17
Sus tres Destructores Estelares ya estaban a salvo ocultos entre las islas ionizadas de la Nebulosa del Caldero, y la almirante Daala se había retirado a sus aposentos para estudiar las tácticas que iba a emplear.
Se sentó rígidamente en un cómodo sillón, negándose a relajarse en aquel ambiente cálido y acogedor. Un exceso de comodidad siempre hacía que Daala se sintiera claramente incómoda.
La imagen holográfica del Gran Moff Tarkin compartía la penumbra de la habitación con ella, y todos los años transcurridos no la habían hecho cambiar en lo más mínimo. La delgada silueta de aquel hombre que había sido tan duro como el acero estaba presentando sus conferencias y sus comunicados en forma de grabaciones holográficas, y Daala ya las había visto docenas de veces.
Daala aprovechó la intimidad que le ofrecían sus aposentos para permitirse echar de menos a la única persona de la Academia Militar Imperial que había sido capaz de percibir su talento. Tarkin había elevado su rango al de almirante, convirtiéndola —al menos que ella supiese— en la mujer de más alta graduación de todas las fuerzas armadas imperiales.
Daala había repasado en muchas ocasiones las grabaciones de Tarkin durante sus años de exilio en la Instalación de las Fauces, pero en aquellos momentos las estaba estudiando con gran atención. Sus cejas se fruncieron hasta quedar unidas, y sus luminosos ojos verdes se entrecerraron mientras se concentraba en cada palabra que salía de los labios de Tarkin, buscando algún consejo indispensable para asegurar el éxito de su guerra privada contra la Rebelión.
«Eliminar una docena de pequeñas amenazas siempre resulta más sencillo que acabar con un centro de desafío bien sólidamente establecido —estaba diciendo la imagen holográfica en un discurso pronunciado durante una visita a Carida en la que había explicado la "Doctrina Tarkin"—. Gobernad mediante el miedo que inspira la fuerza en vez de mediante la misma fuerza. Si utilizamos nuestro poderío con prudencia y sabiduría, intimidaremos a millares de planetas con el ejemplo de unos cuantos seleccionados entre ellos.»
Daala rebobinó la holocinta para volver a escuchar las palabras de Tarkin mientras pensaba que a su mente le había faltado muy poco para comprender algo de una importancia crucial, pero el timbre de la puerta la interrumpió.
—Luces —dijo mientras alargaba la mano para desconectar el holoproyector.
La corpulenta silueta del comandante Kratas permanecía rígidamente inmóvil delante de su puerta con las manos unidas a la espalda. Kratas estaba intentando disimular una sonrisa de satisfacción, pero la expresión escapaba a su control y se revelaba en un pequeño tic facial y en la leve inclinación hacia arriba de sus labios, tan delgados que resultaban casi invisibles.
—¿Sí, comandante? —preguntó Daala—. ¿Qué ocurre?
—Hemos interceptado una señal —dijo Kratas——. Al parecer procede de un androide de exploración imperial que ha transmitido datos codificados recogidos en un importante planeta rebelde llamado Calamari en el que se encuentran algunos de los astilleros más importantes de la Alianza. No tenemos ninguna forma de averiguar la antigüedad de la información.
Daala enarcó las cejas y permitió que sus pálidos labios se curvaran en una sonrisa. Alzó las dos manos para recoger su cabellera del color del metal fundido detrás de los hombros y sintió el chisporroteo de la electricidad estática entre las yemas de sus dedos, como si la excitación que se había empezado a adueñar de ella fuese lo bastante intensa como para generar diminutas descargas de energía.
—¿Está seguro de que la transmisión es auténtica? —preguntó—. ¿Hacia dónde iba dirigida?
—Era una señal de amplio espectro, almirante. Mi hipótesis es que esos androides de exploración fueron dispersados con una gran amplitud y de manera aleatoria, por lo que nunca conocerían la situación de ningún Destructor Estelar determinado cuando transmitieran su información.
—¿Y no podría ser una falsificación enviada por los rebeldes? Quizá se trate de una trampa.
