III

EL PERÍODO
DE ENTREGUERRAS

Los años de entreguerras, entre 1920 y 1939, constituyen una época en la que se registra un cierto letargo del nacionalismo político árabe. Por un lado, los países son administrados como Mandatos por Gran Bretaña y Francia, que van aplicando sistemas y medidas adecuadas a cada caso, de un determinado carácter colonialista, al tiempo que intentan ir contemporizando con el latente nacionalismo árabe que aspira a ir evolucionando hacia la independencia. Por otro lado, en cuanto a las sociedades árabes en sí mismas, a la cabeza de cada Estado y de los propios movimientos nacionalistas se han situado grupos y dirigentes de talante tradicional y conservador que no se enfrentan decididamente con los franco-británicos, y que incluso colaboran con ellos y se benefician de esta situación neocolonial.

Todo esto explica que a lo largo de esta fase no se produzcan conflictos serios entre los árabes y los europeos, y que, en líneas generales, se registre una evolución pacífica, con la excepción de la acción de algunos grupos minoritarios más radicales. La situación más conflictiva se dio en Palestina, donde se vivía una coyuntura peculiar, derivada de las aspiraciones enfrentadas entre los judíos y los árabes, que Inglaterra como potencia mandataria intentó pacificar y controlar en un difícil papel de potencia mediadora.

Este periodo de entreguerras, como escribe M. Cherif, registra, en definitiva, el desarrollo de la conciencia nacional bajo la influencia de múltiples factores de los que algunos constituyen, sin embargo, un freno a ese desarrollo. Las masas populares participan en este movimiento nacional bajo la dirección de una «intelligentsia» salida de la pequeña burguesía o de las mismas clases populares, y las formas de acción evolucionan en el seno de las organizaciones. El estallido de la Segunda Guerra Mundial, con sus consecuencias para la región, supusieron un cambio en el estatus de la misma.

Los Mandatos árabes

Desde el término y liquidación de la Primera Guerra Mundial, en 1920, Francia y Gran Bretaña comienzan a organizar os Mandatos, de acuerdo con las decisiones tomadas y según lo previsto en los tratados, sobre los que van estableciendo su administración. Durante todo el periodo de entreguerras Francia se ocupó de Siria y de Líbano, mientras que Gran Bretaña lo hacía de Transjordania, al tiempo que otorgó una independencia formal a Irak y tuvo que hacer frente al problema de Palestina, agitada por las rivalidades entre árabes y judíos.

Los Mandatos franceses: Siria y Líbano

a) Según indica J. P. Derriennic, las condiciones en las que Francia ocupó por la fuerza Siria y depuso a Feysal en julio de 1920 constituyeron un desafortunado punto de partida para un Mandato cuya justificación teórica era ayudar al país a alcanzar la independencia. La hostilidad era completa entre los nacionalistas árabes y la administración francesa que es dominada por los militares y que aplica la ley marcial hasta 1925. De todos los territorios sirios sólo Líbano conoció desde 1920 un destino político diferenciado, siendo separado del resto de Siria. Fue ésta la solución que los franceses y el general Gouraud, Alto Comisario, dieron al problema planteado, y que señala J. P. Alem, sobre si la región bajo Mandato sería organizada como un solo Estado o dividido en dos: Siria y Líbano. Así, Líbano quedó desgajado de Siria en agosto de 1920.

Como señalan B. López García y C. Fernández Suzor, los nacionalistas sirios elaboraron una primera Constitución del Estado en marzo de 1920, como «ley orgánica», cuando se anticiparon a proclamar su independencia y reconocieron a Feysal como monarca constitucional. Esta ley pretendía establecer el principio de la soberanía nacional y un régimen parlamentario y federal que integrase a las distintas regiones sirias. Pero en julio del mismo año, Francia impuso su Mandato, expulsó a Feysal e impidió el nacimiento de la Constitución.

La Siria del Mandato fue una entidad política nueva, siendo sus fronteras trazadas artificialmente por los franceses al comienzo de su administración, y llevando a cabo «una política de partición del territorio con la justificación de defender a algunas minorías que lo poblaban. La concesión de autonomías a determinados territorios va a procurar ciertos apoyos a la potencia mandataria, al tiempo que divide a la oposición». Durante el periodo en que el general Gouraud fue Alto Comisario se procedió a la división del país en cinco Estados diferentes y dos territorios autónomos, que en junio de 1922 fueron reagrupados en una Federación de Estados. Esta Federación tuvo una corta duración y el general Weygand, Alto Comisario desde 1923, creó un Estado unitario con capital en Damasco.

Entre 1925 y 1927 Siria vivió en un estado de guerra como consecuencia de un levantamiento nacionalista seguido de la represión francesa. Dominada la situación, se organizaron elecciones que tuvieron lugar en 1928, en las que obtuvieron la mayoría los nacionalistas árabe-sirios agrupados en el Bloque Nacional, que dominaron la Asamblea nacional.

También en 1928 se elaboró una Constitución nacionalista, inspirada en el texto de la Constitución iraquí de 1925, que establecía una República parlamentaria con dualidad de órganos del ejecutivo. El Alto Comisariado francés vetó varios de sus artículos al estimar que ponía en cuestión el papel de Francia como potencia mandataria. La República Francesa otorgó en mayo de 1930 una Constitución para el Estado sirio, idéntica a la redactada por los nacionalistas en 1928, con alguna modificación y una disposición transitoria. Esta Constitución estuvo vigente hasta el final del Mandato. En 1932 se celebraron nuevas elecciones, con un resultado análogo, en líneas generales, a las de 1928.

En 1936 se reactivó con intensidad la agitación nacionalista, siempre latente, y en esta ocasión Francia actuó de manera más conciliadora. El nuevo gobierno francés, del Frente Popular, decidió negociar con los nacionalistas sirios, y en septiembre de 1936 se firmó un tratado por el que se preveía el fin del Mandato después de un plazo de tres años y una alianza de una duración de 25 años entre Francia y Siria.

