Capítulo 5
Proteger al hombre de Bush en Bagdad
L. Paul Bremer III llegó a Bagdad el 12 de mayo de 2003 y se instaló en el antiguo Palacio Republicano de Sadam Husein, a orillas del río Tigris. El mayor legado de Bremer en Irak —donde ejerció de procónsul de la ocupación estadounidense durante poco más de un año— tal vez fuese el haber tutelado la transformación de aquel país en el epicentro de la resistencia antiamericana de todo el mundo y el haber presidido un sistema que provocó una oleada generalizada de corrupción y negocios sucios dentro del lucrativo mundo de la contratación de empresas privadas en Irak. Al finalizar el mandato de Bremer, unos 9.000 millones de dólares supuestamente gastados en la reconstrucción iraquí no habían sido justificados de modo alguno, según una auditoría exhaustiva realizada por el Inspector General Especial para Irak de Estados Unidos. Ante tales alegaciones, Bremer respondió que la auditoría había sometido a su Autoridad Provisional de la Coalición a «un nivel de exigencia poco realista».
Al igual que Erik Prince, Bremer es un conservador y converso al catolicismo que adquirió experiencia en el gobierno trabajando para diversas administraciones republicanas y gozaba del respeto de los evangélicos de derecha y de los neoconservadores por igual. A mediados de la década de 1970, era ayudante del secretario de Estado Henry Kissinger. Durante la administración Reagan, ejerció el cargo de secretario ejecutivo y ayudante especial de Alexander Haig, el imponente y poderoso secretario de Estado. En pleno apogeo de las sangrientas guerras de Reagan en América Central, Bremer fue ascendido a embajador general contra el terrorismo. A finales de la década de 1980, Bremer abandonó la administración y se incorporó al sector privado como director gerente de la empresa consultora de Henry Kissinger, Kissinger and Associates.
Uno de los «expertos en terrorismo» favoritos de los neoconservadores, Bremer influyó en el desarrollo de las bases conceptuales de la posterior «guerra contra el terror» y del Departamento de Seguridad Interior. Un año antes del 11-S, se quejó de las directrices de la CIA que «desaconsejaban la contratación de los servicios de espías terroristas» aduciendo que debían hacerse mucho más permisivas para que la agencia pudiera «reclutar activamente a informadores clandestinos». Cuando se produjeron los atentados del 11–S, Bremer era ya un rostro habitual de la comunidad «contraterrorista», sobre todo después de que hubiera sido nombrado en 1999 presidente del Consejo Nacional sobre Terrorismo por el presidente de la Cámara de Representantes, Dennis Hastert. En el momento de los atentados, Bremer era asesor principal sobre política y riesgos emergentes de la gigantesca compañía de seguros Marsh & McLennan. La empresa tenía oficinas en el World Trade Center y en ellas trabajaban 1.700 empleados, 295 de los cuales fallecieron en los atentados.
Apenas transcurridas 48 horas desde el 11-S, Bremer escribió en el Wall Street Journal: «Nuestra represalia debe ir más allá de los débiles e indecisos ataques de la pasada década, que eran acciones que parecían diseñadas para "indicar" a los terroristas la seriedad de nuestras intenciones sin infligir daños reales, aunque, naturalmente, la pusilanimidad de las mismas daba muestras justamente de lo contrario. Esta vez, los terroristas y quienes les apoyan deben ser aplastados. Esto significará entrar en guerra con uno o más países. Y será una guerra larga, no de las que se hacen "para la televisión". Como en todas las guerras, habría víctimas civiles. Ganaremos algunas batallas y perderemos otras. Morirán más estadounidenses. Pero, al final, Estados Unidos puede vencer y vencerá, como siempre lo hacemos». Bremer concluía diciendo: «Debemos rehuir la búsqueda de un absurdo "consenso" internacional en torno a nuestras acciones. Hoy son muchas las naciones que expresan su apoyo y su comprensión por las heridas de Estados Unidos, pero mañana sabremos quiénes son nuestros verdaderos amigos». En una aparición en Fox News por aquel entonces, Bremer declaró: «Mi esperanza es que lleguemos a la conclusión de que todo Estado que haya estado implicado en esto de un modo u otro, proporcionando algún tipo de apoyo o refugio a ese grupo, debe pagar el máximo precio posible por ello».
Un mes después del 11-S, Bremer pasó a presidir una nueva división de Marsh & McLennan especializada en «seguros contra riesgos terroristas» para las grandes empresas transnacionales. La división, bautizada con el nombre de Crisis Consulting Practice, ofrecía a esas compañías «servicios integrales de contraterrorismo». Para vender sus caros seguros a las sociedades anónimas estadounidenses, según escribió Naomi Klein en The Nation, «Bremer tuvo que establecer los "manidos" vínculos entre terrorismo y el fracaso de la economía global por los que los activistas son habitualmente tan criticados. En un documento de trabajo de noviembre de 2001, titulado "Nuevos riesgos en la actividad empresarial internacional", explica que las políticas liberalizadoras "fuerzan el despido masivo de trabajadores. Y la apertura de mercados al comercio exterior somete a los comerciantes y a los monopolios comerciales tradicionales a una enorme presión". Esto genera "crecientes diferenciales de renta y tensiones sociales", que, a su vez, pueden degenerar en diversos ataques a las empresas estadounidenses, desde los de carácter terrorista hasta los intentos de dar marcha atrás a las privatizaciones o de reducir los incentivos al comercio emprendidos por los propios gobiernos». Klein equiparó a Bremer con un pirata informático que «estropea los sitios web de las empresas y luego se ofrece a sí mismo como especialista en seguridad de redes», y predijo que, «en pocos meses, es muy posible que Bremer esté vendiendo seguros contra terrorismo a las mismas compañías que él dejó entrar en Irak». Poco después de la llegada de Bremer a Bagdad, su antiguo jefe en Marsh & McLennan, Jeffrey Greenberg, anunció que 2002 había sido «un gran año para Marsh; los ingresos de explotación subieron un 31%. [...] La experiencia y los conocimientos de Marsh en el análisis del riesgo y en el desarrollo de programas de gestión del riesgo para nuestros clientes han gozado de una gran demanda. [...] Nuestras perspectivas de futuro nunca han sido mejores».
