LA OPORTUNIDAD DEL CAPITÁN NOLAN

PERSONAJES PRINCIPALES (Un * señala que el personaje no es real).

CAPITÁN LEWIS NOLAN

Aproximadamente treinta años. Un irlandés de buena familia criado en Milán.

LORD ROBERT CECIL

Veintitantos años. [Más tarde, lord Salisbury].

CAPITÁN IVOR MORRIS

Unos pocos años mayor que Nolan. Viste y habla como un galés bastante pijo. «Ivor» es invención mía. No he dado con el verdadero nombre de pila de Morris ni tampoco he encontrado gran cosa sobre él, pero un tal capitán Morris sin duda lideró el regimiento n.º 17 de Lanceros durante la carga, a la que sobrevivió aunque gravemente herido, y sin duda fue un gran amigo de Nolan y, como él, entusiasta de la caballería.

CONDE ROGACHEV*

Treinta o cuarenta años.

LORD LUCAN

Cincuenta y tantos años.

LORD CARDIGAN

Casi sesenta años. Un «especulador», un aristócrata que habla con un lenguaje y acento distintivos, pronuncia la R como G e intercala frases repletas de exclamaciones ruidosas y sin sentido del tipo «jo, jo, jo».

JOSEPH*

Cuarenta o cincuenta años. Habla con un acento diferente del de los rusos; tal vez polaco o ucraniano.

LORD GEORGE PAGET

De treinta y tantos años. Un soldado; más tarde, general.

SIDNEY HERBERT

«Secretario de Guerra» en el gabinete de lord Aberdeen de 1852.

* * *

SECUENCIA 1 - LONDRES

Estamos en Pall Mall en el año 1854. Llega un coche.

COCHERO: Aquí estamos, caballeros. El club Retrenchment. Oh, gracias, capitán. Caballeros, ¿van ustedes dos a luchar contra los rusos?

NOLAN. Puede que algún día.

COCHERO: Bueno, denles una buena de mi parte. Buenas noches, señor.

El coche se va. Durante la conversación, NOLAN y su acompañante se han bajado. Cruzan el pavimento, suben unos escalones y entran en el vestíbulo del club. Un botones se acerca.

BOTONES: Buenas noches, caballeros.

NOLAN: Hemos venido a ver a lord Robert Cecil. Somos el capitán Lewis Nolan y el capitán Ivor Morris. Su señoría nos está esperando.

BOTONES: Si son tan amables de aguardar un momento, señor, informaré a su señoría de que los caballeros han llegado.

NOLAN: Muchísimas gracias. (Un momento). Ivor, por el amor de Dios: ese hombre es más joven que tú o que yo. Sin duda procede de una familia excelente, y dicen que dará que hablar, y aun así en él no hay asomo alguno de arrogancia. Siempre ha estado interesado en la cuestión oriental, es decir, en Turquía y en Rusia y en todos esos sitios. Y le encantan los caballos, ¿comprendes?

BOTONES: (Acercándose). ¿Serían tan amables de acompañarme, caballeros?

Caminan por el club.

BOTONES: El capitán Nolan y el capitán Morris, su señoría.

CECIL: Gracias, Hawkins. Gracias por venir, Nolan. Así que este es el admirable capitán Morris. Todo lo que sé de usted, señor, es que es amigo de la infancia de Lew Nolan, y que comparte algunas de las delirantes ideas de este loco irlandés.

MORRIS: Me temo que hay uno o dos asuntos, señoría, ante los que ni Lew ni yo nos mostramos precisamente cuerdos.

CECIL: Es un alivio. Me paso los días con gente cuerda y, créame, es un infierno. Ahora sentémonos y tomemos una copa. El jerez en este lugar solo puede tragarse si uno aprieta los dientes, así que tal vez prefieran un poco de brandy.

El volumen del sonido baja y sube en el comedor principal del club. CECIL, NOLAN Y MORRIS están sentados a una mesa solos.

CECIL: ¿Qué se dice acerca del nombramiento de lord Lucan como oficial al mando de la caballería?

NOLAN: Bueno, a diferencia de los otros generales, al menos ha prestado servicio activo.

CECIL: ¡Ah, lo desconocía!

NOLAN: Hace veintiséis años. En aquella ocasión lo hizo bastante bien.

MORRIS: Y después, el Día de los Inocentes, a quién se le ocurre, se anuncia oficialmente que lord Cardigan será nombrado brigadier general al mando de la Brigada Ligera. Bueno, Lucan es un tipo difícil, pero dicen por ahí que es un buen oficial, y duro. Pero Cardigan es… ¿puedo hablar claramente, señor?

CECIL: Por favor, adelante.

MORRIS: Lord Cardigan es un lunático, eso es lo mejor que puede decirse de él. Arrogante, temerario, obstinado, no tolera ningún tipo de oposición, es un maldito estúpido, y por desgracia valiente como un león. Solo pensarlo me produce escalofríos.

NOLAN: Lo cual no le ocurre a menudo a Ivor Morris. Y lord Cardigan quiere que yo sea su asistente personal, su ayudante de campo.

CECIL: ¿Va a aceptar el trabajo?

NOLAN: Antes tendrán que matarme. ¿Sabe, su señoría?, cuando pienso en que la caballería británica está llena de oficiales brillantes y experimentados en lo más alto de sus carreras, y en que a ninguno de ellos se le ha ofrecido un cargo de responsabilidad en esta expedición porque han prestado servicio en la India… En fin, me entran ganas de echarme a llorar.

CECIL: Antes de que se desmorone por completo, Nolan, mejor será que se tome un oporto.

Nos hemos desplazado hasta la sala de oporto del club, Nolan esta absorto en la conversación.

NOLAN: Creo que, bien liderada, la caballería, especialmente la caballería ligera, es capaz de hacer cualquier cosa.

CECIL: ¿Cree que la caballería podría acabar con una escuadra de infantería?

NOLAN: Sí, incluso eso, señor. No solo cuenta con una herramienta para hacerlo, sino con dos. La primera es el hombre: el Ejército británico lo conoce y sabe cómo entrenarlo. La segunda es el caballo, pero, en este caso, el Ejército británico necesita que le den una o dos lecciones acerca de cómo entrenar a un caballo.

MORRIS: Has mencionado también la importancia de contar con un buen líder, Lew.

NOLAN: Eso viene después.

CECIL: Cuando hablamos antes, capitán Nolan, mencionó la amabilidad como la base de su sistema.

NOLAN: Así, es, milord. Nunca se debe castigar o asustar a un caballo, sino enseñarle a confiar en el hombre que lo monta. Veré si puedo encontrar una copia de mi libro, El sistema Nolan para entrenar monturas de caballería, para usted… Está todo explicado ahí.

MORRIS: Me temo que Nolan es una especie de fanático del tema, milord.

NOLAN: Al demonio, Ivor… Tú eres igual que yo.

MORRIS: Está bien, puede que sea incluso peor, pero tengo que reconocer con toda franqueza que mis muchachos del regimiento n.º 17 son unos excelentes soldados de caballería, e incluso algunos de los húsares son bastante buenos.

NOLAN: Oh, no son todos unos inútiles, claro…

CECIL: ¿Cree que demostrarán sus capacidades luchando contra los rusos?

MORRIS: Eso creo, sí, milord.

NOLAN: Si tienen ocasión.

CECIL: Hmmm… Espero que tenga razón.

Seguimos en el mismo lugar, pero ha pasado el tiempo. Los tres hombres están ligeramente embriagados.

