I
ANTECEDENTES HISTÓRICOS:
PLANTEAMIENTO Y ORÍGENES
DEL CONFLICTO
Como se ha indicado en la Introducción, dos de las fuerzas históricas que actúan en el Próximo Oriente, principalmente desde la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, son propias de los pueblos que habitan la región o alegan derechos históricos para hacerlo, siendo, de una parte, el nacionalismo árabe, y de otra, el movimiento sionista.
Civilización y nacionalismo árabes
La civilización árabe-islámica
La civilización árabe-islámica tiene su base geográfica en Arabia y el Próximo Oriente, su fundamento religioso-ideológico en el Corán, y su soporte étnico y humano en el pueblo árabe. Como sintetiza F. Braudel, los fundamentos de esta cultura se encuentran en un hombre: Mahoma; en un libro: el Corán, y en una religión: el Islam. Y sus caracteres principales son: la preponderancia de las ciudades con una notable urbanización y población escasa, la importancia del dominio de los mares —el Mediterráneo y el Océano Indico— y de los desiertos como espacios para la comunicación, y ser una civilización «intermediaria» dedicada a los intercambios y el comercio sobre tales espacios, dominados por las rutas de las caravanas y salpicado de lugares de paso.
Aunque la base geohistórica del pueblo árabe se encuentra en Arabia y en el Próximo Oriente, la civilización islámica ha alcanzado una gran amplitud geográfica debido a la expansión del pueblo árabe a través de su evolución histórica, y ha mantenido durante siglos su predominio religioso y cultural sobre la mayor parte de las regiones sobre las que se extendió, y que fueron: hacia Oriente, por Asia Central y Meridional hasta los países que bordean el Océano Pacífico; hacia Occidente, por el Mediterráneo, norte de África y sur de Europa, hasta asomarse al Océano Atlántico; y hacia el sur, por la costa oriental de África y las regiones bañadas por el Océano Indico.
a) Las fases principales de la evolución histórica del Islam, según han estudiado F. Braudel y M. Rodinson, entre otros, han sido:
1a) En el siglo VII tiene su origen y los comienzos de su formación estatal entre el pueblo árabe con la acción de Mahoma y el gobierno sucesivo de los primeros Califas y de los Omeyas que ponen las bases de su expansión y la creación del gran imperio.
2a) Desde el siglo VIII hasta el XII con los Abásidas es la época de esplendor y plenitud del Califato, alcanzando su mayor expansión geográfica y logrando un gran desarrollo político, religioso, científico y filosófico, llegando a ser la civilización más brillante de todo el Viejo Mundo.
3a) Entre los siglos XII y XV sufre la civilización árabe-islámica una fase de estancamiento y retroceso motivada tanto por disgregaciones y divisiones político-religiosas internas como por conflictos externos, aunque se mantiene vigente superando de diversa manera los problemas existentes.
4a) Desde el siglo XVI se registra una nueva época de plenitud del Islam representada políticamente por el desarrollo y expansión del Imperio Turco, pueblo musulmán pero no árabe, que domina a los pueblos árabes y a los que arrebata el protagonismo del Islam, y que vuelve a entrar en crisis a finales del siglo XVIII.
5a) Durante el siglo XIX y comienzos del XX vive así el Islam una nueva fase de decadencia relacionada con el paulatino hundimiento del Imperio Turco, las divisiones entre los distintos pueblos islámicos y las nuevas inquietudes político-religiosas surgidas entre los árabes, así como la acción dominante del expansionismo e imperialismo europeos que acaban por imponerse casi totalmente sobre el Islam, situación que se extiende hasta el periodo de entreguerras, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
6a) A partir de la Primera Guerra Mundial se inicia un nuevo y definitivo periodo, el del resurgimiento del pueblo árabe con la acción de los nacionalismos y las luchas por la independencia y la revolución que suponen la descolonización del Islam y su acceso a un estado de soberanía, pero también de divisiones internas y de conflicto directo con el movimiento sionista; al mismo tiempo se produce la renovación y modernización de los pueblos musulmanes no árabes que inician sendos procesos revolucionarios.
b) Áreas geohistóricas del Islam: El Islam abarca toda una compleja serie de espacios geográficos relacionados los unos con los otros, sujetos en sus márgenes a modificaciones bastante intensas, ya que su historia no ha sido ni es una historia apacible, como escribe F. Braudel.
Dentro del mundo islámico conviene distinguir, de entrada, entre los árabes —mundo árabe, países árabes— y el Islam no árabe —musulmanes, mundo islámico—, conceptos que se utilizan indistintamente y de manera ambigua confundiendo ambas realidades y colectividades, y que si bien tienen rasgos históricos y religiosos comunes, en otros aspectos son muy diferentes entre sí.