A mediados de abril de 2003, el entonces jefe de gabinete de Dick Cheney, I. Lewis «Scooter» Libby, y el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, ya habían mantenido contactos con Bremer para que éste asumiera «la tarea de dirigir la ocupación de Irak». A mediados de mayo, Bremer ya estaba en Bagdad. Su nombramiento como director de reconstrucción y ayuda humanitaria y como jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición en Irak generó inmediatamente una fuerte controversia, incluso entre aquellas personas que habían trabajado con él. Un antiguo alto cargo del Departamento de Estado que había coincidido con Bremer en dicho organismo lo tachó de «oportunista voraz con aspiraciones voraces», y añadió: «Con lo que él sabe de Irak no se llenaría ni un dedal». Klein sostiene que lo que la administración buscaba en Bremer no era un especialista en Irak, sino que se le nombró para el cargo porque «es un experto en sacar partido de la guerra contra el terrorismo y en ayudar a las multinacionales estadounidenses a ganar dinero en lugares distantes donde no son populares ni bien recibidas. Dicho de otro modo, es el hombre perfecto para la misión encomendada». Esa parecía ser también la opinión de Henry Kissinger, quien en aquel entonces dijo, a propósito de Bremer: «No conozco a nadie que pueda hacerlo mejor».
Bremer sustituyó al general Jay Garner, quien parecía decidido a crear un gobierno títere, del estilo del afgano, y mantener una apariencia pública de autogobierno iraquí, al tiempo que aseguraba una presencia permanente de Estados Unidos en Irak. El propio Garner fue duramente criticado durante su mandato de tres semanas en aquel país, pero era sin duda menos ambicioso que su sucesor en cuanto a la conversión de Irak en un laboratorio de la liberalización económica, como el que soñaban muchos miembros de la administración y de la intelligentsia neocon. Garner era, según la mayoría de testimonios, un militar, no un ideólogo comprometido con una causa. El Washington Post describió a Bremer como «un halcón de línea dura, próximo al ala neoconservadora del Pentágono». Esa impresión se vio aún más confirmada por el hecho de que Dick Cheney enviara a Bagdad a su propio ayudante especial, Brian McCormack, a ejercer de ayudante de Bremer. Se dice también que Bremer confió en gran medida en el asesoramiento del desacreditado exiliado iraquí Ahmad Chalabi en lo referente a la política interna de Irak. Casi de inmediato tras la llegada de Bremer a Bagdad, éste empezó a ser considerado por una parte de los iraquíes como un nuevo Sadam que publicaba decretos como si de un emperador se tratara y aplastaba así toda esperanza iraquí de autogobierno. «Ocupación es una palabra muy fea», declaró Bremer a su llegada al país, «pero es la realidad».
Durante su año de estancia en Irak, Bremer actuó como un virrey sumamente polémico y contencioso que se desplazaba por el país vestido con una chaqueta Brooks Brothers y unas botas Timberland. Se describió a sí mismo como «la única figura de autoridad máxima —aparte de la del dictador Sadam Husein— que la mayoría de los iraquíes han conocido». La primera iniciativa oficial de Bremer —que se dice que fue idea del secretario de Defensa Rumsfeld y de su subsecretario neoconservador Douglas Feith— fue disolver el ejército iraquí e iniciar un proceso de «desbaazización», que en Irak significó el ostracismo de algunas de las mentes más lúcidas del país, excluidas del proceso político y de reconstrucción por el hecho de haber sido miembros del partido de Sadam (pese a que dicha afiliación era un requisito para el acceso a numerosos cargos en el Irak del dictador). Esa «Orden n° 1» de Bremer provocó, por tanto, el despido de miles de maestros de escuela, médicos, enfermeros y otros trabajadores públicos, al tiempo que desató aún mayores niveles de indignación y desilusión. Para los iraquíes, Bremer no estaba haciendo más que recoger el testigo del estilo de gobierno de Sadam y sus tácticas de caza de brujas. En términos prácticos, las medidas de Bremer enviaron un claro mensaje a muchos iraquíes indicándoles que poca voz se les iba a dar en el futuro, un futuro que, por otra parte, cada vez parecía más sombrío y tristemente familiar. La «Orden n° 2» de Bremer —la de la disolución de las fuerzas armadas iraquíes— hizo que 400.000 soldados de ese país se quedasen sin trabajo y sin pensión compensatoria. «Un soldado iraquí cobraba unos 50 dólares al mes», explicaba un analista árabe. «Proporcionar a esos hombres y a sus familias la alimentación necesaria para todo un año habría costado una suma equivalente al presupuesto de tres días de ocupación estadounidense. Si alguien hace que un hombre pase hambre, éste estará más que dispuesto a disparar sobre su opresor.» En su libro sobre la guerra de Irak, Night Draws Near, el ganador del premio Pulitzer y corresponsal de Washington Post Anthony Shadid escribió: «El efecto neto de la decisión de Bremer fue dejar en la calle a más de 350.000 oficiales y reclutas, hombres que, como mínimo, tenían alguna formación militar, lo que creó automáticamente una amplia reserva de activistas potenciales para una guerra de guerrillas. (Y tenían a su disposición un millón aproximado de toneladas de armamento y munición de toda clase, ocultas en más de un centenar de almacenes sin vigilancia repartidos por todo el país)». Un alto cargo estadounidense elevó aún más la estimación de la cifra de soldados iraquíes sin trabajo, ya que, según explicó al New York Times Magazine, «esa semana nos granjeamos 450.000 enemigos sobre el terreno en Irak». Siguiendo las órdenes de Bremer, algunos soldados recibieron un mes de sueldo como indemnización, pero los mandos del antiguo ejército iraquí no cobraron nada. Al poco de emitirse aquel decreto de Bremer, numerosos ex soldados iraquíes comenzaron a manifestarse en masa ante las oficinas de las fuerzas de ocupación (muchas de las cuales se habían instalado en antiguos palacios de Sadam). «Si hubiéramos luchado, la guerra aún continuaría», declaró el teniente coronel iraquí Ahmed Muhamad, quien encabezó una de aquellas protestas en Basora. «Ni los británicos ni los americanos estarían en nuestros palacios. Tampoco estarían en nuestras calles. Nosotros les dejamos entrar.» Muhamad advertía: «Tenemos armas en nuestras casas. Si no nos pagan, si dejan que nuestros hijos sufran, se van a enterar de quiénes somos». En otro aviso que constituiría todo un presagio de lo que estaba por llegar, otro antiguo mando militar iraquí, el mayor Asam Husein II Naem, prometía lo siguiente: «Dirigiremos nuevas ofensivas contra los ocupantes. Y sabemos que contaremos con la aprobación del pueblo iraquí».
