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COMPLETO DESASTRE
Maul se movió por el comedor de la prisión como un depredador recién liberado de su jaula, pasando zalameramente a través de la muchedumbre, dividiéndola con apenas una mirada. Algunos de los reclusos dieron un paso atrás intranquilos para dejarle pasar, mientras que otros simplemente se quedaron congelados en su sitio. Las cabezas se alzaban para mirarle al pasar. El continuo ambiente monótono de voces bajó a susurros y los susurros se detuvieron en un silencio observador, calculador, mientras se abría paso a través de ellos.
Caminó hasta la última mesa y se sentó.
Al otro lado de la mesa, dos reclusos que habían estado en mitad de una discusión —uno un humano pálido, de aspecto asustadizo con una barba de cuatro días, el otro un gotal que parecía que le faltaba un ojo— dejaron de hablar, cogieron sus cosas e iniciaron una partida rápida.
Maul se sentó inmóvil, observando todo a su alrededor sin dar ninguna indicación de que lo estaba haciendo. Aunque su visión periférica aún no se había recuperado del todo del ataque de la última noche, veía lo suficiente como para darse cuenta de que se había convertido en el centro de la atención de todo el mundo. Incluso los guardias arriba en las pasarelas sobre sus cabezas parecían estar en alerta, cada uno con una mano en sus blásters, la otra descansando en las pequeñas consolas planas que llevaban en sus cinturones. Tanto de los reclusos como de los guardias, Maul podía oler cierta combinación de miedo, desesperación, y la demoledora monotonía de paranoia que surgía cuando las cosas vivas eran acorraladas a corto alcance por un tiempo indefinido.
Le desagradaba.
Aun así, al menos por el momento, era su hogar.
Había caminado a bordo de esta cloaca flotante hacía menos de veinticuatro horas estándar, y en ese tiempo había llegado a entender todo lo que necesitaba saber sobre el lugar. El resto de su tiempo dentro, supuso él, simplemente sería una cuestión de paciencia, de lograr su misión aquí sin que descubrieran lo que era realmente.
Ninguna de esas cosas le sería difícil.
Eran simplemente los mandados de su asignación, y como tales, no podían cuestionarse.
Su llegada a Sub Colmena Siete había sido cortesía del único transporte del día, una barcaza prisión sin nombre con un interior desvestido que apestaba a antracita de alto contenido en carbono y carne sucia. El muelle de carga estaba repleto de treinta y siete otros reclusos cuya presencia Maul apenas registró tras estimar que ninguno de ellos merecía un momento de su tiempo. Eran un grupo de olor nauseabundo, infestado de liendres que comprometía a una docena de especies diferentes, algunas claramente trastornadas y murmurando para sí mismas, otras mirando en blanco a través del único puerto de vistas del navío como si algo en el vacío negro sin fondo pudiera darles una perspectiva de sus vidas insustanciales y sin sentido.
A pesar de todo eso, Maul se había sentado aparte de sus compañeros reclusos con una tranquilidad absoluta. Algunos de ellos, aparentemente, no podían esperar para empezar a luchar. Mientras el viaje continuaba, el aburrimiento se convirtió en inquietud y las riñas que habían surgido de miradas de reojo y agravios insignificantes estallaron en actos de violencia aparentemente sin provocación. Tras varias horas de viaje, un ectomorfo hipermusculado con unos ojos protuberantes como de cangrejo había saltado sobre un rodiano que de algún modo había conseguido colar a bordo una fusta que había afilado y aparentemente planeaba utilizar como una vibroespada improvisada. La pelea no había durado mucho, y sólo cuando el portador de la espada accidentalmente había chocado con él, Maul miró lo suficiente para alzar un codo y partir la espina inferior del rodiano. Los guardias de a bordo ni siquiera parpadearon mientras el rodiano cabeceaba de lado, gimiendo y paralizado, en la plataforma, donde yacía gimoteando por la duración del viaje, mirando arriba a través de los húmedos ojos suplicantes.
Fue la única vez durante todo el viaje que Maul se había movido.
Cuando finalmente amarraron, una comitiva de oficiales de enmienda de aspecto fatigado se reunió con ellos en el hangar, haciéndoles bajar por el puerto de atraque con picas estáticas y palos, haciendo los escáneres biométricos mientras los nuevos reclusos arrastraban los pies hacia delante, parpadeando, ante los alrededores poco familiares. Maul había visto más guardias en este punto del procesamiento que en ninguna otra parte a bordo de la estación espacial. Al final de la línea, permaneció inmóvil mientras un joven OC asustadizo cuya insignia de ID decía Smight pasaba una vara sobre él, escaneando por infecciones y armas ocultas. No había forma de confundir el temblor en las manos del hombre mientras pasaba la vara enfrente de la cara de Maul.
—¿Sabes por qué estás aquí, gusano? —preguntó Smight, luchando por ocultar el temblor en su voz tras un insignificante tono de bravo.
Maul no dijo nada.
