COMISIÓN DE INVESTIGACIÓN
I
—¿Tienes un rato libre esta tarde, Jock? —me preguntó el comandante Raleigh en el vestíbulo de la cantina un mediodía de 1944.
—Creo que sí, comandante —dije—. Siempre y cuando pueda escaparme sobre las tres y media. Tengo que hacer unas pruebas a esa hora. En cualquier caso, ¿qué quiere de mí?
—Espera, deja que te rellene eso, muchacho. —Raleigh agarró por el codo a un alférez que pasaba por allí—. Ken, corre y dile a mi ordenanza que traiga una de mis botellas de whisky escocés, ¿quieres? Ah, y a propósito, ¿qué ha sido de ese juego de herramientas de tu vehículo que no habías devuelto? Se suponía que tenía que estar sobre mi escritorio a las diez en punto de la mañana de hoy. ¿Alguna explicación?
Mientras duró esto y lo que siguió, me felicité brevemente a mí mismo por depender directamente del oficial al mando (el oficial más desinteresado de toda la unidad) en lugar de estar a las órdenes de Raleigh. Después me pregunté qué me esperaría tras el almuerzo. Puede que una visita a otro almacén de prismáticos o cámaras que el comandante hubiera descubierto. Mi supuesta competencia técnica me había convertido en alguien muy solicitado en ese tipo de expediciones. Finalmente, miré a mi alrededor. La cantina se había establecido en un hotel de provincias belga, y este era su vestíbulo, una habitación cuadrada flanqueada por bancos acolchados de piel resquebrajada. Los oficiales estaban sentados en ellos leyendo revistas. Lo único que impedía confundir el lugar con la sala de espera de un barbero era que dos o tres de ellos también estaban bebiendo. Fuera llovía un poco.
El comandante regresó sonriendo con desprecio; parecía más que nunca un niño de coro con bigote que lucía un uniforme militar.
—Siento todo eso —dijo—, pero hay que mantenerlos a raya. En cuanto a lo de esta tarde… El joven Archer ha vuelto a hacer de las suyas.
—¿Qué ha sido este vez?
—Ha perdido un cargador de motor. Lo olvidó en el último traslado y, naturalmente, cuando envió una partida de vuelta para recogerlo los lugareños se lo habían llevado. O eso dicen. Me imagino que ese sargento suyo, Parnell, ¿no?, celebró una subasta al borde del camino y lo cambió por una caja de brandy. En cualquier caso, lo hemos perdido.
—Espere un momento, comandante: ¿no sería uno de esos pequeños trastos de 1260 vatios que tardan como quince días en cargar media docena de baterías? ¿Esos que nadie usa?
—Yo no me atrevería a aventurar tanto, muchacho. —El comandante raramente se aventuraba mucho a cualquier cosa. A menudo no se aventuraba nada en absoluto.
—¿No están obsoletos? —insistí—. Además, si no me equivoco, tenemos excedente.
—No se trata de eso. Este estaba al cargo del joven Archer. El intendente tiene su firma. ¡Ah, aquí está! Dame tu vaso, Jock.
—Gracias… Bueno, ¿y cuál es mi papel en todo esto? ¿Sostengo a Archer mientras le da unos azotes, o qué?
El comandante volvió a sonreír, y continuó con una inalterable sonrisa:
—Buena idea. Pero, en serio, ya he tenido suficiente del joven Archer. Quiero que prestes servicio en la comisión de investigación conmigo y con Jack Rowney, si te parece bien. En mi oficina. Lo llevaré allí después del almuerzo.
El modus operandi del comandante en su compañía a menudo era tan innovador que alcanzaba el romanticismo. Pero, incluso para él, esta era una creación descabellada.