Entretanto, Bremer agravó la situación reprimiendo las peticiones iraquíes de elecciones libres y creando, en su lugar, un consejo «asesor» iraquí de 35 miembros sobre el que él mismo tendría pleno control y capacidad de veto. Bremer excluyó a numerosos grupos suníes de ese órgano, así como a los partidarios del líder religioso chií Muqtada Al Sáder, pese a que ambos constituían colectivos muy representativos en Irak. El que luego sería primer ministro del país, Ibrahim Al Yafari, dijo que la exclusión de aquellas fuerzas «generó la situación por la que se convirtieron en elementos violentos». Al mes de la llegada de Bremer, ya se había empezado hablar de un levantamiento nacional. «El pueblo iraquí en su conjunto es una bomba de relojería que les estallará a los americanos en la cara si no ponen fin a su ocupación», declaró el jefe tribal Riyad Al Asadi tras reunirse con las autoridades estadounidenses que expusieron el plan de Bremer para el país. «El pueblo iraquí no combatió contra los americanos durante la guerra; sólo la gente de Sadam lo hizo», dijo Asadi. «Pero si el pueblo decide luchar contra ellos ahora, [los estadounidenses] van a estar en un serio aprieto.» Bremer ignoró sistemáticamente todas estas voces iraquíes y, a medida que se fueron extendiendo las sangrientas consecuencias de su decisión de disolver el ejército, subió aún más el tono de su inflamatoria retórica. «Vamos a luchar contra ellos y a imponerles nuestra voluntad, y los capturaremos o, si es necesario, los mataremos hasta que hayamos impuesto el orden público en este país», declaró.
En julio de 2003, Bremer empezó a referirse a Irak en primera persona del plural. «Al final, seremos un país rico», proclamó. «Tenemos petróleo, tenemos agua, tenemos terreno fértil, tenemos una gente maravillosa.» Según la revista Time, visitó el Museo Nacional de Irak ese mismo mes, tras los episodios de saqueo masivo de los tesoros nacionales iraquíes (algunos a cargo de las fuerzas militares y los periodistas estadounidenses). Mientras los encargados del museo le mostraban una colección de orfebrería y joyas antiguas, Bremer bromeó: «¿Cuál de éstas podría llevarme a casa para mi mujer?». Nada más hacer ese comentario, según Time, «un miembro de su equipo de seguridad interrumpió y le informó de que se tenía noticia de cuatro ataques con granadas en las cercanías del palacio-sede de Bremer. Minutos después, Bremer se subió a toda prisa a un todoterreno que lo aguardaba para conducirlo hasta su despacho, sin tiempo apenas para repartir unos cuantos apretones de manos apresurados mientras abandonaba el edificio. Unas horas más tarde, ese mismo día, un soldado estadounidense moría a tiros mientras hacía guardia frente al museo».
Tampoco ocultó sus influencias religiosas. Al más puro estilo del fanatismo cristiano del general Jerry Boykin, Bremer habló públicamente de la orientación divina que, según decía, le guiaba. «No tengo el menor género de duda de que no podré llevar a cabo esta misión con éxito sin la ayuda de Dios», dijo un mes después de su llegada a Bagdad. «La tarea es demasiado grande y compleja para cualquier persona —o para cualquier grupo de personas— que quiera sacarla adelante. [...] Necesitamos la ayuda de Dios y tenemos que buscarla constantemente.» Su punto de vista parecía venirle de familia. Duncan, el hermano de Bremer, se presentó como candidato al Congreso estadounidense en 2006 por el distrito originario de Focus on the Family, la organización fundada por James Dobson en Colorado. «Quiero ser el hombre de Dios en Washington», declaró en una ocasión. Presentó un programa electoral de extrema derecha en el que se manifestaba opuesto a toda excepción a una prohibición general del aborto, ni siquiera para las víctimas de violación o de incesto, sobre la base de que, «en ese caso, estaríamos matando a la persona equivocada». Durante su infructuosa campaña, Duncan Bremer mencionó el papel de su hermano en Irak como prueba de su propia experiencia personal en política exterior, aduciendo que había visitado Irak mientras Paul Bremer presidía la ocupación. Duncan Bremer declaró por entonces: «Si bien preferiría que los yihadistas islámicos se convirtieran a mi visión del mundo y se beneficiaran de ella, mi opinión es que, como mínimo, deberían renunciar a su visión del mundo y a su particular versión del islam para que nosotros podamos tener un mundo en paz. Desde un punto de vista geopolítico, no importa si se convierten a un "islam pacífico" (suponiendo que ésa sea una religión real), al budismo o a lo que sea, siempre, eso sí, que abandonen su ideología religiosa». La esposa de Paul Bremer, Francie, a quien Dobson calificó de «guerrera de la oración», comentó a una publicación cristiana que «su marido veía su labor en Irak como una oportunidad para llevar la luz de la libertad al pueblo de Irak tras décadas de oscuridad en aquel país».
Pero el fanatismo de Bremer no se circunscribía a sus creencias religiosas. Nada más llegar a la capital iraquí, tomó medidas para empezar de inmediato a aplicar el proyecto neoconservador en aquel país, lo que daría paso a un periodo que Naomi Klein denominó «Bagdad, año cero». Fiel a sus antecedentes, tras sólo dos semanas de estancia en el país, Bremer declaró que Irak había «abierto la tienda». El elemento central de su plan era la rápida privatización de la industria petrolera iraquí. Klein, que viajó a Irak en pleno mandato de Bremer y que ha escrito largo y tendido sobre la labor de éste en aquel país, describió los efectos de su gobierno a golpe de edictos del modo siguiente:
[Bremer] aprobó un conjunto radical de leyes sin precedentes en lo tocante a su generosidad con las grandes empresas multinacionales. Entre ellas estaba, por ejemplo, la Orden n° 37, que reducía el impuesto de sociedades iraquí del 40% a un tipo único del 15%. También estaba la Orden n° 39, que autorizaba a las empresas extranjeras a ser propietarias del 100% de activos iraquíes no pertenecientes al sector de los recursos naturales. Mejor aún: los inversores podían llevarse fuera del país el 100% de las ganancias que obtuvieran en Irak, ya que no se les obligaba a reinvertirlas ni se les aplicaba impuesto alguno por ellas. En virtud de esa Orden n° 39, podían suscribir arrendamientos y contratos de hasta cuarenta años de duración. La Orden n° 40, por su parte, invitaba a los bancos extranjeros a instalarse en Irak en las mismas favorables condiciones. Lo único que quedó en pie de las políticas económicas de Sadam Husein fue una ley que restringía los sindicatos y las negociaciones colectivas.
Si estas políticas nos resultan familiares, es porque son las mismas por las que las multinacionales de todo el mundo siempre presionan a los gobiernos nacionales y por las que abogan en los acuerdos comerciales internacionales. Pero estas reformas sólo han sido aprobadas en parte (o a duras penas) en otros escenarios. Bremer, sin embargo, las lanzó todas al mismo tiempo y de sopetón. De la noche a la mañana, Irak pasó de ser el país más aislado del mundo a convertirse —sobre el papel— en el mercado más abierto de todos.
Poco después de que Bremer asumiera el mando en Bagdad, el economista Jeff Madrick escribió en el New York Times: «Para prácticamente cualquier economista de las principales escuelas de la disciplina, el plan aprobado por L. Paul Bremer III, el estadounidense al mando de la Autoridad Provisional de la Coalición, no deja de ser extremo e, incluso, asombroso. Convertiría de inmediato a Irak en una de las economías del mundo más abiertas al comercio y a los flujos de capital, y la situaría entre las de menor carga fiscal del planeta, tanto entre las más ricas como entre las más pobres. [...] Los planificadores iraquíes (entre los que, al parecer, también se incluye la administración Bush) parecen asumir que pueden hacer borrón y cuenta nueva sin más». Madrick se atrevía incluso a afirmar que el plan de Bremer «permitiría que unos pocos bancos extranjeros se hicieran con el sistema bancario interno del país».
