z…, al principio fue el zumbido. Que no me dejó pegar ojo esta noche. La culpa fue mía por dejar abierta la ventana. Era uno de esos mosquitos holandeses que zumban todo el rato Zuiderzee… Zuiderzee… Y cuando encendía la luz se camuflaba no sé dónde, a lo mejor en el empapelado ala de mosca. Zz…, cuando apagaba. Zuiderzee… Zuiderzee… Zumbido o faux bourdon musical. A veces fino como de violín. Otras, como de moscardón. O de tábano de Tebas o de tebeo. Zz… Recordé con remordimiento el tábano en Horse Guards, que quería picar a la pícara pecorita belga que acabábamos de encontrar perdida en el metro de Piccadilly. Quería ver el cambio de la Guardia y acabó por ver mear a un caballo. C’est pas mal… Yo intenté ponerle las manos ante la cara, para espantar al tábano, que acabó picándome.

Doux Cupidon taon!

A menos que el dulce Cupido tábano hubiera ya disparado su dardo en Piccadilly. Curiosa y nada espantada al mostrarle los zombis macilentos que entraban en la farmacia Boots. C’est la vie…, dijo, cuando le mostré al lado cómo levantaba el vuelo Eros sobre la fuente de la vida. Pero se desentendía de Eros y se dio la vuelta para señalar al otro lado de la plaza el anuncio en alto: CACOCALO! Y lo peor es que tuvimos que comprar ipso flatus un botellín. Le divertía que se llamara Coke. C’est marrant… Como la droga. A la puerta de su colegio de Malines también la vendían. Coco Chanel, oui. Su forma adorable de beber y hacer la pausa con tres eructos que casi acabó en coitus-inter-eructus. Quería entrar a ver aquel peep-show piccadillesco. C’est du catch! Por fortuna no se le ocurrió pedir una dispepsi loca… Y extasiada luego ante las fotos en color de las mujeres desnudas con plumas a la entrada del FESTIVAL OF EROTICA en el RAYMOND REVUEBAR. C’est de la barbe-au-cul, Raymond!

Seguía zumbando.

¡Zas!, al fin lo cacé. Le moustique est mort… Pero no pude pegar ojo. ¡El telegrama! La culpa fue del telegrama que recibí por la tarde.

Zombi o medio sonámbulo bajando a cámara lenta las escaleras del metro de Hammersmith hacia el andén de la línea Piccadilly. A punto de quedarme traspuesto, sólo hundirme en el único asiento libre de este vagón de fumadores, dando cabezadas junto al Buda de cara de luna llena, que también parece asentir.

HAM, letras que abren mi apetito. No estaría mal ahora un bocadillo de jamón. Ay, pobre York… La silueta oscura de ese Hamlet tapa las otras letras. ¿Qué estará leyendo? Letras letras letras… Que no puedo leer. ¿Francés? Seguro que alguna novelucha, un roman de gare ou de garce… O una novela exótica de Perroquet Loti, con ese loro verde en la portada. Eso me dice algo. Aquel viejo verde herborista para el que trabajaste al poco de llegar a Londres, siempre tan versado o enreversado, siempre con alguna alusión o indirecta, que tenía en su trastienda un loro viejo verde, tan repugnante como él, que repetía invariablemente en francés Psitacosis, psitacosis… No tenía chiste la cosa pero le divertía que el loro supiera decir sólo el nombre de la enfermedad de los loros. Psitacose, psitacose…, es todo lo que sabía decir. La verve dure…, sí, dura como su pico. Le pervers! No saldrá nunca este tren. Juraría que al tipo ese de negro lo he visto antes en algún lado. ¿En Brook Green? A través de la puerta —y por un segundo creí que era mi reflejo en el cristal—, el oscuro larguirucho barbipeludo de quevedos seguía leyendo su librillo sentado en el banco del andén, contra el círculo atravesado por el letrero de la estación.

HAMMERSMITH

Y en la parte superior del círculo blanco, la marca del zorro, dos veces, en spray negro.

