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Kyp Durron puso en órbita la nave que había robado alrededor de la pequeña luna boscosa de Endor, donde había sido destruida la segunda Estrella de la Muerte.
Después permitió que sus ojos se fueran cerrando poco a poco sin prestar ninguna atención a los sensores del Z-95 Cazador de Cabezas que había robado. Kyp desplegó sus capacidades mentales y examinó todo el paisaje buscando ondulaciones o sombras en la Fuerza. Tenía que encontrar el lugar donde reposaban los restos del único otro Señor Oscuro del Sith que conocía.
Kyp Durron estaba buscando los restos de Darth Vader.
Exar Kun, que había vivido mucho tiempo antes que Vader, se había mostrado complacido al saber que los Señores del Sith habían seguido existiendo durante milenios. Pero Kyp aún se sentía obligado a encontrar respuestas al sinfín de preguntas que se agitaban dentro de su mente.
El Maestro Skywalker había dicho que Darth Vader, su padre, había vuelto al lado de la luz al final de su vida, y Kyp se había basado en ello para llegar a la conclusión de que los poderes Sith no estaban conectados de manera permanente con el mal. Eso le proporcionaba una tenue esperanza. Kyp era muy consciente de que el espíritu oscuro de Exar Kun le había mentido o, como mínimo, de que no había sido totalmente sincero con él. El riesgo era terrible, pero la recompensa beneficiaría a toda la galaxia.
Si tenía éxito...
Kyp tenía la sensación de que Endor era un lugar donde estaría a salvo de los ojos vigilantes de Exar Kun. No sabía hasta dónde llegaban los poderes de Kun, pero no creía que el antiguo Señor del Sith pudiera salir de Yavin 4..., al menos por el momento.
Kyp manipuló instintivamente los controles del caza de Mara Jade, haciendo descender el Cazador de Cabezas mientras examinaba los bosques. Después de que los rebeldes celebraran su victoria sobre el Emperador, Luke Skywalker había preparado una pira funeraria para su padre cerca de los gigantescos árboles, no muy lejos de las aldeas de los ewoks, y había contemplado cómo las llamas se alzaban rugiendo para consumir los restos de la parafernalia mecánica de Darth Vader.
Pero quizá hubiera sobrevivido algo...
El Cazador de Cabezas se deslizó sobre las copas de los inmensos árboles-padre de los ewoks, y Kyp siguió buscando con su mente. Lo más irónico de toda aquella situación era que estaba utilizando los ejercicios que le había enseñado el Maestro Skywalker cuando le explicó cómo desplegar sus sentidos para entrar en contacto con todas las formas de vida.
Percibió la agitación de los cuerpos peludos de los ewoks en sus ciudades arbóreas. Captó la presencia de los grandes depredadores al acecho: un leviatán humanoide, un gorax gigante, avanzaba con un estrépito ensordecedor por entre los árboles, su negra cabellera balanceándose de un lado a otro mientras buscaba moradas ewoks que estuvieran lo suficientemente bajas para quedar a su alcance.
Kyp siguió sobrevolando los bosques, y su sondeo mental se fue desplegando a distancias cada vez más grandes sobre los paisajes de Endor. De repente sintió una ondulación, un eco de algo que estaba claro no hubiese debido encontrarse allí.
Todo lo demás parecía tener su lugar, pero aquello no encajaba con el resto. Era como una mancha que parecía absorber los otros sentidos, proyectando olas de oscuridad residual que hacían que todas las criaturas de Endor reaccionaran de manera instintiva evitando acercarse a aquel lugar.
Kyp alteró el curso, fue hasta esas coordenadas siguiendo un vector directo y se movió en círculos sobre ellas hasta que encontró un claro donde poder posarse. Los haces repulsores entraron en acción con un gemido estridente y los chorros de las toberas de descenso levantaron una nube de restos vegetales del suelo del bosque mientras Kyp posaba el Cazador de Cabezas sobre la maleza.
