CAPÍTULO 03

Philips dio las gracias a la criada, cerró la puerta, y volvió a la cama, equilibrando la bandeja de la cena en sus manos. Los tazones de humeante caldo de carne, pan fresco y crujiente, la cerveza y el pastel de manzana alegraron su corazón. La comida en el barco era común y corriente en el mejor de los casos, incomible o en mal estado en el peor. Y aunque le habían encantado las especias de la India, era un placer estar en casa para las cosas más simples de la vida.

Se detuvo al lado de la cama y miró a Helene, que dormitaba bajo el muy arrugado cobertor. Su cabello rubio estaba enredado, su piel un delicado rosa fuerte por la aspereza de su barba sin afeitar. A pesar de su desarreglo, le recordaba a las figurillas de porcelana sobre la repisa de la chimenea de su madre.

Se habían acoplado durante toda la noche en todas las posiciones imaginables y encontraron una cercanía que hasta ahora él había evitado tener en su vida. El cuerpo de ella ansiaba el suyo con una intensidad que lo humillaba. Incluso mientras la estudiaba, su polla se levantaba por la anticipación.

Con un gemido, puso la bandeja sobre una pequeña mesa y se metió entre las sábanas. Le hizo cosquillas a Helene detrás de la oreja.

—¿Tienes hambre?

—¿Por ti? Siempre.

Él se rió entre dientes. —No esta vez. Quise decir de comida.

Su nariz se retorció cuando ella captó la esencia del banquete preparado para ellos. Ella bostezó. Philips se inclinó para acomodar las almohadas y tirar de ella para ubicarla en una posición sentada. Sus pechos quedaron a la vista sobre la parte superior del cobertor y él observó las rosadas puntas. Su polla creció aún más.

Helene se apartó el cabello de los ojos y aceptó la jarra de cerveza que le entregó. Se estremeció mientras bebía y luego apoyó la taza.

—La cerveza inglesa es muy diluida. ¿Cómo puedes preferirla al vino?

Philips brindó con su taza. —¿Porque soy inglés?

Su sonrisa hizo que se le oprimiese el corazón, le daban ganas de cubrirla con su cuerpo y protegerla de todo mal. Había algo frágil debajo de su asombrosa belleza que lo llamaba a un nivel primitivo.

—¿En qué parte de Londres vas a vivir, Helene?

La pregunta se le escapó antes de que considerara las implicaciones. Se maldijo por ser un tonto cuando su cara se convirtió en precavida. ¿Por qué no podía aceptar el aquí y ahora? ¿Por qué tenía que echarlo a perder? Terminó su cerveza, se sirvió otro vaso, y luego equilibró la bandeja de comida sobre sus rodillas.

—Come, debes tener hambre.

Para su sorpresa, ella le tomó la palabra, comiendo con una seria minuciosidad que le hizo preguntarse si la comida siempre habría estado a disposición de ella. La idea de ella deseando cualquier cosa lo ponía curiosamente furioso. Enfocó su mirada en sus manos, esperando que ella no viera su vulnerable expresión.

Con una suave maldición, rodeó su muñeca izquierda con su índice y pulgar, haciéndole caer el pan. Dio vuelta su brazo para exponer las rugosas marcas de la parte interna.

—¿Quién te lastimó?

—¿Por qué lo preguntas?

Ella estaba silenciosa, su respiración tan superficial que él se preguntaba si iba a desmayarse. La apretó la carne, sintió los pequeños huesos flexionarse y sucumbir por debajo de la piel de porcelana.

—He visto las cicatrices de las esposas sobre la piel antes.

Ella suspiró. —Mi familia se vio envuelta en la revolución. Estuve prisionera por un tiempo.

Philips se limitó a mirar fijamente mientras se aferraba firmemente a las espantosas imágenes que su simple declaración dejaban entrever. A pesar de su exilio en la India, sabía de sobra los horrores que habían acompañado a la Revolución Francesa. Helene tiró de su agarre y envolvió ambas manos sobre su pecho. Ella se retrajo a un lugar privado que él sintió que nunca le sería permitido poder entrar.

Tomó una respiración entrecortada.—No quiero hablar de ello. Sobreviví y quiero seguir con mi vida.

Philips asintió con la cabeza. Ella sólo tenía dieciocho años. Él podría quejarse, pero ¿cómo había sido su corta vida, en comparación con la gratificante y mimada existencia de él? Se sentía demasiado inadecuado como para preguntar sobre el sufrimiento reflejado en sus hermosos ojos.