Zz…, bellas letras para representar el sueño. El mío ahora. También yo tengo derecho a azorrarme. Toda la noche sin pegar ojo por culpa del mosquitelegrama. A causa de la picadura de tu telegrama. ¿Tuyo de verdad, amor? ¿O broma? ¿¡Amor, broma?! Le sigo dando vueltas. Al fin sale el tren y danzan las zetas. ¿O son rayos? ¿Dos rayos de Zeus ex machina? Zetas para escribir zozobra. Zurriagazo. Un verdadero trallazo el telegrama. Zetas venenosas para representar mi pesadilla. ¿Para ir a Zanzíbar, a Zaragoza o a Zwanze? Aún no me acabo de creer lo del telegrama. Tiembla aquí en mis manos. ¿De verdad no es broma? Te reías de lo mucho que me costaban mis telegramas reversibles o viceversículos, método de mi invención para enviar el doble de texto pagando la mitad. Te envío el último gratuito, a lomo de camello: APARTA SACO CARACAS. O éste para blanquear el dinero negro: SERÁ LODO LO SACAS. Y aún para jugar: ALLÍ TOCA PARTO LIMA. Cualquier ciudad me parecía peligrosa para ti, y zigzagueaba por el Times de cada día buscando el lugar del accidente fatal. Pero ahora dudo si no me habré equivocado de signo del zodiaco. En cualquier ciudad puede esperarnos la cita esa de marras. ¿Naciste un 22 de noviembre o un 23? Es la Karavas hoy, la localidad chipriota bombardeada por los turcos. En el Times de hoy. Recuerdo que haciendo el crucigrama me salió alguna vez la ciudad de Egipto a la que se va casi en zigzag: Zagazig.

BARONS COURT

Aquí pasamos unos días de infierno y de invierno, en aquel cuarto frigohorrífico con vistas al cementerio, en Palliser Road. Esos están peor que nosotros. Mientras hay vida, hay esperanza. La vida es lo último que se pierde. Eran mis días de Barón de la Palliser…

Necesitaría mucho más de un mes para recorrer todos nuestros lugares comunes. Zigzag…, por todo Londres, por tantos sitios nuestros, desde hace tres días. Desde el martes pasado. Pero sin escribirte. Decidí que la Z la escribiría como un epílogo, feliz o infeliz, cuando supiera de ti, si volvías o me dejabas. Había proyectado escribir la Z en World’s End, en nuestro pub del viejo de la guadaña a la vera de la calavera (calvariae locus) y de la encrucijada del FINIS, tan cerca del The Man in the Moon, en donde empecé mi calvario. Pero tu telegrama me ha hecho cambiar de planes. El hombre propone y su Hacedor dispone. Y sus vías son inescrutables. Dios escribe derecho con líneas torcidas. También yo ahora. Con el temblor del metro me sale una letra de centenario. Senile lines… También la emoción, por lo del telegrama.

Se acerca el momento supremo. Bueno o malo. El martes anduve buscándote por el norte. Estuve a punto de entrar en el monasterio budista de Haverstock Hill, a preguntar si no andabas de bonza. El Buda de aquí al lado se ha quedado bonzai. Encorvado en el asiento. Y asiente, con el vaivén zen-zazen del tren. Me asalta otra duda: ¿podría ser yo un sueño suyo? Ya sabes, Chuang Tzu que no sabía si era una mariposa filosofera o viceversa.

En el letrero de ese monasterio dice que hay un Bhikkhu disponible los jueves. Bhikkhu te parecía más bonito que monje. Sólo era martes y seguí mi peregrinación, después de leer las buenas palabras: ¡PAZ A TODOS LOS SERES! Pobre mosquito muerto. Mors necessaria…

Acabé sentándome en aquel banco de madera, junto al metro de Belsize Park, en que tantas tardes nos sentimos tan bien. El banco con la inscripción «A mi marido le gustaba sentarse aquí». Empezaba a hacerse de noche y me eché a llorar. Sí, me avergüenzo, no lo haré más. Me sentí en bancarrota. Tú nunca me dedicarías un banco, ¿a que no?

