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El resplandor reflejado de la Nebulosa del Caldero creaba dibujos de luces y sombras que bailaban lentamente sobre la lisa superficie de la mesa de la sala de guerra del Gorgona. La almirante Daala estaba sentada en un extremo, separada del comandante Kratas, el general Odosk del Ejército Imperial y el capitán Mullinore del Basilisco.
Daala estaba contemplando su reflejo distorsionado sobre el brillo líquido de la mesa. Mantuvo sus ojos verde esmeralda fijos ante ella mientras apretaba el puño, y sintió cómo el flexible cuero negro de su guante respondía al movimiento de los dedos. Su corazón palpitaba lentamente con un sordo dolor acompañando a cada latido, como los ecos imaginados de los gritos lanzados por los soldados que habían muerto al estallar el Mantícora. La sangre rugía en las venas de Daala cuando pensaba en cómo había perdido también el Destructor Estelar Hidra. ¡La mitad de su fuerza de combate había sido aniquilada!
¿Qué hubiese pensado Tarkin de ella? En sus pesadillas Daala veía a su espectro echando hacia atrás la mano abierta para cruzarle la cara, castigando su espantoso fracaso con un feroz bofetón. ¡El fracaso...! Daala tenía que compensarlo de alguna manera.
El comandante Kratas frunció sus espesas cejas uniéndolas en un gesto de preocupación. Su gorra imperial reposaba sobre su corta y oscura cabellera. Ladeó la cabeza para rehuir la mirada de Daala, y después miró al general y al capitán del otro Destructor Estelar. Nadie habló. Todos estaban esperando a que Daala abriera la boca, y Daala intentó hacer acopio del valor que necesitaba para hablar.
—Caballeros... —dijo por fin.
La palabra era como un clavo oxidado que le arañó la garganta y que estuvo a punto de quedar atascada en ella, pero su voz sonó firme y segura de sí misma y consiguió atraer la atención de los tres comandantes haciendo que se tensaran en sus asientos. La mirada de Daala recorrió sus rostros, y después hizo girar su asiento para poder contemplar el hervidero de gases de la Nebulosa del Caldero. Un nudo de gigantes azules agrupado en el corazón de la nebulosa emitía una energía tan intensa que bastaba para iluminar toda la nube de gases.
—He decidido introducir ciertas alteraciones en nuestra misión —siguió diciendo, y tragó saliva. Las palabras ya le parecían impregnadas por el sonido de la derrota, pero Daala no estaba dispuesta a rendirse con tanta facilidad—. Debemos establecer alguna clase de diferenciación entre las distintas prioridades en conflicto. La orden original que recibimos del Gran Moff Tarkin nos obligaba a proteger la Instalación de las Fauces fuera cual fuese el coste, y ésa es la razón por la que se nos entregó una fuerza consistente en cuatro Destructores Estelares. Tarkin consideraba que los científicos de la Instalación de las Fauces eran un recurso inapreciable para la victoria final del Imperio.
Daala apretó los dientes y volvió a vacilar. Su cuerpo la traicionó y empezó a temblar, pero se agarró al borde de la lisa superficie de la mesa con una mano enguantada, y lo apretó con todas sus fuerzas hasta que los músculos de sus dedos le devolvieron el control de sí misma al precio de un doloroso calambre.
—Pero permitimos que el Triturador de Soles, el arma más poderosa jamás diseñada, nos fuese robada y después perdimos una cuarta parte de nuestra flota en un intento fallido de recuperarla. Cuando me enteré de los cambios producidos en lo referente a la situación de la Rebelión, decidí que combatir a los enemigos del Imperio era una tarea más importante. Dejamos indefensa la Instalación de las Fauces y nos dedicamos a atacar los mundos rebeldes. Ahora, después del desastre de Calamari, me doy cuenta de que esa misión también ha sido un fracaso.
El comandante Kratas se medio incorporó en su asiento corno si se sintiera obligado a defender las decisiones tomadas por Daala. Su piel enrojeció, y Daala vio un lamentable comienzo de vello en su mentón. Si hubieran estado en la Instalación de las Fauces bajo condiciones disciplinarias normales, Daala le habría administrado una seria reprimenda.
