on Jaime obtuvo una gran victoria moral para sus pretensiones sucesorias cuando, en septiembre de 1954, el embajador Sangróniz informó a Martín Artajo de que sus hijos vendrían a estudiar a España.

Tras un accidentado proceso judicial, el infante había recuperado al fin la patria potestad y Alfonso no tuvo más remedio que acatar ya la voluntad de su padre.

Don Jaime y sus hijos se incorporaban así a la gran partida sucesoria en la que Franco era el único que movía a su antojo las piezas, como un consumado ajedrecista.

Fallecido «CarlosVlll» a finales del año anterior, el Caudillo reemplazaba ahora esa pieza inservible por don Jaime, utilizándole para inquietar a don Juan y a don Javier, el príncipe regente carlista. Un recambio de lujo, sin duda, porque el duque de Segovia se postulaba con firmeza como jefe de la Casa de Borbón y reivindicaba la Corona de España.

La reina Victoria Eugenia no pudo ocultar su tremenda alegría al ver que sus nietos predilectos abandonaban para siempre el exilio para pisar por primera vez suelo español.

La noticia, sin embargo, inquietó a don Juan, cuyo primogénito Juan Carlos llevaba ya seis años de educación en España.

Antes de que Franco abriese las puertas del nuevo Reino de España a los Borbón Dampierre, el conde de Barcelona se había mostrado ambiguo con Emanuela de Dampierre, cuando ésta le preguntó por el motivo que impedía a sus hijos estudiar en España: «No tenemos por qué deberle favor alguno a Franco», contestó don Juan, cuyos dos hijos recibían educación precisamente en su patria por decisión de aquél.

Surgió al principio la duda sobre la ciudad en que vivirían Alfonso y Gonzalo: ¿Madrid, Zaragoza, Bilbao...? Algunos se oponían a que los dos hermanos se estableciesen en la capital, porque su presencia allí podía desatar comentarios sobre sus aspiraciones dinásticas y causar preocupación en el entorno de don Juan.

Alfonso, de dieciocho años, y Gonzalo, con uno menos, viajaron solos en un vuelo de Iberia que aterrizó en el aeropuerto de Barajas. El mayor esperaba que fuera a recibirles algún delegado del Gobierno o personalidad oficial. Pero por allí no apareció nadie, más que dos aristócratas y el director del Colegio Mayor San Pablo, donde se alojaron durante cinco días los dos hermanos antes de partir hacia su último destino, la Universidad de Deusto, en Bilbao.

Alfonso se matriculó allí en Derecho, carrera que más tarde acabó en Madrid, mientras Gonzalo eligió Ciencias Físicas, que poco después abandonaría dada su excesiva dureza y su escasa aplicación al estudio.

Los hijos de don Jaime llegaban a España casi de incógnito.Apenas un suelto disimulado en las páginas de algunos periódicos informaba sobre su presencia en la capital. Años más tarde, Alfonso de Borbón expondría las razones de ese silencio:

[...] En el momento en que llegamos a España, fue Sainz Rodríguez [consejero de don Juan] quien dio esta orden a las personas encargadas de ocuparse de nosotros: «A estos chicos hay que tratarles con mano muy dura» [...].

Observé que tampoco nos daban el tratamiento que nos correspondía. Unos años más tarde, una persona bien introducida entre esos medios me confirmaría la procedencia de las órdenes, según las cuales se había colocado a nuestro alrededor una especie de cordón sanitario.

El heredero de don Jaime percibió una España aún renqueante por la fratricida contienda civil, sin capacidad suficiente para dar el decisivo salto económico. Un país despojado de sus reservas de oro por los republicanos, rezagado con respecto a otros de su entorno, como Francia o Italia,y por el que nadie hubiese imaginado que pasase el Plan Marshall. El atraso se palpaba en las deterioradas carreteras y en la escasez de coches, la mayor parte viejos, que circulaban por ellas.

Pero Madrid conservaba su tradicional esplendor y su riqueza artística y monumental. Alfonso visitó el palacio Real, repleto de recuerdos de sus antepasados, y el panteón de El Escorial, donde yacían enterrados los reyes de España, salvo su abuelo, Alfonso XIII.

Luego partió hacia Bilbao con su hermano en el viejo Mercedes del marqués de Rivadulla y llegó allí de noche, bajo un nostálgico sirimiri: «Sentí de nuevo la impresión de aislamiento y el pequeño frío interior que experimenté al llegar a Montana», recordaba.

El joven se sentía solo y apartado. Se quejaba de que no veía a nadie en ese primer trimestre, salvo a sus profesores y compañeros. La llegada de la Navidad suponía por eso el feliz reencuentro con su añorada abuela Victoria Eugenia en Lausana, que corría con los gastos de sus estudios gracias a la asignación anual que recibía del Gobierno español.

Desde que siete años antes Franco hubiera convertido oficialmente a España en reino con su Ley de Sucesión, el Gobierno había asignado a la Familia Real una renta anual, cuya cifra inicial aquel año fueron doscientas cincuenta mil pesetas, entregadas a Victoria Eugenia como reina viuda.

Franco quería tener a los hijos de don Jaime a buen recaudo en España, lo mismo que a la abuela de éstos, que residía entonces en Lausana. Pero para el Caudillo no existían fronteras: un informe confidencial revelaba que sus «espías» seguían de cerca cada uno de los movimientos de la reina en la población suiza.

