Capítulo 10
«Esto es por los americanos de Blackwater»

Aun a pesar de la rebelión chií que se estaba extendiendo por todo Irak, la Casa Blanca continuaba decidida a aplastar el enclave suní de Faluya. La emboscada a los hombres de Blackwater había proporcionado a la administración estadounidense el pretexto ideal —alentado de forma entusiasta por Paul Bremer desde Bagdad— para lanzar una ofensiva a gran escala contra una población que se convertía, a cada día que pasaba, en un símbolo más patente de que ni Estados Unidos ni sus colaboradores iraquíes tenían el control real del país. Echarse atrás ante aquella insurrección antiocupación (la más audaz lanzada hasta ese momento tanto por los suníes como por los chiíes) y reeditar lo acaecido años antes en Mogadiscio habría dado a entender, según la lógica seguida por la administración de Washington, que Estados Unidos estaba perdiendo una guerra que el presidente Bush ya había dado públicamente por «misión cumplida». Bremer y la administración habían calculado que, «pacificando» la suní Faluya e infligiendo un castigo ejemplar al líder chií Muqtada Al Sáder, podrían eliminar quirúrgicamente la resistencia organizada en Irak. Las desastrosas políticas seguidas por Washington acabaron provocando la muerte de miles de iraquíes y cientos de soldados estadounidenses. Pero, al mismo tiempo, facilitaron una extraordinaria oportunidad de negocio para Blackwater y sus amigos mercenarios (de la que se hablará en profundidad en apartados posteriores de este libro).

El primer sitio estadounidense de Faluya se inició el 4 de abril de 2004, el mismo día del enfrentamiento armado en el que participaron los hombres de Blackwater en Nayaf. Fue bautizado con el nombre en clave de Operación Determinación Vigilante. Esa noche, más de mil marines y dos batallones iraquíes rodearon Faluya, una ciudad de unos 350.000 habitantes. Las fuerzas estadounidenses apostaron tanques, ametralladoras pesadas y Humvees blindados en las principales rutas de acceso y salida de la ciudad, y levantaron barreras con alambre de concertina, con las que consiguieron bloquear literalmente a la población en el interior de la localidad. Los marines instalaron «campamentos» para detenidos. Las fuerzas estadounidenses requisaron la emisora de radio local y empezaron a emitir propaganda en la que indicaban a la población que cooperaran con los americanos identificando a los combatientes de la resistencia y sus posiciones. La policía iraquí repartió folletos por las mezquitas de Faluya en los que se anunciaba la prohibición de llevar armas y un toque de queda obligatorio desde las 7 de la tarde y las 6 de la mañana, y entregó carteles con el aviso «Se busca» y las fotos de personas sospechosas de haber participado en el ataque al convoy protegido por los hombres de Blackwater. En las afueras de la ciudad, los marines cavaron trincheras en un lugar próximo a un cementerio musulmán y apostaron tiradores en el tejado de una mezquita. «La ciudad está rodeada», explicó a los periodistas el teniente James Vanzant, de la Primera Fuerza Expedicionaria de los Marines. «Estamos buscando a los malos que se esconden en ella.» Los mandos estadounidenses anunciaron su intención de proceder a registros casa por casa en el interior de Faluya con el objeto de hallar a los asesinos de los cuatro guardias contratados por Blackwater. «Ésas son las personas a las que específicamente trataremos de capturar o matar», dijo el teniente Eric Knapp, portavoz de los marines. Los mandos estadounidenses enviaron a sus colaboradores iraquíes a la ciudad para advertir a los habitantes locales de que no opusieran resistencia si las fuerzas estadounidenses entraban en sus casas y de que reunieran a todos los que vivieran en cada una de ellas en una única habitación durante los registros de esa clase. Si querían hablar con los soldados invasores, primero debían levantar la mano. Miles de faluyanos huyeron de la ciudad en previsión de la inminente ofensiva estadounidense.

