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LA CRISIS DEL
GOLFO
Al conflicto general del Próximo Oriente, y a la situación crítica existente a mediados de 1990, se añadió desde los primeros días de agosto de ese año la nueva crisis surgida por las rivalidades planteadas entre Irak y Kuwait que desembocan en la invasión iraquí del Emirato, y que por su gravedad e implicaciones se ha sobrepuesto a todas las otras que registra esta región, dos de cuyos conflictos parecen últimamente acallados: así, el final de la guerra civil del Líbano con la consiguiente pacificación del país que incluye el control de los combatientes palestinos, y la práctica bajada de tono de la «Intifada» palestina que parece haber entrado en una fase de debilitamiento natural, lejos de la tensión inicial, aunque queden residuos con enfrentamientos esporádicos en los territorios ocupados por Israel.*Esto se une a la nueva etapa de moderación en la que ha entrado la República islámica de Irán desde que Alí Rafsanyani accedió a la presidencia en agosto de 1989.
El conflicto entre Irak y Kuwait ha alterado profundamente la situación preexistente en la región, y ha convulsionado a todo el mundo árabe-islámico, así como ha tenido serias repercusiones internacionales de alcance mundial, primero con el esfuerzo bélico y la guerra del Golfo, y después con el largo y difícil proceso de negociación global de la paz en el Próximo Oriente auspiciado por EE. UU. en el marco de Naciones Unidas. En opinión de F. Halliday, la guerra entre Irak y EE. UU. ha sido la mayor crisis regional desde el fin de la Primera Guerra Mundial. No sólo ha afectado a las más remotas zonas del mundo árabe, sino también, y en un grado nunca visto, a los tres Estados no árabes del Próximo Oriente: Irán, Turquía e Israel.
El planteamiento del conflicto
En los últimos días de julio de 1990, Irak se encontraba en una grave situación económica: su deuda estimada el día 25 alcanzaba la enorme cifra de 80 000 millones de dólares contraída durante la larga guerra con Irán, incluidos los países del Golfo y entre ellos el propio Kuwait. Además, ante la prevista reunión de la O. P.E. P. a celebrar en Ginebra el día 26 de julio las diferencias entre Bagdad y Kuwait se acentuaron ya que este emirato había decidido rebajar el precio del barril de petróleo a 14 dólares, mientras que Irak pretendía subirlo de 18 a 25 dólares. Asimismo Irak reclamaba a Kuwait el pago de 2400 millones de dólares en compensación por el petróleo que, según Bagdad, el emirato le había sustraído de su territorio en la zona de Rumaila durante la guerra con Irán.
A estos problemas de deuda y petrolíferos se unieron las viejas rivalidades fronterizas que radicalizaron las diferencias existentes entre ambos países: Irak volvió a reivindicar la soberanía sobre las islas de Warbad y Bubiyan situadas en el Golfo Pérsico frente a la costa kuwaití y aptas para instalar puertos. Para presionar sobre Kuwait, Irak envió el día 25 de julio tropas fuertemente armadas a su frontera con el emirato.
De esta forma, al plantear el presidente S. Husein este conjunto de reclamaciones ante Kuwait, se creó una situación de fuerte tensión en el Próximo Oriente en los días finales de julio de 1990. Rápidamente el presidente egipcio H. Mubarak desplegó una tarea de mediación y consiguió que el día 31, tras varios aplazamientos, se entablaran negociaciones entre Irak y Kuwait en una reunión celebrada en Yedda (Arabia Saudí) para tratar sobre sus diferencias; pero el día 1 de agosto se suspendieron las conversaciones sin haber llegado a ningún acuerdo. Así la inquietud y la tensión aumentaron y se extendieron sobre la ya delicada situación del Golfo Pérsico y del mundo árabe.
La acción de Irak
En este conflictivo marco, la crisis entre Irak y Kuwait estalló en la noche entre el 1 y el 2 de agosto cuando un poderoso ejército iraquí integrado por 100 000 hombres fuertemente armados invadió en un ataque relámpago el emirato que ocupó en tres horas sin encontrar apenas resistencia, huyendo el emir y su gobierno, refugiándose en Arabia Saudí.
Rápidamente Bagdad fue adoptando sucesivas medidas con el fin de anexionarse el país conquistado: el mismo día 2 decretó la abolición de la monarquía del emir y formó un gobierno provisional en Kuwait; el día 8 decidió la anexión total e irreversible del país ocupado; el día 10 S. Husein hizo un llamamiento a la «guerra santa» contra EE. UU. y en favor de la recuperación de los lugares sagrados del Islam ahora en poder de Arabia Saudí; el día 12 propuso una paz global para el Próximo Oriente que incluía, además, la solución de los conflictos entre Palestina e Israel, con la evacuación por parte de este Estado de los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, y de Líbano, así como la retirada de las tropas de EE. UU. de la región; el día 18 tomó como rehenes a la mayoría de los occidentales residentes en Kuwait e Irak; el día 24 ordenó el cierre de las Embajadas en Kuwait cuyo personal debía trasladarse a Bagdad; y el día 28 de agosto, en fin, transformó a Kuwait en provincia iraquí, incorporándolo totalmente a Irak.