Un anónimo autor informaba, el 26 de enero de 1955, de las visitas que había recibido doña Victoria Eugenia:

De los días que median entre el 15 de noviembre y el 10 de diciembre, que se haya podido comprobar, la visitaron: el día 16, el marqués de Bolarque, quien regresó a España y posteriormente volvió a Lausana; el marqués de Fontanar; doña María deVieira; el señor Bertrán, de Barcelona; el señor Guell, también de Barcelona; don Antonio Quintana, varias veces; y una llamada señorita Topete, que al parecer es su enlace con diversas damas españolas e italianas.'

El informante del régimen reseñaba incluso el contenido de alguna conversación privada de la reina, en la que ésta había defendido a su hijo Juan como «único depositario de los derechos de la Institución Monárquica», advirtiendo que «no debía abdicar nunca en ninguno de sus hijos, ni dejar de hacer valer la legitimidad de su persona ante una posible restauración».

Victoria Eugenia estaba convencida, según el confidente, de que la restauración se produciría en España «más pronto o más tarde», y de que sus resultados serían óptimos, ya que contaba «con muchos partidarios en España y fuera de ella, y entre los gobiernos extranjeros, todas las monarquías de Europa y los mismos gobiernos de Inglaterra, Francia e italia».

Confiaba la reina en que Estados Unidos acabaría apoyando la restauración en la persona de don Juan, y advertía que, de los consejeros de su hijo, los únicos que le merecían crédito «eran los viejos amigos de Alfonso [el rey], como Quiñones de León, el fallecido duque de Alba, la actual duquesa de Alba, la de Valencia y la familia Satrústegui;y los señores Juan AntonioAnsaldo,Vegas Latapié y Cortés Cavanillas, este último el único que había tenido la valentía de escribir libro tras libro en defensa del Rey y de la Institución Monárquica».

En la conversación había salido también a relucir el propio Franco, a quien la reina reconocía su valía, pero estimaba que «con su obstinación estaba haciendo más daño a España que beneficio».

Los mismos partidarios deVictoria Eugenia censuraban los encuentros de ésta con el actor cómico Charles Chaplin, «a quien en Suiza, lo mismo que en Estados Unidos, se consideraba filocomunista». Según el informe, el actor había mostrado un enorme interés por la vida de Alfonso XIII, «hasta el punto de que algunas amistades de doñaVictoria supusieron que todos o algún aspecto de la vida del último Rey de España podrían ser utilizados por Charlot en alguna próxima película, con su natural desenfado».

El confidente advertía también que la prensa de Zurich y de París llegó a publicar que Charlot se había documentado de primera mano sobre la vida del soberano para rodar una próxima película que pensaba titular El buen rey.

El informante aseguraba: «Llegó a interesarse tanto doña Victoria por el cineasta, que en la visita de despedida le regaló algunos de sus recuerdos de la época en que fue reina de España, a los que calificó al entregárselos de "muy queridos",para dar así la máxima importancia al obsequio».

Otro asunto que había disgustado también a sus fieles era que la reina hubiese asistido al partido de fútbol entre un equipo ruso y otro suizo, instalándose en el palco de las autoridades diplomáticas soviéticas, con las que había departido cortésmente durante el encuentro.

Revistas suizas, austriacas y suecas -concluía el confidente- publicaron una fotografía en la que se veía a doña Victoria en medio de los rusos, hablando con uno de los que parecían de mayor jerarquía.

La reina madre, como la llamaban sus allegados en Lausana, deseaba más que nadie acabar con el aislamiento que sufrían sus nietos en España y recurrió a una amiga, la marquesa de Arriluce, que residía en Bilbao. A su regreso de Lausana, Alfonso y Gonzalo acudieron a su casa a almorzar, conocieron a sus encantadoras hijas y se relacionaron con la aristocracia vasca.

Alfonso mejoraba su español con ayuda del padre Mañaricua, que le impartía además clases de Derecho romano. Estudiaba durante todo el curso con el diccionario a mano para enriquecer su vocabulario, lo que agradeció sin duda cuando, al año siguiente, se trasladó a Madrid para alojarse en el Colegio Mayor San Pablo.

Ese mismo año fallecían dos grandes genios del pensamiento universal: José Ortega y Gasset y Albert Einstein.Y el 15 de diciembre, el mismo día en que don Juan Carlos juraba bandera en la Academia Militar de Zaragoza, España ingresaba definitivamente en las Naciones Unidas. Juan Carlos se había incorporado aquel otoño a la Academia, mientras su hermano Alfonsito estudiaba en Madrid, en el colegio Rosales.

A su llegada a la capital, Alfonso de Borbón Dampierre fue testigo de las revueltas estudiantiles que agitaban el ambiente, y las vivió como un estudiante más que acababa de acceder a la universidad. En la calles aparecían pintadas contra la monarquía en las que se leía: «¡No queremos reyes idiotas!».Y se hacía popular un estribillo: «¡No queremos reyes idiotas que no sepan gobernar!».

La muerte de Ortega y Gasset, defensor de la instauración de la república, provocó una multitudinaria manifestación de estudiantes contrarios a la monarquía.

