LOS AMIGOS DEL MORAPIO

El éxito (técnico) del viaje de Simpson al año 2010 animó a las autoridades a patrocinar experimentos similares para una gran cantidad de objetivos temporales de lo más heterogéneos. Estas investigaciones nos proporcionaron algunos datos curiosos y a veces alarmantes sobre el futuro. Y con esto me refiero más a los progresos en el campo de la bebida que a asuntos de naturaleza política.

Por ejemplo, permítanme que aproveche esta oportunidad para animar a todos los jóvenes amantes de la cerveza de barril que tengan una esperanza de vida alta a que beban la mayor cantidad posible de esta mientras puedan, porque van a dejar de fabricarla en 2016. Además, hace solo seis meses, Simpson descubrió que, en el mundo de 2045, casi un tercio de las muertes se deberá a enfermedades causadas por el abuso de bebidas alcohólicas, una cifra que está cerca de alcanzar el número de decesos producidos por accidentes en medios de transporte y por suicidio juntos. A partir de 2039, se dictó una ley a nivel mundial que obligaba a las empresas a especificar estos datos en cualquier tipo de publicidad o en las etiquetas de los vinos y los licores, libres ya de todos los elementos constitutivos que provocan resaca —un triunfo de la bioquimitecnología que llevaba a punto de conseguirse más o menos desde que yo me tomé mis primeras pintas de cerveza—.

En cualquier caso, debido a un venturoso incidente que provocó el repentino interés de las autoridades en el resultado de las elecciones presidenciales del año 2048 en Estados Unidos, Simpson viajó hasta ese año y nos trajo noticias no solo de la inminente instalación en la Casa Negra del afortunado candidato rosacruciano, sino también de los procesos abiertos para la rigurosa ilegalización del alcohol y de todo lo relativo a ellos. Simpson se consideraba afortunado por haber podido escapar ileso del bar del Club de Viajeros, tras una sutil alusión a dicho asunto en la conversación.

La exploración del futuro más lejano se vio obligada a detenerse durante una época debido a un fallo persistente en el TIOPEPE, a causa del cual los circuitos de proyección se desconectaban aproximadamente 83,63 años por delante del tiempo presente. Hasta que, un día de 1974, un inspirado acierto de Rabaiotti puso fin a esta situación, y en menos de una semana Simpson estaba de camino a 2145. Mientras duraban estos viajes, todos permanecíamos en el laboratorio hasta que regresaba para comprobar que lo hacía sano y salvo. Esta vez, después de que Schneider le pusiera las inyecciones de costumbre para relajarlo, Simpson nos contó las malas noticias. Ciertos vuelos espías a las lunas de Saturno habían provocado una disputa entre Gales y Marte —las dos principales potencias en los Planetas Interiores en esa época— que desencadenó una guerra nuclear de catastróficas consecuencias para todo el sistema en 2101. La mitad de Venus y áreas de la Tierra del tamaño de Europa habían sido literalmente eliminadas.

Rabaiotti fue el primero en hablar cuando Simpson terminó su discurso.

—En cualquier caso, todo eso sucederá dentro de tanto tiempo que ni siquiera sus consecuencias más lejanas afectarán a la mayoría de nuestros bisnietos —dijo.

—Eso es cierto. Pero vaya panorama.

—Lo sé —dije.

—Bueno, no tiene sentido amargarse por eso ahora, Baker —añadió el director—. No hay nada que podamos hacer al respecto. Disponemos de media hora antes de que dé comienzo la conferencia oficial. Cuéntenos qué ha pasado con la bebida.

Simpson se frotó la calva y suspiró. Me percaté de que tenía los ojos inyectados en sangre, pero lo cierto es que casi siempre los tenía así después de esos viajes. Un arqueólogo muy concienzudo, el viejo Simpson.

—No les va a gustar.

No nos gustó.

El aterrizaje de Simpson en 2145 había sido un éxito relativo, a pesar de que nuestra última creación, la TIAMARIA (Transmisor Integrado y Asesor Meteorológico-Astronómico-Regional Interrelacional de Análisis), había cometido un error inexplicable en las estimaciones previas de la distancia a tierra. Esto provocó que se materializara a tres metros y medio de altura y sufriera una desagradable caída —sobre un parterre, ni él mismo se creía su suerte— que lo dejó seriamente conmocionado. Lo que sucedió después lo dejó aún más conmocionado.

