20

Kyp Durron estaba avanzando a través de la exuberante selva de Yavin 4, intentando encontrar senderos ocultos por donde la frondosa vegetación estuviese lo bastante separada para permitirle pasar. Sabía con toda exactitud dónde tenía que ir. El espíritu oscuro de Exar Kun se lo había mostrado.

El movimiento de la espesura hizo que una bandada de avesreptiles depredadores emprendieran el vuelo lanzando estridentes chillidos y abandonando los restos ensangrentados de una presa a la que habían arrastrado por entre la maleza.

Dorsk 81, el compañero que le había tocado en suerte, avanzaba con paso torpe y tambaleante detrás de él. El delgado alienígena de piel sin vello parecía tolerar mucho peor que Kyp aquel aire saturado de humedad y las pendientes que debían escalar.

Una salamandra lanuda que parecía una bola de pelaje purpúreo se escabulló a lo largo del amasijo de ramas y copas de los árboles massassi que se extendía por encima de sus cabezas. Dorsk 81 alzó la mirada y pareció sobresaltarse, pero Kyp ya había detectado la presencia del animal hacía varios minutos y había percibido su pánico irracional y el progresivo aumento de la indecisión que había acabado obligándole a huir.

Kyp se limpió el sudor de los ojos y meneó la cabeza esparciendo un pequeño diluvio de gotitas de transpiración. Después entrecerró los ojos y siguió avanzando todavía más deprisa que antes, sabiendo que ya casi habían llegado a su destino a pesar de que Dorsk 81 aún no tenía ni idea de que estuvieran tan cerca.

Insectos y pequeñas criaturas siempre dispuestas a picar o morder zumbaban y se agitaban a su alrededor, pero ninguno molestaba a Kyp. Estaba emitiendo una sombra consciente de miedo y nerviosismo que rodeaba todo su cuerpo, con el resultado de que las formas de vida inferiores no tenían ningún deseo de aproximarse a él. Exar Kun también le había enseñado aquel pequeño truco.

Dorsk 81 abrió su boca sin labios, jadeando mientras intentaba seguir el vigoroso avance de Kyp y no quedarse rezagado. Su piel entre amarillenta y verde aceituna no mostraba la más mínima señal o irregularidad, su nariz era achatada y sus orejas estaban tan pegadas al cráneo como si alguien hubiera diseñado su raza dentro de un túnel de viento. El alienígena parecía estarlo pasando bastante mal. Sus ojos, mucho más separados que los de un humano, no paraban de parpadear, y su rostro brillaba a causa de la película de transpiración que lo cubría.

—No fui criado para esto —dijo Dorsk 81.

Kyp aflojó el paso, pero no lo suficiente como para que eso supusiera un auténtico alivio para su compañero. Aun así, cuando habló procuró suavizar el tono de la réplica que había acudido a sus labios de una manera casi instintiva.

—No fuiste criado para nada aparte de la burocracia y una vida cómoda —dijo—. No entiendo cómo se las ha arreglado el planeta Khomm para poder sobrevivir sin cambios durante mil años, o qué razón pudieron tener sus habitantes para querer que así fuese.

Dorsk 81 no pareció ofenderse y siguió a Kyp.

—Nuestra sociedad y nuestro nivel genético alcanzaron la perfección hace un milenio, o por lo menos eso es lo que decidimos en aquel momento —dijo—. Queríamos evitar que se produjeran cambios indeseables, por lo que detuvimos el progreso de nuestra cultura en ese estadio. Tomamos nuestra raza perfecta, y empezamos a clonar a los individuos para no correr el riesgo de que surgieran anomalías genéticas.

»Yo soy el clon número ochenta y uno de Dorsk. Las ochenta generaciones que me han precedido fueron idénticas, desempeñaron los mismos trabajos con el mismo nivel de habilidad y mantuvieron nuestro nivel de perfección sin que se produjera ningún retroceso. —Dorsk 81 frunció el ceño y rebasó a Kyp con un repentino y sorprendente derroche de energías, concentrando todas las fuerzas que poseía en la tarea de abrirse paso a través de la densa vegetación—. Pero yo fui un fracaso —añadió—. Era distinto.

Kyp movió una mano señalando un macizo de espinos negros cuyo aspecto no lo distinguía en nada de los otros macizos, detectando un camino relativamente fácil de recorrer en el laberinto invisible.

