CAPÍTULO 16

Después de reunirse con los gemelos de nuevo y de intentar calmar sus irritados sentimientos, Helene estaba muy contenta de salir de la casa del placer por unas horas. Rara vez salía debido a la dedicación absoluta por su trabajo. Tener a Philips alrededor la había ayudado a darse cuenta de que necesitaba un verdadero asistente para compartir algunas de sus cargas. Judd era un excelente representante, pero carecía de intuición sobre las personas.

Estudió su vestido color limón pálido en el espejo. Era uno de sus favoritos. Su ropa interior de seda estaba cubierta por una fina malla adornada con pequeñas perlas. Colocó un collar de perlas alrededor de su cuello y una pulsera para completar el conjunto.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que había ido al teatro? Muchos más años de los que quería contar. Había renunciado a asistir después de que varios de sus escoltas se habían resentido porque otros hombres venían a presentarle sus respetos. Ese era el problema con los jóvenes, eran insoportablemente celosos. Después de una de esas ocasiones, que había terminado casi en una lucha de espadas en la madrugada, Helene había decidido quedarse en casa.

Philip la encontró en el gran vestíbulo de la casa del placer vestido con sus habituales colores austeros, marrón oscuro y blanco esta vez, aunque un diamante brillaba en su corbata. Él se inclinó y la ayudó con su capa.

—Te ves hermosa, madame.

—Gracias, milord.

Le permitió llevarla afuera, al vivificante aire congelado, hasta donde su coche los esperaba. La acomodó en el asiento y se sentó frente a ella, sus emociones ocultas debajo de un leve ceño fruncido. Cuando ellos tenían sexo, a ella le encantaba ver ese ceño desaparecer, para observar la sensualidad que luchaba por liberarse de su pasado y surgir para tomar el mando. Su resistencia era notable, las profundidades de sus relaciones sexuales hasta el momento desconocidas. Él captó su mirada fija sobre él y profundizó aún más su ceño.

—¿Qué pasa?

Ella arqueó las cejas. —¿No tengo permitido mirarte?

Él hizo una mueca. —¿Por qué querrías hacerlo? No soy nada extraordinario.

Su falta de confianza permanente la sorprendía. En su egoísmo, su esposa le había hecho mucho daño.

—Creo que eres extraordinario.

—¿Por la resistencia que tengo contigo?

Ella sonrió. —Es cierto que la mayoría de los hombres no logran estar a la altura de mis exigentes necesidades.

—Eso no era lo que quería decir. Eres una de las mujeres más exasperantes que he conocido. —La miró reflexivamente. —Cada vez que pienso que te entiendo, me sorprendes.

—¿No es así como debe ser?

—No, y no estoy seguro de que me guste.

—¿Por qué no puedes simplemente catalogarme como una prostituta y mandarme al diablo?

—Seguro que eso facilitaría las cosas. —Se removió en su asiento. —Creo que mi principal problema es que en el momento en que te veo, la mitad de mi sangre se desvía directamente a mi ingle. Nunca me ha gustado dejarme llevar por mi polla.

—Apenas es mi culpa si sucede eso. Deberías intentar lograr un mayor autocontrol.

El carruaje se detuvo, y Helene juntó sus faldas para descender. Philips salió y dio la vuelta para ayudarla a bajar. Ella tomó su mano, se quedó boquiabierta cuando él le dio un brusco tirón y la empujó con fuerza contra su cuerpo. La erección le rozó el estómago.

—¿Y qué si me falta autocontrol?

Ella sonrió dulcemente y lo empujó en el pecho. —Entonces, tal vez tendré que ser muy cuidadosa.

El teatro estaba lleno de gente cuando se abrieron paso hacia la escalera principal que conducía a los pisos superiores. Helene trató de ignorar tanto a las miradas de admiración de los hombres como a la deliberada indiferencia de algunas de sus mujeres. No era como si fuera nuevo para ella, la belleza tenía sus propias particulares ventajas y desventajas. No estaba muy segura de por qué le desagradaba a muchas de las damas. Nunca había dormido con hombres casados, y les enseñaba a los más jóvenes cómo complacer mejor a las mujeres. En su opinión, la alta sociedad debería estar agradecida con ella, no desaprobarla.

