1 abandono de su mujer sumió a don Jaime en el
abismo de una vida desordenada, indigna de un infante de
España.
Alentado por un entorno de vividores, derrochaba lo poco que tenía en copas y en mujeres. Un día, necesitado de dinero, pidió prestada una máquina de escribir en la embajada española en Roma y la llevó luego a empeñar.
Él mismo responsabilizaba de su disipada existencia a su familia, que le proporcionaba lo necesario para sus escapadas nocturnas, negándole en cambio los recursos indispensables para salir de aquella viciosa cárcel:
Señalaré solamente -no como descargo sino para mejor explicar lo que era mi situación- que si mi familia me negaba dinero, a veces para cosas importantes, se las arregló siempre para que tuviese lo suficiente cuando se trataba de los gastos pequeños (una pequeñez a veces cuantiosa) de todos los días que me hacían cada vez más prisionero de un universo de bares y de boites de uuit por el que me adentraba buscando, de una manera que parece banal pero que es eficaz, un nionientáneo olvido al profundo drama de mi vida. Nunca dispuse de cantidades de dinero suficientes para liberarme de aquel ambiente y emprender un viaje, cambiar de paisaje y de situación.'
Fue así como, impelido a vencer su esclavitud, recurrió esta vez al chantaje del que se había servido su padre para hacerle renunciar, difundiendo un manifiesto en el que reclamaba sus derechos de primogenitura; derechos que algunos le echaban en cara haberlos vendido por un plato de lentejas.
El infante rompió así la sintonía con su hermano Juan, emprendiendo un disputado pleito dinástico el 31 de julio de 1946:
Yo, Jaime Enrique, duque de Anjou y de Segovia, heredero de los derechos de mis ascendientes al título de cabeza de la rama mayor de la casa de Borbón, declaro por la presente no renunciar a ninguna de las prerrogativas vinculadas a mi nacimiento...-
Instalado definitivamente en Estoril para estar más cerca de España, don Juan se inquietó mucho con la iniciativa de su hermano mayor, como consignaba muy preocupado uno de sus consejeros, José María Gil-Robles, en su diario político:
Ayer tuve unos minutos de conversación con don Jaime. Alguien le ha metido en la cabeza la idea de reivindicar la jefatura de la Casa de Borbón. En el fondo -tal vez incitado por su mujer [Emanuela de llampierre]- lo que quiere es salvar derechos para sus hijos... La cosa es disparatada y, sin embargo, puede crear complicaciones e incidentes que conviene a toda costa evitar. Por eso, de acuerdo con el rey [don Juan], redacto una nota en la que recuerdo la sujeción del infante al rey, congo jefe de la Familia. Creo que podremos convencerle de que se esté quieto.
Al año siguiente y un mes después de la visita oficial a España de Eva Perón, se produjo un hecho trascendental en la carrera por la sucesión al trono. Un punto de inflexión que cambió por completo el marco sucesorio y dejó sin efecto los criterios de legitimidad monárquica que regían en el seno de la dinastía de los Borbones en España.
Ese hecho no fue otro que la promulgación de la Ley de Sucesión, el 26 de julio, aprobada por amplia mayoría, en referéndum, diez días antes. Franco se mostró pletórico en unas declaraciones al diario Arriba, el 18 de julio, aniversario del Alzamiento: «Jamás ley alguna elaborada por un Parlamento ha tenido un ascenso mayor [...]. Jamás en nuestra historia política hemos tenido un acto más trascendente, sincero y ejemplar. El peso de catorce millones de sufragios respalda desde hoy nuestra Ley de Sucesión y nuestras leyes básicas».
Franco se «blindaba» con su Ley de Sucesión, consagrándose como jefe de Estado vitalicio y logrando la potestad de proponer a las Cortes un sucesor a título de rey o de regente.
El artículo noveno de la ley dejaba bien claras las condiciones que debía reunir el futuro rey o regente:
Se requerirá ser varón y español, haber cumplido la edad de treinta años, profesar la religión católica, poseer las cualidades necesarias para el desempeño de su alta misión y jurar las Leyes Fundamentales, así como lealtad a los principios que informan al Movimiento Nacional.