A la mañana siguiente, las fuerzas estadounidenses realizaron sus primeras incursiones en Faluya: en primer lugar, enviaron a tropas especializadas en detectar y dar caza a «objetivos de alto valor». Luego, se produjo el asalto a gran escala llevado a cabo por 2.500 marines de tres batallones, apoyados por tanques. Las tropas estadounidenses no tardaron en verse envueltas en feroces batallas a tiros con los combatientes de la resistencia. A medida que se fueron intensificando los combates, los marines pidieron apoyo aéreo. El 7 de abril, un helicóptero de ataque AH-1W Cobra atacó las instalaciones de la mezquita de Abdelasís Al Samarrai, a la que Estados Unidos acusaba de refugiar a combatientes de la resistencia que luchaban contra las fuerzas invasoras. La base del minarete de la mezquita fue alcanzada por un misil. Y, finalmente, un avión F-16 de combate descendió hasta allí y dejó caer una bomba de más de 200 kilos sobre el recinto de la mezquita, lo que suponía una vulneración de la Convención de Ginebra, que prohíbe la utilización de recintos religiosos como objetivos bélicos. Los marines emitieron una declaración en la que justificaban el ataque alegando que, puesto que había combatientes de la resistencia en su interior, «la mezquita había perdido su estatus protegido y, por consiguiente, había pasado a ser un blanco militar lícito». Según algunos testigos, puede que hasta un total de 40 iraquíes murieran en aquel ataque sobre la mezquita. En los combates de aquel día, también murieron varios soldados estadounidenses.

El ejército, mientras tanto, había ocupado las principales instalaciones sanitarias de Faluya para impedir que fuesen utilizadas para tratar a los heridos del enemigo. «Las fuerzas estadounidenses bombardearon la central eléctrica en el momento inicial del asalto a la ciudad», recordaba el periodista Rahul Mahajan, uno de los pocos periodistas que logró entrar en Faluya sin acompañamiento militar en aquella ocasión. «[D]urante las semanas que siguieron, Faluya fue una ciudad a oscuras, donde la luz sólo llegaba a ciertos lugares de importancia crítica, como las mezquitas y las clínicas, gracias al empleo de generadores.» Las existencias de alimentos eran cada vez más exiguas. Un médico local afirmaba que 16 niños y 8 mujeres habían muerto como consecuencia de un ataque aéreo a uno de los barrios de la ciudad el 6 de abril. El asedio a Faluya había empezado y funcionaba a pleno rendimiento. «Nuestros efectivos están sólidamente instalados en la ciudad y mis unidades están endureciendo el control», explicó el teniente coronel Brennan Byrne, comandante de los marines. Si alguien se resiste, añadió, «lo doblegaremos y lo echaremos de allí». Faluya, según Byrne, se había convertido en un refugio para los combatientes de la resistencia y los contrabandistas porque «nadie se había tomado la molestia aún de limpiar el lugar como era debido». El batallón de Byrne «fue el primero en convencer a los equipos especializados en guerra psicológica del ejército estadounidense de que pusieran en marcha una guerra escatológica», según recordó en un libro posterior Bing West, un escritor especializado en temas militares que acompañó a las fuerzas estadounidenses («incrustado» en ellas) en el asalto de éstas a Faluya. Los pelotones «competían por ingeniarse los insultos más indecentes u ofensivos para que los traductores los vociferaran a la población a través de los altavoces. Cuando, indignados, los iraquíes salían alocadamente de las mezquitas disparando sus AK contra los que así les hablaban, los marines los abatían con su superior potencia de fuego. La táctica de insultar y disparar se propagó por todas las líneas. Los marines empezaron enseguida a llamar a la ciudad "Lalafaluya" en tono jocoso (remedando la popular gira de conciertos de rock alternativo «Lollapalooza») y a utilizar como banda sonora canciones como el «Welcome to the jungle» de Guns n' Roses y el «Hell's bells» de AC/DC».