Pero entonces, como su casa del placer era un secreto guardado discretamente, tal vez las mujeres simplemente creían que era una cortesana de alto nivel. Ciertamente lo parecía. Se negó a permitirse molestarse, así que sonrió y saludó a sus conocidos cuando Philips la instaló en su palco.

—¿Conoces a todo el mundo aquí?

—No a todo el mundo. —Su abrupta pregunta hizo que lo mirara. —No he ido al teatro durante varios años, y nunca asisto a eventos sociales. No me consideran adecuada.

—Y sin embargo, la alta sociedad es feliz de que les proporciones los servicios sexuales que requieren.

Ella se encogió de hombros. —¿Sientes lástima por mí? Por favor, no lo hagas. No tengo ningún interés de bailar en Almack's.

Él ocupó el asiento a su lado y comenzó a estudiar el programa en su mano.

—A pesar de que eres una paria, anticipo que vamos a estar inundados de visitas en el intervalo.

Ella le obsequió su mejor sonrisa. —Si no deseas ser visto conmigo, lo entenderé. Siéntete libre de irte.

Él frunció el ceño. —Te he escoltado a este maldito lugar. No voy a irme a ninguna parte. —La entregó el programa. —Es Mozart. ¿Te gusta?

—Por supuesto que sí. —Estudió la hoja detalladamente. —Così fan tutte9 es una de mis favoritas. —Ella sonrió con dulzura. —Y tan apropiado para una mujer sin moral como yo. ¿Has elegido esta ópera en particular para remarcar ese punto?

Philips soltó un bufido. —Desafortunadamente, no tengo el poder para decirle al teatro lo que se debe representar en una noche cualquiera. —Le arrancó la parte posterior del programa de la mano. —Ni siquiera sé de qué estás hablando.

—La ópera es sobre dos hermanas y sus amantes. Los amantes están de acuerdo en hacer una apuesta para simular cortejar a la novia del otro y así demostrar que todas las mujeres son básicamente infieles.

—¿Por qué molestarse en apostar por algo que ya ha sido probado?

—¿Crees que todas las mujeres son incapaces de ser fieles? Y ¿qué pasa con los hombres?

Se encogió de hombros. —Es diferente para un hombre. Se espera que él tire una cana al aire antes de sentar cabeza.

Helene le clavó una mirada terminante. —Usted, señor, tiene un espantoso doble discurso. Si los hombres pueden “tirarse una cana al aire”, ¿por qué no pueden hacerlo las mujeres?

—Porque un hombre tiene derecho a saber que no hay manzanas podridas en su matrimonio.

Helene miró hacia la sala y observó el teatro. La discusión, obviamente perturbaba a Philips en algún nivel fundamental, y no quería estropear la noche antes de haberla empezado. ¿Qué demonios había hecho su esposa con él? Sospechaba que no había oído ni la mitad. Era cada vez más difícil fingir que no la preocupaban los motivos subyacentes de sus problemas y quería ayudarlo a resolverlos.

Para disimular su incomodidad, se centró en las masas que hervían debajo de ella. El olor de la carne sin lavar, perfume barato, humo de pipa, y alcohol creaba una mezcla embriagadora. Las botellas de vidrio atrapaban las luces de las velas y la arrojaban de nuevo para rebotar sobre los diamantes y piedras preciosas de los asistentes más adinerados sentados arriba.

La orquesta tocó unos fuertes acordes, y algunas de las luces fueron apagadas por los lacayos que asistían. El rugido de la conversación se atenuaba ligeramente a medida que las personas dirigían su atención al escenario. Helene se echó hacia atrás y se dispuso a divertirse. La música era uno de sus verdaderos placeres, aunque nunca había aprendido a tocar ningún instrumento correctamente.

Mucho más tarde, estaba tan absorta en la música que la mano de Philips sobre su muslo la hizo saltar. Él había colocado su lujosa silla tan cerca de ella que ya no había ningún espacio entre ellas. Sus dedos se deslizaron hacia arriba de su brazo y se posaron en la nuca de su cuello.

Él se acercó hasta que su boca casi le rozó la oreja. —¿Te acuerdas de esa inconveniente falta de autocontrol que discutimos?

Ella asintió con la cabeza mientras él acariciaba con su dedo a lo largo de la línea de su mandíbula.

