IV

EL PRÓXIMO ORIENTE EN TIEMPOS
DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Durante la Segunda Guerra Mundial el nacionalismo árabe se mantuvo a la expectativa, aunque mostró en algún momento una fuerte tendencia proalemana, sobre todo por hostilidad hacia los aliados franco-británicos. Con el fin de recuperar a la opinión árabe —los británicos principalmente— tomaron medidas tendentes a favorecer algunas aspiraciones del nacionalismo, como son: la detención de la inmigración judía a Palestina —Libro blanco en mayo de 1939— lo que provocó la oposición de los sionistas; la proclamación de su simpatía por la causa de la unidad árabe —declaración de Eden en mayo de 1941—; y la ayuda a los Estados de Siria y Líbano a obtener su independencia de Francia, así como la concesión de la misma a Transjordania. Este esfuerzo desembocó en la creación de la Liga Árabe en El Cairo en marzo de 1945, fundada con el patrocinio británico.

Pero al mismo tiempo, y desde el periodo de entreguerras, los sectores del nacionalismo árabe que se consideraron traicionados por los países occidentales —que se habían impuesto en la región aliados con las oligarquías árabes— generan un proceso de rebelión y lucha en favor de una auténtica independencia y de la unidad, de talante revolucionario, contra los occidentales y la oligarquía dominante que se manifestará claramente en los años de la posguerra.

Por otro lado, la Segunda Guerra Mundial tuvo en el Próximo Oriente repercusiones menos directas y menos profundas que la Primera, aunque también trascendentales, y la principal razón, en opinión de J. P. Derriennic, fue la diferente postura política y situación general de Turquía, que entre 1939 y 1945 se mantuvo neutral y constituyó una barrera protectora para el conjunto de la región; por este hecho la amenaza germano-italiana en dirección a los países árabes se ejerció en África del Norte, en tomo a Libia. La principal consecuencia de la guerra para los árabes fue el debilitamiento decisivo que entrañó para las potencias coloniales europeas, sobre todo para Gran Bretaña y Francia.

Las independencias árabes

En estos años de la Segunda Guerra Mundial se completan las independencias árabes de los países del Próximo Oriente que inician el proceso general de la descolonización; a Egipto, Irak y Arabia Saudí, que ya la han obtenido, y la mantienen a pesar de las dificultades derivadas del conflicto, se unieron Siria y Líbano, reconocidos como independientes desde 1941, y más tarde Transjordania en 1946. Sólo quedó por el momento sin resolver la cuestión de Palestina, que ha de esperar a la inmediata posguerra.

Los países independientes durante la guerra

a) En Egipto, la declaración de guerra de Gran Bretaña a Alemania el 3 de septiembre de 1939 permitió a los británicos la aplicación de las cláusulas del tratado de 1936 y el reforzamiento efectivo de su organización militar en el país, como señala N. Tomiche. Egipto, anglófobo, en general favorable al Eje, no era seguro, y aunque el rey Faruk opuso una resistencia pasiva a las demandas británicas, rompió las relaciones diplomáticas con Alemania, aunque no llegó a la declaración de guerra en esos momentos, frenando la aplicación de las medidas necesarias para la campaña militar en África del Norte.

Según Derriennic, con la entrada en la guerra de Italia en junio de 1940 Egipto se encontró directamente amenazado, y llegó a desempeñar una posición estratégica esencial para la defensa de Gran Bretaña. En ese mismo mes, el gobierno egipcio también rompió las relaciones diplomáticas con Italia, pero rechazó declararle la guerra como deseaban los británicos, anunciando que sólo entrarían en guerra en caso de un ataque directo contra el país. Cuando en septiembre el ejército italiano atacó desde Libia el gobierno egipcio mantuvo su posición de no beligerancia.

Entre diciembre de 1940 y noviembre de 1942 se registraron duros combates entre tropas inglesas y del Eje en tomo a la frontera entre Egipto y Libia, con resultados diversos y alternativas sobre la región de Cirenaica hasta la batalla de El Alamein, cuando en la segunda mitad de 1942 los alemanes son definitivamente derrotados en la región, desapareciendo así la amenaza militar sobre Egipto.