Tomó su cerveza. —Entonces aquí está tu vida.

Ella lo miró, su expresión aún distante y cautelosa. Él se estiró, le dio nuevamente su jarra de cerveza, y alzó las cejas. Para su intenso alivio, ella logró una trémula sonrisa. Su corazón se suavizó, se derritió, y fue a parar a sus pies.

—Por la vida, —dijo, levantando la taza.

Philips le devolvió la sonrisa y volvió su atención hacia su plato, razonando que si él podía llenar la boca con comida, era menos probable que dijera algo estúpido. Y tan pronto como Helene terminara de comer, él la mostraría exactamente hasta qué punto estaba dispuesto a quitar el dolor de su mirada.

Mucho más tarde, cuando la habitación era una secuencia de sombras y distorsionadas lúgubres formas, Helene se agitó en su sueño. La vieja cama de plumas se hundió en el medio y les hizo un nido perfecto. Detrás de ella, Philips yacía sobre su lado, una mano hundida entre las piernas de ella, la otra ahuecando su pecho. Su casi erecto pene acomodado entre sus nalgas. Se sentía más a gusto con él que con cualquier otro hombre. Su profunda apreciación hacia ella era evidente en todo lo que hacía. Adoraba a su cuerpo, libremente compartía el suyo con ella, y ella se exaltaba en cada nueva sensación.

¿Si le hubiera conocido en su vida anterior en un baile o en alguna otra ocasión social, le habría sentido de esta manera? ¿Esta instantánea conexión y fuerte atracción sexual? Había cambiado tanto que ya no confiaba en sí misma. La amarga experiencia había sustituido a sus antiguos sueños románticos. Nada era nunca tan bueno como parecía, y sin embargo allí estaba ella, rodeada por los brazos de un hombre y en paz por primera vez en años.

Sonrió en la oscuridad. Su aroma la cubría ahora, el exótico olor de las especias y de su simiente tan familiar como su propia crema. ¿Alguna vez se había permitido yacer entrelazada con un hombre sin querer deshacerse de los recuerdos físicos de otro encuentro sexual no deseado?

—Estás despierta.

Lentamente abrió los ojos cuando Philips le frotó la nuca.

—Supongo que sí.

Él se rió entre dientes, el sonido apagado contra la nuca de su cuello. —Me estaba imaginando que estaba de vuelta en el barco. Me desperté porque nada se movía.

—El viaje a la India es muy largo, ¿n'est ce pas?

—Sí, cinco o seis meses aproximadamente. —Él apretó su pecho. —Y, sin pasajeras mujeres con quienes coquetear. ¿Te imaginas eso?

—No puedo imaginar cómo sobreviviste sin sexo durante tanto tiempo.

Él se rió de nuevo, el sonido somnoliento e íntimo. —Hubo algunos métodos... poco convencionales que exploré, debo añadir.

Ella ubicó su mano sobre la de él mientras él, lentamente acariciaba su pezón. —¿Por ejemplo?

—Eres una descarada picarona, madame. Tengo miedo de escandalizarte.

Ella casi se rió. —No creo que eso sea posible.

Él suspiró y se acomodó contra ella, su aliento cálido sobre su mejilla. —Desde mi primer día a bordo del barco, uno de los hombres que servían en las cabinas de pasajeros me dejó claro que si yo estaba interesado en un encuentro sexual, él estaría feliz de hacerlo.

Philips le besó el hombro. —Yo, por supuesto, rechacé cortésmente su ofrecimiento, diciéndole que no tenía ningún interés en los hombres. Pero a medida que avanzaba el viaje y mi mano era el único medio para satisfacerme, empecé a ver su propuesta con una luz diferente.

Helene arqueó la espalda contra la creciente hinchazón de la polla de Philips, sintió la humedad de su líquido preseminal empapando su piel.

—Me encontré a mí mismo demorándome en mi camarote para verle realizar las tareas más simples. Me encantaba la forma en que él disponía la ropa blanca, la estrechez de los pantalones sobre su culo mientras hacía mi cama. Era un hombre guapo, también, con largo pelo negro y un arete de oro en cada oreja.

—Una mañana, después de unos tres meses de viaje, me encontré con él en uno de los estrechos pasillos entre las habitaciones y la cocina. Un balanceo del barco me lanzó contra él, y él me sostuvo por mis brazos. Yo no di un paso atrás. Dejé que mi cuerpo le presionara contra la pared, sentí su erecta polla apretándose contra la mía.

