CAPÍTULO 07

—No es vuestro cumpleaños hasta mañana.

La respuesta de Helene fue automática. Tomó una profunda respiración para estabilizarse. —Christian, Lisette, ¿qué estáis haciendo aquí? Se supone que estabais en la escuela.

Se inclinó hacia atrás y se aferró al borde del escritorio, desesperada por sentir algo sólido detrás de ella. Algo para sostenerse después de la serie de impactos que había sufrido esa misma mañana.

Christian compartió una rápida mirada cómplice con su hermana. —Decidimos que ya no era necesario ir a la escuela. Utilizamos el dinero que nos enviaste por nuestro cumpleaños para venir y visitarte en su lugar.

Christian volvió a sonreír, pero su sonrisa no era para tranquilizarla. Cogió la mano de su hermana y la guió a una de las sillas frente al escritorio. Helene luchó para recuperar su habitual compostura. Si Christian tenía la intención de que al sorprenderla apareciendo de un modo tan inesperado, ella aceptaría cualquier cosa que él sugiriera, él tendría una batalla en sus manos.

—Repito, ¿qué estáis haciendo aquí?

—¿No lo sabes, mamá?

—Si lo supiera, ¿por qué lo estaría preguntando?

Christian asintió con la cabeza, sus ojos castaños se estrecharon mientras la estudiaba. —Dejando de lado el hecho de que nos has mentido durante años sobre tu ocupación y de que has estado negándonos el permiso para visitarte en Inglaterra...

Helene levantó su mentón. —No debo justificarme ante ti por mis acciones. Hice lo que era mejor para todos nosotros.

—Mejor para ti, quieres decir.

Helene liberó su agarre sobre el escritorio y se sentó detrás de él, necesitando una barrera entre ella y sus hijos. Era fácil para Christian pararse aquí y condenarla, demasiado fácil para él juzgarla y marcar sus carencias. Dios, ella hacía eso consigo misma todos los días de todos modos, no necesitaba su ayuda. Disimuladamente, ávidamente, estudió a su hijo. La longitud de sus piernas y su estatura las heredó de su padre. Sus facciones y el color del cabello, de ella.

—Me niego a discutir contigo nada de esto hasta que me digas exactamente por qué decidisteis cruzar el canal y encontrarme.

Christian se sentó junto a Lisette y tomó su mano enguantada. Lisette era casi tan alta como su hermano gemelo, su cabello un tono más oscuro, sus ojos un suave dorado avellana que a Helena le hacía recordar a Philips.

—Se trata de Marguerite.

—He recibido esto de ella hoy. —Helene encontró la carta que justo había estado leyendo y se la mostró a los gemelos. —Al parecer se ha casado. ¿Sabíais de esto?

—Por supuesto que sí. Ella dejó una carta para las monjas, y ellas vinieron a informarnos. —Lisette se inclinó hacia delante, su mirada tan condenatoria como la de su hermano. —Supusimos que se había fugado con su novio, pero nos preguntamos si se trataba de alguna confabulación de las tuyas.

—¿Y es por eso que estáis aquí? ¿Para acusarme de alguna otra... mala acción? —Helene se frotó la frente, donde un dolor de cabeza amenazaba. —Encuentro que vuestra capacidad para creer lo peor de mí es muy deprimente.

—El hombre que se casó con Marguerite es un noble inglés. Creíamos que podrías haberlo enviado a París para encontrarse con ella. —La mirada de Christian vagó por la habitación, su curiosidad casi palpable. —Desde que terminó su educación y coqueteaba con la idea de tomar los votos, ha estado ayudando a las monjas a enseñar al resto de nosotros.

—Ya lo sé. Es la única razón por la que le permití permanecer en la escuela y no volver a Inglaterra como yo quería.

—¿Tú querías a Marguerite y a nosotros no?

Helene suspiró. —Marguerite es mayor que vosotros. Quería que vosotros dos completarais vuestra educación antes de tomar alguna decisión sobre vuestro futuro.

Christian siguió hablando como si Helene no hubiese hablado. —Lisette y yo notamos un cambio en ella hace unas semanas. Estaba muy distraída, pero no como si estuviera asustada, más como que ella estaba en su propio pequeño mundo. Entonces dejó de presentarse para las lecciones totalmente.

