. Puedo alejarme de usted cuando quiera.

Philips se levantó y fingió reacomodar su corbata. —¿Y qué pasaría si no pudieras escapar? ¿Qué pasaría si te vieras obligado por los lazos del matrimonio y temerías por la seguridad de tus hijos, si te vas?

El silencio llenó la sala cuando Adan se puso de pie. —Le pido disculpas por molestarlo, señor, y espero que considere preguntar por mí otra vez. Buenas noches.

Antes de que Philips pudiera responder, Adan dio un paso atrás en las sombras y desapareció a través de la otra puerta. Philips clavó los ojos en la oscuridad y maldijo en voz baja. Su cuerpo zumbaba con satisfacción sexual, aunque sus pensamientos eran caóticos. ¿Podría entender las elecciones que Adan y Helene habían hecho para redescubrir su propia identidad sexual? ¿Podría aprender algo de ellos después de todo? Maldita sea, si no podía hablarlo con Adan, la única otra persona que podría entenderlo era Helene.

Buscó a tientas su camino hacia la puerta más cercana y salió, utilizó la escalera de servicio para ir nuevamente al apartamento de Helene. El lacayo de turno se limitó a asentir cuando Philips cuidadosamente abrió la puerta. Un candelabro completamente iluminado era suficiente luz para que él viese que Helene estaba en la cama. Avanzó a través de la gruesa alfombra y se quedó mirándola.

Ella inmediatamente abrió los ojos. —¿Philips?

Él se arrodilló junto a la cama, tomó su mano entre las suyas y la besó. Lentamente respiró su aroma a lavanda y cerró los ojos.

—Mi esposa no era tan inocente como parecía.

Helene le apretó la mano. —Me preguntaba sobre eso.

Levantó la vista hacia ella. —Eres una mujer astuta. Yo era un tonto. Ella me mintió sobre su virginidad y su salud durante años.

—¿Pero por qué?

—Porque ya tenía un amante antes de nuestro matrimonio y estaba aterrada de que me enterase y los separase para siempre.

—Recuerdo que me dijiste que ella mintió para mantenerte fuera de su cama durante meses hasta que la llevaste a casa. ¿Era ahí donde estaba su amante?

—Sí. Yo sospecho que él fue quien le dijo que tenía que acostarse conmigo por lo menos una vez para disipar mis sospechas. —Se estremeció. —En ese momento, yo estaba muy agradecido como para preocuparme por sus motivos. Sólo quería sexo.

—¿Y ella concibió a tu hijo en esa única ocasión?

Él sonrió. —Lo sé. Suena sospechoso. Cuando por fin me di cuenta de lo que estaba pasando, me pregunté si ella había venido deliberadamente a mí en ese momento en particular para ocultar un embarazo ya avanzado. Pero mi hijo nació después de lo esperado, en lugar de antes, así que tengo que asumir que él podría ser mío. Me han dicho que tiene un gran parecido a mí.

—¿Y tu hija?

Philips tragó saliva. —No, no es que ella nunca lo sepa o que yo llegara a tratarla de manera diferente.

Helene se sentó, sus brazos envueltos alrededor de sus rodillas. —¿Cómo te has enterado?

—Fui a la habitación de mi mujer tarde una noche para discutir con ella acerca de su tratamiento con nuestro hijo. Desafortunadamente, me encontré con ella y su amante follando. —Él trató de tragar, no lo consiguió. —Mi esposa estaba tan aterrorizada, lo único que podía hacer era llorar, pero su amante... él fue mucho más rápido para reaccionar.

—¿Qué hizo él?

—Él me derribó. Cuando volví en mí, estaba atado a la cama. Me obligó a verlo follarse a mi esposa y entonces él... —cerró los ojos— ...me hizo tomar su polla en mi boca y luego me folló.

—Oh, Philips... —Helene se inclinó hacia adelante y tomó su rostro entre las manos. —Qué horrible para ti.

—Ese no fue el final. Él sabía que mi esposa era muy querida por mi familia, y me amenazó con hacer que ella les diría que él era mi amante y que ella estaba viviendo aterrada de mí. Él pensaba que ella sería capaz de convencerlos para mantenerme alejado, no sólo de ella, sino también de mi hijo y de cualquier otro niño que tuviéramos.

La miró a Helene a los ojos —No podía abandonar a mi hijo. No podía permitir que estuviera bajo la influencia de ese monstruo pervertido, ¿no?

—No, no podías. —Le tocó la cara. —Hiciste lo que tenías que hacer para salvar a tu hijo.

—Y padecer un matrimonio del infierno a causa de eso.

—Pero sobreviviste, ¿no?

—Apenas. Cuando Anne se embarazó por segunda vez y trató de persuadirme para que volviera a su cama, me negué. Le ofrecí un trato. Reconocería al niño y le permitiría mantener a su amante si ella nunca esperaba que la tocara de nuevo. En verdad, la salud de Anne se había deteriorado gravemente en ese momento. Hasta mi madre me instó a que no obligara a mi renuente esposa quien temía un nuevo embarazo. —Él hizo una mueca. —Yo estaba más que dispuesto a complacerla.