Al mismo tiempo, el día 15 de agosto, el gobierno de Bagdad ofreció la paz a su anterior enemigo, Irán, y el 10 de septiembre se emprendieron negociaciones directas entre ambos países que llevaron a la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Irak e Irán el 15 de noviembre.
El gobierno de Bagdad continuó adoptando medidas análogas a lo largo de los meses sucesivos: así el 5 de septiembre S. Husein hizo un nuevo llamamiento a la «guerra santa» contra EE. UU. y al derrocamiento de la monarquía «corrupta» de Arabia Saudi; mientras que el 6 de diciembre decidió la liberación de todos los rehenes extranjeros hasta entonces retenidos en Irak.
Por último, el 9 de enero de 1991 se reunió en Bagdad la Conferencia Popular Islámica con asistencia de representantes de 43 países para «diseñar un plan de acción frente a la agresión norteamericana-israelí contra las naciones musulmanas y árabes».
Las razones que han movido a S. Husein a realizar esta acción invasora pueden clasificarse en dos categorías:
1.a La razón histórica: a pesar de la proclamación de la independencia de Kuwait en 1961 y la consiguiente delimitación de fronteras, como ya se ha visto, y aunque Bagdad ha reconocido en varias ocasiones que Kuwait era un Estado soberano, miembro de la Liga Árabe, también ha insistido en que no debían olvidarse los lazos históricos y culturales que unen a los dos países, y en diversos momentos ha reivindicado la incorporación del territorio kuwaití alegando que formaba parte de la provincia iraquí de Basora bajo la soberanía del Imperio Otomano hasta la Primera Guerra Mundial en 1914-1918, y habiendo sido separado artificialmente por Gran Bretaña que lo acogió bajo su protección.
2.a Las razones actuales; las motivaciones que han impulsado a S. Husein a llevar a cabo esta acción se pueden clasificar en tres grupos: por un lado, de interés económico ante la deuda y el petróleo; por otro, de carácter estratégico, ante la posibilidad de adquirir nuevos y anhelados territorios en ese preciso momento, y por último, por aspiraciones políticas al pretender detentar el liderazgo del mundo árabe; todo ello sustentado en disponer de una gran capacidad y eficacia militar y un enorme potencial de armamento, conseguido precisamente gracias a la ayuda suministrada en este aspecto por sus entonces aliados occidentales para hacer frente a la guerra contra Irán.
El conflicto ha derivado en una «guerra santa» contra Occidente y sus aliados oligárquicos en la región, incluyendo igualmente la liberación de los Santos Lugares islámicos al ser presentada así su acción por parte de S. Husein que al tiempo se erige como el máximo dirigente del pueblo árabe y de su unidad, incluida la liberación de los palestinos, contra sus enemigos seculares. Los argumentos esgrimidos por el presidente iraquí en favor de esta «guerra santa» tienen un triple carácter:
— el del Panarabismo para conseguir la pretendida unidad árabe;
— el del antioccidentalismo para lograr la auténtica liberación de la dependencia occidental; y
— el de la revolución de los pueblos contra las oligarquías árabes aliadas con los occidentales, y liberar así las ciudades santas de La Meca y Medina.
La gravedad de la crisis motivada por la invasión de Kuwait por parte de Irak ha tenido unas inmediatas consecuencias y profundas repercusiones tanto en la situación del Próximo Oriente y del mundo árabe-islámico como en el plano internacional. Estos efectos, que han cambiado totalmente la situación, se pueden clasificar así:
1) El desplazamiento a un segundo plano de los dos conflictos latentes y localizados, hasta ese momento existentes en el Próximo Oriente, cuya solución ha sido asumida e integrada por la acción de Irak, y que ahora aparecen ante ella como menores: el movimiento de la «Intifada» por los palestinos contra Israel, reactivado a fines de 1990, y la guerra civil de Líbano, también en esa fecha en vías de pacificación por la política del nuevo presidente libanés.
2) El realineamiento del sistema de acuerdos y alianzas existentes hasta entonces tanto entre los países árabes del Próximo Oriente, como entre los islámicos no árabes de Oriente Medio —Turquía e Irán—,
3) La paralización de las conversaciones y negociaciones para la consecución de la paz en la región, tanto entre los propios países árabes, en el marco de la Liga Árabe, como en el plano internacional y global, patrocinadas por EE. UU.