CECIL: Otra copa, ¿no? Bueno, no hay duda de que podríamos seguir hablando de caballos toda la noche, pero no les he invitado a venir hasta aquí solo para eso. Seré breve. Puede que Lew Nolan le haya contado, capitán Morris, que me interesan muchísimo las actividades de Rusia en el Oriente Próximo. Sospecho que una grave amenaza se cierne sobre nuestros intereses allí, y también más lejos. Este asunto del mar Negro, en concreto, me temo que no sea más que una escaramuza, una preparación de algo mayor. Hay un diabólico y taimado individuo en San Petersburgo llamado conde Rogachev que me da muy mala espina. Goza de gran influencia que utiliza para fines deshonestos y es también un enemigo letal de Inglaterra, celoso de nuestras posesiones en el extranjero. Veo en él un grave peligro para nuestro país.

MORRIS: Lew y yo prometemos echar a este conde Rogachev al mar Negro en cuanto lo veamos, milord, pero ¿qué podemos hacer mientras tanto?

CECIL: Lo siento, creo que me he dejado llevar un poco. Lo que pueden hacer por mí mientras tanto, mi querido Morris, es compilar un informe confidencial sobre el estado de combate de nuestras tropas: moral, entrenamiento, cualquier cosa que sea representativa. No han librado una guerra de verdad en cuarenta años. ¿Cómo van a resistir ante un enemigo poderoso y resuelto? Ya me han contado ustedes algunas cosas, pero necesito saber más. ¿Lo harán?

NOLAN: Haremos todo lo que esté en nuestra mano, señor.

CECIL: Conforme lo vayan averiguando: no necesito nada sofisticado. El telégrafo será lo más rápido, pero tendrán que codificarlo.

NOLAN: Hallaremos el modo, milord, no se preocupe.

SECUENCIA 2 - SAN PETERSBURGO

Estamos en la sala de visitas de un palacio. Hombres y mujeres charlan y ríen, toman un tentempié y beben. JOSEPH, un circunspecto mayordomo, supervisa el servicio de bebidas.

JOSEPH: ¿Una copa de champán, milady? ¿Excelencia?

EXCELENCIA: Gracias, Joseph. Siempre está usted a mano cuando se le necesita, ¿eh?

JOSEPH: (En voz baja a SERGEI, el camarero). Dos copas de champán, Sergei, deprisa. Y una servilleta.

SERGEI: (Nervioso). Sí, señor Joseph.

EXCELENCIA: Espléndido. Sí, querida, siempre digo que es una bendición que los franceses no luchen ni la mitad de bien que hacen el champán.

MILADY: Lo hicieron bastante bien al mando de Bonaparte.

EXCELENCIA: Hasta que nuestros chicos rusos les quebraron el espíritu. Antes de que tú nacieras, Tania. Por aquel entonces, no era más que un joven subalterno. Sí, y Wellington remató a Bonaparte en Waterloo. No estoy seguro de que ningún ejército británico fuera capaz de tal proeza hoy en día.

MILADY: ¿Ha visitado usted Crimea, tío?

EXCELENCIA: Todavía no. Espero ir dentro de una semana, más o menos…

CONDE 1: Bueno, en cuanto a nuestros ejércitos en Crimea, no tienen más que esperar a que los británicos y los franceses mueran de frío, fiebre y absoluta incompetencia, especialmente los altos cargos. Su lord Raglan y los demás se pasan borrachos de la mañana a la noche.

CONDE 2: Tal y como yo lo veo, el príncipe Menschikov solo necesita resistir y usar las armas en cuanto tenga la oportunidad. Nuestra artillería rusa se encargará de todo, como siempre.

CONDE 3: ¿Aliados? La flor de Inglaterra, Francia, Turquía y Cerdeña… ¡a quién se le ocurre! Una turba políglota lamentable, señor.

ROGACHEV: (Gritando imperiosamente). Joseph, ven cuanto antes.

JOSEPH: (En voz alta). Enseguida, señor conde. (A SERGEI). Ven, Sergei. Cuando el conde Rogachev llama, hay que moverse rápido.

ROGACHEV: Sí, coronel, creo que esta noticia hace que las perspectivas de nuestro pequeño plan parezcan bastante prometedoras. (A JOSEPH). Vodka para el coronel. No, para mí solo soda.

JOSEPH: Aquí estamos, señor. (A SERGEI). Vodka para el coronel… ¡Oh, Dios mío!

ROGACHEV: Joseph, si tienes un momento…

JOSEPH: (Resueltamente). Por supuesto, su señoría.

ROGACHEV:… busca a mi secretario, por favor, y dile que se disponga a reunir inmediatamente al grupo seleccionado en el salón pequeño. Y Joseph…

JOSEPH: Sí, milord.

ROGACHEV: Por supuesto, también necesitaremos comida y bebida.

JOSEPH: Por supuesto, su señoría, comprendo. (A SERGEI). Que cambien esas copas enseguida: están sucísimas.

SERGEI: Sí, señor Joseph.

El volumen del sonido baja y sube en el salón pequeño. Media docena de hombres hablan en un tono bajo, ROGACHEV entra y todos enmudecen.

ROGACHEV: Es un honor, su alteza real.

PRÍNCIPE: Mi querido Rogachev, no me lo habría perdido por nada.

ROGACHEV: Es muy amable de su parte, señor. Bueno…

Todos se sientan.

ROGACHEV: Gracias a todos por abandonar la fiesta para venir aquí. Les mantendré alejados de la misma el menor tiempo posible. De hecho, solo tengo dos asuntos que comentarles por el momento. El primero es que ahora me encuentro en posesión de lo que creo que es una prueba decisiva del poco entrenamiento y la bajísima moral de las fuerzas británicas que están luchando, si es que esa es la palabra adecuada, en la península de Crimea. Eso es más importante que…

GENERAL: Conde Rogachev, ¿puedo decir algo?

ROGACHEV: Por favor, escuchemos lo que tiene que decir.

GENERAL: Gracias. Bien, luchando es sin duda la palabra que designa lo que hacía la infantería británica el día 20 del mes pasado en la batalla del río Almá.

VOCES: ¡Ah, eso! Sí, se ha comentado mucho sobre eso. Oh, el Almá…

GENERAL: Sí, el Almá. Esos hombres demostraron, más que valentía, una valentía ciega, por el modo en que fueron avanzando a través del río y por esas colinas enfrentándose al fuego devastador de nuestros rifles, bolas de cañón, racimos y botes de metralla. Cayeron en masa, pero no se detuvieron. ¿Acaso es señal eso de una moral baja, conde Rogachev?

ROGACHEV: ¿Es eso todo, general? Gracias. Los relatos referentes a ese combate parecen diferir. ¿Comandante?

COMANDANTE: La información que yo tengo es que el «heroísmo» de los británicos ha sido algo exagerado y malinterpretado. No debemos olvidar…

ROGACHEV: El llamado heroísmo de los británicos es una especie de mito creado para justificar la incompetencia y la cobardía de nuestros propios mandos.

GENERAL: Tonterías. Son buenos soldados: he servido con ellos.

ROGACHEV: Es conmovedor, ¿verdad?, cómo el ejército se mantiene siempre unido, pase lo que pase. Si se me permite dar por finalizado este asunto, el estado de la infantería de un ejército es un indicador que revela mucho menos que el de su caballería, que es probable que sea un poco menos tosca por naturaleza. Por supuesto, hablo como soldado de caballería…

VOCES: Tiene mucha razón. Por supuesto. Así es. Ya era hora.