En la situación interior de Egipto, en ese año de 1942, el partido Wafd representaba claramente la postura antinazi frente a las simpatías de la corona y de sectores del ejército egipcio que proyectaban negociar con los alemanes. Este partido, además, era el único que podía garantizar la estabilidad en el país, y los británicos, que durante el periodo de entre-guerras habían apoyado al rey contra el Wafd, cambiaron ahora de posición y presionaron al rey para que nombrara un gobierno del Wafd, lo que hizo en febrero de 1942. El nuevo gobierno wafdista disolvió la Cámara y convocó nuevas elecciones en marzo, en las que obtuvo una holgada mayoría, imponiendo la ley marcial y la censura y manteniendo una cierta tranquilidad en el país.

Pero el apoyo de los ingleses hizo perder al Wafd una parte de su prestigio entre la opinión pública del país, aunque tomó algunas medidas en un esfuerzo por conservar su popularidad. Así, concedió a los obreros industriales, con exclusión de los funcionarios y de los campesinos, el derecho de organizarse en sindicatos, hasta entonces sin estatuto legal. También otorgó un aumento de salario a los obreros y a los funcionarios. En 1944 hizo votar la primera ley sobre el «contrato individual de trabajo» en Egipto. Estas medidas le proporcionaron alguna popularidad entre las masas pero al mismo tiempo irritaron a los medios industriales y financieros y provocaron en el seno del partido una nueva escisión, naciendo el Bloque Wafdista Independiente.

En octubre de 1944, cuando las presiones inglesas en su favor cesaron al no necesitar ya de él, el rey destituyó al gobierno del Wafd. El nuevo gobierno declaró en febrero de 1945 la guerra a Alemania y Japón, lo que permitió que Egipto participase en la Conferencia de San Francisco e ingresara en Naciones Unidas.

b) La guerra mundial llevó a Irak, como señalan B. López García y C. Fernández Suzor, a una pugna entre los países del Eje y los aliados, representados ambos por Rachid Alí Al-Galiani, pronazi, y por Nuri Said, probritánico.

En 1939 el gobierno iraquí estaba presidido por Nuri Said, quien seguía una política favorable a Gran Bretaña, rompiendo las relaciones diplomáticas con Alemania desde el comienzo del conflicto en septiembre. Pero en marzo de 1940 Nuri Said fue sustituido por Rachid al frente del gobierno, y cuando Italia entró en guerra, Irak mantuvo sus relaciones con este país del Eje. Con Rachid, Irak se convirtió en el centro del nacionalismo árabe hostil a Inglaterra, dando asilo en Bagdad, entre otros, al Muftí de Jerusalén Hadj Amin Al-Husseini y al dirigente nacionalista sirio Chukri Al-Kuatli, que entraron en contacto con Alemania a través de Turquía con la intención de conseguir promesas de ayuda de los alemanes para organizar una insurrección general de los árabes contra Gran Bretaña.

En enero de 1941 el regente Abdullilah obligó a Rachid a dejar al gobierno, pero éste reaccionó en abril con un golpe de Estado militar que depuso al regente, manteniendo estrechas relaciones con los alemanes. Irak es importante para la estrategia de los ingleses por tres razones, que enumera Derriennic: como vía de paso entre India y Egipto, como vía de acceso hacia Turquía, y por los recursos petrolíferos y la proximidad de los yacimientos iraníes. En mayo se llegó a un enfrentamiento entre tropas británicas e iraquíes —estas últimas contando con la ayuda alemana enviada desde Siria, controlada por el gobierno francés de Vichy—, pero los primeros entraron en Bagdad y Rachid se refugió en Irán.

El regente fue restablecido en sus funciones y en octubre de 1941 Nuri Said volvió al cargo de primer ministro, desempeñando el papel de defensor de los intereses británicos. Incluso en enero de 1943 Irak declaró la guerra a Alemania. En octubre del mismo año se efectuaron una serie de modificaciones en la Constitución que sustancialmente no alteraron su contenido ni su aplicación.