4) La reacción mundial tanto de carácter político-diplomático y de establecimiento de un bloqueo total por parte de Naciones Unidas, como de talante militar por parte de EE. UU. y sus aliados occidentales, principalmente de la C. E.E., pero también de algunos países árabes e islámicos, con la movilización de sus ejércitos desplazados a la región e instalados en Arabia Saudí y el Golfo, para defender sus intereses y amenazar y frenar a Irak.
La actitud occidental
La reacción de los países occidentales en el plano internacional ante la invasión iraquí de Kuwait ha sido inmediata y contundente. La iniciativa de esta actitud ha correspondido principalmente a dos centros de poder político con proyección mundial: Naciones Unidas y EE. UU., con los que actúa unida la C. E.E., y a los que han seguido algunos países árabes e islámicos.
Los argumentos esgrimidos por los países occidentales para justificar su toma de posición son de dos tipos:
1.o De carácter político, consistente en la vigencia del derecho internacional y en la defensa de la soberanía e independencia de Kuwait, país reconocido internacionalmente, que ha sido injustamente agredido e invadido, y después ocupado y anexionado por el invasor, aunque este Estado a defender sea una monarquía feudal y tradicional; y
2o de carácter económico, por mantener el control del petróleo de la región y, en este sentido, la actitud occidental puede ser considerada como una acción claramente neocolonial llevada a cabo por los países industrializados sobre un país del considerado Tercer Mundo, tipificándola como un conflicto Norte-Sur.
Los medios y procedimientos a los que ha recurrido Occidente en esta acción tienen un triple carácter:
— El bloqueo y embargo total para obligar a la rendición y retirada del invasor;
— la diplomacia para llegar a una negociación; y
— la preparación de la guerra, como último recurso.
La primera reacción occidental se produjo el día 4 de agosto cuando la C. E.E. decretó el embargo contra Irak. El día 6 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acuerda imponer un bloqueo por tierra y por mar sobre Irak. El día 7 EE. UU., que ya había condenado la acción iraquí, inició un gran despliegue militar, incrementado a lo largo de los meses siguientes con el desplazamiento de nuevas tropas, enviando numerosas fuerzas militares a Arabia Saudí y al Golfo, para hacer cumplir la decisión de Naciones Unidas, a las que en los días sucesivos se fueron uniendo ejércitos y efectivos diversos de Canadá y Australia y de los países europeos occidentales, al ser acordado también el bloqueo por la U. E.O.: Gran Bretaña, Francia, Italia, España, Holanda, Bélgica, Alemania, Dinamarca, Noruega y Grecia; así como de algunos países árabe-islámicos: la propia Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, además de Egipto, Siria, Marruecos, Pakistán y Bangladesh.
El día 10 una cumbre árabe reunida en El Cairo decidió apoyar a Arabia Saudí ante la amenaza iraquí. El mismo día la OTAN acordó respaldar el despliegue militar norteamericano. El día 18 EE. UU. consiguió imponer un cerco total a Irak. El día 25 Naciones Unidas autorizó la utilización de la fuerza para mantener el embargo, al tiempo que el Secretario General intentaba establecer negociaciones con el gobierno de Bagdad, que no dieron resultado. El 9 de septiembre se reunieron en Helsinki los presidentes Bush y Gorbachov para tratar sobre la crisis del Golfo y elaboraron un comunicado conjunto apoyando las decisiones de Naciones Unidas sobre Irak. Al mismo tiempo se registra un acercamiento político entre EE. UU. y Siria desde el 13 de septiembre, que se confirma con la entrevista celebrada en Ginebra entre los presidentes Bush y Assad el 23 de noviembre. Antes, el 25 de septiembre, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas completó el cerco sobre Irak acordando imponer el bloqueo aéreo sobre este país. Y el 3 de enero de 1991 la OTAN envió aviones militares a Turquía.
Los países árabes, en este contexto, también actúan: el 18 de octubre se celebró en Túnez una reunión de la Liga Árabe que acordó por unanimidad pedir a EE. UU. que modifique su política con Israel y defienda a Palestina; y el 10 de noviembre los países del Frente árabe contra Irak: Egipto, Siria y Arabia Saudí reunidos en El Cairo deciden adoptar una posición idéntica para solucionar la crisis del Golfo. En diciembre tanto Marruecos como Argelia han intentado la iniciación de negociaciones para resolver pacíficamente el conflicto, aunque sin éxito. Y el 3 de enero de 1991 se reunieron en Libia los presidentes de Egipto, Siria, Libia y Sudán con el mismo objetivo.