ROGACHEV: Gracias. Y… la caballería británica, a pesar de sus elegantes uniformes, se encuentra en un estado tal que sus generales no se atreven a disponer de ella, al parecer. Comandante.

COMANDANTE: Sí, milord. En la batalla de Almá, que ha causado una impresión tan honda en el general, la famosa caballería británica se quedó a la espera y no entró en combate. El día anterior, en el valle de Bulganek, su lord Raglan ordenó a la caballería que se retirara antes siquiera de que hubieran sacado los sables. ¡Qué humillación!

Suena una campanilla.

ROGACHEV: Discúlpeme, comandante. Por favor, continúe.

COMANDANTE: El resto son detalles secundarios, milord. El tema principal es que su caballería tiene miedo de nuestras armas.

Las voces asienten. Se abre una puerta de doble hoja y JOSEPH y SERGEI entran con bebidas.

ROGACHEV: Ah, Joseph, date prisa. Champán para su alteza, vodka para los demás, y para mí creo que un vaso pequeño de vino blanco no espumoso. Bueno, caballeros, esto llega en el momento preciso. ¡Imaginen la victoria que nuestros cosacos conseguirán sobre los lanceros británicos, los húsares y los dragones cuando se encuentren en las grandes llanuras que hay bajo el Himalaya! Un brindis: su alteza real, milores, caballeros… ¡Por la conquista imperial de la India!

VOCES: ¡India! ¡Les daremos una lección! ¡Por la victoria! ¡Larga vida al zar!

ROGACHEV: Joseph, mi fiel amigo, ¡únete a nuestro brindis! ¡Sírvete un vaso de vino y levántalo hacia el cielo!

JOSEPH: Gracias, señor, pero le ruego que me disculpe. Mi pobre estómago…

Pausa.

ROGACHEV: Oh, de acuerdo. Pero un médico debería echarte un vistazo ahí dentro, ¿me oyes?

JOSEPH: Oh, sí, su señoría.

ROGACHEV: No lo pospongas. (Levanta la voz). ¿Desean que presente mi plan ante el alto mando en su próxima reunión?

VOCES: ¡Sí! ¡Tan pronto como sea posible! ¡No lo demoremos más!

GENERAL: ¿Tiene fecha para esta escapada india suya?

ROGACHEV: Pronto la tendré, general.

Estamos en una oficina más bien pequeña con una ventana abierta que da al Neva. Ruido de cláxones, etc.

PEMBERTON: (Amigablemente). Pero no ha conseguido averiguar la fecha.

JOSEPH: Todavía no, señor Pemberton, me temo que no. No es fácil.

PEMBERTON: Me lo imagino.

JOSEPH: Especialmente desde que el conde Rogachev se ha vuelto tan suspicaz… Fui un estúpido al no aceptar ese brindis. Simplemente no pude…

PEMBERTON: ¿Qué sospecha, Joseph?

JOSEPH: No la verdad, desde luego, o no estaría aquí ahora. No, simplemente piensa que no lo aprecio, lo cual es cierto. Debo tener cuidado para evitar que se dé cuenta de lo que realmente pienso de él.

PEMBERTON: ¿Cómo puede estar usted seguro de que nadie le vigila?

JOSEPH: No se preocupe, señor Pemberton. Le daré una fecha.

PEMBERTON: Bueno, todavía pasarán unos cuantos meses, puesto que se acerca el invierno. De hecho, ahora que lo pienso…

Cierra la ventana.

PEMBERTON: Así está mejor, ¿no cree?

JOSEPH: Solo espero que tenga razón con respecto a lo de esos meses. No me extrañaría que Rogachev consiguiera que las tropas llegaran al Himalaya en globo en mitad del invierno. Bueno, intentaré espiar cuidadosamente las conversaciones y le daré una respuesta.

PEMBERTON ha abierto y cerrado un cajón y ahora lanza un fajo de billetes sobre la mesa que hay entre ambos.

PEMBERTON: Lo estoy deseando. Mejor será que los cuente.

JOSEPH: No hace falta, señor Pemberton.

PEMBERTON: Muy bien. ¿Sabe?, creo que usted haría este trabajo a cambio de nada.

JOSEPH: Tal vez, tal vez.

SECUENCIA 3 - CRIMEA

Cerca de Balaclava, 17 de octubre de 1874. En la distancia, un gran cuerpo de caballería rusa maniobra adelante y atrás. En primer plano, otro gran cuerpo, esta vez de caballería británica, avanza al paso y al trote. Los soldados de caballería charlan entre ellos mientras montan.

SOLDADOS DE CABALLERÍA: ¡Gloria!, por fin vamos a enfrentarnos a ellos. Les enseñaremos a esos cerdos ruskis quién manda aquí. Ya era hora. ¿Quiénes se creen que son? Ahora es nuestro turno, ¿eh?

SARGENTO: (Desde cerca). Nada de charla en filas. Y atención a su atuendo. Sin demora. Pónganse derechos y siéntanse orgullosos.

OFICIALES: (Desde el frente). ¡Alto! Alto el 17. Alto los Scots Greys.[14] Alto el 11.

La división de caballería al completo se detiene.

SARGENTO: Bien, cálmense, muchachos. Recuerden que los están observando. Prepárense para cargar. Ahora es el momento de rezar sus oraciones. Escuchen las órdenes, escuchen al corneta y hagan lo que se les dice. Ahora, todos en silencio. Listos. Y que Dios nos bendiga a todos.

Pasan unos momentos en silencio.

NOLAN: (Murmurando). ¿A qué demonios estás esperando, lord Lucan, estúpido, bobo aristócrata, es que quieres refuerzos de los ángeles de Dios? (A su colega). Chico, ¿puedes observar el campo de batalla y decirme si alguna vez has visto un país mejor que este para una carga de caballería?

COLEGA: Tienes razón, Lew. Es perfecto.

NOLAN: No hay pistas estrechas, no hay bosques, ni un maldito seto que saltar, y por lo que respecta al terreno, ni en Newmarket[15] sería más adecuado. Y aquí estamos todos. ¿Qué pasa con lord Pasividad? Dios, me está volviendo loco.

COLEGA: Baja la voz.

Pasa más tiempo. Entonces, la caballería rusa empieza a abuchear en la distancia, a mofarse y a reír. Se oyen sus cornetas.

NOLAN: Esos desgraciados están a punto de retirarse. No lo toleraré, eso sí que no.

Se marcha al galope.

Estamos con el grupo de LORD LUCAN, media docena de oficiales con sus ordenanzas.

CAPITÁN: Formarán en columna en un minuto, señor. Para retirarse.

CORONEL: Lord Lucan, se lo ruego, ordene la carga antes de que sea demasiado tarde.

LUCAN: Sé cómo se siente, coronel, pero debe saber que no puedo cargar. Debo seguir las instrucciones de lord Raglan. El jefe al mando ha ordenado tajantemente que no ataque bajo ninguna circunstancia.

CORONEL: Él no está aquí ahora, señor. Es una oportunidad de oro para asestar un golpe letal.

LUCAN: Coronel, cumplo órdenes.

NOLAN: (Acercándose). Lord Lucan… Lord Lucan…

LUCAN: ¿Quién es este individuo? (A NOLAN). ¿Quién es usted, señor?

NOLAN: El capitán Nolan a su servicio, milord. Y bien, si nadie más va a hacerlo, debo decirle a la cara que si no ataca al enemigo cuando este está a nuestra merced, no está cumpliendo con su deber, señor. Cualesquiera que hayan sido las órdenes que ha recibido, la responsabilidad de hacer la guerra al enemigo es primordial y está por encima de todo.