Las nuevas independencias árabes

Durante la mayor parte de la duración de la guerra mundial, desde 1941 y hasta 1946, Siria y Líbano, que fueron reconocidos oficialmente como Estados independientes en 1941 pero cuya independencia no fue efectiva hasta 1946, fueron el escenario de un conflicto triangular, que ha sintetizado Derriennic: por un lado, los nacionalistas árabes que quieren beneficiarse de la debilidad temporal de la potencia mandataria para obtener una independencia completa; en segundo lugar los franceses, que intentan crear una situación resultante del tratado de 1936 y se apoyan sistemáticamente, como hacían con anterioridad, sobre los particularismos de las minorías; y por último los ingleses, que consideran que la preservación de sus intereses en el Próximo Oriente pasa por un apoyo al nacionalismo árabe, y obstaculizan los intentos de los franceses de oponerse a su acción. En el juego de estas tres fuerzas Siria y Líbano alcanzaron su independencia.

a) En Siria, la ayuda prestada por las autoridades francesas dependientes de Vichy a los alemanes en su intervención en Irak provocó una reacción de los ingleses, que en mayo de 1942 bombardearon los aeródromos sirios, y en junio, con el fin de las operaciones en Irak, invadieron Siria y Líbano, a lo que se opusieron los franceses que fueron pronto dominados.

Con las fuerzas de ocupación inglesas entraron en el país las tropas aliadas de la Francia Libre que pusieron al país bajo su control político, aunque limitado por la presencia británica. Gran Bretaña pronto se manifestó en favor de la concesión de la independencia a Siria, y ejerció una fuerte presión en este sentido sobre los franceses. En septiembre de 1941 el general Catroux, representante de la Francia Libre, reconoció la independencia de Siria, aunque ésta no fue efectiva hasta el final del conflicto mundial, en 1946.

En julio de 1943 se celebraron elecciones que dieron el gobierno al Bloque Nacional, siendo Al-Kuatli presidente de la República. El nuevo gobierno pidió a Francia la transferencia de poderes y el Alto Comisario reaccionó duramente deteniendo al presidente y a varios ministros. La respuesta popular y las medidas represivas del Alto Comisario crearon una situación conflictiva, en la que los británicos amenazaron con intervenir. Se anularon entonces las medidas arbitrarias y en diciembre de 1943 se declaró el fin del Mandato, aunque la transferencia de poderes entró en un proceso lento, y los franceses conservaron el control de las fuerzas armadas.

Una nueva crisis estalló en 1945 cuando el gobierno sirio reivindicó su derecho a crear sus propias fuerzas armadas, a lo que se opusieron los franceses, registrándose enfrentamientos en mayo, con una nueva intervención inglesa. En julio Francia aceptó la creación de un ejército nacional sirio, a lo que siguió la evacuación de las fuerzas francesas y de las inglesas, lo que se completó en abril de 1946, alcanzando entonces Siria su plena independencia.

b) En Líbano, como ya se ha indicado, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, en el mismo septiembre de 1939, el Alto Comisario suspendió la Constitución, disolvió la Cámara de Diputados y nombró un Consejo de Dirección, quedando el país bajo el control del gobierno de Vichy.

Entre junio y julio de 1941, los ejércitos británicos y de la Francia Libre invadieron Líbano, al igual que Siria, librándose violentos combates que finalizaron por el armisticio de Saint-Jean-d’Acre con la victoria de los aliados, como indica J. P. Alem. El general Catroux, delegado de la Francia Libre, proclamó en noviembre de 1941 la independencia de Líbano y el final del Mandato, lo que no será efectivo hasta 1946, reservándose Francia la responsabilidad de las fuerzas armadas.