La actitud occidental se endureció en los últimos días de 1990, y así el 29 de noviembre el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas lanzó un ultimátum sobre Irak al acordar la autorización de entrar en guerra contra este país si no se retiraba de Kuwait con anterioridad al 15 de enero de 1991, ultimátum que es rechazado por Irak al día siguiente, anunciando que no cederá ante la presión internacional. A pesar del planteamiento de esta política agresiva, de manera inesperada, el 1 de diciembre el presidente Bush propuso públicamente la celebración de negociaciones directas con S. Husein para buscar una solución pacífica al conflicto, con intercambio de visitas de los ministros de Asuntos Exteriores de los dos países, que aunque fue aceptado en principio por Bagdad, ha encontrado muchas dificultades para llevarse a cabo, y por fin Baker y Aziz se reunieron en Ginebra el 9 de enero de 1991, aunque sin llegar a un acuerdo. Otra propuesta de negociación realizada por la CEE el 4 de enero fue rechazada por Irak.
Por su parte, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó el 21 de diciembre la celebración de una Conferencia de paz sobre el Próximo Oriente, aunque sin precisar fecha, resolución que es ignorada por Israel, cuyo primer ministro I. Shamir visitó Washington unos días antes para defender sus posiciones contra el tratamiento conjunto de los problemas de la región, y continuar así por su lado con la política represiva contra la «Intifada» y los palestinos, política que hace mantener una nota discordante en los intentos de pacificación global del Próximo Oriente.
En la primera quincena de enero, nuevos intentos de negociación y de arreglo pacífico del conflicto han fracasado, por causas diversas: así en la reunión celebrada en Bagdad el día 13 entre Pérez de Cuéllar y S. Husein, y los respectivos planes de paz propuestos el día 14 por Yemen por una parte, y por Francia por otra.
De esta forma se ha ido completando, mientras se busca y espera una salida al conflicto, la acción internacional sobre Irak: por un lado, se ha establecido un bloqueo y embargo totales, aunque algunos países de la región mantienen una actitud ambigua y más bien proiraquí como Jordania, Yemen e Irán, además de Libia, Mauritania y Sudán; por otro, se han intentado entablar negociaciones diplomáticas en varias ocasiones, como las auspiciadas por Naciones Unidas, y más recientemente las propuestas por EE. UU.; y al mismo tiempo, se afirma la presencia y presión militares con las tropas y fuerzas de los países antes citados —y principalmente de EE. UU.— instaladas en Arabia Saudí y en el Golfo Pérsico, y que al tiempo que previenen sobre un posible ataque iraquí contra la propia Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, son una amenaza presente de una posible ofensiva y guerra contra Irak.
La guerra Irak-Kuwait
En la crítica situación existente a mediados de enero de 1991, y a pesar de las medidas adoptadas, no se veía una pronta y satisfactoria salida al conflicto, sobre el que se podían considerar unas posibles conclusiones a la crisis que podían ser:
1) la retirada voluntaria por parte de Irak de Kuwait, conseguida mediante la negociación diplomática, quizá con la compensación de la retirada israelí de Palestina;
2) la rendición de Irak ante las consecuencias del bloqueo;
3) un cambio imprevisible en la situación interior de Irak por la caída de S. Husein; y
4) la guerra, que si podía estar justificada por los intereses y las necesidades tanto políticos como económicos, puede constituir también, a largo plazo, un grave error histórico.
Finalmente se impuso la guerra que dio comienzo en la noche entre el 16 y el 17 de enero de 1991, cuando la fuerza multinacional aliada, dirigida por EE. UU., inició el ataque con intensos bombardeos aéreos contra los territorios de Irak y Kuwait. Los objetivos de EE. UU. en esta guerra, como señala Ch. Zorgbibe, eran principalmente dos: la vuelta al «statu-quo ante», la evacuación de Kuwait —un fin estratégico limitado—, y una lucha total contra el Irak de S. Husein, con el fin de destruir el régimen dictatorial de Bagdad. En realidad, las dos opciones pueden unirse: el objetivo limitado permite la creación de una amplia coalición internacional contra S. Husein, que incluye el derrumbamiento del presidente iraquí.
En efecto, la guerra entre las fuerzas aliadas —mayoritariamente occidentales y también de algunos países árabe-islámicos, mandados por EE. UU.— e Irak comenzó así el 17 de enero, y en su corto desarrollo de mes y medio en el que tuvo claramente dos fases, se registraron en ese limitado territorio graves y violentos acontecimientos. Para algunos autores, como recoge Ch. Zorgbibe, esta movilización de la comunidad internacional contra Irak es el primer conflicto Norte-Sur, aunque la expresión puede ser engañosa, y el desafío puede llegar a ser global. Una primera fase se caracterizó por los ataques aéreos en los que participaron principalmente fuerzas de EE. UU., Gran Bretaña, Francia, Italia, Arabia Saudí y del propio Kuwait, que alcanzaron una gran intensidad: el mismo día 17 se inició la ofensiva aliada con bombardeos selectivos y masivos sobre los territorios del Kuwait ocupado e Irak, llegando incluso a Bagdad, que continuaron y se incrementaron durante prácticamente todos los días que duró el conflicto.