—Ha vuelto con una venganza y necesito satisfacerla en este momento.

—Sssh.

Trató de demostrar que estaba demasiado interesada en la música como para querer tener algo que ver con él. Su boca bajó por su cuello y se asentó sobre el pulso en la base de su garganta. El delicado lamido de su lengua trajo todos sus sentidos a la vida.

—Estoy pensando en cuando te corres debajo de mí, Helene. Cómo tu cuerpo aprieta alrededor de mi polla y chupa hasta la última gota de mi semilla.

Ella se estremeció cuando la punta de su lengua trazó un perezoso camino hacia atrás de su oreja. La música aumentó a su alrededor, haciendo cada pequeña sensación más intensa, más exquisita y más profundamente personal.

—También estoy pensando en tenerte justo antes del intervalo de manera que cuando todos tus amigos lleguen, me verán follándote, te observarán correrte para mí, sabiendo que eres sólo mía.

—No soy tu posesión.

—¿No lo eres?

Luchó para hacer a un lado la sensual bruma que la envolvía. —No le pertenezco a ningún hombre, y nunca lo haré.

Él le mordió el lóbulo de la oreja, y ella estuvo instantáneamente mojada, sus pezones doloridos por ser tocados, su sexo floreciendo para él.

—¿Qué pasa con el padre de tus hijos? ¿No le perteneces?

Dios, ella hubiera querido, pero había tenido que dejarlo ir... ¿no? Helene cerró los ojos y se alejó de él, su respiración irregular. Ella había olvidado lo tenaz que podría ser y lo bien que leía sus emociones. ¿Estaba dispuesta a decirle la verdad sobre los gemelos? Podría servir a su propósito y alejarlo para siempre, pero ¿valía la pena las inevitables consecuencias para sus ya hostiles hijos? Anhelaba encontrar un poco de paz con ellos, un término medio en el que al menos pudieran ser amables con el otro. Agregar a Philips a la ecuación sería como lanzar un hierro encendido dentro de una tina de aceite.

Se incorporó levemente y llevó la silla más lejos de él hasta que estuvo en las sombras de la parte trasera del palco. Tendría que decírselo en algún momento, pero todavía no, no mientras estuviera encadenado a su lado. La belleza de la música, combinada con su repentino estallido de emoción, le provocó ganas de llorar. Se reclinó en su asiento y se quedó sin aliento cuando Philips trasladó su silla también.

Él deslizó la mano detrás de su cabeza y se inclinó sobre ella. —No me alejes.

Su boca cubrió la de ella, exigiendo la entrada. Ella se lo permitió, cualquier cosa para que dejase de hablar, cualquier cosa para detener su confesión de su más doloroso e íntimo secreto. Él gimió cuando su lengua se reunió con la suya en un duelo feroz y deslizó su otro brazo alrededor de su cintura para ahuecarle su pecho. Ella se entregó al momento erótico, a la caricia de su lengua, sus dedos enguantados empujaron la falda y se deslizaron en su interior.

El pulgar sobre su clítoris se movía a ritmo con los empujes de su dedo y la tuvo alcanzando un rápido clímax. Sus dedos se clavaron en el fino tejido de su chaqueta mientras levantaba sus caderas contra su palma forrada con cuero de cabritilla. Se apartó de ella cuando un estallido de aplausos se mezcló con los silbidos y abucheos que estallaban a través del teatro.

Ella lo miró, se dio cuenta de que su respiración estaba tan acelerada como la de ella, que sus pantalones de raso blanco estaban esforzándose por contener su erección. Él besó su boca hinchada e inclinó la cabeza.

—Terminaremos esto más tarde.

Por la sonrisa satisfecha en su rostro, ella se dio una idea de cómo debería lucir, aturdida, satisfecha... la evidencia de la posesión de un hombre. Ella arregló su cabello y se alisó el vestido. No podía lograr que sus amigos y conocidos no notaran su excitación, pero se negaba a dejarlos verla con el aspecto de una ramera común.

Se oyó un golpe en la puerta, y Peter Howard y Lord George Grant entraron. Helene sonrió brillantemente.

—Buenas noches, mis amigos. ¿Están disfrutando de la ópera?