Las elecciones celebradas en 1943 dieron la victoria a los nacionalistas, siendo elegido presidente el maronita Béchara el Khury que nombró un gobierno respetando la proporción entre las comunidades. El gobierno y la Cámara libaneses, queriendo hacer realidad la declaración de independencia, acordó varias reformas de la Constitución, a lo que Francia reaccionó en noviembre de 1943 con la detención del presidente y de varios ministros y diputados, nombrando un presidente y un gobierno títeres. Ante lo que se consideró un atropello francés los libaneses organizaron en la Montaña un «gobierno de la resistencia», integrado por cristianos y musulmanes, que acordó un Pacto Nacional, compromiso histórico entre ambas comunidades, que confirmó la voluntad de independencia y el carácter multiconfesional del Estado.

Como escriben B. López García y C. Fernández Suzor «por este acuerdo —que no es sino la síntesis de décadas de pequeños acuerdos convertidos en costumbre entre las confesiones mayoritarias— las dos partes, cristiana y musulmana, se obligaron a renunciar a sus viejos proyectos: la primera, a la tentación de una protección permanente, francesa u occidental; la segunda, a realizar la unidad con Siria. Los musulmanes asumirán un nacionalismo libanés con fronteras y los cristianos aceptarán el carácter árabe del país».

Ante las agitaciones populares y las presiones inglesas, los franceses cedieron y en el mismo noviembre liberaron a los políticos detenidos y los restituyeron en sus cargos, reanudándose la transferencia de poderes, que fue completada en 1945, y los últimos ejércitos franceses evacuaron el país a finales de 1946, lográndose igualmente la plena independencia.

c) El último país árabe del Próximo Oriente en obtener la independencia en estos años fue Transjordania. La Segunda Guerra Mundial dio la oportunidad al emir Abdullah de manifestar a su protector británico su buena voluntad —como señala P. Rondot— al declarar la guerra a Alemania, siendo el único país árabe en hacerlo. Transjordania se transformó también en la base central estratégica de Gran Bretaña en la región, y su ejército de la Legión Árabe intervino en varias acciones bélicas a lo largo de estos años: así en 1941 actuaron con los británicos en Irak y Siria.

El éxito de estas intervenciones y los ánimos dados por las declaraciones favorables a una Unión Árabe hechas por A. Eden en mayo de 1941 llevaron a Abdullah a pretender reconstruir, bajo su soberanía, el viejo proyecto de la Gran Siria integrada por Siria, Líbano, Palestina y Transjordania. Pero la oposición de todos sus vecinos —de Líbano, de los nacionalistas sirios, y de los nacionalistas iraquíes, que también propugnaban la unión del Creciente Fértil— junto con la hostilidad de Francia y del movimiento sionista, hicieron que este plan fuera inviable. El Emir optó así por adherirse al proyecto egipcio de la Liga Árabe, en marzo de 1945.

Apoyándose en las promesas hechas en 1944 el Emir pidió a Gran Bretaña, en junio de 1945, la concesión de la plena independencia, a lo que accedió el gobierno británico. En marzo de 1946 se firmó un tratado de alianza entre los dos países por el que Transjordania obtenía la independencia como «Estado plenamente independiente» bajo la soberanía del Emir, poniéndose fin al Mandato; independencia que fue proclamada en mayo siguiente por el Parlamento así como su transformación en el Reino hachemita de Jordania, siendo coronado Abdullah como rey en Ammán. En diciembre se promulgó la Constitución del Reino hachemita de Transjordania como «Estado independiente y soberano», y tomando el Emir el título de Rey.

De hecho, la independencia de Transjordania será parcial hasta marzo de 1948, cuando se concluyó un nuevo tratado con Gran Bretaña más satisfactorio para el nuevo Reino árabe, con validez para veinte años y que contenía una alianza política y militar, conservando Gran Bretaña algunos derechos militares en el país. En definitiva, el Emir Abdullah había acertado a transformar un Emirato artificial en un Reino estable con instituciones sólidas.