—No lo creo. El código era muy complicado. De hecho, no conseguimos descifrarlo hasta que no efectuamos una nueva comparación con uno de los códigos que nos entregó el Gran Moff Tarkin durante su última visita a la Instalación de las Fauces.
—Excelente, comandante —dijo Daala, y deslizó las palmas de las manos sobre la tela gris verdosa de los pantalones de su uniforme como queriendo alisar unas arrugas inexistentes—. Estábamos buscando un nuevo objetivo que atacar, y si esos astilleros son tan importantes como dice... Bueno, entonces Calamari parece un buen candidato. Supongo que es un objetivo tan bueno como cualquier otro. Quiero que usted y los capitanes de las otras dos naves se reunan conmigo en la sala de guerra. Preparen los Destructores Estelares para la partida inmediata, recarguen todas las baterías turboláser y aprovisionen a los cazas TIE.
—Esta vez seguiremos la estrategia del Gran Moff Tarkin al pie de la letra —añadió Daala, puntuando sus palabras con movimientos del dedo índice como si acuchillase el aire—. Que todo el mundo repase las grabaciones del Gran Moff Tarkin. No quiero errores, ¿entendido? El ataque debe ser impecable.
Daala salió al pasillo y atenuó las luces. Sus dos guardaespaldas de las tropas de asalto se colocaron inmediatamente detrás de ella, y los tacones de sus botas golpearon el suelo creando un mismo eco sin un solo segundo de diferencia.
—Se acabaron los entrenamientos —dijo Daala mirando a Kratas—. Después de nuestro ataque, el planeta Calamari no será más que un montón de escombros.
Leia estaba pilotando el deslizador acuático de cabina abierta de Ackbar, y el casco avanzaba velozmente sobre los océanos de Calamari. El cielo seguía pareciendo una sopa congelada de nubes oscuras, pero la tormenta del día anterior por fin había acabado disipando sus energías. El viento continuaba siendo bastante fresco y lanzaba gotitas de espumilla salada sobre sus rostros, pero Leia no pudo evitar sonreír con alivio al pensar que Ackbar había accedido a ir a Coruscant con ella, aunque sólo para hablar con Mon Mothma.
Leia y Cilghal estaban llevándole de vuelta a la Ciudad de la Espuma Vagabunda, donde Ackbar podría entregar sus datos sísmicos a los científicos calamarianos. Ackbar estaba sentado en el banco trasero del deslizador acuático y parecía muy inquieto e intranquilo, cono si no se sintiera nada seguro de sí mismo.
El hemisferio lleno de protuberancias de la ciudad calamariana era tan grande que parecía una isla de color gris metálico. Pequeños vehículos acuáticos entraban y salían de ella, recogiendo redes y volviendo rápidamente hacia las aberturas de acceso.
Ackbar se irguió en su asiento.
—¡Escucha! —exclamó.
Leia aguzó el oído, y de repente oyó el gemido estridente de una alarma imponiéndose al estrépito del viento y las olas. Cogió la unidad de comunicación y pulsó los botones que la pondrían en contacto con el centro de control de la Ciudad de la Espuma Vagabunda.
—Aquí el deslizador acuático diecisiete-cero-uno-siete —dijo—. ¿Cuál es la causa de la alarma?
Un telón de luz deslumbrante se abrió paso a través de las nubes antes de que Leia hubiera podido recibir una respuesta y hendió la superficie del océano muy cerca de la ciudad flotante. Géiseres de agua repentinamente vaporizada salieron disparados hacia el cielo con un siseo ahogado.
—¡Son turboláseres! —gritó Leia.
Ackbar se agarró a la borda del deslizador.
—Están disparando contra nosotros desde una órbita muy baja —dijo.
—Las compuertas de oleaje se están cerrando —dijo de repente una voz calamariana increíblemente firme y tranquila por el sistema de comunicaciones—. Todos los ciudadanos deben ponerse a cubierto inmediatamente. Repetimos, las compuertas de oleaje se están cerrando...
La gran mayoría de vehículos acuáticos ya había desaparecido por los distintos orificios de acceso esparcidos sobre el casco de la Ciudad de la Espuma Vagabunda. Los que no habían podido llegar a las compuertas abandonaron sus vehículos y saltaron por la borda para bajar nadando hasta las entradas sumergidas.