—Posees el potencial de llegar a convertirte en un Caballero Jedi —dijo—. ¿Cómo puedes considerar que eso es un fracaso?

Dorsk 81 logró salir de la maraña de tallos y hojas en la que había quedado atrapado. Los jugos de las bayas y los pétalos de flores que había aplastado al debatirse le habían manchado el uniforme.

—Ser distinto resulta... inquietante —dijo.

—Sí, pero a veces es maravilloso saber que puedes alzarte por encima de los que están atrapados debajo de ti —replicó Kyp, hablando en parte para sí mismo y en parte para su compañero.

Se agachó para meterse por el túnel de follaje y masas de musgo colgante. Insectos diminutos revolotearon por la penumbra alejándose de su rostro, y de repente todas aquellas sombras le hicieron pensar en la negrura de las minas de especia de Kessel en las que se había visto obligado a trabajar como esclavo.

»El Imperio destrozó mi vida —dijo—. Mis padres eran disidentes políticos. Conmemoraron el aniversario de la Masacre de Ghorman, y protestaron cuando Alderaan fue destruido... pero por aquel entonces el Emperador ya estaba harto de objeciones políticas y había decidido no seguir tolerándolas.

»Un grupo de soldados de las tropas de asalto llegó en plena noche, y echó abajo la puerta de nuestra casa en la colonia de Deyer. Detuvieron a mis padres... Dispararon sus haces aturdidores contra ellos delante de nuestros ojos, dejándolos paralizados para que cayeran al suelo retorciéndose. Mi padre ni siquiera pudo cerrar los ojos... Las lágrimas bajaban por sus mejillas, pero sus brazos y sus piernas seguían temblando. No podía levantarse. Los soldados de las tropas de asalto se lo llevaron a rastras, y después se llevaron a mi madre.

»Mi hermano Zeth era cinco años mayor que yo. Se lo llevaron. Creo que por aquel entonces sólo tenía catorce años... Le pusieron esposas aturdidoras. Lo sacaron de la casa a patadas, y después me dispararon con sus pistolas paralizantes.

»Algún tiempo después me enteré de que Zeth había sido llevado a la Academia Militar Imperial de Carida. Mis padres y yo fuimos internados en la Institución Penitenciaria de Kessel, donde tuvimos que trabajar en las minas de especia. Pasaba casi todos mis días sumido en una oscuridad prácticamente absoluta porque cualquier rayo de luz que entre en los pozos de las minas echa a perder los cristales de especia. Mis padres murieron pocos años después.

»Tuve que cuidar de mí mismo incluso cuando los prisioneros se amotinaron y tomaron el control de la Institución Penitenciaria. El señor del crimen de Kessel, Moruth Doole, arrojó a los imperiales capturados a las profundidades de las minas de especia. Doole dejó en libertad a algunos prisioneros..., pero no fueron muchos y yo no estaba entre ellos. El cambio de amos no impidió que siguiéramos siendo esclavos.

Dorsk 81 le contempló con sus relucientes pupilas de alienígena extrañamente separadas.

—¿Cómo escapaste? —preguntó.

—Han Solo me rescató —respondió Kyp, y el recuerdo dulcificó su voz—. Robamos una lanzadera y huimos hacia el cúmulo de agujeros negros. Nos metimos en él y una vez dentro nos tropezamos con una instalación de investigación imperial secreta, y allí fuimos capturados de nuevo..., esta vez por la almirante Daala y su flota de Destructores Estelares. Han logró sacarnos de allí después de que Daala me hubiera sentenciado a muerte.

La ira se adueñó de él, llenando su cabeza con un zumbido ensordecedor y haciéndole sentirse más fuerte. Kyp sintió esa nueva fuerza y empezó a alimentarse con ella.

—Supongo que ahora podrás comprender por qué odio tanto a los imperiales —siguió diciendo—. Parece como si en cada nueva fase de mi existencia tuviera que encontrarme con el Imperio, que siempre ha intentado esclavizarme y arrebatarme esos derechos y placeres de los que pueden disfrutar otras formas de vida.

—No puedes luchar contra el Imperio tú solo —dijo Dorsk 81.

Kyp tardó unos momentos en responder.

—Quizá todavía no —dijo por fin.