Irak desplegó una contraofensiva también aérea y el día 18 atacó con misiles a Arabia Saudí e Israel, lo que se repitió después en varias ocasiones, sin provocar la respuesta israelí. El día 25 se informó que una gran marea negra de petróleo procedente de Kuwait se estaba extendiendo sobre el Golfo Pérsico dañando de forma casi irrecuperable el medio natural. Al mismo tiempo, los intentos de alcanzar la paz no cesan: el 21 de febrero Gorbachov expuso un plan de paz que, en principio, fue aceptado por Irak, pero rechazado por EE. UU., que a su vez dirige un ultimátum de rendición a Irak que no tiene eco.
La segunda y breve fase de la guerra se inició el 23 de febrero, duró cinco días, y consistió en una contundente ofensiva terrestre aliada. Ese día EE. UU., lanzó un fuerte ataque por tierra invadiendo Kuwait y el sur de Irak, que el 27 son ocupados, derrotando y expulsando al ejército iraquí, que se retira aniquilado ante el hostigamiento occidental, y dejando tras de sí un país kuwaití destruido, y con los pozos de petróleo ardiendo en incendios que tardaron meses en sofocarse. En Kuwait se restableció de forma inmediata el gobierno del Emirato. El mismo día 27 el presidente Bush anunció el final de la guerra entre los aliados e Irak, que por su parte aceptó el 3 de marzo la rendición impuesta por EE. UU.
Restablecida la paz, el día 14 de marzo regresó el Emir a Kuwait desde su refugio en Arabia Saudí, mientras EE. UU. alienta al pueblo iraquí a derribar a S. Husein, que por un lado, el día 16, anuncia la adopción de reformas democráticas en Irak, y por otro, ha de hacer frente a las rebeliones internas y las luchas civiles que estallan en su país: los shiíes en el sur, y los kurdos en el norte. En los días finales de marzo Husein aplasta a los shiíes y domina a los kurdos —que huyen del país, y a los que se les presta ayuda humanitaria occidental— afirmándose el gobierno de Bagdad.
El 3 de abril de 1991 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó la resolución del cese del fuego contra Irak, al que impone unas duras condiciones de rendición, resolución que es aceptada por Irak el día 6. Y el día 11 Naciones Unidas hace efectivo el final de la guerra entre los aliados e Irak. En todas sus resoluciones sobre la crisis del Golfo, escribe Ch. Zorgbibe, el Consejo de Seguridad designa a Irak como el Estado agresor, al que castiga y condena. En su política interna el gobierno de Bagdad acordó conceder la autonomía de Kurdistán, mientras se organizan e instalan campos de refugiados kurdos en el norte de Irak bajo la protección de las tropas aliadas occidentales y de Naciones Unidas, que se mantuvieron hasta junio. El 5 de mayo se reunió en Kuwait el Consejo de Cooperación del Golfo que pidió el mantenimiento de las sanciones a Irak.
Las consecuencias de este conflicto han sido sintetizadas por W. Pfaff, en cuya opinión la intervención militar liderada por EE. UU. y cuyo resultado inmediato fue la liberación de Kuwait originó importantes cambios en las relaciones y percepciones geopolíticas, pero no alteró la realidad profunda. La guerra del Golfo ha dividido a los árabes y ha alterado la relación entre EE. UU. e Israel. La O. L.P. ha sufrido un terrible golpe, Siria e Irán se han fortalecido a corto plazo, mientras Arabia Saudí posiblemente se haya debilitado a largo plazo. En cierto modo, la paz impera en el Líbano. La sociedad islámica ha intensificado, probablemente, su alienación respecto a Occidente y el fundamentalismo se ha fortalecido. Naciones Unidas ha funcionado como pretendían sus fundadores: como una agencia de consenso mundial para el respaldo del derecho internacional. Esto también es resultado del fin de la guerra fría y del redescubrimiento por parte de la U. R.S. S. y de EE. UU. de intereses comunes.