Kyp salió de la cabina sintiéndose asustado y, al mismo tiempo, lleno de impaciencia y excitación, y bajó de un salto cayendo sobre las ramitas y las hojas muertas con un leve crujido. La brisa se esfumó de repente, como si el bosque crepuscular estuviera conteniendo el aliento a su alrededor. La claridad plateada del planeta se filtraba a través del espeso follaje, iluminando el claro con un débil resplandor lechoso.
Kyp dio cuatro pasos hacia adelante y se detuvo ante el suelo calcinado sobre el que había ardido la pira funeraria de Vader.
El suelo seguía estando muerto y marrón alrededor de toda la zona quemada. Los frondosos bosques de Endor eran tenaces y crecían muy deprisa, pero ninguna planta se atrevía a aproximarse a aquella cicatriz a pesar de que ya habían transcurrido siete años desde que apareció.
La hoguera había sido enorme y había ardido con un calor muy intenso hasta incinerar el uniforme de Vader. Sólo habían quedado unos cuantos fragmentos de armadura deformados por las llamas, junto con restos de una capa negra medio oculta entre los fragmentos de rocas y las cenizas apelotonadas por el tiempo. Una lámina de refuerzo de acero se había retorcido hasta convertirse en una especie de telaraña desgarrada que apenas era visible.
Kyp tragó saliva y se arrodilló sobre la tierra quemada. Después extendió los brazos en un movimiento vacilante y asustado hasta permitir que las yemas de sus dedos rozaran las cenizas que el paso de los años había resecado y encogido.
Kyp retiró las manos de repente, pero volvió a extenderlas enseguida. El suelo estaba muy frío, pero la frialdad pareció esfumarse poco a poco a medida que iba perdiendo la sensibilidad en las manos.
Kyp utilizó la Fuerza para dispersar unos fragmentos de ceniza y puso al descubierto el diminuto residuo deformado que había sobrevivido al fuego, una masa de plastiacero negro irreconocible como tal que podría haber pertenecido al casco de Vader. Kyp empezó a sentir que la desesperación se adueñaba de él e incrementó la intensidad del poder que estaba utilizando. Siguió apartando restos, pero al final únicamente consiguió revelar un pequeño amasijo de cables. plastiacero derretido e hilachas de una áspera tela oscura.
De Darth Vader, antiguo Señor Oscuro del Sith, sólo quedaba un patético montoncito de restos y unos recuerdos de pesadilla.
Kyp extendió los brazos para rozar los restos, y sintió cómo un cosquilleo eléctrico se deslizaba por sus manos. Sabía que no debería estar tocando aquellas reliquias, pero ya no podía darles la espalda. Kyp tenía que encontrar respuestas a sus preguntas incluso si para hacerlo tenía que responderlas él mismo.
—¿Cuál fue tu error, Darth Vader? —preguntó sin apartar la mirada de los fragmentos de armadura.
Kyp llevaba más de un día sin hablar, y su voz resonó en sus oídos como un graznido ronco y gutural.
Vader había sido un monstruo, y sus manos habían estado manchadas con la sangre de miles de millones de víctimas inocentes. Según Exar Kun, Anakin Skywalker no estaba preparado para controlar el poder que había descubierto, y había acabado sucumbiendo ante él.
Kyp era consciente de que había empezado a avanzar por un sendero similar, pero él no era tan ingenuo. A diferencia de Anakin Skywalker, Kyp comprendía los peligros que le acechaban. Podía cuidar de sí mismo y protegerse. No se dejaría engañar por las tentaciones y brutalidades que habían ido atrayendo a Vader, acercándolo más y más al corazón del lado oscuro.
Kyp volvió a la nave sintiéndose aterido y muy solo en la noche y cogió la larga capa negra que le había regalado Han Solo. Envolvió su mono de vuelo oscuro en los pliegues de tela para mantenerse caliente, y regresó a sentarse en el suelo estéril junto a las cenizas de la pira de Vader. Los apacibles sonidos del bosque fueron volviendo poco a poco, y los gorjeos y silbidos se alzaron alrededor de Kyp como si fueran una canción de cima.