Kyp apartó un macizo de ramas de hoja azul antes de que Dorsk 81 pudiera decir nada. La Fuerza le dijo que por fin habían llegado, y Kyp sintió cómo su electrizante escalofrío de excitación recorría su columna vertebral.

—Éste es nuestro destino —murmuró.

La jungla se abría ante ellos para ser sustituida por una laguna circular que brillaba con una claridad tan intensa como si fuese un enorme espejo de mercurio y se hallaba totalmente libre de ondulaciones. En el centro del lago había una pequeña isla dominada por una pirámide de obsidiana, una estructura gigantesca con una hendidura central y ángulos que parecían tan afilados como navajas y que no habían sido afectados en lo más mínimo por el paso del tiempo y la intemperie, y sobre la que se veían las inconfundibles señales y adornos típicos de la arquitectura massassi. Era otro templo, el mismo que Gantoris y Streen habían encontrado hacía varias semanas, pero Luke Skywalker todavía no lo había explorado. Exar Kun le había contado todo lo que Kyp necesitaba saber sobre el templo.

El hueco central de la gran pirámide estaba ocupado por un coloso, una estatua de lisa piedra negra que representaba a un hombre oscuro con su larga cabellera recogida a la espalda, el tatuaje de un sol negro en su frente y las prendas acolchadas de un antiguo señor... el Señor Oscuro del Sith.

Kyp tragó saliva al ver la imagen de Exar Kun.

—¿Quién crees que era? —preguntó Dorsk 81, entrecerrando los ojos en un intento de ver lo que había al otro lado de las aguas.

—Alguien muy poderoso —respondió Kyp en voz baja y enronquecida.

La gran esfera anaranjada de Yavin parecía acechar en el horizonte, con sólo una curva ondulante asomando por encima de las copas de la jungla. El pequeño sol del sistema también se ocultaría pronto. Las luces gemelas que brillaban en el cielo proyectaban dos senderos iridiscentes que se entrecruzaban sobre las tranquilas aguas del lago.

Kyp movió una mano señalando el templo.

—Si quieres podemos pasar la noche ahí —dijo.

Dorsk 81 asintió mucho más deprisa de lo que Kyp había imaginado que lo haría.

—Prefiero volver a dormir a cubierto —dijo— antes que tener que hacerlo envuelto en lianas sobre la copa de un árbol. Pero ¿cómo vamos a llegar hasta allí? ¿Qué profundidad tiene este lago?

Kyp fue hasta la orilla. El agua era tan transparente como un diamante y el lago era tan profundo que reflejaba el fondo como si fuese una lente, haciendo imposible averiguar a qué distancia se encontraba éste. Kyp vio columnas de roca que brotaban del fondo como piedras de paso sumergidas, y se dio cuenta de que terminaban cuando estaban a punto de rozar la superficie del lago.

Kyp puso un pie sobre una columna. Las límpidas aguas ondularon alrededor de la suela de su bota, pero no se hundió. Dio otro paso que lo llevó hasta una segunda piedra.

Dorsk 81 no apartaba los ojos de él. Kyp sabía que el alienígena debía de tener la impresión de que estaba caminando sobre la superficie de las aguas.

—¿Estás utilizando la Fuerza? —preguntó Dorsk 81.

Kyp se echó a reír.

—No, estoy utilizando unas piedras de paso que permiten atravesar el lago.

Saltó sin ninguna vacilación a la piedra siguiente y luego a la otra, ardiendo en deseos de llegar hasta aquel templo que era una fuente de nuevos conocimientos y técnicas secretas. Cuando llegó a la isla avanzó sobre montículos de porosa roca volcánica salpicada por líquenes verdes y anaranjados que parecían gotitas de sangre alienígena. Ya podía sentir el poder.

Kyp se volvió para ver cómo su compañero iba atravesando el lago. Parecía como si Dorsk 81 se estuviera manteniendo en equilibrio sobre la frágil membrana de la superficie. La ilusión resultaba muy convincente. El silencio reinaba en toda la isla alrededor de Kyp, como si ninguna criatura o insecto de la jungla se atreviera a acercarse al templo vacío.

—Qué frío hace aquí —dijo Dorsk 81 mientras se sacudía el agua de los pies y miraba a su alrededor.

El alienígena de piel lisa y sin vello encogió el cuello como si intentara hacer desaparecer la cabeza entre los hombros.