Muchas compuertas ya se habían cerrado con su peculiar movimiento de bocas que se deslizaban en diagonal. Leia enfiló la proa del deslizador hacia una de las entradas que aún no se habían cerrado y aceleró al máximo. El repentino empujón hacia atrás hizo que los tres fueran arrojados contra el respaldo de sus asientos.
Un escuadrón entero de cazas y bombarderos TIE apareció de repente sobre ellos como una bandada de aves carroñeras de cuerpos angulosos y filos cortantes como navajas. El escuadrón inició un picado muy pronunciado, descendiendo a toda velocidad entre el alarido ensordecedor de los motores iónicos gemelos.
Los bombarderos TIE lanzaron cargas de energía que estallaron en el mar produciendo enormes olas y nubes de espuma. Los cazas TIE pasaron rugiendo sobre la Ciudad de la Espuma Vagabunda, sembrando el caos y la destrucción con sus cañones láser. Lanzas de luz verdosa dibujaron un tapiz humeante sobre el casco de la ciudad.
Una ola lanzó un muro de agua contra el deslizador. Leia luchó desesperadamente para no perder el control del vehículo, pero no redujo la velocidad y mantuvo los ojos clavados en las compuertas de oleaje que habían empezado a cerrarse. Si no conseguían meterse por aquel hueco cada vez más reducido, quedarían atrapados en la superficie del océano y se convertirían en blancos indefensos del bombardeo imperial.
—Dejamos apostado un escuadrón de cazas B para que defendiera los astilleros orbitales —dijo Ackbar—. ¿Dónde están? He de averiguar qué está ocurriendo allí arriba...
—Quizá tienen asuntos más urgentes de los que ocuparse —dijo Cilghal, y su voz sonaba tan firme y tranquila como siempre.
—¡Aguantad! —gritó Leia, y disparó los chorros impulsores de emergencia.
El deslizador subió un metro más por encima de la superficie del océano, y salió disparado hacia adelante en un último esfuerzo desesperado para atravesar el hueco entre las compuertas. Leia se agachó mientras veía cómo las puertas de metal seguían avanzando en diagonal, acercándose cada vez más la una a la otra...
El afilado reborde de plastiacero de la entrada rozó el casco del deslizador cuando Leia logró hacerlo pasar por encima de la gruesa compuerta metálica, y un instante después se encontraron a salvo en el túnel iluminado por las tiras verdosas. El vehículo había estado viajando a una velocidad tan grande que incluso ese pequeño impacto bastó para que empezara a dar tumbos. Leia luchó con los controles e intentó reducir la velocidad mientras el deslizador chocaba primero con una pared y luego con la otra, provocando diluvios de chispas con cada colisión. Leia por fin logró detenerlo, y las compuertas de oleaje se cerraron detrás de ellos con un estrépito ensordecedor.
Leia salió del deslizador después de haberse asegurado que los tres se encontraban ilesos. Podía oír el repetido retumbar de las explosiones causadas por los bombarderos TIE y los estridentes alaridos que acompañaban a cada disparo de los cañones láser, una cacofonía de ruidos tan terrible que lograba atravesar incluso el grueso blindaje de la ciudad flotante.
Ackbar dio la espalda al deslizador averiado y se volvió hacia Cilghal.
—Lléveme al centro de control inmediatamente —dijo—. Quiero establecer conexión con las fuerzas de defensa orbital. —Ya parecía más despierto y más lleno de energías—. Si puedo averiguar qué está ocurriendo, quizá consiga dar con alguna forma de ayudarnos a todos.
—Sí, almirante —dijo Cilghal, y Leia volvió a preguntarse si había utilizado su rango de manera deliberada.
Las luces de alarma se encendían y se apagaban y el gemir de las sirenas creaba ecos en los pasillos serpenteantes por los que echaron a correr. Se encontraron con varios grupos de quarrens cuyos rostros tentaculados dejaban escapar burbujeantes chorros de exclamaciones mientras descendían a toda prisa por los pozos de acceso que llevaban a los niveles subacuáticos. Leia estaba segura de que habían empezado a abandonar la estructura de la ciudad, y que bajarían nadando a las profundidades del océano hasta que se creyeran a salvo.