Los dos hombres le besaron la mano y asintieron con la cabeza hacia Philips, que había tomado una posición detrás de su silla, probablemente para esconder su erección. Su mano descansaba pesadamente sobre su hombro como una demostración de propiedad.

—Helene, ¿no vas a presentarnos? —dijo George.

Helene miró a Philips. —Si lo deseas. ¿Me permites presentarte a Lord George Grant y al Sr. Peter Howard? Caballeros, éste es el Sr. Philip Ross.

—En realidad, querida, soy Lord Philips Knowles ahora.

George parpadeó una sorprendida, especulativa mirada hacia ella y luego volvió su atención a Philips. —Felicitaciones por su nuevo título, milord. Conocía a su predecesor, Lord Derek, bastante bien.

—¿En serio? —el tono de Philips no invitaba a confidencias. —Desafortunadamente, yo no. Nuestras familias no se llevaban bien en absoluto. La conexión era frágil, y mi ascenso a la nobleza fue muy inesperado.

Mientras George y Philips se miraban, Peter guiñó un ojo a Helene y se sentó a su lado. —Gracias por ayudar a Anthony a salir esta semana.

Helene suspiró. —Estoy preocupada por él, Peter. No me gustan los juegos en los que se involucra ni la gente con la que se asocia.

—Ni a mí, pero ¿qué podemos hacer?

—Nada, a menos que quieras contárselo a Valentín y dejar que él lo maneje.

Peter se estremeció. —No le desearía ese destino ni a mi peor enemigo, ni hablar de Anthony. Ya es bastante difícil para él tener a Val como hermano sin crear mayores tensiones.

—Estoy de acuerdo, por lo que voy a tratar de supervisar sus actividades en la casa del placer e intervenir si es necesario.

—Voy a hacer lo mismo, y voy a intentar también hacerlo entrar en razones, no es que me escuche, por supuesto.

Helene le palmeó la mano, consciente de que George y Philips habían dejado de hablar y ambos la estaban mirando.

Ella convocó a una sonrisa. —La ópera es maravillosa. No puedo recordar por qué he dejado de asistir. Debería averiguar sobre el alquiler de un palco.

Peter se levantó, su pelo rubio brillando a la luz de las velas. —Valentín ya tiene uno. Voy a mencionar tu interés con él. Estoy seguro que estaría encantado de permitirte ocupar el suyo. —Él asintió con la cabeza a los dos hombres. —Fue un placer encontrarte, pero debo regresar a mi asiento. —Hizo un gesto hacia la puerta, que fue rápidamente atestada de gente, y le sopló un beso a Helene. —Apenas me echarás de menos en la aglomeración.

Au revoir, Peter. —Helene besó sus dedos y le tiró un beso en el aire. —Dale mis saludos a Abigail.

Ella miró expectante a George, pero él parecía decidido a mantenerse firme, su mirada sospechosamente fija en Philips. Ella suspiró. ¿Él iba a hacerlo difícil? A veces parecía creer que era su deber poner a sus pretendientes a distancia. En el pasado esto la habría divertido, pero no creía que Philips se lo tomaba bien en absoluto.

Philips hizo una mueca mientras Helene se dejaba devorar por sus visitantes. En verdad, estaba sorprendido por la variedad de espectadores que habían decidido invadir su palco. Había asumido que serían todos hombres jóvenes. A pesar de que obviamente había unos cuantos jóvenes enamorados, muchos de los visitantes eran parejas vestidas elegantemente. Todo el mundo parecía encantado de ver a Helene y feliz de su reconocimiento. Sus prejuicios en contra de su supuesto estilo de vida estaban empezando a desaparecer cuando la realidad frente a él le demostraba su distorsionado punto de vista.

—Así pues, milord, ¿cuánto tiempo hace que conoce a madame Delornay?

Él se apartó de su contemplación de Helene para encontrar a Lord George Grant que seguía a su lado. Estudió la sombría expresión en el rostro del hombre mientras decidía cómo enmarcar su respuesta.

—La conozco desde hace varios años.

—Así me ha dicho. De hecho, soy uno de los fideicomisarios originales de la casa del placer. —Su sonrisa parecía forzada. —Usted, por supuesto, es ahora un accionista también.

—Ya lo sé.

—¿Y qué piensa usted hacer con sus acciones?

Philips levantó las cejas y dejó que su mirada despectiva hable por sí misma.