LUCAN: ¡Cómo se atreve, señor! Retire inmediatamente lo que acaba de decir.

NOLAN: Se supone que es usted el general al mando de la división de caballería, no una maldita niñera. Tiene usted aquí a algunos de los mejores soldados del mundo y permite que se queden ahí sentados a ver pasar el tiempo… ¡Es usted una vergüenza!

El último discurso es interrumpido por protestas, etc., de LUCAN, del CORONEL y del CAPITÁN. NOLAN grita estas últimas palabras mientras lo sacan de allí a empujones.

LUCAN: Me siento tentado a hacer que juzguen a ese irlandés insolente en un consejo de guerra.

CORONEL: No creo que sirviera de nada, milord.

LUCAN: Como dije en mi último memorándum: no es el deber de la caballería ligera enfrentarse al enemigo innecesariamente, sin estar facultado.

CORONEL: Exactamente, milord. ¿Hago que toquen retirada?

LUCAN: Gracias, coronel. Si es tan amable…

CORONEL: (Al corneta). Toque retirada.

CORNETA: Sí señor.

Se oye el toque de corneta.

La caballería británica que aguarda escucha el toque de corneta desde el frente.

Los hombres están furiosos.

TROPAS: ¡Retirada! No puedo creerlo. ¡Al diablo con ese maldito cerdo cobarde de Lucan! Menudo general… Lord Pasividad…, ¡con razón le llama así! Los habríamos hecho pedazos. ¿Es que no vamos a atacarlos nunca?

SARGENTO: (Gritando). ¡Silencio en filas! (Al capitán). No puede culparlos, señor.

CAPITÁN: (Gritando). El escuadrón se moverá hacia la derecha en columna. El escuadrón se retirará, la tercera tropa al frente. Marchen. ¡Sin demora! (Para sí mismo). ¡Oh, Dios mío!

Baja el sonido de la caballería, que avanza al paso.

SECUENCIA 4 - LONDRES

Edificio oficial en Whitehall u otro lugar. CECIL camina por un pasillo en dirección a su oficina, danvers se le acerca.

DANVERS: Buenos días, milord.

CECIL: Buenos días, Danvers. ¿Ha llegado el correo de Crimea?

Caminan por el pasillo juntos.

DANVERS: Está sobre su mesa, señor.

CECIL: Lo único que parece funcionar en esta situación de caos y completa miseria es el servicio de correo.

DANVERS: Dicen que las malas noticias vuelan, señor.

Entran en la oficina de CECIL.

CECIL: Y aquí las tenemos. (Abre un paquete). Aunque en cuanto al telégrafo eléctrico puede que sigamos en la inopia.

DANVERS: He oído, milord, que en unos pocos meses recibiremos noticias directamente de Balaclava.

CECIL: Si es que para entonces todavía tenemos a alguien allí que pueda enviarlas. (Leyendo…). ¡Oh, Dios mío!

DANVERS: Le dejaré, señor.

CECIL: No te alejes demasiado.

DANVERS sale.

CECIL: ¡Oh, Lew! Eres una auténtica maravilla. Mejor que si hubiera sobornado a un tipo listo. ¿Cómo lo haces? Es algo francamente fuera de lo normal.

NOLAN: (La voz sube). Saludos a mi piadoso amigo. Nuestro obispo aquí tiene muy mala fama. Hace dos días el clero local estaba absolutamente entusiasmado con la idea de iluminar a los paganos. Era una oportunidad perfecta. Pero, ay, el señor obispo se lo pensó demasiado y al final no hizo nada. Nuestro clero quedó tremendamente decepcionado. Yo mismo protesté ante milord, que replicó con solemnidad que tenía órdenes específicas de milord el arzobispo para abstenerse de cualquier intento de difundir la palabra sagrada. ¿Qué puede aspirar a hacer un verdadero creyente?

Nuestro clero está bastante molesto, el tipo de descontento silencioso que precede a los auténticos problemas. A menos que tengan la oportunidad de comenzar el proceso de evangelización cuanto antes, su espíritu se perderá. Es un asunto muy urgente. Por favor, aconséjeme. Su amigo y hermano reverendo. P. D. El obispo de Gales sigue como de costumbre. Está esperando a que su yate llegue desde Inglaterra con su cocinero francés a bordo.

CECIL: ¿El obispo de Gales? Ah… Cardigan, ¡por supuesto!

Alguien llama a la puerta. CECIL: Adelante. DANVERS entra.

DANVERS: De la oficina de lord Clarendon, milord, por mensajero especial.

CECIL: Gracias, Danvers.

DANVERS se marcha.

CECIL: (Abre el sobre. Lee). «Pensé que querría ver lo que adjunto. Por favor, comprenda que es un asunto estrictamente confidencial entre usted y yo. G. V.». Gracias, George. Ahora…

PEMBERTON: (La voz sube). Nuestro hombre informa de que el conde Rogachev parece muy interesado y bien informado en cuanto al entrenamiento y la moral de nuestras tropas en Crimea, particularmente en lo referente a nuestra caballería. No se trata de un interés académico, sino de un punto esencial de su estrategia para llevar a cabo la invasión rusa de la India. Con este propósito se ha presentado un plan ante el Alto Mando Imperial, pero nuestro hombre todavía no ha podido averiguar la fecha propuesta para la acción. Lo que parece seguro es que Rogachev considera vital para su plan la reticencia, o incapacidad, supuesta o real de nuestras tropas a la hora de oponerse a un adversario resuelto y contundente, especialmente…

CECIL: Especialmente en lo que concierne a la caballería. Efectivamente. ¿A qué otra cosa si no?

Estamos en una casa de la alta sociedad en Londres durante una fiesta. Hombres y mujeres hablan y van de acá para allá; por ejemplo, suben y bajan la escalera.

HERBERT: Bueno, mi querido Cecil, qué sorpresa tan agradable, encontrarte casualmente aquí.

CECIL: Es muy amable de tu parte, Herbert. Para mí, este encuentro es más que agradable. Eres el hombre al que esperaba ver.

HERBERT: ¡No me digas! ¡Qué maravilla! Bueno, ¿y qué puedo hacer por ti en los siguientes dos minutos?

CECIL: Será muy rápido. ¿Recuerdas a ese tal Rogachev por el que te pregunté?

HERBERT: ¿Rogachev? Claro, ese conde ruso. ¿Qué pasa con él?

CECIL: Esa estrategia suya para invadir ya-sabes-qué. ¿Qué concluyó el gabinete ministerial?

HERBERT: ¿Que qué concluyó? No concluyó nada, Cecil. Si alguna vez llegaron a escucharlo, ya lo han olvidado.

CECIL: ¿No lo consideran importante?

HERBERT: En absoluto. Dios sabe qué consideran importante. Mantener el impuesto sobre la renta por debajo de seis peniques la libra, probablemente. Bueno, tengo que irme.

Su voz se pierde durante un momento entre los ruidos de la fiesta. Después, volvemos a oírla.

HERBERT: (Llamando). ¡Ah, Cecil!

CECIL: (Acercándose). ¿Sí, Herbert?

HERBERT: Acabo de acordarme de algo: estaba hablando con un tipo el otro día en el Horse Guards,[16] y tu amigo Rogachev salió en la conversación. Parece ser que trató de ingresar en nuestros Dragones Ligeros hace algunos años y fue rechazado. Que no tenía piernas para esas botas o algo así. Eso es todo.

CECIL: Mi querido Herbert, eso es muy interesante.