—Estoy de acuerdo en que hemos sufrido severas pérdidas, almirante —dijo—, pero también hemos asestado golpes demoledores a los traidores rebeldes. El ataque a Dantooine...
La mano de Daala giró en el aire, reduciéndole al silencio con un gesto tan implacable como el golpe de un hacha vibratoria. Kratas apretó sus delgados labios y retrocedió en su asiento.
—Conozco perfectamente el contenido de los informes de combate, comandante. Veo las cifras en mis sueños... He estudiado los datos una y otra vez. —Daala alzó la voz, y dejó que la ira impregnara su tono—. Sean cuales sean los daños que hemos infligido a la Rebelión, está claro que sus pérdidas han sido insignificantes comparadas con las nuestras.
»Y por lo tanto —siguió diciendo, bajando la voz y adoptando un tono tan repentinamente gélido que vio cómo los acuosos ojos del general Odosk se llenaban de miedo—, tengo intención de utilizar mis últimos recursos en un ataque final. Si tiene éxito, significará el cumplimiento de nuestras dos misiones.
Los dedos enguantados de Daala manipularon los controles instalados al extremo de la mesa. Un holoproyector colocado en el centro de la losa negra emitió la imagen generada mediante ordenador que Daala había creado aquella tarde en sus habitaciones mientras la imagen del Gran Moff Tarkin hablaba desgranando sus conferencias pregrabadas.
—Tengo intención de atacar el corazón de la Rebelión..., el mismo Coruscant —dijo.
Un mapa de alta resolución que mostraba la topografía superficial del planeta del Emperador más reciente archivada en los bancos de datos apareció en el aire y fue cobrando nitidez hasta revelar una metrópolis del tamaño de un mundo, con casquetes polares y cadenas centelleantes de luces urbanas extendiéndose por el lado nocturno del planeta. Daala vio muelles espaciales, espejos solares curvos que calentaban las latitudes superiores e inferiores del planeta, satélites de comunicaciones, cargueros de gran tonelaje y corrientes de tráfico orbital.
Daala movió una mano enguantada y dos Destructores Estelares generados mediante ordenador aparecieron de repente el uno al lado del otro, avanzando a gran velocidad hacia Coruscant.
—Tengo intención de trasladar todas las dotaciones y personal al Gorgona, dejando una tripulación mínima a bordo del Basilisco. La tripulación mínima estará formada por voluntarios, naturalmente... Nuestros Destructores Estelares saldrán del hiperespacio justo detrás de las lunas de Coruscant. Después avanzarán hacia nuestro objetivo sin ninguna vacilación y a la velocidad sublumínica máxima.
»No habrá ningún aviso de nuestra llegada, y dispararemos todas nuestras baterías turboláser despejando un pasillo que nos permitirá ir en línea recta hacia la Ciudad Imperial. Cualquier nave que se interponga en nuestro camino quedará convertida en una nube de metales ionizados.
La animación creada mediante ordenador fue mostrando la táctica que se utilizaría mientras Daala seguía hablando. Los dos Destructores Estelares avanzaron a toda velocidad hacia la capital de la Nueva República.
—La embestida suicida utilizada por el comandante calamariano que destruyó el Mantícora me proporcionó la idea de este ataque, y será una buena forma de administrarles una dosis mortífera de su propia medicina.
Daala contempló el rostro impasible del general Odosk, la mezcla de incredulidad y estupor que se había adueñado de los rasgos del capitán Mullinore y el hosco e inflexible apoyo a cualquier decisión tomada por su oficial superior que se leía en los del comandante Kratas.
—Será nuestro ataque por sorpresa más terrible y letal —siguió diciendo Daala—. Causará los daños suficientes para que nuestros nombres vivan por siempre en los anales de la historia imperial. Asestaremos un golpe de muerte al gobierno rebelde.
»La tripulación reducida de voluntarios del Basilisco iniciará una cuenta atrás de autodestrucción en cuanto nos aproximemos al sistema. El Gorgona emitirá interferencias hasta que hayamos alcanzado nuestro objetivo, momento en el que alteraremos el rumbo. El Basilisco entrará en la atmósfera de Coruscant moviéndose a la máxima velocidad que puedan proporcionarle sus motores. No habrá forma alguna de detenerlo.