Kyp no tenía ninguna prisa. Podía esperar en Endor. Tenía que asegurarse de que no se estaba engañando a sí mismo. No era ningún estúpido, y sabía que estaba haciendo equilibrios junto a un abismo muy peligroso..., y eso le asustaba.
Kyp permaneció inmóvil deslizando los dedos sobre la escurridiza y delicada tela de su capa, y pensó en cómo su amigo Han Solo le había liberado de las minas de especia, pero incluso ese recuerdo lleno de alegría y felicidad se deformó de repente para hacerle comprender qué parte tan grande de su vida le había sido robada por el Imperio.
Kyp rara vez traía a su memoria los recuerdos tan nítidos y dolorosamente cortantes como las facetas de un diamante de su juventud, cuando él y su hermano mayor Zeth habían vivido en el mundocolonia de Deyer. Empezó a pensar en las ciudades-balsa ancladas en un complejo de lagos terraformados repletos de peces.
Zeth le había llevado consigo muchas veces a bordo de un deslizador de recreo para hundir redes de crustáceos en las aguas o sencillamente para nadar un rato bajo los cielos color ocre. Su hermano Zeth tenía el cabello largo y oscuro, y entrecerraba los ojos para protegerlos del resplandor del sol. Su cuerpo delgado y nervudo estaba lleno de esbeltos músculos que ondulaban bajo la piel bronceada gracias a los largos días que pasaba al aire libre.
Los colonizadores de Deyer habían intentado construir una sociedad perfecta y totalmente democrática en la que cada persona tenía derecho a un período de mandato como miembro del consejo de ciudades-balsa. Los representantes de Deyer habían votado unánimemente condenar la destrucción de Alderaan y solicitar que el Emperador Palpatine abrogase su Nuevo Orden. Habían trabajado a través de los canales políticos adecuados, impulsados por la ingenua creencia de que sus votos les permitirían influir sobre las decisiones del Emperador.
Y en vez de eso Palpatine había aplastado a los «disidentes» de Deyer, destruyendo toda la colonia y dispersando a los colonos en varios centros penales, y se había llevado a Zeth para siempre...
Kyp descubrió que había apretado los puños y volvió a pensar en los poderes que le había revelado Exar Kun, los oscuros secretos que el Maestro Skywalker se negaba a tomar en consideración. Frunció el ceño y respiró hondo. Kyp sintió la mordedura del aire frío de la noche, y lo dejó escapar lentamente de sus pulmones.
Se juró a sí mismo que no permitiría que Exar Kun acabara convirtiéndole en otro Vader. Kyp confiaba en su decisión inquebrantable y en su firmeza de carácter, y estaba convencido de que sería capaz de utilizar el poder del lado oscuro en beneficio de la Nueva República.
El Maestro Skywalker estaba equivocado. La Nueva República tenía la razón de su parte porque sus objetivos eran moralmente superiores, y la consecuencia de eso era que también tenía todo el derecho del mundo a utilizar cualquier arma y cualquier clase de fuerza para erradicar hasta las últimas manchas del Imperio maligno.
Kyp se puso en pie y se tapó el pecho con los negros pliegues de la capa. Podía reparar los daños causados, y no necesitaba la ayuda de nadie para demostrar hasta qué punto era posible utilizar adecuadamente aquellos poderes.
Exar Kun llevaba mucho tiempo muerto, y Darth Vader se había convertido en cenizas esparcidas sobre el suelo de Endor.
—Ahora yo soy el Señor del Sith —dijo Kyp.
Haberlo admitido hizo que sintiera una gélida energía deslizándose a lo largo de su espalda, como si su columna vertebral se hubiera convertido en un pilar de hielo.
Volvió a su pequeño caza espacial y subió a la cabina. La decisión que había tomado parecía haber envuelto sus pies en llamas y le obligaba a moverse lo más deprisa posible, con el corazón palpitante y todos los recursos de su mente concentrados en un haz implacable tan brillante e incontenible como un rayo láser.
Él, y sólo él, tenía a su alcance la oportunidad de resolver todos los problemas de la Nueva República.... sin la ayuda de nadie.