23
La claridad del día entraba por los tragaluces rectangulares abiertos en el techo del Gran Templo. Kyp estaba sentado en un banco de piedra bastante duro e incómodo en la gran sala de audiencias, escuchando al Maestro Skywalker. Fingía prestar atención a sus palabras, aunque eso le estaba resultando cada vez más difícil a medida que iba empeorando su opinión sobre los conocimientos de Skywalker.
Los otros estudiantes Jedi permanecieron inmóviles en absorta fascinación mientras Skywalker colocaba el pequeño cubo blanco del Holocrón encima de su pedestal. El aparato contó otra historia de los antiguos Caballeros Jedi, narrando sus heroicas aventuras y sus batallas contra el lado oscuro..., un sinfín de esfuerzos que al final no habían servido de nada, pues el Emperador y Darth Vader habían resultado ser más fuertes que los Caballeros Jedi y los habían aplastado.
Skywalker se negaba a aprender de aquel fracaso. Si pretendía conseguir que los nuevos Caballeros Jedi alcanzaran un poder más grande, entonces tendría que haber sido capaz de admitir la existencia de nuevas capacidades y hacer todo lo necesario para que su nueva Orden de Caballeros Jedi fuese lo suficientemente poderosa para resistir una purga como la que había llevado a cabo Vader.
Exar Kun había enseñado muchas cosas a Kyp y le había revelado los caminos del Sith, pero el Maestro Skywalker jamás adoptaría aquellas enseñanzas. Kyp se preguntó por qué se molestaba en seguir escuchando a Skywalker. Parecía tan débil, tan vacilante e indeciso...
Los otros estudiantes eran un manantial de fortaleza potencial. Habían aprendido cómo establecer contacto con la Fuerza, pero no habían ido más allá del mero nivel del novicio y hasta el momento no eran más que simples prestidigitadores, aficionados que fingían interpretar un papel que les venía demasiado grande a todos. Se negaban a investigar lo que se ocultaba tras las puertas de un poder más grande, pero Kyp no tenía miedo de hacerlo. Él sí era capaz de enfrentarse a aquella enorme responsabilidad.
Otro guardián holográfico del Holocrón apareció en el aire y empezó a contar la historia de cómo el joven Yoda se había convertido en un Jedi. Kyp reprimió un bostezo, incapaz de comprender por qué tenían que seguir viendo todas aquellas historias triviales.
Estiró el cuello para contemplar las paredes del enorme templo de piedra, e intentó imaginarse la Gran Guerra Sith que se había librado hacía cuatro mil años. Pensó en la raza massassi, aquellos seres de piel húmeda y un poco viscosa que habían sido esclavizados por Exar Kun y a los que había utilizado como herramientas para construir los templos que había erigido guiándose por archivos Sith todavía más antiguos y olvidados. Kun había revitalizado las enseñanzas oscuras y se había autoconcedido el título de Señor Oscuro del Sith, una tradición que se había ido sucediendo ininterrumpidamente hasta Darth Vader, quien había sido el último señor Oscuro.
Los templos de Exar Kun habían sido construidos en Yavin 4, el último lugar de reposo arqueológico de la increíblemente antigua raza Sith, para que sirvieran como puntos focales a fin de concentrar su poder. Kun había gobernado la luna cubierta de junglas, y había controlado fuerzas que estuvieron a punto de derrotar a la Antigua República. Pero Ulic Qel-Droma, un señor de la guerra Jedi, había traicionado a Kun, y todo el poderío combinado de los Jedi se había desencadenado sobre Yavin 4 para librar una última batalla definitiva, exterminando toda la raza massassi, destruyendo casi todos los templos Sith y haciendo desaparecer la mayor parte de las selvas en un holocausto llovido del cielo. Pero Exar Kun había logrado enquistar su espíritu en Yavin 4, y había aguardado durante cuatro mil años hasta que otro Jedi llegó por fin para despertarlo...
Kyp se removió nerviosamente y fingió prestar atención. La cámara del templo parecía estar extremadamente caliente. El Holocrón seguía mostrando su interminable historia.