Cuando empezaron a aparecer las primeras imágenes del interior de Faluya, obtenidas fundamentalmente por periodistas de las cadenas de televisión árabes, en las que se evidenciaba la terrible crisis humana que se estaba viviendo en la ciudad, se desataron protestas y manifestaciones por todo Irak reprimidas con violencia por las fuerzas estadounidenses. Las mezquitas de Bagdad y de otras localidades empezaron a organizar convoyes de ayuda humanitaria destinados a Faluya. También se hicieron peticiones de donaciones de sangre para acumular existencias para la ciudad sitiada. El 8 de abril, las autoridades hospitalarias locales de Faluya dibujaron un horripilante panorama del sufrimiento humano que se vivía en la localidad y aseguraron que más de 280 civiles habían muerto en los ataques y más de 400 habían resultado heridos. «Tenemos también constancia de personas muertas y heridas que están sepultadas bajo los escombros en diversos puntos de la ciudad, pero a las que no podemos llegar por culpa de los combates», explicaba el doctor Taher Al Isaui. El ejército estadounidense negó que estuviera asesinando a la población civil y acusó a los combatientes de la resistencia de tratar de protegerse mezclándose con el resto de la población. «Cuesta diferenciar a los insurgentes del resto de personas de la población civil», declaró el mayor Larry Kaifesh. «Es difícil hacerse una idea precisa. Así que tenemos que dejarnos guiar por nuestra intuición.»

Byrne, según el Washington Post, «dijo que todos esos cadáveres eran de insurgentes. Según su estimación, el 80% de la población de Faluya era neutral o favorable a la presencia militar estadounidense». Tan optimista pronunciamiento no casaba, sin embargo, con la ferocidad de la resistencia, que estaba logrando impedir que los estadounidenses se hicieran con el control total de la ciudad, aunque a un coste humano increíble. «El enemigo estaba mejor preparado de lo que las informaciones que obraban en poder de los marines les habían hecho suponer», escribió el veterano periodista del Washington Post Thomas Ricks. Citaba, en concreto, un resumen interno de la batalla elaborado por el Cuerpo de los Marines. En él se decía que «los insurgentes sorprendieron a los estadounidenses por la coordinación de sus ataques: bien compenetrados, con fuego combinado de artillería y lanzagranadas, con un empleo eficaz del fuego indirecto», y se añadía que «el enemigo maniobró con eficacia y resistió y combatió».

Cuando el asedio se acercaba ya a la semana de duración, los cadáveres empezaban a amontonarse por las calles de la ciudad y, según los testigos, se iba extendiendo un hedor de muerte por todo Faluya. «Nada podía haberme preparado para lo que vi en Faluya», recordaba un médico de Bagdad que logró entrar en la ciudad como miembro de una delegación de paz. «Ninguna ley en la Tierra puede justificar lo que los americanos le han hecho a personas inocentes.» Los periodistas estadounidenses independientes Dahr Jamail y Rahul Mahajan consiguieron entretanto entrar también en Faluya —sin acompañamiento militar alguno— una semana después del inicio del asedio. Jamail describió la escena que observó en una sala de urgencias improvisada en una pequeña clínica médica, tras llegar a la ciudad junto a un convoy humanitario. «Mientras estuve allí, observé un torrente incesante de mujeres y niños que eran traídos apresuradamente hasta aquella pequeña y sucia clínica tras haber sido alcanzados por disparos de los estadounidenses. Los coches aparcaban precipitadamente encima de la acera y de ellos bajaban personas llorosas que traían a sus familiares heridos. Una mujer y un niño pequeño habían recibido sendos disparos en el cuello», escribió Jamail en una crónica desde el interior de la ciudad sitiada. «El pequeño, que tenía los ojos vidriosos y la vista perdida, no paraba de vomitar mientras los médicos trataban frenéticamente de salvarle la vida. Tras 30 minutos, parecía claro que ninguno de los dos iba a sobrevivir.» Jamail aseguraba haber visto cómo llegaba una víctima tras otra hasta aquella clínica, «casi todas ellas mujeres y niños». El periodista bautizó a Faluya como «el Sarajevo del Eufrates».

