Capítulo 6
Scotty se va a la guerra

A principios de 2004, Blackwater se hallaba firmemente consolidada en Irak. Mientras tanto, Erik Prince, Gary Jackson y otros ejecutivos de la empresa se dedicaban a estudiar agresivamente nuevos mercados y contratos para su próspero negocio. Sus hombres protegían al jefe de la ocupación estadounidense y varias oficinas regionales de la Autoridad por todo Irak, lo que concedía a Blackwater una posición de privilegio para la obtención de los mejores contratos y hacía que sus fuerzas fuesen la envidia del pujante sector de la seguridad privada en aquel país. Esto fue posible gracias a la continuada degeneración de la situación de la seguridad en la zona. En enero de 2004, el Financial Times informaba de que «[l]os contratistas dicen que, sólo en los últimos dos meses, ha habido más de 500 ataques contra convoyes civiles y militares». Ese mismo mes, el ejecutivo de Blackwater Patrick Toohey «aconsejaba» a las empresas que aspiraban a realizar actividades en Irak que «añadieran un 25% adicional a sus presupuestos en concepto de seguridad». Hubo quien empezó a comparar el mercado de los mercenarios en Irak con la Fiebre del Oro de Alaska y el duelo de O.K. Corral. Según el The Times de Londres, «en Irak, el boom de negocio de la posguerra no está siendo el del petróleo, sino el de la seguridad». Casi de la noche a la mañana, un sector de actividad anteriormente despreciado emergía de las tinieblas y empezaba a prosperar, y Blackwater encabezaba el pelotón. Ansiosa por ampliar su negocio y sus beneficios, la compañía hizo pronto público que buscaba a ex miembros altamente cualificados de Fuerzas Especiales para su despliegue en Irak. La empresa ofrecía a esos candidatos «cualificados» salarios ante los que la paga militar básica del ejército regular (y casi cualquier otro sueldo) palidecía en comparación. Un ex militar que trabajara a las órdenes de Blackwater podía ganar entre 600 y 800 dólares diarios, y, en algunos casos, aún más. Además, la acotadísima temporalidad de los contratos ofertados por la compañía —de dos meses— facilitaba que el personal así reclutado pudiese reunir una pequeña fortuna en muy poco tiempo (en un número muy determinado de días), lo que los hacía especialmente atractivos. Por otra parte, en muchos casos, esos mismos trabajadores podían solicitar la prorrogación de sus contratos por periodos adicionales si así lo deseaban. Y también gozaban de importantes descuentos fiscales por sus ingresos.

La privatización de la ocupación también ofrecía una oportunidad a muchos aficionados al combate, retirados del servicio y atrapados en el hastío de su existencia cotidiana, para regresar a sus días de gloria en el campo de batalla, pero, esta vez, bajo la bandera de la lucha internacional contra el terrorismo. «Es a lo que te dedicas», explicaba Steve Nash, un antiguo SEAL de la Armada. «Te pasas, por ejemplo, veinte años haciendo cosas como pilotar embarcaciones de alta velocidad o saltar en paracaídas desde los aviones, y, luego, de pronto, te ves vendiendo pólizas de seguros. Y es duro.» Dan Boelens, un agente de policía de Michigan de 55 años de edad que se definía a sí mismo como experto en armas, fue a Irak con Blackwater porque era «la última oportunidad que iba a tener en mi vida de hacer algo excitante» y porque le «gusta la tensión y el subidón de adrenalina que esas cosas me dan».

«Cuando alguien puede ganar más dinero en un mes del que puede cobrar todo un año en el ejército o en un empleo civil, es difícil rechazarlo», explicaba el ex SEAL Dale McClellan, uno de los fundadores originales de Blackwater USA. «Además, la mayoría de nosotros también hemos estado recibiendo tiros durante la mayor parte de nuestra vida.» Sus habilidades —en guerrilla urbana, como tiradores, en combate cuerpo a cuerpo— resultan, según McClellan, «totalmente inútiles en el mundo civil». Por otra parte, existe una ventaja añadida que McClellan denomina el «factor "hombre interesante"». «Asumámoslo», dijo, «a las mujeres les va ese rollo».