Nuevas elecciones celebradas en diciembre de 1936 dieron el gobierno del país al Bloque Nacional. La Asamblea siria ratificó el tratado, pero éste, que había sido mal aceptado en Francia, no llegó a ser ratificado por la Asamblea francesa, con lo que el acuerdo no llegó nunca a ser aplicado. La crisis que este hecho produjo en Siria provocó la suspensión de la Constitución y la disolución de la Cámara en julio de 1939. La situación en Siria se mantenía en las mismas condiciones cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, cuyo desarrollo tuvo importantes consecuencias tanto para Siria como para el resto de los países árabes del Próximo Oriente.

En estos años ya están configurados los que serán los más importantes partidos políticos sirios, cuyos caracteres expone J. P. Derriennic: en primer lugar, el Bloque Nacional es una coalición poco estructurada de notables que no tiene ninguna ideología precisa, aparte de la lucha contra los franceses, y cuya presencia simboliza y agrava la división de la Siria histórica; sus principales temas animadores son la lucha contra la desmembración emprendida en 1920, el rechazo de la existencia del Líbano y la protesta contra las concesiones a Turquía; sus adversarios están reagrupados en una coalición todavía menos coherente de moderados que cooperan con las autoridades coloniales francesas.

Otros dos partidos políticos que aparecieron en esta época y extendieron su acción tanto por Siria como por Líbano tenían características ideológicas mejor definidas. Uno es el Partido Popular sirio, fundado en 1933, cuyo programa se oponía al nacionalismo árabe dividido y tenía como objetivo la creación de la Gran Siria, y que muy sensible a la influencia de los fascismos europeos fue prohibido en 1937. El otro es el Partido Comunista sirio, fundado en 1930, y que será en la posguerra el más importante de los partidos comunistas del Próximo Oriente.

b) El 1 de septiembre de 1920 las autoridades francesas proclamaron la existencia de un Estado de Líbano, con capital en Beirut, separado del resto de Siria. Esta decisión fue reconocida por la Sociedad de Naciones que en 1922 concedió oficialmente a Francia el Mandato sobre Siria y Líbano, precisando que los dos países constituirían una unión económica.

En relación con este asunto, J. P. Alem sintetiza el triple problema que se planteaba al gobierno francés y al Alto Comisario, general Gouraud, en tomo a 1920. En primer lugar, la cuestión, ya citada, de si la región bajo Mandato sería organizada en un solo Estado o dividida en dos: Siria y Líbano. En segundo lugar, en el caso de un Líbano separado, la delimitación de sus fronteras. Y por último, cuál sería la estructura política del nuevo país libanés.

La respuesta a la primera cuestión ya ha sido tratada: el establecimiento de un Líbano independiente en septiembre de 1920. Respecto a la segunda cuestión se optó por conformar lo que se ha llamado el Gran Líbano. Y en cuanto a la tercera, Francia hizo del Líbano un Estado comunitario, que se reflejó posteriormente en la Constitución del país de 1926 y en la Ley electoral, que consagran la representación proporcional de las diferentes comunidades en el Parlamento libanés.

Desde la institución del Mandato hasta 1941 Líbano conoció un periodo de prosperidad económica, y el balance de la administración francesa resultó positivo, sólo alterado por breves momentos de crisis en un ambiente general de buenas y pacíficas relaciones entre franceses y libaneses. El decreto de septiembre de 1920 que dio vida al nuevo Estado estableció unas instituciones administrativas, entre las que está una Comisión, de carácter consultivo, que fue sustituida en enero de 1922 por un Consejo Representativo, también consultivo. Las primeras elecciones se celebraron en mayo de 1922, respetándose el reparto por comunidades.

El nuevo Consejo elegido en el verano de 1925 tuvo como tarea principal redactar la Constitución del país, cuyo texto fue discutido y aprobado en mayo de 1926. Por esta Constitución Líbano fue proclamado República, y definido como «Estado unitario e independiente». La Constitución no fue proclamada hasta 1930, tras la aplicación de algunas modificaciones. La elección de nuevo presidente de la República, y las diferencias entre los distintos candidatos de los cristianos y de los musulmanes provocaron una crisis política que llevó al Alto Comisario a suspender la Constitución en mayo de 1932.

Los años que siguieron hasta la firma del tratado con Francia en noviembre de 1936, como señalan B. López García y C. Fernández Suzor, «van a caracterizarse por la oposición política y social a la potencia mandataria y por la lucha por el establecimiento de la legalización constitucional». El nuevo Alto Comisario, ante las protestas, decidió tomar algunas medidas en orden al establecimiento de un régimen representativo. Nuevas tensiones sociales a lo largo de 1935 van a forzar nuevos intentos de apertura, manteniéndose las diferencias entre cristianos y musulmanes.

Análogamente a lo ocurrido en Siria se iniciaron negociaciones entre Francia y los representantes libaneses, que desembocaron en la firma de un tratado de amistad y alianza en noviembre de 1936, con una duración prevista de 25 años, que tampoco fue ratificado, al igual que el tratado franco-sirio, por la Asamblea francesa. A fines de 1937 se celebraron nuevas elecciones para la Cámara de Diputados libanesa. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial tuvo inmediatas repercusiones sobre Líbano cuando, en septiembre de 1939 el Alto Comisario suspendió la Constitución, disolvió la Cámara de Diputados y nombró un Consejo Supremo, situación que se iba a prolongar hasta 1941.

La vida política libanesa se caracteriza por un clientelismo muy radical, identificándose totalmente los dirigentes políticos con sus comunidades religiosas por lazos de tipo feudal y local, y hasta 1934 no se puede hablar de la existencia en Líbano de verdaderos partidos políticos. Las únicas organizaciones políticas que tenían el carácter de auténticos partidos nacionales eran el Partido Popular y el Partido Comunista, los dos sirio-libaneses. A éstos hay que añadir el partido de las Falanges Libanesas, fundado en noviembre de 1936 por Pierre Gemayel, e influido por los fascismos europeos, que representa a un nacionalista libanés entre los maronitas.