Cilghal extendió el brazo hacia las puertas de un turboascensor, y otros calamarianos corrieron hacia ella en un intento desesperado de llegar hasta la protección que ofrecía el recinto interno de la ciudad. Cilghal reaccionó alzando la voz por primera vez desde que Leia la había conocido.
—¡Abrid paso al almirante Ackbar! —gritó—. Tenemos que llegar al Centro de Mando.
—Ackbar... —repitieron varios calamarianos, haciéndose a un lado para dejarle pasar—. ¡Almirante Ackbar!
Ackbar parecía más alto y erguido, y en su rostro ya no se veía aquella expresión de tristeza acosada que se había adueñado de él desde el accidente en Vórtice. Leia sabía que todos los calamarianos recordaban la horrible pesadilla de los ataques imperiales..., pero si existía alguien capaz de montar una defensa con los escasos recursos de que disponían, no cabía duda de que era Ackbar.
El turboascensor abrió sus puertas en el nivel del Centro de Mando y la embajadora Cilghal les guió. Después utilizó sus códigos de acceso diplomático para que pudieran entrar en el núcleo de la Ciudad de la Espuma Vagabunda, y unos instantes después se encontraron rodeados por el caos que se había adueñado del Centro de Mando.
Siete expertos en tácticas calamarianos estaban sentados en los puestos de mando contemplando la batalla que se desarrollaba en los cielos por encima de sus cabezas. En el centro de la sala había un diagrama holográfico del planeta y su luna suspendido entre puntitos de luz que representaban a las formaciones defensivas de cazas.
Leia contempló con estupor los dos Destructores Estelares que orbitaban el planeta, flotando el uno al lado del otro mientras lanzaban descargas de sus baterías turboláser contra el océano. Los escuadrones de cazas TIE seguían atacando la Ciudad de la Espuma Vagabunda. Los visores externos mostraban los agujeros humeantes que habían aparecido allí donde las bombas de protones habían atravesado el blindaje defensivo de la ciudad. Los láseres defensivos de la ciudad flotante lanzaban sus haces hacia los cielos eliminando una nave detrás de otra..., pero siempre aparecían más atacantes.
El comandante de la ciudad dio la espalda a su puesto, giró con un movimiento tambaleante hacia ellos y los vio por primera vez.
—¡Almirante Ackbar! Tiene que ayudarnos en las operaciones defensivas, señor... Me pongo a sus órdenes.
—Necesito una evaluación táctica de la situación actual —dijo Ackbar yendo hacia la proyección holográfica.
—Llévame hasta el sistema de comunicaciones, Cilghal —dijo Leia, alzando la voz para hacerse oír por encima de la confusión—. Puedo utilizar mis códigos de prioridad para solicitar ayuda militar de la Nueva República. Si empleo una frecuencia lo bastante baja, los códigos podrán abrirse paso a través de cualquier pantalla de interferencias emitida por esos Destructores Estelares.
—¿Cree que sus navíos de combate podrán llegar aquí a tiempo? —preguntó Cilghal.
—Eso dependerá de cuánto rato seamos capaces de seguir defendiéndonos —respondió Leia.
Leia no podía ver ninguna emoción en el rostro de Cilghal, pero cuando le respondió sí pudo captar una sombra de orgullo en su voz.
—Mon Calamari se liberó de la primera ocupación imperial utilizando únicamente herramientas y equipo científico. Ahora contamos con armas de verdad, y podremos mantenerles a raya todo el tiempo que sea necesario. —Cilghal movió una mano-aleta señalando un panel de control cercano—. Puede utilizar ese puesto de comunicaciones para enviar su mensaje.
Leia corrió hacia el panel y tecleó los códigos de alta prioridad que enviarían una señal codificada en forma de haz restringido directamente a Coruscant.
—Aquí la ministra Leia Organa Solo —dijo—. El planeta Calamari está siendo atacado por dos Destructores Estelares del Imperio. Solicitamos ayuda inmediata... Repito, ¡solicitamos ayuda inmediata! Si no llegan pronto, no hará falta que se molesten en venir.