Parece lógico, pues, que Bremer —la máxima autoridad estadounidense en Irak y rostro público de la ocupación— no estuviera protegido por fuerzas gubernamentales de Estados Unidos ni por la seguridad iraquí, sino por una compañía de mercenarios privados fundada por un cristiano derechista que había inyectado decenas de miles de dólares en las arcas de las campañas electorales republicanas.
A mediados de agosto, tres meses después de la llegada de Bremer a Bagdad, los ataques de la resistencia contra las fuerzas estadounidenses y sus «colaboradores» iraquíes habían pasado a repetirse a diario. «Creemos que tenemos una importante amenaza terrorista en el país, lo que es una novedad», declaró Bremer el 12 de agosto. «Y esto nos lo tomamos muy en serio.» Como ya había sucedido con otros incidentes y situaciones de violencia en años precedentes, el caos en Irak iba a convertirse en éxito económico para Blackwater. El 28 de agosto de 2003, la empresa recibió el contrato oficial (sin concurso previo) de 27,7 millones de dólares para ser la «única proveedora» de las brigadas de seguridad personal de Bremer y de dos helicópteros de apoyo para esa labor mientras éste seguía desempeñando la importantísima tarea de aplicar el programa neoconservador en Irak. «Nadie había pensado realmente en el modo exacto en que iban a sacarlo de Washington para colocarlo con garantías en Irak», recordaba el presidente de Blackwater, Gary Jackson.
«Los del Servicio Secreto fueron allí, hicieron sus valoraciones y dijeron: "¿Saben? Es mucho, muchísimo más peligroso de lo que ninguno de nosotros creía". Así que acudieron de nuevo a nosotros.» La presencia de Blackwater, según escribió Bremer, «acentuó la sensación de que Irak se había vuelto un lugar aún más peligroso». El hombre que se encargaría de encabezar el equipo de seguridad de Blackwater para Bremer era Frank Gallagher, quien había sido jefe del equipo de seguridad personal de Henry Kissinger en la década de 1990, cuando Bremer trabajaba para este último. «Conocía a Frank y me caía bien», recordó Bremer. «Tenía plena confianza en él.»
La contratación de mercenarios de Blackwater como guardia personal de Bremer fue posible gracias a las mismísimas políticas neoliberales que él había propugnado durante toda su carrera y que en aquel momento estaba implantando en Irak. Aquél fue un momento de especial innovación dentro del proceso que iniciara a principios de la década de 1990 el entonces secretario de Defensa Dick Cheney, cuando contrató a Brown and Root «para estudiar la posibilidad de subcontratar actividades logísticas». También representó un importante giro de 180 grados con respecto a la doctrina tradicional que sostenía que «el ejército estadounidense no entrega funciones críticas para sus misiones a contratistas privados», según Peter Singer, autor de Corporate Warriors. «Y no pone a los empleados de esos contratistas en situaciones o puestos en los que tengan que llevar armas. [...] Ahora, sin embargo, es un vigilante privado armado el que se encarga de la tarea de proteger la vida de Paul Bremer: difícilmente puede haber algo más crítico para la misión de un ejército que eso.» La privatización del personal de seguridad de Bremer supuso, casi de inmediato, un cambio crucial para las empresas de mercenarios.
«Los salarios normales de los miembros profesionales de los ESP (equipos de seguridad personal) [en Irak] estaban anteriormente situados en torno a los 300 dólares diarios», según informaba la revista Fortune. «En cuanto Blackwater empezó a reclutar empleados para su primer gran encargo, el de la vigilancia personal de Paul Bremer, la tarifa se disparó hasta los 600 dólares al día.» Blackwater calificó su proyecto para Bremer de «paquete de seguridad integral y autónomo». El vicepresidente de la compañía, Chris Taylor, dijo que aquel trabajo «no era un encargo de "protección de ejecutivos" al uso, sino que equivalía, en realidad, a una solución de equipo de seguridad personal (ESP) que todavía no había sido probada en ningún sitio. En respuesta a ese reto, Blackwater desarrolló un innovador programa de ESP de combate para garantizar la seguridad del embajador Bremer y la de cualquier otro embajador que le sucediera». La empresa facilitó 36 especialistas en «protección personal», dos equipos caninos y tres helicópteros Boeing MD-530 con sus correspondientes pilotos para trasladarlo de un lado a otro del país. En octubre de 2003, un portavoz de Blackwater anunció que la compañía sólo contaba con 78 trabajadores contratados en Irak; esa cifra pronto sería superada con creces. Un mes después de la concesión del contrato de Bremer, Blackwater inscribió su nueva división de seguridad en el registro de la Secretaría de Estado de Carolina del Norte. La nueva Blackwater Security Consulting LLC se especializaría en «proporcionar personal especializado en seguridad protectora (PESP) a la Oficina de Seguridad Diplomática del Departamento de Estado federal con el fin de llevar a cabo operaciones de seguridad y protección en Irak». El contrato Bremer había elevado oficialmente a Blackwater al estatus de una especie de guardia pretoriana en la guerra contra el terrorismo, una cualificación que le abriría numerosas puertas en el mundo de los contratos militares privados. Blackwater fue pronto beneficiaria de un muy suculento contrato con el Departamento de Estado para la provisión de seguridad para un gran número de autoridades estadounidenses en Irak, además del embajador. La foto de Paul Bremer no tardó en adornar la cabecera superior del nuevo sitio web de la división de Blackwater Security, acompañada de otras imágenes de mercenarios de Blackwater escoltando a Colin Powell y al primer ministro británico Tony Blair.
Los hombres de Blackwater aderezaron su trabajo para Bremer con un estilo singularmente yanqui y, según la mayoría de los testimonios, consiguieron personificar el tópico del americano desagradable hasta la saciedad. La guardia del embajador estaba formada por hombres de cuerpos esculpidos como los de los culturistas que llevaban unas gafas de sol cerradas de dudoso gusto. Muchos de ellos se habían dejado perilla y vestían uniformes militares de color caqui y chalecos para munición o camisetas remangadas de Blackwater con su característico logotipo formado por una zarpa de oso negra dentro de un punto de mira rojo. Algunos de ellos parecían caricaturas, muñecos o luchadores profesionales. Llevaban el cabello muy corto y no hacían esfuerzo alguno por ocultar los auriculares de sus equipos tranmisores-receptores ni sus ametralladoras ligeras. Iban todo el tiempo dando órdenes a los periodistas y echaban a los automóviles iraquíes fuera de la carretera o les disparaban ráfagas si se interponían en el camino de un convoy de Blackwater. «¿Ha visto todas esas fotos en los medios en las que salen hombres de Blackwater armados hasta los dientes con pistolas y ametralladoras M-4, y que apartan con la mano la cámara que los enfoca? Hay una explicación para eso», explicaba Kelly Capeheart, antiguo guardia contratado por Blackwater que participó en la protección de John Negroponte, sucesor de Bremer en Irak. «No quiero ver mi cara en Al Yazira, lo siento.»
