30

—¡Ya estoy harta de todo esto, Luke!

Luke alzó la mirada y vio cómo Mara Jade salía del turboascensor del hangar del Gran Templo. Llevaba unos cuantos días en la luna de las junglas y ya había estado en ella el tiempo suficiente para aprender cómo utilizar sus capacidades Jedi, pero el incidente con Kyp Durron y la pérdida de su caza personal habían hecho que la experiencia se volviera repentinamente muy desagradable para ella.

Luke dio la espalda a Erredós y los dos estudiantes Jedi con los que había estado hablando. Kirana Ti se inclinó para coger el fardo de provisiones que ella y Streen necesitarían para su corta estancia en la jungla. Kirana Ti llevaba las prendas de piel de reptil y el complejo casco de batalla que había traído consigo de Dathomir, su duro y salvaje planeta natal.

Streen se removió nerviosamente y alzó la mirada hacia el haz de claridad solar que se deslizaba por debajo de la puerta del hangar a medio abrir. Llevaba el mono de vuelo repleto de bolsillos que conservaba de sus días como buscador de gases en Bespin.

Mara fue hacia ellos con paso rápido y decidido, apretando el cinto que recogía los pliegues de su túnica Jedi mientras caminaba. Luke la miró y pensó en lo mucho que había cambiado desde su primer encuentro con ella en Myrkr, aquel mundo de contrabandistas tan hostil y poco acogedor.

Mara se detuvo delante de él, lanzó una breve mirada a los dos candidatos Jedi que esperaban el momento de iniciar su viaje por la jungla y después los ignoró por completo.

—No puedo negar que he aprendido muchas cosas aquí, Luke —dijo—. Pero Talon Karrde me proporcionó el control de la alianza de contrabandistas, y tengo demasiadas cosas que hacer. No puedo pasarme el día entero meditando. —Su rostro esbelto de rasgos finamente cincelados parecía estar enrojecido de ira incluso en la tenue claridad del hangar—. Tu estudiante favorito se ha largado con mi nave, por lo que necesito que solicites otro transporte para poder salir de aquí.

Luke asintió, sintiendo una cierta diversión ante su apuro y un poco de irritación ante aquella referencia a la traición de Kyp Durron.

—Disponemos de un equipo de comunicaciones en la sala de guerra de la segunda terraza —dijo—. Puedes ponerte en contacto con Karrde y pedirle que te envíe otra nave.

Mara soltó un bufido.

—Karrde sólo permite que me ponga en contacto con él a intervalos acordados de antemano —replicó—. Siempre está en movimiento... Dice que lo hace porque teme que alguien haya ofrecido una recompensa por su cabeza, pero yo sospecho que sencillamente no quiere que se le moleste para nada. Afirma haberse retirado del contrabando, y dice que quiere vivir como un ciudadano normal y corriente.

—Siempre puedes ponerte en contacto con Coruscant —dijo Luke con afabilidad—. Estoy seguro de que te enviarán una lanzadera. De hecho, probablemente ya les toque enviarnos otro cargamento de suministros...

Mara frunció sus opulentos labios.

—Bueno, disponer de un chofer de la Nueva República sería una novedad bastante agradable...

Luke buscó algún sarcasmo oculto en su comentario, pero sólo encontró auténtico humor y meneó la cabeza.

—No sé a quién puedes conseguir como voluntario para un trabajo tan horroroso.

Cuando Lando entró corriendo en los aposentos de Han y Leia sin tomarse la molestia de llamar a la puerta, Han Solo estaba estudiando una lista de opciones de entretenimiento interactivo para los gemelos. Jacen y Jaina estaban sentados en el suelo, jugando impacientemente con unos relucientes juguetes autoconscientes que siempre estaban tratando de huir de las manecitas de los niños.

Cetrespeó estaba inmóvil junto a Han, y parecía un poco nervioso.

—Estoy perfectamente cualificado para la labor de selección, señor —dijo el androide de protocolo—. Estoy seguro de que conseguiré encontrar algo que divierta a los gemelos.

—No confío mucho en tus elecciones, Cetrespeó —replicó Han—. ¿Te acuerdas de lo bien que se lo pasaron en el Zoo Holográfico de Animales Extinguidos?

—Eso fue una anomalía, señor —dijo Cetrespeó.

Lando entró corriendo en la habitación y miró a su alrededor.

—¡Han, viejo amigo! —exclamó al verle—. Necesito que me hagas un favor... un gran favor.

Han dejó escapar un suspiro y confió el proceso de selección a Cetrespeó.

—De acuerdo, escoge tú... Pero te advierto que si luego resulta que no les gusta, dejaré que los gemelos se diviertan haciéndote una revisión de mantenimiento completa.