Y en opinión de F. Schwartz la guerra del Golfo había previsto unos objetivos que no se han cumplido, como son: la caída de S. Husein que por el contrario se mantiene fortalecido, la democratización de Kuwait, el contagio civilizador-occidental sobre Arabia Saudí, y el hundimiento de la O. L.P.; y en cambio sí ha tenido otras consecuencias no previstas: ligar el final de la anexión de Kuwait por Irak con el principio de la solución del problema palestino-israelí, la pacificación de Líbano por el nuevo papel de Siria, y el estímulo sorprendente que ha recibido el integrismo islámico.
Una vez finalizada la breve guerra se inicia por un lado, el intento del establecimiento de un «nuevo orden mundial», expuesto por Bush en las primeras semanas de la crisis del Golfo, y que cómo señala M. Aguirre, parte de unas bases quizá frágiles a largo plazo, pero propagandísticamente efectivas en lo inmediato, y por otro, el largo y difícil proceso de negociación de una paz global para el Próximo Oriente, ya antes iniciado parcialmente pero ahora renovado y ampliado, a partir de la nueva situación creada por la crisis del Golfo. Según escribe Ch. Zorgbibe, esta nueva situación, con el final de la guerra fría y el despertar de Naciones Unidas, pueden hacer posible el establecimiento de un verdadero «nuevo orden mundial».
El proceso de negociación de la paz
Desde el mismo mes de abril de 1991, y a lo largo de los meses siguientes, EE. UU. inicia gestiones y negociaciones con los Estados árabes, incluidos los palestinos, Israel y la U. R.S. S., a través de su Secretario de Estado J. Baker, que realiza repetidos viajes por los países del Próximo Oriente, para alcanzar el acuerdo que permita la celebración de una Conferencia internacional de paz global para la región, en el marco de Naciones Unidas.
Este principio de acuerdo dependía de la aceptación conjunta, en primer lugar, entre EE. UU. y la U. R.S. S., en segundo, de Israel y Siria, que en un principio oponían una serie de obstáculos, y por último del resto de los países implicados. El acuerdo entre norteamericanos y soviéticos pronto se alcanzó, en el ambiente general creado por el final de la guerra fría; también pronto se consiguió el apoyo de la C. E., de los países del Golfo y de otros Estados árabes; y por fin, en julio, se llegó al principio de acuerdo entre EE. UU., Siria e Israel, que posibilitaban ya la convocatoria de la prevista Conferencia de paz.
Como escribe F. Puigdevall la aceptación por parte de Siria del plan de paz norteamericano para el Próximo Oriente y el cambio de actitud del gobierno israelí respecto a su otrora enemigo del norte, abren la puerta a la posibilidad de emprender un proceso de negociación entre árabes y judíos respecto al futuro de los altos del Golán, Cisjordania y Gaza y Jerusalén Este en el marco de las resoluciones 242 y 338 de Naciones Unidas. Pero el camino hacia la paz en el Próximo Oriente, espinoso como pocos, promete no ser nada fácil. En principio, la tesis árabe es «paz a cambio de territorios», es decir, retirada israelí de los territorios ocupados y, como consecuencia de esto, el reconocimiento de un Estado palestino independiente, cuando la israelí es, de momento, «paz a cambio de paz».
Alcanzados los anteriores acuerdos, los presidentes Bush y Gorbachov, reunidos en Moscú, anunciaron el 31 de julio la convocatoria para octubre de la Conferencia de paz en el Próximo Oriente; en la misma cumbre se firmó el tratado de desarme nuclear estratégico (START). Con estos dos acuerdos se estableció una colaboración soviético-norteamericana hacia la estabilidad futura, que consagraba el final de la guerra fría. Como señala Ch. Zorgbibe la nueva «entente cordiale» soviético-norteamericana transforma radicalmente el funcionamiento de la sociedad internacional, a la vez bajo el ángulo de las relaciones de fuerza y de la aplicación del derecho; es una auténtica aproximación política y militar.
Inmediatamente se iniciaron los preparativos de la Conferencia con nuevos viajes de J. Baker al Próximo Oriente para superar las últimas reticencias israelíes y sirias. El Parlamento palestino, reunido en Argel el 23 de septiembre, aceptó en una línea moderada de Y. Arafat la participación en la Conferencia. El 18 de octubre, Washington y Moscú, a través de sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores, desplegaron una misión diplomática conjunta en el Próximo Oriente para poder convocar la Conferencia que pusiera fin a más de cuarenta años de guerra en la región. Por fin, superados todos los obstáculos, J. Baker anunció en Jerusalén la inauguración el 30 de octubre en Madrid de la Conferencia de paz sobre el Próximo Oriente. En opinión de Paul Balta «una vez ganada la guerra del Golfo, Bush quiere ganar la paz en Oriente Próximo».