El problema palestino

Durante los años de la Segunda Guerra Mundial el problema de Palestina siguió latente y sin encontrar una solución que satisficiera plenamente a las tres fuerzas en acción y en conflicto entre sí; por un lado, se encuentran los ingleses que parecen adoptar una política más favorable a los árabes mientras mantienen en vigor la política definida por el Libro blanco de 1939, y pretenden controlar y reducir la inmigración judía; por otro, los judíos sionistas rechazan la política británica pero cooperan con su esfuerzo de guerra con participación de voluntarios en los ejércitos aliados, y, por último, los árabes palestinos desconfían tanto de los sionistas como de los ingleses, y se dividen entre los moderados que colaboran con las autoridades mandatarias y los radicales, como el Muftí de Jerusalén, que huyen de Palestina y buscan la alianza alemana para organizar una revuelta árabe contra Gran Bretaña. Pero en general los árabes palestinos fueron durante el conflicto mundial políticamente pasivos.

El conflicto directo entre los judíos y los árabes parecía apaciguado durante la guerra, a pesar de la limitación de la inmigración judía hacia Palestina impuesta por el gobierno británico en el momento en que la persecución hitleriana se abatía en Europa sobre los judíos, como indica A. Chouraqui. En 1942 Hitler había decidido el exterminio sistemático de los judíos en Europa. Las exigencias de la situación llevaron a la Agencia Judía a dejar de lado las divergencias políticas que la oponían a Gran Bretaña; y por otro lado, las incidencias económicas y políticas de la guerra facilitaron en algunos sectores una cooperación entre árabes y judíos. Pero bajo la aparente tranquilidad, el problema subsistía.

Aunque los judíos tenían tantas razones como los nacionalistas árabes para ser hostiles a la política de Gran Bretaña, aquéllos no llegaron a enfrentarse totalmente con los británicos, según indica Derriennic. Su actitud será la de continuar oponiéndose al Libro blanco, pero participando al mismo tiempo en el esfuerzo de guerra inglés. Según la evolución de la situación estratégica global, fue uno u otro de estos objetivos el que aparecía como prioritario. Al comienzo del conflicto, fue la oposición al Libro blanco lo que predominó, que tomó dos formas: una fue la organización de la inmigración clandestina, y otra las manifestaciones contra el reglamento de la compra de tierras puesto en vigor en 1940.

Pero la cuestión de la inmigración clandestina se prolongó a lo largo de todos los años de la guerra, e incluso en la inmediata posguerra. Como recoge Alem, el cierre de las fronteras palestinas a los emigrantes judíos perseguidos en Europa hizo que los buques cargados de pasajeros intentasen recalar en algún puerto donde fueran admitidos: así, en septiembre de 1939 un buque fue atacado por la policía costera ante Tel Aviv; en febrero de 1942 el Struma fue rechazado en varios puertos, llegando a Estambul y muriendo la mayoría de sus pasajeros; y en el verano de 1947 el Exodus vivió la misma experiencia. La Conferencia Sionista condenó, en mayo de 1942, la política británica y reclamó el derecho a la inmigración judía ilimitada, así como el establecimiento en Palestina de un Estado judío, lo que también se pidió en la Conferencia Sionista Mundial convocada en Londres en agosto de 1945.

Por otro lado, Palestina se transformó en 1941 en una base de las operaciones inglesas contra Irak y Siria; también en 1941 y 1942 la amenaza de las fuerzas del Eje sobre Egipto implicaba directamente a Palestina en la guerra. Los ingleses recurrieron entonces a la ayuda de las organizaciones judías; la Haganah o ejército de protección, y el Palmach o tropas de choque. El ejército inglés recurrió igualmente al reclutamiento de voluntarios, tanto árabes como judíos, siendo estos últimos mucho más numerosos en el seno del ejército inglés. Asimismo, la industria y la agricultura de Palestina jugaron un papel importante en el aprovisionamiento del ejército que defendía Egipto.