La ley dejaba así, sobre el papel, el camino abierto a un gran número de candidatos; entre ellos, por supuesto, al primogénito de don Jaime,Alfonso de Borbón Dampierre.
De nada valían ya las renuncias efectuadas por su padre, incluyéndole a él y a su hermano Gonzalo. La nueva ley de Franco era el único instrumento legal para una posible instauración monárquica en España y, como tal, sembró serias inquietudes en don Juan y su entorno.
No era extraño así que Gil-Robles volviese a anotar en su diario:
Se da como seguro que triunfará una enmienda al proyecto de Ley de Sucesión, en el sentido de convertir en hereditaria la Monarquía electiva ideada por Franco... Lo más desagradable es una maniobra -que no se sabe si se llevará hasta el fin- para reconocer como rey al hijo mayor de don Jaime. Dada la mentalidad infantil de éste y su carencia de dinero, cualquier cosa es posible. Se dice que Franco ha enviado ya a un emisario y, para contrarrestar la maniobra, se ha hecho ir a Roma a Corcho, amigo de don Jaime. Algo es, pero no basta.
Al día siguiente, Gil-Robles constataba la alarma que había cundido en don Juan:
El rey está francamente preocupado por el caso de don Jaime. Congo la actuación de Corcho no es suficiente, trazamos el siguiente plan. Se avisará a Corcho para que lleve a don Jaime a Suiza, pagándole, como es natural, todos los gastos. Allí, si el peligro es grave, se procurará tener una reunión con él, con doña Victoria, con López 011ván y con Quiñones de León.
Corcho era un simpático secretario de origen cántabro que había sido colocado por la familia junto al infante para velar, en apariencia, por su régimen de vida. Él disponía de los gastos de la casa y don Jaime debía pedirle dinero cada vez que salía a la calle. Corcho jamás dejó de facilitarle los recursos que necesitaba para beberse un whisky o pasar la noche con alguna mujer.
Las gestiones del entorno de don Juan surtieron al principio el efecto perseguido, logrando que don Jaime enviase el 6 de junio a su hermano el siguiente telegrama reconciliador:
En estos momentos de confusionismo provocado, recuérdote y envío mi más cariñosa ferviente adhesión. Siempre tuyo,
JAIME3
Gil-Robles había mostrado ya desde febrero su inquietud ante la situación creada por don Jaime. El día 6 había mantenido unos minutos de conversación con él, anotando en su diario:
El infeliz tiene un espíritu infantil y, por lo mismo que su sordera le hace desconfiado, agradece cualquier pequeña atención que se tenga con él.
El consejero de don Juan insistía en que alguien le había metido en la cabeza a don Jaime la idea de reclamar la jefatura de la Casa de Borbón, y consideraba que su interés por ostentar el título de duque de Anjou obedecía al deseo de salvaguardar los intereses de sus hijos a la Corona de Francia.
«La cosa es disparatada -advertía Gil-Robles, como hemos visto- y, sin embargo, puede crear complicaciones e incidentes, que conviene a toda costa evitar.»
Y concluía, esperanzado: «Creo que podemos convencerle de que se esté quieto».
Pero Gil-Robles se equivocaba. La actitud sumisa de don Jaime en su telegrama sólo afectaba a los derechos dinásticos al trono de España, cuya titularidad acataba, de momento, en la persona de don Juan.
Cosa distinta era, sin embargo, su condición de primogénito de la Casa de Borbón y sus derechos a la Corona de Francia, sobre cuya legitimidad no estaba dispuesto a ceder ni un ápice, como hacía constar a su hermano Juan en una carta fechada el 8 de junio:
Mi querido Juan:
Desde hace una serie de días tenía el propósito de escribirte para comunicarte un aspecto que quería dejar bien sentado para evitar falsas interpretaciones, y es que si yo renuncié voluntariamente a los derechos a la Corona de España, no podía renunciar por ser imposible a la primogenitura de la Casa de Borbón y por lo tanto ser su jefe, tomando consiguientemente los títulos de la Casa francesa, ya que por otra parte los legitimistas del país me han reconocido como tal.
