Capítulo 9
Dos días más tarde acudimos a una reunión convocada por el comandante Harvey. Yo estaba sentada al fondo, separada de Fi por mi compañera de tienda, Sharyn, y por la compañera de Fi, Davina. Robyn se encontraba dos filas delante, y los chicos justo al frente. Los hombres se sentaban en la parte delantera de la zona de reuniones, y las mujeres atrás. El comandante Harvey se hallaba de pie sobre un tocón, con el capitán Killen a su derecha y la señora Hauff a su izquierda.
Durante aquellos dos días, mis únicas conversaciones con los otros cuatro habían sido breves y superficiales. Nos hacían sentir que estábamos haciendo algo malo hablando entre nosotros. Sharyn parecía estar encima de mí todo el día. Me sentía como si fuera una paracaidista y ella mi paracaídas. Por un lado lo odiaba, pero por otro lado era adictivo. Estaba empezando a depender de ella hasta para las decisiones más insignificantes. «Sharyn, ¿crees que sería mejor que durmiera con la cabeza en este lado de la tienda?», «¿Crees que debería lavar ya estos vaqueros?», «Sharyn, ¿pongo las patatas en el plato azul?».
Sharyn era una chica corpulenta, y siempre llevaba unos vaqueros negros demasiado ceñidos. Como la mayoría de las mujeres, iba supermaquillada. Aunque intentó convencerme para que yo también me maquillara, no fui capaz. Me parecía antinatural, poco apropiado para aquel entorno.
La única decisión que Homer y yo tomamos, tras una rápida conversación que tuvimos con los otros tres durante nuestra segunda tarde allí, fue que él y yo iríamos a buscar Chris a la mañana siguiente. Solo una hora después de tomar aquella decisión, vi al comandante escabullirse por entre los árboles en dirección a su tienda. Me pareció una buena idea contarle lo que íbamos a hacer, así que lo intercepté.
—Comandante Harvey, ¿le importa que le interrumpa un minuto?
—Yo diría que ya lo has hecho.
—¿Cómo dice?
—Ahora mismo estamos hablando, eso significa que me has interrumpido.
Apreté los dientes. Sus penetrantes ojos se clavaron en mí y luego se desviaron de nuevo.
—Entonces, ¿le importa que hablemos un minuto, por favor?
—Dime.
—Pues verá, es que tenemos otro amigo, Chris, al que dejamos en nuestro campamento, así que Homer y yo hemos pensado que mañana podríamos ir a buscarle. No tardaremos mucho. Estaremos de regreso a media tarde.
Se hizo un largo silencio. De repente, el cielo parecía haberse vuelto mucho más oscuro. Ya casi no podía distinguir los rasgos del comandante: sus ojos se habían convertido en dos huequecitos negros.
Al fin habló, aunque no dijo gran cosa. Solo ordenó: «Sígueme», mientras se daba la vuelta y echaba a andar deprisa. Yo le seguí hasta su tienda, luego me quedé frente a su mesa y esperé a que se sentara y encendiera una vela. No me invitó a que me acomodara. La luz parpadeante de la vela proyectaba sombras que bailaban sobre su cara. A ratos, cuando movía un poco la cabeza, podía ver un destello en sus ojos, pero la mayor parte del tiempo permaneció quieto.
Solo cuando la vela empezó a arder de forma uniforme, dijo:
—¿Qué os dije a ti y a tus amigos en este mismo sitio, hace solo cuarenta y ocho horas?
—Pues… dijo que aquí las cosas no estaban tan mal como en Wirrawee, y que… pues que habían volado algunas centrales eléctricas, y que todo esto era una… —farfullé, y de repente me di cuenta de por qué el comandante estaba tan mosqueado— una campaña militar.
—Exacto. Una campaña militar. ¿Y qué significa eso, a efectos prácticos?
—Pues… pues que tenemos que obedecer órdenes y cosas así.
—Exacto. —Su voz se volvió más firme—. ¿Sabes lo que le pasa a este país? ¿Sabes por qué ha sido invadido?
Entonces se movió. Su cabeza se inclinó hacia delante como una serpiente al oír un sonido peligroso.
—Voy a contarte lo que le pasa a este país. Lo que pasa es que nos hemos vuelto unos flojos, unos blandos, que hemos perdido el rumbo. A decir verdad, creo que esta gente nos ha hecho un favor invadiéndonos. Tenemos mucho que aprender de ellos. Son una fuerza organizada y disciplinada de soldados bien dirigidos. Seguro que no les oirás hablar de consenso. Ni les oirás hablar de «derechos individuales», ni de «libertad personal». Ellos no se andan con chiquitas. Si logramos enderezar este país, quizá tengamos una nación de la que sentirnos orgullosos, en vez de una panda de nenazas. —La vela llameó, mostrando por un instante la rabia de su rostro—. Voy a decirte lo que hace falta. Voy a decirte lo que la gente necesita. —Había empezado a gritar. Yo seguí allí plantada como una boba—. Necesitan líderes fuertes, líderes a los que respetar. Líderes a los que admirar. Este país dio un giro equivocada hace años, ¡y ya es hora de que las cosas vuelvan a su cauce!
Vale, lo que tú digas, estaba pensando yo, echándome un poco hacia atrás.
El comandante volvió a sentarse en su silla y cogió un archivo con notas.
—Y ahora —dijo, recuperando un tono de voz tranquilo y razonable—, estoy dispuesto a considerar tu petición. Supongo que tu joven amigo tiene comida y un sitio donde refugiarse, ¿no?
—Sí, claro.
—Entonces, no es algo urgente, ¿verdad?
—Bueno, es que no queríamos dejarlo ahí solo demasiado tiempo, eso es todo.