El color machó las mejillas de Lord George. —Me disculpo. Eso no es asunto mío. —Trató de reír. —Como uno de los más antiguos amigos de Helene, he sido acusado de ser sobre-protector algunas veces. No me gusta verla ponerse en una posición tan vulnerable.

—¿Helene vulnerable?

—¿Usted no la ve de esa manera? —Lord George hizo una pausa. —Perdóneme, pero seguramente cualquier mujer que sobrevivió a lo que ella tuvo que enfrentar es digna de elogio, no de condena.

—No la estoy condenando. Estoy seguro de que podría sobrevivir a cualquier cosa si se lo propone. Es una mujer muy fuerte y decidida.

—Habla usted como si la desaprobara. Cuando la conocí en la Bastilla, me vi obligado a confiar en su fuerza para salvar mi vida. Tal vez por eso la vemos de manera diferente.

Philip provocó su sonrisa más despectiva. —De hecho no puedo decir que ella haya salvado mi vida. Complicado, tal vez, pero eso es lo que hacen las mujeres, ¿no?

Lord George parpadeó. —Supongo que sí.

La multitud que rodeaba a Helene se diluyó cuando la campana de alarma sonó indicando que a los cinco minutos finalizaba el intervalo. Philip frunció el ceño. ¿Lord George realmente se iría, o estaba pensando unirse a su encuentro por esta noche? La veta sobre-protectora de Lord George y sus deliberadas insinuaciones acerca de lo bien que conocía a Helene estaban comenzando a molestarlo. Él conocía a Helene. La había conocido desde el primer momento en que se encontraron.

Philips encontró que quería a Helene para sí mismo, para continuar con su juego sexual, y simplemente por el placer de su compañía. No había visto nada en su forma de actuar que indicase que ella anhelara después a cualquiera de los hombres que habían abarrotado el palco, incluyendo a Lord George.

A pesar de sus intentos de distanciarse de él, él la entendía sexualmente, sabía exactamente cómo excitarla sin ni siquiera pensar en eso. Sospechaba que después de todos sus años de acostarse con hombres más jóvenes, le resultaba desconcertante enfrentarse con un hombre que sabía lo que quería. Sin embargo, ella lo conocía, también, ¿verdad? Sabía lo que él ansiaba y le había ofrecido los medios para disfrutarlo. Pensó en Adan, en ese cuarto secreto, en cómo él ansiaba explorar ese aspecto de su naturaleza de nuevo.

Estudió a Helene, quien estaba riéndose con Lord George. Su expresión no contenía ningún indicio de anhelo o deseo, ningún indicio de la pasión que él podía despertar en ella con un simple toque. Se removió en su asiento y miró el reloj. ¿Se iría alguna vez Lord George?

—Será mejor que me vaya, Helene. Te veré mañana.

Lord George saludó y finalmente salió, dejando a Helene a solas con Philips. Ella lo miró mientras él se deslizaba en la silla vacía a su lado.

—¿Por qué estás frunciendo el ceño?

—Me gusta fruncir el ceño. —Él hizo un gesto abarcando el palco que había quedado vacío. —¿Cómo soportas pacientemente todas esas tonterías de adulación y servilismo?

—¿Es así como lo viste tú? ¿Qué me gustaba ser el centro de atención?

Él la miró fijamente. —Eso no es lo que quise decir. No lo puedes evitar, ¿verdad? Tu belleza atrae las miradas. Debe ser algo como una carga.

—Qué perspicaz de tu parte haber notado eso. —Ella suspiró. —Cuando era más joven, solía rezar para que Dios me hiciera más común y corriente. Con el tiempo me di cuenta de que la belleza tiene sus propias recompensas, y decidí aprovecharlas para mi propio beneficio.

Él miró hacia el bullicioso teatro. —Lord George me dijo que te conoció en la Bastilla y que le salvaste la vida.

—¿De verdad?

—¿Es cierto?

—¿Que nos conocimos en la Bastilla? Oui.

—¿Erais prisioneros?

La orquesta comenzó a tocar y la oscuridad llenó el íntimo espacio entre ellos. El olor a ginebra y a cera quemada flotaba hacia arriba desde las masas apiñadas debajo. Ella casi sentía como si estuvieran encerrados en la intimidad de su cama, seguros detrás de las cortinas, susurrándose secretos el uno con el otro.