—Antes te estabas quejando de que hacía mucho calor —replicó Kyp—. Deberías estar agradecido.

Dorsk 81 cerró su boca carente de labios y asintió, pero no dijo nada más.

Kyp caminó alrededor del templo contemplando los ángulos perfectos del cristal negro de la pirámide y la punta en que terminaba. La arquitectura había sido diseñada con aquella forma de embudo angular para que concentrase la Fuerza, y había sido erigida con el único objetivo de aumentar los poderes de los rituales Sith.

Alzó la mirada hacia la estatua de Exar Kun. El imponente señor oscuro le parecía tan real y tan impresionante que Kyp casi esperaba ver cómo la estatua se inclinaba sobre él para agarrarle con sus manos.

Kyp ya sabía que el Gran Templo había sido el punto focal de toda la civilización massassi que Exar Kun había creado partiendo de la decadencia primitiva. El Gran Templo había sido el cuartel general y el foco básico durante todas las batallas que Kun había librado en la Guerra Sith. Pero aquel templo pequeño y aislado era una especie de retiro particular, y Exar Kun siempre había vuelto a él cuando se concentraba para mejorar sus capacidades y hacerse más fuerte.

Una corriente de aire frío surgía de la abertura en forma de cuña, como si el templo sumido en el silencio fuese un gigantesco monstruo dormido.

—Entremos —dijo Kyp.

Agachó la cabeza y dio un paso hacia la negrura. Pero cuando parpadeó pudo ver que el interior se iba iluminando poco a poco, como si una multitud de pequeños relámpagos atrapados dentro de las negras losas de cristal siguieran despidiendo débiles chispas que sólo podían ser vistas por el rabillo del ojo. Si se detenía ante las lisas paredes de cristal no veía nada en ellas, únicamente los surcos casi imperceptibles de los jeroglíficos tallados en un lenguaje olvidado hacía mucho tiempo. Kyp no podía leerlos.

Zarcillos de musgo verde oscuro crecían como llamas biológicas congeladas que estuvieran trepando lentamente sobre la lisa superficie de los bloques de piedra. Delante de una pared había una cisterna redondeada llena de agua.

Kyp fue hasta ella y metió los dedos en el agua, sorprendido y encantado al descubrir que el líquido estaba fresco y limpio. Se echó agua en el rostro cubierto de sudor y después bebió, saboreando la dulce caricia del agua al bajar por su garganta. Cuando hubo acabado alzó la cabeza y suspiró.

Dorsk 81 estaba inmóvil en la entrada contemplando la jungla que se extendía más allá del lago. La gran esfera de Yavin se había desvanecido por debajo de las copas de los árboles, y el cielo empezaba a teñirse con los colores purpúreos del crepúsculo a medida que el sol lejano también se iba ocultando poco a poco.

—Me ha entrado mucho sueño de repente —dijo Dorsk 81.

Kyp frunció el ceño, pero creía saber lo que estaba ocurriendo.

—Has recorrido una gran distancia —dijo—. Aquí dentro está oscuro y hace fresco... ¿Por qué no duermes un rato? El suelo parece liso, y se debe de estar bastante cómodo acostado en él. Puedes ponerte junto a una pared y dormir.

Dorsk 81 fue hacia una pared moviéndose tan despacio como si estuviera hipnotizado, y se fue dejando resbalar junto a ella hasta quedar inmóvil con la espalda pegada a la gran losa de obsidiana. Se había quedado dormido casi antes de poder sentarse en el suelo.

—Ahora tú y yo continuaremos en un ambiente más adecuado...

La voz grave y sonora creó ecos dentro de la cámara, como si truenos distantes estuvieran retumbando sobre la jungla.

Kyp giró sobre sí mismo para ver la silueta encapuchada de Exar Kun suspendida en el aire como una mancha de aceite negro. Kyp se irguió ante ella, y tuvo que reprimir el escalofrío de terror provocado por cada palabra del antiguo Señor del Sith.

Movió una mano señalando a Dorsk 81.

—¿Despertará? —preguntó—. ¿Te verá?

Exar Kun alzó sus brazos de sombra.

—No hasta que hayamos terminado —dijo.

—Muy bien.

Kyp se sentó en el frío suelo de piedra y recogió los pliegues de la túnica a su alrededor mientras intentaba hallar una postura en la que estuviera cómodo. Sabía que aquella actitud relajada y tranquila podía parecer altivez o un desafío dirigido a Exar Kun, pero le daba igual.