El Islam, como religión y como sistema de vida, tiene una identificación particularmente esencial con los árabes, siendo éstos su núcleo y su agente creador y difusor; pero el Islam, al difundirse por la expansión de los árabes sobre inmensas y variadas zonas geográficas y entre muy diferentes pueblos, dejó de ser un sistema exclusivo de los árabes. Por esta acción ha habido en la historia y hay en la actualidad pueblos no árabes que han asumido y representado la defensa del Islam, con el que se han identificado totalmente, como fue el caso del Imperio Otomano, entre otros. En la actualidad se encuentran en Oriente Medio, diferenciados del conjunto árabe, varios y singularizados pueblos islámicos no árabes.
En síntesis, en el mundo islámico del siglo XX pueden señalarse, encabalgadas entre dos continentes, tres principales grandes áreas geohistóricas, dejando fuera otras más diferenciadas regiones del islamismo o arabidad en zonas de Asia y África:
1a) La de la totalidad de los países árabes de Asia suroccidental que integran el Próximo Oriente, y que con su centro geohistórico en la Península Arábiga se extienden por el Creciente Fértil hacia el Mediterráneo oriental; se trata, como ya se ha indicado, del conjunto de Estados en los que predomina la etnia árabe, en los que la lengua es el árabe y que proclaman su arabidad, como señala M. Rodinson: Arabia Saudí, Yemen, Omán, Emiratos Árabes Unidos, Estados del Golfo, Irak, Siria, Jordania y Líbano. Este conjunto forma una zona geográfica coherente, dentro de la cual se encuentra el enclave de tipo occidental del Estado de Israel, constituido en Palestina.
2a) La integrada por los países islámicos no árabes de Oriente Medio, que se extiende al norte de la anterior en Asia Occidental y que son, de oeste a este: Turquía, Irán y Afganistán. Más al este se encuentra Pakistán.
3a) Los países árabes del norte de África, desde los Estados del Nilo: Egipto —más vinculado en su evolución histórica a los países árabes del Próximo Oriente— y Sudán, hasta los del Magreb, entre el Mediterráneo y el Atlántico: Túnez, Argelia y Marruecos, además de Libia, entre ambas zonas; carácter árabe tienen también en África Oriental Somalia, y en la Occidental, Mauritania y Sahara.
c) El Panislamismo: Islamismo y Arabismo no son sinónimos: ciertamente el Islam es, en general, la religión de los árabes, pero una gran mayoría de musulmanes no son árabes. En función de ello, Panislamismo y Panarabismo son movimientos distintos, aunque en ocasiones tengan puntos comunes y hayan tenido un inicial desarrollo histórico en parte paralelo.
El Panislamismo, como movimiento de más amplitud y de más generales pretensiones que el Panarabismo, pero también por ello menos concreto y de menor conciencia nacional, pretende lograr la cooperación y solidaridad de todo el mundo musulmán, no limitado sólo a los árabes. El movimiento panislámico surgió como ideología a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX por medio de las doctrinas y la acción de algunos teóricos, en el marco histórico del Sultanato Otomano, y se materializó durante el primer tercio del siglo XX, tras la crisis del Califato, con la celebración de una serie de Congresos internacionales en un contexto que intentaba ensamblar esta corriente islámica con los pueblos árabes.
Para B. Boutros-Ghali son dos los principales ideólogos del Panislamismo. El primero fue Jamal El-Dine El-Afghani (1839-1897), consejero del Sultán y profesor de la Universidad de El Cairo, que expuso las bases de la «Alianza Islámica» y cuyo pensamiento se fundamentaba en cuatro principios esenciales: el Islam debía ser renovado con ideas tomadas de Occidente, los textos del Corán anuncian la civilización moderna, el Islam debe recuperar la iniciativa, y de todo ello resultará la unificación del mundo islámico. Abd el-Rahman Al-Kawakibi (1849-1903) es el segundo de los pensadores citados, residente en Egipto, que se dio a conocer por su obra Om el Koura y su proyecto de «Organización internacional islámica». En este sentido propugnaba la creación de una institución internacional musulmana sobre la base de un pacto, del que publicó el texto; inicialmente la actividad de esta organización parecía ser más de orden cultural que político.
Pero estas propuestas no tuvieron un eco inmediato, aunque se mantuvo el valor de la idea. Habrá que esperar a que se produzca la crisis del Sultanato y resurja el ideal de un islamismo modernizado para que, durante el periodo de entreguerras, se celebren una serie de Congresos con tales objetivos: el primer Congreso islámico se reunió en El Cairo en mayo de 1926 con asistencia de delegados de trece países musulmanes, entre los que se encontraban Egipto, Túnez, Marruecos e India; otros Congresos islámicos se celebraron posteriormente en La Meca en junio de 1926, y en Jerusalén en diciembre de 1931.