—¿Os dijo que se iba?

Lisette se encogió de hombros. —La última vez que la vi, me dijo que no me preocupara y que ella iba a ser muy feliz. Al día siguiente se había ido.

Helene alisó el cuero que cubría el macizo libro frente a ella. —Ciertamente no envié a Justin Lockwood a Francia. Estaba revisando mis registros para ver si era un cliente de aquí, y di con su nombre como invitado. Pero él no sabe de mi conexión con Marguerite. ¿Y por qué diablos iba yo a querer animar a mi propia hija a fugarse?

—¿Para aliviarte de una de tus cargas? —dijo Christian.

Helene se mordió el labio para evitar una respuesta apresurada. Los gemelos tenían derecho a sus reproches. Había permitido a otros criarlos y nunca había sido una madre adecuada para ellos. Ella siempre trataba de recordar eso cuando la trataban con tanto desprecio. A veces era difícil. Hoy, era casi imposible.

—Tenía la intención de partir a Francia hoy y encontrar a vuestra hermana. —Helene se levantó. —Si deseáis acompañarme, disfrutaría de vuestra compañía.

Lisette sonrió por primera vez. —Nosotros no vamos a ninguna parte.

—¿Perdón?

Christian se levantó, también, y la miró. —Hemos decidido quedarnos y disfrutar de las vistas de Londres. Estoy seguro de que nos permitirás vivir aquí contigo, ¿verdad, mamá?

—Pero yo voy a ir a Francia para buscar a Marguerite.

Christian se encogió de hombros. —Vamos a estar aquí cuando regreses. —Él miró su sencillo vestido. —¿Eres el ama de llaves así como la encargada de atender el burdel?

Helene le miró fijamente a los ojos, esperando que él pudiera ver la ira construyéndose en los suyos. Para su alivio, él fue el primero en apartar la mirada. Abrió el cajón de su escritorio y eligió entre las llaves perfectamente etiquetadas.

—Tengo algunas suites de huéspedes en la otra casa. Sois bienvenidos para permanecer allí durante la noche. Mañana voy a encargar a alguien de mi personal para que os ubique en un hotel decente y encuentre una señora de compañía para ti, Lisette.

Christian frunció el ceño. —¿Qué quieres decir con la otra casa? Nosotros queremos quedarnos aquí, no en un hotel.

Helene se dirigió hacia la puerta, con la cabeza bien alta. —A pesar de las apariencias, esta casa en realidad son dos edificios constituidos en uno solo. La parte trasera es en realidad la casa ubicada justo detrás de nosotros.

Ella asintió con tranquilidad a Judd, quien había permanecido en el pasillo, y bajó por la escalera al sótano. No esperó para ver si los gemelos la seguían. El olor de carne de cerdo asada de la cocina le hizo sentir náuseas.

—Esta área une a las dos casas. Hoy podéis comer en la cocina o ser servidos en vuestras habitaciones. —Pasó la puerta de la cocina, se movió hacia un pequeño patio oscuro que estaba iluminado por lámparas de aceite, y abrió otra puerta en la parte trasera del edificio.

—Las habitaciones de invitados están arriba de los dos tramos de escaleras. Mi apartamento privado se encuentra en el nivel más bajo. También tenéis vuestra propia entrada privada en el frente de esta casa, que está frente a Barrington Square.

Hizo una pausa en la parte superior de la escalera, en el ancho pasillo alfombrado de color crema. —Voy a asumir que deseáis estar en habitaciones contiguas. —Helene revisó su llavero, abrió las dos puertas, y entró en la segunda habitación. Hizo una pausa para encender el fuego y abrir las pesadas cortinas azules antes de girar alrededor de los gemelos.

—¿Tenéis algún equipaje?

Christian se encogió de hombros. —Una persona de la compañía naviera lo hará llegar más tarde.

Para satisfacción de Helene, su enérgica actitud sin evasivas lo había dejado obviamente indeciso de cómo proceder. No tenía intención de discutir con él o con Lisette sobre su imprevista llegada. Christian no sabía que ella había aprendido a sacar lo mejor de una mala situación mucho antes de que él naciera. Su búsqueda de Marguerite era mucho más importante que el intercambio de insultos con los gemelos.

