28. El juego
A la mañana siguiente, Narigorm aún estaba adormilada y caminaba con paso vacilante, cosa que no me producía ningún remordimiento, después de lo que yo mismo había sentido al respirar la niebla blanca. Por insistencia de Adela, se quedó en el campamento cuando Osmond y Rodrigo fueron a ver qué podían cazar. Yo fui tras ellos con el pretexto de buscar algo de leña, y apresuré el paso para alcanzarlos en cuanto desaparecimos de la vista de los demás. La sombría desolación que se había instalado en Rodrigo desde el suicidio de Cygnus había disminuido un poco, como si estar tan cerca de la muerte lo hubiera despertado temporalmente a la vida. También el hecho de haber podido dormir largamente había contribuido a que recuperara un poco los ánimos, pero sabía que su recuperación era frágil como el vidrio y se quebraría en un instante si Narigorm volvía a practicar sus trucos.
Rodrigo y Osmond intercambiaron una mirada cuando los llamé. Era evidente que habían estado hablando de mí, y me miraron con recelo, como si creyeran que en cualquier momento tendrían que refrenarme. No tenía tiempo que perder en introducir sutilmente el asunto.
—Osmond, supongo que Rodrigo os ha contado lo que dije ayer sobre Narigorm.
Asintió y dijo rápidamente:
—Pero nadie os culpa, Camelot. Rodrigo estaba diciendo que la niebla venenosa os hizo imaginar cosas a ambos.
Ignoré la observación.
—Esta noche no hemos oído el lobo, a pesar de que no se llevó el relicario. La razón es que Narigorm ha estado durmiendo toda la noche. Yo la he visto. Cuando está despierta, controla al emisario. Cuando duerme, el lobo guarda silencio.
Pensé que era mejor no mencionarles que la había drogado. Pensarían que estaba loco.
—Pero eso no prueba nada, Camelot —dijo Osmond—. Hay noches en que el lobo aúlla y hay otras en que no. Mirad. He estado pensando en lo que le dijisteis a Rodrigo, y me he dado cuenta de que la primera noche que oímos al lobo fue la noche que pasamos en la cueva, el día en que Zophiel, Adela y yo nos sumamos a vosotros.
—Aquella noche en la cueva, es probable que fuera un lobo de verdad. Todavía hay lobos en aquellos lugares salvajes, llenos de cuevas y angostos desfiladeros. O, como dijo Zophiel, también podría ser alguno de los fugitivos que se esconden en aquellos lugares. Aun así, fuera humano o animal, lo que fuera que oímos aquella noche no nos siguió. No volvimos a oír al lobo hasta que Narigorm ya estaba con nosotros, y no hasta el momento en que llegamos a ser nueve personas en la comitiva, lo que fue semanas después. ¿Recordáis lo que dijo Narigorm ayer: «El nueve pertenece al lobo»? El día en que vimos a Cygnus contar su historia en el mercado, la vi leer las runas, y dijo: «Uno más tiene que venir antes de que pueda dar comienzo», y sólo cuando Cygnus se nos unió y fuimos nueve empezamos a oír el lobo y a pensar que nos seguía. Sé que parece imposible, pero cuanto más pienso en ello más seguro estoy de que ella ha estado detrás de todas las muertes que hemos sufrido en nuestra comitiva.
Rodrigo me puso la mano en el hombro.
—Esto no es propio de vos. Debéis descansar. Todas esas muertes y este viaje interminable os han agotado. Volved al campamento. Ya hablaremos más tarde.
—No, tenéis que escucharme ahora. Cuando estabais en la hondonada, Narigorm me dijo que todos habíamos oído el lobo porque todos habíamos mentido. Ha usado las runas y los aullidos del lobo para jugar con nuestros miedos y remordimientos y hacernos revelar nuestros secretos y nuestras mentiras, y, después, nos ha llevado a destruirnos, como intentó hacer la otra noche con vos, Rodrigo. Narigorm sacó deliberadamente el cuchillo de Zophiel para que vos revelarais que habíais matado a Zophiel. Después, con las runas, intentó jugar con vuestros remordimientos para llevaros a la muerte, como hizo con Cygnus. Narigorm fracasó en su intento de mataros, pero eso no la va a detener y lo volverá a intentar, y, cuando os haya destruido a vos, se dedicará a Adela y Osmond, incluso al pequeño Carwyn.