El Destructor Estelar alteró el curso en la imagen simulada justo antes de entrar en contacto con la piel de aire, y se desvió trazando una apretada órbita alrededor de Coruscant para alejarse velozmente hacia el espacio mientras la primera nave quedaba envuelta en llamas y caía en picado a través de la atmósfera, dirigiéndose hacia el centro de población más grande del planeta.
—Cuando el Basilisco estalle... —murmuró Daala.
Después guardó silencio mientras la imagen planetaria desarrollaba un deslumbrante anillo de fuego que envió ondulaciones incendiarias a través de toda la atmósfera. Todas las luces del lado nocturno del planeta se apagaron de repente, y aparecieron grietas llenas de llamas en las masas de tierra.
—La explosión será lo suficientemente poderosa como para destruir todos los edificios en la mitad de un continente —siguió diciendo Daala—. La onda expansiva que viajará a través del núcleo planetario podría destruir ciudades situadas al otro lado del mundo. Los depósitos de agua subterráneos se romperán, y las olas gigantes causarán grandes daños a lo largo de todas las costas. Podemos devastar Coruscant pagando el precio de perder un Destructor Estelar a cambio de ello.
Odosk contempló a Daala con hosca admiración.
—Es un buen plan, almirante —dijo.
—Pero mi nave... —empezó a decir el capitán Mullinore.
—Será un sacrificio glorioso —le interrumpió el comandante Kratas—. Sí, creo que es un plan magnífico —añadió, formando un puente con los dedos e inclinándose sobre la reluciente superficie de la mesa.
La muerte simulada de Coruscant siguió desarrollándose, y la imagen mostró los incendios que se iban extendiendo por las ciudades, las perturbaciones sísmicas y la destrucción que continuaba haciendo estragos mucho tiempo después de que el Gorgona se hubiera desvanecido en el hiperespacio dejando tras de sí un puntito de luz incandescente.
—Pero ¿y nosotros? —preguntó Kratas de repente—. ¿Qué haremos después?
Daala cruzó los brazos sobre su pecho.
—Como ya he dicho, habremos llevado a cabo nuestras dos misiones —replicó—. Cuando el Basilisco haya destruido Coruscant, el Gorgona y todo nuestro personal volverán a la Instalación de las Fauces, donde la defenderemos hasta la muerte utilizando todos los recursos a nuestra disposición. Los rebeldes saben que está allí, y podemos tener la seguridad de que tarde o temprano aparecerán para husmear.
La necesidad de venganza que devoraba a Daala había templado su corazón convirtiéndolo en una masa al rojo blanco que amenazaba con estallar, tal era la apasionada velocidad con que palpitaba dentro de su pecho.
—En una ocasión el Gran Moff Tarkin dijo que los reveses y derrotas no son más que una oportunidad para que causemos el doble de daños la segunda vez.
El capitán Mullinore parecía todavía más pálido de lo habitual, y su piel de un blanco lechoso estaba puntuada por los alfilerazos de los vasos sanguíneos. Su cabellera rubia había sido cortada casi al cero, lo que hacía que pareciese calvo según cual fuera el ángulo de la luz.
—Permítame ofrecerme voluntario para permanecer a bordo del Basilisco en esta misión, almirante —dijo—. Me sentiré orgulloso pudiendo capitanear mi nave hasta el final.
Daala le miró e intentó decidir si estaba intentando obtener alguna clase de reacción compasiva de ella, pero acabó decidiendo que el capitán Mullinore no deseaba compasión.
—Acepto su ofrecimiento, capitán —dijo.
Mullinore se sentó y asintió con una brusca inclinación de cabeza que casi le incrustó el mentón en la garganta.
Daala se puso en pie. Los músculos de sus muslos y su espalda estaban tan tensos como manojos de alambres trenzados. Todo su cuerpo había sido como un puño apretado desde el desastre de Calamari, y Daala sabía que la única manera de disipar aquella tensión insoportable era asestar un golpe devastador a la Rebelión.
—Inicien la transferencia del personal y el equipo —ordenó—. Debemos atacar Coruscant de inmediato.
Daala lanzó una última mirada a la nebulosa en perpetua agitación que ocultaba su nave, y después salió de la sala de guerra para volver a sus aposentos, donde repasaría una vez más las cintas tácticas de Tarkin, buscando en ellas la sabiduría perdida y secreta que le garantizaría la victoria.