Tras la Segunda Guerra Mundial resurgió de nuevo el movimiento panislámico desde 1954, ya con nuevas orientaciones y características, predominando las de talante religioso-cultural y conservador.
El nacionalismo árabe
El nacionalismo árabe se configuró y desarrolló al mismo tiempo y de forma paralela a como fue surgiendo el nacionalismo judío. En este sentido escribe J. P. Alem que los renacimientos, en la época contemporánea, de los nacionalismos árabe y judío son fenómenos curiosa y paradójicamente concomitantes. Intentando unir conjuntos de pueblos mal definidos, ambos nacionalismos despertaron en la última parte del siglo XIX, y los dos encontraron su realización con ocasión de un mismo acontecimiento histórico: la liquidación del Imperio Otomano al término de la Primera Guerra Mundial.
Lo que diferencia a ambos nacionalismos, árabe y judío, es que el primero señala el resurgimiento de un pueblo más homogéneo asentado sobre la tierra de sus antepasados, mientras que el segundo se ha desarrollado entre un pueblo disperso por varias regiones del mundo, dentro de culturas e idiomas diversos. Por su parte, M. Rodinson llama «arabismo» al nacionalismo árabe próximo al tipo actual, cuyo modelo fue formándose en Europa a través de una lenta evolución desde la Edad Media; el nacionalismo árabe se ha desarrollado paulatinamente «en función de situaciones y acontecimientos que las diversas teorizaciones iban siguiendo por aproximaciones sucesivas», desde mediados del siglo XIX y sobre todo a comienzos del XX.
Según este mismo autor los caracteres que definen a los árabes y que constituyen la arabidad son tres: en primer lugar, hablan la lengua árabe, en sus diversas variedades, a la que consideran como su lengua natural; en segundo lugar, estiman como patrimonio suyo la historia y los rasgos culturales de los árabes, y que engloba a la religión islámica; y en tercer lugar, reivindican la identidad, y poseen conciencia de arabidad. Tales son los considerados pueblos o países árabes.
También en opinión de M. Flory y R. Mantran el mundo árabe se puede definir por varios componentes: la lengua, el territorio, la religión y la historia comunes. Tras un pasado histórico de esplendor, unidad y grandeza, el pueblo árabe se encontraba, a mediados del siglo XIX, en una situación de división interna y de sometimiento al dominio turco otomano que se había extendido e impuesto durante el siglo XVI sobre todos los países árabes; y con el sometimiento político-social se había producido también la decadencia cultural-religiosa.
Pero del fondo de esta situación de derrota y frustración van a ir surgiendo unas primeras manifestaciones de recuperación de todos los valores perdidos aunque latentes, de toma de conciencia y formación de un nuevo concepto de identidad común, y en definitiva de reconstrucción de la unidad árabe en búsqueda del restablecimiento de su independencia. Todo este proceso fue configurándose paulatinamente desde la segunda mitad del siglo XIX al revivificarse en la ideología colectiva social elementos étnicos —el pueblo árabe— junto con elementos religiosos —el Islam—, con una cultura —la lengua—, y una gloriosa historia comunes, que fueron conformando la estructura de un nuevo nacionalismo árabe que aspiraba a la creación de una renacida y engrandecida nación-Estado árabe.
a) Las manifestaciones iniciales de lo que M. Rodinson define como protonacionalismo árabe, que se registran a mediados del siglo XIX, tuvieron un doble carácter: de renacimiento cultural y de concienciación política.
En cuanto al renacimiento de la cultura y la lengua árabes, en 1847 dos cristianos del Líbano, N. Yazigi y B. Boustani, fundaron en Beirut la «Sociedad de Artes y de Ciencias», la primera de este tipo de asociaciones culturales que proliferaron y se transformaron en focos de una política reformista; y en 1850 se creó, también en Beirut, la «Sociedad Oriental». Una tercera organización más importante fue la «Sociedad Científica Siria», presidida por M. Arslan, en cuyo seno, en 1868, se formuló la primera proclama nacionalista árabe por Ibrahim Yazigi, que tuvo un inmediato eco, aunque limitado, en todo el pueblo árabe.
Estas primeras sociedades, según escribe J. P. Alem, no tenían ni los medios ni la intención de jugar un papel político, pero con sus actividades generaron un renacimiento cultural y social que llevó a la organización de una sociedad secreta de carácter nacionalista que inició su acción en torno a 1875 en Líbano y Siria y continuó con la exposición de un programa nacionalista árabe que tuvo escaso eco durante los últimos años del siglo XIX.