—Pues eso tendrías que haberlo pensado antes de iros. Los que vais por la vida improvisando tenéis mucho que aprender. Podéis hacerme una petición por escrito solicitando permiso para volver a vuestro campamento a recogerlo. Incluid un mapa detallado, el tiempo necesario aproximado y los recursos materiales y humanos que necesitaréis. Eso es todo. Puedes retirarte.
Me fui un poco temblorosa. No tenía fuerzas para lidiar con aquello. Pero lo más inquietante fue el alivio que sentí cuando rechazó nuestros planes. Yo sabía que teníamos que volver por Chris, pero aquella era la única razón por la que iba a hacerlo, porque sabía que era nuestra obligación. Pero, en mi fuero interno, lo cierto era que en aquel momento no me apetecía nada emprender aquel agotador recorrido, ni siquiera ver a Chris. Me sentí muy culpable por eso, porque sabía cómo me sentiría yo si me hubiera quedado atrás, sola, y también porque sabía lo importante que era que nos mantuviéramos juntos, los seis. Había mucho en juego.
A la mañana siguiente, el día de la reunión, tuve otro desagradable encuentro con Harvey. Sharyn me había dado un cubo de productos de limpieza y me había dicho que limpiara la tienda del comandante. Ahora, en retrospectiva, me doy cuenta de que era una encerrona, pero en aquel momento no lo vi. Así que me dirigí a la tienda, mosqueada. Estaba pensando en los Héroes de Harvey y en que su problema era que estaban intentado aparentar que no había ninguna guerra. Bajo todos aquellos disfraces militares solo había un grupo de aldeanos corrientes de mediana edad que intentaban vivir en la montaña como siempre lo habían hecho en sus casas de ladrillo visto de Risdom. Cotilleaban; intercambiaban trucos de jardinería y hablaban de sus hijos; limpiaban y cocinaban, o iban de acá para allá haciendo chapuzas. Alguien me había preguntado incluso el día anterior si jugaba al bridge. El único que era distinto era el comandante Harvey. Le impulsaba una especie de ansia que los demás no tenían. Creo que disfrutaba de su poder sobre el resto, pero que al mismo tiempo le frustraba que no fueran soldados curtidos en la batalla a los que pudiera lanzar a la primera línea de fuego en una gran contienda.
Pensando en todo aquello, me puse manos a la obra en mi tarea de limpieza con un ánimo resentido, incluso hostil. Me parecía absurdo estar limpiando el polvo y barriendo. Y me sentía humillada de que yo, Ellie, que había hecho saltar un puente por los aires, tuviera que estar siempre a las órdenes de aquel Hitler de tres al cuarto. Barrí con agresividad las hojas que habían entrado con el aire, quité una telaraña de la esquina izquierda del techo de la tienda y limpié el polvo a las dos sillas de invitados. Ni siquiera miré la cama; no pensaba tocarla.
Me desplacé al otro lado de la mesa y empecé a limpiar allí. Vi un montón de papeles; encima de todo había una carpeta de cartón con la palabra «confidencial». No me lo pensé ni un segundo. Sin demasiado entusiasmo tampoco, sino pensando «con esto seguro que me echo unas risas», la abrí. La primera página era un folio con el título «Informe del ataque a la central eléctrica»; estaba escrito con letra pequeña. Me incliné para verlo mejor, pero nada más leer la primera línea me di cuenta de que había alguien más en la tienda. Rápidamente, levanté la vista. Allí estaba el comandante, en la puerta, con la cabeza inclinada hacia la derecha y mirándome con fiereza.
Era evidente que no podía hacer nada. Había metido la gamba, o al menos eso fue lo que pensé entonces. Y sabía que él no tenía sentido del humor, así que no valía la pena intentar siquiera bromear sobre el tema.
—Lo siento —me disculpé—. Solo estaba echando un vistazo.
Él se cruzó de brazos, pero no dijo nada. Era una mala costumbre que tenía. Yo sabía que estaba colorada como un tomate, pero no podía hacer nada al respecto. Finalmente, me encogí de hombros y me volví hacia la mesa para seguir limpiándola. Entonces él habló.
—Parece que no recuerdas nada de nuestra conversación de anoche.
Yo no contesté, sino que me limité a seguir frotando la mesa.
—Tienes mucho que aprender sobre disciplina, jovencita.
Frota que te frota.
—Olvídate de la limpieza y vuelve con la señora Hauff. No quiero volver a verte en mi tienda.
La piel me quemaba. Agarré mis cosas y eché a andar hacia la salida. Pero cuando llegué frente a él, las cosas se complicaron: el comandante Harvey estaba bloqueando la puerta de la tienda, y no parecía que fuera a moverse. Y, evidentemente, yo no iba a empujarle. Me quedé allí de pie, esperando. Al cabo de un minuto, se hizo a un lado y se quedó allí, con los brazos aún cruzados. Estaba claro que era la única concesión que iba a hacer, así que me abrí paso con dificultad por el hueco que había dejado y salí al aire libre, sin volver a mirarle.
Fue un alivio volver con Sharyn. Puede que fuera una mandona, una antipática y una gruñona, peor al menos no me daba miedo. No era una persona siniestra.
Por la tarde no tuve tiempo de redactar el escrito para pedir permiso para ir por Chris, y cuando se lo conté a Homer él me dijo que lo dejara para el día siguiente, que podía ser que entonces Harvey se hubiera calmado un poco. Así que decidí ir a la reunión.
La reunión del comandante Harvey no se parecía mucho a las que manteníamos nosotros en el Infierno. Consistía, básicamente, en un largo discurso. La primera parte iba sobre la amenaza a nuestro país y la necesidad de ser valientes.
—Estamos viviendo una época muy dura —dijo—. Al igual que mucha gente valiente que nos ha precedido, nos encontramos en la coyuntura de tener que defender nuestras tierras, de proteger lo que nos pertenece por derecho, de salvar a nuestras mujeres y nuestros hijos.