El comandante de la ciudad metió una mano palmeada en el diagrama holográfico que mostraba el desarrollo de la batalla.
—Hemos colocado todo el escuadrón de cazas B en esta zona para defender los astilleros porque pensamos que serían el objetivo con más probabilidades de ser atacado —empezó a explicar—. Pero los Destructores Estelares se pusieron en órbita alrededor del planeta nada más salir del hiperespacio y empezaron a atacar las ciudades flotantes. En estos momentos los dos Destructores Estelares están concentrando toda su potencia de fuego sobre la Ciudad Arrecife del Hogar. Han dejado dos escuadrones de cazas y bombarderos TIE para que sigan atacando nuestra ciudad, y tres escuadrones más están bombardeando Abismos de Coral.
—Hemos perdido todo contacto con Arrecife del Hogar, comandante —dijo uno de los expertos en táctica alzando la mirada sin apartar la mano-aleta del micrófono que llevaba dentro de la oreja—. Según sus últimas transmisiones había un mínimo de quince brechas distintas en el casco exterior, y el agua estaba entrando en cantidades considerables. La última imagen mostraba una explosión de grandes dimensiones. El análisis de la estática parece indicar que toda la ciudad ha sido destruida.
Un gemido de consternación recorrió todo el Centro de Mando.
—Me disponía a retirar defensas de los astilleros para atacar los Destructores Estelares —dijo con voz vacilante el comandante de la ciudad.
Ackbar estaba contemplando a los enjambres de cazas B que seguían acosando a los cazas imperiales.
—Una decisión muy acertada, comandante —dijo, pero su mirada seguía clavada en el mapa, la luna y los dos Destructores Estelares que se encontraban al otro lado del planeta—. Espere un momento... —murmuró—. Hay algo que me resulta muy familiar en todo esto.
Ackbar guardó silencio durante unos momentos y acabó asintiendo muy despacio, como si su enorme cabeza se hubiera vuelto repentinamente demasiado pesada para sus hombros.
—Sí, comandante... Retire todos los cazas B de sus posiciones actuales en los astilleros y envíelos contra los Destructores Estelares. Deje los astilleros totalmente indefensos.
—¿Cree que es prudente hacerlo, almirante? —preguntó Leia.
—No —replicó Ackbar—. Es una trampa.
La almirante Daala se encontraba en el puente del Destructor Estelar Gorgona contemplando cómo la batalla se desarrollaba debajo de ella siguiendo justo el curso que había planeado.
Pensó en lo soberbio que había sido el genio táctico del Gran Moff Tarkin y se sintió invadida por una cálida sensación de orgullo. El Basilisco flotaba en órbita junto a la nave de Daala, dejando un surco de muerte por encima de la superficie de los océanos. Los cazas TIE revoloteaban de un lado a otro como un enjambre de insectos enfurecidos, barriendo la insignificante resistencia que los calamarianos habían conseguido organizar.
Los cazas B rebeldes y algunas de las naves de dimensiones medias que se encontraban en órbita sólo habían resultado ser una molestia menor. El Gorgona y el Basilisco habían ido llevando a cabo todas las fases del ataque de diversión cuidadosamente coreografiado, y las fuerzas defensivas calamarianas habían reaccionado de la manera esperada, dejándose manipular con tanta facilidad como si fuesen títeres suspendidos de hilos invisibles.
Daala se volvió hacia el oficial de comunicaciones inclinado sobre sus paneles.
—Póngase en contacto con el capitán Brusc del Mantícora —dijo—. Las fuerzas calamarianas por fin han dejado indefensos sus astilleros. El Mantícora puede iniciar su ataque de inmediato.
Ackbar movía las manos y hablaba muy deprisa, como si supiera que no disponía de mucho tiempo.
—Antes de ser liberado por la Alianza Rebelde yo era ayudante personal del Gran Moff Tarkin —estaba diciendo—. Tarkin siempre disfrutaba enormemente contándome con toda exactitud lo que iba a hacer para esclavizar nuevos mundos. Observándole aprendí los fundamentos tácticos de la guerra espacial, las estrategias favoritas de Tarkin incluidas.