Fue durante la guerra, como indica Derriennic, cuando el movimiento sionista se planteó la conveniencia de constituir un Estado judío, cuya idea había sido aceptada por los dirigentes sionistas, siendo acelerada esta evolución ideológica por el genocidio de los judíos en Europa, lo que dio un carácter de urgencia a la necesidad de constituir el Estado judío. En una conferencia celebrada en el Hotel Biltmore de Nueva York en mayo de 1942 se elaboró un programa que contenía la creación de un Estado judío en Palestina, programa que fue adoptado por la Organización Sionista Mundial en noviembre.

A comienzos de 1944, el grupo extremista Irgún dejó de aceptar la política de cooperación con los ingleses y emprendió una campaña de acción violenta contra ellos para obligarlos a abandonar Palestina, encontrándose las autoridades británicas hacia el final del conflicto en una situación ambigua y conflictiva. La Haganah, que continuaba organizando la inmigración clandestina, y después de haber colaborado con los ingleses, evolucionó hasta convertirse en el instrumento principal de la lucha entre la Organización Sionista y la potencia mandataria. La resistencia judía, animada por la Haganah, se comprometió desde 1943, con la ayuda del Palmach, en una guerra de hostigamiento contra la administración inglesa, radicalizándose esta lucha por parte de los grupos extremistas e intransigentes de la resistencia, en los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial.

La Liga Árabe

El nacionalismo árabe había mantenido a lo largo de estos años una permanente aspiración a la unidad árabe, como resultado del constante ideal de unificación del pueblo árabe, y de la idea de que únicamente la unión de todos los países árabes ya independientes y de lengua árabe podía hacer posible y efectiva una resistencia real a la injerencia extranjera occidental en la política de los Estados árabes del Próximo Oriente. Por la acción conjunta de diferentes razones, los nacionalistas árabes aceptaron decididamente la idea de crear una organización panárabe.

En este contexto, la Liga de Estados árabes fue constituida en El Cairo en marzo de 1945 y, si por un lado venía a hacer realidad la vieja aspiración de unidad del nacionalismo árabe, por otro, debido a sus propias características y a la influencia británica en su creación, no llegó a satisfacer plenamente las aspiraciones de los pueblos árabes, que quedaron en parte defraudados.

La constitución de la Liga Árabe fue el resultado de la confluencia, en esos precisos momentos, de dos tendencias o factores que actuaban desde tiempo antes: por un lado, la idea del nacionalismo y unidad árabes, estudiado por algunos autores como el ideal del arabismo o panarabismo, de lejana raíz histórica; y por otro, la acción aliada en el seno del mundo árabe, y más en concreto, la protección británica durante el segundo conflicto mundial. Es en este doble marco histórico en el que se configura la constitución de la Liga Árabe.

Su elaboración fue lenta, como señala J. P. Alem, desde que el armisticio de Saint-Jean d’Acre del 14 de julio de 1941 consagrara la supremacía militar británica en el Próximo Oriente, esforzándose desde entonces los ingleses y los hachemitas por realizar sus planes de la unidad árabe. En breve plazo fueron elaborados y presentados dos proyectos con esta finalidad.

Fue Nuri Pachá Said, primer ministro de Irak y heredero de la tradición política hachemita para la que la alianza con Gran Bretaña era la condición necesaria con vistas a la unidad árabe, quien se encargó de elaborar un primer proyecto, presentado en diciembre de 1942 y que comprendía cinco puntos:

1o) Formación de una Gran Siria, que agruparía a Siria, Líbano, Transjordania y Palestina por medio de una unión o federación;

2o) Creación de una Liga Árabe por la alianza entre la Gran Siria e Irak;

3o) La Unión tendría un Consejo Permanente encargado de coordinar las cuestiones relativas a administración y gobierno en los asuntos de Defensa, Asuntos Exteriores, Economía y Finanzas y la protección de las minorías;

4o) Una semiautonomía se concedería a los judíos de Palestina; y

5o) Los maronitas de Líbano tendrían un régimen privilegiado.