Luke escuchaba la voz del aparato con una sonrisa beatífica en los labios, y los otros estudiantes seguían contemplando las imágenes. Kyp se dedicó a mirar las paredes y se preguntó por qué estaba allí.
La penumbra que anunciaba la llegada de la noche ya había empezado a caer sobre las junglas de Yavin 4, y Luke Skywalker se echó hacia atrás y se permitió disfrutar de un rato de descanso en una de las salas comunes. La estancia era bastante más pequeña que la gran sala de audiencias y tenía un techo de arcadas de piedra y mesas pulimentadas, así como mobiliario todavía en condiciones de ser utilizado de los tiempos de la ocupación rebelde. Los viejos soportes para antorchas estaban ocupados por lámparas que desprendían una brillante claridad.
Luke podía sentir el cansancio que se iba extendiendo por todo su cuerpo y la mordedura del hambre en su estómago. Los estudiantes también estaban descansando, y recargaban sus reservas de energía mental.
Luke había pasado todo el día supervisándoles mientras llevaban a cabo sus ejercicios con la Fuerza, el adiestramiento de levitación, la visualización de batallas y conflictos, la percepción de la presencia de animales y criaturas de la jungla, y el aprendizaje de la historia Jedi mediante el Holocrón. Estaba muy complacido con sus progresos. La muerte de Gantoris aún resultaba tan dolorosa como una herida abierta que no hubiese curado, pero Luke podía ver que sus otros estudiantes estaban haciendo grandes avances y empezaba a creer que conseguiría crear una nueva hermandad de Caballeros Jedi.
Una estudiante llamada Tionne estaba sentada en una esquina de la estancia preparándose para tocar un instrumento musical de cuerda consistente en dos cajas de resonancia huecas separadas por un eje en el que estaban montadas las cuerdas tonales.
—Ésta es la balada de Nomi Sunrider, una Jedi de los antiguos tiempos de la Orden de Caballeros Jedi... —dijo.
Tionne sonrió. Su larga cabellera plateada le llegaba hasta más abajo de los hombros, flotando sobre su pecho y dividiéndose como un río de aguas blanqueadas por la espuma a lo largo de su espalda. Tenía los ojos pequeños y un poco más juntos de lo normal, y sus pupilas relucían con destellos color madreperla. Su nariz era pequeña y su mandíbula un poco cuadrada, y Luke pensó que en ella había más exotismo que auténtica hermosura.
Tionne adoraba las antiguas leyendas, baladas e historias de los Jedi. Antes de que Luke la encontrara durante el curso de su búsqueda de candidatos Jedi, Tionne ya había decidido dedicar su vida a resucitar las viejas historias que extraía de los archivos y a popularizarlas. Luke la había sometido a la prueba que le permitía descubrir el talento Jedi y había obtenido un resultado positivo, y aunque el potencial de Tionne quizá no fuera tan elevado como el de otros estudiantes, no cabía duda de que compensaba esa pequeña inferioridad más que sobradamente con su inmenso entusiasmo y devoción.
Los otros estudiantes buscaron sillas, bancos o meramente un lugar en el suelo para oír cantar a Tionne. La joven puso el instrumento sobre su regazo y empezó a pulsar las cuerdas con las dos manos mientras los estudiantes la escuchaban en un silencio absoluto, y no tardó en llenar la estancia con una suave música llena de ecos que parecía alimentarse de la letra de la canción que entonaba y hacerla aún más delicada y huidiza al mismo tiempo.
Luke cerró los ojos y escuchó la historia de la joven Nomi Sunrider, que había decidido someterse al adiestramiento Jedi por el que habría debido pasar su esposo después de que éste fuera asesinado. Nomi acabó jugando un papel decisivo en la devastadora Guerra Sith que había enfrentado a Jedi contra Jedi en los tiempos de la Antigua República.
Luke sonrió mientras oía la música y las notas armoniosas envueltas en ecos acompañando a la voz suave como el murmullo del agua de Tionne, que cantaba con pasión. De repente oyó un crujido procedente del otro extremo de la estancia, y volvió la mirada hacia allí para ver cómo Kyp Durron se removía nerviosamente con el ceño fruncido. El joven suspiró, volvió a fruncir el ceño y acabó poniéndose en pie, interrumpiendo la canción de Tionne al hacerlo.