Congo la ley francesa está clarísima, me imagino que te darás cuenta de mi derecho y por lo tanto he decidido tomar el título de duque de Anjou.Tú sabes que los franceses no quieren a los Orleáns y justamente para evitar discordias entre las dos ranas dinásticas asumo todos los derechos de la Casa francesa de Borbón.
Con la finalidad de que no te coja de sorpresa te lo comunico seguro de que comprenderás mis razones y la justicia que nie asiste.4
Como heredero a la Corona de Francia, don Jaime confería ese mismo mes a su hijo Alfonso los títulos de duque de Borbón y de Bor goña, y a Gonzalo, el de Bretaña. Títulos que nunca llegarían a utilizar ellos.
Su reclamación dinástica era resultado, en parte, de una imprudencia cometida por su padre Alfonso XIII, quien, ya en el exilio, se había mostrado satisfecho al ser reconocido como jefe de la Casa Real de Borbón por los legitimistas franceses.
Muerto sin hijos Alfonso Carlos de Borbón en 1936, atropellado por un coche enViena, el pretendiente carlista considerado como último heredero de Felipe V -duque de Anjou- por los legitimistas franceses y último varón de su estirpe, el derecho de primogenitura pasaba al nieto de Francisco de Asís, esposo de Isabel II.Alfonso XIII se convertía así automáticamente, por línea genealógica, en jefe de esa Casa Real.
En cierta ocasión, el monarca había confesado incluso a su hijo Jaime: «Tenemos en nuestra familia dos sucesiones reales: una, la de Francia es clara y formal, dictada por la ley sálica; otra, la de España, es compleja y depende del acuerdo de las Cortes».
Al aceptar, encantado, el nombramiento, el rey no sopesó que para los legitimistas las leyes sucesorias no se podían modificar según las circunstancias. Significaba eso que para ellos no eran válidas las renuncias a los derechos sucesorios efectuadas porAlfonso y Jaime de Borbón y Battenberg.
En definitiva, que el jefe de la Familia no era otro que el primogénito.Y éste, tras la muerte de Alfonso el 6 de septiembre de 1938, estaba claro que era don Jaime, convertido en Jaime Enrique VI de Borbón en el numeral legitimista.
![](/epubstore/Z/J-M-Zavala/Don-Jaime-El-Tragico-Borbon/OEBPS/images/img0034.jpg)
La presión del entorno de don Juan, incluida la eficaz arma económica, logró al final que don Jaime desarrollase su escueto telegrama del 6 de junio en una extensa renuncia a sus derechos a la Corona de España, la tercera que hacía formalmente desde Fontainebleau.
Fechada en Roma el 17 de junio de 1947, en ella se reconocía sin la capacidad suficiente para reinar al admitir que Dios no le había dotado «de todas las condiciones precisas para tan elevada misión»:
A mi querido Juan:
Hoy tengo oportunidad de enviarte ésta en plano, no habiéndote escrito antes, como era mi deseo, por inseguridad en los correos. Recibí tu telegrama de contestación al mío, que te agradezco de corazón.
Comprenderás que estoy muy preocupado con lo que ahora intentan en España con la idea de desunir a la opinión monárquica, ya de por sí desorientada debido a la propaganda en contra que, en estos últimos años, han dirigido especialmente a la juventud, lo cual supone una grave responsabilidad que debería ser inmediatamente remediada por los mismos que la han consentido viendo cómo se desvirtuaba el verdadero espíritu del Glorioso Alzamiento Nacional, en el cual, si no nos fue dado contribuir personalmente, hemos vivido y sentido en todos sus momentos, hermanados por los que combatían por el resurgir de la Patria.
Cuando más pienso sobre todo ello, más gravedad veo en lo que pueda ser el resultado de una injusta y parcial campaña de prensa dirigida y controlada, que, como ahora, ha utilizado mi nombre.