Alfonso tropezó con una de esas movilizaciones en la calle San Bernardo, y a punto estuvo de darse de bruces con la acera al resbalarle las muletas que llevaba a causa del accidente sufrido meses antes mientras viajaba con su hermano Gonzalo de Windsor a Lausana.

La agitación callejera tiñó el asfalto de sangre. El mismo día en que se conmemoraba el aniversario del asesinato de Matías Montero, el estudiante falangista abatido a tiros en 1934 cuando regresaba a su casa de vender el periódico FE, otro joven del mismo signo, Miguel Álvarez, resultaba herido de un disparo en la cabeza.Y pese a que de milagro logró salvar su vida, la reacción de Franco fue fulminante: ordenó detener a Dionisio Ridruejo, antiguo falangista enfrentado al régimen, y a varios escritores e intelectuales como Tamames, Sánchez Mazas, Pradera y Ruiz-Gallardón.

Recién instalado en el Colegio Mayor San Pablo,Alfonso de Borbón Dampierre carecía por completo de aspiraciones dinásticas, lo cual constituía una preocupación evidente para su padre, empeñado a esas alturas en reclamar a toda costa la legitimidad de su rana.

El secretario de don Jaime, Ramón Alderete, le visitó en Madrid y pudo comprobar la absoluta falta de ambición de Alfonso en ese tema. El joven universitario se hallaba muy distanciado de su padre y Alderete intentó en vano restablecer la relación, invitándole a formar un bloque para defender los derechos de don Jaime a la Corona. Pero el muchacho no quiso saber nada de su padre («¡Oh!, los perros también tienen hijos», llegó a decir de él), contrario a romper la sintonía con su tío Juan y su primo Juan Carlos, a quienes consideraba entonces sin discusión como legítimos herederos de Alfonso XIII.

Alderete resumía así su gran decepción:

[...] Don Alfonso, que me escuchaba, me interrumpió con una sonrisa en los labios: «¿Derechos?, ¿qué derechos? ¡Ah! Sí... al trono... Pero veamos: tú que vives en el extranjero debes darte cuenta que en España los únicos monárquicos son mi tío y mi primo Juan Carlos... Entonces, ¿qué pinto yo en esa barca?...». Como yo insistía subrayando lo bien fundado de los derechos tanto de su padre como de él, me volvió a interrumpir diciendo: «Pero no, mi padre ha abdicado en buena forma y como es debido y no sabría lanzarme a discusiones jurídicas condenadas al fracaso que no buscan más que dividir a la familia... En este estado de cosas espero vivir cerca de mi tío Juan y de mi primo Juan Carlos en perfectas relaciones.Te pido que transmitas mi respuesta a mi padre y a ti te ruego recuerdes lo que ya te dije en nuestro primer encuentro en Zug...Aléjate de nuestro camino, por lo menos del mío... No quiero saber nada de mi padre, dile que lo único que le pido es que no se ocupe de mí nunca más...». «Pero, señor, es vuestro padre», le dije. «¡Oh!, los perros también tienen hijos ... ».'

En el Colegio Mayor San Pablo reinaba la camaradería. Alfonso se hizo pronto amigos y fundó con ellos un club al que bautizaron con el curioso nombre de La Oveja Negra. Su «objeto social» era pasárselo en grande durante el tiempo libre. Nada más... y nada menos. Organizaban para ellos o sus «clientes» animadas fiestas, salidas a tomar copas y opíparos almuerzos y cenas. Las reuniones del club se celebraban al principio en casa de Fernando Schwartz, que más tarde sería embajador de España en los Países Bajos. Uno de los miembros de aquella asociación era Landelino Lavilla, con quien Alfonso congenió enseguida.

Pero el cambio radical de Alfonso respecto a la sucesión era cuestión de poco tiempo, apenas dos años, después de los cuales el muchacho volvió la espalda a su tío Juan y recuperó el contacto afectuoso con su padre, a quien consideraba engañado por aquellos que le prometieron seguridad económica a cambio de su renuncia al trono.

Las grandes dificultades económicas por las que atravesaba su padre hicieron que el hijo mayor se uniese a él, escribiéndole una carta el 21 de mayo de 1956, dos meses después de la trágica muerte del infante don Alfonsito en Estoril. En esa misiva, recibida con gran alborozo por don Jaime, además de mostrar su solidaridad con él, tenía un gesto para Carlota Tiedemann:

Querido Papá:

Siento no haberte escrito hasta ahora pero es que he tenido una cantidad enorme de trabajo, para una examen de Derecho Penal que di [sic] el sábado y en el cual me dieron sobresaliente. Ahora los próximos son este sábado 26 y el 9 de junio el más terrible, el de Civil.

Vi a Juan Claudio Ruiseñada y le conté las faenas que te habían hecho, el ofrecimiento de las 500.000 (pesetas) para tus derechos sobre la Magdalena, Miramar [...] inútil decirte que lo encontró sencillamente increíble y que como iba a ir a Estoril pensaba decírselo en las debidas formas a tío Juan, y además plantearle la oportunidad de una entrevista contigo para aclararlo todo de una vez y para que por fin reine la paz y la unión en nuestra familia, si no como muy bien decía Juan Claudio es muy posible que no haya monarquía en absoluto si sigue este estado de cosas lamentable y esta desunión [...]