Respecto a la formación de una ideología y solidaridad políticas, escribe M. Rodinson que «la hostilidad hacia el poder turco había ido desarrollando lenta y sordamente la conciencia de una identidad árabe en la porción de esta área geográfica directamente sometida a Estambul, el Asia árabe», estando destinado el conjunto árabe del Próximo Oriente a formar en el futuro un Estado nacional árabe, aunque la ideología organizada de un nacionalismo árabe tardó aún algo en formarse, así como en conseguir una audiencia importante entre el pueblo. La hostilidad contra los turcos, motivada entre otros factores por la mala administración otomana, el despotismo del gobierno del Sultán, y el rechazo de los árabes hacia el poder dominante sobre sus territorios se fue generalizando entre los árabes de Asia, aunque sin llegar a madurar todavía la idea de un Estado árabe, excepto entre algunas minorías, hacia 1880, y limitada a Siria y Líbano.
b) En los primeros años del siglo XX, una reactivación cultural, ideológica y política da una nueva animación y carácter al nacionalismo árabe, que ya tiende a configurarse como tal. En este sentido, en opinión de M. Rodinson, el primer manifiesto inequívoco del nacionalismo árabe moderno que tuvo alguna influencia fue la obra del ya citado Abd el-Rahman Al-Kawakibi titulada La madre de las ciudades, es decir, La Meca, aparecida en 1901 en El Cairo, en la que destaca «la superioridad de los árabes sobre los turcos» y traza «un plan de regeneración del Islam gracias al impulso de un Califato árabe con poderes únicamente espirituales, cuyo centro sería la ciudad santa de La Meca».
El cristiano palestino Nayib Azuri contribuyó igualmente a la formación del nacionalismo árabe con las actividades que desplegó en París, donde en 1904 fundó la Liga de la Patria Árabe, y en 1905 publicó su libro Le reveil de la nation árabe dans l‘Asie turque, en el que proponía la creación de un Imperio árabe independiente extendido por toda el área histórica del Próximo Oriente; en 1907-1908 fundó y publicó, asimismo, la revista L‘Independance árabe.
c) Desde 1908 se inició una nueva fase para el nacionalismo árabe al registrarse en el Imperio Otomano la revolución de los Jóvenes Turcos, que instauró un régimen constitucional y siguió una política centralizadora basada en el elemento turco, con una administración abusiva y opresiva que aumentó el descontento de las poblaciones árabes. Estas se organizaron y expresaron a través de la fundación de sociedades político-culturales que exigían en sus programas, sobre todo, «la igualdad de derechos para los árabes en el seno del Imperio, asambleas locales y la utilización del árabe en la administración, la educación, la justicia en las zonas de lengua árabe», como escribe M. Rodinson.
Algunas de estas organizaciones, que animaron el espíritu y la conciencia nacionalista árabe, fueron, entre otras: el «Club Literario» en Estambul, el «Partido de la descentralización otomana» en el Cairo, con ramificaciones en Siria e Irak, y el «Comité de Reformas» en Beirut; otras asociaciones tuvieron un carácter secreto, como la «Qahtania» (1909) en Estambul, que reclamaba una confederación turco-árabe al estilo de la monarquía austro-húngara, la «Al-Ahd», por el militar Al-Masri en Irak, y la «Fatat» (1911) en París, que exigía la independencia árabe. Esta última, en colaboración con otras sociedades, organizó en París, en 1913, un Congreso Nacional Árabe que planteó reivindicaciones moderadas, más en favor de la descentralización y la autonomía que en la de la completa independencia; los dirigentes del Congreso negociaron con los Jóvenes Turcos, pero los resultados decepcionaron a los árabes, siendo además Al-Masri condenado y exiliado.
d) En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el nacionalismo árabe parecía dominado y debilitado, y nada habían obtenido prácticamente de sus reivindicaciones, estando reducido a grupos minoritarios en Líbano, Siria e Irak, y sin que hubiera calado entre las masas de la adormecida población árabe, por lo que un movimiento popular de carácter revolucionario era entonces impensable. Sólo en la Península Arábiga algunos jefes locales, representantes de oligarquías tradicionales, habían conseguido por medio de su acción guerrera y feudal una cierta autonomía, como el Imán Yahya en Yemen (1911), Ibn Saud en Nejd (1913) y Hussein en Hedjaz (1908).
Como expone M. Cherif, con anterioridad a la Gran Guerra los países árabes, que iban cayendo en su mayoría bajo la dominación colonial de Europa, conocían al mismo tiempo el sometimiento político, el impacto de la economía y de la civilización europeas. Si las transformaciones sociales afectaron lentamente a las masas populares, no ocurrió lo mismo con el desarrollo del sentimiento nacional, que emergió incontestablemente en algunos países árabes en el curso de esta época; animó así múltiples acciones populares que, aunque fueron desordenadas e ineficaces, contribuyeron a fortalecer el sentimiento nacional y a preparar los movimientos más vastos de posguerra.