El antiguo Señor del Sith empezó a hablar.

—Skywalker te ha enseñado todo lo que sabe. Intenta ganar tiempo dándote excusas, pero no puede seguir avanzando porque se ha negado a sí mismo otras opciones. Bloquear las posibilidades le impide seguir desarrollándose como Jedi, ya que ha escogido cerrar sus ojos a lo que puede ser y lo que debería ser.

Exar Kun se alzó sobre Kyp, y de repente estuvo flotando mucho más cerca de él aunque no parecía haber dado ni un solo paso.

—Tú, que eres mi discípulo, ya has aprendido más de lo que nunca llegará a saber Skywalker.

Kyp sintió que el entusiasmo y el orgullo ardían dentro de él, y tensó todos los músculos de su cuerpo sintiendo un repentino deseo de levantarse de un salto, pero logró contenerse.

—Contempla lo que puedo mostrarte hoy —dijo Exar Kun.

Señaló los muros de obsidiana y los jeroglíficos incomprensibles que apenas eran visibles en ellos, líneas negras que se extendían sobre la negrura del cristal volcánico. Pero cuando Kyp volvió la mirada hacia ellas, las palabras parecieron quedar llenas de fuego blanco y resaltaron con cegadora claridad sobre aquel fondo opaco e insondable hasta que ardieron en sus ojos como si quisieran quedar grabadas en ellos para siempre.

Y de repente Kyp descubrió que podía comprenderlas. Las palabras se volvieron asombrosamente claras y llenaron su mente, revelándole una historia increíble ocurrida hacía cuatro mil años y contándole cómo Exar Kun había empezado a impartir las enseñanzas prohibidas, cómo había llegado a la cuarta luna de Yavin para encontrar un antiguo objeto de poder Sith perdido y cómo había esclavizado a la asustadiza y débil raza massassi, obligándola a construir templos enormes que le servirían como puntos focales para las fuerzas oscuras con las que jugueteaba.

—La Hermandad Sith podría haber gobernado la galaxia —siguió diciendo Exar Kun—. Podría haber aplastado a la tambaleante República y haber reducido a los otros Caballeros Jedi a la posición de meros magos de salón..., pero fui traicionado.

La sombra de Exar Kun flotaba sobre el suelo del templo, moviéndose de un lado a otro sin hacer ningún ruido hasta que se detuvo sobre la silueta dormida e indefensa de Dorsk 81.

—Las fuerzas combinadas de los Jedi vinieron a esta luna para enfrentarse conmigo, y desencadenaron tales poderes que me vi obligado a absorber las energías de toda la raza massassi sólo para que mi espíritu pudiera quedar atrapado dentro de estos templos y pudiera sobrevivir con la esperanza de que lograría regresar algún día lejano.

Los brazos negros como el carbón se extendieron hacia abajo como si se dispusieran a estrangular a Dorsk 81. El clon de piel lisa y carente de vello se removió nerviosamente en aquel sopor que se le había impuesto, pero no intentó defenderse.

—¡Exar Kun! —gritó Kyp sintiendo un escalofrío de miedo y reluctancia—. Es a mí a quien estás intentando convertir en tu discípulo, ¿recuerdas? No desperdicies tu tiempo con él.

Las nuevas maravillas que Kun le había mostrado eran fascinantes, pero Kyp ya había vivido lo suficiente para poder darse cuenta de cuándo estaba siendo manipulado. Exar Kun creía haber hecho de él un converso hipnotizado al que podría utilizar a su antojo. Pero Han Solo le había enseñado las virtudes del escepticismo, y Kyp seguía manteniéndose en guardia. Aun así, podía interpretar un papel para obtener aquello que deseaba con tanto anhelo.

Exar Kun se volvió hacia él sin haber hecho ningún daño a Dorsk 81, y Kyp extendió los brazos en un gesto de completa aceptación de su nuevo instructor.

—Enséñame más cosas sobre los antiguos caminos de los Sith —dijo.

Kyp tragó saliva, y después se obligó a hablar con voz firme y clara, pues lo que iba a decir a continuación era lo único que realmente deseaba con todas sus fuerzas.

—Enséñame cómo utilizar esos nuevos poderes para que pueda aplastar al Imperio de una vez y para siempre...