Cuando dijo eso, sentí que se me volvía a poner roja toda la cara, desde la barbilla hacia arriba, como me suele pasar cuando estoy muy cabreada. Aquello era lo último que me faltaba por oír. Estaba claro que toda la «gente valiente» en la que estaba pensando eran hombres. Tragué saliva, y luego espiré con fuerza por la nariz. Quizás aquella era otra prueba de disciplina para mí. El comandante Harvey dijo algo más acerca del patriotismo y luego retomó un poco el tema de la historia.
—Hombres como Winston Churchill cambiaron el curso de la historia. Evidentemente, no es que quiera compararme con Winston Churchill. Pero intentaré dirigiros lo mejor posible. Podéis estar seguros de que no os decepcionaré.
Luego pasó a la segunda parte de su discurso, centrada en la acción militar. Aquello sí que era más del estilo de lo que yo quería oír. Ya había tenido bastante de tareas domésticas.
—Pronto emprenderemos otro ataque contra el enemigo —anunció—. Luego comentaré los detalles con algunos de vosotros. El capitán Killen y yo hemos localizado algunos objetivos estratégicos importantes. Como sabéis, tenemos pocos efectivos y armas, y nos enfrentamos a un enemigo muy bien entrenado y equipado. Por eso debemos proceder con la mayor cautela. A pesar de nuestras múltiples desventajas, hemos causado importantes daños a las fuerzas enemigas, y nuestra efectividad ha sido proporcionalmente muy superior a la escasa fuerza numérica de la aguerrida banda de los Héroes de Harvey. Podemos estar muy orgullosos. Como ya sabéis, dos centrales eléctricas y varios vehículos han caído a manos de nuestras fuerzas.
Y así continuó el comandante Harvey diciendo más de lo mismo —durante veinte minutos concretamente—, las mismas cosas que el día que llegamos. Me costaba concentrarme. Me embargaba una sensación de sintiendo igual que en una reunión del colegio.déjà vu que se remontaba incluso más allá de nuestra primera entrevista con él. Me esforcé por intentar identificar de dónde venía el recuerdo. Tardé cinco minutos, pero al menos lo conseguí: me estaba
El comandante Harvey dio paso entonces a la tercera y última parte del discurso.
—Una vez más quiero dar las gracias a la señora Hauff y a su equipo de ayudantes. El campamento continúa estando en un impecable estado de limpieza, y las comidas se sirven con puntualidad y magníficamente presentadas. Como dijo Napoleón, «un ejército marcha sobre su estómago», y el buen ánimo que reina entre los Héroes de Harvey se lo debemos sin duda a las chicas de la señora Hauff.
La expresión de la señora Hauff no cambió, pero me pareció que una oleada de aprobación recorría lentamente su robusto cuerpo. Yo seguía fastidiada. No había visto a un solo hombre hacer las tareas domésticas. Yo llevaba dos días sin hacer apenas otra cosa que frotar ollas y sartenes, lavar sábanas —con agua fría— y zurcir calcetines. Los chicos estaban ocupados haciendo cosas de machotes —cavar sumideros, recoger leña y construir una pequeña cabaña de madera, que iba a ser la oficina del comandante Harvey—. Pero lo que más me sorprendía era que todo el mundo parecía estar conforme con aquel trato. Todos excepto nosotros cinco, y tampoco es que estuviera muy segura de la opinión de Homer. Si le hubiéramos dejado a su aire cuando estábamos en el Infierno, se habría pasado las noches en pantuflas frente a la hoguera esperando a que le sirviéramos la cena.
—Por último —dijo el comandante Harvey—, queremos dar la bienvenida a nuestros nuevos cinco reclutas. Es un placer que se una gente joven a nuestra causa, y estoy seguro de que pronto se acostumbrarán a la disciplina de una campaña militar. Como ya he dicho en otras ocasiones a los miembros más antiguos de los Héroes de Harvey, «cuando te dicen que saltes, la única respuesta debería ser ¿cómo de alto?».
Al decir eso me lanzó una sonrisa como si fuera algo que se le hubiera ocurrido a él. Parecía estar de mejor humor, así que le sonreí débilmente.
La reunión se terminó, y yo emprendí el camino de regreso a mi tienda junto a una mujer de unos treinta años, pelo castaño y aspecto sencillo que siempre parecía cansada e irritada, independientemente de lo que estuviera haciendo. Se llamaba Olive. Sharyn vio que nos marchábamos, pero no intentó seguirnos. Supongo que pensó que estaba en buenas manos, pero yo decidí arriesgarme y soltar algo irreverente.
—Estaba pensando a qué me recordaba esta reunión —dije—. Y por fin lo he descubierto. Es como una reunión del colegio.
Ella se rió, y luego miró a su alrededor con expresión de culpa.
—¿Sabes a qué se dedicaba el comandante Harvey antes de la invasión? —me preguntó—. ¿Lo dices por eso?
—Pues no tengo ni idea. ¿Era militar o algo por el estilo?
Ella volvió a reírse.
—Estarás de broma. Era el subdirector del instituto de Risdon.
—¡Qué dices! —Me sentí estafada. Todo aquel tiempo había estado pensando que era un héroe del Ejército—. ¿Y de dónde ha sacado sus conocimientos militares?
—¿Qué conocimientos militares? Este tinglado es tan militar como un club de bolos. Harvey estuvo en la reserva del Ejército durante dieciocho meses. Eso es todo.
—¿Y todo eso que cuenta de volar centrales eléctricas y vehículos enemigos?
—Tú lo has dicho, aquí se cuentan muchas cosas.
—¿Y eso es todo?
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, es verdad que volaron dos centrales. Una era la red eléctrica del sur de Risdon y la otra la central eléctrica de Duckling Flat. Cuando lo hicieron, no debía de haber ni un soldado en diez kilómetros a la redonda. Y tampoco es que fueran reactores nucleares. Uno tenía el tamaño de un arco portátil, y el otro no era mucho más grande.