—¡Pero si los bebés no pueden mentir! —dijo Osmond.
—¿Y si el bebé es la mentira?
Osmond abrió los ojos como platos y me miró fijamente, después enrojeció y apartó la mirada.
Rodrigo estaba demasiado absorto en sus propios pensamientos para percatarse de la incomodidad de Osmond.
—Pero ¿por qué habría de querer matarnos, Camelot? —dijo con brusquedad; después, recordó que estaba hablando con un anciano senil y habló más pausada y pacientemente—. A Pleasance no fueron los aullidos del lobo los que la impulsaron a la muerte.
—Pero sí que la hicieron revelar su secreto. ¿Por qué nos dijo que había ayudado a parir a un lobo, cuando siempre antes había guardado silencio sabiamente? Porque, cuando oímos el lobo aquella noche, Narigorm tuvo un pretexto para hacer que nos contara cómo había sido partera de un lobo. ¿Y si sabía que, al explicar su relato, Pleasance caería en la trampa y revelaría que era judía? Vos mismo me dijisteis que Pleasance sabía que se había descubierto al usar la palabra sheidim.
Rodrigo meneó la cabeza.
—¿Cómo puede saber un niño el peligro que entraña una palabra? Pleasance cuidó de ella cuando la abandonaron. Si Narigorm le suplicó que volviera a explicar la historia, fue por pura inocencia. Fue Zophiel quien tuvo la culpa de la muerte de Pleasance. Fueron sus duras palabras contra los judíos las que la atemorizaron hasta ese punto.
—Pero, siendo compañeras, Rodrigo, es aún más probable que Narigorm ya hubiera descubierto que era judía y sólo buscara la forma de tenderle una trampa para que nos lo revelara también a nosotros. Pero no fue únicamente Pleasance. Narigorm utilizó los aullidos del lobo para convencer a Zophiel de que el lobo del obispo lo perseguía. Pudo ser ella perfectamente la que robara el cáliz de la capilla para asustar a Zophiel, o para hacer que se enfrentara con Jofre. Tuvo tantas ocasiones como Jofre para hacerlo. No olvidéis que Zophiel nos dijo que no lo había echado de menos hasta que Narigorm leyó en las runas que le habían arrebatado algo. La acusación de Zophiel fue lo que provocó que Jofre volviera a la ciudad y muriera a manos de los secuaces del padre de Ralph. Y pensad cuál fue la causa de que Jofre fuera a la villa por primera vez: fue porque Narigorm insistió en ver la cara de la Virgen, consciente de que Jofre se sentiría tan molesto que traicionaría sus sentimientos por Osmond. Y, por si eso fuera poco, ella misma nos dijo a todos que Jofre sentía algo por Osmond enfrente de Zophiel, sabiendo muy bien que Zophiel lo usaría para atormentar a Jofre.
»Y —proseguí desesperadamente, al ver los rostros de incredulidad—, ¿por qué nos confesó Zophiel que había robado los tesoros de la iglesia? Porque Narigorm lo convenció de que el lobo del obispo lo perseguía y nos dijo que había leído en las runas que alguien recibiría pronto su justo merecido por un oscuro secreto que ocultaba. Sacó aquella bola negra de mármol y dijo que las runas hablaban de Zophiel. Sabía que, si escondía algo, eso le aterrorizaría y haría que confesara. Vos mismo me dijisteis, Rodrigo, que, si no hubierais sabido que era sacerdote, no lo habríais matado. Ella os manipuló para que lo hicierais, igual que manipuló a Zophiel para que acusara a Jofre. Y, aunque vos no lo hubierais matado, estaba llevando a Zophiel a tal estado de miedo y agresividad con los aullidos del lobo que tarde o temprano Osmond se habría visto impelido a atacarle, y eso si antes Zophiel no os hubiera clavado el cuchillo a vos o a Osmond.
—¿Tan estúpido me creéis como para pensar que una niña me puede inducir a cometer un asesinato? —dijo Rodrigo como una furia—. Yo maté a Zophiel, y Narigorm no tuvo nada que ver en ello.
Osmond le tomó del brazo y meneó la cabeza como para recordarle que estaban tratando con un loco que no sabía lo que decía.
—Camelot, aunque tuvierais razón en lo que decís de los demás, Narigorm no forzó a Cygnus a descubrir ninguna mentira.