[...] Un fuerte abrazo de parte mía y de Gonzalo y muchos recuerdos a tu mujer.

Don Jaime había recuperado por fin el cariño y la atención de su primogénito, en quien tenía depositadas todas sus esperanzas sucesorias. Éste, a su vez, había dado un giro copernicano a sus afectos y pretensiones dinásticas, sin duda motivado por la cuestión económica y otras disputas familiares.

Por eso, el contacto con Landelino Lavilla, que sería luego ministro de justicia y presidente de las Cortes, asentó las recientes convicciones dinásticas de Alfonso sobre principios jurídicos.

En Madrid iba a ser muy comentado el dictamen de Lavilla, en el que éste defendía los derechos de su amigo al trono de España. Alfonso de Borbón Dampierre concedería siempre gran importancia a ese documento jurídico, cuya existencia Lavilla negaría al cabo de los años, con don Juan Carlos ya coronado rey, considerando aquel episodio como un mero efluvio juvenil.

El periodista Joaquín Bardavío recogía en uno de sus libros las puntualizaciones que Lavilla le hacía sobre ese supuesto dictamen:

-Traté a don Alfonso en el Colegio Mayor San Pablo a finales de los cincuenta y tuvimos una amistad que con el tiempo se fue distanciando. A él, lo que realmente le preocupaba entonces era su «status» teórico y práctico. Qué posición ocupaba en la sociedad. Buscaba una preeminencia.

-Como primer opositor del Colegio que salí situado, y adenmás en el Consejo de Estado, varios amigos venían a confiarme diversos tipos de casos o problemas.Y don Alfonso, como uno más, nie pidió parecer sobre sus derechos dentro de la dinastía. Le atendí y, con la documentación que supongo que me aportaría y quizá con alguna que yo buscara, le debí redactar algunas notas.

-¿Un dictamen? Estamos hablando ahora en este despacho dentro del Consejo de Estado. El concepto dictamen tiene para mí un significado muy importante. Me parece excesivo hablar de dictamen. En todo caso, insisto, de algunas anotaciones. No recuerdo en qué sentido. Hace casi treinta años de eso.

-Por otra parte, sobre esta cuestión cabe hacer diversos montajes, se pueden construir diversas argumentaciones. La última Constitución monárquica es la canovista, ahí se prevé el proceso de las renuncias. Pero ¿a qué conduce? Porque esa Constitución queda anulada por la republicana y después viene la Ley de Sucesión.

-Nada de dictamen. Quizá alguna ayuda en investigación histórica a algún amigo y compañero más joven de Colegio Mayor. Por otra parte, las cosas discurrían por otros derroteros. Insisto en que creo que don Alfonso buscaba un «status», un reconocimiento. Tenía la sensación de ser un estorbo.'

Lavilla insistía en que, en todo caso, habría elaborado unas «notas» para un amigo.Y hacía una observación que no debía pasarse por alto: la discusión sobre la validez de las renuncias de don Jaime no tenía trascendencia alguna con una Constitución republicana ni, más tarde, con la Ley de Sucesión franquista.

Tampoco había duda de que si ese dictamen hubiese existido, la posición dinástica de don Alfonso habría estado respaldada por el fino juicio de un jurista de la talla de Landelino Lavilla.

Pero Fernando Álvarez de Miranda, amigo de Lavilla, me aseguró hace tiempo que ese documento existía. Había oído hablar de él, pero por razón de su amistad con Landelino no quiso entrar en ese delicado asunto.

Según él, todo el equipo que estaba entonces en el Colegio Mayor San Pablo (además de Lavilla, Federico Trénor, albacea testamentario del duque de Cádiz) intentó que don Alfonso jugara su carta real.

Landelino, dispuesto a hacer unos pinitos en la política, deseaba que la apuesta por Borbón Dampierre tuviera un respaldo jurídico suficiente. Pero la aventura duró poco, porque inmediatamente Landelino se entregó de lleno a la «transición» juancarlista.

Manuel Fraga hacía referencia también al dictamen en sus nienlorias. El 21 de febrero de 1963, anotaba: «Landelino Lavilla, que entonces estaba en ideas muy curiosas sobre el tema sucesorio, me sugiere una invitación del jefe del Estado a don Alfonso de Borbón Dampierre».

Y un día después, escribía: «La iniciativa de Lavilla no prospera; don Alfonso de Borbón no será invitado por El Pardo».

Pero el 4 de febrero Franco elogia a Borbón Dampierre ante su primo Salgado-Araujo, considerándole como una alternativa sucesoria a la de don Juan Carlos:

El heredero legal de la Corona, una vez descartado el príncipe don Juan de Borbón, es su hijo don Juan Carlos, que puede muy bien hacer la unión de todos los monárquicos. Quedan otros príncipes, congo el infante Alfonso de Borbón Dampierre, que es culto, patriota y que podría ser una solución si no se arregla lo de don Juan Carlos.'

Aferrado a la Ley de Sucesión y convencido de la invalidez de las renuncias efectuadas por su padre, Borbón Dampierre empezó a defender sus derechos dinásticos al trono de España, arropado por algunos seguidores. Quizás su principal valedor en aquellos años fuese Mariano Calviño, abogado natural de Manresa (Barcelona), un franquista designado por el Caudillo consejero nacional del Movimiento.