—¿Y qué hay de los vehículos?
—El primero era un camión de transporte de tropas que se había averiado y estaba abandonado. Le prendieron fuego y luego se colgaron las medallas. Los demás ataques a vehículos han sido iguales. Buscan camiones averiados o coches abandonados y les prenden fuego.
—No me lo puedo creer. —Estaba realmente desconcertada y furiosa.
Con los peligros que nosotros habíamos corrido, con todo el daño que habíamos hecho al enemigo y las cosas tan horribles que habíamos sufrido, y todo ese tiempo aquellos gordinflones, con sus mujeres maquilladas hasta las orejas, habían estado congratulándose de lo buenos que eran y poniéndose aún más gordos con su autocomplacencia. Eso por no mencionar la forma en que me había hablado el comandante Harvey, como si fuera un perro que hubiera hecho caquita en su alfombra nueva. ¡Yo había hecho diez veces más cosas que él! ¿Cómo se atrevía?
Fui a buscar a Robyn y a Fi para contárselo todo, pero estaban con sus cuidadoras. Entonces Sharyn me vio y me llevó hasta la zona de la cocina a pelar patatas. Pelar patatas cuando estás mosqueada no es muy buena idea. Cuando iba por la tercera, me hice un tajo en el pulgar izquierdo y empecé a sangrar a lo bestia, y eso me cabreó aún más. Olive vino y me puso una venda: me había dicho que era enfermera, y me hizo un vendaje profesional. Se empleó a fondo.
Antes de que pudiera hablar con los demás, se produjo un cambio radical en el ambiente del campamento. Varios grupos de hombres pasaron junto a la zona de lavar los platos mientras yo le enseñaba a Sharyn a hacer un escurridor para la vajilla. Sin mediar palabra, ella soltó el palo que estaba sujetando y se puso a seguirlos. Yo también solté mis trozos de madera y los seguí también. Nadie decía nada, pero había un aire de nerviosismo. Todos andaban inclinados hacia delante, como si eso les fuera a hacer ir más rápido. Me fijé en que algunos de ellos iban armados con fusiles automáticos. Sus armas eran mucho mejores que las nuestras.
Nos volvimos a reunir en el mismo sitio de antes. Esta vez fue el capitán Killen quien se subió al tocón para dirigirse a nosotros. Me pregunté qué habría sido antes de la invasión: ¿un contable, quizá? No había ni rastro del comandante Harvey.
—La Operación Fantasma está lista para empezar —anunció con su voz débil y áspera. Apenas podía oírlo, a pesar de estar a unos veinticinco metros de él—. Aunque solo será necesario un grupo reducido de hombres en activo, los que quieran ver la operación desde una posición estratégica podrán hacerlo desde el cortafuegos que hay sobre la carretera de Cannamulla.
¡Espectadores, qué fuerte!
¿Y cuánto cuestan las entradas?, me entraron ganas de decir. Pero aún me quedaba la suficiente sensatez como para permanecer callada. Miré a Homer, esperando a que él se diera cuenta, pero tenía la mirada fija e inexpresiva en el capitán Killen, y no miró para atrás.
—La Operación Fantasma asestará un golpe a la parte más vulnerable del enemigo —continuó diciendo—. Le daremos donde más le duele. Esta será la mayor operación jamás lanzada por los Héroes de Harvey, y el mayor objetivo militar jamás atacado. Para la operación han sido elegidos los siguientes hombres: Olsen, Allison, Babbage…
Había doce nombres en total. Al parecer, aquella era la idea que el capitán Killen tenía de un grupo reducido. Me alegró comprobar que ni Homer ni Lee estaban entre ellos. Y no había posibilidad alguna de que nos eligieran a Robyn, a Fi o a mí. Las chicas no cuentan en los Héroes de Harvey más que para cocinar y limpiar. Pero cuando Sharyn me preguntó si quería ir a mirar, no me lo pensé dos veces. A mí me parecía muy cómico, pero se ve que a Sharyn y a las demás no: en el campamento había un ambiente serio y silencioso mientras la gente se preparaba. Desde luego que era algo serio, me recordé un poco molesta conmigo misma —cualquier contacto con el enemigo era algo serio—, pero solo deseaba que dejaran de comportarse como los personajes de una película americana de guerra. Todo era muy distinto de como nosotros lo hacíamos. Nuestros violentos enfrentamientos con el enemigo empezaban a parecer pesadillas imposibles; tanto, que empezaba a costarme creer que hubiera sucedido realmente.
No parecía haber razón alguna para que hubiera espectadores, salvo para hacer que el capitán Killen y los demás héroes se sintieran importantes. Pero aquello no me preocupaba. Supuse que podía ir a echar un vistazo sin que eso implicara que reconociera a aquellos tíos como una leyenda. Así que me uní al grupo, con la esperanza de que el comandante Harvey no me viera y me prohibiera ir. Éramos unos quince, incluidos nosotros cinco. Pero, cómo no, antes de salir tuvimos que aguantar el gran sermón del capitán Killen.
—Y ahora —dijo, mirándonos muy serio, como si fuéramos una clase de primaria antes de una visita a un museo lleno de objetos delicados—. Quiero que os quede claro que estamos en acto de servicio. Se os permite acompañarnos a condición de que obedezcáis cualquier orden de manera inmediata. Deberéis estar callados, no estorbar y reducir cualquier conversación al mínimo. Tendréis que permanecer ocultos en todo momento. Y vosotros, niños —al comprobar que se refería a nosotros sentí una oleada de rabia—, a vosotros en concreto no os quiero oír ni media palabra. Permaneced al margen de la acción y comportaos como Dios manda.
No sé qué esperaba, quizá pensara que nos íbamos a poner a jugar al escondite, o a cantar canciones de campamento o algo así. Esta vez ni me atreví a mirar a Homer. Debía de tener la sangre a punto de hervir.