Helene se estremeció cuando la punta del dedo pulgar de Philips se abrió camino dentro de su ano.

—Cuando él me lamió los labios, casi me corrí en mis pantalones...

—¿Y cómo te hizo sentir eso?

Él gimió y se meció contra ella, su pre-semen haciendo que su polla se deslizase fácilmente entre sus nalgas. —Duro, cachondo, y desesperado, si realmente quieres saber. Dos días después de eso, deliberadamente me encontré de nuevo con él afuera de la pequeña bodega. Él me empujó dentro de la habitación y se puso de rodillas. Antes de que pudiera hablar, tenía mi polla en su boca y pronto mi semilla estaba bombeando hacia debajo de su garganta.

Helene deslizó su pierna arriba del muslo de Philips y ancló su pie sobre la cadera, dejando su sexo abierto a sus indagadores dedos, su culo listo para la primera penetración de su polla. Él presionó contra ella, se retiró, y luego regresó, su polla ahora untada en aceite y pre-semen.

—Dios, le permití hacerme eso cada noche en mi camarote, mis manos en su pelo, manteniéndolo en mi contra, asegurándome de que tomara cada gota de mi semen. —Él gimió y onduló sus caderas contra ella. —Y entonces él me ofreció su culo y me mostró cómo lubricar mi polla para lograr introducirme en su interior. Y Dios me perdone, lo tomé sobre sus manos y rodillas, sobre mi mesa, en mi cama...

Helene cerró los ojos mientras él se abría paso dentro de ella. Ella llegó a su clímax casi inmediatamente, las imágenes eróticas de Philips follando a un hombre desconocido con toda la concentración y finura que le había dado a ella flotaba en su mente.

—Me hubiera gustado verlos juntos.

Él le mordió el hombro. —A mí me hubiera gustado eso, también, siempre y cuando tú estuvieras desnuda y tan excitada que lograras correrte con nosotros.

—¿Y tú le diste las mismas libertades?

Profundamente dentro de ella, la polla de Philips se retorció y se hinchó cuando él dio otro largo y lento empuje. —Lo tomé en mi boca... disfruté eso.

Él la agarró por las caderas mientras bombeaba con fuerza contra sus nalgas, su aliento caliente y agitado en su cuello, los dedos clavándose en su carne mientras se corría. Sus palabras finales fueron susurradas en voz tan baja que ellas casi se las perdió.

—Estaba dispuesto a dejar que me follase, pero el viaje estaba terminando, y él tuvo que salir para otras tareas.

—Te sorprendiste por tu lujuria hacia este hombre.

Se movió detrás de ella. —Al principio me sentí horrorizado, pero luego no sentí vergüenza, sólo una profunda necesidad de ser follado, de ser tomado, aunque fuera por otro hombre.

Ensoñadoramente, Helene consideró sus palabras. Aquí había un hombre que podría entender que el amor venía con diferentes disfraces. Un hombre que podría amarla a pesar de su pasado. Se alejó de él hasta el borde de la cama. ¿Qué demonios estaba pensando? Tenía una nueva vida para planificar, un nuevo futuro. Lo último que necesitaba era arrojarse en los brazos de Philips Ross y rogarle que la mantenga allí para siempre. ¿No había aprendido nada?

—¿Helene? ¿Te he disgustado con mi historia?

Ella abrió los ojos y se centró en la suave luz de las velas que parpadeaban al lado de la cama. Odiaba la oscuridad, y siempre insistía en dejar una luz. Significaba que los rostros de los que la habían follado eran demasiado memorables. Pero por lo menos ahuyentaba a los decadentes fantasmas de los que ya no podían follarla para nada.

—No estoy conmocionada, Philips. En verdad, he encontrado tu historia excitante. Es raro encontrar a un inglés con semejantes liberales puntos de vista en lo que se refiere al sexo.

Él se echó a reír. —Tal vez debería comenzar un nuevo tipo de club de caballeros para instruir a mis colegas ingleses en las artes eróticas. ¿Qué piensas?

Ella le miró por un momento mientras sus palabras se arremolinaban alrededor de su cabeza. La encantaría estar a cargo de dicho establecimiento. Para mostrarle a los hombres cómo las mujeres deberían ser tratadas en la cama, cómo explorar los placeres sensuales que Philips le había revelado.