«No te forman para mucho más», decía Curtis Williams, otro ex SEAL. «Esa adrenalina es adictiva. Es algo que nunca te deja.» Muchos soldados de Fuerzas Especiales que prestaron servicio durante la «pacífica» década de 1990 también se han sentido privados en su momento del combate abierto de otras épocas y han visto en la guerra contra el terrorismo una oportunidad para hallar su propia gloria personal. «Nos entrenan para servir a nuestro país en un cuerpo de élite», añadía Williams.

«Queremos volver allí y matar al malo. Forma parte de lo que somos.» Un guardia privado de Blackwater que estuvo destinado en Afganistán admitía que el dinero es un factor de primera importancia. «Pero no lo es todo», dijo. «Tras el 11-S, yo quería un poco de venganza.» Entre quienes fueron atraídos a Irak por la oferta de Blackwater estaba un antiguo SEAL de la Armada de 38 años de edad llamado Scott Helvenston.

Helvenston, hombre bronceado de cuerpo esculpido, muy del estilo de los muñecos de G.I. Joe, era como una especie de anuncio andante para el ejército. Literalmente. Su imagen —sin camisa, corriendo por una playa a la cabeza de un pelotón de los SEAL que se ejercitaba a la carrera— ilustró en una ocasión la portada de un calendario promocional de la Armada. Venía de una familia de republicanos orgullosos de serlo, y su tío bisabuelo, Elihu Root, había sido secretario de Guerra de Estados Unidos y ganador del Premio Nobel de la Paz de 1912. El padre de Helvenston murió cuando éste tenía 7 años, así que tuvo que ayudar a criar a su hermano pequeño, Jason. Scott Helvenston era, a decir de todos, un soldado y un deportista modelo. Hizo historia al convertirse en la persona más joven en completar el riguroso programa de los SEAL de la Armada con sólo 17 años de edad. Pasó doce años en los SEAL, cuatro de ellos como instructor. Helvenston dijo de su periodo en la Escuela Básica de Demolición Submarina, una de las fases del programa normativo de los SEAL, que era «el entrenamiento más prolongado y arduo de su clase en el mundo libre», y que «cuando la finalizas, piensas: "Eh, creo que ya puedo arreglármelas con cualquier cosa"». Pero, como muchos ex miembros de Fuerzas Especiales, Helvenston no tenía muy claro qué hacer con su vida cuando dejó el servicio activo en 1994. Sus aptitudes para el combate no eran fácilmente trasladables al «mundo real» y no tenía interés alguno en convertirse en el policía de alquiler de nadie. Su auténtica pasión era el fitness: había realizado varios vídeos de ejercicios de gimnasia por medio de su empresa, Amphibian Athletics, y soñaba con inaugurar su propio centro de fitness.

Hubo incluso un momento durante la década de 1990 en que Helvenston probó suerte en Hollywood. Entrenó a Demi Moore para la película en la que ésta interpretaba a una de las reclutas de los SEAL, G.I. Jane [La teniente O'Neil], fue asesor en el film de John Travolta Face/Off [Cara a cara] e, incluso, tuvo alguna breve actuación especial como doble o especialista en alguna que otra película. También hizo sus pinitos en la telerrealidad, incluido un papel protagonista en el reality show sobre las Fuerzas Especiales del ejército titulado Combat Missions, producido por el creador de Survivor [Supervivientes], Mark Burnett. Un crítico de televisión dijo de Helvenston que tenía «un temperamento de fiera» en aquel programa y que la mayor parte del público lo consideraba el malo de la serie. «Es muy emocional e interpreta las cosas de un modo muy concreto, y se interesa mucho por cómo lo ven los demás», comentó Burnett a propósito de Helvenston. «Pero ¿sabe una cosa? Si le da una pistola y lo envía a una batalla, es alguien que usted querrá que esté en su bando. Es un gran SEAL de la Armada y uno de los mejores atletas de Estados Unidos.» En otra serie, Man vs. Beast, Helvenston fue el único concursante humano capaz de derrotar a la bestia superando en habilidad a un chimpancé en una carrera de obstáculos.