Yo estaba esperando a que apareciera el comandante Harvey, pero los demás emprendieron la marcha, así que tuve que correr para alcanzarlos. Entonces fue cuando me di cuenta de que el comandante no iba a venir. Estaba tan furiosa que se me tensó toda la mandíbula. Me quedé callada para no decir ninguna barbaridad. ¡Menudo líder! Lo despreciaba. Lo único que sabía era dar sermones.
Los doce guerrilleros estaba dirigidos por el capitán Killen; en seguida se separaron de nuestro grupo y bajaron por un arroyo seco que les llevó por el camino más directo.
Nuestro líder era un hombre mayor de aspecto serio y con gafas. Se llamaba Terry. No dijo ni una palabra, pero parecía saber lo que hacía. Nos llevó por un resalte que había entre los árboles. Yo esperaba que conociera bien el camino, porque cuando llegara el momento de volver ya habría oscurecido. Caminé junto a Fi y su cuidadora, Davina. Olive estaba justo delante de nosotras, y Robyn iba detrás con su compañera de tienda. Sharyn no vino. El ejercicio físico no era lo suyo. Homer y Lee iban al frente, detrás de Terry.
Caminamos durante una hora aproximadamente. Cuando se me hubo pasado el enfado, disfruté del camino. Me gusta el monte y mantenerme en forma, y ya estaba harta de estar todo el día en el campamento, con Sharyn como principal compañía. Yo no tenía sensación de peligro, así que mi ánimo no se vio ensombrecido por el miedo. El capitán Killen nos había dicho que íbamos a estar a bastante distancia del lugar de la acción, y tras mi conversación con Olive estaba segura de que el contacto con el enemigo iba a ser mínimo.
Poco a poco, la vegetación se fue volviendo menos densa y empezamos a vislumbrar el valle. Allá abajo, vi trozos amarillos de un camino de tierra, como las pistas de los coches de carreras de juguete cuando las desmontas para guardarlas en la caja. Pronto vimos trozos bastante largos del camino, a medida que el valle se extendía para formar un paisaje más ancho y llano. Ahora teníamos que evitar estar a cielo abierto, y mantenernos a cubierto tras la línea de árboles. Yo me pasé la mayor parte del tiempo andando con la cabeza inclinada hacia atrás. Era agradable volver a ver el cielo despejado. Al pasar por la parte más frondosa, habíamos conversado un poco, pero ahora todo el mundo estaba callado, así que ya no tenía que escuchar a nadie. Para mí era perfecto.
El cortafuegos era una franja larga y fea que cruzaba el monte de arriba abajo: un trazado de tierra arcillosa y algunas malas hierbas allanado por máquinas excavadoras y situado junto a una valla de madera. Terry nos hizo cruzarlo por parejas, corriendo con la cabeza agachada, cosa que tenía mucho sentido. Luego, cuando todos estuvimos al otro lado, subimos la montaña. El sol estaba empezando a ponerse; el aire se estaba volviendo más frío y las sombras de los árboles eran tan alargadas que se perdían entre los árboles del otro lado del camino. Pero la intensidad del ejercicio nos mantenía calientes. La pendiente era escarpada, y cuando llegamos a la cima estábamos todos colorados y jadeando. Aun así, valió la pena. Las vistas eran espectaculares. Aunque en los alrededores de Wirrawee la tierra era buena, aquella vega era lo más fértil que se podía encontrar en aquel rincón del mundo: allí caía más agua que en nuestra zona —creo que se debe a la forma de las montañas o algo así—, y algunos vecinos incluso regaban. En una parte había un montón de tuberías largas, con aspecto de maquinaría de ciencia ficción. Más allá había un vergel con una malla blanca sobre los árboles frutales, formando una especie de escultura. Incluso en aquella época del año, muchos de los prados estaban verdes, a pesar de que seguramente nadie los había regado desde la invasión. Solo a los lejos empezaba a verse una gran extensión seca y amarilla. El sol prominente parecía una enorme criatura vigilante, guardando ya reino. La tierra también parecía tranquila, tan antigua, serena y silenciosa, como si las penosas riñas de los humanos por vivir en su superficie no fueran de su incumbencia. Me recordaba a un verso de un poema de Chris: «El océano ignora al marino, el desierto me ignora a mí».
Yo ya estaba empezando a preocuparme por Chris y a sentirme culpable. El camino de vuelta al Infierno iba a ser un rollo. Me propuse ir a ver al comandante Harvey al día siguiente para hacerle entender lo importante que era que regresáramos. Sabía que, si en vez de Chris hubiera sido Fi la que estaba allí, yo habría ido dos días antes. Quizá debería convencer a Fi para que fuera conmigo a ver al comandante a la mañana siguiente.
Esta vez fue Homer el que encontró la forma de acercarse a mí, y me llevó al otro lado de la montaña. Sin pronunciar palabra, señaló abajo, hacia la carretera. Y allí estaba el objeto del capitán Killen. Era un objetivo jugoso, por no decir fácil. Atravesado en la carretera, con el cañón apuntando hacía el monte había un enorme tanque verde.
—Increíble —murmuré.
Incluso desde nuestra altura podía verse que el tanque había sufrido algún tipo de percance. Estaba volcado hacia un lado, y me pareció ver algunos boquetes en la parte de la carretera en que había perdido el control. La parte superior del tanque estaba abierta, y no había señales de vida alrededor.
—Igual que el vehículo de transporte de tropas —dije yo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Homer, que estaba muy pendiente del tanque que de otra cosa, mirándolo con envidia, supuse.
—Pues que el primer vehículo enemigo que atacaron los Héroes de Harvey fue uno de transporte de tropas que estaba abandonado, igual que este. Igual que todos los demás que han atacado desde entonces.
Homer desvió la mirada hacia mí, más atento ahora.