—Eh... Lo he entendido, señor —dijo Cetrespeó, y concentró toda su atención en la tarea.

Han se volvió hacia Lando.

—¿De qué clase de favor se trata? —preguntó cautelosamente.

Lando se puso la capa encima del hombro y se frotó las manos.

—Yo... Eh... Bueno, la verdad es que necesito que me prestes el Halcón..., sólo durante algún tiempo.

—¿Qué? —exclamó Han.

—Mara Jade se ha quedado atrapada en Yavin 4 sin ningún medio de transporte, y necesita que la saquen de allí —se apresuró a explicarle Lando—. Quiero ser el galante caballero que la rescate, Han. Anda, deja que me lleve el Halcón... Por favor.

Han meneó la cabeza.

—Mi nave no va a ir a ninguna parte sin mí —dijo—. Además, si estás intentando impresionar a Mara Jade... Bueno, francamente no creo que ir a rescatarla en una nave como el Halcón sea la mejor manera de conseguirlo.

—Oh, vamos, Han... —dijo Lando—. Yo te llevé a rescatar a Leia cuando Calamari estaba siendo atacado, ¿no? Me debes un favor.

Han suspiró.

—De acuerdo —dijo—. Supongo que no me iría nada mal tener una excusa para visitar a Luke y Kyp en la Academia Jedi. Además —añadió volviéndose hacia Cetrespeó con una sonrisita sarcástica en los labios—, al menos esta vez Leia se encuentra aquí para cuidar de los niños...

El Halcón Milenario se posó delante del gran templo massassi y Han bajó por la rampa para ver a Luke corriendo hacia él con el rostro tan lleno de placer y alegría como si aún fuera aquel joven de Tatooine que soñaba con vivir grandes aventuras. Han sonrió y siguió bajando por la rampa con sus botas resonando sobre las planchas metálicas. Luke se lanzó sobre él para estrecharle en un abrazo entusiástico que no resultaba nada digno de un Maestro Jedi.

—¿Estás disfrutando de tus pequeñas vacaciones lejos del bullicio de la política galáctica, Luke? —preguntó.

Los rasgos de Luke se ensombrecieron.

—Bueno, la verdad es que no me atrevería a decir que esté disfrutando mucho de ellas...

Lando Calrissian salió del Halcón después de haber dedicado unos momentos a peinarse, alisar sus ropas y asegurarse de que su apariencia resultaba todo lo atractiva y elegante que estaba en sus manos conseguir. Han puso los ojos en blanco, pues estaba convencido de que la delicadeza y la educación no eran la manera más adecuada de conseguir el afecto de Mara Jade.

La ira que siempre había hervido en su interior parecía haberse disipado bastante, pero Mara seguía mostrando una dureza cortante que hizo que Han se preguntara por qué Lando estaba tan interesado por aquella mujer que en tiempos se había llamado a sí misma «Mano del Emperador». Han siguió pensando en ello, y de repente comprendió que cuando vio por primera vez a Leia le había parecido que la princesa de Alderaan era una mezcla de la frialdad más gélida imaginable con el mal genio más ardiente concebible..., ¡y no había más que ver cómo había resultado ser Leia en realidad después!

La esbelta silueta de Mara Jade emergió por la puerta entreabierta del hangar oculto en la base de la enorme pirámide escalonada de piedra. Llevaba un saco de viaje encima del hombro.

Lando bajó corriendo por la rampa y le dio una apresurada palmada a Luke en la espalda.

—¿Qué tal te va todo, Luke? —preguntó, y después cruzó corriendo la pista hacia Mara con tanta prisa que faltó muy poco para que tropezara y cayese—. Nos hemos enterado de que necesitas un medio de transporte —dijo mientras se ofrecía a cargar con su saco de viaje—. ¿Qué le ha pasado a tu nave?

—No me hagas preguntas sobre ese tema —respondió Mara, y después le contempló en silencio durante unos momentos con una sonrisita burlona en los labios antes de alargarle su pesado saco de viaje—. Así que por fin has encontrado algo que sí estás cualificado para hacer, ¿eh, Calrissian? Veo que te has convertido en un excelente mozo de equipajes.

Lando se echó el saco de viaje al hombro y movió la mano señalando el Halcón.

—Venga conmigo y la llevaré a la lanzadera de Personalidades Muy Importantes, señora —dijo.

Han retrocedió un poco y miró a su alrededor, recorriendo las junglas llenas de vapores húmedos y el Gran Templo cubierto de lianas con los ojos.

—Bien, ¿y dónde está Kyp? —preguntó.