EARL’S COURT

Aquí conocí a Rimbaudelaire, nuestro poeta pensionado. Que también buscaba pensión. No te creías lo de mutilado de guerra. Era casi un bebé cuando le estalló la bomba en su jardín de Lieja. Una bomba americana. Creías que te tomaba el pelo. No era manco de nacimiento. Y no se levantó el rizo para enseñarte el agujero de la oreja. Fue el viento. Cuando íbamos tiritando en su destartalado Fiord descapotable, a recoger a la estación Victoria aquel baúl oxidado o cantine que te enviaba tu abuela armenia de Francia. Las bromas que hizo Rimbaudelaire a costa de la tal cantine, que no llevaba botellas de ron, desgraciadamente, pero pesaba más que si estuviera dentro el mismísimo cantinero muerto. ¿Qué llevaría? Los aduaneros también se lo preguntaban. Y Rimbaudelaire, incontinente: La cantine viene del Continente…

GLOUCESTER ROAD

Son y luz de cristales rotos, cada vez que oigo Gloucester. Y el chillido y el topetazo casi a la vez. Aquella noche de verano en que contemplamos desde la ventana el accidente. El motorista tirado en Gloucester Terrace, su moto atravesada junto al Morris negro de matrícula ORO. Lo cogió el… Cristales brillando como estrellas en el asfalto. Y la gente a las ventanas como en los palcos de un teatro. Cubierto con una manta, el motorista, que gemía. Pero nadie podía tocarlo. Hasta que llegó, al poco, la ambulancia. Noches después soñé que era yo el que iba en la moto aterrado y tú te asomabas a una ventana con mucha gente (seguramente una fiesta) y comentabas el accidente con tus amigos de francachela y con los vecinos de las otras casas, mientras yo me retorcía en la noche, entre destellos de estrellas, como un gusano. De luz. Luciérnaga furiosa…

SOUTH KENSINGTON

La muchachina de ancas de rana, en ajustados vaqueros, que leía de pie un libro con dibujos, Alice’s Adventures Underground, junto al viajero maduro de la maleta que leía una novela de Maigret en francés con la pipa en la boca (esto no es un Magritte…), y que acaba de salir tan escurridiza cuando ya se cerraban las puertas, me hizo recordar de nuevo a nuestra anguilita belga. Después de ver el cambio de la Guardia y los caballos, que ahuyentan moscardones con el rabo, teníamos que seguirle la pista a sus compañeras de colegio. Iban a ir todas a Carnaby Street. Las colegialas de Malines creerían que esa calle era la de la moda, estaba aún de moda. No aparecerían sus amiguitas e íbamos de tienda en tienda, no hay quien te entienda con ese franglais o fringlais para ir a comprar ropa. Se le antojó comprarse unos vaqueros. Todas sus amiguitas iban a comprarse unos. El galimatías empezó cuando se puso a escoger los más perversos, les vices américains!…, pero yo sólo conocía los vicios ingleses. El vendedor indio la miraba probarse aprobador. Es verdad que le caían muy bien, sus nalguitas bien moldeadas en los Levi’s… Pero lo mejor fue a la hora de pagar. La directora del colegio tenía sus ahorros. Nosotros pagábamos ahora y, cuando la lleváramos a la estación, nos daría el dinero. Fuiste tú la que te apiadaste, porque se echó a llorar. Hubo que rascarse los bolsillos. La segunda vez que nos echaba sus lágrimas de cocodrilo. Aunque no para comprarse un Lacoste. Otra marca registrada…

KNIGHTSBRIDGE

No nos quedó más remedio que ver quién llevaba los pantalones… Ya no se los quiso quitar, salió tan ufana con sus Levi’s trousers puestos. Y para demostrar que no soy rencoroso, se me ocurrió invitaros a continuación a entrar en ese pub de Carnaby Street en donde asoma por una ventana el genio del Globo… ¿Sabes quién es el señor de la barbita? Su respuesta rotunda: ¡El doctor Freud! Pero sí resultó que sabía quién era Shakespeare. C’est l’auteur de To be! Toubib or no… No cabía duda de que la nena estaba formada, y bien formada. Y pese a tu oposición, la invité a probar una cerveza inglesa. ¿Le gustaba? C’est dégueu! Ella prefería la gueuze… Pero se desentendió enseguida de la bitter para ir a oír a los Beatles en la jukebox. Les Bittels, les Bittels…, se meneaba excitada casi restregándose contra la jukebox. Es verdad que los vaqueros leviciosos le iban muy bien… Yesterday, yes. Y te empezabas a molestar porque yo me puse a danzotear con ella. ¿Quieres dejar de hacer el payaso?