Por aquellas mismas fechas, Mahajan informaba así de lo que allí estaba viendo: «Además de las bombas de 200, 400 y 900 kilos lanzadas por la artillería y los aviones de combate, y de los siniestros bombarderos AC-130 Spectre, capaces de demoler toda una manzana de casas en menos de un minuto, los marines habían apostado tiradores que cubrían toda la ciudad con sus ángulos de tiro. Durante semanas enteras, Faluya se dividió en una serie de reductos que, en algunos casos, eran inaccesibles entre sí, separados por la tierra de nadie que trazaban los francotiradores con las trayectorias de sus disparos. Éstos, además, disparaban indiscriminadamente; a menudo lo hacían sobre cualquier cosa que se moviese. De las 20 personas que vi llegar a la clínica en las pocas horas que estuve allí, sólo cinco eran "varones en edad militar". Sí que vi a ancianas, a ancianos, a un niño de diez años con un disparo en la cabeza y en situación terminal, según me comentaron los médicos (aunque, según dijeron, en Bagdad podrían haberlo salvado). En algo sí que parecían estar discriminando los tiradores, sin embargo: todas las ambulancias que observé tenían orificios de bala. En concreto, dos de ellas, que inspeccioné más a fondo, ofrecían muestras evidentes de haber sido tiroteadas a propósito. Amigos míos que salieron a recoger a personas heridas también recibieron disparos». Jamail también informaba de que «los habitantes locales han transformado dos campos de fútbol en cementerios».

La guerra contra Al Yazira

Aunque la mayoría del mundo entendió que el asedio a Faluya era un acontecimiento que suponía un cambio trascendental en la ocupación de Irak, los relatos sobre el nivel de sufrimiento humano soportado por los iraquíes fueron minimizados en la prensa «mayoritaria» de Estados Unidos. Los periodistas de las grandes empresas mediáticas, protegidos por las fuerzas militares estadounidenses en las que se «incrustaron» para entrar en la ciudad, informaban exclusivamente desde el punto de mira de los invasores y recurrían desproporcionadamente a las declaraciones de los portavoces militares y de sus colaboradores iraquíes. Las gráficas descripciones y la verborrea explícita que habían inundado el paisaje periodístico tras la emboscada y el asesinato de los hombres de Blackwater unos días antes desaparecieron de las informaciones sobre las consecuencias para la población civil del asalto a Faluya. Cuando los enfrentamientos se intensificaron y se extendieron en las afueras de la ciudad, el corresponsal del New York Times Jeffrey Gettleman, obviando toda mención de la catástrofe humana que allí se estaba produciendo, escribió que lo encarnizado de los combates «demostraba no sólo la intensidad de la resistencia, sino también una marcada disposición de los insurgentes a dar su vida»} (Las cursivas son mías.) Unidas a las afirmaciones del ejército estadounidense, que aseguraba que «entre el 90 y el 95%» de los iraquíes muertos en la intervención en Faluya eran combatientes, esas informaciones del «diario de referencia» por excelencia en EE.UU., transmitidas desde la protección de los destacamentos militares en el lugar, resultaban apenas indistinguibles de la propaganda castrense oficial estadounidense. «Para ellos es como su "Super Bowl"» fueron las palabras del mayor T. V. Johnson, un portavoz de los marines, citadas por Gettleman en su noticia. «Faluya es su destino de moda para quien quiera matar americanos.»