La reconstrucción que había sufrido aquel mundo tras la guerra nuclear había sido tal que el lugar en el que se encontró le resultaba más familiar que cualquier otro que hubiera visitado en anteriores viajes, incluso los de menor rango temporal. No encontró problema alguno en completar su informe oficial, por inquietante que fuera, y aún le quedaban un par de horas libres antes de que el campo del TIOPEPE lo arrastrara de vuelta al presente. Así que eligió un restaurante al alcance de sus posibilidades —las cámaras de la TIAMARIA, además de nuestros falsificadores del Tesoro Temporal, resolvían el problema de la moneda de forma eficaz—, donde por suerte encontró una mesa libre, y pidió una copa antes de cenar.

—Por supuesto, señor —dijo el camarero—. Le recomiendo especialmente la leche de manatí marciano. Y también hemos recibido hoy un zumo de limón carnívoro japetano, si le apetece probar algo poco común. Muy, hmmm, rico en sangre, señor.

Simpson tragó.

—No me cabe duda —dijo—, pero estaba pensando en algo, ya sabe, algo más fuerte.

El camarero cambió abruptamente de actitud.

—Oh, se refiere a un trago, ¿no es así? —dijo con frialdad—. A veces, francamente, me pregunto adónde irá a parar esta ciudad… Está bien, veré lo que puedo hacer.

El «trago» llegó en forma de botes achaparrados colocados como rodajas idénticas de un bizcocho redondo sobre una bandeja de metal. El que estaba más cerca tenía la palabra BIRA burdamente impresa. Simpson echó en un vaso un poco del líquido marrón lodoso que contenía. Sabía como si hubieran regado con un poco de alcohol industrial los ponches hawaianos de la semana anterior. A continuación probó el bote con la palabra BOOJLE. (Todos convinimos después en que debía de tratarse de una alteración de «Beaujolais»). De nuevo tinta roja regada con una buena cantidad de alcohol industrial. Para terminar, se sirvió un poco de BANDY: alcohol industrial regado con un poco de té helado.

Cuando empezaba a plantearse si por algún extraño capricho el TIOPEPE lo habría enviado hasta un rincón solitario de la década de los sesenta, Simpson se percató de que había un hombre en la mesa de al lado que no le había quitado el ojo de encima. Sus miradas se encontraron, el desconocido se acercó y, con una palabra de disculpa, se sentó frente a él. (A Simpson le gustaba hacer énfasis en la extraordinaria frecuencia con la que la gente del futuro hacía ese tipo de cosas).

—Discúlpeme —dijo el hombre educadamente—, pero por su expresión deduzco que es usted un conoser… ¿Tengo razón? Ah, me llamo Piotr Davies, por cierto, y estoy de permiso de las Fruterías Groenlandia. Usted no vive en la Tierra, ¿me equivoco?

—¡Oh, no! Acabo de llegar de Mercurio. Mi primer viaje desde que era un chaval, de hecho. —Simpson advirtió que una espesa red de venas reventadas cubría la cara de Piotr Davies, y que su nariz tenía el brote más grave de rosácea que Simpson hubiese visto en su vida. (Evitó mirar al director al contar este último detalle)—. Sí —continuó a duras penas tras decirle su nombre—, soy una especie de connoiss… conoser, supongo. Intento discriminar un poco en mi…

—Ahí le ha dado —dijo con entusiasmo Piotr Davies—. Discriminación. Eso es, esa es la palabra. Sabía que no me equivocaba con respecto a usted. Discriminación. Y tradición. Bueno, no encontrará mucho de ninguna de las dos cosas en la Tierra en nuestros días, me temo. Ni en Mercurio, por lo que veo.

—No…, no. Le aseguro que así es.

—Corren malos tiempos para nosotros, los conosers. La Guerra Planetaria, por supuesto. Y la Consecuencia. —Davies hizo una pausa durante la cual parecía estar evaluando de nuevo a Simpson. Después preguntó—: Dígame, ¿tiene planes para esta noche? ¿Tiene algo que hacer ahora mismo?