Aunque no era por falta de empeño, lo cierto es que el trabajo de actor no estaba saliendo como Helvenston esperaba y cada vez le costaba más llegar a fin de mes. «Ganaba bastante dinero, pero nunca era suficiente», recuerda su madre, Katy Helvenston-Wettengel. Estaba divorciado de su esposa, Patricia, pero seguía ocupándose de su manutención y de la de sus dos hijos adolescentes, Kyle y Kelsey. Helvenston tenía también deudas acumuladas y cuando, a través de sus contactos en los SEAL, le llegó el rumor de que podía ganar mucho dinero ejerciendo de guardaespaldas de alto riesgo, empezó a buscar oportunidades. DynCorp le ofreció un empleo en el servicio de protección del presidente afgano, Hamid Karzai, pero acabó rechazándolo porque suponía un compromiso mínimo de un año y Helvenston no quería dejar a sus hijos. Más tarde, a finales de 2003, se enteró de que Blackwater estaba contratando personal que podía estar desplegado sobre el terreno sólo dos meses y aquélla sí que fue una idea que le atrajo de inmediato. La madre de Scott dice que vio en aquello la oportunidad de darle la vuelta por completo a su vida. «Dijo: "Voy a ir allí, ganaré dinero, puede que incluso haga algo importante, y luego volveré para empezar mi nuevo trabajo. Sólo estaré lejos de mis hijos un par de meses". Por eso eligió Blackwater», recuerda.

Cuando hablaba de ello con su familia o sus amigos, Scott Helvenston les decía que iba a proteger al embajador estadounidense en Irak. A fin de cuentas, eso era lo que, en el mundillo de la seguridad privada, se sabía que Blackwater estaba haciendo en aquel país. Además, la empresa estaba dirigida por antiguos miembros de los SEAL como el propio Helvenston: así que, en Irak, se sentiría como en casa y entre gente con sus mismos antecedentes. «Scott tenía la mentalidad de un guerrero», comentó su amigo Mark Divine, un reservista de los SEAL de la Armada entrenado por Helvenston. Divine dijo que Helvenston había previsto ganar unos 60.000 dólares en Irak, pero que también ansiaba encontrarse allí con la clase de acción para la que había sido entrenado pero que no había podido ver realmente durante sus años en los SEAL, que habían coincidido con «tiempos de paz». «Cuando no estás metido en la acción, te sientes un poco como un animal enjaulado. Como si toda tu vida te hubieses entrenado para ser un futbolista profesional y nunca te convocasen para el partido», dijo Divine. El hermano de Helvenston, Jason, afirmaba que, aunque Scott había participado en operaciones encubiertas con los SEAL, no había tenido la sensación de que ninguna de ellas hubiese sido suficientemente arriesgada como para sentirse realizado. «A veces, sentía que nunca había servido a su país porque no se había encontrado con peligro suficiente», reconocía Jason Helvenston. «Por eso se marchó a Irak.» Divine habló con Helvenston dos días antes de que se embarcara rumbo al país árabe. «Aquello era un "hurra" final para Scott», dijo. «Era su última oportunidad de estar de vuelta en el ruedo del combate.» En cuanto a los importantes riesgos de estar destinado en Irak, Divine dijo que lo que Helvenston «sentía era que "si tu hora ha llegado, siempre habrá una bala que lleve tu nombre escrito"». Si de Katy Helvenston-Wettengel hubiera dependido, su hijo no habría ido a Irak. «Habíamos discutido sobre por qué tenía que ir allí», recuerda. «Creo que debíamos ir a Afganistán, pero nunca creí que debiéramos entrar en Irak. Y Scott, sin embargo, se creyó toda la historia esa de que Sadam Husein estaba confabulado con Al Qaeda. Él creía en lo que estaba haciendo.» El problema es que lo que Scott Helvenston iba a hacer en Irak no era proteger al embajador ni, en realidad, a ninguna otra autoridad estadounidense.