Algunas de las misiones de transporte de Blackwater iban también acompañadas de helicópteros con francotiradores a bordo, a modo de advertencia amenazadora para todos los que estuvieran por debajo a su paso. «Hacían enemigos por todas partes a donde iban», recordaba el coronel Thomas X. Hammes, la autoridad militar estadounidense a la que se encargó la construcción de un «nuevo» ejército iraquí tras la orden de disolución del anterior dictada por Bremer. «Yo me desplazaba con los iraquíes en camiones iraquíes desvencijados y cuando pasaban ellos me apartaban de la carretera. Nos amenazaban y nos intimidaban. [Pero] estaban haciendo su trabajo, exactamente aquello para lo que les pagaban y del modo que se suponía que tenían que hacerlo. Aun así, se ganaban enemigos a cada paso que daban.» Hammes reconocía que la exhibicionista conducta de Blackwater en su misión de protección de Bremer rompía la «primera norma» de la lucha contra una insurgencia: «No te hagas aún más enemigos». Hammes añadió: «Estaban llevando a cabo exactamente lo que habíamos estipulado en nuestro contrato, pero, al mismo tiempo, estaban perjudicando nuestra labor contrainsurgente». Un agente de inteligencia en Irak explicó a la revista Time que «esos de Blackwater [...] van en sus automóviles de un lado para otro con sus gafas de sol Oakley y apuntando sus armas hacia el exterior a través de las ventanillas. Han llegado incluso a apuntarme a mí y eso me enfureció de verdad. Pues imagínese lo que pensará cualquier vecino de Faluya». Al Clark, además de ser uno de los fundadores de Blackwater, ayudó a desarrollar los procedimientos de entrenamiento de la compañía. En Estados Unidos, según dijo, «nos enfadamos si tenemos un pequeño toque con el coche», pero «en Bagdad, tienes que superarlo. Tu coche puede ser un arma de 1.400 kilos si la necesitas. Impactas y huyes a toda velocidad. Créame, la policía no va a ir luego a tu casa acusándote de haber abandonado el escenario de un accidente».
Un caso aparente de impunidad homicida de los contratistas en el que, supuestamente, se vieron implicados unos guardias de Blackwater tuvo lugar en mayo de 2004. El incidente fue investigado y relatado exhaustivamente por el corresponsal del Los Angeles Times T. Christian Miller. El portavoz de la embajada estadounidense en Bagdad, Robert J. Callahan, estaba finalizando su periodo de servicio en aquel país y estaba realizando sus visitas finales para despedirse de diversos periodistas y medios instalados en diferentes puntos de la capital iraquí. «Como era habitual entre las autoridades del Departamento de Estado, Callahan recurrió a Blackwater para su transporte personal de un lugar a otro de Bagdad», según Miller. En el camino de regreso de una de aquellas visitas, el «convoy de cinco vehículos [de Callahan] giró hacia una amplia avenida que atraviesa el barrio bagdadí de Masbah, una zona con edificios de oficinas de cinco plantas y tiendas a nivel de calle.» En ese mismo momento, según Miller, un camionero iraquí de 32 años de edad llamado Mohamed Nuri Hatab que también estaba pluriempleado como taxista transportaba a dos viajeros que acababa de recoger en su Opel. «Hatab miró hacia delante y vio el convoy de cinco automóviles de Callahan que salía a toda velocidad de una de las travesías de la avenida. Según dijo, cuando se estaba deteniendo para frenar a unos 15 metros de la trayectoria del convoy, oyó una ráfaga de disparos. Las balas atravesaron el capó de su Opel y le hirieron en el hombro y perforaron el pecho de Yas Alí Mohamed Yasiri, un joven pasajero de 19 años que ocupaba el asiento trasero, matándolo», según el relato de Miller. «No hubo aviso previo. Fue un ataque repentino», explicó Hatab.
Miller informó que «una autoridad estadounidense» que no quiso ser citada textualmente «dijo que los funcionarios de la embajada habían investigado el tiroteo y habían dictaminado que dos de los empleados de Blackwater que formaban el convoy aquel día no habían seguido los procedimientos adecuados para advertir a Hatab de que retrocediera, y, en su lugar, abrieron fuego antes de tiempo». La autoridad mencionada explicó también que ambos habían sido despedidos y enviados de vuelta a Estados Unidos. De todos modos, en el momento de escribir estas líneas, continúan sin haber sido investigados judicialmente ni acusados de ningún cargo. Miller obtuvo centenares de páginas de informes sobre incidentes en los que habían estado implicados empleados militares privados destacados en Irak. Según sus informaciones, «un 11 % de los cerca de doscientos informes se referían a disparos de guardias contratados contra vehículos civiles. En la mayoría de los casos, los guardias no habían recibido disparo alguno desde los coches iraquíes atacados».
El estilo de Blackwater encajaba a la perfección con la misión de Bremer en Irak. De hecho, podría incluso decirse que Bremer no recibió protección únicamente de los entrenadísimos mercenarios de Blackwater, sino también de la todopoderosa realidad del laboratorio de libre mercado que él estaba dirigiendo en Irak. Más bien parece, en realidad, que ésas eran las fuerzas en las que Bremer confiaba para sobrevivir a su labor en Irak (si él moría, la reputación de Blackwater habría recibido también un tiro mortal). «Si Blackwater pierde a una primera figura (como Bremer), se quedan sin negocio, ¿no?», reflexionaba en voz alta el coronel Hammes. «¿Se imagina que usted fuese Blackwater y tratase de promocionarse para su próximo contrato diciendo "Bueno, lo hicimos bastante bien en Irak durante los primeros cuatro meses, pero, luego, lo mataron". Piense a continuación que usted es el alto directivo que tiene que contratarlos para proteger a sus hombres. Pues les dirá "Creo que me buscaré a otros". [...] El problema de Blackwater [es que] si matan al personaje principal, se les acabó el negocio. Para el ejército es muy negativo que maten al jefe, porque luego hay investigaciones y cosas por el estilo, pero nadie tiene que poner fin a sus actividades por ello.»