Pero mientras los cronistas «incrustados» de la prensa estadounidense se centraban en el relato de la «guerra urbana», los periodistas árabes que trabajaban sin acompañamiento ni protección militar —y entre los que destacaban los reporteros de la popular cadena televisiva de noticias Al Yazira— informaban las 24 horas del día desde el interior de la ciudad sitiada. Sus informaciones transmitían una imagen gráfica y nítida de la devastación entre la población civil y desmentían las declaraciones de los mandos estadounidenses acerca de sus supuestos ataques de precisión. Al Yazira y Al Arabiya transmitían imágenes de los cadáveres esparcidos por las calles y de la destrucción de las infraestructuras de la ciudad. En una ocasión, mientras el general de brigada Mark Kimmitt aseguraba en una entrevista telefónica con Al Yazira que Estados Unidos había decretado un alto el fuego y lo estaba cumpliendo, la cadena emitió simultáneamente imágenes en directo de incursiones ininterrumpidas de cazas estadounidenses sobre barrios residenciales del interior de Faluya. Las filmaciones tomadas por las cámaras de Al Yazira en Faluya no sólo se estaban transmitiendo de forma generalizada al mundo árabe, sino a las cadenas televisivas de todo el planeta. El veterano periodista de Al Yazira Ahmed Mansour y su cámara, Laith Mushtaq, habían entrado en Faluya el 3 de abril y eran la fuente principal de imágenes de la devastación de la población civil de la ciudad. Allí pudieron grabar asiduamente escenas de mujeres y niños que habían perdido la vida a causa de la ofensiva estadounidense. En una de sus informaciones, transmitieron la noticia de que toda una familia del barrio de Yolan había muerto al parecer en un ataque aéreo de Estados Unidos. «Los aviones bombardearon su casa y las de todo el vecindario, y sus cuerpos sin vida fueron trasladados al hospital», recordaba posteriormente Mushtaq. «Yo fui a la clínica y no pude ver nada más que un mar de cadáveres de niños y mujeres, pero, sobre todo, de niños, porque los agricultores y los ganaderos suelen tener muchos hijos. Así que aquéllas fueron escenas increíbles, inimaginables. Yo iba haciendo fotos de aquello, obligándome a mí mismo a hacerlas, porque, al mismo tiempo, no podía reprimir las lágrimas.»

Mansour, que es una de las personalidades más conocidas de Al Yazira, dijo que se había dado cuenta con anterioridad de que, en el interior de la ciudad, había apenas un puñado de periodistas, por lo que creyó que tenía la responsabilidad de quedarse allí, a pesar del enorme riesgo que corría. «Quería informar de aquella realidad al mundo entero. Quería que todo el mundo supiera lo que le estaba sucediendo a aquella población asediada. Ni se me ocurrió irme de la ciudad. Decidí quedarme y unir mi destino al de aquella gente. Si mueren, yo estaré con ellos; si logran salir de ésta, yo estaré con ellos. Decidí no pensar en ninguna posibilidad: ni en lo que me harían las fuerzas estadounidenses si me capturaban, ni en mi familia, ni en nada. Sólo pensaba en aquellas personas.» En pleno asedio, Mansour informó en directo desde Faluya: «Anoche, unos tanques nos dispararon en dos ocasiones [...] pero logramos escapar. Estados Unidos quiere que nos vayamos de Faluya, pero nos quedaremos». A pesar del férreo control al que tenía sometidos a sus corresponsales estadounidenses protegidos, Washington estaba perdiendo la guerra de propaganda a escala mundial. Así que las autoridades estadounidenses decidieron atacar al mensajero. El 9 de abril, Washington exigió que Al Yazira abandonara Faluya como condición previa a un alto el fuego. La cadena se negó. Mansour escribió más tarde que, al día siguiente, «varios cazas americanos dispararon diversos proyectiles en las inmediaciones de nuestra posición y bombardearon la vivienda en la que habíamos pasado la noche anterior, acción en la que mataron al dueño de la casa, el señor Husein Samir. Por culpa de aquellas graves amenazas, tuvimos que dejar de emitir durante unos días: cada vez que tratábamos de establecer conexión, los cazas nos localizaban [y] quedábamos expuestos a su fuego».