—Preferiría que no siguieras empeñándote en perpetuar esa historia ridícula, Tionne —dijo de repente—. Nomi Sunrider no fue más que una víctima... Luchó en las Guerras Sith sin llegar a entender en ningún momento por qué se estaban librando todas esas batallas. Creyó con una fe ciega todo lo que le decían sus Maestros Jedi, que estaban muy asustados porque Exar Kun había descubierto una forma de que los Jedi incrementaran enormemente su poder.
Tionne dejó su instrumento sobre las losas del suelo y tensó las manos encima de su túnica agarrándose las rodillas. Parecía entre perpleja y consternada y sus pequeños ojos brillaban, llenos de confusión.
—¿De qué estás hablando? —El abatimiento le había enronquecido la voz—. He dedicado muchas semanas a reconstruir esa leyenda... Todo el mundo sabía lo que estaba haciendo, Kyp. Si tenías otras informaciones sobre ella, ¿por qué no las compartiste conmigo?
—¿Dónde te has enterado de todo eso, Kyp? —preguntó Luke levantándose.
Se puso las manos en las caderas e intentó obligar a Kyp a bajar la vista mirándole fijamente. El joven se había ido volviendo cada vez más impulsivo e irascible a medida que iba adquiriendo conocimientos Jedi. «Nunca debes perder la calma...» Yoda se lo había repetido una y otra vez, pero Luke no sabía cómo tranquilizar a Kyp.
Kyp recorrió la estancia con la mirada, contemplando a los estudiantes que le observaban con los rostros llenos de asombro.
—Si la Guerra Sith hubiera terminado de otra manera —dijo—, entonces quizá los Caballeros Jedi habrían aprendido a defenderse cuando Darth Vader empezó a perseguirles, y tal vez no habrían perecido todos. Los Jedi nunca habrían caído y nosotros no estaríamos aquí, recibiendo las supuestas enseñanzas de alguien que no sabe más que nosotros.
Luke no se inmutó.
—Cuéntame cómo has averiguado todo eso, Kyp.
Kyp tensó los labios y entrecerró los ojos. Hizo varias inspiraciones muy profundas, y Luke percibió el torbellino de emociones que se agitaba dentro de él, como si su mente estuviera funcionando a toda velocidad para dar con una respuesta.
—Yo también puedo utilizar el Holocrón —dijo por fin—. Como nos repite una y otra vez el Maestro Skywalker, todos estamos obligados a aprender cuanto nos sea posible.
Luke no podía creer en las palabras del joven, pero Erredós entró de repente antes de que pudiera formularle otra pregunta. El pequeño androide dejó escapar un veloz chorro de pitidos y sonidos estridentes. Parecía estar muy alarmado, pero Luke logró descifrar una parte del mensaje transmitido en lenguaje electrónico.
—¿No tienes ni idea de quién puede ser? —preguntó.
Erredós emitió un silbido de negativa que empezó en un extremo de la escala tonal y la recorrió por completo.
—Tenemos un visitante —anunció Luke—. Una nave se está posando en la pista de descenso en estos mismos instantes... ¿Vamos a saludar al piloto? —Se volvió para poner una mano con firmeza sobre el hombro de Kyp, pero el joven la apartó con un brusco encogimiento—. Ya hablaremos de todo esto más tarde, Kyp.
Luke salió de la estancia precediendo a los estudiantes, agradeciendo con alivio aquella inesperada distracción que ayudaría a disipar la tensión. Los estudiantes Jedi le siguieron por el tramo de escalones de piedra y a través del hangar hasta que llegaron a la pista.
Un caza personal de pequeñas dimensiones, un Z-95 Cazador de Cabezas, un esbelto aparato metálico que era usado con bastante frecuencia por los contrabandistas, trazó un par de círculos sobre la pista y se posó en el claro. Los otros estudiantes permanecieron inmóviles allí donde empezaba la parrilla de descenso, pero Luke fue hacia la nave.
