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VIGILA EL TRONO

El yate espacial personalizado ubrikkiano salió del hiperespacio, flanqueado por un complemento de seis Cazacabezas Z-95, todos ellos materializándose a la vez en el vacío inmediatamente fuera de los sistemas de detección a corto alcance de Sub Colmena Siete.

Por un momento, nada parecía moverse. El yate de clase Trovador, bautizado como Joya Estelar, pareció colgar suspendido casi vagamente en el espacio, como si evaluara sus opciones. Opulento hasta el punto de la obscenidad, la Joya en sí misma era extravagante. Su motivador de hiperconducción CL-14 optimizado había hecho el viaje desde el espacio hutt a través de la ruta comercial Triellus casi demasiado rápidamente para los propósitos de su dueño, que había expresado interés empático por el camino en construir incluso un mayor apetito en los dragones kell que había mantenido encadenados en su sala del trono. Cuando se fueron de Nal Hutta, los dragones ya estaban hambrientos. Para cuando los hipermotores se ajustaron al silencio, las criaturas estaban literalmente babeando en el suelo de la sala del trono.

Ahora, sentado tras la gran cúpula de transpariacero en su vasta majestuosidad, draconiana, Jabba Desilijic Tiure se giró desde sus amados dragones para mirar hacia fuera a la vasta extensión de la nada, no es que perteneciera a ella, aunque se sentía como en casa aquí. No había sido tan terrible hace tiempo —en realidad sólo un par de siglos cortos— desde que relocalizara su base de operaciones al Monasterio B’omarr en Tatooine, y aún era lo suficientemente joven como para que tales viajes inesperados a través de la galaxia apelaban al lado tierno de su naturaleza.

Todo había ido como esperaba. No había señales de los objetivos que le habían traído aquí, aún no, aunque no era estúpido. La tripulación de la Joya, el acompañamiento habitual de chicas esclavas, mascotas carnívoras, y sicarios despiadados (trandoshanos, gran, y gamorreanos), hicieron las preparaciones finales para sus propios asuntos oscuros aquí… una oportunidad que Jabba, viniendo de tan lejos, no tenía intención de dejar escapar.

—Sacad los turboláseres. —Él activó el comunicador al puente de la Joya, donde su piloto y segundo al mando, Scuppa, se había secuestrado a sí mismo durante la duración del viaje—. Silenciad todos los sistemas. No quiero ninguna señal de calor detectable de los motores iónicos hasta mi señal.

La orden tuvo el resultado esperado: segundos más tarde, el propio Scuppa apareció en la sala del trono, expresándose con su característica bordería.

—Esto no me gusta.

—Scuppa, chico mío, acércate y únete a la fiesta. —Señalando al piloto hacia sí mismo y la muchedumbre a su alrededor, Jabba sonrió—. ¿Seguro que no te crees mejor que nosotros?

—Nunca he dicho…

—Bien. Los remilgos son para los débiles. —Jabba le hizo un gesto, tomándose un perverso deleite en la reluctancia del piloto. No era que Scuppa tuviera ningún reparo en mezclarse con las exóticas concubinas, músculos contratados, o los adheridos de baja calaña que se entretenían actualmente provocando a los dragones kell; simplemente no se sentía cómodo alejándose del sistema de navegación de la nave cuando estaban tan lejos de la ruta comercial. Después de todo, uno nunca sabía que problemas podía encontrarse en el Borde Exterior—. No tendremos que esperar mucho ahora.

—Es un error apagar los turboláseres, —dijo Scuppa—. Si la barcaza de la prisión nos coge…

—No lo harán. —Jabba extendió el brazo al bol bajo su cachimba y sacó una rana del arroz de Klatooine, soltando a la desafortunada criatura viva y revolviéndose en su boca—. Ya he despachado al guardia de la Joya Estelar para localizarlos antes de que ellos nos encuentren.

—Otra mala idea. —El labio inferior de Scuppa se reformó en una mueca incluso aún más descontenta—. Sin los Cazacabezas, ya estamos más expuestos que nunca.

—Relájate, Scuppa. Ya es casi la hora. Siéntate, disfruta del espectáculo.