—¿Comisión de investigación? Pero ¿no podríamos simplemente darlo por perdido? Definitivamente no hay necesidad de…
—Se lo pediría a otra persona si pudiera, pero todos están ocupados, excepto tú. —Me miró directamente a los ojos, y puesto que lo conocía bien, vi claramente que estaba considerando si debía añadir algo como: «Debe de ser muy agradable ser un genio de las matemáticas y vivir de las rentas». En su lugar, hizo una seña con la mano a alguien que se encontraba detrás de mí y dijo en voz alta—: Hola, Bill, viejo granuja. —Y fue a saludar al edecán, recién llegado, supuestamente, de una misión de buena voluntad desde el cuartel general de la unidad. Había muchas cosas que quería preguntarle a Raleigh, pero por ahora tendría que esperar.
II
El almuerzo lo sirvieron en el comedor repleto de paneles tres camareras belgas que llevaban vestidos grises y delantales almidonados. Su fealdad era demasiado extrema para ser consecuencia del azar. Puede que hubieran sido seleccionadas por un comité como protección contra lo más libertino de la soldadesca. Tales esfuerzos habrían sido en vano. La libido se consumía poco a poco en los dominios de Raleigh.
El menú consistía en estofado con verduras en daditos, seguido de budín relleno de uvas. Mientras comía, el edecán, resplandeciente con su nuevo uniforme militar canadiense, bromeaba con Raleigh con ese graznido que a Archer se le daba tan bien imitar. Pensé en Archer y en una o dos de sus meteduras de pata.
La metedura de pata del remolque había sido un buen ejemplo de la mala suerte que parecía perseguirlo. El remolque había sufrido un pinchazo en un largo convoy de carretera que él lideraba y, puesto que los remolques no llevaban rueda de repuesto, claramente había sido imposible avanzar. Pero si el general Coles, que comandaba el grupo de los cuerpos del ejército 11 y 17, tenía que comunicarse con sus formaciones subordinadas esa noche, obviamente era esencial que el convoy consiguiera avanzar, y pronto. Con una agudeza bastante rara en él, Archer había ordenado que descargaran el remolque y que le quitaran las dos ruedas después de levantarlo con el gato, concluyendo que sería muy difícil que lo robaran en ese estado. Pero alguien lo hizo.
Lo siguiente en la lista de despropósitos fue la metedura de pata del teléfono-del-vehículo-de-reemplazo. Archer se había marchado sin él en otro convoy, de manera que se pasó todo el viaje incomunicado, una acción que igualmente había amenazado con ocasionar un grave perjuicio al general Coles. Por suerte, uno de mis sargentos, al observar por casualidad el remolque de Archer avanzando pesadamente, fue a sacar de la cama al conductor del vehículo de reemplazo, amenazándole con hacer uso de la violencia si sus ruedas no estaban de vuelta en diez minutos. Un mensaje llevado por un motociclista al líder del convoy, recomendando una breve parada, había hecho el resto, retrasando aún más al general. Al reprender a Archer por esto más tarde, conseguí sonsacarle que el culpable había sido el dipsomaníaco sargento Parnell. Se le había ordenado que avisara a todos los conductores para que estuvieran alertas durante la noche, pero media botella de Calvados, unida a la idea de que la otra mitad lo esperaba en la tienda, había disminuido su eficiencia.
—¿Por qué no despides a ese horrible borrachín tuyo? —le pregunté a Archer con exasperación—. Esas cosas seguirán pasando mientras ande por aquí. Raleigh lo destinaría a otro sitio sin pensárselo ni un segundo.
—No puedo hacer eso —se había lamentado Archer, acentuando su habitual mirada perdida—. No sería capaz de llevar la sección sin él.
—Al diablo, hombre. Es mejor no tener ningún sargento que tenerlo a él. Lo único que hace es hablar de la India y joderlo todo.
—No estoy capacitado, Jock. Él sabe cómo manejar a los chicos.