Las puertas de la cabina se abrieron subiendo como las alas de un gran insecto y una silueta emergió del hueco. Luke vio un traje plateado muy ceñido que se adhería a las curvas del cuerpo de una mujer joven. La silueta bajó de la nave, se quitó un casco opaco y sacudió la cabeza haciendo oscilar su cabellera de un castaño rojizo. En el pasado aquel rostro firme y anguloso había parecido una hosca máscara de implacable decisión, pero Luke vio que se había suavizado. Sus ojos daban la impresión de haberse vuelto más grandes, y sus opulentos labios ya no estaban tan poco familiarizados con la sonrisa como antes.
—Mara Jade... —dijo.
—Hola, Luke —replicó ella mientras se ponía el casco debajo del brazo izquierdo apretándolo contra su caja torácica y le contemplaba con una sombra casi imperceptible de afabilidad en la mirada—. ¿O ahora he de llamarte «Maestro Skywalker»? —añadió enarcando las cejas.
Luke se encogió de hombros y extendió los brazos hacia ella para darle la bienvenida.
—Eso dependerá del porqué estés aquí.
Mara Jade dejó la cabina del Cazador de Cabezas abierta detrás de ella y cruzó el claro para aceptar la mano que le ofrecía Luke. Después giró sobre sus tacones en un movimiento claramente militar para contemplar a la docena de estudiantes que habían acudido al centro de adiestramiento de Luke.
—Me dijiste que tenía la capacidad de utilizar la Fuerza —murmuró—. Bien, pues he venido aquí para averiguar algunas cosas más sobre eso. Los poderes Jedi podrían ayudarme a dirigir la unión de contrabandistas.
Abrió la cremallera de una bolsa de viaje flexible que colgaba de su hombro y sacó de ella un paquetito de pliegues de tela micro compactados, muchos más de los que Luke hubiese creído que podían caber en un envoltorio tan diminuto. Mara Jade sacudió los pliegues marrones hasta que consiguió desplegar la prenda.
Su mirada recorrió las túnicas idénticas que llevaban todos los estudiantes de Luke, y después volvió a posarse en él.
—¿Ves? —comentó—. Incluso me he traído una túnica Jedi...
La cena consistió en un generoso estofado de runyip, condimentado con especias, y cuencos de verduras trinchadas, y durante su curso Luke contempló cómo Mara Jade se alimentaba igual que si estuviera muerta de hambre. Luke comió despacio y saboreando cada bocado, percibiendo las sustancias nutritivas y las energías a medida que iban impregnando lentamente su cuerpo.
—La Nueva República cuenta con tus Caballeros Jedi, Luke, y la situación está empeorando mucho ahí fuera —dijo de repente Mara Jade.
Luke se inclinó hacia delante, juntando las puntas de los dedos e intentando captar ecos de las emociones de Mara Jade.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó—. Tenemos muchas ganas de conocer las últimas noticias.
—Bueno... —dijo Mara Jade, que aún estaba masticando un bocado de verduras. Lo engulló y tomó un sorbo de agua fresca, frunciendo el ceño al beberla como si hubiera esperado encontrarse con otra cosa—. La almirante Daala continúa con sus depredaciones. No parece estar aliada con ninguno de los señores de la guerra imperiales. Por lo que hemos podido averiguar, está intentando causar muchos daños a cualquiera que se oponga al Imperio..., y la verdad es que está causando muchísimos daños, Luke. ¿Sabes que ha estado atacando navíos de suministro, desintegrándolos en el espacio? También destruyó la nueva colonia de Dantooine.
—¡Dantooine! —exclamó Luke.
Mara le miró.
—Sí. Uno de tus estudiantes procede de ese grupo de gente, ¿no?
Luke se había quedado totalmente inmóvil. Algunos estudiantes dejaron escapar jadeos ahogados de perplejidad y horror. Luke sintió que la mente le daba vueltas al pensar en todos aquellos refugiados a los que había ayudado a trasladar a un lugar supuestamente seguro sacándolos del traicionero mundo de Eol Sha... únicamente para que todos acabaran siendo aniquilados.
—Ya no se encuentra con nosotros —logró decir por fin—. Gantoris murió. No estaba... preparado para controlar los poderes que intentó utilizar.
Mara Jade enarcó sus delgadas cejas y esperó a que Luke siguiera explicándose, pero continuó hablando al ver que éste guardaba silencio.