El Mandato británico de Transjordania

Gran Bretaña, como ya se ha indicado, se hizo cargo de la tutela de tres Mandatos; de ellos el único que administró normalmente durante todo el periodo de entreguerras fue el de Transjordania, ya que en Palestina pronto tuvo que hacer frente al conflicto entre árabes y judíos, la «cuestión palestina», y en cuanto a Irak, se le concedió rápidamente la independencia política.

La creación del Estado de Transjordania en el territorio situado al sur de Siria y al este del Jordán fue resultado de una decisión británica tomada con el múltiple objetivo, como señala P. Rondot, de constituir un Estado de transición que les permitiese mantener un equilibrio estratégico entre Irak, Palestina, la nueva Arabia Saudí en formación y la Siria francesa

En las negociaciones internacionales de 1919 y 1920 este territorio fue considerado como parte de Palestina y en consecuencia destinado a ser colocado bajo Mandato británico. A comienzos de 1921 el rey de Irak, Abdullah, segundo hijo de Hussein, intentaba dirigir una ofensiva contra los franceses que habían expulsado de Siria a su hermano Feysal, entrando en Ammán, donde fue muy bien recibido. En marzo de ese año, W. Churchill, secretario de Colonias, tras haberse celebrado una Conferencia en El Cairo que estudió las diferentes posibilidades para resolver la situación, se reunió con Abdullah y le propuso su nombramiento como Emir de una Transjordania separada de Palestina y autónoma, bajo la protección británica, a cambio de renunciar a sus derechos sobre Irak cuyo trono debía ceder a su hermano Feysal, desposeído de Siria. Abdullah aceptó la propuesta y así nació el Emirato autónomo de Transjordania, poco poblado, casi desértico y de límites aún imprecisos, bajo Mandato británico, resultado por tanto de un encadenamiento de circunstancias excepcionales, que se transformó con la ayuda inglesa, a lo largo de este periodo, en un reino relativamente próspero.

La creación de Transjordania fue reconocida por la Sociedad de Naciones en 1922, así como el Mandato británico, y en mayo de 1923 el Alto Comisario inglés en Palestina reconoció la independencia administrativa de Transjordania. Una primera tarea fue la organización de un ejército para mantener el orden entre los beduinos, lo que hicieron en su totalidad los ingleses al poner en pie la llamada «Legión árabe» en 1923, mandada por oficiales británicos.

Nada más ser creado, el Emirato ha de hacer frente a las presiones del rey del Nejd Ibn Saud que había emprendido una campaña para apoderarse de toda Arabia, derrotando en 1925 al rey Hussein y ocupando el reino del Hedjaz. Hussein abdicó y dejó a su hijo Alí los restos de su reino, la región de Akaba, y en junio de 1925 Alí cedió a Abdullah esta región que quedó integrada en Transjordania. Las fronteras del Emirato quedaron así fijadas entre 1921 y 1932.

En febrero de 1928 se firmó un tratado entre Londres y Ammán que regularizaba las relaciones económicas y militares entre los dos países. El paso siguiente fue la promulgación en abril de 1928 de la Constitución del país denominada «Ley Orgánica», que afirmaba la independencia del país como un Estado hereditario. Desde entonces, tanto el Emir como los nacionalistas, que reunieron en Ammán un Congreso nacionalista en julio de 1928 que redactó un Pacto Nacional, actuaron en favor de irse liberando paulatinamente de la protección británica. El Consejo Legislativo fue elegido por primera vez en febrero de 1929.

En junio de 1934 un nuevo acuerdo con los británicos corrigió algunos aspectos del tratado de 1928, al que siguieron otras reformas administrativas que fueron liberando al país progresivamente de la dependencia británica. La Segunda Guerra Mundial servirá a Transjordania para progresar en esta evolución hacia su independencia.

La cuestión palestina

El lugar de confluencia y choque entre el sionismo y el nacionalismo árabe, bajo la cobertura de las negociaciones y acuerdos internacionales, en especial con participación de Gran Bretaña, y en el marco de la Sociedad de Naciones, es Palestina. Surge así la llamada «cuestión palestina», el enfrentamiento entre árabes y judíos que se registra en este país y que aún hoy continúa vigente. Esta cuestión puede ser considerada en sus diversos momentos: la situación de Palestina, los acuerdos contradictorios y la organización del Mandato británico.

La situación de Palestina a comienzos del siglo XX

Desde comienzos del siglo XX se manifiesta ya una hostilidad creciente de los árabes de Palestina hacia los judíos que se estaban estableciendo en el país, que tenía dos causas principalmente: por un lado, la exclusión de los árabes en los trabajos y actividades organizadas por los judíos; y por otro, el progresivo aumento de la población judía, especialmente desde 1912, hacia la que los árabes, desconocedores de los planes sionistas, mostraban desconfianza y sentían como una amenaza por sus acciones y adquisiciones.

Sobre la situación de Palestina hacia el final de la Gran Guerra, de acuerdo con los datos que da J. P. Alem, hacia 1917 el país tenía aproximadamente 640 000 habitantes, de los que 515 000 eran musulmanes, 60 000 cristianos, 60 000 judíos y 5000 de otras religiones, o lo que es lo mismo, había una mayoría de árabes sobre una minoría judía. Los árabes eran los descendientes de los antiguos ocupantes de Palestina, revitalizados con la expansión de los primeros Califas en el siglo VII.

La comunidad judía estaba formada por pobladores instalados en el siglo XVI e inmigrantes del XIX, en especial euro-orientales. Los judíos se dedicaban a la colonización del territorio, apareciendo un tipo de organización que jugó un papel clave en la posterior formación y desarrollo del Estado de Israel: el «kibutz», granja agrícola colectiva, surgida entre 1910 y 1914.

En esta coyuntura la Gran Guerra operó un cambio decisivo en la situación de Palestina: tras varias tentativas entre noviembre y diciembre de 1917 los aliados ocuparon el país y tomaron Jerusalén, conquistando con la ayuda árabe la totalidad del territorio, en el que habrían de permanecer hasta que al final del conflicto se decidiera sobre su nueva administración.

Los acuerdos contradictorios

El destino futuro de Palestina se jugó durante la guerra y a su término. En las discusiones entre los aliados respecto al porvenir de los territorios árabes ocupados a Turquía, Palestina constituía un asunto particularmente delicado a causa de su importancia estratégica y religiosa.