HERBERT: (El tono va bajando). Solo pensé que debía mencionártelo.

CECIL está en su oficina con DANVERS.

CECIL: (Dictando). El sacerdote moscovita del que hablamos… en una ocasión se le negó la entrada a uno de nuestros seminarios. Punto. De ahí quizá su desdén hacia nuestro clero. Punto. Se ha tomado nota de sus comentarios acerca del bajo ánimo del mismo. Punto. Se recomienda que haga usted lo posible para alentar las muestras de superioridad respecto del impío, coma, independientemente de lo que su obispo o arzobispo digan. Punto. No, coma: o no digan. Punto. ¿Puede volver a leer la última frase, Danvers?

DANVERS: Independientemente de lo que su obispo o arzobispo digan, o no digan.

CECIL: O no digan. Independientemente de lo que lord Lucan o lord Raglan le ordenen, o no le ordenen, hacer. Puede que eso sea un poco fuerte.

DANVERS: ¿Lo tacho, milord?

Pausa.

CECIL: No, no. Déjelo. Diríjala al capitán Lewis Nolan — Cuartel General de las Fuerzas de Su Majestad — Fuerza Expedicionaria de Crimea. Urgente. Y eso significa prioridad también en lo que a ti respecta, Danvers, así que sal disparado hacia la oficina de telégrafos.

DANVERS: Inmediatamente, milord.

Sale.

CECIL: ¡Que no tiene piernas para esas botas!

Estalla en carcajadas.

SECUENCIA 5 - CRIMEA

Las fuerzas británicas a la salida de Sebastopol. Antes del amanecer del día 25 de octubre. Una noche amargamente fría, el viento sopla con violencia, los centinelas dan fuertes pisotones, etc. La tienda de NOLAN. MORRIS se acerca.

NOLAN: ¿Eres tú, Ivor?

MORRIS: Y tanto que soy yo.

Entra en la tienda.

MORRIS: ¡Menuda noche!

NOLAN: Al menos aquí estamos protegidos del viento.

MORRIS: ¿Te has enterado de que anoche perdimos a un oficial? El comandante Willet. Muerto de frío o congelación o como se diga.

NOLAN: Me lo creo. Ojalá estuviera en Balaclava ahora mismo, ¿sabes? Allí hay hogueras. Y, por lo que sé, chicas también. Y licor.

MORRIS: Ojalá estuviera yo en Sebastopol, en la maldita fortaleza, con los ruskis. Cómodo y calentito, como un bichito en una alfombra. Con la única molestia de que un insignificante proyectil británico perturbara mi duermevela de vez en cuando.

NOLAN: Sin la menor posibilidad de que un soldado británico viniera a sacarme de ahí. ¿Cuándo aprenderán? No importa durante cuánto tiempo bombardees un lugar… Lo que hay que hacer es enviar una partida de asalto: hombres horribles con espadas, bayonetas y pistolas para matar a cualquiera que se atreva a moverse. Me pregunto si ese detalle se le habrá pasado por la cabeza alguna vez a ese idiota perfumado de lord Cardigan.

Las armas de asedio británicas están bombardeando la fortaleza rusa de Sebastopol, LORD CARDIGAN y un par de OFICIALES montan sus caballos.

CARDIGAN: ¡Ah, ya veo! Esos de ahí son nuestros hombres y están disparando a los rusos. ¿Es eso correcto?

OFICIAL: Es correcto, milord.

CARDIGAN: Sí. Bueno, ¿por qué no los obligamos a retirarse?

OFICIAL: No parece que tengamos las fuerzas suficientes para acometer una operación tan difícil, milord.

CARDIGAN: Nunca en mi vida he visto un asedio ejecutado de acuerdo a esos principios. O a la falta de ellos. Sin un asalto este bombardeo de cañones es inútil. Enormes sumas de dinero han volado en munición; se ha desperdiciado un tiempo vital y no hemos conseguido nada. Y, ahora, ¿qué hacemos?

OFICIAL: Esperamos órdenes de lord Raglan, señor.

CARDIGAN: Sin duda así es, muchacho. Bueno, a mí me toca volver a subirme a bordo del Dryad. Está a unas cuantas millas, es verdad, pero para lo que voy a hacer aquí, mejor me vuelvo a Whitehall. Y al menos en mi yate estaré seco y caliente.

De vuelta en la tienda de NOLAN.

NOLAN: (La voz va subiendo)… y sin contar con la guarnición de Sebastopol, debe de haber veinte mil tropas rusas ahí fuera, infantería y caballería… y Dios sabe cuántas armas.

MORRIS: Al mando del general Liprandi, que por lo que parece es un tipo agresivo.

NOLAN: Preferiría oírlo a él. Vale la pena cruzar espadas con un desgraciado como ese, si es que alguna vez llegamos a estar a menos de quince kilómetros de él.

MORRIS: Dios proveerá.

NOLAN: Más le vale. O tendremos que proveer nosotros mismos.

MORRIS: ¿Sabes, Lew? He estado pensando en el telegrama que has recibido de Robert Cecil. La última frase, cuando prácticamente te dice que hagas todo lo posible para darles a nuestros muchachos una oportunidad de cargar contra esos ruskis sin reservas… Qué fácil hablar así desde Londres, ¿no? Quiero decir…

NOLAN: Ah, tiene buenas intenciones, pero nunca ha visto la acción.

MORRIS: La acción, ¿qué acción?

NOLAN: En serio, tampoco tiene ni la más mínima idea de lo que es esta inactividad. Al más puro estilo del Ejército británico, cortesía de lord Pasividad. Ah, es inútil, Ivor…

MORRIS: Lo único que se le ha ocurrido hacer es sacarnos a todos de la cama una hora antes de que amanezca para «acompañar a nuestros caballos». Hasta ahí llega su espíritu agresivo.

NOLAN: Sí, vamos a acompañar a los pobres rocines. Deben de sentirse tan mal como nosotros.

LUCAN y sus subordinados cabalgan al paso a través de la penumbra.

OFICIAL SUBORDINADO: Todos presentes y en orden, milord.

LUCAN: Gracias. ¿Quién anda ahí?

PAGET: (En voz alta mientras se acerca). Aquí George Paget, lord Lucan.

LUCAN: Buenos días, lord George. ¿Lord Cardigan todavía no ha aparecido?

PAGET: Imagino que todavía está de camino desde su yate, señor. Actúo en su nombre. Ya me estoy acostumbrando.

LUCAN: Vayamos al emplazamiento de la artillería. Tal vez allí tengan noticias.

Siguen cabalgando.

PAGET: (Sorprendido). ¡Vaya!

LUCAN: ¿Qué pasa?

PAGET Hay dos banderas ondeando. ¿Qué significa eso?

OFICIAL SUBORDINADO: Vaya, debe de ser la señal de que el enemigo se está acercando.

PAGET: ¿Está usted seguro?

Comienza un gran cañoneo de armas [ligeras] británicas. Oímos ruidos de batalla, pero no un ataque cercano.

LUCAN: Si los rusos asaltan las cumbres, entre ellos y Balaclava solo quedará nuestra caballería.

PAGET: ¿Cuáles son sus órdenes para la Brigada Ligera, lord Lucan?

LUCAN: Lord Raglan no ha hecho nada, ni siquiera ha enviado un mensaje. Nuestro deber primordial ha de ser defender la ciudad de Balaclava.

PAGET: Órdenes para la Brigada Ligera, ¡señor!

LUCAN: Lord George, lleve a la Brigada Ligera a la reserva.