—¿Qué pasó con su amante? ¿Siguió al lado de ella?

Philips hizo una mueca. —Él se quedó. Estaba empleado como jardinero en la finca. Así es como se conocieron. No podía despedirlo por temor a que recurriera al chantaje. Me mantenía ocupado en las haciendas de mi padre, supervisando el bienestar de mis hijos cuando su madre estuvo demasiado frágil para ocuparse de ellos, y permaneciendo lo más lejos posible de ella. —Dudó. —Ni siquiera estoy seguro de por qué te estoy contando esto. No se lo he dicho a nadie antes. —Se encogió de hombros. —Tal vez sea una noche de confidencias.

Helene lo besó y envolvió sus brazos alrededor de su cuello. —Ven a la cama.

Él hizo una mueca. —No me he lavado y he estado con...

Ella lo interrumpió con otro beso y lo atrajo hacia la cama. —Ven a la cama.

Con un suspiro, él la permitió que le quitara la ropa y lo cubriera con las sábanas y con las exuberantes curvas de su cuerpo. Le empujó sobre su espalda y se sentó a horcajadas sobre él, el húmedo calor de su sexo contra su estómago. Le besó otra vez y luego besó el camino hacia abajo de su cuello y usó la punta de la lengua sobre sus pezones.

—Helene... No tienes que hacer esto.

Se dio cuenta que sus palabras eran un eco de su anterior conversación. Las quiso decir esta vez, también, pero Helene estaba diferente, su reacción hacia él era por sí misma, no había ningún artificio.

Él gimió cuando su boca viajó más abajo, se sumergió en su ombligo y en el grueso vello de su ingle. Su polla se levantó a su encuentro, deseosa de ser tocada, de estar rodeada por la cálida humedad de la caverna de su boca. Ella lamió la corona, su lengua encrespándose a su alrededor hasta que él creció aún más. Tan diferente a Adan pero igualmente erótico. El líquido preseminal corrió hacia abajo por su eje, y ella lo lamió también. Sus caderas se levantaron, tratando de persuadirla para que tome más de él, para que lo tomara profundo y duro, para que lo chupara hasta secarlo.

—Dios...

Él gimió cuando ella se lo tragó profundo en su garganta y lo mantuvo allí. Con una mano temblorosa, él se extendió para acariciarle el cabello, para sostenerla justo donde la necesitaba, en el oscuro centro de su deseo. Ella comenzó a chupar, largo y duro haciendo que su dispuesta carne rápidamente se pusiera aún más dura y más grande. Plantó los pies en la cama de manera que podía levantar las caderas con cada golpe.

Helene ahuecó sus bolas, frotándolas contra la base de su pene para que rozaron sus labios fruncidos. Sus dedos lo acariciaban desde el culo hasta su eje y rodeaban sus bolas en un patrón de éxtasis sin fin. Su pulgar se demoró en su arrugado agujero, presionó y se retiró a un ritmo tentador que lo volvía loco.

—Sí, tócame ahí. Hazlo.

Helene lo succionó más duro, y él cerró los ojos para apreciar las sensaciones más plenamente. Su pulgar se deslizó dentro de él, yendo más lejos con cada golpe, creando una nueva sensación de primaria necesidad hasta que estuvo dispuesto a suplicar para que ella nunca se detuviera.

—Por favor... —Se escuchó a sí mismo rogando, pero por qué él no podía decirlo, mientras todas las sensaciones físicas se fusionaban en una conductora necesidad de correrse tan fuerte y tan rápido como pudiera. Llegó a su clímax, sintió su semen disparándose en un interminable chorro caliente en la garganta de Helene.

Cuando terminó, temblando, la atrajo en sus brazos y la tiró sobre él. La besó en la mejilla y acarició su garganta. Ella suspiró y lo besó de nuevo, relajada como un gatito a pesar de su falta de satisfacción. Él lentamente abrió los ojos y alzó la vista hacia las cortinas color crema de la cama.

—¿Helene? —susurró.

—¿Mmm?

—Cuando él me forzó...

—¿El amante de Anne?

—Estaba duro.

—¿Y?

—Incluso aunque él me sodomizaba, yo estaba lo suficientemente duro como para correrme por él.

Helene se estableció sobre un codo y lo miró. Su largo cabello rubio le hacía cosquillas en la cara. —No puedes controlar todo, Philips. Algunas veces yo me corría cuando estaba con un hombre que me estaba utilizando. Eso no significa que te haya gustado.

Él la miró fijamente. —¿Estás segura? ¿Eso no me hace tan pervertido como él?

—¿Porque tu cuerpo reaccionó como debía al sexo? Todos estamos diseñados para procrear, n'est-cepas? Nuestro creador intentó hacer de eso una experiencia agradable, a pesar de nosotros. ¿Por qué más seguiríamos haciéndolo?

Philip frunció el ceño. Confiar en la palabra de una francesa que era demasiado pragmática sobre la mecánica del amor. —No lo había pensado así.

—Entonces, piensa en eso ahora, mientras duermes.

Incluso mientras luchaba por hacer eso, su cuerpo lo traicionó y lo envió en una espiral hacia abajo dentro de una bendecida inconsciencia.