Típico de él. Archer no estaba ni más ni menos capacitado que la mayoría de nosotros, aunque con Raleigh, el edecán y el capitán Rowney (el segundo al mando en la compañía) turnándose para cuestionarlo, no era de extrañar que padeciera de inseguridad crónica. Y era evidente que sus hombres detestaban a su sargento, mientras que Archer, gracias únicamente a la constante cortesía que mostraba hacia ellos en todas las ocasiones, era el único de sus superiores inmediatos para el que encontraban tiempo. Gracias a que siempre estaban dispuestos a ayudarle en lo que fuera necesario, el sistema de comunicaciones del general Coles, tal vez incluso el de toda la compañía, había evitado todo tipo de incidentes. Según Raleigh y el edecán, eso era quizá lo más asombroso de los Señales: los oficiales de menor rango tenían tanta responsabilidad como los de mayor rango. Pero no tanta paga, solía murmurar yo, ni tanto poder.
III
Hacía una bonita tarde, y así se lo dije al edecán, que obviamente había completado su misión de buena voluntad, al cruzarme con él en el porche de madera del hotel, tras lo cual se metió en su jeep sin decir una sola palabra. Raleigh, que llevaba una vara corta revestida de piel y un par de guantes de cuerda y piel, llegó enseguida y me condujo hasta su oficina, al otro lado de la calle adoquinada, deteniéndose solo para exhortar a un conductor, que estaba en posición supina bajo el diferencial de un camión de tres toneladas, a que se cortara el pelo.
La oficina de Raleigh tenía la particularidad de estar alojada precisamente en una oficina. En la ventana, unas letras doradas acribilladas de balas anunciaban una sociedad anónima de seguros de vida. Archer me había contado hacía poco cuánto se había impresionado, al dirigirse allí para recibir la orden de hacer algún recado desagradable o para ganarse alguna reprimenda de algún camarada, al imaginarse a los ocupantes previos, reunidos para una sesión con los ojos vendados y las manos unidas alrededor de una mesa cubierta con un tapete, recordándose los unos a los otros lo buenos chicos que habían sido.
Archer estaba ahora en la sala de fuera, sentado en silencio junto al horrible Parnell, entre los empleados de la oficina y los ordenanzas. Parecía más perdido que de costumbre, y más joven de sus veintiún años, demasiado joven para ser considerado un oficial competente. Bostezaba mucho. Me acerqué a él cuando el sargento llamó al comandante para que firmara algo.
—Mira, Frank —le dije en voz baja—, no te preocupes por esto. Esta comisión no está acreditada en absoluto. Raleigh no tiene autoridad para convocarla. La compañía no está en el destacamento. Es una farsa absoluta, nada más que una bravuconada.
—Sí, lo sé —dijo—. ¿Puedo verte después, Jock?
—Pasaré por tu sección. —Las pruebas podían esperar.
Pasé a la sala de dentro, una sala larga y baja pobremente iluminada por la luz que procedía de una única ventana y una bombilla sin pantalla que palpitaba intermitentemente. Rowney se levantó y se inclinó exageradamente ante mí.
—Ah, el capitán D. A. Watson, del Real Cuerpo de Señales, en persona —anunció en un tono agudo—. ¡Qué amable de tu parte acompañarnos!
—Nunca desaprovecho la oportunidad de comprobar cómo vivís los administradores.
—Mejor que tus científicos de pelo largo, de eso estoy seguro.
—Materialmente, quizá. Espiritualmente, no. —Era difícil no hablarle así a Rowney.
—Bueno, sí, puede que no estés tan lejos de la verdad.
—¿Empezamos? —preguntó el comandante con su tono de ha-empezado-el-desfile—. No me gustaría pasarme la noche con esto. —Abrió una carpeta y me saludó con la cabeza—. Trae aquí a Parnell, ¿quieres?
Llevé a Parnell adentro. Prácticamente no olía a alcohol. Procedió a relatar verbalmente lo que había escrito previamente en su informe: Raleigh me había pasado una copia. En el momento pertinente, Parnell había explicado la ruta del convoy a los conductores. Después, había regresado a la cabina de su camión habitual (el que llevaba las cosas de la cocina de campaña, sin duda). A continuación, habían partido. Tras llegar a su destino, el señor Archer le había comunicado que el cargador del motor no estaba, y que él, Parnell, debía volver a buscarlo. Ir a buscarlo y volver con las manos vacías le había llevado once horas. Al preguntarle, Parnell contestó que sí, que había buscado en el lugar adecuado; que no, que nadie había estado husmeando por allí; que no, que ni él ni nadie que él supiera había sido designado para cuidar del cargador del motor; y que sí, que esperaría fuera.