Luke mantuvo la mirada clavada en sus pies durante unos momentos, y después fue alzando la vista tan lentamente como si estuviera haciendo acopio de valor mediante alguna clase de ejercicio Jedi hasta que sus ojos se encontraron con los de Han.

—Tengo malas noticias para ti —dijo—. Kyp... Bueno. Kyp y yo no logramos ponernos de acuerdo sobre la rapidez con la que debía aprender nuevas habilidades que encerraran un cierto peligro y cuál era la mejor manera de desarrollar sus capacidades con la Fuerza.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Han, y se agarró a un pistón de la rampa de entrada del Halcón como si estuviera a punto de perder el equilibrio—. ¿Está herido? ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo?

Luke meneó la cabeza.

—No sé qué le ocurrió —replicó—. Kyp ha estado practicando con ciertas técnicas que temo puedan acabar impulsándole hacia el lado oscuro. Estoy muy preocupado, Han... Kyp es el estudiante con más poder de todos los que he tenido aquí. Robó la nave de Mara Jade y se fue de Yavin 4. No tengo ni idea de dónde se encuentra ahora o de qué puede estar haciendo.

Han había apretado los labios hasta convertirlos en una delgada línea, pero Luke siguió hablando.

—Kyp tiene dentro un gran poder y mucha ira y ambiciones... pero muy poca comprensión o paciencia. Esa combinación puede llegar a resultar muy peligrosa.

Han se sentía impotente, y apenas se dio cuenta que Lando escoltaba a Mara Jade por la rampa de entrada hasta el interior del Halcón.

—No sé qué puedo hacer, Luke —dijo.

Luke asintió con expresión preocupada.

—Yo tampoco.

El Halcón Milenario avanzaba a toda velocidad por el hiperespacio acompañado por el leve zumbido vibratorio de los motores hiperlumínicos. Lando intentó no levantar la voz mientras se inclinaba hacia Han en la cabina.

—Deja que haga unos pequeños arreglos de nada en las unidades de procesado de los alimentos, Han. Vamos, por favor... Me he aprendido de memoria algunas programaciones de los mejores casinos de la Ciudad de las Nubes, y puedo producir recetas que harán que Mara Jade levite de puro placer culinario.

—No. —Han echó un vistazo al cronómetro que iba indicando el tiempo de viaje que faltaba para volver a Coruscant—. Los procesadores de alimentos ya me gustan tal como están ahora.

Lando dejó escapar un suspiro de exasperación y se derrumbó en el asiento del copiloto.

—Todos están programados para recetas corellianas de platos difíciles de digerir y llenos de grasas —dijo—. Una mujer como Mara necesita comidas exóticas, preparaciones especiales... ¡No salchichas de nerf y brotes vegetales con unas asquerosas raíces de carboto!

—Oye, Lando, yo crecí comiendo ese tipo de comida..., y cuando estoy a bordo de mi nave, quiero que las unidades de preparación de alimentos me proporcionen platos que me gustan. Ya desperdicié todo el viaje de ida a Yavin ayudándote a limpiar los camarotes de atrás, por no hablar del sacar brillo al tablero holográfico de juegos y lo de perfumar toda la nave con desinfectantes.

—Han, la nave estaba asquerosamente sucia y apestaba —replicó Lando.

—Bueno, pues a mí me gustaba que estuviese así —insistió Han—. Estás hablando de mi suciedad y mi pestilencia, ¿entendido?

—Y todo porque tuviste suerte en el sabacc... —Lando se levantó, se puso bien la capa y se pasó la mano por su mono de vuelo color púrpura para alisarlo—. Te dejé ganar, ¿sabes? Nunca podrías repetirlo.

Han y Lando se estaban fulminando con la mirada desde los dos extremos del tablero de juegos que habían despejado a toda prisa. Lando no paraba de lanzar rápidas miradas de soslayo a Mara Jade mientras llevaba a cabo el proceso de aleatorización de los rectángulos de la vieja baraja de sabacc de Han.

Mara había ignorado a Lando durante la mayor parte del viaje a Coruscant. Había rechazado con bastante brusquedad todos sus intentos de prepararle la cena, seleccionar piezas musicales que fueran de su agrado o entablar conversación con ella. La contrabandista estaba inmóvil viendo cómo jugaban a las cartas para resolver su disputa sobre la propiedad del Halcón, y fruncía el ceño como si Han y Lando no fueran más que dos mocosos que se estuvieran peleando en un jardín de infancia.

Lando cogió el mazo de relucientes cartas metálicas de tal manera que se vieran las caras cristalinas y las alzó delante de Mara.

—¿Deseáis cortar, mi señora? —preguntó.