—¿Qué quieres decir? —En ese momento nos interrumpió la voz de Robyn, llamándonos en voz baja.
—Ahí están —dijo.
Homer y yo miramos hacia abajo. Los guerrilleros iban bajando por la carretera, a aproximadamente un kilómetro de distancia del tanque, andando en fila india bajo la sobra de los árboles, pero sin tomar grandes precauciones. Reconocimos al capitán Killen a la cabeza.
—Se los ve muy confiados —dije yo.
—Supongo que ya se conocen el percal —añadió Robyn.
—Eso espero —dijo Homer—. Entonces ¿qué estabas diciendo de un vehículo de transporte de tropas?
—Es una cosa que me ha contado Olive. Esos tíos son unos gallinas. No atacan ningún objetivo a menos que sea totalmente seguro. Van a por vehículos averiados o que se han salido de la carretera, como este. Han atacado varios camiones siguiendo la misma estrategia.
Hablábamos con susurros, aunque no hacía falta. Homer empezó a tener una expresión extraña, de preocupación.
—¿Me están diciendo que hacen esto con frecuencia?
—Bueno, no sé con qué frecuencia. Pero, por lo que me dijo Olive, me da la impresión de que todos los ataques son iguales.
Homer empezó a ponerse bastante nervioso.
—¿Quieres decir qué…? ¿Crees que el enemigo va a dejarle seguir campando a sus anchas, acercándose a vehículos y volándolos? —Se dio la vuelta y se quedó mirando a los Héroes de Harvery, ansioso, incluso furioso. Vislumbramos a unos cuantos de ellos bajo las copas de los árboles mientras doblaban una curva de la carretera.
—¿Crees que…? —empecé a decir.
—Creo que están locos. Si ya han hecho esto antes… Un tanque cuesta millones. —Nos llevó algunos metros más adelante, a un sitio en el que estábamos bastante expuestos, pero directamente encima del tanque—. Estad atentas —murmuró—. Fijaos en todo.
Terry estaba hablando con Olive en una parte donde la vegetación era más densa, hacia mi izquierda. Luego nos llamó con un susurro de urgencia:
—Meteos bajo los árboles.
Yo avancé unos cuantos pasos hacia la izquierda, pero Homer y Robyn se quedaron donde estaban. Lee y Fi habían estado mirando el tanque desde detrás de unas rocas, al otro lado del cortafuegos, pero ahora se habían vuelto hacia nosotros.
—¿Qué pasa? —pregunto Lee.
—¡Allí! —exclamó Robyn al mismo tiempo.
Un intenso rayo del sol poniente brilló de repente sobre algo que había en un árbol cerca de la carretera, bastante más debajo de donde estábamos. Era el cañón de un arma de fuego. Y de repente lo vi todo. No me podía creer que no lo hubiera visto antes. Quizás a mis ojos les había costado acostumbrarse a la luz. O quizás era como esos dibujos engañosos; por mucho que mires, solo ves el cuerpo de una mujer joven hasta que tu óptica cambia y al final lo que ves es la cara de una mujer anciana.
Ahora, mirara hacia donde mirara, solo veía soldados. Estaban escondidos detrás de los árboles y entre las rocas, formando una media luna encima de la carretera, esperando al capitán Killen y a sus hombres. Era una emboscada, una trampa para estúpidos.
El tiempo dedicado a ser precavidos, nunca es tiempo perdido.
Robyn iba un segundo por delante de todos los demás.
—¡CUUUUUUUU-IIIIIIIIII! —Estaba de pie, con las manos en la boca, y su llamada rodeó las montañas como el grito de un ave gigante. El efecto fue impresionante. A veces me recordaba a cuando, en casa, yo golpeaba el tronco de un árbol para espantar a las palomas bronce y verlas salir revoloteando en todas direcciones. Pero ahora no era solo el movimiento del árbol. Era una agitación que venía de todas partes. Los soldados empezaron a ponerse en pie, y vi algunas armas apuntar en nuestra dirección. Era evidente que no sabían que estábamos observándolos. Terry salió corriendo de entre la maleza, como una oveja loca. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. Debió de pensar que Robyn había perdido la cabeza. O que éramos unos críos estúpidos e irresponsables, como pensaba el capitán Killen. Pero apenas me fijé en él, ni en los soldados. Mis ojos estaban clavados en los guerrilleros. Cuando oyeron la llamada de Robyn, ya habían doblado la curva, y debían de estar a la vista de los soldados. Yo les rogué con cada célula de mí cuerpo «¡Corred! ¡Por Dios, corred!». Pero parecían paralizados. Nos estaban mirando a nosotros. Pude ver la cara del capitán Killen, y me imaginé la expresión que tendría. Seguramente ya había empezado a preparar el discurso que daría al llegar al campamento. Pero era un discurso que nadie oiría jamás. Ninguno de los Héroes de Harvey había desenfundado su fusil. Aún no se habían enterado de la emboscada. Los tres empezamos a gritarles, señalando a los soldados. Un par de ellos se giraron para mirar a su alrededor, y uno incluso levantó el fusil. Y entonces fue cuando empezó el tiroteo. Los hombres empezaron a bailar como marionetas locas, solo durante un instante, girando en distintas direcciones, dando algunos pasos, y luego sacudiéndose y temblando a medida que las balas los alcanzaban. No vi caer a ninguno, porque por aquel entonces algunos de los soldados habían empezado a disparar en nuestra dirección. Tuvimos como un segundo para reaccionar, porque ellos mismo seguían moviéndose: no habían tenido tiempo de apostarse en buenas posiciones, y aún no tenían el tiro ni el objetivo bien cogidos.