Unas pocas semanas desenfrenadas en Londres y luego esperaba que estuvieran dispuestos a volver a Francia nuevamente, o al menos a comprometerse en un nuevo régimen de vida. A pesar de sus recelos, ella había planeado invitarlos a que la visitaran en algún momento de este año. Bueno, ese momento había llegado, y una vez que haya resuelto los problemas más acuciantes de Marguerite, estaba más que lista para hacerle frente a los gemelos.

—¿No vas a gritarnos?

Lisette se inclinó hacia el fuego, sus delgadas manos extendidas hacia las llamas, su cautelosa mirada sobre su madre.

—¿Por qué iba yo a gastar mi aliento? Estáis aquí, ¿no? —Helene abrió las puertas que conectaban las dos suites y encendió el fuego en la otra habitación también. —Tal vez después que encuentre a Marguerite, ella deseará visitarme también, y tendré a toda mi familia junta.

Christian se echó a reír, y el sonido chillón reverberó en la sala.

—No mientas, mamá. Todos sabemos que tú no tienes un hueso maternal en tu cuerpo.

Helene regresó a la puerta.

—Tú no conoces nada de mí, Christian. Y esa fue mi elección, no la tuya.

Ella le sostuvo la mirada.

—Tal vez ha llegado el momento de que haya honestidad entre nosotros. Tal vez vuestra visita nos permitirá hacer algo fuera de los lazos que nos atan juntos.

Christian se trasladó para pararse al lado de su hermana.

—¿Tal vez nos tiene sin cuidado lo que tú quieres?

Helene los enfrentó y de repente sintió envidia de su cercanía. —Entonces, ¿por qué vinisteis aquí?

—Como te hemos dicho, para asegurarnos de que ayudes a Marguerite.

—Si Marguerite desea ser ayudada, la ayudaré.

—¿Qué quieres decir con si ella desea?

—Ella tiene veintiún años y la edad suficiente para casarse sin mi permiso. —Helene se encogió de hombros. —Si está realmente decidida en seguir por este camino, hay poco que yo pueda hacer para impedirle que elija a su propio marido.

—Así que lo que realmente quieres decir es que no harás nada en absoluto.

Helene estudió los enojados rasgos de su hijo.

—Tú deliberadamente me malinterpretas. Pero te prometo que si Marguerite quiere terminar con su precipitado matrimonio, voy a hacer que suceda.

Su burla fue como una bofetada en la cara.

—Como si tuvieras el poder para ayudar a alguien.

Helene levantó las cejas.

—Sin embargo, viniste por mi ayuda... recuerda eso.

Él la miró fijamente, su expresión tan desafiante como la suya propia. Helene le dio la espalda y caminó hacia la puerta.

—Todavía me gustaría saber cómo averiguasteis exactamente donde vivo. Dudo que haya sido la casualidad lo que os trajo hasta aquí.

Lisette se quitó el sombrero. —Hemos recibido una carta de alguien que decía ser tu amigo.

—Mi amigo. —Helene ignoró la enojada mirada que Christian le otorgó a su hermana y se concentró en Lisette. —¿Qué dijo exactamente?

—Que regenteabas un burdel en Mayfair y que eras una reconocida puta.

—¿Y vosotros habéis optado por creerle?

Lisette se ruborizó. —Pero él tenía razón, ¿no?

Dios que dolor. Era su culpa por haberles mentido, pero en su propia defensa, había esperado poder ahorrarles la dura realidad de su vida.

—No tengo tiempo para explicaros todo ahora, pero ciertamente no soy una puta, y esto no es un burdel. —Sostuvo la mirada de Lisette. —¿Realmente parece eso para ti?

—Nunca he estado en un burdel antes, mamá. —Lisette endureció sus labios. —Pero tú nos has mentido. Cuando nos visitabas, decías que eras un ama de llaves y que no nos podía mantener contigo porque tu empleador odiaba a los niños.

Christian soltó un bufido.

—No podía mantenernos con ella porque estaba demasiado ocupada con todos sus hombres.