Ackbar movió una mano-aleta señalando las imágenes de los dos Destructores Estelares.
—Tarkin ha muerto, pero reconozco este truco —siguió diciendo—. Sé qué planea hacer el comandante de esas fuerzas imperiales. ¿Disponemos de una red de sensores al otro lado de la luna?
—No, almirante —dijo el comandante de la ciudad—. Hace unos años estuvimos pensando si debíamos instalarla, pero...
—Ya me lo imaginaba —le interrumpió Ackbar—. Eso quiere decir que no podemos saber qué está ocurriendo allá, ¿verdad?
—Así es.
—¿Adónde quiere llegar, almirante? —preguntó Leia.
—Hay un tercer Destructor Estelar oculto detrás de nuestra luna.
Las palabras de Ackbar hicieron que la mitad de las voces que habían estado oyéndose en la sala hasta aquel momento callaran de repente. Todos se volvieron hacia él y le contemplaron con expresiones asombradas.
—¿Qué pruebas tiene?
Leia intentó usar sus incipientes poderes con la Fuerza para detectar la presencia del enemigo oculto, pero o éste se encontraba demasiado lejos o ella no era lo suficientemente hábil... o el enemigo no estaba allí.
—Las acciones del comandante de las fuerzas imperiales me dicen todo lo que necesito saber —explicó Ackbar—. Su objetivo principal es el complejo de los astilleros, por supuesto. Unos instantes después de que esos dos Destructores Estelares salieran del hiperespacio, un tercero emergió también, oculto en la sombra de nuestra luna. El ataque de vanguardia ha sido calculado para atraernos haciendo que nos alejemos de los astilleros, y su objetivo es engañarnos y conseguir que lancemos todas nuestras defensas contra una finta. Cuando el tercer Destructor Estelar aparezca y avance al máximo de velocidad sublumínica que pueden proporcionarle los motores, los astilleros se encontrarán totalmente indefensos. Una sola pasada bastará para que el tercer Destructor Estelar destruya por completo nuestros complejos de construcción de naves sin sufrir prácticamente ninguna pérdida.
—Pero entonces, almirante... ¿Por qué acabamos de retirar todas nuestras fuerzas de los astilleros? —preguntó el comandante de la ciudad.
—Porque ahora va a proporcionarme los códigos de control remoto de esa nave —dijo Ackbar, y movió la cabeza señalando el inmenso hangar espacial en órbita junto al que flotaba el esqueleto del nuevo crucero de batalla a medio construir, el Marea Estelar.
—Pero... El Marea Estelar todavía no cuenta con ningún sistema de armamento en condiciones de funcionar, señor.
—Pero a menos que esté equivocado sus motores sí pueden funcionar, ¿verdad?
—Sí —dijo el comandante de la ciudad—. Las pruebas de los motores sublumínicos se llevaron a cabo la semana pasada. El núcleo del reactor de hiperimpulsión también ha sido instalado, pero nunca hemos llevado la nave al hiperespacio.
—No es necesario que pueda viajar por el hiperespacio —dijo Ackbar—. ¿Han evacuado a todos los ingenieros de construcción?
—Sí, fueron evacuados a la primera señal de que estábamos siendo atacados.
—Entonces quiero tener acceso al sistema de control remoto de esa nave.
—Almirante... —murmuró el comandante de la ciudad con expresión dubitativa, pero acabó tecleando la secuencia de un código de mando—. Si se tratara de cualquier otro en vez de usted...
Ackbar asumió el mando y entró en el campo donde se proyectaban las imágenes virtuales con un paralaje concebido para ojos telescópicos y muy separados.
La nave a medio construir encendió sus motores y entró en la modalidad de control remoto. El navío de combate desarmado se alejó lentamente de los astilleros orbitales con un rugido inaudible de sus gigantescos motores sublumínicos, y fue acelerando poco a poco a medida que ascendía por el pozo gravitatorio del planeta. Los motores eran lo suficientemente poderosos como para llevarse consigo todas las estructuras del muelle espacial que estaban conectadas a la nave.