A principios de marzo de 2004, Helvenston se presentó en el centro de entrenamiento de Blackwater en el cenagal de Moyock, en Carolina del Norte, donde le aguardaban dos semanas de preparación para su posterior despliegue en Irak. Allí estaba entre ex miembros de los SEAL y de otros grupos de operaciones especiales. En las instalaciones también había algunos de los componentes de la primera remesa de mercenarios no estadounidenses que Blackwater iba a contratar: comandos chilenos (algunos de ellos formados durante el brutal régimen de Augusto Pinochet) que Blackwater había trasladado en avión hasta Carolina del Norte unos días antes. Ellos, al igual que Helvenston, estaban destinados para su despliegue en Irak como parte de las fuerzas privatizadas, que no dejaban de aumentar a gran velocidad. «Registramos hasta los confines de la Tierra en busca de profesionales», declaró por aquel entonces el presidente de Blackwater, Gary Jackson. «Los comandos chilenos son sumamente profesionales y encajan bien en el sistema de Blackwater.»

Poco después de la llegada de Scott Helvenston a Carolina del Norte, empezaron los problemas. Uno de los hombres que dirigía el entrenamiento en Blackwater era un instructor a quien algunos de sus alumnos llamaban Shrek, presumiblemente en alusión al ogro verde protagonista de una conocida película de animación. Según todos los testimonios, Helvenston estaba entusiasmado con la idea de trabajar para Blackwater y de entrar en acción. Pero poco después del periodo de formación, adujo en un mensaje de correo electrónico enviado a los directivos de Blackwater que entre él y Shrek se había producido un conflicto. Entre otras cosas, Helvenston explicó que Shrek era un mando «poco profesional» y dijo de él que siempre se ponía a la defensiva cuando Helvenston le hacía preguntas durante el entrenamiento. «Con mis participaciones en clase, yo intentaba sinceramente formular mis comentarios de modo que no dieran a entender que [Shrek] estaba equivocado, sino que aquélla había sido la experiencia que yo había adquirido durante un curso de certificación que había seguido con el Departamento de Estado», según Helvenston, quien añadió que, en vista de cómo reaccionaba Shrek a sus comentarios y sugerencias, él había dejado de ofrecerlos. Tras las sesiones de entrenamiento en Carolina del Norte, Helvenston y Shrek acabaron siendo desplegados juntos en Kuwait, adonde volaron a mediados de marzo en compañía del equipo de comandos chilenos que Blackwater acababa de contratar.

Pese al conflicto que Helvenston consideraba que tenía con Shrek, el hecho de que le hubieran destinado allí con él le pareció una situación aceptable, sobre todo porque dos de sus amigos de la época del programa de telerrealidad Combat Missions, John y Kathy Potter, se encontraban también allí ayudando a gestionar las operaciones de Blackwater. «Pasé una semana en Kuwait con Scott justo antes de que fuera a Irak», recordaba Kathy Potter, que dirigía las operaciones de Blackwater en Kuwait mientras su marido estaba en Bagdad. «Pudimos mantener muy buenas conversaciones sobre su familia, la vida y las lecciones que habíamos aprendido. Scott era un hombre totalmente cambiado con respecto a la última vez que le había visto.» Concretamente, dijo de Helvenston que «¡daba gusto estar con él! No pasaba un día que no me riera a carcajadas con él y sus ocurrencias».

«Su frase favorita (que pronunciaba siempre que tenía ocasión) era "¡Qué condenadamente contento estoy de estar aquí!". Aquello siempre me hacía reír y nos hacía sonreír a todos», según escribió Potter. Ella dijo también de Helvenston que siempre la apoyaba frente a otros «tipos duros [de Blackwater] que venían con una actitud muy negativa y poco respetuosa, y se comportaban de manera machista y desafiante». Pero, en apenas unos días, las cosas empezaron a torcerse —y mucho— para Helvenston.

Cuando partió para Oriente Medio, la familia de Scott Helvenston pensaba que iba allí a proteger a Paul Bremer. Pero lo cierto es que fue asignado a la realización de una tarea mucho menos glamurosa. Dentro de la campaña de captación de negocio de Blackwater, la empresa se había asociado hacía poco con una compañía kuwaití llamada Regency Hotel and Hospital Company, y juntas se habían hecho con un contrato de seguridad con Eurest Support Services (ESS), una subcontrata de Halliburton, para proteger convoyes de transporte de material de cocina para el ejército estadounidense. Blackwater y Regency habían vencido en la lucha por ese contrato a otra empresa de seguridad, Control Risks Group, y estaban deseosas de obtener más contratos lucrativos de ESS (que se describía a sí misma como «la mayor compañía de servicios de alimentación del mundo») en su otra división, dedicada a prestar servicio a los proyectos y las obras de construcción en Irak. Blackwater empezó entonces a formar rápidamente equipos humanos para iniciar de inmediato las labores de escolta de los convoyes, y a una de dichas brigadas acabó siendo destinado Helvenston en Irak. Mientras tanto, y sin que él lo supiera, se producían ciertos tejemanejes comerciales entre bambalinas.