—Sí que lo hizo. Cygnus nos contó que el muñón se había convertido en un ala de verdad por que creía sinceramente que así era, pero también he pensado en eso. ¿Recordáis la noche en que encontramos a Cygnus escondido en el carro y le hicimos entrar en la casa, con el viejo Walter y su hijo?
—Sí —dijo Osmond—, y también recuerdo que fue Zophiel quien le obligó a contar su historia.
—Pero recordad lo que sucedió luego. Narigorm le arrancó una pluma del ala a Cygnus. Dijo que si el ala era verdadera, la pluma volvería a crecerle. Pero no creció, y, después de arrancarle la pluma, las demás empezaron a caérsele. El hecho de arrancarle una pluma puso al descubierto la mentira, aunque fuera algo que Cygnus creía que era cierto. Y, una vez más, usó a Zophiel para atormentarlo; a Zophiel y al batir de alas de cisne que le hacía oír, una noche tras otra, en sus sueños.
Osmond sacudió la cabeza.
—Entiendo que es posible que Narigorm haya causado problemas entre nosotros, pero no veo cómo podía saber lo que sucedería. Todo lo ha hecho de forma inocente. Tendría el mismo sentido si dijerais que el lobo del obispo ha estado detrás de todas las muertes, salvo por el hecho de que ni siquiera un hombre tan astuto como él podría haber planeado todo eso.
—Es justamente eso lo que intento deciros: jamás ha existido el lobo del obispo —espeté fuera de quicio, y respiré profundamente—. Creo que, de algún modo, Narigorm utilizó las runas para atraernos hacia ella. Fue ella quien nos reunió, porque nos necesitaba para hacer su juego. Pero no creo que planeara los detalles del juego. Tiene una intuición infantil para descubrir los miedos y las debilidades de los demás y utilizarlos. ¿Habéis observado alguna vez cómo juegan los niños al ajedrez? Los adultos prevén los movimientos, pero los niños experimentan para ver el efecto que tiene mover esta o aquella pieza y, cuando ven algún punto débil, no tienen piedad y llegan hasta el jaque mate. Ella nos ha enfrentado adrede entre nosotros y nos ha utilizado como si fuéramos piezas de ajedrez.
—Camelot, ¿qué estáis diciendo? —Osmond se pasó los dedos por el cabello en un gesto de desesperación.
—Digo que Narigorm piensa seguir con el juego. Encontrará la manera de destruirnos a todos si no nos alejamos de ella. Tenemos que dejarla aquí y partir sin ella.
—¿Abandonar a una niña?
—No a una niña, sino a una despiadada y poderosa asesina. Osmond, debéis pensar en Adela y en Carwyn. No podéis arriesgaros a que se vuelva contra ellos y, creedme, lo hará si tiene ocasión. Dejémosla aquí. Tiene un lugar donde guarecerse y sabe cazar y pescar. No pasará hambre.
Osmond dio un paso atrás.
—Camelot, no podéis estar hablando en serio. Narigorm es una niña inocente. Os salvó la vida a ambos, ¿lo habéis olvidado? Rodrigo tiene razón: si a alguien hay que culpar de la muerte de los demás, es a Zophiel y su lengua maléfica. Rodrigo nos hizo a todos un favor cuando lo mató.
—Pero, Osmond, no os dais cuenta...
—No, Camelot, no. No pienso seguir escuchándoos. Rodrigo, ¿venís?
—¡Rodrigo! —supliqué.
Me miró con ojos tristes.
—Lo siento, Camelot. Lamento que creáis esas cosas.
Vi como se alejaban y me estremecí de frío. Sabía que había ofendido al hombre cuya opinión más contaba para mí. Esta vez me había perdonado, lo había atribuido a la locura causada por el veneno, pero sólo si yo no volvía a hablar de ello, y no podía dejar de hacerlo. La imagen de la muñeca de madera me vino a la mente. ¿Y si Narigorm ya supiera el secreto de Adela y Osmond? Tenía que convencerlos a todos del peligro que corrían.
Por encima de las ramas desnudas de los árboles, el recio vendaval arrastraba los pájaros adelante y atrás. Cogí el cayado y me encaminé hacia las tierras altas.
—No os creerán jamás.
Me di la vuelta. Narigorm estaba de pie a la sombra de un árbol. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?
—Sois un anciano loco. Saben que os inventáis historias para vender vuestras reliquias, y creen que eso es lo que les habéis contado. No podéis detenerme. Morrigan es demasiado fuerte para vos.