El respaldo internacional y el apoyo al nacionalismo árabe se iba a producir, como en el caso del sionismo, por circunstancias de la coyuntura internacional. Al declararse la Primera Guerra Mundial intervino Turquía —como ya se ha indicado— como aliada de Alemania, y los países occidentales, principalmente Gran Bretaña y Francia, fomentaron y ayudaron al nacionalismo árabe, así como al sionismo, en su enfrentamiento con el Imperio Turco.
e) El Panarabismo, o movimiento de unión árabe, se ha manifestado y desarrollado de forma paralela e íntimamente vinculado al nacionalismo árabe: independencia y unidad árabes han sido aspiraciones históricas comunes que se han mantenido durante un largo tiempo esencialmente interrelacionadas, incluso en nuestros días. El Panarabismo se define como el movimiento de carácter histórico que tiende a la colaboración y a la unión de todos los países árabes sin exclusión, tanto de Asia como de África, para conseguir la formación de una única nación árabe.
Los orígenes de este movimiento —cuyo estudio y evolución han sido tratados por B. Boutros-Ghali y E. Jouve, entre otros autores— son antiguos, aunque difusos, y se encuentran en los comienzos de la historia del gran imperio medieval árabe; el Panarabismo moderno resurge durante la primera mitad del siglo XIX a partir de un cierto renacimiento cultural y político centrado en el Egipto de Mohamed Alí, que tiende a transformarse en el foco del movimiento y a reagrupar en torno suyo a los países árabes asiáticos.
Ya en el siglo XX el Panarabismo vive su replanteamiento en los años de la Primera Guerra Mundial, al mismo tiempo que se manifiestan las aspiraciones a la independencia, en un esfuerzo de acción común; pero las luchas en los marcos nacionales creados y la intervención occidental dan como resultado no la materialización de la unidad, sino la balcanización del mundo árabe. A lo largo del periodo de entreguerras, y con ocasión de la Segunda Guerra Mundial, el Panarabismo como ideal de esa unidad se mantiene y llega a expresarse en algunos proyectos de unión entre los países árabes y en declaraciones de sus organismos y sus dirigentes, llegando a contar con el apoyo formal británico.
Según el Manifiesto del Comité nacionalista de Siria, publicado en abril de 1936 y que recoge E. Jouve, la nación árabe está constituida por una población unida por la comunidad de lengua, de mentalidad, de tradición histórica, de modos y costumbres, de intereses y de esperanzas; el fin del Panarabismo es el de despertar las fuerzas vivas de la nación árabe y de organizar sus elementos bajo un gobierno independiente, unido y civilizado.
El Panarabismo desemboca, al final de la Segunda Guerra Mundial, en la constitución de la Liga de Estados Árabes en 1945 que, si por un lado, es la expresión de esa vieja aspiración de unidad, por otro está muy lejos de la misma tal como se concebía en sus orígenes ideológicos, y en este sentido decepcionó a amplios sectores del pueblo árabe que, aunque dividido, mantenía vivo el ideal panarabista próximo al nivel de la utopía histórica.
Cultura y nacionalismo judíos
El Sionismo
El Sionismo, en definición de A. Boyer, es el movimiento nacional del pueblo judío que tiene como fin el regreso de los judíos a la tierra de Israel, su patria de origen, con el objetivo de constituir una entidad política independiente, un Estado-nación.
El Sionismo toma su nombre del hebreo Sión, que designa la colina de la parte NE. de Jerusalén sobre la que fue construida la ciudad y sobre la que se encontraba el templo de Salomón, que llegó a ser el símbolo de esta ciudad santa, y es expresión creada en 1886 por N. Birnbaum para caracterizar este movimiento judío mundial que tenía como finalidad la reconstrucción de una patria nacional judía en Palestina.
El Sionismo como movimiento nacional judío se organizó en el último decenio del siglo XIX, y según señala J. P. Alem tiene dos fuentes fundamentales: la primera, de carácter permanente, la corriente místico-religiosa, y la segunda, nacida en la Europa de finales del siglo XIX, la corriente político-nacionalista.
a) Los orígenes del pensamiento sionista se encuentran en el llamado sionismo místico, que hunde sus raíces en las profundidades religiosas del judaísmo y en la conciencia colectiva del pueblo judío. Desde la destrucción del Templo y la primera dispersión, y durante los siglos de su exilio, la nostalgia de Sión inundaba el alma del pueblo judío, que no perdió jamás la esperanza de la restauración de Sión con el regreso a Palestina, que simbolizaba todos los anhelos místicos y temporales de los judíos en el exilio. En la dispersión, como escribe A. Boyer, el judaísmo, religión nacional del pueblo judío, ha buscado preservar la unidad de Israel y compensar la pérdida de la independencia y de la tierra edificando una patria espiritual. La Tora es así el fundamento de la unidad del pueblo judío, manteniendo en la diáspora un judaísmo vivo. La unidad del pueblo judío es posible por la esperanza mesiánica y la vinculación con Sión.