—No, no lo deseo —replicó ella.

—Me estoy empezando a hartar de esto, Lando —dijo Han—. Primero te gané el Halcón en una partida de sabacc en Bespin, después tú recuperaste la nave en el salón diplomático de Coruscant y finalmente yo volví a ganarte cuando íbamos a Calamari. Creo que ya es suficiente, ¿no te parece? Ésta va a ser nuestra última partida.

—Por mí estupendo, viejo amigo —dijo Lando, y empezó a repartir las cartas.

—Nada de revanchas —dijo Han.

—Nada de revanchas —acordó Lando.

—El que gane esta partida se queda con el Halcón para los restos.

—De acuerdo —dijo Lando—. El Halcón Milenario pertenecerá al ganador y éste podrá hacer lo que le dé la gana con él. Se acabó el pedir prestada la nave, y se acabaron las discusiones.

Han asintió.

—El perdedor obtendrá una vida entera como usuario del sistema de transportes públicos de Coruscant. —Cogió sus cartas—. Y ahora, cierra el pico y juega.

Han arrojó sobre el tablero las cartas que le habían traicionado y se puso en pie para ocultar la devastadora sensación de pérdida que se estaba adueñando de él. Se sentía igual que si le hubieran estrujado el corazón como si fuese una hoja de papel y luego se lo hubieran vuelto a meter en el pecho.

—Adelante, Lando. Puedes sonreír y disfrutar de tu victoria...

Mara Jade había contemplado toda la partida con el rostro impasible, pero con menos indiferencia de la que pretendía mostrar, y en ese momento frunció el ceño como si esperase que Lando se pusiera en pie y lanzara gritos de triunfo. Han estaba esperando la misma reacción por parte de Lando.

Pero de repente Lando se quedó inmóvil a medio levantar de su asiento, y logró calmarse y acabar de incorporarse con lenta dignidad.

—Eso es —dijo con voz grave y musical—. Es el final de la partida... Nunca más volveremos a jugar por el Halcón.

—Sí, eso es lo que acordamos —dijo Han con un hilo de voz que apenas resultaba audible.

—Y el Halcón es mío y puedo hacer lo que quiera con él —dijo Lando.

—¡Adelante, Lando, disfruta de tu victoria! —repitió Han para ocultar la desesperación que sentía. Se maldijo a sí mismo por haberse dejado convencer para jugar otra estúpida partida de sabacc. Se había comportado como un idiota: no tenía nada que ganar, y lo había perdido todo—. ¡No entiendo cómo puedo haber cometido la idiotez de volver a jugar contigo!

—Parecéis una pareja de vornskyrs bufándose el uno al otro durante una disputa por el territorio —dijo Mara, y meneó la cabeza.

Su exótica cabellera color especias quedó colgando a un lado de su cara. No había hecho nada para estar particularmente atractiva, pero aun así el gesto realzó todavía más su belleza.

Lando miró a Mara, y después se dio la vuelta quedando medio de espaldas a ella como si estuviera ignorando deliberadamente su presencia.

—Pero como eres mi amigo, Han Solo —dijo extendiendo las manos en un gesto melodramático hacia Han—, y como sé que el Halcón significa todavía más para ti de lo que significa para mí... —Lando hizo una pausa para dar más tensión al momento y lanzó otra rápida mirada de soslayo a Mara Jade antes de seguir hablando—, decido devolverte el Halcón Milenario. Es un regalo que te hago, un testimonio de homenaje a nuestros años de amistad y a todas las aventuras que hemos vivido juntos.

Han se derrumbó en su asiento sintiendo que se le doblaban las rodillas. Notó que se le encogía la garganta, y abrió y cerró la boca varias veces mientras su mente funcionaba a toda velocidad intentando encontrar una contestación adecuada sin conseguirlo.

—Voy a las unidades de preparación de alimentos—dijo magnánimamente Lando—. Si Han me permite introducir unos cuantos retoques en la programación, intentaré preparar los platos más soberbios que sean capaces de ofrecernos sus unidades, y después todos disfrutaremos de una maravillosa cena juntos.

Han estaba tan atónito que se sintió incapaz de protestar. Lando no esperó a que se recuperase lo suficiente para hablar, y lanzó una segunda mirada a Mara mientras iba hacia la cocina.

Han, todavía perplejo, vio cómo Mara enarcaba las cejas y le seguía con la mirada mientras sus labios se curvaban en una sonrisa entre sorprendida y asombrada, como si estuviera empezando a formarse una opinión totalmente nueva de Lando Calrissian.... y Han llegó a la conclusión de que eso era justo lo que Lando había planeado que ocurriese.