La Conferencia de Madrid
El 30 de octubre de 1991 se inauguró en el Palacio Real de Madrid la Conferencia de paz, pronunciando sendos discursos como anfitrión el jefe del gobierno español F. González, y como patrocinadores los presidentes de EE. UU. G. Bush y de la U. R.S. S. M. Gorbachov. Asisten delegaciones, además de los dos países convocantes, de Egipto, Israel, Líbano, Siria y Jordania-Palestina, así como de la C. E., el Consejo del Golfo, y la Unión del Magreb Árabe, y como observador Naciones Unidas. La Conferencia tuvo dos fases: las sesiones plenarias y las conversaciones bilaterales entre los países árabes e Israel. La Conferencia continuó, en una primera fase durante el 31 de octubre y el 1 de noviembre, con la celebración de sesiones plenarias en las que intervinieron con sendos discursos las delegaciones árabes e israelí, que consistieron en la exposición por cada parte de sus políticas respectivas.
Tras un día de descanso oficial y de negociaciones privadas, el día 3 se entró en la segunda fase de la Conferencia con la celebración de conversaciones bilaterales directas entre Israel y los países árabes celebrándose sendas reuniones entre Israel-Jordania/Palestina, Israel-Siria e Israel-Líbano. La Conferencia terminó así sin llegar a establecer acuerdos concretos, pero con el compromiso por parte de las delegaciones, aparentemente satisfechas de la celebración de esta reunión, de volver a reunirse y con la voluntad de continuar conversando.
Como se escribe en la Revista Política Exterior «no era realista esperar resultados inmediatos» de la Conferencia de Madrid, en la que por primera vez la totalidad de las partes en conflicto se han sentado a la mesa de negociación, bajo el patrocinio de EE. UU. y la cooperación de la U. R.S. S. y de la C. E. Las conversaciones de paz sobre Oriente Próximo son en cierto modo fruto de la guerra del Golfo. La derrota de Irak ha reducido la influencia de las fuerzas más radicales y ha fortalecido a los moderados del mundo árabe. La Conferencia de Madrid es el comienzo de un procesó, la primera muestra, desde Camp David en 1978, de una negociación viable entre árabes e israelíes. Aunque las posibilidades de paz sean ahora mayores, el proceso tardará en madurar.
En opinión de J. Dezcallar la evaluación de conjunto de la reunión de Madrid debe ser positiva, pudiéndose hablar de un éxito diplomático por tres razones: se ha puesto fin al tabú de que las partes enfrentadas desde hacía cuarenta y tres años no podían hablarse directamente las unas a las otras; se ha evitado un fracaso que podía haber pasado a la historia como la «ocasión perdida» de Madrid; y en la capital española se ha iniciado la etapa bilateral de la negociación, con la cual la Conferencia de paz ha dado paso a un verdadero proceso de paz.
La ronda de conversaciones bilaterales
La Conferencia de Madrid significó así un punto de partida que debía tener continuidad con la celebración de conversaciones bilaterales entre Israel y los países árabes para tratar sobre los problemas planteados y pendientes de solución. Puede decirse, como señala la Revista Política Exterior, «que la mecánica en favor del diálogo bilateral se ha impuesto», encontrándose la situación, apenas comenzado el proceso, en un momento crítico.
El presidente Bush, como auténtico impulsor de tal proceso, decidió la celebración de la segunda etapa de las conversaciones bilaterales en Washington el día 4 de diciembre, lo que provocó en principio la resistencia israelí. Por fin, aunque con varios días de retraso por la actitud del gobierno de Israel, las reuniones se celebraron entrevistándose los israelíes, por separado, con sirios, libaneses y jordano-palestinos. Al mismo tiempo se cumplían cuatro años de la insurrección de la «Intifada», que vivía un momento bajo en su actividad, sólo con acciones esporádicas. Y por su parte, la Asamblea General de Naciones Unidas revocó, el 16 de diciembre, la resolución de 1975 que equiparaba el sionismo con el racismo. Tras seis días de contactos formales e informales las reuniones bilaterales no avanzaron nada en la búsqueda de soluciones y no se llegó a ningún acuerdo, por lo que el proceso de paz iniciado en Madrid parecía totalmente bloqueado, en especial por la inflexibilidad de Israel ante la disponibilidad árabe.
Esta segunda fase del proceso tuvo continuidad igualmente en Washington el 7 de enero de 1992, aunque su reanudación resultó alterada por la decisión del gobierno israelí de deportar a varios palestinos de los territorios ocupados. Mientras la delegación palestina vetó la reanudación de las conversaciones de paz, EE. UU. exigió a Israel que suspendiera las deportaciones, y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenó firmemente por unanimidad a Israel. Por fin las reuniones se celebraron los días 13 y 14, y aunque se hicieron propuestas concretas sobre los asuntos básicos del proceso de paz, lo que significó la apertura del verdadero diálogo de paz, no se consiguieron avances sustanciosos, ya que además el establecimiento de nuevos asentamientos judíos en los territorios ocupados bloqueaba toda negociación entre israelíes y palestinos.