Estas aspiraciones religiosas y colectivas se concretaron durante los siglos medievales y modernos en unos primeros y aislados intentos de volver a Palestina, que por su carácter constituyeron más «peregrinaciones» que «inmigraciones», y que mostraron al pueblo judío las diferencias existentes entre sus ideales místicos y la realidad de sus condiciones de existencia, agravadas por la difícil situación de las colectividades judías en las sociedades europeas, donde se mantenía latente un creciente antisemitismo.
A finales del siglo XV una doble circunstancia histórica permitió la consolidación en Palestina de una pequeña comunidad judía: por un lado, la expulsión de los judíos de España en 1492 seguida de una corriente mesiánica, y por otro, la ocupación de Tierra Santa por los turcos otomanos, cuyos Sultanes protegieron a las minorías judías.
Posteriormente, grupos judíos acudieron a Palestina en otras tentativas de instalación, con variada suerte, al quedar en proyecto o tener escaso eco, como son los casos de J. Nassi en el siglo XVI, la proclama de N. Bonaparte en 1799, o el intento de M. Montefiore a mitad del siglo XIX. En 1860 se creó en París la Alianza Israelita Universal que fundó en Jaffa diez años después una escuela de agricultura para la colonización del país. Con todo, la población que en empresas aisladas o por una conciencia mística habitaba Palestina en torno a 1880 era de unos 25 000 judíos, según indica J. P. Alem, entre 600 000 árabes.
b) El nuevo carácter y la actitud dinámica del sionismo se alcanzó al surgir y desarrollarse en Europa un sionismo político y nacionalista que propugnaba la creación de un Estado nacional judío en Palestina, con lo que se formó y organizó un sólido y amplio movimiento sionista. Según A. Boyer, dos actitudes van a combinarse en el sionismo: por un lado, el deseo de normalización de la vida judía reclamando para los judíos los mismos derechos que los otros pueblos, construyendo una sociedad moderna y laica en un marco estatal, y por otro, bajo la influencia de las ideologías nacionalistas, la afirmación de la personalidad judía, la reivindicación de la dignidad y de la identidad, el despertar cultural y la realización de los valores propios.
En varios momentos históricos y gracias a la actividad y a la obra de distintas figuras judías, así como por la acción de diversos factores, se va a ir configurando el movimiento sionista a lo largo de un proceso que se prolonga durante el siglo XIX. En primer lugar, se encuentran los primeros sionistas religiosos, que en contacto con las ideas modernas hacen un llamamiento a los judíos para que se instalen en Palestina con el fin de alcanzar su redención, como son el místico R. Y. Hai Alkalai (1798-1878), Z. H. Kalischer (1795-1874) que publicó en 1852 Drishat Zion sobre la reconstrucción de la nación judía, y J. Natonek (1813-1892) que elaboró un plan preciso para que el regreso de los judíos a Palestina y su emancipación fuera posible, y que expuso en su obra El Mesías o la emancipación de los judíos.
A esta primera corriente se unió una segunda representada por el sionismo socialista, iniciada y protagonizada por Moses Hess (1812-1875) que colaboró con Kalischer y Natonek en apoyo de la colonización de Palestina para la restauración de un judaísmo nacional. M. Hess, compañero de juventud de K. Marx y de F. Engels, publicó en 1862 su obra Roma y Jerusalén, la última cuestión nacional, en la que afirma que el pueblo judío tiene derecho a una existencia nacional, señalando todos los rasgos del renacimiento de Israel y haciendo una profesión de fe en el sionismo, así como expresando el convencimiento de la idea del regreso del pueblo judío a su tierra ancestral, en el contexto de la expansión colonial europea, con el propósito de llegar a la fundación de un Estado judío en Palestina.
Un factor que contribuyó a la difusión del movimiento sionista en estos momentos fue la ola de antisemitismo que se extendió principalmente por Europa Oriental y Central desde 1880-1881 y las actitudes sociales contra los judíos —en Alemania, Polonia, Rusia y otros países—, que plantearon de nuevo la cuestión de la vuelta a Sión. Del horror de los pogroms surgió el sionismo político que difunde y generaliza la idea de la necesidad del retomo del pueblo judío a su hogar nacional, y así M. L. Lilienblum en 1881 hace, entre otros, una nueva llamada de vuelta a la antigua patria judía.
Por su parte León Pinsker (1821-1891) había fundado en 1849 en Odessa la primera publicación judía en ruso: Rasvet, para favorecer el desarrollo de la cultura judía, y en 1882 publicó su obra Autoemancipación, el más poderoso manifiesto del sionismo, donde exponía que la única solución del problema judío era la reagrupación de los judíos, que debían autoemanciparse en un territorio nacional en el que debían construir una patria.