En las negociaciones y acuerdos emprendidos por los aliados a lo largo del conflicto, en especial por Gran Bretaña, se trató y decidió la suerte que habría de correr Palestina; pero las promesas contenidas en estos acuerdos habían llegado a ser contradictorias. La diferencia de opiniones y criterios acerca de lo acordado con respecto a la condición futura de Palestina contribuyó a crear el problema palestino.

Tales acuerdos e interpretaciones contradictorias se encuentran:

— en la correspondencia Hussein-McMahon de julio de 1915 a enero de 1916, ya de por sí poco clara, por la que parece deducirse que se ha prometido «la liberación de los pueblos árabes», incluida Palestina;

— en los acuerdos Sykes-Picot de mayo de 1916, por los que se sitúa a Palestina bajo control de una administración internacional, fijándose en la Conferencia de San Remo de 1920 que quedaría bajo Mandato británico este territorio que fue sustraído a Turquía por el tratado de Sèvres de 1920, y todo ello aprobado por la Sociedad de Naciones de 1922;

— en la Declaración Balfour de noviembre de 1917, por la que Gran Bretaña se comprometía al «establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío»;

— y en la Conferencia de paz en París, en enero de 1919, donde el sionista Weizmann y el hachemita Feysal, hijo Hussein, llegaron a un acuerdo por el cual se aceptaba que Palestina fuera una entidad distinta del Estado árabe y que la Declaración Balfour se cumpliera, con la condición de que todas las otras reivindicaciones territoriales de los árabes fueran atendidas por las grandes potencias; pero este acuerdo entre Weizmann y Feysal no ha sido nunca reconocido como jurídicamente válido por los árabes, en opinión de J. P. Derriennic.

La cuestión de la condición de Palestina en el orden internacional al término de la Primera Guerra Mundial y a partir de estos contradictorios acuerdos se toma importante por las diferentes posiciones y esperanzas de cada una de las partes: mientras que por el Convenio anglo-francés se proponía su internacionalización y los británicos establecían su Mandato, los árabes, por su lado, esperaban su independencia, y los sionistas, por otro, anhelaban crear el prometido hogar nacional judío, lo que significaba para los árabes la colonización por extranjeros de su territorio, en violación de su derecho natural a vivir en sus tierras ancestrales y que consideraban como propias.

El Mandato británico de Palestina

Al término de la guerra, desde 1919-1920, y sobre todas estas controversias, la situación real fue que Gran Bretaña estableció y organizó su Mandato sobre Palestina, comprometiéndose los británicos a asumir «la responsabilidad de instituir en el país un estado de cosas político, administrativo y económico tendente a asegurar el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío…, y a asegurar igualmente el desarrollo de instituciones de autogobierno, así como la salvaguarda de los derechos civiles y religiosos de todos los habitantes de Palestina, de cualquier raza y religión a las que pertenezcan», como indica A. Chouraqui.

De acuerdo con estos términos, en julio de 1920, un judío, sir Herbert Samuel, inició sus funciones como primer Alto Comisario británico del Mandato de Palestina, dedicándose su administración, durante los cinco años que permaneció, a la ejecución de la tarea encomendada. En estos primeros años de la nueva administración hay dos aspectos que van a destacan por un lado, el empeño británico en montar la nueva organización y gobierno del país, que hubo de hacer frente a crecientes dificultades; y por otro, el masivo aumento de la inmigración judía, cuya población se fue incrementando hasta alcanzar la cifra de 400 000 habitantes en 1939.

Tres fuerzas actuaron desde entonces sobre Palestina y formaron la triple base sobre la que se fundamenta la «cuestión palestina»; el problema quedó así planteado e iniciado y se irá desarrollando y agravando con el progresivo y radical enfrentamiento entre árabes y judíos, dentro del país, hasta y después de la Segunda Guerra Mundial. Estas tres fuerzas son:

— Gran Bretaña, que ejercía el Mandato y lo mantuvo —hasta mayo de 1948—, reconociendo por primera vez en 1937 la necesidad de la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe;

— los sionistas judíos, que desarrollan instituciones propias que les van a permitir constituirse en casi un Estado, y que son: la Organización Sionista Mundial presidida desde 1920 por Weizmann, la Agencia Judía creada en 1929, el Consejo Nacional Judío elegido desde 1920 con funciones de gobierno, y la Confederación General del Trabajo Judío, fundada en 1920 y dirigida por David Ben-Gurión; y

— los árabes palestinos, representados por el Consejo Supremo Musulmán presidido por el Muftí de Jerusalén, Hadj Amin Al Husseini, y el Partido Palestino Árabe Nacional que controla, y por el Alto Comité Árabe creado en 1936, y que al considerarse traicionados por los británicos se organizan y se lanzan a una acción violenta contra los judíos.

El periodo de entreguerras conoció un radical agravamiento de la «cuestión palestina» por los violentos y sangrientos enfrentamientos entre árabes y judíos bajo el Mandato británico. La hostilidad hacia la inmigración judía se intensificó entre la población árabe a medida que aquélla aumentaba tras el final de la Gran Guerra. Como señala J. P. Derriennic la hostilidad que existe entre las dos comunidades es la consecuencia y no la causa del conflicto que las enfrenta y que resulta de la lucha por el control político del país y de la incompatibilidad entre dos sociedades extrañas entre sí pero establecidas sobre el mismo territorio.

Los primeros disturbios antijudíos estallaron en 1920 y la Comisión investigadora los atribuyó a la decepción de «los árabes ante el incumplimiento de las promesas de independencia que, según ellos creían, se les habían hecho», y a «la creencia de los árabes de que la Declaración Balfour suponía la negación de su derecho a la libre determinación». En 1921 se produjeron nuevas revueltas antijudías y la Comisión Haycraft llegó a unas conclusiones análogas sobre sus motivaciones.