—Eso simplemente no es verdad. Yo estaba ocupada construyendo mi negocio, y, sí, no es el tipo de lugar donde a cualquier mujer le gustaría criar a sus hijos. —Helene le tendió las manos en un gesto conciliador. —Quería que tuvierais la seguridad de un hogar decente, la ventaja de una excelente educación, y la oportunidad de crecer con vuestra hermana.

—No tenías que mentirnos, —murmuró Christian, las manos hundidas en sus bolsillos, la boca doblada hacia abajo en las comisuras mientras daba patadas haciendo rechinar una baldosa.

—Lo hice, Christian. Vosotros erais sólo niños. Tenía intención de explicaros todo cuando os visitara esta Navidad, como hice con Marguerite.

—¿Marguerite sabe lo que realmente eres? —Frunció el ceño. —Probablemente por eso se escapó. Y yo no creo que tú tuvieras la intención de decirnos nada, sólo lo dices para hacernos sentir culpables por haber venido aquí.

Helene le sostuvo la mirada.

—Le dije a Marguerite la verdad cuando cumplió dieciocho años. Dudo que haya esperado tres años para decidir huir a causa de lo que dije.

—¿Por qué no nos dijo, entonces?

—Porque yo le pedí que no lo hiciera. Algunas cosas son mejores oírlas de su fuente natural, ¿no te parece? En caso contrario, podría ser malinterpretado. El autor de esa carta, obviamente, deseó causar problemas entre nosotros. Y parece que lo ha logrado.

Incluso Christian tuvo la gracia de apartar la mirada de ella. Se alegraba de que él tuviera esa gran parte de conciencia. Los hombres de dieciocho años no eran reconocidos por aceptar que podrían haber actuado con demasiada precipitación. Incluso mientras ella sonreía con calma a los gemelos, la mente de Helene trabajaba furiosamente. ¿Quién podría haber enviado esa carta? Casi nadie sabía de la existencia de los gemelos, y mucho menos dónde iban a la escuela.

Satisfecha de que ella había hecho al menos que los gemelos pensaran en sus acciones, Helene asintió con la cabeza y abrió la puerta.

—Voy a enviar una criada para que os ayude a instalaros y os muestre la cocina principal, si deseáis comer allí. Mañana os trasladareis a un hotel. —Inmovilizó a los gemelos con su mirada más dura. —Si me entero de que habéis entrado en la casa del placer o habéis participado de alguna manera en mi negocio antes de mi regreso, voy a instruir a mi mayordomo que os ponga en el primer barco de vuelta a Francia. Sin excepciones, sin excusas. ¿Estamos claros con eso?

Lisette la confrontó.

—¿Por qué diablos íbamos a querer ver el funcionamiento de un burdel?

—Exactamente, mi querida. ¿Por qué? Cuando regrese de Francia, prometo sentarme y discutir todos estos temas con vosotros.

Ninguno de los gemelos parecía convencido, por lo que Helene hizo una reverencia y cerró la puerta detrás de ella. Sus pasos se desaceleraron al llegar al rellano. ¿Quién exactamente la había traicionado con los gemelos? ¿Estaban mintiendo? ¿Marguerite les había dado la información antes de fugarse? Eso podría explicar la coincidencia de su llegada con la partida de Marguerite. Helene se quedó con la mirada vacía frente al retrato de un joven caballero caído en la pared de enfrente.

Era cierto que le había dicho a los gemelos que era el ama de llaves de un importante político y que no podía tenerlos con ella. Nunca había esperado verse obligada a defenderse de su engaño. Había asumido lo que les diría a los mellizos cuando estuvieran listos para escucharla, como hizo con Marguerite. Pero ellos no eran tan dóciles como su hija mayor.

Nunca había entendido muy bien por qué, a pesar de sus mejores esfuerzos, parecía no gustarle mucho a los gemelos. Tal vez había intentado con demasiado empeño compensar a Marguerite de las terribles circunstancias de su nacimiento, que olvidó demostrarle su amor a los gemelos. Había asumido que ellos sabían cuánto los amaba, pero obviamente ese no era el caso. Y como gemelos, su cercanía parecía haberla excluirlo desde el principio.

Casi se volvió para exigirles más respuestas, pero su necesidad de llegar a Marguerite era más fuerte. La aparición de los gemelos y todas las preguntas en torno a eso tendrían que esperar hasta que regresara.