Archer entró y probablemente se empleó a fondo en saludar a la comisión con elegancia. Su esfuerzo antinatural ponía de relieve lo mal que lo había hecho. Empezó a contar una historia similar a la de Parnell, pero después se detuvo abruptamente y miró al comandante.
—Mire, señor —dijo, mordiéndose los labios—. ¿Puedo explicar todo esto con sencillez?
Raleigh frunció el ceño.
—¿A qué se refiere, Frank?
—Me refiero a que perdí el cargador del motor y no hay mucho más que añadir. Debería haberme asegurado de que se había guardado y no lo hice. Sencillamente se me olvidó. Debería haber vuelto después a comprobar que no nos dejábamos nada. Pero se me olvidó. Tan sencillo como eso. Un caso de simple y pura negligencia e ineficiencia. Y lo único que puedo decir es que lo siento mucho.
Rowney iba a hacer una pregunta, pero el comandante se lo impidió.
—Continúe, Frank —dijo con suavidad.
Archer parecía estar temblando. Dijo:
—Lo que más me avergüenza es haber decepcionado a la compañía. Completamente. Y no se me ocurre qué puedo hacer. No existe ningún modo de arreglarlo. No sé qué puedo hacer. No sirve de nada pedir perdón, lo sé. Pagaré el cargador, si así lo deciden. Más o menos un mes de paga. ¿Ayudaría eso en algo? ¡Dios!, soy un idiota.
A estas alturas temblaba muchísimo y agitaba las manos sin parar. Me preguntaba si se echaría a llorar. Cuando hizo una pausa, sonrojándose intensamente, miré al resto de los miembros de la comisión. El segundo al mando tenía la cabeza inclinada sobre el clip con el que estaba jugando, pero Raleigh miraba fijamente a Archer, y su cara estaba tan colorada que parecía imitar a la del propio Archer. En ese momento daban la impresión de ser, a pesar del ridículo bigote de Raleigh, igual de jóvenes, en incluso se podría llegar a decir que tenían cierto parecido. Sentí que los ojos se me agrandaban. ¿Se trataba de eso? ¿Disfrutaba Raleigh humillando a Archer a causa de su juventud e inseguridad porque hubo una época en la que él también había sido humillado por la misma razón? Difícilmente, puesto que Raleigh no estaba disfrutando en ese momento: de eso estaba seguro.
Todavía manteniendo la mirada, Archer explotó:
—Siento tanto haberlo decepcionado personalmente, comandante Raleigh… Eso es lo que más me duele, no haber cumplido con mi deber para con usted, señor. Cuando usted ha sido siempre tan amable conmigo en todo, me ha apoyado y… y me ha animado.
Esto último, en todo caso, era una mentira flagrante. Si no lo hubiera sido, Archer no se habría encontrado en semejante posición. Y sin duda él era consciente de su propia mentira.
El comandante volvió la cabeza.
—¿Tienes alguna pregunta, Jack?
—No, gracias, comandante.
—¿Y tú, Jock?
—No, señor.
El comandante asintió. Todavía con la cabeza girada a un lado, dijo:
—De acuerdo, gracias, Frank. Espere un momento fuera, ¿quiere? Puede decirle a Parnell que vuelva a la sección.
Archer saludó y se marchó.
—Bueno, un millón de gracias por invitarme a su pequeño espectáculo, comandante —dijo Rowney, estirándose—. Repleto del drama a la antigua usanza, ¿no les parece? Un gran reparto. Y muy bien producido, si se me permite decirlo.
Ignorándolo, Raleigh se volvió hacia mí:
—Bueno, Jock. ¿Qué opinas?
—¿Sobre qué exactamente, señor?