Blackwater pagaba a sus hombres 600 dólares diarios, pero cobraba a Regency una factura de 815, según los contratos y las informaciones recogidos en el News and Observer de Raleigh. «Además», proseguía el diario, «Blackwater facturaba a Regency por separado la totalidad de sus costes y gastos generales en Irak: seguros, alojamiento, viajes, armas, munición, vehículos, espacio y material de oficina, apoyo administrativo, impuestos y tasas». Regency facturaba posteriormente a ESS una suma desconocida por todos esos mismos servicios. Kathy Potter explicó al News and Observer— que Regency «indicaba un precio a ESS, digamos, por ejemplo, que de 1.500 dólares por hombre y día, y luego le decía a Blackwater que le cobraba sólo 1.200». En su contrato con Blackwater/Regency, ESS hacía referencia, a su vez, a su contrato con otra filial de Halliburton, KBR, señalando, al parecer, que Blackwater operaba conforme a una subcontrata de KBR con ESS. El News and Observer informó que ESS facturaba a KBR por los servicios de Blackwater y que, por su parte, KBR facturaba al gobierno federal una cuantía desconocida de dinero por esos mismos servicios. KBR/Halliburton, que practica una política de no revelación de sus subcontratistas, dijo no tener «constancia de servicio alguno» que Blackwater pudiese haber facilitado a ESS.

En febrero de 2007, representantes de ESS, KBR y Blackwater comparecieron conjuntamente ante un comité del Congreso encargado de investigar el despilfarro y los abusos cometidos por los contratistas de la guerra de Irak. Estaba previsto que compareciera también un representante de Regency, pero no se presentó. En su testimonio jurado durante aquella sesión, el asesor legal de Blackwater Andrew Howell afirmó: «Suponer que todo lo que no sea la cantidad desembolsada en costes laborales es puro margen de ganancia y beneficio es un error». Según él, la diferencia reflejaba otros gastos soportados por Blackwater. El representante de ESS alegó algo parecido. Howell dijo que, en virtud de aquel contrato, Blackwater sólo habría obtenido un beneficio apenas superior a diez dólares por hombre y día, pero la empresa, según él, nunca cobró ese margen. Durante la comparecencia, el congresista Dermis Kucinich rebatió la descripción que Blackwater hizo de sus prácticas de facturación y sostuvo que las declaraciones de Howell no «cuadra[ban] con algunos de los hechos». Ése nunca dejó de ser una cuestión puesta en tela de juicio durante el resto de la investigación llevada a cabo por el Congreso.

El contrato original entre Blackwater/Regency y ESS, firmado el 8 de marzo de 2004, reconocía que «la amenaza actual en el teatro de operaciones iraquí» se mantendría «elevada y constante», y especificaba la necesidad de que cada vehículo destinado a misiones de seguridad estuviese ocupado, al menos, por tres hombres «con un mínimo de dos vehículos blindados para apoyar los movimientos de ESS». [La cursiva es mía.] Pero el 12 de marzo de 2004, Blackwater y Regency firmaron un subcontrato que especificaba unas estipulaciones de seguridad idénticas a las del original salvo por una palabra: «blindados». Ésta se borró del contrato; al parecer, Blackwater se ahorraba de ese modo 1,5 millones de dólares.