Gran Bretaña respondió a estos actos de violencia contra los judíos con la elaboración de un Libro blanco en junio de 1922 que, según sintetiza J. P. Derriennic, excluía la perspectiva de un Estado judío, afirmaba la igualdad de los derechos de los judíos y de los árabes sobre Palestina y subordinaba la inmigración a la capacidad de absorción económica del país. Como también señala A. Chouraqui, las órdenes dadas en agosto de 1922 y en mayo de 1923 organizaron la administración de Palestina: el poder ejecutivo estaba encabezado por el Alto Comisario nombrado por la Corona, que ejercía igualmente el poder legislativo; los intentos de instaurar un Consejo legislativo fracasaron en 1923 ante la oposición de los árabes, en 1935 por la de los judíos y en 1936 del Parlamento británico. De hecho, los poderes del Alto Comisario sólo estaban limitados por los términos generales del Mandato.

En 1928 y en agosto de 1929 estallaron nuevas rebeliones antijudías que extendieron la violencia por Jerusalén, sobre las que informó la Comisión Shaw, a las que siguió la publicación por Gran Bretaña de un nuevo Libro blanco en mayo de 1930 que proponía limitar muy severamente la inmigración y prohibir la compra de tierras por parte de los judíos en la mayor parte de Palestina. Pero esta política fue rechazada casi inmediatamente por el gobierno británico por la Carta de Mac Donald en febrero de 1931.

El rechazo del Libro blanco de 1930, y sobre todo el aumento de la inmigración a partir de 1933 llevaron consigo una radicalización de la resistencia antisionista. Las agitaciones y los movimientos antijudíos se reprodujeron en 1933, 1936 y 1937. Tras las violencias de 1933, estalló en 1936 un levantamiento general, animado por el Alto Comité Supremo árabe, que se prolongó hasta 1939. El movimiento comenzó con una llamada a la huelga general, que causó la paralización total de Palestina, y se continuó con una insurrección atacando los palestinos armados a los judíos y a los británicos tanto en los centros rurales como en las ciudades, y produciéndose numerosos actos de sabotaje.

La insurrección árabe resurgió en 1937 bajo la forma de guerrilla, lo que transformó a Palestina en una plaza fuerte ocupada por miles de soldados británicos, para poner fin a la rebelión. Por otro lado, el gobierno británico detuvo y envió al exilio a los altos dirigentes árabes palestinos; mientras, las organizaciones judías emprendían una acción de represión contra los árabes.

En 1937 la Comisión Peel informó sobre el conflicto, elaborándose un nuevo Libro blanco que contenía, por primera vez, el proyecto de partición de Palestina en un Estado árabe y un Estado judío, que fue rechazado tanto por los sionistas como por los árabes, aunque se formó una Comisión de reparto presidida por sir Woodhead en 1938. En febrero de 1939 se convocó una Conferencia en Londres, a la que asistieron representantes árabes palestinos, judíos sionistas y de los Estados árabes independientes, que tampoco llegó a ningún acuerdo ni pudo solucionar el problema.

En mayo de 1939 el gobierno británico publicó el Libro blanco Mac Donald en el que se decidía prescindir del proyecto de partición, y se anunciaba que Palestina se independizaría en 1949 como un Estado unificado en el que tanto los judíos como los palestinos árabes compartirían el gobierno, mientras que durante el periodo de transición el gobierno mandatario controlaría estrictamente la inmigración y la transferencia de tierras.

De hecho, como señala A. Chouraqui, el gobierno mandatario redujo drásticamente la inmigración judía a partir de marzo de 1940 y publicó en febrero de 1940 un reglamento que limitaba duramente el derecho de los judíos para adquirir tierras, confiando en ganarse las simpatías árabes. El conflicto árabe-judío en Palestina se mantuvo latente a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias afectaron directamente a la situación problemática del país.

Las primeras independencias árabes

Durante este periodo de entreguerras se van a producir también, iniciándose así el largo proceso histórico de la descolonización, las primeras independencias entre los países árabes del Próximo Oriente: en 1922 la de Egipto, en 1932 la del Mandato de Irak, y asimismo en 1932 se constituye el Reino unido de Arabia Saudí.

La independencia de Egipto

Los ingleses, que ocupaban Egipto desde 1882, impusieron oficialmente en diciembre de 1914 el Protectorado sobre el país del Nilo con motivo de la Primera Guerra Mundial ante la presencia turca en el campo contrario, con lo que se ponía fin a la soberanía nominal del Imperio Otomano sobre Egipto, como señala N. Tomiche.

Inglaterra, que estaba representada por un Alto Comisario, —en ese momento McMahon— destituyó en diciembre de 1914 a Abbas II y le sustituyó por Husayn, que tomó el título de Sultán, sucedido a su muerte en 1917 por su hermano Fuad. La guerra, según J. P. Derriennic, no tuvo como consecuencia el cambio de la clase dirigente del país, pero en cambio modificó las perspectivas ideológicas de los nacionalistas y creó una insatisfacción socioeconómica que favoreció una movilización popular.

El desarrollo de una reivindicación nacional es impulsado también por la coyuntura internacional, la difusión de las ideas wilsonianas y la reunión en París de la Conferencia de la Paz. El nacionalismo egipcio estaba representado principalmente por el Partido Nacional, reorganizado en 1907, de carácter renovador y reformista. Suspendido durante el conflicto mundial, fue sucedido en la posguerra por el partido Wafd, defensor de la independencia y la democracia.

Al término de la Gran Guerra, en noviembre de 1918, una delegación de nacionalistas pidió al Alto Comisario Wingate y al gobierno inglés en Londres la concesión de la independencia completa del país, lo que fue rechazado por los británicos. De esta delegación, Wafd, tomará su nombre el nuevo partido nacionalista, que se organizó y promovió una campaña de peticiones para protestar contra este rechazo. El Sultán Fuad se solidarizó con los nacionalistas, cuyos dirigentes fueron detenidos y enviados al exilio en 1919, lo que provocó una grave insurrección popular con huelgas y manifestaciones públicas por todo el país, tanto en el campo como en las ciudades, que los egipcios han denominado como la «revolución de 1919», y que fue duramente reprimida.