—Bueno, tengo una cita a la que no puedo faltar en poco menos de dos horas, pero hasta entonces…

—Perfecto. Vamos.

—Pero ¿qué hay de mi cena?

—No querrá comer nada cuando conozca el lugar al que voy a llevarle.

—Pero ¿dónde me…?

—A un sitio hecho a medida para un conoser como usted. ¡Qué suerte ha tenido de tropezarse conmigo! Se lo explicaré por el camino.

Ya en la calle, se subieron a una especie de taxi sin ruedas y se adentraron en lo que parecía un barrio próspero. Las explicaciones de Davies eran abundantes y completas. Simpson aprovechó todo lo que pudo su supuesta condición de persona ausente del meollo de las cosas durante mucho tiempo. Resultó que la Guerra Planetaria había destruido por completo todas las grandes destilerías centralizadas y completamente automáticas de licores fuertes; que la guerra bacteriológica había acabado con muchos cultivos, incluidos las vides, la cebada, el lúpulo y hasta el azúcar; que los movimientos religiosos fanáticos de la Consecuencia, muchos de ellos con apoyo del Gobierno, habían ilegalizado el alcohol durante casi veinte años. Simpson sintió un escalofrío al escuchar esas nefastas noticias.

—Y, cuando la gente entró en razón —dijo Davies con tristeza—, ya era demasiado tarde. El conocimiento había muerto. Ay, no se puede olvidar un proceso como la destilación. Es demasiado fundamental. Ni tampoco la fermentación. Pero los procesos especiales, los ingredientes extra, las habilidades, la tradición… Muertos para siempre. Whisky… ¡Qué palabra tan rica, tan evocadora! ¿A qué sabría? Lo poco que hay en la literatura que queda nos da una idea muy pobre. Dosel… Estamos bastante seguros de que debía de ser un vino blanco de Alemania, más o menos de la zona donde ahora se encuentra el Gran Cráter. Lo único que sabemos de la ginebra es que era licor sazonado con enebro. Ahora tampoco hay enebro, por supuesto.

»Así que, por un motivo u otro, la bebida desapareció. La bebida real, refinada, quiero decir… No hablo de esa cosa que intentan hacer pasar por bebida en un sitio como el de antes. Yo mismo y unos amigos que piensan como yo intentamos recopilar parte de la información básica, pero fue inútil. Y entonces, por casualidad, uno de nosotros, un arqueólogo, encontró una película de televisión antigua, de hace casi doscientos años, en dos dimensiones, que daba cuenta precisa de algunas bebidas de aquella época y retrataba las costumbres asociadas a ellas con todo lujo de detalles. La película se llamaba Los desposeídos, que es una expresión arcaica que se utilizaba para referirse a la gente con escasos recursos, pero comprendimos inmediatamente que en este caso tenía una intención satírica o irónica. En esa época, ya sabe, la sátira era muy popular. En fin, que el resultado final del descubrimiento de nuestro amigo fue… este.

Con un ademán casi teatral, Davies sacó una tarjeta de cartón de su bolsillo y se la pasó a Simpson. Decía así:

LOS AMIGOS DEL MORAPIO

Establecido en 2139 para beber

licores tradicionales con

atuendos tradicionales y en un entorno tradicional

Antes de que Simpson pudiera desentrañar su significado, su compañero detuvo el taxi y, un momento después, lo guiaba a través de los soportales de una enorme y espléndida mansión. Descendieron por una escalera estrecha y empinada que se encontraba al final de un recibidor cubierto por una espesa moqueta. Cuando llegaron al pie de la escalera, Davies abrió un armario y sacó lo que Simpson reconoció como un sombrero de fieltro del tipo de los que solía usar su padre, una boina de tela, un pedazo grande de arpillera y una andrajosa manta marrón. Los cuatro artículos parecían cubiertos de manchas y de polvo. Al mismo tiempo, hasta Simpson llegó una curiosa y desagradable mezcla de olores y un murmullo apagado de voces.

En silencio, Davies le tendió la boina y la manta mientras él a su vez se ataviaba con la arpillera, a modo de estola, y el sombrero de fieltro. Simpson lo siguió a través de una puerta baja.