La lady del pelo blanco que acaba de entrar con un bolsón verde de HARRODS FOOD HALLS me está revolviendo todos mis jugos gástricos… Sin comer este mediodía. Why se zampó la loncha de jamón que me quedaba. Aún le colgaba un resto en la boca cuando lo perseguí. Moviendo su loncha y el parche despegado que le puse. Aspecto cómico con el parche. El minino pantominino. Mon chat pitre! Y le dio fin, bon, adiós jamón de York.

Era bastante chovinista, gastronómicamente hablando, nuestra tragona belga. A falta de moules frites, la invitamos por sugerencia tuya —y con mis últimos recursos— a fish & chips en el mercado de Church Street. De nada valía que le explicara que en ese mercado los vicios americanos salían más baratos pero sin etiqueta. Era el label lo que le interesaba a la belle… Zampaba las patatas fritas, con las manos, pero se estaba quedando frita… La pobrecilla había pasado la noche en el barco sin dormir, cantando con las otras niñas cantoras. Era su primer viaje en barco. Y a Inglaterra. Propuse llevarla a dormir la siesta a mi cuarto. Pusiste cara de pocos amigos. No pretenderás… Pero ella no quería dormir, quería ir al museo de Madame Tussaud. Donde ya estarían sus amiguitas. Ojalá.

HYDE PARK CORNER

Sale tocando la armónica el barbudo de la chaqueta de camuflaje, con más manchas de grasa que de hierba, que anoche vi tan profundamente dormido, en posición fetal, en la entrada de una tienda de Beauchamp Place, que el boby no conseguía despertarlo, Get up! Get up!, empujándolo con el pie. No te despiertes… Quién fue el primero que dijo que la vida es sueño…

La entrada en Madame Tussaud la pagaste tú. También yo entraba por primera vez en esa horripilación a la cera. Los crímenes hiperrealistas del museo. Pero no fueron los monstruos ni los asesinos ni las batallas más o menos gloriosas los que atrajeron más la atención de nuestra belga curiosa. Se plantó frente a Picasso, con sus pantalones a cuadros, sentado en una silla de enea, y después de madura reflexión, dijo: C’est un clown!

GREEN PARK

Verde era el paraíso de nuestros amores. Perdidos. Aunque nuestra belguita no estaba tan verde como la hierba sobre la que reposaba. Estábamos en Regent’s Park. La verdure et la verdeur… Hablaba sin parar de todos esos viejos verdes que le querían enseñar siempre el zizi… Sólo por eso la invitaban a coca-cola, los locos. Hubo uno que incluso la persiguió: «Viens ici ma cocotte, je te passerai à la casserole!…». Así como lo oíamos. Quería pasársela por la piedra, a la pollita. Pero llegó a tiempo Mamá y le abrió el coco. El hachazo fue tan certero que Mamá se quedó viuda. Viuda y sola en la vida con su niña. No daba crédito a mis oídos mirando a lo lejos la torre o cucaña del Post Office. Mat de Cocagne. La torre Eiffel de Londres. Y fálica. Le pregunté si había estado en París. Sólo tres días. Y parece que con viejos nuevamente. Nos explicó con una sola palabra lo que hizo: Envejecí. La vieja precoz… Que además quería ir a la escuela hasta que se jubilara. Quería ser maestra de primeras letras. Con sangre entra. La imaginé a los sesenta y cinco años enseñando la regleta de tres a los niños más díscolos. Enseñando el abz a unos zotes de Mont-Saintron o Montresain… Pero se nos estaba quedando roque de nuevo. Será mejor que duerma en casa la siesta, antes de llevarla a la estación.

PICCADILLY CIRCUS

Aquí nos la encontramos, en mala hora, perdida junto al mapa-reloj, WHAT’S THE TIME?, que marca las horas de todo el mundo. En el rebumbio del metro, se había separado del grupo, de las amiguitas de su colegio de Malines. Because, because…, trataba de explicarse en su inglés reiterado. Because, because…, es lo único que sabía decir. Se habla francés. Propusiste llevarla inmediatamente a la Policía. ¿Recuerdas? Se nos echó a llorar. Su solo día en Londres. Acababa de llegar. Y quería ver lo que verían sus amiguitas. Piccadilly, el cambio de la Guardia, Carnaby Street, Madame Tussaud, el Zoo… Todo un programa. Apretado. Antes de tomar a las 18.60 el tren en Waterloo para Bournemouth… Seguía llorando, y un boby nos miraba ya con recelo. Sólo faltaba que nos tomaran por robachicas. Roballoricas. El paso en falso, lo di yo. Bueno, a lo mejor sus amiguitas estaban aún por Piccadilly Circus. Sí, el circo iba a empezar…