—Lo peor ocurrió cuando Daala atacó Calamari —siguió diciendo—. Al parecer pretendía destruir los astilleros orbitales, pero el almirante Ackbar logró reconocer a tiempo la táctica que estaba empleando. Destruyó uno de sus tres Destructores Estelares..., pero aun así Daala se las arregló para hundir dos ciudades flotantes de los calamarianos. Hubo muchos miles de muertos.
Kyp Durron se puso en pie al otro extremo de la larga mesa.
—¿Daala perdió otro de sus Destructores Estelares?
Mara Jade le miró como si acabara de darse cuenta de la presencia del joven de cabellos oscuros.
—Todavía tiene dos Destructores Estelares y carece de inhibiciones —replicó—. La almirante Daala todavía puede causar una cantidad de destrucción increíble, y posee un arma de la que nadie más parece disponer, sabe que no tiene nada que perder.
—Tendría que haberme sacrificado a mí mismo —dijo Kyp—. Podría haberla matado con mis manos desnudas cuando me encontraba a bordo del Gorgona...
El joven bajó la voz y empezó a relatar la historia que Luke ya conocía.
—Robamos el Triturador de Soles delante de sus narices, y desperdiciamos nuestra oportunidad —dijo Kyp—. Teníamos en nuestras manos un arma con la que podríamos haber asestado un golpe decisivo a los planetas que siguen siendo leales al Imperio, desde luego, pero... Bueno, ¿qué hicimos con ella? Arrojamos el Triturador de Soles al núcleo de un gigante gaseoso, donde no puede sernos de ninguna utilidad.
—Cálmate —dijo Luke.
Movió una mano pidiendo a Kyp que se sentara, pero Kyp puso las suyas encima de la piedra veteada de la mesa y se inclinó sobre ella para fulminar a Luke con la mirada.
—¡La amenaza imperial no va a esfumarse por sí sola! —exclamó—. Si unimos todos nuestros poderes Jedi, podemos recuperar el Triturador de Soles arrancándolo al núcleo de Yavin... Podemos sacarlo de allí e iniciar la cacería de los imperiales. ¿Qué misión más limpia puede haber para nosotros? ¿Por qué nos estamos limitando a escondernos en esta luna remota y olvidada de todos?
Kyp hizo una pausa, claramente enfurecido. Los otros estudiantes le contemplaron en silencio, y Kyp les devolvió la mirada sin dejarse intimidar.
—¿Sois todos idiotas o qué? —gritó—. No podemos permitirnos el lujo de perder más tiempo refinando nuestras capacidades levitatorias, manteniendo rocas en equilibrio o detectando la presencia de unos roedores en la jungla. ¿De qué sirve eso? Si no vamos a utilizar nuestros poderes para ayudar a la Nueva República, ¿por qué estamos tratando de perfeccionarlos?
Luke miró a Mara Jade, que parecía muy interesada en la discusión. Después volvió a concentrar su atención en Kyp, y vio que el joven apenas había tocado su cena.
—Porque los Jedi no obran de esa manera —dijo—. Has estudiado el Código, y sabes cómo debemos enfrentarnos a una situación difícil. Los Jedi nunca resuelven los problemas mediante la destrucción indiscriminada.
Kyp le dio la espalda a Luke, fue hacia la puerta del comedor y giró sobre sí mismo debajo del arco de piedra de la entrada.
—Si no utilizamos nuestro poder, entonces no veo de qué nos sirve el tenerlo —dijo—. Estamos traicionando a la Fuerza con nuestra cobardía.
Apretó los dientes, y cuando volvió a hablar lo hizo en un tono de voz mucho más bajo y calmado.
—No estoy muy seguro de qué otra cosa puedo aprender aquí, Maestro Skywalker —dijo.
Y desapareció en el pasillo después de haber pronunciado aquellas palabras.
Kyp sentía en su piel el cosquilleo del poder contenido a duras penas, como si la sangre hubiera empezado a burbujear dentro de sus venas. Avanzó por el pasillo del templo tan deprisa como un proyectil, y cuando llegó a la pesada puerta de su cámara utilizó la Fuerza para abrirla de golpe, haciéndola chocar con la pared tan violentamente que el impacto desprendió un largo fragmento de piedra de un bloque.