Pero no han tenido en cuenta que yo, como español e hijo de rey, no me haré eco de nada que se aparte del testamento sucesorio que por Legitimidad Histórica legó nuestro buen Padre y rey Patriota (Q.ll.H.G.).
Han alegado para ello mi primogenitura, pero no han pensado que todo es designio de Dios, que si a mí no pie dotó de todas las condiciones precisas para tan elevada misión, he de agradecer a Él siempre el haberme destinado a servir de ejemplo de acatamiento, toda vez que concurren en tu persona cualidades y circunstancias tales, que hacen más providencial tu indiscutible designación, que llevará a nuestra querida España a un futuro próximo de paz y de gloria.
Para contribuir a lo cual sabes que contarás siempre con tu hermano que te quiere y te abraza,
JAIME'
La carta de don Jaime era todo un bálsamo para su hermano, el más indignado con la nueva Ley de Sucesión.
Don Juan había conocido el proyecto de Franco los días 31 de marzo y 2 de abril, tras recibir, en su retiro de Estoril, la visita del almirante Luis Carrero Blanco, enviado por el jefe del Estado.
Algunos personajes vinculados a la causa monárquica intentaron evitar entonces que el conde de Barcelona reaccionase de una forma que agravase su relación con Franco. Pero su respuesta fue inevitable: en su célebre manifiesto de Estoril, publicado el 7 de abril, don Juan lanzaba duras críticas a Franco y su Ley de Sucesión, acusándole de pretender «convertir en vitalicia» su «dictadura personal». Calificativos que el general nunca olvidaría y que a don Juan le alejarían irremediablemente del trono.
La postura de don Juan, de frontal rechazo a la Ley de Sucesión, era fácilmente comprensible desde el punto de vista del legitimismo dinástico. Franco no podía, a su juicio, saltarse el orden sucesorio establecido por Alfonso XIII tras las renuncias de sus hijos Alfonso y Jaime.Y la Ley de Sucesión dejaba precisamente en manos del general la potestad de proponer a las Cortes un sucesor que no fuese el propio don Juan o, incluso, recurrir a la figura de un regente.
Pero la estrategia de don Juan, de radical enfrentamiento con Franco, que tenía la sartén por el mango con su Ley de Sucesión, no era la más acertada ajuicio de algunos <juanistas» como José Ignacio Escobar Kirkpatrick, marqués de Valdeiglesias, a quien el manifiesto de Estoril le pareció un «verdadero disparate». Franco, en opinión deValdeiglesias, no cedería jamás el poder a un compañero de armas, «a los que conocía bien y no se fiaba de ninguno de ellos», ni mucho menos a otra república, sino que vislumbraba como desenlace la monarquía, el régimen tradicional de España.
No le quedaba, pues, al Rey -aseguraba Valdeiglesias- otra solución que aceptar los hechos tal como se habían configurado en España y mantener con Franco las relaciones más cordiales que fueran posibles en espera del momento oportuno para la Restauración.
Por eso, el desafio de don Juan al jefe del Estado podía provocar que éste pensase entonces en sus hijos Juan Carlos y Alfonsito, que aún vivía, o en su sobrino Alfonso de Borbón Dampierre.