La tercera fase del proceso de paz tuvo lugar en Moscú el 28 de enero de 1992 tomando una nueva dimensión multilateral, con la participación de diez países árabes, así como la C. E., Canadá, Japón, China, Turquía y países de la C. E.I., para tratar sobre control de armamentos, recursos hidráulicos, cooperación económica y problemas ambientales además de seguridad regional y refugiados, añadidos después, sobre lo que se acordó se reunieran Comisiones en el futuro. La reunión comenzó con el boicot de los sirios, los libaneses y los palestinos, manifestado en la reunión previa de la Liga Árabe celebrada en Marraquech el día 25, ante la intransigencia israelí, que no acepta, entre otras cuestiones, la autonomía palestina. La reunión de Moscú se clausuró el día 30, fijándose los lugares y las fechas de los próximos encuentros de este proceso de paz.
A mediados de febrero de 1992 surgió un nuevo estallido de violencia entre los palestinos y musulmanes e Israel en el sur de Líbano: un comando palestino atacó un campamento israelí produciendo muertes entre los soldados, lo que provocó la inmediata represalia de Israel cuyo ejército bombardeó varios campos de refugiados palestinos en el sur libanés, y lanzó una misión militar especial contra el jefe de la organización proiraní chií Hezbolá (partido de Dios) al que mataron. Los enfrentamientos se incrementaron con ataques y bombardeos entre guerrilleros musulmanes y la milicia proisraelí de Líbano del Sur así como de Israel que invadió el sur de Líbano para exterminar a Hezbolá. El 21 de febrero se retiró el ejército israelí de las posiciones tomadas, y la guerrilla musulmana interrumpió sus ataques por presiones de Siria y Líbano.
El día 24 de febrero se reanudaron las conversaciones bilaterales del proceso de paz en una cuarta fase en Washington, con el trasfondo de nuevas complicaciones e incertidumbres. La agenda de temas a tratar era la misma que la debatida en Madrid, pero ahora se insistía, por parte árabe, en detener los asentamientos judíos en los territorios ocupados, la situación en el sur de Líbano, y la autodeterminación palestina, en cuya concesión y planes divergían totalmente palestinos e israelíes, y que consisten, según señala M. Azcárate, para los palestinos en «una etapa provisional para preparar el futuro Estado palestino», y para los israelíes en «otorgar ciertas competencias administrativas sin cambiar el estatuto de ocupación». Pero esta oposición radical no impide que se pueda llegar a puntos concretos para modificar la actual situación de los territorios ocupados.
La quinta ronda de negociaciones bilaterales entre árabes e israelíes se celebró igualmente en Washington entre el 27 de abril y el 1 de mayo de 1992, con la impresión generalizada de que se trataba de un mero formulismo y de que el proceso iniciado en Madrid no había muerto, aunque no se produjera ningún progreso ni se llegara a acuerdos efectivos en las cuestiones planteadas, en especial en el espinoso tema de la autonomía palestina, además del agua y el medio ambiente. Aunque se abordaron temas sustanciales al final no se llegó a ningún acuerdo persistiendo las divergencias de fondo.
A mediados de mayo se han reunido las comisiones correspondientes a la ronda de negociaciones multilaterales, según lo acordado en Madrid y tratado en Moscú: la de cooperación económica en Bruselas y la de refugiados en Ottawa, la de armamento en Washington, la del agua en Viena, y la de medio ambiente en Tokio. En todas ellas se ha demostrado la gran brecha que todavía separa a árabes e israelíes en el proceso de paz, al registrarse diversos boicoteos y profundos desacuerdos en estas reuniones. Además, a finales de mayo resurgió una grave tensión en el sur de Líbano al reanudarse los enfrentamientos armados entre Israel, los palestinos, el partido proiraní Hezbolá y Siria; al tiempo que el primer ministro israelí proclamaba la indivisibilidad de Jerusalén.
A pesar de todo, y después del tiempo transcurrido desde la conferencia de Madrid parece haberse creado un nuevo talante en las relaciones árabe-israelíes: el diálogo continuado parece haber sustituido a estas alturas a la lucha directa y reiterada. Aun cuando persisten serias diferencias, incomprensiones y conflictos se sigue dialogando, y es que en lo poco que árabes e israelíes parecen estar de acuerdo es en que es difícil pensar en que el diálogo bilateral quede en suspenso. Pero no se puede saber cómo evolucionará la situación, en un sentido o en otro, porque ya se sabe que todo es imprevisible cuando se trata del Próximo Oriente.