En Barcelona, a Borbón Dampierre sus detractores le motejaban despectivamente como «el rey de Calviño»; y en Madrid, los «juanistas» le apodaban el «doño», igual que a su hermano Gonzalo. Denominaciones que a don Alfonso le ponían enfermo.

La fluida relación de Calviño con el almirante Luis Carrero Blanco hizo pensar al principio en una poderosa alianza para entronizar a Borbón Dampierre, pero ese temor se disipó al comprobarse que Carrero apoyaba sin condiciones a don Juan Carlos.

Su primo Alfonso tenía escasos partidarios que sumar a Calviño; si acaso a José Solís (ministro secretario general del Movimiento), al propio Juan Antonio Samaranch, cuando era delegado de Deportes, a Rodríguez deValcárcel (presidente de las Cortes y del Consejo del Reino), a Nieto Antúnez (ministro de Marina), y a un grupo reducido de carlistas como Zamanillo y Villamagna, porque la inmensa mayoría de ellos había reconocido solemnemente a don Juan, como Rodezno o Arauz de Robles.

En todo caso, quienes sí apoyaban a don Alfonso eran no pocos falangistas y republicanos, que agitaban su candidatura frente a don Juan o don Juan Carlos para presionar sobre ellos. «Lo de Alfonso -me decía Antonio Fontán- era algo que movían los franquistas "republicanistas" para asustar a los franquistas "monarquizantes" como sin duda era López Rodó».

En su etapa del Colegio Mayor San Pablo, Alfonso logró entrevistarse con Franco gracias a la mediación del general Fuentes deVillavicencio. Acudió a El Pardo acompañado de su hermano Gonzalo y ambos escucharon allí las alabanzas del Caudillo a su abuelo Alfonso XIII. El jefe del Estado se mostró partidario de la institución monárquica y le preguntó a Alfonso:

-¿Conoce usted la Ley de Sucesión?

-Sí, mi general -contestó el joven.

Franco añadió entonces:

-No he decidido nada absolutamente todavía acerca de la cuestión de saber quién será llamado mañana a la cabeza del Estado.

Salgado-Araujo consignaba luego el comentario que le había hecho Franco sobre esa visita:

Me resultaron muy simpáticos y presentaron amables excusas por no haberme visitado antes. Hablamos de diferentes asuntos y aunque el mayor me dijo que él no siente apetencia por subir al trono, yo le dije que el futuro rey tiene que educarse en centros docentes de España para que, viviendo dentro de su ambiente, ame a la Patria y la conozca mejor, y así la pueda servir con eficacia. El mayor me pareció inteligente y culto.

El tímido estudiante de Derecho grabó a fuego en su memoria esas palabras del Caudillo que le abrían, en condiciones similares a las de su primo Juan Carlos, las puertas del trono. De hecho, Franco había exigido que en los pasaportes de los hermanos Borbón Dampierre, expedidos en España, constase S.A.R. antes de los nombres de pila. Era sin duda un modo explícito de reconocer su condición de príncipes reales.

Al mismo tiempo, don Jaime, cuya relación con su hermano Juan se había deteriorado irremisiblemente, mantenía una actividad «regia» frenética, otorgando a sus allegados numerosos títulos y condecoraciones, como si fuese el mismísimo sucesor de su padre; a su hijo Alfon so le nombró «delfín» y a Gonzalo, «duque de Aquitania». Repartió también a su antojo la orden del Toisón de Oro, obsequiando con el áureo vellocino a sus amigos.

Alfonso tenía un carácter muy distinto al de otros compañeros de su edad. Su amigo Tomás Zamora me recordaba que estaba siempre preocupado por su familia. Era muy responsable y serio. Quizá demasiado maduro para sus años.Tenía problemas en casa de los que carecían los demás. En el colegio mayor le hacían novatadas y él las soportaba con admirable estoicismo.

En aquel tiempo seguía pensando aún más en italiano y en francés que en castellano, lo cual podía dar la impresión de cierto retraimiento.Aunque para Antonio Garrido-Lestache, su pediatra y médico de cabecera, era éste un rasgo que definía su carácter: «Alfonso me trataba de usted incluso a mí, que le atendía en mi consulta desde pequeño; siempre le noté distante», me aseguraba.

Para Javier Tusell, Alfonso era muy receloso y se rodeaba de compañías que tendían a intensificar sus defectos: poco expresivo, no muy listo y ansioso de un reconocimiento al que creía tener derecho. La que fue su esposa, Carmen Martínez-Bordiú, le definiría como un hombre «introvertido, pesimista, triste, amargado, y entre una mezcla de inseguridad y pretensión»; parecidos calificativos empleaba la que fue su compañera sentimental durante nueve años, Mirta Miller, que destacaba también de don Alfonso su sensibilidad y ternura.

El joven soñó siempre con pilotar algún día un avión. Era audaz y decidido, como su padre.

Don Jaime se enorgullecía de su hijo cada vez que éste salía airoso de un reto al que él no había podido enfrentarse por su natural limitación. La gran ocasión de surcar los cielos en un aparato militar se le presentó a don Alfonso en 1957, cuando le llamaron a filas. El recluta se incorporó a la milicia aérea universitaria, en el aeródromo de Villafría, en Burgos. Allí compartió alegrías, juergas y cansancios con Tomás Zamora, a quien escribió el 21 de septiembre desde los Alpes franceses, tras finalizar el primer ciclo de instrucción:

Querido Tomás:

Mil gracias por tus dos cartas. No sabes cuánto siento no volver a tenerte como compañero de vuelo el año que viene. En fin, lo seremos en la Facultad.