Con la idea de la patria iba a surgir y organizarse el sionismo político, movimiento que alcanzó extensión y amplitud, especialmente por Europa Central y Oriental. L. Pinsker entró en relación con Lilienblum y otros grupos judíos, organizando y desarrollando actividades para alcanzar sus objetivos, como es el movimiento «Amigos de Sión», organización en favor de Palestina y que actuó en el marco de las aspiraciones judías, como eran el regreso a la tierra, la fundación de colonias agrícolas en Palestina con la inmigración de colonos por la acción de la Alianza Israelita Universal y de M. Montefiore; el regreso a la nación igualmente por iniciativa de S. Mohilever y de L. Oliphant y con el apoyo de E. de Rothschild; y el regreso a la lengua, con el renacimiento del hebreo, en lo que destacó E. B. Yehouda. En 1884 se celebró en Katowice una Asamblea Sionista de la que surgieron los fundamentos de una organización de la que Pinsker fue presidente y Lilienblum secretario.
Culminando esta primera fase del movimiento sionista actuó la figura de N. Birnbaum considerado el «inventor del sionismo», por sus escritos en el periódico judío de Viena Selbst-Emancipacion de la organización «Kadima», en los que expone que el movimiento nacional judío debía llegar a ser una fuerza política y hacer reconocer los derechos del pueblo judío en Palestina. En 1890, afirmando la existencia de una nación judía y preconizando un nacionalismo judío, habla de la idea sionista, y define este concepto en una conferencia pública sobre Los principios del sionismo en enero de 1892.
El movimiento sionista se encontraba ya en trance de transformarse en un nacionalismo político.
El nacionalismo sionista
El sionismo como movimiento nacionalista y político aparece como el resultado de toda una reflexión ideológica que se ha desarrollado a lo largo del siglo XIX para definir, con los medios conceptuales de la época, el lugar de la identidad de los judíos en el mundo moderno. Surge así el definitivo nacionalismo judío y su formulación sionista, siendo este sionismo político la cristalización más acabada de tal nacionalismo.
a) En esta situación, apareció la figura y la acción del ideólogo principal del sionismo, Teodoro Herzl, auténtico organizador del movimiento sionista, conspicuo representante de la burguesía judía asimilada. Teodoro Herzl había nacido en Budapest el 2 de mayo de 1860 en el seno de una familia rica y liberal, y pasó la mayor parte de su infancia y juventud en Viena, en cuya Universidad realizó sus estudios de Derecho, para transformarse en periodista y escritor, siendo nombrado corresponsal de prensa vienesa en París, y ofreciendo la imagen de un judío asimilado y alejado de las inquietudes sionistas de su tiempo.
Aunque el antisemitismo de la época le indignaba, fue el asunto Dreyfus (1894) lo que influyó decisivamente en sus ideas, transformándolo por completo en un defensor del sionismo; el proceso de Dreyfus, su degradación y la situación consiguiente le acercaron poco a poco hacia la idea sionista, y su convicción y sus actividades desde entonces contribuyeron de manera definitiva a la organización del movimiento sionista que llevó, más adelante, a la creación del Estado de Israel.
De acuerdo con su nueva actitud y con la finalidad de dirigirse directamente al pueblo judío, a finales de 1895 publicó en Viena el libro que sería decisivo en todo este proceso: El Estado judío. Su tesis es sencilla: el antisemitismo, forma de odio racial, no puede eliminarse más que por la reorganización de los judíos en un centro autónomo, el Estado de los judíos; y su conclusión es que la nación judía debe resurgir sobre un territorio propio, en Palestina.
Pero además de su fuerza ideológica, T. Herzl fue ante todo un espíritu práctico y un hombre de acción, y abordó la vuelta a Sión según el modelo de las campañas británicas de colonización, estableciendo en su obra los instrumentos de la gran empresa mediante la creación de dos grandes organismos: la «Society of Jews» y la «Jewish Company». Lo que la primera prepare científica y políticamente, la segunda lo ejecuta en la práctica; así la Sociedad establecerá las bases políticas y culturales del Estado, y la Compañía aportará los medios financieros prácticos para su creación.
La aportación esencial de Herzl es la idea de la fundación de un Estado para el pueblo judío; su obra es la expresión más sólida y consistente del pensamiento sionista que intenta formular de nuevo la aspiración mística de un conjunto de comunidades judías de la diáspora, en términos políticos unidos a la concepción moderna del Estado y, a diferencia de los escritos sionistas precedentes, suscitó inmediatamente una amplia corriente de interés y galvanizó a las masas judías de Europa Central y Oriental.
b) La actividad de Herzl y las reacciones provocadas por su obra animaron un vasto y creciente movimiento nacionalista sionista que aglutinó las corrientes místicas con las tendencias políticas en favor de la construcción de un Estado judío en Palestina. El sionismo aparece ya como un movimiento político y nacional animado por las iniciativas y acciones de Herzl hasta su muerte, en julio de 1904.