El cartel del Marquee, aquí en este muro, me hizo quitarme las gafas para frotarme los ojos: ZZEBRA. Así en letrones, con dos zetas, y debajo en letra pequeña: Plus Guest and Mark Poppins. ¿Habrá un cantante llamado Guest? El convidado de piedra, sería un bonito nombre, que rueda su rock… Un drôle de zèbre, con dos zetas. Pero si bien se mira, está muy bien, parece más cebrada así la palabra. ¿Española o portuguesa? De ahora en adelante, la escribiré siempre con zeta. Y nuestra belguita ya quería ir a ver las zebras, los tigres, los chimpanzones y los pingüinos. Al zoo, no, me negué en redondo. Si te imaginas, fillette, que te voy a… Pero tú te ponías de su parte. A lo mejor estarán allí las otras colegialas. Me asaltó una terrible sospecha que hubiera debido pasarnos por nuestras cabezas de chorlitos mucho antes: ¿de dónde salía esta criaturita? ¿Y si la maline estaba mintiendo y no había colegio de Malines ni otras malinesas o como se diga? Pero de momento seguía llorando. Emperrada en ir al zoo. Menos mal que, con el esfuerzo de la rabieta, empezó a adormilarse de nuevo.

Por fin te pareció bien que la llevásemos a dormir la siesta a mi cuarto. Aún faltaban tres horas para ir a la estación.

LEICESTER SQUARE

El bonzo sigue cabeceando. Ya son las trece y veinte. Entró en la otra vía un tren que indica en alto BOUNDS GREEN. Bounds, límites. Prohibido ir más allá de la realidad. Pero ¿cómo saber dónde acaba? Me agarro a lo que veo como a un clavo ardiendo. Y a lo que toco. Este telegrama que me quema los dedos. LLEGAMOS… ¿Quiénes? ¿Con quién? Acabo de ver escrito en el muro con spray rojo ROSE AGAIN! Miss Rose debe de llegar también hoy o mañana, creo. Pero ella estaba en Ithaca, Nueva York, y tu telegrama vino de Edimburgo. ¡Edimburgo! ¿Habrás ido de nuevo a aquel hotel que tenía fotos antiguas de mujeres en las paredes de los pasillos, de la escalera y de las habitaciones? Tu doble en la foto sepia del primer rellano. O una de tus anteriores reencarnaciones… Creías recordar las líneas de luces en el proscenio y una salva de aplausos. Pienso que quieres ser intérprete porque no puedes volver a ser actriz. Creías recordar también un fin trágico. Antes de que cayera el telón. ¿Por qué te fuiste a Edimburgo? ¿Con quién? ¿Vienes realmente este viernes?

Tan irreal me parece todo, como en un sueño, que tengo que agarrarme a detalles concretos. Las peras grises que cuelgan del techo del vagón. Se bambolean. No están maduras. Peras esperas espoirs Babelle belle hell… Sí, el infierno no tiene límites.

El hindú del turbante blanco como un vendaje que lee el Standard. BOMBA EN EL EAST END. Una bomba de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo es una bomba…

COVENT GARDEN

No le gustó mi leonera a nuestra fierecilla indomable. Que no quería dormir la siesta. Quería ir al zoo. Olisqueando, y frunciendo la naricilla sólo entrar. ¿Olía a tigre? ¿A mofeta? ¿A rayos? A colillas… Se acercó al cenicero, lleno de mínimas colillas de Gitanes, sobre la mesa. Torció el gesto. No se explicaba cómo podía oler tan mal.

Doukipudonktan.