Mantener a Paul Bremer con vida significaba para Blackwater una increíble campaña de marketing: Si podemos proteger al hombre más odiado de Irak, podemos proteger a cualquiera y en cualquier lugar. De hecho, en menos de un año, Osama Bin Laden hizo pública una cinta de audio en la que ofrecía una recompensa por la muerte de Bremer. «Ya sabéis que América prometió grandes recompensas para quienes maten muyahidines (guerreros santos)», declaró Bin Laden en mayo de 2004. «La organización de Al Qaeda garantiza, Dios mediante, 10.000 gramos de oro para quienquiera que mate al ocupante Bremer o al comandante en jefe americano o a su segundo en Irak.» Al parecer, también la resistencia ofrecía 50.000 dólares por la muerte de cualquiera de los guardias de Blackwater. «Allí habían puesto precio a nuestras cabezas», recordaba el ex vigilante privado de Blackwater Capeheart. «Y todos lo sabíamos.»
Bremer declaró que, poco después de que Blackwater se hiciera cargo de su protección, y «a petición de Rumsfeld, el Servicio Secreto estadounidense había realizado un estudio de mi seguridad y había llegado a la conclusión de que yo era el alto funcionario estadounidense más amenazado del mundo. [...] Una información que Blackwater se tomó muy en serio sugería que uno de los barberos iraquíes de palacio había sido pagado para que me matara cuando me estuviera cortando el pelo». Después de aquello, Blackwater trasladó a Bremer a una casa situada dentro del recinto del palacio pero separada de éste en la que, supuestamente, había estado alojada la suegra de Qusay Husein.
En diciembre de 2003, unos meses después de que Blackwater iniciara la vigilancia y protección de Bremer, se produjo el primer ataque de la resistencia públicamente reconocido contra el procónsul. Sucedió la noche del 6 de diciembre, justo a continuación de que Bremer fuera a despedir al secretario de Defensa Rumsfeld en el aeropuerto de Bagdad. «Pasaba ya de las once de la noche cuando Brian McCormack [el asesor de Bremer] y yo nos introdujimos en mi todoterreno blindado para volver rápidamente a la Zona Verde», explicó Bremer. «Como de costumbre, nuestro convoy estaba formado por dos Humvees "acorazados" recubiertos con planchas de acero templado de color habano, un Suburban con blindaje de plomo, nuestro Suburban, otro Suburban blindado que nos seguía y dos Humvees más. Por encima de nosotros, nos acompañaba el zumbido de un par de helicópteros Bell con dos francotiradores de Blackwater a bordo de cada uno de ellos.» En el interior del todoterreno, Bremer y McCormack analizaban si Bremer debía asistir al Foro Económico Mundial de Davos (Suiza). Justo cuando Bremer estaba pensando en que «no [le] vendría mal mimarse un poco utilizando los servicios de la estación de esquí», se produjo una explosión «ensordecedora», seguida de ráfagas de armas de fuego automáticas. Un artefacto explosivo improvisado (AEI) reventó el neumático del vehículo que llevaba el blindaje de plomo y diversos combatientes de la resistencia empezaron a atacarles con fuego de AK-47. Según Bremer, una bala alcanzó una de las ventanillas laterales de su todoterreno. «Nos habían tendido una emboscada, en lo que fue un intento de asesinato sumamente organizado y ejecutado con gran pericia», escribió Bremer. «Me di la vuelta y miré hacia atrás. La ventanilla trasera de cristal reforzado del Suburban había saltado hecha añicos por el AEI. Y las balas de las AK se colaban por el espacio rectangular abierto.» Mientras aceleraban para refugiarse lo más deprisa posible en la seguridad del palacio, Bremer recuerda que, «el vehículo retenía aún el olor pestilente de los explosivos y, en ese momento, reflexioné. Davos, todas esas buenas comidas... Francie podría volar hasta allí y reunirse conmigo, y luego podríamos ir a esquiar. En aquel momento, aquel lugar era lo más radicalmente lejano de la carretera del aeropuerto de Bagdad y de los AEI al que uno podía imaginarse ir».
La oficina de Bremer ocultó intencionadamente el ataque hasta dos semanas más tarde, momento en el que la noticia de la emboscada fue filtrada a la prensa estadounidense y Bremer se vio preguntado al respecto en una rueda de prensa en la ciudad sureña de Basora. «Sí, es verdad», respondió a los periodistas. «Como pueden comprobar, no les salió bien», y añadió: «Por fortuna, sigo vivo y estoy aquí ante ustedes». Pese a que Bremer calificó posteriormente el ataque de intento de asesinato «sumamente organizado», lo cierto es que en aquel primer momento sus portavoces le restaron importancia y hablaron de un ataque «aleatorio» que, probablemente, no iba dirigido personalmente contra Bremer (en un intento, quizá, de minimizar la sofisticación de la resistencia). Cuando ya se había hecho público el ataque, Dan Senor, actuando como portavoz de Bremer, elogió a Blackwater: «El embajador Bremer cuenta con unas fuerzas de seguridad muy completas y concienzudas y con mecanismos dispuestos para su aplicación siempre que haya algún movimiento sospechoso, y nosotros tenemos una gran confianza en ese personal de seguridad y en dichos mecanismos. Además, en este caso en concreto, funcionaron correctamente».
A medida que Bremer acumulaba kilómetros de viaje por todo Irak, tanto sus políticas como la conducta de sus «guardaespaldas» y del resto de personal contratado de seguridad a los que él había inmunizado frente a toda responsabilidad indignaban cada vez más a los iraquíes. Entretanto, él seguía reforzando la imagen que tenía entre los iraquíes de ser un nuevo Sadam con sus continuas y caras restauraciones del palacio de Bagdad. En diciembre de 2003, Bremer gastó 27.000 dólares para que fueran retirados cuatro imponentes bustos de Sadam del recinto de palacio. «Llevo viéndolos aquí seis meses», dijo Bremer cuando procedían a desalojar el primero de ellos. «Ya ha llegado la hora de que estas cabezas también rueden.» Dado que gran parte de las infraestructuras civiles de Irak se hallaban en una situación caótica, aquél parecía un uso cuestionable de los fondos disponibles, pero los portavoces de Bremer lo justificaron como un acto de cumplimiento de la legislación vigente. «De acuerdo con las normas de la desbaazización, hay que retirarlos», dijo el segundo de Bremer, Charles Heatly. «En realidad, son ilegales.»
Durante la mayor parte del tiempo que Blackwater se encargó de la protección de Bremer, la empresa no llamó la atención. Apenas si hubo mención alguna de Blackwater en las noticias de los medios; los hombres que acompañaban a Bremer eran descritos simplemente como miembros de su equipo de seguridad o como sus guardaespaldas. A veces, había quien los identificaba incluso como agentes del Servicio Secreto. En su sector de actividad, sin embargo, los hombres de Blackwater eran considerados la élite, quienes marcaban tendencia en el rápidamente creciente ejército de mercenarios del país.