Así, en 1897 decidió crear un medio de información y propaganda sionista a través del periódico Die Welt, que establece un lazo de unión entre los grupos judíos dispersos de la diáspora. Al mismo tiempo surgió la idea de la organización de un Congreso Mundial Sionista que se reunió en agosto de 1897 en Basilea, al que asistieron doscientos delegados de países de toda Europa, América del Norte y África del Norte. El Congreso elaboró un texto que puede ser considerado como el documento fundador del movimiento sionista, y que decía:
«El sionismo quiere obtener, para el pueblo judío, la creación de un hogar reconocido y garantizado por el derecho público en Palestina. Con este fin, el Congreso considera el empleo de los siguientes medios:
1) El estímulo hacia la colonización de Palestina por medio de los agricultores, los artesanos y los trabajadores judíos.
2) La unificación y la organización de todos los judíos en asociaciones locales y generales, en conformidad con las leyes de los diferentes países.
3) El reforzamiento de la identidad y de la conciencia nacionales judías.
4) Las gestiones para obtener de los gobiernos el acuerdo que será necesario para permitir la realización de los fines del sionismo».
En el Congreso de Basilea se creó la Organización Sionista Mundial, que agrupaba a todas las instituciones que en Palestina o en la diáspora apoyaban la creación del Estado judío y que unían al conjunto del pueblo judío para realizar el programa del Congreso, siendo el órgano supremo del movimiento sionista. Tenía su sede en Viena y estuvo presidido por T. Herzl hasta su muerte. Die Welt se transformó en el órgano oficial del sionismo.
Esta organización celebró otros Congresos en los años sucesivos: en 1898 y 1899, en Viena, el segundo y tercero; en 1900 el cuarto en Londres, y el quinto en 1901 también en Viena, que organizó la Banca Nacional Judía y el Fondo Nacional Judío, y adoptó el principio del rescate sistemático de la tierra en Palestina con la creación del «Keren Kayemeth».
Al mismo tiempo que crecía con rapidez el movimiento sionista Herzl desplegó una intensa actividad diplomática entablando negociaciones con los dirigentes de las potencias mundiales (Turquía, Alemania, Rusia, Italia y el Vaticano) con el fin de obtener el anhelado territorio que permitiera la construcción del Estado judío. Con Gran Bretaña las negociaciones fueron más lejos y llegaron a proposiciones concretas, ofreciendo a los sionistas en 1902-1903 su posible establecimiento en territorios de Sinaí, Chipre o Uganda.
En 1903 se celebró el sexto Congreso, donde se discutió el ofrecimiento hecho por el gobierno británico de un territorio en Uganda para el asentamiento judío, que tras discusiones y enfrentamientos en su seno fue rechazado por la mayoría de los sionistas, especialmente los euro-orientales, defensores decididos del «no hay sionismo sin Sión».
El movimiento sionista es una realidad viva y fuerte en 1904, aunque con ocasión del sexto Congreso se habían manifestado las diferencias existentes en el seno de la Organización, ya latentes con anterioridad, que provocaron disensiones internas y la aparición de diversas tendencias y corrientes dentro del sionismo. En el mismo año, 1904, moría T. Herzl sin que hubiera surgido ningún sucesor que pudiera beneficiarse de su prestigio. Sin embargo, dos nuevos dirigentes se van perfilando como los representantes de dos tendencias distintas: I. Zangwill considerado prooccidental, y Ch. Weizmann, exponente del judaísmo ruso.
Pero el movimiento sionista superó estas disensiones y todas las tendencias se mostraron de acuerdo en el séptimo Congreso, celebrado en Basilea en 1905, al declararse inquebrantablemente fieles al principio fundamental del programa original sobre el establecimiento en Palestina de un hogar reconocido internacionalmente para el pueblo judío.
A pesar de estas diferencias internas, el sionismo es ya en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial la expresión política de un firme nacionalismo judío que disponía de estructuras políticas, de órganos financieros y económicos, y que se dirigía con clara decisión hacia su territorio histórico. En estos años anteriores a la Gran Guerra las actividades sionistas se orientaron en una doble dirección que habrían de desembocar más tarde en la creación del Estado de Israel:
— por un lado, la colonización paulatina de las tierras de Palestina, con el progresivo asentamiento de inmigrantes judíos, en su mayoría procedentes de Europa Oriental y Central, que van a constituir el armazón social y colectivo del futuro Estado de Israel;
— y por otro, el reconocimiento internacional con la obtención del derecho al establecimiento de una «patria nacional judía» en Palestina, que le será concedida por el gobierno británico mediante la Declaración Balfour en noviembre de 1917.