PAGET: Milord, por favor, denos algo que hacer: necesitamos acción.

LUCAN: Haga el favor de cumplir mis órdenes inmediatamente. Avanzaré con la Brigada Pesada y la artillería a caballo para intimidarlos y dispararé mientras dure la munición. ¡Adelante, Brigada Pesada!

Bombardeo. Dos grandes explosiones. Sonidos de infantería turca en retirada.

OFICIAL SUBORDINADO: Lord Lucan, la mayor parte de nuestros escuadrones han llegado al alcance de los mosquetes.

LUCAN: Sí, ya veo. Debo retirar a la división de caballería al completo a las pendientes de las colinas Causeway. Procedan con regimientos alternativos. Envíe una orden a lord George Paget.

Caballería que se desplaza.

CARDIGAN: Buenos días, lord George. Hermoso día.

PAGET: Ahora lo es, milord.

CARDIGAN: Hmmm. ¿Cómo va?

PAGET: No bien, señor. De hecho, fatal. Los rusos han salido con una fuerza arrolladora, todos nuestros emplazamientos de artillería han caído, las tropas turcas han huido, hemos perdido el dominio de las cumbres y parece que también vamos a perder Balaclava. Y la división de caballería ha sido desplazada.

CARDIGAN: Otra vez ese miserable de Lucan.

PAGET: Esta vez no, milord, para ser justos. Órdenes específicas de lord Raglan. Antes estábamos en una posición excelente. Ahora solo nos quedan unos pocos centenares de soldados de infantería del regimiento de los Highlands al mando de sir Colin Campbell y unas pocas docenas de turcos para enfrentarnos a los rusos.

CARDIGAN: No confío en ninguno de ellos.

La caballería rusa se desplaza.

LUCAN: Siguiendo las órdenes de lord Raglan, ocho escuadrones de dragones al mando del general Scarlett deben separarse de la Brigada Pesada y encaminarse a Balaclava para apoyar a la infantería.

CAMPBELL dirige sus tropas.

CAMPBELL: Hombres, recuerden que a partir de este instante la retirada no es posible. Deben morir con la cabeza bien alta. Pero, por el momento, agáchenla. Todo el mundo tumbado y no se levanten hasta que yo dé la orden. Y, cuando se levanten, que ambas filas estén preparadas para disparar. Les daremos a esos rusos un susto de muerte. Asegúrense de que cada disparo retumba.

La caballería rusa carga.

CAMPBELL: ¡De pie, hombres! Fila delantera: ¡apunten! ¡Fuego!

Descarga de mosquetería. Confusión entre la caballería rusa.

CAMPBELL: Fila trasera: ¡apunten! ¡Fuego!

Más de lo mismo.

CAMPBELL: ¡Vuelvan a la fila, ahí! ¡Maldito sea ese entusiasmo! ¡Dejad que se acerquen a vosotros! ¡Fila delantera: apunten! ¡Fuego!

Más de lo mismo, seguido de vítores escoceses.

CAMPBELL: ¿Ya habéis tenido bastante, perros rusos? ¡Ah, escapad del peligro mientras podáis! ¡No os culpo!

La caballería británica se desplaza.

SCARLETT: ¡Alto!

COMANDANTE: Parece que después de todo aquí no hacemos falta, general Scarlett.

SCARLETT: ¿Qué quiere decir, comandante? ¿Qué hay de ese grupo de ahí arriba?

COMANDANTE: Pero ese es el cuerpo principal de la caballería rusa, señor. Hay miles de hombres.

SCARLETT: Bien, entonces no esperarán un ataque de unos centenares.

COMANDANTE: Pero están en lo alto de la colina, y el terreno entre ellos y nosotros es muy accidentado.

SCARLETT: Dos motivos más para que les pille desprevenidos. ¡Y mire!

COMANDANTE: Es imposible que se detengan ahí.

SCARLETT: Se están preparando para rodearnos. No les daremos tiempo. Este es el momento, cuando aún no han empezado a moverse. ¡Vamos! (Saca su espada). Corneta, ¡toque de carga!

El corneta toca. La fuerza de SCARLETT ataca a los rusos y sigue una gran batalla.

La Brigada Ligera está detenida no muy lejos.

PAGET: ¡Aplastadlos, muchachos! ¡Bien hecho, viejo Scarlett!

CARDIGAN: Esos malditos de la Brigada Pesada se reirán de nosotros hasta el fin de los días, Paget.

PAGET: No si nos movemos inmediatamente, milord.

CARDIGAN: Las órdenes de lord Lucan son que bajo ningún concepto debemos abandonar esta posición.

PAGET: ¿No podemos saltarnos las órdenes, señor?

CARDIGAN: ¿Quién te crees que eres para hacer esa pregunta?

Desde el corazón de la gran batalla llega el ruido de vítores ingleses, escoceses e irlandeses cuando las fuerzas rusas se dispersan y huyen.

SOLDADOS DE CABALLERÍA: ¡Corren como alma que lleva el diablo para salvar sus vidas! Tal y como están ahora, podríamos despedazarlos. Nos dejarán avanzar, ¿no? ¿A qué estamos esperando?

MORRIS: (Cabalga hasta CARDIGAN). Milord, ¿no va a cargar sobre el enemigo? Está huyendo.

CARDIGAN: Por supuesto que no, capitán Morris: tenemos órdenes claras de permanecer aquí.

MORRIS: Pero, milord, es nuestro deber claro aprovechar esta ventaja.

CARDIGAN: No, debemos permanecer aquí.

MORRIS: Se lo imploro, milord, permítame que los ataque con el 17. Mire, milord, ¡están muy desorganizados!

CARDIGAN: No, no, señor. No debemos movernos de aquí.

MORRIS: (Dándose la vuelta). Caballeros, ustedes son testigos de mi petición.

PAGET: Todos estamos con usted, Morris. Pero de nada sirve.

MORRIS: Dios mío, Dios mío, ¡vaya una oportunidad que estamos desperdiciando!

LUCAN y sus subordinados.

NOLAN: (Cabalgando hacia ellos). Lord Lucan, señor, mensaje del comandante en jefe, señor.

LUCAN: Por favor, léalo en voz alta para que todos puedan oírlo.

NOLAN: Señor. (Lee). Lord Raglan desea que la caballería avance rápidamente hacia el frente. Sigan al enemigo y traten de evitar que se lleve las armas. Los soldados de artillería a caballo pueden acompañarles. La caballería francesa está a su izquierda. Es la más cercana. Firmado por el segundo al mando.

LUCAN: Ya veo. O más bien no veo. No veo nada. Desde aquí, ni se ve al enemigo ni se ven esas armas. Sé que el enemigo está en posesión de armas nuestras confiscadas en los emplazamientos, y hay armas, armas rusas, al final del valle donde se refugian los restos de su caballería. ¿A qué armas se refiere? ¿Y no va a haber apoyo de la infantería? ¿La caballería va a cargar contra la artillería? Es absurdo.

NOLAN: Las últimas palabras que me dijo lord Raglan fueron que la caballería debe atacar inmediatamente.

LUCAN: ¿Atacar, señor? ¿Atacar qué? ¿Qué armas, señor?

NOLAN: Ahí, milord: ahí está su enemigo, ahí están sus armas.

LUCAN: Las armas rusas. Al final del valle. Muy bien.

NOLAN: ¿Eso será todo, lord Lucan?

LUCAN: Gracias, Nolan.

NOLAN cabalga hasta MORRIS.

NOLAN: Buenos días, capitán Morris. ¿Ahora está al mando del 17?