Más o menos en el mismo momento en que Blackwater se hizo con el contrato de Bremer, se produjo un intenso aluvión de mercenarios en Irak. Empresas como Control Risks Group, DynCorp, Erinys, Aegis, ArmorGroup, Hart, Kroll y Steele Foundation, muchas de las cuales ya contaban con cierta presencia en el país, empezaron a desplegar miles de mercenarios en Irak y a llevar a cabo agresivas campañas de reclutamiento a nivel internacional. En una práctica evocadora de la era de la guerra de Vietnam, aquellos puestos fueron denominados inicialmente en los anuncios de empleo como «consultores de seguridad privados». Algunas compañías, como Blackwater, obtuvieron contratos lucrativos con el Departamento de Estado, la autoridad estadounidense de la ocupación o el gobierno británico; otras se dedicaban a proteger las obras de la industria petrolera, las embajadas extranjeras o los edificios gubernamentales; finalmente, también había algunas que trabajaban para las grandes empresas contratistas de aquella guerra, como Halliburton, KBR, General Electric y Bechtel, o formando parte de los equipos de seguridad que acompañaban a los periodistas. Entre los mercenarios mejor pagados estaban los ex miembros de las Fuerzas Especiales: los SEAL de la Armada, los Delta Force, los boinas verdes, los rangers y los marines, los SAS británicos, los rangers irlandeses y los SAS australianos, seguidos inmediatamente por los gurkas nepalíes, los comandos serbios y los soldados de infantería fiyianos. Mientras tanto, la posibilidad de jugosas ganancias estaba diezmando a diversas fuerzas armadas oficiales nacionales, ya que sus soldados buscaban empleos más lucrativos en las empresas privadas, que, al mismo tiempo, reclutaban agresivamente a hombres de las fuerzas especiales para destinarlos a puestos de trabajo privados en Irak. «Impresionábamos a mucha gente del ejército regular», explica el ex contratista de Blackwater Kelly Capeheart. «Lo notabas en sus ojos cuando nos miraban o cuando murmuraban algún comentario sobre nosotros. Muchos nos tenían envidia. Tenían la sensación de estar haciendo el mismo trabajo que nosotros pero por mucho menos dinero.»
Además de estos «profesionales», también había numerosos elementos más sórdidos que también participaban de la acción, cobrando menos dinero que sus colegas que trabajaban para empresas y actuando con aún mayor imprudencia: entre ellos, antiguos miembros de las fuerzas represoras del apartheid sudafricano, incluso del Koevoet, que, al parecer, habían entrado en Irak contraviniendo las leyes antimercenarios sudafricanas. En noviembre de 2003, Estados Unidos indicaba ya de manera explícita a las compañías que deseaban realizar negocios en Irak que trajeran consigo sus propias fuerzas de seguridad armadas.
Cuando Bremer dejó Irak en junio de 2004, había más de 20.000 soldados privados en el interior de las fronteras del país e Irak pasó a ser conocida como un «Salvaje Oeste» sin sheriff. Los mercenarios oficialmente contratados por las autoridades de la ocupación lo eran ya por un presupuesto superior a 2.000 millones de dólares en tareas de seguridad al acabar el «año Bremer» y representaban más del 30% del presupuesto para la «reconstrucción» de Irak. En esas cifras no están incluidas, obviamente, las entidades privadas que contrataban mercenarios profusamente en Irak. Según la revista The Economist, la ocupación de Irak hizo disparar los ingresos de las compañías militares británicas de los 320 millones de dólares de antes de la guerra a los más de 1.600 millones de principios de 2004, «lo que convierte a la seguridad en el producto de exportación de Gran Bretaña a Irak más lucrativo (con mucho) del periodo de posguerra». Una fuente citada por dicha publicación calculaba que había más ex soldados del Servicio Aéreo Especial (SAS) trabajando como mercenarios en Irak que SAS de servicio activo en aquel país. En menos de un año, la compañía británica Erinys ya había erigido un ejército privado de 14.000 hombres en Irak con reclutas locales —entre ellos, miembros de las fuerzas del «Irak libre» de Ahmad Chalabi— y comandado por expatriados de la propia empresa, algunos de los cuales eran mercenarios sudafricanos. «[L]a ingente demanda de protección y el temor a los asesinatos casi diarios de trabajadores extranjeros ha agotado la oferta del mercado, lo que, a su vez, ha dado pie al auge de contratistas piratas y a la contratación de los servicios de toda una tropa internacional de pistoleros a sueldo que, según las empresas de mayor reputación, son un lastre tanto para ellas y los iraquíes como para sus clientes», informaba el londinense The Times.
Lo que esas fuerzas hicieron en Irak, el número de personas a las que mataron, la cifra de sus miembros que resultaron muertos o heridos... todas éstas son preguntas que permanecen sin respuesta porque nadie supervisaba sus actividades en el país. En el momento de escribir estas líneas, ni un solo guardia o vigilante estadounidense a sueldo de un contratista militar ha sido enjuiciado por delitos cometidos en Irak. Aun así, siempre llegaba alguna que otra noticia procedente de Irak, fruto, en ocasiones, de las propias bravatas de los ex militares contratados. Uno de esos casos fue el de un guardia de Blackwater que fanfarroneaba de cómo empleó munición «no estándar» para matar a un iraquí.
A mediados de septiembre de 2003, un mes después de que Blackwater obtuviera el contrato de Bremer, un equipo de seguridad de la empresa formado por cuatro hombres se dirigía hacia el norte desde Bagdad en un todoterreno por una carretera de tierra cuando, según su propio testimonio, unos tiradores les tendieron una emboscada en un pequeño pueblo. Esa mañana, uno de los vigilantes contratados de Blackwater, Ben Thomas, había cargado su ametralladora M4 con una potente munición experimental cuyo uso no había sido aprobado aún para las fuerzas estadounidenses. Se trataba de proyectiles perforadores del blindaje y de penetración limitada conocidos como APLP. Fabricados por una empresa de San Antonio (Texas) llamada RBCD, han sido creados por medio de lo que se denomina un proceso de «metal mezclado». Según The Army Times, las balas «atraviesan el acero y otros blancos de gran dureza, pero no un torso humano, un bloque de veinte centímetros de escayola o, incluso, varias capas de muro de mampostería sin mortero. En lugar de atravesar un cuerpo, se hace añicos en su interior, generando "lesiones imposibles de tratar"». Quien distribuye estas balas experimentales es una empresa de Arkansas llamada Le Mas, que admite haber facilitado a Thomas algunos proyectiles después de que éste se pusiera en contacto con la compañía. Durante el breve enfrentamiento a tiros de aquel día, Thomas dice que disparó una de las balas APLP a un atacante iraquí y lo alcanzó en los glúteos. El proyectil, según lo que él dijo, mató a aquel hombre casi al instante. «Se le introdujo por el trasero y le destruyó por completo la parte inferior del abdomen [...] quedó todo destrozado», según relató Thomas a The Army Times. «A quien no estaba allí yo se lo explico de este modo [...] fue como alcanzar a alguien con una bala explosiva en miniatura. [...] Nadie diría que aquel tipo se murió de un tiro en el culo.» Thomas, un antiguo SEAL de la Armada, dijo que él había disparado a personas utilizando diferentes tipos de munición y que «no había ni punto de comparación en absoluto, ninguno», entre el daño causado por la bala APLP a su víctima iraquí de aquel día y lo que se hubiese podido esperar de una munición estándar. Cuando Thomas regresó a la base tras el tiroteo, sus compañeros mercenarios «se peleaban por» aquellas balas. «Al acabar la jornada, cada uno de nosotros se llevó cinco balas. Era todo lo que nos quedaba.»