A Ackbar no te importaba. Cuanto más masa hubiera, mejor.
Leia se mordió el labio mientras escuchaba los ecos atronadores del ataque que llegaban desde arriba. Los sensores visuales externos estaban mostrando los daños sufridos por el casco de la Ciudad de la Espuma Vagabunda, y otra oleada de cazas TIE acababa de surgir de los cielos y estaba bajando en un veloz picado para calcinar cualquier superficie expuesta.
Cilghal parecía haber entrado en una especie de trance, y Leia se preguntó si no estaría aturdida ante la ferocidad del ataque y los horribles daños que estaba causando. La embajadora permanecía inmóvil ante las imágenes orbitales que mostraban a los enjambres de cazas, de cazas B defensores y de aparatos TIE atacantes. Leia vio cómo extendía las manos para rozar puntos de luz aparentemente escogidos al azar con las puntas de los dedos.
—Éste. Ahora éste... Ahora este otro —decía Cilghal.
Leia vio cómo la pantalla se iluminaba una fracción de segundo después de que Cilghal hubiera rozado cada punto, y supo que aquellos destellos cegadores indicaban la destrucción de las naves señaladas.
Leia estaba asombrada, y no podía creer que Cilghal hubiera sido capaz de escogerlas con tanta precisión. Pero las habilidades incipientes que le había enseñado Luke le permitieron sentir un tirón impalpable procedente de la embajadora, que estaba llevando a cabo una manipulación instintiva de la Fuerza.
—¿Cómo está haciendo eso? —preguntó, aunque ya sospechaba cuál iba a ser la respuesta.
—Igual que lo hice con el banco de peces —respondió Cilghal en voz baja—. No es más que un truco... Pero ojalá pudiera ponerme en contacto con nuestros cazas. ¡Ése, ése!
Cilghal extendió un largo dedo para ir siguiendo la trayectoria de un caza B que parecía estar a salvo de cualquier peligro en el centro de su escuadrón, pero de repente un caza TIE dañado que había perdido el control atravesó el grupo de naves moviéndose en una veloz espiral y chocó con el caza B que la embajadora calamariana había presentido estaba condenado a la destrucción. Cilghal había hecho exactamente lo mismo con el banco de peces mientras la monstruosa criatura llamada krakana se alimentaba.
La embajadora parecía atónita y muy afectada.
—No hay tiempo suficiente —dijo—. No consigo averiguarlo con la antelación suficiente...
Leia sintió un escalofrío de asombro maravillado que no podía ser disipado ni por toda la furia del ataque imperial. Sabía sin necesidad de llevar a cabo ninguna clase de examen que Cilghal tenía el potencial de utilizar sus poderes igual que un Jedi. Leia tendría que enviar a Cilghal al centro de adiestramiento que Luke había establecido en Yavin 4..., si lograban sobrevivir al infierno que se había desencadenado sobre Calamari.
Ackbar tenía la sensación de formar parte de la inmensa nave a medio construir que estaba controlando desde el núcleo interno de la Ciudad de la Espuma Vagabunda. No prestaba ninguna atención a la ensordecedora confusión de los informes y las alarmas que sonaban en el Centro de Mando. Todo su cuerpo se había convertido en una extensión del Marea Estelar, y Ackbar estaba viendo a través de los ojos mecánicos de los sensores.
Los motores daban cada vez más velocidad al inmenso casco. La luna de Calamari se fue haciendo más grande a medida que Ackbar se aproximaba a ella, y después el Marea Estelar empezó a moverse a gran velocidad muy cerca de la superficie sin atmósfera llena de cráteres para llegar al lado oscuro de la luna y salir del radio de acción de los sistemas sensores... allí donde el tercer Destructor Estelar acechaba emboscado.
Ackbar conectó los reactores de hiperimpulsión del Marea Estelar y apagó los sistemas automáticos de refrigeración. Las alarmas resonaron por todo su cuerpo cuando las rutinas de advertencia de la nave entraron en acción y empezaron a avisarle con sus alaridos electrónicos. Pero Ackbar aumentó todavía más la salida de potencia e intentó aguantar, manteniendo a raya aquel hervidero de furiosa energía que esperaba impacientemente el momento en que podría escapar del gigantesco navío de combate a medio construir.