Con el fin de pacificar la situación, el nuevo Alto Comisario Allenby liberó a los dirigentes nacionalistas, y en su nombre Zaghlul, dirigente del partido Wafd, asistió a la Conferencia de París para defender su causa. Esta gestión fracasó al reconocer los Estados aliados el Protectorado inglés sobre Egipto, radicalizándose la acción política de Zaghlul al regresar a su país.

Fue enviada entonces una Comisión de encuesta dirigida por lord Milner, que elaboró un informe recomendando el fin del Protectorado y la firma de un tratado entre los dos países que salvarguardaran los intereses británicos en Egipto. Desde junio de 1920 se iniciaron conversaciones en Londres entre Milner y Zaghlul para definir los términos del tratado que se prolongaron durante 1921 sin llegar a ningún acuerdo, siendo agravada esta situación por las diferencias surgidas entre el gobierno del Sultán, dispuesto a hacer concesiones a los ingleses, y el partido Wafd, que representaba un nacionalismo más radical e intransigente. La postura radical de Zaghlul motivó que fuera de nuevo detenido y exiliado por el Alto Comisario.

No obstante, en su deseo de pacificar la situación, el gobierno inglés de Lloyd George decidió en febrero de 1922 renunciar al Protectorado, aunque continuando su ocupación del país. Por esta declaración unilateral «Egipto es reconocido como un Estado soberano independiente». Pero el gobierno de Londres se reservaba cuatro dominios de competencia a su discreción: la seguridad de las líneas de comunicación entre el Imperio británico y Egipto, la defensa de Egipto contra toda agresión extranjera o toda injerencia directa o indirecta, la protección de los intereses extranjeros en Egipto y la protección de las minorías, y la administración de Sudán. Estas competencias deberían ser reguladas por un futuro tratado entre los dos países; pero ese tratado no fue firmado hasta 1936, y en consecuencia la soberanía formal que acababa de obtener Egipto era muy limitada. De hecho, el Alto Comisario mantenía todo su poder y el ejército británico seguía ocupando el territorio egipcio. Que Gran Bretaña actuara de esta manera, reservándose esas cuatro materias vitales produjo la decidida oposición de los nacionalistas egipcios que consideraban la concesión de esta independencia como muy relativa.

En marzo de 1922 el Sultán Fuad tomó el título de rey, formó un gobierno del Partido Liberal Constitucional, escisión derechista del Wafd, a pesar de que este último partido era mayoritario, y encargó al gobierno la elaboración de una Constitución, que fue preparada por una Comisión. La Constitución fue promulgada en abril de 1923, y por ella Egipto era declarado «Estado soberano, libre e independiente», cuyo gobierno era una monarquía hereditaria con un régimen representativo, integrado por dos Cámaras; la de Senado y la de los Diputados que ejercen el poder legislativo, y con diez ministros que detentan con el rey el poder ejecutivo, son nombrados por el rey y responsables ante la Cámara.

De acuerdo con la nueva ley electoral se celebraron elecciones generales en enero de 1924, y de entre los tres partidos políticos existentes en Egipto, el Nacionalista, el Liberal Constitucional y el Wafd, fue éste último el que obtuvo la victoria con una gran mayoría, y Zaghlul, que había vuelto del exilio en 1923, fue nombrado primer ministro. El rey Fuad, de carácter autoritario, tendía a gobernar personalmente, y esto le enfrentó cada vez más con el partido Wafd, que se iba perfilando como su principal adversario, y que fue obteniendo sucesivas victorias en todas las elecciones celebradas posteriormente, lo que acentuó las tensiones entre el rey y el partido. El Wafd además aparecía como el defensor de la legalidad constitucional.

El gobierno de Zaghlul presentó la dimisión en diciembre de 1924, y las nuevas elecciones generales fueron ganadas igualmente por el Wafd. Pero el rey formó gobiernos minoritarios, sin apoyo parlamentario, y en su deseo de neutralizar definitivamente al Wafd propuso una revisión de la Constitución, lo que provocó una fuerte oposición en el Parlamento. Ante ello el rey actuó por la fuerza, y decretó en 1930 la abolición de la Constitución de 1923. En octubre de 1930 el rey otorgó una nueva Constitución que daba más autoridad al soberano, reforzando su poder y quitándoselo al Parlamento, lo que suscitó la decidida oposición del Wafd, que boicoteó las elecciones convocadas para mayo de 1931. Estas las ganó el Partido Liberal Constitucional, que gobernó hasta 1935 aplicando un régimen de excepción.

La necesidad de mejorar las relaciones entre Gran Bretaña y Egipto, ante la amenaza sobre Etiopía por parte de Italia, impulsó a mediados de 1935 un acercamiento entre el rey y el Wafd, lo que permitió la formación de un Frente Nacional que hiciera posible negociar con más fuerza con Inglaterra. Consecuencia de todo ello fue, en diciembre de 1935, el restablecimiento de la Constitución de 1923 y el inicio de negociaciones entre los dos países para llegar al tratado previsto años antes.

En abril de 1936 murió el rey Fuad, siendo sucedido por su hijo Faruk, menor de edad, con un Consejo de Regencia. En mayo, las nuevas elecciones generales dieron el triunfo una vez más al Wafd, que formó un gobierno de coalición y firmó en agosto en Londres el tratado entre Gran Bretaña y Egipto, válido por veinte años. Este tratado estipulaba más concesiones verbales que reales: se ponía fin a la ocupación militar británica, pero Inglaterra mantenía tropas en la zona del Canal y en el Sinaí, y tenía el derecho a utilizar el espacio aéreo egipcio y a reocupar el país en tiempo de guerra; desaparecía la figura del Alto Comisario que se transformaba en embajador, y fue confirmado el condominio sobre el Sudán. En Montreaux, en mayo de 1937, Egipto firmó en una Convención internacional el fin del régimen judiciario, y el mismo año ingresó en la Sociedad de Naciones. En definitiva, el tratado de 1936 preservaba lo esencial de los intereses británicos en Egipto.

En julio de 1937 el rey Faruk llegó a su mayoría de edad y mostró las mismas tendencias que su padre hacia el gobierno autoritario y en contra del Wafd. En diciembre destituyó al gobierno de este partido y disolvió el Parlamento, convocando nuevas elecciones en 1938 que el Wafd perdió, formándose un nuevo gobierno por el Partido Liberal Constitucional. El estallido de la Segunda Guerra Mundial tuvo inmediatas consecuencias sobre la situación en Egipto.