La sala en la que entraron estaba débilmente iluminada por velas metidas en botellas. A Simpson le costó unos segundos asimilar la escena que se presentaba ante sus ojos. Al principio se sintió profundamente asombrado. Allí no había ni rastro del lujo que había vislumbrado arriba, solo mugrientas y húmedas paredes de piedra y un suelo cubierto aleatoriamente de sacos y de pedazos de estera podridos. Una estufa de carbón hacía que el calor en el sótano fuera sofocante; en el aire flotaba el humo de los cigarrillos; la atmósfera era densa y maloliente. Contra una pared reposaba una mesa de caballete atestada de botellas y lo que parecían tazas de té. Entre otros productos, Simpson incomprensiblemente distinguió varias barras de pan, algunas botellas de leche, un montón de pequeñas latas redondas y, en una esquina, una anticuada cocina de gas oxidada o una réplica de una antigua.

Pero su sorpresa y desconcierto se tornaron en leve sobresalto cuando descubrió a aproximadamente una docena de hombres sentados en cajones de madera o sillas rotas, en cuclillas o tumbados en el suelo. Todos llevaban algún tipo de sombrero o gorro maltrecho y una manta o saco que les cubría los hombros. Murmuraban ininteligiblemente; en algunos casos esos murmullos se dirigían a algún compañero, pero con más frecuencia hablaban para sí mismos. Davies tomó a Simpson del brazo y lo condujo hasta un banco astillado cerca de la pared.

—Las mantas y el resto del atuendo debían de ser un medio para ratificar la democracia esencial de la bebida —susurró Davies—. En cualquier caso, ya estamos cerca del final de la parte puramente ritual. Nuestra película no dejaba totalmente claro su significado, pero obviamente se trataba de una especie de autopreparación, puede que incluso de una oración. El resto de los procedimientos serán mucho menos formales. Ah…

Dos de los hombres que habían estado murmurando en voz más alta comenzaron a aproximarse el uno al otro en una suerte de pelea, pero sus golpes y forcejeos eran simbólicos, una mímica, como el ballet o el teatro japonés. Muy pronto uno de ellos consiguió tumbar a su adversario, que seguía recibiendo una lluvia de puñetazos. («No sabemos mucho acerca de esta parte —musitó Davies—. Puede que se trate de la representación del antiguo rol de la bebida como gratificación tras un esfuerzo físico»). Cuando el combatiente postrado empezó a fingir que perdía la consciencia, se escuchó una voz alta y autoritaria:

—Fin de la Primera Parte.

De repente, todo era animación: los ocupantes de la sala se levantaron de un salto y se quitaron de encima las prendas prestadas, revelando que iban elegantemente vestidos, según la moda de la época. Davies guio a Simpson hasta el hombre que había hecho el anuncio, probablemente un miembro de aquella orden y claramente el anfitrión de la ocasión. La profusión de venas rotas en su rostro era aún mayor que en el rostro de Davies.

—Estoy encantado de que haya aceptado acompañarnos —dijo el anfitrión cuando se le explicó la presencia de Simpson—. Es un privilegio tener a un Otromundista en una de nuestras pequeñas reuniones. Ahora, para la Segunda Parte, ¿le ha hablado Piotr de la antigua película de la que tanto hemos aprendido? Pues bien, las secciones segunda y tercera estaban tan dañadas que nos sirvieron de muy poco. Así que lo que sigue a continuación no es más que una supuesta reconstrucción, me temo, pero creo que podría decirse que hemos interpretado la tradición con gusto y reverencia. Comencemos, ¿les parece?

Hizo una señal a un ayudante que estaba de pie junto a la mesa y el hombre comenzó a llenar las tazas de té con una mezcla de dos líquidos procedentes de dos envases bien distintos: algo parecido a una botella de vino contenía un líquido de color rojo; de una especie de frasco de medicina salía, en cambio, un brebaje casi transparente pero con un leve tinte purpúreo. Pasándole a Simpson con cortesía la primera de las tazas, el anfitrión dijo:

—Por favor, háganos el honor de inaugurar el acto.

Simpson bebió. Sintió como si alguien hubiera hecho explotar un proyectil de gas lacrimógeno en el interior de su garganta y después hubiera rociado su esófago con curry. Cuando se calmó el ataque de toses y sollozos, lo asombró el hecho de que, según iban bebiendo el líquido, sus compañeros se vieran afectados de igual modo.