Él señaló al área abierta directamente bajo su trono. El piloto permaneció en pie en la escotilla abierta mientras dos de los guardaespaldas de Jabba —un gamorreano psicópata criminal de guerra y un oskan enano comedor de sangre— se enzarzaban en un combate a muerte por el suelo en frente de donde el propio Jabba estaba sentado, justo fuera del alcance de los dragones kell. En un par de segundos, el comedor de sangre abrió cortando la cara del gamorreano y se aferró a él para alimentarse. Ya Jabba se empezó a sentir aburrido, inquieto de la forma que demasiado a menudo caracterizaba los últimos momentos antes de que se permitiera la completa gratificación de asentar los negocios a mano.

Hoy ese negocio era la venganza.

Durante los últimos tres años, los créditos que había perdido ante las ventas de armas de Iram Radique se habían metastatizado desde una molestia menor a un insulto intolerable. Aun así, Jabba se había preparado para absorber cierto grado de indignidad, al menos temporalmente… en sus casi seiscientos años de experiencia como señor del crimen, había descubierto que los hombres como Radique raramente duraban lo suficiente como para molestarse. Incluso cuando tomaban medidas ingeniosas para protegerse, como desaparecer dentro de la maquinaria de Sub Colmena Siete, como Radique había hecho, era simplemente cuestión de tiempo antes de que respaldaran al ejército equivocado, se aliaran con el sindicato del crimen equivocado, vendieran armas a los separatistas equivocados. Tras un alzamiento meteórico en reputación, invariablemente desaparecían sin dejar rastro, nunca se volvía a hablar de ellos. Jabba, en su gran indulgencia y misericordia, había decidido que se haría a un lado y permitiría a Radique caer víctima de su propio éxito. Por el momento, continuaría mandando a sus hombres a la prisión como guardias para descubrir la identidad del traficante de armas, pero nada más.

Pero las cosas habían cambiado en Sub Colmena Siete.

El día anterior, habían cambiado muy rápidamente ciertamente.

Por supuesto, Jabba no se sentía unido personalmente a ninguno de los lacayos que había mandado encubiertos a la prisión… pero quedarse a un lado y permitir que su propia gente fuera masacrada, destrozada, y devorada por los reclusos de la prisión, mientras la guarda de la prisión se quedaba sonriendo como un lagarto mono, era una afronta a los mismísimos pilares de su autoridad.

Observando a sus soldados de a pie siendo destrozados, Jabba había llevado a su mente que si no podía sacar a Iram Radique del negocio, entonces simplemente destruiría Sub Colmena Siete por completo. Finalmente demostraría ser más simple y mucho más gratificante. Y se había dado cuenta de inmediato de cómo hacerlo.

Una alarma sonó en el panel de control junto al trono, la señal de una transmisión entrante del piloto de uno de los Cazacabezas.

—Nave de transporte a la vista, —informó el piloto—. Estamos acercándonos a ella ahora.

Jabba vio a Scuppa tensarse en anticipación, mientras debajo del trono, el comedor de sangre terminaba su comida ante el estruendoso aplauso de los otros. Los gamorreanos y trandoshanos estaban tan ansiosos como él de continuar con su auténtico asunto entre manos.

—Id a la armería, —les dijo Jabba—. Vestíos. —Se giró hacia Scuppa—. Deberías estar aliviado, amigo mío. Te voy a dejar reactivar tus turboláseres.

En unos minutos, la barcaza de transporte de la prisión Purga había volado al rango de ataque, aunque Jabba había ordenado a Scuppa ignorar cualquier solicitud del capitán de la Purga para identificarse. El fracaso al responder a la frecuencia de contacto de la barcaza de la prisión había resultado en el resultado anticipado… la barcaza había puesto en línea sus propios sistemas de armas, bajo el supuesto de que la Joya Estelar era un navío pirata, o algo peor.

—Estoy hablando al capitán del yate espacial no identificado. —La voz del capitán de la Purga a través del intercomunicador sonaba ajada con impaciencia—. Está en un pasillo de aproximación designado para el transporte de prisión a Sub Colmena Siete. Identifíquese de una vez o será disparado.

La voz de Scuppa, igualmente ansiosa, crujió a través del comunicador de la Joya.

—Jabba, ¿cuánto más…?

—Tranquilo, amigo. —Jabba esperó, una sonrisa reluciendo en sus labios, saturando toda su cara con el placer de un ataque inminente. Silenciosamente contando los segundos miró fuera de la cúpula, los ojos amarillos brillando de excitación mientras miraba fuera a la Purga. Abajo, los trandoshanos y gamorreanos habían ido a la armería a vestirse y preparar las armas.

La sala del trono estaba casi vacía.

Excepto por los dragones.