John Potter habría llamado la atención de los directivos de Blackwater y de Regency sobre esa omisión. Pero no tuvo tiempo: cualquier retraso adicional podría haber supuesto una pérdida de beneficios para Blackwater/Regency al dificultar el inicio del trabajo para ESS y el afán de ambas empresas por comenzar era inmenso, ya que querían impresionar a ESS para obtener nuevos contratos. «Lo único que les importaba a los de Regency era el dinero», comentó Kathy Potter. «No les importaban las vidas humanas.» En cualquier caso, la decisión de seguir adelante con el proyecto sin vehículos blindados correspondió a Blackwater. Como informaba el News and Observer, «el contrato otorga a Blackwater pleno control sobre cómo y cuándo deben desplazarse los convoyes, basándose en su propio criterio y en el nivel de amenaza existente. Kathy Potter dijo que Blackwater dio su visto bueno a la misión». El 24 de marzo, Blackwater retiró a John Potter del puesto de director del programa y, al parecer, puso a Justin McQuown en su lugar, quien, según los abogados de la familia Helvenston, era el hombre conocido como «Shrek» con quien Helvenston había tenido aquel encontronazo durante el periodo de entrenamiento en Carolina del Norte. McQuown, por mediación de su abogado, declinó ser entrevistado para este libro. Helvenston se enteró en Kuwait de que tanto Kathy como John Potter habían sido retirados de sus puestos. «Lo único que sé con seguridad es que tanto John como Kathy se han dedicado en cuerpo y alma a este trabajo», escribió. «En mi opinión, fuese cual fuese la gravedad de su falta, no deberían haber sido despedidos.»

Entretanto, a Helvenston le habían ido cambiando con bastante asiduidad las tareas asignadas antes de ser incorporado al equipo de Blackwater con el que estaba programado su despliegue en Irak en unos pocos días. «Me he pasado los últimos dos días trabajando, yendo a buscar comidas y conociéndome y conectando con la gente», escribió el 27 de marzo de 2004. «Nos han dicho que está previsto que nos marchemos dentro de dos días para escoltar un autobús hasta Bagdad.» Helvenston escribió también que esa noche había salido a cenar con los miembros de su equipo en Kuwait para ahondar aún más en la creación de un buen ambiente de grupo. Después de la cena, fueron a un «salón de narguile», donde empezó a desencadenarse toda una serie de fatídicos acontecimientos, que se iniciaron con una llamada que Helvenston recibió en su teléfono móvil. «A eso de las diez de esta noche he recibido una llamada preguntándome si podía marcharme esta madrugada a las cinco con un nuevo líder de equipo», escribió. «La verdad es que [...] estaba allí sentado con un zumo de frutas y una pipa de la paz (totalmente legal) en la boca y me sentía... bueno... mareado que no veas y me daban hasta náuseas, así que respondí que no. Aún no había empacado mis cosas y no me sentía con ánimo para algo así.» Helvenston dijo que volvió a su habitación en Kuwait y el líder de su equipo «fue a hablar con Justin. Él, francamente, no quería perderme como miembro de su brigada y creo que se olía que había alguna intención oculta en aquello. "A ver si podemos joder a Scott"».

Luego, según el mensaje de correo electrónico de Helvenston, las cosas se pusieron feas. Él afirmaba que Shrek y otro individuo fueron a la habitación de su hotel aquella noche «para malcararse [sic] conmigo. No, no para encararse. ¡PARA MALCARARSE!». El hombre que acompañaba a Shrek, según escribió Helvenston, le llamó «cobarde» y se puso en posición «como si quisiera pelea y Justin [hizo] lo mismo. Yo, que saco mi ASP [una pistola] y veo que ese cobarde quiere guerra. Tuve una primonición [sic] de lo que iba a pasar. Mi compañero de habitación, Chris, que se parte de la risa, y Justin me dice que estoy despedido y de vuelta en un avión mañana mismo. Nos decimos unas cuantas lindezas y lo que pasa después es que él me confisca la GLOCK [una marca de pistola] que me había dado permiso para guardar en la habitación». La familia de Helvenston alegaría posteriormente que McQuown «amenazó con despedir a Helvenston si él no partía a primera hora de la mañana siguiente con el nuevo equipo». Con independencia del supuesto conflicto de aquella noche, Helvenston no tardó en llegar a Irak. El abogado de McQuown dijo que su cliente no tuvo «implicación alguna en la planificación ni en la puesta en práctica de [la] misión» a la que Helvenston iría destinado unos días después. El correo electrónico que Helvenston envió la noche antes de ser trasladado a Irak iba dirigido al «dueño, el presidente y los altos directivos» de Blackwater. Su asunto: «falta extrema de profesionalismo». Fue el último mensaje electrónico que Scott Helvenston llegaría a enviar jamás.