—Venga, hombre, queremos cerrar este tema. ¿Cuál es tu conclusión? Tú eres el miembro menos veterano y tienes que dar tu opinión primero.
Di mi opinión en cuanto a los hechos militares relevantes se refería, y Rowney hizo lo mismo. En los siguientes veinte segundos, la comisión concluyó que el cargador de motor número uno, 1260 vatios, a cargo del teniente F. N. Archer, Real Cuerpo de Señales, se había perdido en circunstancias que indicaban negligencia por parte del oficial. El teniente F. N. Archer, Real Cuerpo de Señales, era por la presente reprendido. Y eso era todo.
Después de que un inexpresivo Archer fuera informado de las conclusiones y se hubiera marchado, me detuve en la puerta para charlar con Rowney. Nunca le había prestado mucha atención, pero esa tarde le estaba agradecido por haber dado, a su manera, su opinión acerca del pequeño espectáculo organizado por el comandante. Por el rabillo del ojo, vi a Raleigh arrugar los documentos de la comisión de investigación y metérselos en el bolsillo de sus pantalones.
Fuera, bajo la tenue luz del sol, los tres nos detuvimos durante un instante antes de dispersarnos. Por su expresión, Raleigh parecía estar recapitulando, con las cejas y el labio inferior levantados.
—Si al menos hubiese recobrado la compostura… —dijo—. Pero…
IV
En la oficina y almacén de la sección de Archer, rodeado de pilas de redes de camuflaje y atuendos antigás, me disculpé por haber formado parte de la comisión. Archer se sentó distraídamente sobre una caja que contenía un teletipo de repuesto, y finalmente se levantó para pedirme un cigarrillo:
—Tiene gracia lo de ese motor de carga, ¿sabes? Para colmo no funcionaba. Desde que se recuerda, jamás ha funcionado. Y además la caja de herramientas se había perdido. Y no había repuestos. Y en cualquier caso, estaba obsoleto, así que no tenía sentido hacer un pedido de repuestos. Así que nunca habría funcionado.
—¿Le dijiste eso a Raleigh?
—Sí. Dijo que era irrelevante.
—Ya veo.
—Otra cosa graciosa es que el intendente tiene uno que nadie quiere en su almacén. Excedente. Que funciona perfectamente. Con herramientas. Y un juego completo de repuestos. El intendente me lo ofreció.
—¿Te dijo Raleigh que eso también era irrelevante?
—Sí. No era el que yo había perdido, ¿sabes? Ah, muchas gracias, cabo Martin, es muy amable de su parte.
Esto se lo dijo Archer a un miembro de su sección que le había llevado una taza de té, aunque, observé ofendido, no me había traído una a mí.
En algún lugar por encima de nuestras cabezas se escuchaba un avión que se dirigía al Este. Archer sorbió su té durante unos momentos. Luego dijo:
—No ha estado mal mi actuación, creo, delante de esa maldita y polvorienta comisión de investigación. Lo siento, sé que no has podido evitar formar parte de ella.
—Así que una actuación, ¿en serio?
—Por supuesto, lince. No hacía falta que me explicaras que no estaba acreditada. Pero tenía que fingir que creía que sí lo estaba, ¿no? Y comportarme como una colegiala histérica.
Sin duda Archer era un buen actor, reflexioné, aunque, para ser sinceros, no estaba seguro de que los rubores que había visto fueran debidos únicamente a su enorme talento para la actuación. Por otra parte, no podía saber cuánto se había metido en el papel.
—Eso es lo que quería Raleigh —prosiguió—. Si hubiera defendido mis derechos, él habría optado por redoblar su pequeña guerra de desgaste de otro modo. De este modo, creo que incluso le hice sentir que había ido demasiado lejos. Ese golpe de que siempre me había apoyado fue exquisito, creo. En fin, vivir para aprender.
Archer ya no parecía perdido. Ni tampoco particularmente joven. Era verdad, pensé, que el ejército moldeaba a cualquiera. Hasta podría decirse que lo convertía a uno en un hombre.