Nosotros tres nos movimos hacia nuestra derecha, hacia donde estaban Lee y Fi. La distancia desde nuestras posiciones hasta el borde del cortafuegos era probablemente un poco mayor que si nos hubiéramos movido a la izquierda, pero nuestro instinto nos hizo acercarnos a nuestros amigos. Además, el campamento estaba a la derecha, y tener el cortafuegos entre nosotros y el campamento no era muy tranquilizador. Di un salto para cubrir los últimos dos metros, mientras las balas partían las ramas de los árboles con ferocidad sobre mi cabeza Creo que una bala rebotó en una roca, porque pasó a mi lado zumbando como un avión de reacción. Aterricé sobre la gravilla y una especie de planta verde oscura que picaba, gateé unos metros y luego me erguí para seguir corriendo, tomando solo un segundo para volverme a mirar a los demás y comprobar que estaban todos bien. Fi me seguía de cerca; exclamó en voz baja «Están bien», por lo que seguí adelante.
Corrimos por la montaña durante veinte minutos. Yo oía a la gente dar rumbos a izquierda y derecha, y a Fi jadeando detrás de mí. Luego oí la voz de Robyn a mi izquierda, gritando en un tono peligrosamente alto:
—¡Parad todos!
Para entonces, yo ya necesitaba parar. Me detuve, resollando, y me agarré a Fi para estabilizarme. Robyn llegó corriendo montaña arriba en dirección a nosotras.
—¿Estáis bien? —preguntó.
—Si —contesté yo, pensando «Espero no tener una pinta tan horrible como tú». Tenía sangre a un lado de la cabeza, y le salía más de la nariz. Fi fue a tocarle la cara, pero ella le apartó la mano.
—No es nada —aseguró—. Me he golpeado con una rama.
Ya había oscurecido bastante. Se oyeron crujir ramas y gravilla: alguien subía por la pendiente. Me di la vuelta, nerviosa, intentando ver en la penumbra. Era Homer.
—¿Estás bien? —preguntó, justo a la vez que nostras le preguntábamos lo mismo. Él asintió.
—¿Dónde está Lee? —pregunté yo.
—¿No estaba contigo? —preguntó Fi a Homer.
—No, estaba contigo.
—No —dijo Fi—, echó a correr hacia ti justo cuando tú te metías entre los árboles.
—Pues no lo he visto —dijo Homer.
De repente se hizo el silencio.
—No podemos gritar —susurró Homer—. Es demasiado peligroso.
Yo me volví hacia Fi, buscando a alguien a quien culpar.
—Me dijiste que todos estaban bien —le dije, furiosa.
—¡Y lo estaban! —me espetó ella—. Él estaba donde empieza la arboleda, iba corriendo y no le habían disparado. ¿Cómo de bien tenía que estar? No querrías que me parara a hacerle un examen médico. —Estaba temblando, y yo me sentí mal por haberla atacado. Pero no había tiempo para disculpas.
—Vamos a pensar —dijo Homer—. Tenemos que volver al campamento y avisar a los demás. Y tenemos que encontrar a Lee. Si está bien, estará volviendo al campamento. Y si no lo está, tenemos un problema.
—Los demás pueden avisar a los del campamento —dije yo—. Terry y los otros.
—Pero podrían estar al otro lado del cortafuegos —dijo Homer—. Podrían estar atrapados.
—O podrían estar muertos —apuntó Robyn.
—Tenemos que separarnos —dije yo.
—De acuerdo.
—Yo iré a buscar a Lee —dije.
—Voy contigo —se ofreció Homer.
—Vale —dijo Robyn—, entonces nosotras iremos al campamento. Y luego vendremos a buscaros.
—Eso no va a funcionar —dije yo—. En la oscuridad no vamos a poder encontrarnos. Homer y yo volveremos al cortafuegos. Si Lee no está por allí y no hay rastro de él, no podremos hacer gran cosa hasta que amanezca. Si no lo encontramos, lo mejor será que nosotros también volvamos al campamento.
Y aquello fue lo que decidimos. Todos pensamos que podríamos encontrar el campamento, aunque ello implicara ir hasta la base de los precipicios y buscar la cresta.
Homer y yo volvimos corriendo por donde habíamos venido. No nos preocupaba demasiado hacer ruido, porque no esperábamos que salieran corriendo detrás de nosotros por el monte ahora que casi había anochecido. Pero teníamos que intentar calcular cuando estaríamos acercándonos al cortafuegos. Luego resultó que estaba más lejos, y nos arrastramos entre la maleza a paso de tortuga durante aproximadamente media hora.
El cortafuegos era como una carretera pálida bajo la luz de la luna, comparado con la oscuridad de la vegetación que lo rodeaba. Nos escondimos detrás de un arbusto durante unos veinte minutos, mirando el cortafuegos. Finalmente, Homer susurró:
—Parece que no hay peligro.
—Yo iré. Tú quédate aquí.
Antes de que él pudiera protestar, me levanté y empecé a moverme hacia abajo, siguiendo el borde del cortafuegos. Es curioso cómo, estando en grupo, Homer lleva casi siempre la batuta, mientras que cuando estamos los dos solos soy yo quien la lleva. Recorrí prácticamente todo el camino de bajada hasta la carretera. No había nada que valiese la pena detenerse a mirar. Ningún cadáver, ningún soldado, ningún arma. Tampoco ningún tanque. Madre mía, ¿cómo habían podido ser tan idiota los Héroes de Harvey como para caer en aquella emboscada? Sin embargo, tuve que recordarme a mí misma que yo también había picado: pensaba que íbamos a presenciar una alegre fogata y, en cambio, aquello se había convertido en un tiro al blanco, en una horrible masacre sin sentido.
Avancé sigilosamente hacía la derecha hasta llegar casi a la esquina. Vi manchas oscuras en la carretera, y me quedé mirándolas con una especie de fascinación truculenta, sin saber muy bien si eran parches de sangre o las sombras de los árboles. ¿Habrían muerto todos? Empecé a preguntarme qué les habría pasado a los supervivientes, y aquello disparó una cadena de pensamientos que me llevó montaña arriba a buscar a Homer.