Este plan fijaba que el conjunto debía ser situado bajo la dominación de la familia hachemita; fue sometido al ministro británico residente en el Próximo Oriente y acogido con simpatía. Pero el proyecto, que no estaba mal concebido y que beneficiaba a los hachemitas, no contó con la aprobación de los pueblos del Próximo Oriente árabe, sino que, por el contrario, estaba lejos de conseguir la unanimidad de los afectados y suscitó fuerzas opuestas a su realización, teniendo en contra a: los judíos, la gran mayoría de los libaneses, una fracción importante de los sirios que tenían conciencia de su personalidad nacional, Egipto —que aspiraba a la unidad, pero también a dominar el mundo árabe— y el rey Ibn Saud de Arabia, que desconfiaba de la constitución en su frontera norte de un gran conjunto dominado por sus enemigos, los hachemitas. Poco después el emir Abdullah de Transjordania lanzó el plan de una Gran Siria unida bajo su soberanía, que tampoco fue bien acogido. Los proyectos hachemitas de unidad árabe fracasaron ante los obstáculos que se les opusieron.

Ante esta situación, el primer ministro egipcio Mustafá Nabas tomó la iniciativa presentando un segundo proyecto menos integracionista, y desplegando una ofensiva diplomática en su favor, obtuvo la aprobación de los ingleses; desarrolló en este sentido una intensa actividad política estableciendo contactos con todos los gobiernos árabes, y en septiembre de 1944 se reunió una Conferencia preparatoria en Alejandría de los jefes de gobierno árabes para tratar sobre la proyectada unidad, que terminó con la firma de un protocolo aceptando el principio de la creación de la Liga Árabe; los países más reticentes fueron presionados para asistir y firmar el protocolo final.

En una segunda Conferencia reunida en El Cairo fue fundada el 22 de marzo de 1945 la Liga de Estados Árabes, siendo sus Estados miembros fundadores: Egipto, Irak, Siria, Líbano, Transjordania, Arabia Saudí y Yemen[1]. Los objetivos de esta Liga, cuya sede permanente se fijó en El Cairo, son los de fortalecer las relaciones entre los Estados miembros, coordinar sus políticas para realizar la cooperación entre ellos y salvaguardar su independencia y soberanía, y en general cuanto afecta a los asuntos e intereses de los países árabes. También se propone estrechar la cooperación de los Estados miembros en las siguientes materias: asuntos económicos y financieros, comunicaciones, asuntos culturales, cuestiones de nacionalidad, asuntos de bienestar social y problemas de salud e higiene.

Además, cada Estado miembro respetará la forma de gobierno establecida en los otros, y se prohíbe el empleo de la fuerza para solucionar disputas entre dos o más miembros de la Liga. Esta posee un Consejo compuesto por los representantes de los Estados miembros y un Secretariado general, así como varios Comités encargados de las respectivas materias.

De esta forma los árabes del Próximo Oriente habían creado una organización que materializaba su solidaridad, pero ésta no era la unión federal que debía asegurar la preponderancia hachemita; era un tratado que, manteniendo la división política del Próximo Oriente, iba a permitir a Egipto jugar el primer papel entre las naciones árabes. En su lucha por la primacía árabe, El Cairo había obtenido una primera victoria sobre Bagdad; y era inevitable que en el seno de la Liga se continuara la rivalidad surgida con su nacimiento.

En efecto, la Liga Árabe —escribe M. Rodinson— no satisface plenamente las aspiraciones ideológicas de los pueblos árabes. Desarrolla una actividad útil en el campo cultural, económico y administrativo, pero no consigue formular una política común. Aunque las orientaciones políticas son idénticas la coordinación se lleva a cabo más en el plano de la propaganda que en el de la acción concreta. En el seno de la Liga se enfrentan corrientes opuestas sobre los problemas más cruciales, llegando hasta la hostilidad declarada. Finalmente, y sobre todo, la influencia británica —que la condiciona desde el momento mismo de su fundación y que durante cierto tiempo continuó predominando— hizo dudar de su independencia.

Muy pronto, tras su fundación, la Liga Árabe va a ser sometida a una dura prueba; con la partición de Palestina, el nacimiento del Estado de Israel y la guerra consiguiente árabe-israelí.