—Veintidós horas estándar al día, —le dijo Smight—, sois libres para deambular por la galería y el comedor. Dos veces al día, cuando escuchéis la llamada de clarín, volvéis a vuestras celdas para el emparejamiento. —El guardia tragó, la nuez en su garganta subiendo y bajando—. Cualquier intento de escapar resultará en la exterminación inmediata. El no volver a vuestras celdas para el emparejamiento será tratado como un intento de escape y resultará en la exterminación inmediata. ¿Lo pillas?
Maul simplemente le había devuelto la mirada, esperando a que el guardia acabara son sus asuntos y retrocediera. Mientras se alejaba, escuchó al joven OC encontrar el coraje suficiente para lanzar una última declaración burlona.
—Morirás aquí, gusano. Todos lo hacen.
La plataforma médica llegó después, una hora de descontaminaciones y análisis toxicológicos, lecturas neuronales y electroencefalogramas administrados por droides desinteresados. Tras una ronda de escaneos ultrasónicos de cuerpo completo, una unidad quirúrgica GH-7 renovada había insertado una larga jeringa en el pecho de Maul y entonces la había retirado, sólo para clavarla de nuevo en un ángulo ligeramente diferente. Un último escaneo confirmó lo que fuera que el droide le había hecho, y el OC al otro extremo del vestíbulo le había hecho un gesto para avanzar.
Después, dos oficiales más, armados con blásters de asalto E-11 habían aparecido y le habían llevado a través de una red enmarañada de vestíbulos cada vez más estrechos. El último pasillo llevaba de forma poco ceremoniosa a su celda, un domo uniforme, de placas de aleación quizás de tres metros de diámetro. El suelo compuesto de carbono era del color de la pizarra sucia. Un único conducto de ventilación soplaba por encima. Caminando dentro, Maul se sentó en el único catre estrecho, mirando a la única fuente de luz, un panel ordinario de luces amarillas parpadeantes en la pared opuesta.
—Aquí es donde vendrás para el encierro y para el emparejamiento, —le había dicho uno de los guardias. Era un hombre mayor entrecano, un veterano cuya insignia de ID le identificaba como Voystock—. Escuchas el clarín, donde sea que estés, y tienes cinco minutos estándar para volver aquí antes del cierre o antes de ser exterminado.
Maul le miró fríamente.
—¿Exterminado?
—Sí, supongo que nadie te lo dijo. —El guardia hizo un gesto con la cabeza a la unidad de control gris plana atada a sus caderas—. Llamamos a esto una caja de desplome. ¿Quieres saber por qué?
Maul simplemente le miró.
—Oh, eres de los duros, ¿no? —Voystock resopló—. Sí. Todos empiezan así. Mira, cada recluso que llega por la plataforma médica obtiene un detonador subatómico electrostático implantado en las paredes de su corazón. Tus dos corazones, ya que aparentemente tienes dos. Lo que quiere decir es, introduzco tu número de prisionero aquí, 11240 —él pasó sus dedos sobre el teclado de la caja de desplome— y esas cargas explotan. Y es cuando te desplomas. Permanentemente.
Maul no dijo nada.
—Pero hey, —dijo Voystock con una sonrisa encorvada—, un tío duro como tú no debería tener ningún problema aquí. —Extendió el brazo y golpeó la mejilla de Maul—. Ten un buen día, ¿vale?
Dejaron la escotilla abierta tras ellos, pero Maul se había quedado en su celda, agachado inmóvil, permitiendo que sus nuevos alrededores reptaran a su alrededor en la lenta acumulación de detalles físicos.
Había palabras grabadas en las paredes, grafitis en una docena de lenguas diferentes, los lamentos habituales de la debilidad, plegarias de ayuda, perdón, reconocimiento, una muerte rápida. El catre estaba equipado con agarraderas, su superficie suavizada por cientos de manos, como si los reclusos que habían ocupado esta celda antes que él hubieran necesitado algo a lo que aferrarse. Maul había rechazado este detalle como irrelevante.
Hasta que el clarín sonó.
Entonces se levantó, saltó en total alerta, mientras el panel de luces amarillas enfrente de él dejaba de parpadear y se volvía de un rojo sólido. La señal duró cinco minutos. De afuera, Maul había escuchado voces junto con la frenética riña y el claqueteo de los pasos en el suelo mientras los reclusos se apresuraban a volver a sus celdas. Mientras las alarmas se cortaban, escuchó el sonido de las celdas a su alrededor sellándose.
Las paredes habían empezado a temblar. Complicados ruidos de arañazos venían de alguna parte de las profundidades de la estructura de la propia prisión, rechinando en un conjunto complicado de neumáticos. Reconfiguración. Maul miró abajo. El suelo bajo él ya había empezado a inclinarse hacia abajo en una forma de bol mientras el domo se convertía en una esfera perfecta.
Y la celda había empezado a girar.
Sólo entonces tuvieron sentido las agarraderas del catre. Se había agarrado a ellas por apoyo, colgando mientras su celda rotaba completamente de arriba abajo y hacia atrás de nuevo, entonces rodó a los lados como un simulador de vuelo con un propulsor de oscilación roto. Durante todo eso, el claqueteo metálico continuó mientras la diversas placas de su celda se reformaban a su alrededor.