—Interesante, ¿verdad? —preguntó el anfitrión, respirando con dificultad y tambaleándose—. Un buen meneo para el paladar. Uno podría decir que pasa de lo meramente gustativo y olfativo y va hasta lo puramente táctil. A duras penas puede considerarse una experiencia sensual: es más bien ascética, casi abstracta. La invención de un genio, ¿no cree?

—¿Cuál… cuál es el…?

—Red Biddy, querido amigo —interrumpió con orgullo Piotr Davies. Seguía habiendo orgullo en su voz cuando añadió—: Vino tinto y alcohol de quemar. Por supuesto, no podemos esperar reproducir las legendarias cualidades que el licor del Imperio borgoñón solía poseer, pero nuestro humilde Boojly no es un mal sustituto. Al fin y al cabo, su papel es meramente secundario.

—Nos gusta usar una pajita después del primer meneo. —El anfitrión le pasó una a Simpson—. Espero que apruebe las tazas de té. Un bonito toque tradicional, en mi opinión. Y ahora, póngase cómodo. Debo ocuparme del morapio yo mismo… En determinadas ocasiones uno no puede permitirse correr riesgos.

Simpson se sentó en un cajón de madera al lado de Davies. Unos momentos después, se percató de que en realidad se trataba de un único bloque de madera. Algo más tarde se dio cuenta de que la humedad de las paredes se mantenía gracias a unos diminutos surtidores de agua que funcionaban a intervalos cerca del techo. Probablemente los sacos del suelo habían sido expresamente tejidos y luego envejecidos artificialmente. Fingiendo que chupaba de su pajita, le dijo nerviosamente a Davies:

—¿A qué se refieren exactamente con morapio? En mi época, la gente solía… —Se interrumpió, temeroso de haberse traicionado a sí mismo, pero el hombre del futuro no se había dado cuenta de nada.

—Oh, está usted viviendo una experiencia maravillosa, mi querido amigo, algo que no se ha experimentado fuera de estos muros desde hace décadas. Puede que para nuestros antepasados de finales del siglo XX esto fuese el pan de cada día, pero para nosotros es una perla de valor incalculable, un fragmento precioso rescatado del naufragio de la historia. Observe detenidamente: cada pedazo de esto es auténtico.

A pesar de lo que le escocían los ojos, Simpson pudo ver cómo su anfitrión le quitaba la miga a una hogaza de pan y la colocaba en la boca de una jarra esmaltada. Después cogió una vela de una botella que había cerca y aplicó la llama a una pastilla con forma de disco hecha de una sustancia parduzca que el ayudante sostenía entre unas pinzas. La llama se alargó: el líquido cayó sobre el pan y empezó a empaparlo, deslizándose dentro de la jarra. Los invitados allí reunidos aplaudieron y entonaron vítores. Una segunda pastilla parduzca recibió el mismo tratamiento, y a continuación una tercera.

—Betún para zapatos —dijo Simpson con la voz rota.

—Exactamente. Esta noche toca marrón oscuro, con un leve toque de sangre de buey para darle cuerpo. Eso lo convierte en una bebida muy intensa, rotunda, agresiva. Por cierto, lo que está usando es pan procesado. Hemos comprobado que el integral es demasiado permeable.

Sonriendo ampliamente, el anfitrión se acercó a Simpson con una taza medio llena, esta vez una taza de desayuno.

—De un trago, compadre —dijo.

Todos estaban observándolo: no le quedaba más remedio que hacerlo. Simpson cerró los ojos y bebió. Esta vez, cien tornos dentales romos parecieron estar trabajando al mismo tiempo en su nariz, en su garganta y en su boca. De las membranas mucosas de cada una de esas áreas brotaron fluidos. Era como si le estuvieran metiendo la cara en un baño de ácido. Los hombros de Simpson se hundieron y los ojos se le empañaron.

—Diría que el marrón claro escuece más —susurró una voz cerca de él—. Especialmente en las encías.

—Pero, por otra parte, penetra menos. —Se oyó el ruido de tragar seguido de un grito ahogado—. ¿Estaba aquí el mes pasado, cuando probamos el estándar? Un fuego y una vehemencia espléndidos. Me dejó ciego durante cuatro días.