El 12 de abril, respondiendo a preguntas sobre las imágenes de una catástrofe entre la población civil de Faluya mostradas en Al Yazira, Kimmitt instó a la población a «cambiar de canal. Cambien de canal y busquen una cadena de noticias legítima, honesta y fiable». Kimmitt añadió: «Las cadenas que muestran a los estadounidenses como si estuvieran matando intencionadamente a mujeres y a niños no son fuentes legítimas de información. Lo que emiten es propaganda y mentiras». Dan Senor, asesor principal de Bremer, afirmó que Al Yazira y Al Arabiya «están distorsionando los hechos y contribuyen a una sensación de ira y frustración que, posiblemente, debería ir dirigida en realidad hacia los individuos y las organizaciones de la propia Faluya que se dedican a mutilar a estadounidenses y a masacrar a otros iraquíes, y no hacia la Coalición». El 15 de abril, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, se hizo eco de esos comentarios en términos aún más duros y calificó el estilo informativo de Al Yazira de «malicioso, inexacto e inexcusable». Un periodista le preguntó si Estados Unidos llevaba un recuento de «víctimas civiles». «Obviamente, no», replicó Rumsfeld. «Nosotros no estamos en esa ciudad. Pero usted ya sabe lo que hacen nuestras fuerzas y está claro que no se dedican a ir por ahí matando a centenares de civiles. [...] Lo que esa cadena hace es una vergüenza.» Fue justamente al día siguiente, según un memorando del gobierno británico que llevaba el sello de «Alto secreto» y del que daría cuenta posteriormente el Daily Mirror, cuando, supuestamente, el presidente Bush informó al primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, acerca de su deseo de bombardear Al Yazira. «Dejó claro que pretendía bombardear las instalaciones de Al Yazira en Qatar y otras delegaciones», informaba una fuente sin revelar al Mirror. «No había duda de lo que Bush quería hacer.» Ahmed Mansour dijo que creía que lo que Al Yazira ofrecía en sus crónicas desde el interior de Faluya servía para equilibrar una información que, de no ser así, habría sido contada exclusivamente desde el punto de vista de los corresponsales protegidos por Estados Unidos y de los portavoces militares de aquel país. «¿Acaso es profesionalismo que unos periodistas lleven uniformes [militares] estadounidenses y acompañen [a los militares] en sus aviones y sus tanques para cubrir tal noticia o informar de tal otra?», se preguntaba Mansour. «Las batallas han de cubrirse desde ambos bandos. Nosotros estábamos entre la población civil e informamos desde allí, mientras que ellos contaban con periodistas "incrustados" en las mismas fuerzas que habían lanzado aquel ataque, y que formaban parte de los mismos efectivos estadounidenses que habían ocupado Irak, y se dedicaban a informar como sus protectores querían. Nosotros tratábamos de crear una especie de equilibrio para que la verdad no se perdiera para siempre.»

Castigo colectivo

Los horrores vividos en Faluya, unidos al fracaso estadounidense a la hora de hacerse con el control efectivo de la ciudad y a la osada resistencia de los habitantes de la localidad, sirvió para animar a otros iraquíes a alzarse. A medida que el asedio se prolongaba, personas de todo Irak empezaron a acudir a Faluya para ayudar en la defensa de la ciudad. «La batalla de Faluya es la batalla de la historia, la batalla de Irak, la batalla de la nación», proclamó Harit Al Dari, destacado miembro de la Asociación de Eruditos Musulmanes, ante miles de fieles en los rezos del viernes en pleno asedio. «Dios misericordioso, véngate de la sangre derramada. Véngate de la matanza. Envía a tu ejército contra los ocupantes. Mátalos a todos. No perdones a ninguno.» Cuando el llamado «alto el fuego» anunciado por las autoridades estadounidenses pudo hacerse por fin efectivo durante el fin de semana del 9 de abril, la cifra de marines muertos en la ofensiva alcanzaba ya la treintena. Pero eran los iraquíes quienes habían pagado el precio más alto. Tras el asedio estadounidense de toda una semana, habían muerto en Faluya unas 600 personas, entre ellas «cientos de mujeres y niños». El 13 de abril, el presidente Bush pronunció un discurso transmitido en horario de máxima audiencia por las cadenas de televisión nacionales estadounidenses. «En Irak, se han infiltrado terroristas de otros países con ánimo de incitar y organizar ataques», declaró el presidente desde la Sala Este de la Casa Blanca. «La violencia de la que hemos sido testigos responde a un intento de usurpación de poder de estos elementos extremistas y despiadados [...] pero no es un levantamiento popular.»