Estas balas han sido tema de controversia en el Congreso y su fabricante tiene allí destacados a una serie de representantes que ejercen en su nombre labores de presión política para conseguir la aprobación de su uso por parte de las fuerzas estadounidenses, algo que consideran «una cuestión de seguridad nacional». En realidad, Thomas dijo que le amenazaron con ser llevado ante un consejo de guerra por emplear munición no aprobada tras haber sido confundido por un alto cargo del Pentágono con un soldado regular de servicio. Fue la primera muerte registrada como atribuida al uso de aquellas balas, que habían sido probadas varios años seguidos en el «Shoot-out at Blackwater» que el Armed Forces Journal organiza en las instalaciones de la empresa en Moyock. Después de que Thomas supuestamente matase a un iraquí empleando aquella bala APLP, empezó a hablar como si de un portavoz del fabricante anunciando sus balas se tratase. «Yo voy a llevarme conmigo de vuelta a Irak munición Le Mas y ya les he prometido grandes cantidades de ella a mis colegas, tanto a los que estaban conmigo aquel día como a sus amigos», explicó Thomas en una entrevista durante un permiso en Estados Unidos. «Esto es exclusivamente para metérselo a los malos. No es, en absoluto, para el inventario general. Pero para las operaciones especiales, yo no me llevaría otra cosa.» El Armed Forces Journal relataba entusiasmado la experiencia de Thomas con aquellas balas y aducía que eran «motivo suficiente para que las autoridades del Pentágono ordenaran insistentemente al Mando de Operaciones Especiales el inicio inmediato de pruebas realistas de la munición de metal mezclado». Thomas publicó posteriormente en su página web de MySpace un enlace con una noticia sobre su uso de las balas perfora-blindajes en Irak dentro de una nota en la que se leía:
OSAMA BIN LADEN ES MI PUTA
y éste es el motivo [enlace con la noticia]
por el que ahora el hijo de puta me quiere ver muerto.
Los mercenarios se movían libremente de un lado a otro del país, pero a los iraquíes no se les facilitaba explicación alguna de quiénes eran esas fuerzas armadas hasta los dientes y, a menudo, sin uniforme. Bremer tardó un año en decidirse a emitir un decreto oficial en el que se definía el estatus de aquellos soldados y fue para inmunizarlos frente a cualquier proceso judicial. Muchos iraquíes —y algunos periodistas— creían erróneamente que los mercenarios eran agentes de la CIA o del Mossad israelí, impresión ésta que no hacía más que enfurecer aún más a los ciudadanos que tenían algún encontronazo con ellos. La conducta y la reputación de los mercenarios también irritaron a los verdaderos agentes de los servicios de inteligencia estadounidenses, que tenían la sensación de que aquella gente podía poner en peligro su propia seguridad en el país. El año 2003 tocaba a su fin y gran parte de Irak se hallaba en ruinas, pero los tan prometidos proyectos y obras de «reconstrucción» (que, en principio, iban a financiarse a partir de los ingresos por petróleo del país) seguían siendo prácticamente inexistentes o habían resultado simplemente fallidos. Para las empresas de mercenarios, sin embargo, el negocio iba viento en popa. Y 2004 no empezó mejor, ya que la situación en Irak se iba aproximando aún más al caos completo, lo que suponía más negocio para las compañías militares privadas.
En febrero de 2004, la oficina de Bremer cometió lo que podía entenderse como un enorme error de cálculo o bien como un displicente (y mortal) desprecio por la realidad. Según una noticia publicada por aquel entonces en el Washington Post, «las autoridades estadounidenses que se dedican a cortejar a las empresas para que tomen parte en la reconstrucción insisten en que la seguridad no es un aspecto que tenga que delegarse en contratistas y que las noticias sobre lo que sucede en el país han sido excesivamente dramatizadas. "Los contratistas occidentales no son los objetivos" de los ataques, explicó Tom Foley, el director de la Autoridad Provisional de la Coalición para el desarrollo del sector privado, ante centenares de inversores potenciales congregados en una conferencia del Departamento de Comercio celebrada en Washington el 11 de febrero. Foley dijo que los medios habían exagerado aquel tema». Y nada más lejos de la realidad, según Foley, ya que, según aseveró, «los riesgos son equivalentes a los de practicar submarinismo o montar en motocicleta, que, para muchos, son más que perfectamente asumibles». A mediados de marzo de 2004, las empresas de mercenarios gozaban en su sector de mercado en Irak de un claro desequilibrio que favorecía considerablemente a la oferta sobre la demanda. «El coste de contratar personal de seguridad cualificado en junio (de 2003) era sólo una mínima parte del precio que hay que pagar hoy por el mismo servicio», declaró entonces Mike Battles, fundador de la empresa estadounidense Custer Battles, contratada para proteger el aeropuerto de Bagdad.
El 18 de marzo, corrió la voz de que Estados Unidos estaba preparando un contrato de 100 millones de dólares para reclutar servicios de seguridad privada que se encargaran de la protección de los diez kilómetros cuadrados que ocupa la Zona Verde y de sus 3.000 residentes. «La amenaza actual y la prevista, unidas a la historia reciente de ataques dirigidos contra fuerzas de la Coalición y lo sobreutilizadas que están las fuerzas militares regulares desplegadas, hacen indicada la creación de una fuerza de seguridad privada que se dedique a proporcionarnos protección de fuerzas», se leía en la convocatoria. Gracias al éxito del equipo de Blackwater a la hora de mantener con vida a un «nombre» destacado como Bremer, la dirección de la compañía aprovechó la oportunidad que le brindaba el caos de Irak e inauguró nuevas delegaciones en Bagdad, Aman y Kuwait, así como unas oficinas centrales en el epicentro de la comunidad de los servicios de inteligencia estadounidenses, en McLean (Virginia), donde pasó a alojarse su nueva división de Government Relations (relaciones con el gobierno). Blackwater tenía también planes para expandir su lucrativo negocio en la zona en guerra. Pero aquella campaña de búsqueda de beneficios acabaría con cuatro soldados privados estadounidenses muertos en Faluya, con un Irak en llamas... y, eso sí, con un futuro más que prometedor para la propia Blackwater.