—Yo no era estrictamente una prisionera en ese momento. George sí. Había sido atrapado espiando para los ingleses e iba a ser ejecutado.

—¿Por qué no eras una prisionera más?

—Yo era la puta de los guardias.

—¿Por qué?

Ella se encogió de hombros, y su hombro rozó el de él. —Mi familia estaba muerta. Era la única manera de sobrevivir.

Él tomó sus manos, calmando sus inquietos dedos entre los suyos. —¿Cómo fue que fuiste la única que sobrevivió?

—Porque era bonita. Porque los guardias estaban preparados para llevarles la corriente a mi padre que ofreció mi vida a cambio de la utilización de mi cuerpo.

—¿Cuántos años tenías?

—¿Importa?

Apretó el agarre en sus manos.

—¿Cuántos años tenías?

—Casi catorce años.

—Más pequeña de lo que es mi hija ahora... Dios. No me extraña que veas a tu belleza como una maldición.

—Es extraño, ¿no? Al principio deseé que mi padre me hubiera permitido morir con él. Le odiaba por obligarme a vivir así. —Ella intentó retirar los dedos y Philips lentamente los liberó. —Pero pronto me di cuenta que mi deseo de vivir era más fuerte incluso de lo que me había imaginado y que la belleza tenía sus beneficios después de todo.

Ella tomó una lenta respiración. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había hablado sobre el pasado?

—De todos modos, me las arreglé para liberar a George de su celda y contacté a algunos de los espías británicos para que lo ayudaran a llegar a la costa y lograr la libertad.

—Haces que parezca tan simple. Dudo que lo haya sido.

Ella se encogió de hombros.

—Yo era una niña. Ninguno de los guardias creían que tuviera la habilidad de hacer otra cosa que no fuera... —Para su sorpresa, se dio cuenta que no podía continuar, no podía revivir los horrores sin que ellos la abrumaran, especialmente en compañía de Philips. Se puso de pie torpemente e hizo caer la silla.

—Tengo dolor de cabeza. ¿Nos podemos ir?

—Por supuesto, madame. —Philips se puso de pie también, su rostro aún en las sombras, su voz tan tranquila como si hubieran estado hablando del tiempo. —Voy a ir a buscar tu abrigo.

Se volvió sin ver hacia el escenario, donde los amantes seguían cantando en perfecta armonía, y se estremeció. Incluso la perfección de la música no lograba calmarla. Revelarle su pasado a Philips la hizo sentirse vulnerable, y ella odiaba eso. ¿Se había vuelto tan experta en ocultar sus secretos que ella se había desconectado de su verdadero yo? Cerró los ojos. ¿Y qué le había pasado a George para compartir sus primeros recuerdos de ella con Philips? ¿No se dio cuenta de que podía ponerla en peligro?

—¿Madame?

Philips le tocó el hombro y luego la envolvió en su capa, sus manos tan gentiles que le provocaron ganas de llorar de nuevo.

Merci.

Para su sorpresa, él fue a abrir la puerta del palco sin decir nada. Ella se puso la capa sobre la cabeza y se apresuró hacia él.

Él la detuvo con una mano sobre su hombro.

—Helene, me alegro de que tu padre haya intentado salvarte.

Se obligó a mirarlo.

—¿Por qué?

—Porque como el padre que soy, puedo entender que él haya hecho cualquier cosa para mantener a su hija con vida.

—¿Incluso condenándola a vivir como una puta? —susurró.

Él arqueó las cejas.

—Incluso eso si eso significaba que ella viviera. —Él siguió el rastro de una lágrima sobre su mejilla. —¿Todavía lo odias, entonces?

Ella lo miró fijamente.

—No, por supuesto que no.

Él no respondió, pero su atención permaneció sobre ella.

—Mi coche debe estar listo ahora. ¿Nos vamos?

Mientras ellos se alejaban del frente del teatro, Helene disimuladamente se secó los ojos. La capacidad de Philips para ver la encrucijada de su padre la había sacudido. Él le hizo comprender que ella no lo había perdonado en absoluto. Pese a los intentos de Philips de entablar una conversación, la indeseada revelación la mantuvo en silencio y apagada el resto del corto viaje.