—¿Helene?

Ella parpadeó y reenfocó su rostro.

—¿Estás segura de que no te ofendí? Pareces distante.

Él se incorporó sobre un codo para estudiarla. Su cabello caía alrededor de su cara, suavizando las duras, claras líneas de sus pómulos.

Ella suspiró. —Estaba pensando sobre el mañana.

—Acordamos no pensar demasiado.

Helene hizo una mueca. —Lo sé, pero es difícil. He disfrutado este tiempo contigo, —hizo un gesto abarcando el dormitorio desordenado, —de este espacio y este idilio.

Él se arrastró hacia ella, su expresión resuelta, sus ojos avellanas al mismo nivel que los suyos. —Nuestro tiempo no ha terminado, madame. Tengo muchos más placeres para darte antes de la mañana. —Deslizó sus rodillas entre los muslos de ella, abriéndolos de par en par, y empujó su polla profundamente. Helene gimió cuando su exquisitamente sensible sexo absorbió su gruesa plenitud.

—Prometí hacerte gritar, Helene, y soy un hombre de palabra.

Ella se estiró para sostenerse de sus hombros, pero él arrastró sus manos sobre su cabeza y las sostuvo allí mientras bombeaba dentro de ella. Ella sólo podía moverse con él, verle tomarla y hacerla suya.

Su expresión era salvaje, su intención de poseerla demasiado evidente para una mujer de su experiencia. Por primera vez en su vida, se permitió imaginar cómo sería ser amada tan completamente

Él se retiró, avanzó lentamente sobre su cuerpo, y le deslizó la polla en su boca, gimiendo cuando ella lo llevó profundo hasta su garganta.

—Dios, me encanta cómo me chupas la polla.

Ella se echó hacia atrás y utilizó la punta de la lengua para atormentar la ranura de la palpitante corona, arremolinó la lengua alrededor de la cabeza hasta hacerlo gritar. Con un gruñido, él se alejó y se arrodilló entre sus muslos, hundiendo su eje nuevamente dentro de su coño con largos y duros empujes.

Su orgasmo la tomó por sorpresa, enviándola dentro de un espiral de éxtasis con una brusquedad que lo hizo a Philips correrse también. Apenas se las arregló para retirarse a tiempo, y su caliente esperma se derramó sobre su vientre. Él continuaba manteniéndola cerca, sus caderas aún moviéndose con el ritmo del amor.

Helena se mordió los labios cuando su peso ahora familiar cayó sobre ella. Él le estaba recordando que incluso el éxtasis de su amor era una alegría demasiado breve en una vida que podría terminar mañana. Ella había perdido a demasiada de la gente que había amado alguna vez como para creer que tal perfección pudiera durar. Sus dedos se enredaron en su húmedo cabello, y luchó por contener las lágrimas. Por primera vez en años, se encontró rezando, pero si su oración era por el perdón por haberse atrevido a la esperanza, o por un milagro, no lo podía decir.

Philips arriesgó una sonrisa cautelosa a Helene sobre la cafetera. Ella era todo tranquila amabilidad, pero algo había cambiado. Algo indefinible pero vital se había deslizado de entre sus manos durante las frías misteriosas horas de la madrugada mientras dormían. Un nudo de tensión se formó en sus entrañas mientras la estudiaba.

No podía soportar estar apartado de ella. La revelación lo dejó congelado por la sorpresa, su taza quedó a mitad de camino hacia su boca.

Ella se había puesto sus ropas otra vez. La remendada y gastada ropa de una mujer de clase baja. Dejó la taza. No le importaba. Estaba dispuesto a comprarle cualquier cosa que ella deseara.

—¿Quieres un poco más de café, Philips?

—No, gracias.

Abruptamente se puso de pie y comenzó a pasearse por la habitación. Helene apoyó la cafetera y lo observó cautelosamente, una pequeña mueca arrugaba su frente.

Él se volvió para encararla. —No puedo pasar por eso.

—¿Por qué?

—El matrimonio con Anne, meterme totalmente en los zapatos de mi hermano muerto.

—Díselo a tu padre cuando lo veas. Tal vez tú le juzgas mal y él entenderá.

Philips luchó contra un escalofrío. —Él nunca va a entender. Para él, el deber hacia su familia es casi tan importante como el deber hacia el rey y Dios.

Se mordió el labio. —No sé cómo ayudarte, mon ami.

Le sostuvo la mirada. —Sí, lo sabes. Cásate conmigo.