Se pronuncia mal cuando nos apretamos la nariz. Curioseando como una gatita, por todo el cuarto, mirando todas las imágenes de mi biombo chino-español, algunas no muy edificantes…, y le llamó especialmente la atención mi narguile. Quería ver cómo funcionaba. Para divertirla me enrollé una toalla a la cabeza y me eché la colcha como manto. Se reía pero no quería dormir. Mejor me hubiera liado una manta a la cabeza… ¿Sabes quién soy? (Hubiera debido decirle yo soy el que es hoy…) Harún al Haschisch! Y se reía cuando yo imitaba mi estornudo. Saliste un momento al WC y al volver pusiste el grito de guerra en el cielo. Nuestra zascandil se reía como una zonza, después de cada chupadita. Es sólo para adormecerla…, y tú casi me rompes la pipa en la cabeza.

HOLBORN

Polifonía políglota. Lenguas forasteras. Adiós amigos. Alors au revoir, les gars! Ciao… El grupo de turistas que se despide efusivamente al salir del vagón. Nada hay como conocer idiomas. Un caballero de la City parece asentir también. Most interesting… Aquí bajábamos siempre para ir a renovar la tarjeta verde. Extranjeros menos alegres y confiados, que iban al interrogatorio…

Nuestro diablillo dormía al fin como un ángel. Del segundo coro*. Nuestra niña cantora del coro de Malines. Resonaba sublime la música desde el apartamento de Miss Rose. Forma e matera, congiunte e purette… Querubín arrullado por la música de Cherubini. Zz… Roncaba como los ángeles.

Pero la espabilaste, rudamente, porque no nos quedaba mucho tiempo para llegar a Waterloo. No perdimos la batalla, por los pelos. Y resultó que existían las niñas cantoras. Le choeur de Malines! Jaleando desde las ventanillas, cuando la llevábamos casi a rastras. El tren arrancó enseguida, y me eché a reír, de alivio sin duda, recordando que se salió con la suya y no nos pagó los Levi’s trousers…

También yo di unas cabezadas y no me di cuenta de cuándo se fue el Buda despierto. ¿En Holborn? El tren ahora parado entre dos estaciones. Silencio contagioso. Pasó un ángel… Hice una asociación peligrosa recordando que iba a King’s Cross. El telegrama que era casi una fórmula: LLEGAMOS KING X 2 14H. Viernes 2. ¿No hay dos sin tres? ¿Llegamos? ¿En plural mayestático para estresarme con el ménage à trois?

¿A las dos qué dos llegáis? King’s Cross la última estación. Salimos de las tinieblas hacia la luz. También yo espero luz… Por fin llegamos.

RUSSELL SQUARE

Se abrieron y cerraron y se abrieron las puertas… Se abrieron y cerraron las puertas del vagón cinco veces, por lo menos. Hace tres estaciones. Y hace…, casi un siglo. Lo anoté pero lo taché. Con un por fin llegamos, interrumpía las notas del subterráneo. Demasiado nervioso para llegar a escribir hasta King’s Cross. Al llegar era la una y veintiséis. Veintiséis minutos de viaje. O casi veinte años. El Standard de hace dos días,

BOMBED THEN

BOMBED AGAIN,

que alguien dejó en el asiento de al lado, da casi marcha atrás a la máquina infernal. Dos bombas estallaron anteayer en Manchester. Cincuenta heridos. Sangre en la calle. Ahora las fotos en color.

KING’S CROSS

Dígalo con palabras. El gran anuncio, al ir hacia las escaleras mecánicas. SAY IT WITH WORDS. Como si fuera tan fácil. Me gustó más al ir subiendo, casi en las nubes, el cuadrito con las palabras When I dream…; cuando sueño, los sueños no son siempre agradables. Como la vida misma. Al levantar la cabeza, las vigas metálicas iluminadas del techo de la estación, como letras gigantes suspendidas en la noche. Bellas letras… Porque es de noche. Hoy es de noche. Una noche fría de diciembre.

Llegué a la estación con tiempo suficiente para serenarme y para anotar una escena que me pareció de buen augurio. Llegó casi a la vez una pareja con unas maletas plegables de color marrón. Él, alto y delgado, de pelo blanco, unos cuarenta y pico. Ella más joven y más baja, también delgada pero atractiva. Sin duda salían de vacaciones. Los vi discutir, aunque no oía por qué. Él se enfadó y dejó caer una de las maletas-bolsas al suelo. Ella hizo entonces lo mismo con otra, se dio media vuelta y salió de la estación con paso decidido. Él se quedó en medio del andén, con las maletas alrededor, sin saber qué hacer. Por fin se decidió a retomar las maletas y empezó a caminar despacio hacia el tren. Ella deshizo el camino, llegó junto a él y le tomó una de las maletas. Luego la dejó caer, le echó los brazos al cuello y se besaron… Entonces me pareció un final feliz. Pero ahora lo dudo. En cualquier caso, no hay finales definitivos…