Irak, de Mandato británico a Reino independiente

Como producto de los cálculos y las negociaciones entre Gran Bretaña y Francia —apunta J. P. Derriennic— Irak es una nación creada en las mismas condiciones que Siria pero menos coherente aún que ésta. También son de la misma opinión B. López García y C. Fernández Suzor cuando escriben que «entre los Estados medio-orientales surgidos de la desintegración del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial, Irak es uno de los más artificialmente constituidos, y como tal de los que con más dificultad va a ir asumiendo el nuevo concepto de Estado-nación». De acuerdo con estos autores, el establecimiento de un Estado iraquí fue favorecido principalmente por dos factores: el papel dirigente jugado por los antiguos oficiales iraquíes del ejército otomano procedentes de la organización nacionalista Al Ahd, casi todos árabes sunnitas, y la política de Inglaterra, de la que fue su creación.

La Sociedad de Naciones concedió a Gran Bretaña en la Conferencia de San Remo en abril de 1920 el Mandato sobre Mesopotamia, lo que provocó en el país una rebelión contra los británicos que se prolongó a lo largo de la segunda mitad de ese año, y que fue duramente reprimida por los ingleses que instalaron un gobierno provisional. Por entonces, en julio de 1920, Feysal era expulsado por los franceses de Siria y encontró refugio entre los británicos. En nombre de éstos, W. Churchill, secretario de Colonias, negoció con Feysal su instalación como rey de Irak, tras la renuncia de los derechos de su hermano Abdullah, que fue compensado con el Emirato de Transjordania.

Tras la celebración formal de una consulta con los responsables iraquíes Feysal tomó posesión como rey de Irak en agosto de 1921, dando nacimiento a un reino cuya población estaba dividida, principalmente, entre chiíes, mayoritarios, y sunníes, dominantes. Por el tratado de octubre de 1922 se fijaron las relaciones de tutela de Gran Bretaña sobre Irak, que en general fueron pacíficas, llegándose a nuevos acuerdos hasta 1930, por los que se regulaban las condiciones del ejercicio del Mandato. También durante estos años se establecieron otros acuerdos que fueron fijando las fronteras del nuevo Estado, que hacia 1932, tras el acuerdo entre Irak y Arabia Saudí, estaban ya claramente delimitadas.

La institucionalización de la monarquía se va a hacer mediante la elaboración de una Constitución por una Asamblea Constituyente o de notables, que fue promulgada en marzo de 1925. Esta Constitución establecía que Irak era una «monarquía hereditaria constitucional, con gobierno representativo», y definía al Estado como «soberano, libre e independiente», aunque esto no sería reconocido por Gran Bretaña hasta algunos años después. También se creaba una Asamblea con dos Cámaras, que tenía el poder legislativo; y el gobierno, que detentaba el poder ejecutivo, era nombrado por el rey y responsable ante la Cámara. En julio de 1925 se celebraron las primeras elecciones.

En junio de 1930 se firmó un nuevo tratado anglo-iraquí que establecía una alianza entre los dos países, y por el que Gran Bretaña reconocía formalmente la independencia de Irak y el final del Mandato; Gran Bretaña conservaba dos bases aéreas en Irak y el derecho de intervención militar en caso de guerra. Irak fue el primer país árabe que ingresó en la Sociedad de Naciones, en octubre de 1932; su independencia fue ya internacionalmente reconocida.

El rey Feysal murió en septiembre de 1933, siendo sucedido por su hijo Ghazi. Durante estos años se produjeron algunas sublevaciones internas de carácter tribal: los asirios en 1933, los kurdos y otros de 1931 a 1936, todas ellas dominadas por el ejército, que juega un papel considerable y directo en la vida política del país y cuya importancia en el funcionamiento del Estado iraquí es consecuencia de tres factores principales, señalados por J. P. Derriennic: la presencia en torno a la Corona de antiguos oficiales otomanos, la voluntad de los ingleses de crear un ejército nacional para sustituir a su propia fuerza militar y las dificultades exteriores debidas a la variedad étnica del país.

El general nacionalista Bekir Sidgi dio un golpe de Estado militar en octubre de 1936, y desde entonces se registraron luchas de facciones en el seno del ejército que a través de golpes militares hacen caer e instalan gobiernos. En 1939 murió en accidente el rey Ghazi, que fue sucedido por Feysal II, menor de edad, constituyéndose una Regencia.

Desde finales de la década de los años veinte comenzó la explotación de los ricos yacimientos petrolíferos de Irak, formándose en 1928 la Irak Petroleum Company con aportación de capitales occidentales euro-americanos. A partir de 1932 Irak aparece como uno de los países más ricos y poderosos del mundo árabe y del Próximo Oriente, con una activa política internacional. La Segunda Guerra Mundial también tendrá consecuencias sobre la situación en Irak.

El Reino unido de Arabia Saudí y la Península Arábiga

Los orígenes históricos próximos del Reino de Arabia Saudí, como señalan B. López García y C. Fernández Suzor, se pueden fijar en 1902, cuando Abdelaziz Ibn Saud comienza la lucha por el control del reino del Nejd, que durará hasta 1906. El hundimiento del Imperio Otomano al final de la Primera Guerra Mundial hizo que accedieran a la independencia en la Península Arábiga, según indica J. P. Derriennic, cinco Estados configurados como monarquías feudales, entre los que destacaban el del Hedjaz, el más importante políticamente, el del Nejd, el más poderoso militarmente, y el Yemen, el más poblado.

El reino del Nejd, con Abdelaziz como soberano y jefe político-religioso de la secta de los wahhabitas, va a iniciar la empresa de unificar la Península Arábiga bajo su corona. En su favor contaba con la defensa de los valores culturales y sociales islámicos tradicionales, y la acción militar de los grupos armados organizados en los Ikhwan, defensores y propagadores del wahhabismo. Desde 1919 el Nejd y el Hedjaz, tras sucesivas campañas, entraron en conflicto con motivo de la delimitación de su frontera común; en 1920 dominó Assir, en el sur de la Península; y en 1921 conquistó Chammir al norte. Las negociaciones establecidas con Gran Bretaña entre 1921 y 1924 no llegaron a ningún acuerdo.