Ella parpadeó rápidamente, su rostro pálido cuando lo miró fijamente.

—Yo... No puedo hacer eso.

—¿Por qué no? —La ira se levantó, desplazando el miedo. La estaba proponiendo matrimonio, maldita ella, ¿por qué ella no estaba sonriendo? —Prometo ser un buen marido.

—Ese no es el punto. Apenas me conoces, no somos de la misma clase social, o incluso de la misma nacionalidad.

Él acechó de nuevo a la mesa y se inclinó sobre ella. —Te conozco.

Ella lo miró de nuevo, con sus hermosos rasgos serenos. Su boca se arqueó hacia arriba en una esquina y alimentó su incomprensible rabia. —Philips, tú conoces mi cuerpo. El sexo no construye un matrimonio.

Él se quedó mirándola, su respiración agitada. —Te quiero, tú me quieres. ¿No es eso suficiente?

—No para mí.

Él retrocedió como si ella acabara de golpearlo. —¿Yo no soy lo suficientemente bueno para ti? ¿Quién te está esperando en Londres, el rey?

El dolor atravesó su cara, y se aferró a los brazos de la silla más fuertemente. —Eso no es lo que quise decir. Eres joven, tienes un mundo entero por descubrir. Si quieres evitar tu matrimonio con Anne, sólo dile a tu padre la verdad. No es necesario fingir estar enamorado de mí sólo para conseguir una manera de escapar.

Él la miró por encima del hombro. —Ella no es mi Anne.

Su fría lógica lo rebasó, lo redujo a un furioso niño impotente. Se alejó paseándose por el piso otra vez. ¿Cómo se atrevía a rechazarlo?

—Podemos ir a Gretna Green, casarnos allí.

—¿Y cómo nos sustentaremos cuando tu padre te corte los ingresos?

Se volvió de nuevo para mirarla, su rabia disminuyendo mientras estudiaba su hermoso rostro. —Creo que podría amarte, Helene.

Ella se puso de pie tan violentamente que su taza de café cayó al suelo y se rompió.

—¡No tienes derecho a hacerme esto!

—¿De qué demonios estás hablando?

Ella golpeó su puño contra su propio pecho. —Tengo planes, tengo una nueva vida esperándome. No puedo lidiar con esto, esto...

—¿La estupidez? ¿Mi enamoramiento de ti es estúpido?

—¡Yo no he dicho eso! —Ella cerró brevemente los ojos como si no pudiera soportar mirarlo. —No puedes amarme. No lo permitiré.

Él le sostuvo su angustiada mirada, sonriéndole con tristeza. —¿Crees que tengo una opción en el asunto?

—Todos tenemos opciones. Las tuyas son lo suficientemente claras. Vete a casa con tu familia, cásate con esa supuesta chica, y olvídate de mí.

Su garganta le dolía, y dio un vacilante paso hacia ella. —No puedo hacer eso. Te quiero a ti y sólo a ti. No me importan tus antecedentes o el hecho de que seas una viuda. Sólo quiero casarme contigo.

Ella se mordió el labio con tanta fuerza que lo hizo sangrar. —No puedes.

—¿Por qué no? Sé que te intereso. —Puso su mano sobre su corazón, imitando el gesto de ella. —Lo sé aquí. Dime qué puedo hacer para hacer que las cosas funcionen para nosotros.

Ella se estremeció violentamente y levantó el mentón. —Yo no soy lo que piensas.

Philips tomó una respiración irregular. —Eres la mujer que amo.

—Soy una puta.

Él abrió la boca para responder y sacudió la cabeza cuando las palabras finalmente se le escaparon.

—Es cierto. He compartido la cama con más hombres de los que te puedas imaginar. Pasé dos años en la Bastilla1 al servicio de los guardias y dos años como amante de un hombre mayor. Soy una puta.

Él todavía no podía hablar, su garganta estaba demasiado apretada. Ella se sentó de nuevo, sus rasgos tranquilos, sólo un ligero temblor en sus manos cruzadas mostraban algún indicio de agitación interna.

—¿Estás sugiriendo que lo que compartimos fue una farsa, una mentira? ¿Que yo era sólo otro cliente para ti?

Ella inclinó la cabeza menos que media pulgada. La rabia burbujeaba y hervía en su interior otra vez, él tomó su abrigo y su sombrero.

—Madame, tú eres buena en la cama, pero no de esa manera. Sé cuando una mujer está fingiendo y tú... tú no lo hiciste.