Sin embargo, a medio mundo de distancia de los salones del poder de Washington, los miles de faluyanos que huían de su ciudad camino de otras zonas de Irak llevaban consigo relatos horrorosos de lo allí acaecido y de los civiles muertos que ninguna propaganda podía acallar. Pese a la retórica estadounidense sobre una supuesta liberación de Faluya de las garras de los «combatientes extranjeros» y los baazistas, lo cierto es que a los iraquíes no se les escapaba que la justificación declarada para la destrucción de Faluya y para la muerte de cientos de personas había sido el asesinato previo de cuatro mercenarios norteamericanos, que, para la mayoría de la población iraquí, eran los auténticos combatientes extranjeros. «Por sólo cuatro individuos, los americanos han matado a niños, mujeres, ancianos... ¿y ahora tienen sitiada toda una ciudad?», se preguntaba Haitam Saha en un punto de recogida de ayuda humanitaria para Faluya instalado en Bagdad. «Sabemos quiénes fueron las personas que mataron a los vigilantes privados estadounidenses», explicó a un reportero un clérigo de una mezquita local. «Pero en lugar de negociar con nosotros, Bremer ha optado por vengarse.» Hasta los miembros del Consejo de Gobierno iraquí, organismo instaurado por EE.UU., expresaron su indignación. «Estas operaciones constituyeron un castigo masivo», dijo el presidente de dicho Consejo, Adnán Pachachi, quien tres meses antes se había sentado junto a la primera dama estadounidense, Laura Bush, como invitado especial de ésta con motivo del discurso sobre el Estado de la Unión en Washington, D.C. «No estuvo bien castigar a toda la población de Faluya. Consideramos estas operaciones de los estadounidenses inaceptables e ilegales.»

En vista del paso al que Determinación Vigilante continuaba cobrándose un alto precio en muertes entre la población de Faluya, los iraquíes de las fuerzas de seguridad creadas por Estados Unidos empezaron a desertar de sus puestos. Algunos llegaron incluso a unirse a la resistencia al asedio y comenzaron a atacar a las fuerzas estadounidenses en diversos puntos de la ciudad. «En total, hasta uno de cada cuatro miembros del ejército, la defensa civil, la policía y otras fuerzas de seguridad iraquíes recién creadas optó durante esos días por abandonarlas, cambiar de bando o, simplemente, dejar de trabajar», según Anthony Shadid. Cuando, en un intento desesperado, Estados Unidos trató de traspasar la «responsabilidad» de Faluya a una fuerza iraquí, unos 800 fusiles de asalto AK-47, 27 camionetas y 50 radios que los marines habían donado a la recién creada brigada acabaron en manos de la resistencia. El teniente general James Conway admitió con posterioridad que, «cumpliendo la orden de atacar Faluya, creo que no hicimos más que aumentar el nivel de animadversión ya existente». Cuando el desastre que Estados Unidos estaba sufriendo en el terreno de las relaciones públicas no hacía más que empeorar, Kimmitt declaró: «Yo diría que el auténtico castigo colectivo que padece la población de Faluya es tener en su seno a esos terroristas, a esos cobardes que se agazapan en el interior de las mezquitas, los hospitales y las escuelas, y que usan a las mujeres y a los niños como escudos para ocultarse ante los marines, que no tratan más que de liberar a la población de los cobardes que anidan en el interior de la ciudad de Faluya». Pero para la mayoría del mundo, el responsable de aquel «castigo colectivo» (una expresión árabe con reminiscencias de la política israelí contra Palestina) contra la población de Faluya había sido Estados Unidos. De hecho, esas mismas fueron las palabras exactas que empleó el enviado de la ONU a Irak, Lajdar Brahimi, cuando declaró: «El castigo colectivo es sin duda inaceptable, como el asedio a la ciudad es también del todo inadmisible». Brahimi se preguntaba: «Cuando se sitia una ciudad, se bombardea una ciudad y su población no puede ni siquiera ir al hospital, ¿de qué otra forma podemos llamar a algo así?».