Yo lo he pasado bastante bien aquí descansando, cosa que estaba empezando a necesitar. Como consecuencia, no he estudiado mucho y me presentaré sólo si hay exámenes en octubre.

Me marcho para Milán el día 23 y de allí para Madrid el día 27 en avión. Me harías un gran favor si me pusieras un telegrama a estas señas:

Vía Gesú 8, Milano, avisándome si hay o no hay exámenes para milicias en octubre (con poner un «sí» o un «no» en el telegrama es suficiente y comprenderé). Todo esto es para que en el caso de que no haya exámenes, quedarme en casa un poco más. El examen que realmente nie interesa que haya, es más que ninguno el de Derecho Civil.

Perdóname por las molestias que te procuro, esperando verte pronto recibe un cariñoso abrazo de

Pero Alfonso no viajó el día 27 a Madrid, como anunciaba a su amigo. El 5 de octubre le escribió esta otra carta a Zamora:

Querido Tomás:

Mil gracias por tu carta y por tus informes.A pesar de todo he decidido no presentarme a estos exámenes, tenía muchas dudas y no quería exponerme a un cate ulterior. He dejado por lo tanto de estudiar por completo en estos días y me encuentro finalmente en casa en un dulce «non far niente». Me quedaré aquí todavía unos cuantos días y luego regresaré a Madrid para empezar el nuevo curso más cargado de exámenes que nunca.

Un abrazo muy afectuoso y hasta Madrid,

PD: ¡Qué maravilla no oír más trompetas! ¿verdad?

Alfonso era, como me recordaba Zamora, «un estudiante del montón, pero muy trabajador y responsable». Un estudiante en el que habían prendido ya los ideales dinásticos.

El 11 de febrero había celebrado una rueda de prensa en París, durante la cual repartió entre los periodistas copias del artículo del marqués de Villamagna titulado «Sucesión y legitimidad», publicado diez años antes en el diario Arriba, así como un estudio genealógico extraído del Laroosse que defendía sus derechos al trono de España. Don Jaime envió al acto a su secretario Alderete.

Al día siguiente, el agregado de prensa en la embajada de París, G. de Linares, se aventuraba a conjeturar que la rueda de prensa celebrada en la Casa de América Latina no había tenido otra finalidad que presionar a don Juan para que cuidase materialmente de su hermano Jaime; es decir, que Alfonso de Borbón Dampierre, según el diplomático español, había aceptado personificar con su actitud un chantaje a don Juan para que ayudara económicamente a su padre:

¿Qué propósito se persigue con esta intempestiva reunión? ¿Sembrar discordias, reavivar hoguera adormecida, levantar bandera? Después de investigar un poco sobre el caso, he llegado a la conclusión de que el móvil es más pequeño, aunque los resultados no dejen de ser nocivos: se pretende hacer ver, creo yo, a don Juan que es conveniente no descuidar los deseos de su hermano don Jaime, y hacerle la vida grata, no regateándole medios materiales y acelerando en cuanto sea posible unas participaciones testamentarias que se arrastran, y que colocan a don Jaime en una situación financiera dificil.

Los que inspiran estas desplazadas declaraciones de ahora piensan que este sistema de reavivar y de incitar puede ser práctico para conseguir mejor disposición en cuestiones materiales.

Apena que las cosas sucedan así, y que aun entre personas de alta alcurnia los actos tengan apariencia de cínico chantaje, porque piensan que la amenaza es más rentable que la concordia.

Confieso que nie equivoqué y que nunca pensé que don Alfonso, que me pareció un joven despierto y ponderado, pudiese avenirse a este juego. Creo que si puede Vd. [se refería a Miguel Lojendio] hacer algo por mejorar la condición financiera de don Jaime se amansarían las aguas y todo quedaría en una borrasca de mal humor pasa

El diplomático español tenía razón al recalcar la gran preocupación de Alfonso de Borbón Dampierre por la delicada economía de su padre; pero su protagonismo en aquel acto no suponía en modo alguno un chantaje, dado que él había asumido ya sus pretensiones dinásticas como primogénito de un príncipe de Asturias que había sido presionado para renunciar recurriendo al vil metal.

Sus aspiraciones sucesorias no tenían marcha atrás. Aquel verano había visitado a don Juan en Estoril, acompañado de un abogado, para que su tío le otorgara la condición de infante y un título nobiliario.

Disgustado con aquellos que incumplían su promesa de proporcionar a su padre seguridad material por renunciar al trono, el duque de Cádiz seguía muy de cerca los graves aprietos económicos de don Jaime, como lo probaba esta carta dirigida a Ramón Alderete durante uno de sus permisos militares:

Querido Ramón:

Aprovechando el único permiso general del verano, que se da con motivo de la jura de la bandera de los nuevos alféreces, he pasado unos días en Madrid y al reintegrarme al Campamento me encuentro con tu carta del 16 que con mucho gusto contesto.