Ella arqueó las cejas, y él tomó su mentón entre sus duros dedos. —No necesitaste fingir conmigo. Dilo.

Ella tragó saliva, su lengua humedeciendo sus labios. —Tal vez no soy sólo una puta, sino también una actriz brillante.

Él miró dentro de sus ojos azules mientras el dolor en su corazón amenazaba con llenar su pecho entero y luego treparse por su garganta. —Mientes. Si decides fingir que nosotros no significamos nada para el otro, hazlo a tu manera. Pero yo sé la verdad. Yo te conozco.

Ella revoloteó sus pestañas, ocultando su expresión. En un movimiento salvaje, los dedos de él se curvaron alrededor de su cuello. El pulso en la curva de su garganta golpeaba como un animal atrapado. Con todo su autocontrol, él la soltó y dio un paso atrás, hundió la mano en el bolsillo de su gabán, y sacó su cartera.

—¿Cuánto?

—¿Qué quieres decir? —ella susurró.

Él tintineó su cartera. —¿Cuánto te debo por nuestra noche juntos? —Ella apartó la mirada. —¿Si eres una puta profesional, seguramente tienes una tarifa regular?

—¡Va chez le diable, Philips!

Se metió la cartera nuevamente en el bolsillo con dedos temblorosos y esperó hasta que ella volvió a mirarlo. La mezcla de desolación e ira en sus ojos probablemente se reflejaban en los suyos.

—Ya ves, no puedes cobrarme, ¿verdad? Porque sabes que hemos compartido más que una transacción comercial o una extinción de la lujuria. Compartimos nuestras almas. —Se puso el sombrero. Ella retrocedió alejándose de él como si esperara un golpe. La tristeza se comió a su ira. —Es una pena que no te atrevas a confiar en mí. Espero que un día te des cuenta de lo que permitiste escapar de entre tus manos, y espero que te sientas tan vacía y miserable como yo estoy hoy. Buen día, madame.

Ella no habló, ni siquiera lo miró mientras se dirigía hacia la puerta, arrastrando su medio equipaje con él. Él cerró la puerta y se apoyó contra ella. Su mente se negaba a funcionar correctamente mientras se esforzaba por darle sentido al silencio detrás de él. Los pensamientos caían de manera irregular a través de su mente. Debía alquilar un caballo, llegar a Londres lo antes posible, y casarse con quien su padre quería.

Cerró los ojos. ¿Cuál era el punto en hacer cualquier otra cosa? Helene podía pensar que él era un tonto romántico, pero él conocía al amor cuando lo encontraba. También sospechaba que era poco probable que él incluso satisfaga sus gustos otra vez.

Helene contuvo la respiración cuando la puerta se cerró detrás de Philips y su equipaje. En el repentino silencio, clavó los ojos en la parte posterior de la puerta. ¿Estaba todavía ahí afuera? ¿Qué estaba esperando? ¿Que ella le rogase que volviera? Había herido su orgullo, eso era todo, nada más. Él simplemente se había sentido molesto cuando ella había ignorado su ridícula propuesta de matrimonio.

Un gemido escapó de sus labios firmemente apretados. Mon Dieu, le dolía respirar. En su alma, sabía que él quiso decir cada palabra. Parte de ella tenía ganas de correr tras él, para caer en sus brazos y encontrar la felicidad. Pero no podía arriesgarse, no podía permitir ser usada y desechada otra vez cuando él se diera cuenta de su error. Y su familia se aseguraría de que él se diera cuenta del colosal error que ella era.

Lentamente se puso de pie y se inclinó como una mujer de edad avanzada por el dolor de su partida, por el dolor de negársele. Las imágenes de su rostro cuando ella le dijo lo que era, la sorpresa que había tratado de ocultar, su caballerosa oferta de amarla de todos modos. Ella no se merecía ese amor, ella ya estaba más allá de la redención. Todos quienes realmente la habían amado estaban muertos.

Las lágrimas caían por sus mejillas mientras se arrastró de vuelta a la cama y hundió su cara en las sábanas. Todavía podía olerlo, su olor tan familiar como el suyo ahora.

Londres tendría que esperar hasta que el próximo coche de pasajeros apareciera. Había gente que dependía de su éxito. Ella necesitaba llorar de nuevo, para recuperar sus fuerzas y tratar, si era posible, de olvidar que Philip Ross había existido.