Las diferencias entre el Nejd y el Hedjaz se mantuvieron e incluso se incrementaron. Tras la abolición del Califato por la Turquía republicana, el rey Hussein fue proclamado Califa en marzo de 1924 por algunas autoridades religiosas árabes. Este hegemonismo religioso iba en contra de los afanes expansionistas saudíes, y en octubre de 1924 Abdelaziz invadió el Hedjaz, que fue conquistado con facilidad. Hussein se situó bajo la protección de los ingleses y abdicó en su hijo Alí, quien se mantuvo en los restos de su reino hasta diciembre de 1925, al ser derrotado por Abdelaziz. En enero de 1926 éste fue nombrado rey del Hedjaz, que se transformó, por su mayor importancia, en el núcleo de lo que será el futuro Estado unificado. Para ello, Abdelaziz promulgó en agosto de 1926 una Ley Fundamental o Constitución del Hedjaz, mezcla de aspectos modernos y de la tradición islámica, y que proclamaba al Reino como un «Estado monárquico, constitucional, musulmán e independiente», concentrando todo el poder político en el monarca.

En enero de 1927 Abdelaziz amplió su título de rey a la región central del Nejd y sus dependencias; en el plano interior, la unificación política del Hedjaz y el Nejd fue un paso más en la creación de un nuevo Estado, y en el plano internacional, Gran Bretaña reconoció las conquistas de Ibn Saud y su independencia por el tratado firmado entre los dos países en Djeddah en 1927. El proceso de constitución del nuevo Estado se completó cuando en septiembre de 1932 el Reino unificado tomó el nombre de Arabia Saudí. También en mayo de 1934, tras una corta y victoriosa guerra contra Yemen, el tratado de Taif fijaba la frontera entre los dos países. La victoria de Abdelaziz sobre Yemen consagraba al reino de Arabia Saudí como el más poderoso de la Península Arábiga. Oros acuerdos por iniciativa británica delimitaron las fronteras septentrionales del nuevo Estado.

El reinado de Abdelaziz, que se prolongó hasta su muerte, en noviembre de 1953, se caracterizó por un equilibrio entre la tradición islámica y la moderada introducción de aspectos modernos. Esto ocurrió cuando en 1933 Ibn Saud estableció los contratos con la Standard Oil Co. de California para la concesión de la explotación de yacimientos petrolíferos en la costa del golfo Pérsico, cuya producción comenzó en 1938 y se incrementó a lo largo de los años de la Segunda Guerra Mundial, en el transcurso de la cual Arabia Saudí se mantuvo al margen del conflicto hasta marzo de 1945, cuando declaró la guerra a Alemania y Japón.

El otro Estado de la Península Arábiga, situado en el SO. de la misma, es Yemen —Yemen del Norte—, que en estos años consolidó su independencia. Tras la caída del Imperio Otomano que dominaba la Península, después de la Primera Guerra Mundial, Yemen proclamó su independencia en 1919 como monarquía encabezada por el imán Yahyia (desde 1904), que firmó unos tratados con Ibn Saud de Arabia Saudí y Gran Bretaña en 1926, renovados en 1934, delimitando las fronteras del país. El reinado de Yahyia, que se prolongó hasta 1948, se puede considerar como una fase de transición entre el imanato tradicional y el Estado moderno, en opinión de B. López García y C. Fernández Suzor.

De esta organización o proceso de unificación en la Península Arábiga quedaron diferenciados los diversos territorios situados en las zonas del este y sureste de la misma, en las costas de Los de Adén y golfo Pérsico, gobernados por soberanos feudales y tradicionales con poder sólo regional, que desde el siglo XIX estaban bajo la protección colonial británica: Qatar, disputado entre otomanos y saudíes; Bahrein, reivindicado por Irán; los emires de la «Costa de la Tregua» —futuros Emiratos Árabes Unidos—; Omán, el más extenso de todos y con una historia más destacada al haber constituido desde el siglo XVII un imperio marítimo que se extendió hasta Zanzíbar; los territorios que configurarán Yemen del Sur, que estaban desde hacía siglos bajo la protección colonial británica, y que tenían su centro de acción en Adén. Desde 1929 Inglaterra realizó sucesivos intentos de unificación política en Yemen del Sur, lo que consiguió entre 1937 y 1947 con la regulación de los Protectorados, desembocando en 1959-1962 en la creación de la Federación de los Emiratos de Arabia del Sur y Kuwait, que durante los siglos modernos estaba bajo la soberanía nominal del Imperio Otomano y donde desde 1756 gobernaba la dinastía Al-Sabah, cuyos emires disfrutaban de una práctica autonomía; ante las rivalidades y ambiciones, tanto de los turcos otomanos como de los árabes wahhabitas que deseaban dominar Kuwait, el emir solicitó el apoyo de los británicos, que en 1799 habían instalado en este territorio la estación terminal del correo de la Compañía de las Indias Orientales, y que enviaran tropas para garantizar la autonomía del emirato. Más adelante, en 1899, se firmó un tratado entre Kuwait y Gran Bretaña por el que los británicos establecían su protectorado sobre el emirato, asegurando con su defensa la autonomía de Kuwait en varias ocasiones. En 1913 Kuwait garantiza la concesión del petróleo a Gran Bretaña, iniciándose las prospecciones en 1934, y creándose, hacia 1938, el Consorcio Kuwait Oil C.o, con capital británico y norteamericano. Las fronteras de Kuwait fueron negociadas por los británicos, llegándose a firmar en diciembre de 1922 los acuerdos de Ugair tanto entre Kuwait y Arabia Saudí —confirmado por un nuevo acuerdo de 1940—, como entre Kuwait e Irak, que dominado también por los británicos privaba a este último país de una salida importante sobre el Golfo, lo que ha sido una de las causas de las tensiones posteriores entre ambos países.