Al final, tal vez fueron ochocientos iraquíes en total los que murieron como consecuencia del primero de los varios sitios a los que acabaría siendo sometida Faluya. Decenas de miles de civiles huyeron de sus hogares y la ciudad fue arrasada. Y aun así, Estados Unidos no logró aplastar Faluya. Lejos de servir para afirmar la supremacía estadounidense en Irak, Faluya demostró la eficacia de las tácticas guerrilleras contra los ocupantes. «Faluya, aquella pequeña ciudad convertida en núcleo central de la insurrección árabe suní, había sido considerada hasta entonces una especie de lugar provinciano y pueblerino por los demás suníes de Irak», escribió el veterano corresponsal en Oriente Medio Patrick Cockburn en una crónica desde Irak a finales de abril. «Era visto como un enclave de islamismo, tribalismo y elevada afección hacia el anterior régimen. El número de guerrilleros no sumaba probablemente más de 400 sobre una población total de 300.000 habitantes. Pero asaltando toda una ciudad como si de Verdún o Stalingrado se tratase, los marines estadounidenses la habían convertido en un símbolo nacionalista.»

En su testificación ante el Congreso el día 20 de abril, el general Richard Myers, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor de EE.UU., defendió la operación en estos términos: «Como recordarán, entramos allí por las atrocidades a las que fueron sometidos los miembros del personal de seguridad de Blackwater, cuatro personas que fueron asesinadas y, posteriormente, quemadas y colgadas de un puente. Fuimos allí porque teníamos que hacerlo para dar con los perpetradores de aquellos crímenes. Y lo que nos encontramos fue una ciudad convertida en un inmenso nido de ratas, una infección que aún hoy no ha dejado de supurar y sigue precisando tratamiento». El sitio al que fue sometida Faluya en abril se repitió unos meses más tarde, en noviembre de 2004, pero esta vez en forma de una ofensiva aún mayor que acabó provocando más centenares de iraquíes muertos, más decenas de miles de personas desplazadas de sus hogares y unos niveles de indignación aún más acentuados en todo el país. En total, las fuerzas estadounidenses llevaron a cabo casi 700 ataques aéreos que dañaron o destruyeron 18.000 de los 39.000 edificios de Faluya. Unos 150 soldados estadounidenses murieron en aquellas operaciones, pero «nunca llegó a darse con» los «perpetradores» de la emboscada al convoy protegido por Blackwater, pese a las promesas previas de las autoridades políticas y militares, lo que reforzó aún más la sensación de venganza con respecto a la masacre cometida por los estadounidenses en Faluya. Los marines cambiaron el nombre del infausto puente por el de «Puente Blackwater» y, sobre una de sus vigas, alguien escribió en inglés y con tinta negra: «Esto es por los americanos de Blackwater que fueron asesinados aquí en 2004. Semper Fidelis. P.D.: Que os jodan». El periodista Dahr Jamail llegó posteriormente a la conclusión de que, «en abril de 2004, mientras una ciudad entera era invadida y sus habitantes huían despavoridos, buscaban un escondrijo donde podían o, simplemente, eran masacrados, en Estados Unidos, y gracias a nuestros medios informativos, se prestaba una extraordinaria atención pública a unos seres humanos cuyos cadáveres habían sido mutilados en Irak. Pero entre tantos miles de referencias a la mencionada mutilación que se hicieron durante aquel mes, todavía no hemos hallado ni una relacionada con lo acaecido tras el 31 de marzo. [...] Por lo que parece, los únicos que pueden ser "mutilados" son los mercenarios de Blackwater y otros asesinos profesionales estadounidenses, pero nunca los bebés iraquíes decapitados».