Ackbar guió el Marea Estelar alrededor de la curvatura de la luna y vio la punta de flecha que era el tercer Destructor Estelar empezando a activar sus baterías de armamento.
—Allí está...
Un instante después el tercer Destructor Estelar detectó la presencia del crucero de combate de Mon Calamari y empezó a descargar un diluvio de haces turboláser sobre él... pero a Ackbar no le importaba en lo más mínimo.
Un haz de energía destruyó un punto de unión en la estructura del muelle espacial que envolvía al Marea Estelar, y todo un andamiaje de vigas salió despedido al espacio. Un diluvio de gotitas de metal fundido brotó de las planchas de estribor allí donde un impacto directo había convertido en vapor una buena parte del casco.
Ackbar siguió avanzando a toda velocidad en su misión suicida, yendo en línea recta hacia la garganta del Destructor Estelar. La nave imperial seguía disparando.
Ackbar desactivó los últimos mecanismos de seguridad que mantenían controlado el reactor de hiperimpulsión, que carecía de escudos o protecciones. Faltaban muy pocos segundos para que la reacción que se estaba desarrollando dentro del horno de energía super-recalentada llegase al punto en el que la explosión sería inevitable.
Después Ackbar se desconectó de la consola de mandos y permitió que las leyes de la física siguieran su curso.
—¡Dígame qué está ocurriendo, capitán Brusc! —gritó la almirante Daala por el sistema de comunicaciones.
El Mantícora acababa de iniciar su aceleración triunfal para destruir los astilleros calamarianos cuando de repente todo pareció enloquecer. Las alarmas interrumpieron la transmisión de Daala.
El capitán logró restablecer la conexión y empezó a gritar órdenes.
—¡Hay otra nave, almirante! —dijo Brusc, lanzándole una rápida mirada de soslayo y ardiendo en deseos de dar más órdenes, pero sin atreverse a ignorar del todo a Daala—. Ha surgido de la nada... Debían, de saber que estábamos aquí.
—Eso es imposible —replicó Daala—. No tenían forma alguna de detectarnos. No hemos dejado ningún rastro que pueda ser captado por los sensores. ¡Oficial de comunicaciones! ¡Quiero una conexión inmediata con los sensores tácticos del Mantícora!
Daala se inclinó sobre la pantalla y vio su tercer Destructor Estelar y la estructura esquelética del crucero estelar calamariano a medio construir. La pesada masa de los andamios de construcción que arrastraba hacía que pareciese ridículamente torpe y lento... pero avanzaba inexorablemente. Daala comprendió al instante la táctica suicida que iba a emplear.
—¡Salga de ahí ahora mismo!
El Mantícora viró para alejarse de la trayectoria que seguía el Marea Estelar, pero el crucero calamariano se estaba moviendo demasiado deprisa. Las baterías turboláser del Mantícora no podían hacer nada para frenar su incontenible avance.
Daala mantuvo la espalda rígida y se obligó a no encogerse sobre sí misma. Tensó las manos alrededor de la fría barandilla del puesto de mando del puente hasta que sus nudillos palidecieron, y le pareció que el plastiacero se alejaba a toda velocidad debajo de ella. Su boca reseca se abrió para articular un silencioso alarido de negativa.
El navío de combate calamariano chocó con la parte inferior del casco del Mantícora, pero el Marea Estelar se convirtió en una pequeña nova una fracción de segundo antes del impacto. La explosión lo desintegró por completo y emitió cegadoras oleadas de energía que hicieron pedazos al Mantícora.
La transmisión del capitán Brusc se interrumpió de repente.
Daala dio la espalda a las pantallas, apretando los dientes y negándose a permitir que las lágrimas abrasadoras del fracaso invadieran sus verdes ojos mientras pensaba en todo el armamento, todo el personal y toda la responsabilidad que acababan de ser destruidos.
Después mantuvo la mirada clavada en el espacio, cegada por la deslumbrante explosión doble que surgió detrás de la luna de Calamari creando un eclipse artificial.