—Sigo diciendo que no hay quien supere al marrón estándar para una abrasión completa. Unos resultados espectaculares en la úvula y en las amígdalas.

—¿Y qué tiene el negro de malo? —Esta era una voz más joven.

Un silencio embarazoso, atemperado por un ataque de tos y un sentido lamento desde distintas partes del círculo, llegó a su fin cuando alguien dijo con educación:

—Cada uno tiene sus gustos, por supuesto, y tiene garra, pero creo que la experiencia demuestra que esa cualidad del hollín o del ébano es bastante superficial. La mayoría de nosotros nos vamos decantando hacia el marrón conforme cumplimos años.

—Oh, bien, está…, sí, está usando una lata de betún incoloro para la siguiente jarra. Fíjese en el efecto que tiene en el septo.

Simpson se levantó tambaleándose.

—Tengo que irme —musitó—. Un compromiso importante.

—¿Qué? ¿No va a quedarse para el gas de coque en leche? Deja el cerebro como pura gelatina, ya sabe.

—Lo siento… amigo… me espera…

—Entonces, adiós. Un abrazo para Mercurio. Quizá pueda usted fundar un Círculo de Amigos del Morapio en su planeta natal. Sería una idea magnífica.

—Magnífica —repitió el director amargamente—. Piénsenlo. La idea de una guerra atómica es demasiado para asimilarla, pero esos pobres diablos… Baker, tenemos que preparar un dosier para que Simpson se lo lleve en su próximo viaje a un futuro remoto, una especie de manual que les enseñe a preparar un vodka o una ginebra decentes por si desaparecieran todas las vides.

Yo apenas escuchaba.

—¿No le parece que hay algunas cosas extrañas en ese mundo, señor? ¿La misma clase de betún para los zapatos que tenemos en nuestro mundo? ¿Pan integral cuando se supone que las cosechas han…?

Me interrumpió un grito proveniente del extremo más alejado del laboratorio, adonde Rabaiotti había ido a comprobar el estado de la TIAMARIA. Volvió corriendo hacia nosotros, hablando a voz en grito:

—¡Distorsión de fase, señor! ¡Alineación anómala en la salida! ¡Un efecto completamente nuevo!

—Y el TIOPEPE está acoplado con ella, ¿no? —dijo Schneider.

—¡Por supuesto! —grité—. ¡Simpson estaba en una trayectoria temporal diferente, señor! Una probabilidad alternativa, un mundo paralelo. No es de extrañar que la estimación de la distancia a tierra no fuera correcta. ¡Esto es asombroso!

—No habrá guerra nuclear en nuestra trayectoria temporal… O, por lo menos, aún no podemos estar seguros de eso —clamó el director, agitando los brazos en el aire.

—No se destruirán las vides.

—No habrá Amigos del Morapio.

—¡Qué más da! —me murmuró Simpson al oído mientras caminábamos hacia la sala de juntas—. En cierto sentido están mucho mejor que nosotros. Al menos lo que usan es genuino. Nadie recurre al maldito doctor Betún para Zapatos para hacer que sepa mejor o para conservarlo o para creerse que es de una marca más cara. Y eso que beben solo puede mejorar.

—Mientras que nosotros…

—Sí, la cerveza de barril de la que habla sin parar no es de barril en absoluto: hoy en día sale de una botella gigante de metal, porque les resulta más cómodo. ¿Y cree que es casualidad que los alemanes sean los mejores químicos del mundo? Pregúntele a Schneider qué le echan al Moselles de 1972. ¿Y qué imagina que hacen todos esos científicos en Burdeos?

—Pero nos queda Italia, y España, y Grecia… Allí…

—Italia ya no. Pregúntele a Rabaiotti, o mejor no. España y Grecia tardarán más, probablemente, pero en 1980 tendrá que ir a Albania si quiere tomarse un vino de verdad, sin conservantes ni colorantes. Siempre y cuando los chinos no hayan empezado a ayudarlos a modernizar el sistema.

—¿Y qué va a hacer al respecto?

—Pasarme al whisky. Sigue siendo auténtico. De hecho, voy a llevarme una botella a casa esta noche. ¿Puede prestarme veinticinco libras?