—Oye —jadeé, surgiendo de detrás del matorral en el que estaba él—. Supongamos que no los hayan matado a todos. Supongamos que solo los han herido.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—¿Cuál sería la primera pregunta que harían a los que hubieran capturado?
—¿Qué? Ah vale, ya sé a qué te refieres, ¿Dónde está vuestro campamento?
—Y si tuvieran que torturarles para sacárselo…
—Lo harían. Vámonos. —Se levantó rápidamente, y luego se detuvo de nuevo—. ¿Y qué hacemos con Lee?
—¿Y qué hacemos con Robyn y con Fi? Si tienen a Lee —dije yo, y la piel de la frente empezó a picarme mientras decía aquello—, lo tienen y punto. Si está herido y se ha quedado tirado en el monte, podríamos pasarnos la noche entera buscándolo y no lo encontraríamos. Y si está bien, entonces él también podría haber regresado al campamento. Podría ser que los tres estuvieran allí, y que el enemigo estuviera atacando el campamento en este preciso instante, mientras nosotros discutimos sobre qué vamos a hacer.
Antes de que terminara la frase, ya estábamos en camino. Todavía nos quedaba otra carrera a trompicones entre la vegetación, arañándonos con la maleza y dándonos golpes. En un momento dado, corrimos sin obstáculos durante unos minutos, sin zarzas ni madrigueras de conejo ni troncos caídos, pero de repente resbalé en una roca musgosa y me caí de bruces, rascándome la rodilla. Por poco hice caer también a Homer.
—¿Estás bien? —me preguntó él.
—No sé por qué, pero sabía que ibas a preguntarme eso.
—¿Pero lo estás o no?
—No lo sé. —Entonces, intentando echar mano de aquella fuerza mental de la que a veces habla Homer, contesté—: Sí, estoy bien. Dame solo un segundo.
Al final necesité unos tres segundos, y luego dije:
—Venga, ayúdame a levantarme. —Me puse en pie, pero me costaba mantener el equilibrio. No era tanto por el dolor de la rodilla como por el susto que me había dado al caer.
—Tranquila —dijo Homer.
—¿Cómo quieres que lo esté? Vámonos.
Corrimos y cojeamos unos veinte pasos, y entonces volvimos a parar en seco. Esta vez fue el sonido de unos disparos lo que hizo que nos detuviéramos. Aunque se oían a cierta distancia, era un terrible aullido de ametralladoras, con disparos secos de escopetas de fondo. Homer y yo nos miramos, histéricos. Me pregunté si él, Chris y yo acabaríamos viviendo juntos en el Infierno el resto de nuestras vidas. Me pareció una idea horripilante. ¿Y si ni ninguno de nosotros volvía y Chris se quedaba allí solo para siempre? Ninguno de los dos parecía capaz de pensar en nada que decir. Vi los labios de Homer temblar mientras intentaba dar con una idea brillante. Yo abrí la boca, sin saber muy bien qué iba a salir de ella.
—¿Por qué no vamos al árbol?
—¿Al árbol? ¿Qué árbol?
—El árbol por el que bajamos desde el Infierno. El que usamos de escalera.
—¿Crees que podríamos encontrarlo?
—Sí, si subimos hasta los precipicios y damos la vuelta. Seguramente será allá donde vayan.
—De acuerdo.
Sabíamos que no había nada que pudiéramos hacer en el campamento, ahora los soldados estaban allí. No teníamos armas. Y las manos desnudas no son precisamente la mejor defensa contra las balas.
Corrimos. Yo seguía yendo delante, a buen paso. Pensé que si mantenía la rodilla caliente no me dolería tanto, y aunque de vez en cuando me daba una punzada, era soportable. Seguimos montaña arriba, ganando terreno, para pasar muy por encima del campamento y llegar a los precipicios. De vez en cuando se oían disparos, acompañados, ahora que estábamos más cerca del campamento, de chillidos y gritos roncos. No me costó nada mantener la rodilla caliente: toda yo estaba caliente sudando como una loca. Pronto llegamos a una zona frondosa de arboleda, donde correr se volvió imposible, pero seguía abriendo paso. La combinación de oscuridad, cansancio, pánico y vegetación hacía que cada metro por recorrer fuera una agonía. Iba chocando contra todo, gritando de dolor y de frustración, golpeándome la rodilla una y otra vez. En un momento dado me encontré con otro árbol caído y no fui capaz de seguir adelante —no me quedaban fuerzas— y me quedé allí, gimiendo como un bebé.
—Venga —dijo Homer, dando traspiés hasta llegar detrás de mí y darme un pequeño codazo en la espalda. No parecía empatizar mucho conmigo. Creo que estaba demasiado cansado como para ponerse en mi lugar.
Me levanté y pasé por encima del tronco, que ni siquiera era grande, y seguí andando.
Tardamos otra media hora en alcanzar los precipicios. En un momento dado, llegué a pensar que los habíamos pasado de largo, a pesar de que era geográficamente imposible. Pero no era consciente de lo despacio que íbamos. Me alegré tanto de ver el precipicio como a un viejo amigo, y me apoyé contra él un instante, sintiendo la fría roca en mi mejilla. Luego, lentamente, agotada, volví a levantarme, como una ancianita, y me obligué a seguir adelante. Me costaba andar erguida, porque en muchas zonas los árboles crecían justo por el borde del precipicio. Pero al menos sabíamos que íbamos por buen camino hacia nuestro destino definitivo. Y aquella idea nos daba fuerzas para seguir, aunque podía resultar que no nos esperara nadie al llegar allí.
A la una de la madrugada aproximadamente llegamos al viejo árbol blanco, que brillaba como un espectro bajo la pálida luz de la luna. No había nadie. Me senté a un lado del árbol, apoyándome contra él; Homer se sentó al otro lado. No dijimos nada. Nos quedamos allí, esperando.