El Sr. Jiménez Navarro salía de veraneo, pero estuvo a verme un rato en el Hotel y me contó algo de lo que le habías dicho por teléfono, confirmado por la tuya. Es sencillamente lamentable que después de realizado el viaje que con tantas instancias me pedías hayan quedado las cosas así. No comprendo tampoco que la «alta política» (como tú la llamas) tenga mucho que hacer en la vida privada de mi padre, que en algún momento se la han hecho insoportable entre todos. De haber contado con tu información al respecto hubiéramos utilizado mi hermano y yo otro camino de actuación más directo y no seguiría así después de tanto tiempo. En fin, cada día siento más pena ante las desgracias de mi padre.

Ya sabes que los pagos que hayan realizado a Michéle por mi orden, te los reembolsaré. Sabes también que ahora no me es posible hacerlo y que en consecuencia no estoy en disposición de hacer los giros que me indicas. Me resultará mucho más fácil reintegrarte de una sola vez, pero será después de que con la terminación de mis cursos militares recobre la necesaria libertad de movimientos. Por eso me resulta imposible desplazarme a Hendaya y creo que mucho más práctico que para vernos te acerques a Burgos un fin de semana. Hace tiempo que habrías de haber hecho este viaje.

Un cordial saludo a tus familiares y a ti de

ALFONSO9

La situación económica del hijo nada tenía que envidiar, por desgracia, a la del padre, como me recordaba Tomás Zamora:

Cuando era pequeño, Alfonso tenía unos pantalones que, cada vez que debía ir a algún sitio, los ponía debajo del colchón de su cama para plancharlos. Él mismo me contaba que, de pequeño, cuando su madre ya estaba con Tonino [Antonio Sozzani], la pareja se bañaba en la playa de pago, mientras que él y su hermano Gonzalo iban a las rocas y dejaban allí los zapatos.

Zamora aludía también a la patética situación de don Jaime:

El hombre es que tenía que poner la mano para comer. No tenía coche propio ni piso.Yo recuerdo que no le daban ni matrícula del cuerpo diplomático para el coche que le habían dejado en París o en Ginebra. La pidió al gobierno español y se la negaron.

Ignorado por su propia familia, y en particular por su hermano Juan, don Jaime recurrió a la generosidad de Franco. En el círculo de confianza del conde de Barcelona se temía que don Jaime hubiera visitado al Caudillo en El Pardo para pedirle dinero, y que ese gesto hubiese servido para acercar las posturas de ambos sobre la sucesión.

Celebrado o no ese encuentro, lo cierto era que, en enero de 1956, don Jaime había escrito al jefe del Estado agradeciéndole su preocupación por él: «Gracias a su amable intervención ya recibí la mitad de la parte que necesito del dinero para cancelar mis compromisos financieros».

La carta probaba que entre ellos medió dinero y que Franco se comportaba de modo deferente con don Jaime, cuyos hijos llevaban ya dos años estudiando en España.

Pero eso no significaba que Franco hubiese descartado aún a don Juan como sucesor a título de rey; al contrario: le aceptaba como candidato con mejor derecho, por encima de Borbón Dampierre y de don Juan Carlos; aunque, eso sí, advertía que la decisión debía ser muy bien meditada.

Del archivo de Franco pude rescatar un documento de gran trascendencia sobre la sucesión, fechado en 1958, y que constituye una prueba fehaciente de que, al contrario de lo que sostienen otros autores, el Caudillo aún no había apartado del todo al conde de Barcelona del camino hacia el trono:

Si lo que busca en el artículo -escribía Franco, en alusión a uno que alguien, no se conoce quién, pretendía publicar entonces en la prensa en favor de don Juan- es el recordar la existencia de los derechos a la Corona de Don Juan de Borbón en primacía sobre los de su hijo Don Juan Carlos, esto nadie lo duda; si de lo que se trata es de defender la candidatura de Don Juan de Borbón como futuro Pretendiente utilizable para el momento de la sucesión, esto es más delicado y hay que pensarlo más [...1. Si don Juan se siente con ánimos para una rectificación leal que, sirviendo a la causa de la Monarquía, sirva también a la Nación... yo no encontraría inconveniente en valorarlo, pero partiendo de la base inequívoca de su adhesión e identificación sin reservas con el Régimen...

Poco antes, en septiembre de 1957, Laureano López Rodó, incorporado a la vida política el año anterior, recordaba a don Juan, en Estoril, cuál era la postura de Franco sobre la sucesión. Las palabras del colaborador directo de Carrero Blanco en la Presidencia del Gobier no ratificaban en lo fundamental las anotaciones manuscritas que el jefe del Estado realizaría poco después, y hacían resurgir la amenazadora sombra de Alfonso de Borbón Dampierre sobre los intereses sucesorios de su tío Juan:

Franco reacciona vivamente contra todo lo que pueda hacerle temer que el día que él falte se hará borrón y cuenta nueva y se volverá a los planteamientos anteriores al 18 de julio, y cree que hasta la fecha don Juan no ha dado garantías suficientes de aceptación a los Principios Fundamentales del Estado. Aunque reconoce que el conde de Barcelona es el candidato con mejor derecho a la Corona, comienza a sentirse preocupado y a pensar en la posibilidad de tener que requerirle para que renuncie a sus derechos, como lo hizo Alfonso XIII a favor de su hijo y, si no accediera a la renuncia, recurriría al hijo mayor del infante don Jaime, don Alfonso de Borbón Dampierre, a quien tiene un alto aprecio.10

Alfonso de Borbón Dampierre pendía, en efecto, como una espada de Damocles sobre el gaznate de su tío Juan, aunque éste no hubiese sido descartado aún del todo por Franco. Anson, en su Don Juan, relataba un episodio que constituía una prueba más de las verdaderas intenciones de Franco, acaecido en marzo de 1957, con motivo de la inauguración de un busto del infante don Alfonsito, en el primer aniversario de su muerte.