MORRIS: Buenos días, capitán Nolan. Sí, mis superiores están todos de baja, enfermos.

NOLAN: Hemos de cargar contra las armas rusas. ¿Tengo tu permiso para cabalgar a tu lado?

MORRIS: Faltaría más… Lew, ¿te refieres a esas armas que están en el valle?

NOLAN: Por fin ha llegado nuestra oportunidad, Ivor, nuestra oportunidad de demostrárselo al mundo.

MORRIS: Ah. Muy bien. ¡A por ellos!

LUCAN sube cabalgando hasta CARDIGAN.

LUCAN: Lord Cardigan, en cumplimiento de esta orden del comandante en jefe, avanzará hasta el valle con la Brigada Ligera. Yo le seguiré para apoyarle con la Brigada Pesada.

CARDIGAN: Por supuesto, señor. Pero permítame señalar que los rusos tienen una batería de armas en el valle que hay frente a nosotros, y baterías y fusileros en ambos flancos.

LUCAN: Lo sé, pero es lo que quiere lord Raglan. No tenemos más remedio que obedecer.

CARDIGAN: Entiendo, señor.

LUCAN: Avance a ritmo constante y mantenga a sus hombres a poca distancia.

CARDIGAN va cabalgando hasta sus subordinados.

SARGENTO: (Llamando a los soldados de caballería). Bien, fuera esas pipas ya. No avergüencen a su regimiento fumando en presencia del enemigo.

PAGET: Espero que eso no me afecte a mí, señor.

SARGENTO: Creo que eso depende de usted, señor.

PAGET: No quiero dar mal ejemplo.

CARDIGAN: (Sube cabalgando). Lord George, hemos recibido órdenes de atacar el frente. Usted estará al mando de la segunda línea, y espero que nos apoye en todo lo que pueda. No lo olvide: en todo lo que pueda.

PAGET: No lo olvidaré, milord.

CARDIGAN: En primera línea, el 13.º de los Dragones Ligeros, el 11.º de los Húsares, el 17.º de los Lanceros. En segunda línea, el 4.º de los Dragones Ligeros y el 8.º de los Húsares.

OFICIAL SUBORDINADO: Muy bien, milord.

Los regimientos forman, CARDIGAN desenvaina su espada.

CARDIGAN: (Con calma). La Brigada Ligera avanzará. Al paso. ¡Al trote!

El sonido de las tropas que parten es claramente audible debido a un momento de calma en los disparos. El ruido de las armas en la distancia se apaga. En cuanto llegan los primeros disparos, hombres heridos y caballos gritan.

NOLAN: Oh, ¿qué he hecho? Dios del cielo, ¡perdóname!

Deja atrás a MORRIS.

MORRIS: ¡Vuelve a la fila, Lew! Todavía queda mucho camino y debemos hacerlo a ritmo constante. (Grita). ¡Vuelve!

NOLAN adelanta a CARDIGAN.

CARDIGAN: Capitán, ¡vuelva a su sitio en la fila! Capitán Nolan, ¡vuelva: se lo ordeno!

NOLAN: Ahora, ¡escuchadme todos!

El resto de sus palabras queda abogado en explosiones. La última se escucha muy cerca, Nolan es alcanzado. Su caballo se da la vuelta y comienza a galopar en dirección a la Brigada Ligera, que se aproxima.

MORRIS: (Horrorizado). ¡Oh, Lew! ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!

De NOLAN

«Estalló un grito extraño y abominable, un chillido tan sobrenatural que de seguro heló la sangre de todos los que lo oyeron. Un caballo aterrorizado llevaba el cuerpo, que todavía chillaba, atravesando el 4.º de los Dragones Ligeros, y después, finalmente, Nolan cayó de la silla, muerto». El tumulto de la batalla va bajando hasta que se hace el silencio.

CARDIGAN: Ese Nolan ha actuado como un maldito perro insubordinado, Scarlett. Y como un cobarde, también. Imagínese al individuo gritando como una mujer cuando fue alcanzado.

SCARLETT: No diga nada más, milord. Acaba de pasar con su caballo sobre el cuerpo muerto del capitán Nolan.

SECUENCIA 6 - LONDRES

Un sanatorio, CECIL visita a MORRIS.

CECIL: Tiene muy buen aspecto, Morris.

MORRIS: Sí, milord, probablemente lo tengo, para ser un hombre al que le han abierto la cabeza por varios sitios.

Ríen con tristeza.

MORRIS: Creo que quieren verme caminar antes de tomar una decisión.

CECIL: (Vacilante). Si no es demasiado pronto para preguntarle… ¿Qué cree que pasó en Balaclava?

MORRIS: Bueno, milord. Lew Nolan nunca fue un tipo fácil. Se estaba comportando de un modo muy extraño, incluso para él, cuando subió cabalgando hasta donde yo me encontraba justo antes de la carga. Pero no me cabe la menor duda de que en cuanto leyó la orden de lord Raglan tomó la decisión de falsearla y dar las instrucciones contrarias a lord Lucan. Una oportunidad de oro para Lew, para probar su teoría sobre la caballería.

CECIL: Pero subestimó a la artillería rusa.

MORRIS: Y sus propios sentimientos. El pobre Lew no había visto tanto de la guerra como yo, y me apuesto lo que sea a que comprobar lo que esos primeros proyectiles les hicieron a nuestros muchachos y a sus caballos resultó demasiado para él. Fue un horrible recordatorio de que la caballería es de carne y hueso, no solo parte de una teoría. Creo que cuando lo alcanzaron estaba justo diciéndonos que nos diéramos la vuelta.

CECIL: (Lentamente). ¿Cree que estaba influenciado por mi idea de hacer algo que les demostrara a nuestros amigos de San Petersburgo las cualidades de la caballería británica, su alta moral y su valentía?

MORRIS: No podría decirlo con certeza, milord, pero sé que estaba muy impresionado por ello. Especialmente por el último mensaje que le envió usted. Había puesto su corazón en demostrar que usted tenía razón.

CECIL: (Con gran pesar). Comprendo.

MORRIS: Milord, ¿sabe si las noticias de la carga han tenido algún efecto… allí?

CECIL: Todavía no.

SECUENCIA 7 - SAN PETERSBURGO ROGACHEV

ROGACHEV y su facción en cónclave.

ROGACHEV: Ciertamente esta «carga de la Brigada Ligera» muestra sobre todo la estúpida ceguera de los jinetes británicos.

GENERAL: Puede, conde Rogachev. Lo que indudablemente muestra es su milagrosa disciplina y su espléndido valor.

ROGACHEV: ¿Así que lo presenció, general?

GENERAL: Su señoría debe saber que no tuve la oportunidad. Ni el privilegio. Pero un soldado no necesita presenciar algo así. Para un soldado, basta con que se lo cuenten.

ROGACHEV: Debemos ser cautos antes de atribuirle demasiada importancia a un solo acontecimiento. ¿Sí, comandante?

COMANDANTE: Yo sí presencié ese acontecimiento, milord conde, desde detrás de la batería que la Brigada Ligera estaba atacando. Con el debido respeto al general, uno tiene que ver con sus propios ojos algo así. ¡Oh! (Comienza a desmoronarse). No tuvo parangón, fue único, indescriptible. El general francés que lo vio dijo que fue magnífico, pero que no era la guerra. De hecho fue magnífico, y además era la guerra. (Gimoteando). ¡Qué nobles muchachos! Si tuviéramos solo diez así en toda Rusia…

ROGACHEV: Vamos, vamos, mi pobre comandante. Lo que usted necesita es una copa. (Hace sonar la campanilla). Volvamos a centrarnos en lo verdaderamente importante.