Cuando la rotación se detuvo, una escotilla empotrada siseó al abrirse en lo que parecía ser otra celda vacía, densa en sombras y poco más. Al principio Maul simplemente se quedó mirándola. Entonces dio un paso hacia dentro. Para cuando captó la presencia de otra forma de vida tras él —el guerrero con brazos desiguales y el bastón viviente extraño— el primer golpe ya había caído.
Y ahora.
Sentado en medio del comedor, sintiendo los ojos de los otros prisioneros sobre él, percibiendo la lenta acumulación de tensión reunirse a su alrededor como un flujo cargado de partículas ionizadas, Maul se dio cuenta de que los reclusos de Sub Colmena Siete, tanto individual como colectivamente, ya estaban planeando su muerte.
Déjales. Sólo hará tu tarea más sencilla.
De todo lo que había deducido hasta el momento, la prisión era una cloaca abierta, sus planos circulares albergando una sensación ilusoria de falsa base de libertad entre los encarcelados. En realidad, la habilidad de los prisioneros de deambular sin impedimentos entre los combates sólo aumentaba la sensación de animosidad que se filtraba regularmente entre ellos, la predisposición a desgarrarse los unos a los otros en pedazos ante la más ligera provocación.
Maul permitió que sus pensamientos retrocedieran a los detonadores electrostáticos que el droide había implantado en las cámaras de sus dos corazones, diminutas semillas de muerte que la población de Sub Colmena Siete llevaba con ella cada día. Al final, para todas esas criaturas patéticas, la libertad no era nada salvo la promesa del olvido. Sin importar lo que hubieran hecho para aterrizar aquí —fuera lo que fuera de lo que estaban huyendo o lo que soñaban o esperaban lograr— esos detonadores, de meras micras de diámetro, representaban todas sus vidas, y la facilidad con la que se las podían quitar.
Vas a localizar a Iram Radique, le había dicho Sidious antes en Coruscant durante sus últimos momentos juntos. Y entonces, quizás percibiendo la reacción física que Maul no había sido del todo capaz de reprimir, el Lord Sith añadió, No será tan fácil como suena.
De acuerdo a Sidious, Radique era un traficante de armas muy solitario, legendario a través de la galaxia, un fantasma cuya base de operaciones estaba localizada en alguna parte dentro de Sub Colmena Siete, aunque nadie, ni siquiera el propio Sidious, podía confirmar este hecho.
La verdadera identidad de Radique era un secreto muy bien guardado. Como un supuesto recluso en la prisión, operaba exclusivamente tras un constantemente cambiante palimpsesto de gente media y líderes, guardias y reclusos y oficiales corruptos, tanto dentro como fuera de sus paredes cambiantes. Aquellos que le servían, directa o indirectamente, no sabrían para quién estaban trabajando, o si lo hacían, nunca podrían haber identificado su cara.
No te irás de Sub Colmena Siete, le dijo Sidious, hasta que hayas identificado a Radique y te hayas reunido con él cara a cara para facilitar el negocio entre manos. ¿Ha quedado claro?
Lo había quedado. Maul miró alrededor del comedor de nuevo a los cientos de reclusos que estaban ahora mirándole abiertamente. En la siguiente mesa, dos prisioneros humanos —parecían ser padre e hijo— estaban sentados juntos, como para protección mutua. El mayor, un veterano de miles de batallas, de constitución poderosa, lleno de cicatrices, estaba sosteniendo un trozo de cuerda con nudos atados en intervalos cuidadosamente medidos, mientras que el joven miraba en una fascinación muda.
Tres mesas más abajo, un grupo de reclusos se encorvaban sobre sus bandejas, toqueteando sus utensilios. Cuando uno de ellos alzó su cabeza, Maul se dio cuenta de que le faltaban los ojos, como si se los hubieran sacado del cráneo. ¿Eso había ocurrido en uno de los enfrentamientos? La mano del hombre encontró su tenedor y empezó, a tientas, a meter comida en su boca.
Por la habitación, otro recluso, un twi’lek, estaba mirando directamente a Maul. A su lado, un weequay con una cara bronceada como el peñasco de un desierto y media docena de trenzas en cresta estaba inexpresivo. Observante. Cualquiera de ellos podía haber sido Radique, pensó Maul, o ninguno de ellos.
Maul escaneó el resto del comedor, absorbiéndolo todo en una simple mirada de barrido. Había cientos de alianzas aquí, percibió él, bandas y grupos y toda una red de orden social cuya complejidad requeriría de su completa atención si iba a encontrar su camino entre ellos para completar la misión a la que le habían mandado. Y el tiempo no era algo que tuviera en cantidad ilimitada.
Era hora de ponerse a trabajar.
Cogiendo su bandeja, tiró los restos de su comida en el cubo de la basura más cercano y cortó en diagonal por el comedor. Había grupos de reclusos agrupados en la salida, y él giró a la izquierda, siguiendo la pared hasta una escotilla en la esquina, desde la que el olor a comida barata de prisión llegó dándole un soplido, mezclado con el hedor de solución de limpieza.
Exactamente lo que estaba buscando.
Se coló dentro.