¿Cómo era posible que hubiera llegado a sentir admiración por el Maestro Skywalker? ¿Qué veía en él Han Solo para considerarle amigo suyo? El instructor Jedi estaba totalmente ciego a la realidad. ¡Ignoraba los problemas, se tapaba los ojos con su capa Jedi y se negaba a utilizar sus poderes en beneficio de la Nueva República! El Imperio seguía siendo una amenaza, como demostraban los ataques a Calamari y Dantooine que había llevado a cabo Daala. Si Skywalker se negaba a utilizar sus poderes para aniquilar al enemigo, entonces eso quizá significaba que sus convicciones no eran lo suficientemente sólidas.
Pero las de Kyp sí lo eran.
No podía seguir en la Academia Jedi por más tiempo. Tiró salvajemente del cuello de su túnica para quitársela. Después fue hasta el pequeño montón de objetos personales que había traído consigo y cogió una bolsa de viaje en la que había guardado la capa negra que Han le había entregado como regalo de despedida. Durante su adiestramiento en el praxeum se había conformado con la vieja túnica de tela basta que le había dado el Maestro Skywalker, pero ya no quería llevarla nunca más.
Exar Kun le había mostrado cómo dejar en libertad poderes inmensos. Kyp no confiaba en el Señor Sith, pero no podía negar la verdad de lo que le había enseñado el hombre hecho de sombras. Kyp podía ver con sus propios ojos los resultados de aquel poder.
Pero de momento lo que tenía que hacer era marcharse de allí para pensar con calma, y poner algo de orden en el caos de pensamientos y emociones confusas que se agitaban dentro de su mente.
Abrió la bolsa de viaje para coger la capa negra. Dos pequeños roedores que se movían con la velocidad del rayo surgieron de entre los pliegues de tela donde se habían refugiado y se esfumaron con la celeridad de un chorro de líquido por una hendidura de la pared de piedra.
Kyp se alarmó lo suficiente como para perder el control de su ira durante un momento, y lanzó una descarga de energía que persiguió a los dos roedores a lo largo de sus angostos túneles hasta alcanzarlos e incinerarlos en plena huida. Sus huesos ennegrecidos siguieron moviéndose hacia adelante durante unos instantes a causa de la inercia, y después se convirtieron en un montoncito de polvo que se esparció sobre el suelo de piedra del túnel.
Kyp ya había dejado de prestar atención al incidente. Cogió la capa y la sostuvo delante de él. Las hebras reflectivas incrustadas en la tela relucían como con un poder oculto. Kyp se envolvió en la capa y recogió unos cuantos objetos personales.
Tenía que irse lejos. Tenía que pensar. Tenía que ser fuerte.
Cuando Erredós hizo sonar todas las alarmas ya bastante avanzada la noche, Luke despertó al instante. Fue corriendo por los pasillos hasta la zona de descenso. Mara Jade corría junto a él, tan alerta como si ya tuviera una idea bastante aproximada de lo que podía estar ocurriendo.
Los ojos de Luke se adaptaron rápidamente a la negrura del cielo tachonado de estrellas, que quedaba teñido por una pálida claridad hacia el sur debido a los reflejos procedentes de Yavin, el gigante gaseoso. Mara y Luke se detuvieron después de haber salido por las puertas a medio abrir del hangar y vieron cómo el Z-95 Cazador de Cabezas de Mara se elevaba de la parrilla de descenso con todas las luces de situación apagadas.
—¡Está robando mi nave! —gritó Mara Jade.
Los motores sublumínicos del Cazador de Cabezas entraron en acción y dejaron un chorro de ardiente claridad blanca detrás del aparato mientras éste salía disparado hacia el cielo.
Luke meneó la cabeza con incredulidad, y se dio cuenta de que había extendido una mano sin darse cuenta de lo que hacía para suplicar a Kyp Durron que volviera.
El pequeño caza se convirtió en una raya blanca que se fue haciendo más y más pequeña hasta que entró en órbita, y un instante después se esfumó entre las estrellas.
Luke sintió un terrible vacío, y comprendió que había perdido para siempre a otro de sus estudiantes Jedi.