GENERAL: Lo verdaderamente importante es que no es el soldado británico quien ha de preocuparnos: es el ruso. Cada hombre de nuestro ejército, sea cual sea su rango, se encuentra abatido y desalentado, y tiene miedo cuando piensa en un enemigo que es capaz de hacer algo así. Perderemos la guerra en Crimea, nunca derrotaremos a Turquía mientras cuente con un aliado como ese, y la India no caerá en nuestras manos mientras los británicos sigan allí.

La puerta de doble hoja se abre. JOSEPH entra con SERGEI.

ROGACHEV: Ah, Joseph. Bebidas para todos, por favor. Champán para su alteza real…

JOSEPH: Enseguida, milord. (A SERGEI). Champán aquí… Vodka aquí…

COMANDANTE: (Al GENERAL). Si solicita una votación ahora, señor, sin duda ganará.

GENERAL: ¿Me apoyará?

COMANDANTE: Por supuesto, y no solo yo.

GENERAL: Muy bien. (Levanta la voz).

ROGACHEV: ¿Inmediatamente, general?

GENERAL: Si a su señoría le complace.

ROGACHEV: Que así sea. Todos los presentes, por favor, expresen su opinión. A favor de la moción del general: que el plan indio se cancele con efecto inmediato.

Se levantan las manos en silencio.

ROGACHEV: En contra: que seguimos resueltos a avanzar hacia la India.

Otra pausa.

ROGACHEV: Dadas las circunstancias, no propondré un brindis.

PRÍNCIPE: Le deseo más suerte la próxima vez, Rogachev.

ROGACHEV: Agradezco a su alteza real su intachable sentimiento británico. (Con irritación). Eso es todo, Joseph.

JOSEPH: Gracias, milord conde.

SECUENCIA 8 - LONDRES

El club Retrenchment. Nos desplazamos hasta donde CECIL y MORRIS están sentados.

CECIL: Bueno, Morris, creo que ya está lo suficientemente repuesto como para tomarse un vaso de oporto.

MORRIS: Gracias, milord. Creo que uno solo sí podré tomar.

CECIL: Supongo que uno de los dos debería decir que han pasado muchas cosas desde la última vez que estuvimos sentados aquí.

MORRIS: Sí.

CECIL: ¿Puede decirme cuántos perdimos en la carga? Los informes que he visto no coinciden.

MORRIS: Sé a ciencia cierta que 673 oficiales y hombres iniciaron la carga. Después, solo 195 respondieron en la primera revista. Yo no fui uno de ellos, y muchos hombres que no estaban heridos perdieron sus caballos y no aparecieron hasta más tarde. En total hubo 113 muertos y 134 heridos. Pero en el ataque francés que siguió habría habido muchos más.

CECIL: 113 son ya demasiados.

MORRIS: Ah, sin duda, milord. Pero ¿qué quiere? Y, si le sirve de consuelo, Lew Nolan muy probablemente habría hecho lo mismo si no le hubiera conocido: estaba loco.

Últimas notas del Last Post.[17]

CECIL: No estaban allí para razonar, sino para vencer o morir.[18] Pero no en vano.

POSTDATA A «LA OPORTUNIDAD DEL CAPITÁN NOLAN».

Desde que oí hablar de ello por primera vez, siendo un niño, he sospechado que el famoso episodio de la carga de la Brigada Ligera en Balaclava no fue el resultado de una metedura de pata, sino de la voluntad de alguien. Mi reciente análisis del tema en detalle me ha reafirmado en esta opinión. Por ejemplo, el excelente y detallado estudio de Cecil Woodham-Smith The Reason Why [El motivo] (1953), lo deja a uno con la fuerte sospecha de que el capitán Lewis Nolan engañó deliberada y fatalmente al jefe de la división de caballería, lord Lucan, acerca del objetivo de la carga.

Nolan tuvo una oportunidad única para hacerlo. Era el ayudante de campo del general Airey, que era el segundo al mando de lord Raglan y el oficial que escribió y firmó el mensaje letal que Nolan entregó. Sobre las colinas que daban al campo de batalla, Raglan, Airey y sus subordinados, entre los que se incluía Nolan, podían ver tanto (1) las armas británicas confiscadas que Raglan realmente pretendía que la división de caballería recuperara; y (2) la batería de artillería rusa que había al final del valle. Desde su posición más baja, Lucan no podía ver ni (1) un objetivo fácil de alcanzar, ni (2) que solo podía ser atacado corriendo un gran riesgo. Por consiguiente, era vulnerable al engaño de Nolan (y, negligentemente, no se había familiarizado con los agrupamientos rusos).

El motivo por el cual Nolan engañó a Lucan, si es que lo hizo, claramente fue algo más allá de su ampliamente documentada hambre de acción. También era un fanático de las denostadas virtudes de la caballería, especialmente las de la caballería ligera. Esto también está bien documentado: tras una deslumbrante carrera inicial como soldado de caballería escribió no uno, sino dos libros sobre el tema, y la mayoría de lo que le atribuyo en la primera secuencia de mi obra es una paráfrasis casi literal de algunas de las opiniones que expresó en estos. Pero, además, y para contribuir con algo de mi propia cosecha, he inventado una pequeña conspiración que incluía a Nolan, tramada para convencer a una siniestra camarilla rusa de la extraordinaria capacidad del soldado británico para la guerra, especialmente la del soldado de caballería.

Aquí debo añadir dos cosas. Espero que mi falsa conspiración y los sucesos que ocasiona les resulten divertidos, pero al final me inclino por la opinión que le atribuyo a Morris en su último discurso: el Nolan que conocemos a través de multitud de documentos de la época «muy probablemente habría hecho exactamente lo que hizo» si no hubiera habido ninguna conspiración. Y en cuanto a si realmente engañó a Lucan a propósito, eso no lo sabremos jamás. Aunque yo sigo pensando que sí. Es cierto que tuvo mucha suerte, porque estuvo rodeado de incompetentes, pero fue la clase de suerte que tienen los maníacos homicidas.

Con excepciones como la del discurso de Nolan, la mayoría de mis secuencias en Londres y San Petersburgo (secuencias 1, 2, 4, 6, 7 y 8) son ficción. Las secuencias en Crimea, la 3 y la 5, están en gran medida, y en algunos casos casi en su totalidad, basadas en hechos reales. Por ejemplo, la diatriba cara a cara de Nolan contra Lucan, los comentarios de Cardigan sobre el asedio, las preguntas de Paget acerca del significado de las dos banderas (y el cañoneo que las interrumpe), las palabras de Campbell a sus hombres, la conversación entre Morris y Cardigan, el texto de la orden para Lucan (literal), la posición de Nolan, la charla de Lucan y Cardigan justo antes de la carga, el incidente del puro de Paget y las órdenes de Cardigan que siguieron inmediatamente después, el momento de calma temporal en los disparos, las circunstancias de la muerte de Nolan y lo que Cardigan y Scarlett dicen de ella después: todo figura en los registros. Esos registros, por supuesto, provienen en su gran mayoría de lo que los supervivientes de la batalla escribieron acerca de ella después, y si uno a veces siente que siempre exagera al recordar lo bueno, no debe olvidar la capacidad que tienen los seres humanos para decir cosas memorables o melodramáticas en los grandes momentos.

La versión de Morris de las cifras de muertos y heridos en la carga se ha extraído de The Age of Reform (1938), de E. L. Woodward.