El conde de Ruiseñada quería dar solemnidad al acto en su finca El Alamín, pero Anson temía que la inauguración evocase a don Juan Carlos la pesadilla real vivida enVilla Giralda, que costó la vida a su hermano de catorce años. Ruiseñada le dijo entonces que la estatua la inauguraría Alfonso de Borbón Dampierre:

Se lo he dicho al generalísimo -alegó Ruiseñada-.Y, ¿sabes lo que me ha contestado Franco? Pues textualmente lo siguiente: «Que inaugure el busto Alfonso de Borbón Dampierre. Quiero que le cultive usted, Ruiseñada. Porque si el hijo nos sale rana, como nos ha salido el padre, habrá que pensar en don Alfonso».

Anson resumía así la estrategia del jefe del Estado:

Franco introduce, pues, un nuevo elemento de discordia en la Causa monárquica, que tiene el peligro de un miura. Como don Juan está excluido, si don Juan Carlos no se muestra dócil, si el Príncipe «sale rana», el dictador puede nombrar sucesor a don Alfonso, hijo mayor, en definitiva, del hijo mayor, tras la muerte del conde de Covadonga (don Alfonso de Borbón Battenberg), de Alfonso XIII.11

Don Juan sopesaba ya el riesgo de que Franco efectuase el salto dinástico en favor de su hijo Juan Carlos, tras la nueva entrevista que ambos celebraron en Las Cabezas, el 29 de marzo de 1960. Así se lo comunicaba, en una extensa carta, al general:

[...] Tal equívoco quedaría deshecho mediante una declaración explícita de que el desarrollo de la educación del Príncipe no prejuzga la cuestión sucesoria, ni altera la transmisión normal de las obligaciones y las responsabilidades dinásticas [...]. No podemos exponer a este país -tan entrañablemente amado por ambos- a los albures de una sucesión improvisada y débil, que conduciría a una nueva República, ni tampoco a los de una Regencia cuyos peligros y gravísimas dificultades ni aV.E., ni a mí, ni a ningún español consciente, se le escapan...12

Consciente de la fragilidad de su candidatura, el conde de Barcelona trataba de disuadir implícitamente a su hijo ante la posibilidad de que aceptara sucederle contra su voluntad, en una entrevista con el periodista italiano Pier Luigi Barbato, del Giornale d'Italia, publicada el 8 de enero de 1960.

Don Juan insistía en su condición de legítimo heredero de su padre, el rey Alfonso XIII, y aseguraba que su hijo respetaría su posición:

[...] Existe un indestructible acuerdo mío con mi hijo y en el seno de la Familia Real, firmemente unida en un solo bloque. Entre noso tros reina desde siempre la máxima armonía: una fe y una confianza inquebrantables. Por consiguiente, no cabe pensar en una solución contraria a esos acuerdos y a tal unitaria firmeza de voluntades y de sentimientos.

¡Qué equivocado, demostraría la Historia, que estaba don Juan!

En ese momento, en el otro polo de la carrera por la sucesión, Alfonso de Borbón Dampierre se perfilaba cada vez con más posibilidades de acuerdo con la Ley franquista.

Su nominación surgió en realidad a principios de los años sesenta, cuando los jerarcas del Movimiento vieron en el duque de Cádiz a un candidato dócil al espíritu del 18 de julio.

Descartado don Juan, no acababan de fiarse del hijo, a quien consideraban, inexplicablemente, poco inteligente y algo cohibido.

Copio recordaba el periodista Joaquín Bardavío, los miembros del Sindicato Español Universitario (SEU), «muchos de ellos hoy fervientes juancarlistas, gritaban en los años sesenta la consigna de "¡No queremos reyes tontos!"».

Sin embargo, quien acabaría plegándose sin condiciones a los Principios del Movimiento, acatando mediante juramento sus Leyes Fundamentales en 1969 e incumpliéndolas más tarde, sería el propio don Juan Carlos.

Entre los partidarios de Borbón Dampierre había quienes buscaban en él a un rey leal a los Principios del Movimiento y otros que, en realidad, pretendían crear sólo un clima de confusión que diese paso a una regencia.

Sea como fuere, lo cierto era que Alfonso de Borbón Dampierre, que en su primera visita a Franco no había mostrado interés alguno por sus derechos a la Corona de España, disimulando quizá su verdadera intención, comenzó a reivindicarlos con insistencia en aquellos años. Su defensa abierta coincidió con la decisión de su padre de dejar sin efecto sus renuncias.

Pero, muy pronto, la candidatura de su primo Juan Carlos iba a dar un paso de gigante que resultaría decisivo para frustrar sus aspiraciones.