Ibas a aparecer ya, como por arte de magia. Tu cabeza morena, en la ventanilla, junto a la del caniche blanco. ¡Llegamos! Y entonces vi al moreno del bigotito. Me dio un vuelco el corazón. No, no Mandrake. ¡El Gran Karman! Tu tío de América, hermano de tu madre. El hijo de tu abuela armenia. Siempre me armé un lío con tus lazos familiares. Era mago pero había sido también enfermero o practicante antes. Había tenido muchos oficios, una vida agitada en América. Lo habías acompañado en su última gira. Casi de reposo. Por Escocia. Zig me saltaba ya a los brazos. ¿O era Zag? El de peluche (con el que el Gran Karman practicaba el ventriloquismo o ventriguarismo mientras el de carne y hueso hacía guau) se había quedado en el baúl-mundo. Que tuve que ayudar a acarrear hasta el taxi. Llegamos… Hubiera sido mejor que me recibierais con los dos chuchos en brazos, mientras el Gran Karman me hacía guau y me aguaba la fiesta. Pero estaba muy enfermo, pese a su aspecto saludable. Los médicos le habían dado pocos meses de vida. Y habías decidido acompañarlo a Los Angeles. Tú eras su única familia. Claro, lo comprendía… Aunque ahora me queda la duda de si entonces comprendí verdaderamente. LLEGAMOS. A King’s Cross…

Las parejas a veces se separan, se unen, se vuelven a separar, los lazos se aflojan, se tensan, hasta que se rompen definitivamente. Pero ésa es otra historia…, la de nunca acabar.

En realidad estabas casi de paso en Londres, y no iba a entretenerte con todos aquellos garabateos indescifrables que fui escribiendo en el bloc que tú me regalaste. Belles Lettres… Casi veinte años después decidí pasarlos a máquina —Ma Chine infernale…—, por la máquina del tiempo.

Además hubo otra escena de celos y de malentendidos por medio, si no recuerdo mal, porque te encontraste a Vicky, en mi cuarto, cuando yo me disponía a corregirle sus ejercicios de latín. Peccata minuta…

Cuando aún creía que es posible volver a empezar, había pensado acabar donjuanescamente con la lista de las bellas. Madamina, il catalogo è questo. Questo è il fin. Albertine. Su muerte fue la gran tragedia de mi vida. Bonadea… Ya no es necesario. Ahora todas las belles lettres son también las tuyas. Tú eres letras. Y también yo. En cierto modo. Y recordé aquella vieja postal de mi biombo cochino: una cabeza de hombre compuesta enteramente de mujeres desnudas. Arcimbold face… Homme à femmes. Hombre de mujeres, literalmente. Y ahora cada una, una letra. Hombre de letras. El resto es. Silencio. Mudo aquí en el fin del mundo. De los mundos. Finis. Vine desde King’s Cross a donde quise acabar entonces la última letra. En nuestra taberna del fin del mundo. Pero han cambiado la enseña. Ya no está el viejo de la guadaña a la vera de la calavera y de la encrucijada del Finis. Ahora es una nave de los locos o de los bobos que va cabeza abajo por el mundo que sin duda gira. Y aquí en el frío de la noche, me vuelvo a aquella otra noche cerrada, cuando cayeron las tinieblas sobre el reino a causa de una huelga, y entrábamos en calor en este pub a la luz de las velas mientras el corro de viejos y viejas cantaba las viejas canciones de la guerra. Bellas letras… Recordando nostálgicos algún apagón que otro… El coro de los viejos cantores. Que no cantaban como los ángeles. Yo también envejecí. Te lo podría poner en cuatro letras. Pero no estoy para G-roglíficos. Tomaré el 11, como tantas veces, casi a las once. Nada plácido este sábado de diciembre. Y ahora pasan los gamberreones, aquí en World’s End, agitando sus bufandas. Los vi antes (¿o no eran los mismos?) en Trafalgar Square. Cantan victoria. Pero tampoco cantan como los ángeles.