Para acabar de complicar el agitado debate sobre la sucesión, el marqués de Villamagna publicó el 23 de abril un polémico artículo en el diario Arriba, titulado «Sucesión y legitimidad», que enfureció a donjuan. Tras invocar las leyes antiguas y la Constitución de 1876, el noble autor reivindicaba en su extensa tribuna, que arrancaba de la primera página a tres columnas, el criterio sucesorio de primogenitura a favor de don Jaime y de su hijo Alfonso de Borbón Dampierre:
[...] Disponen que el hijo mayor reine antes que el menor por derecho de primogenitura. Pero que si el mayor, por cualquier circunstancia, no llegase al trono, guarden sus derechos sus hijos, si los tuviese. Y traigo esto aquí porque está bien claro que tú la legitimidad nai las leyes del Reino dan al infante donjuan de Borbón un derecho irrebatible a la Corotia de España [las cursivas son mías]. Pudo nuestro amado monarca Alfonso XIII (q.s.g.h.), guiado por las especialísimas condiciones del momento, las posibilidades de una restauración que creyó inmediata, y los innegables inconvenientes de una minoridad, entregar los derechos de don Jaime de Borbón, poco hace aclamado por los madrileños, a su hermano don Juan. Pero ni como padre ni como Rey pudo mudar los que fijan las leyes.Y esto es así: que para los monárquicos legitimistas, para los fieles servidores de la Institución antepuesta a la persona, guarda mejores derechos al trono el h¿¡o varón, en primogenitura, del infante donjaime.Y que si la anunciada Ley de Sucesión no se acepta, hay que atenerse a la vieja, fijada en la Constitución de 1876, vigente para la Monarquía. La cual, irrebatiblemente, innegablemente, determina que debe ser el Rey de los españoles el hijo legítimo y primogénito de don Jaime de Borbón y de su preclara esposa, la condesa de Dampierre, de aquella nobleza de Francia, a la que reconocía el padre Feijoo entre «la de más garbo de Europa» [...]
[...] Y así, o el infante don Juan de Borbón acepta la revolución que implica la Ley sucesoria propuesta por Franco, salvador de todos, o lo recusa. Pero en este caso, el legitimismo, la razón y la ley pueden alzar su voz para decir: el legítimo soberano de los españoles es el h~o mayor de don Jaime de Borbón y de la condesa de Dampierre.
El marqués deVillamagna concluía su artículo afirmando que la legitimidad «se acata»:
Desde esta pública tribuna de la Prensa, invito a mis compañeros de clase fieles al Movimiento Nacional, a enviar su personal adhesión al Generalísimo Franco, restaurador [no «instaurador», distinguía Villamagna] de la Institución Real en España, dirigiendo sus cartas al jefe accidental de su Casa Civil. En cuanto a mis opiniones sobre los irrecusables derechos del hijo del infante don Jaime, no pido adhesión alguna para ellas. La legitimidad no se acepta: se la acata.
El histórico texto de Villamagna recibiría al cabo de los años el encendido elogio de Emanuela de Dampierre:
Es lo mejor que he leído en relación al asunto de la primogenitura, porque en él se daba cuenta de una arbitrariedad que se estaba llevando a cabo para favorecer ajuan y su descendencia en detrimento, si no de Jaime, sí al menos de mis hijos y de los hijos de ellos.
Villamagna suscitó con su artículo un vivo debate en la prensa; la reacción del diario monárquico ABC fue inmediata y contundente, al mantener una posición crítica frente al proyecto de Ley de Sucesión y respaldar la candidatura de don Juan al trono restando beligerancia al contenido de sus manifiestos:
[...] Nuestra disconformidad, pues, con el proyecto arranca de principios indelebles e inmanentes, y consideramos, sobre todo, fundamentales dos de ellos. Uno afecta a las leyes hereditarias que son inveteradas, que están sancionadas por el derecho y el uso, que han sido ennoblecidas en la tradición y depuradas en la experiencia, y que constituyen, finalmente, la esencia misma de la Institución. La suce Sión monárquica no puede estar sometida al lado de un grupo de españoles, por muy meritorios, por muy conspicuos y doctos que éstos sean [..]
Discrepamos también de la transferencia a los reyes o regentes futuros de aquellas potestades absolutas [...]. El Principio clásico de que el monarca reina, pero no gobierna, nos satisface íntegramente [...].
[...] Resta señalar nuestro disentimiento de cuantos ven regateos y empequeñecimientos para la legitimidad, la Historia y la figura de Franco en las frases del conde de Barcelona. Si otros colegas [en referencia al Arriba] se empeñan en ahondar diferencias, nosotros quisiéramos acortarlas.
No satisfecho con eso, el diario portavoz del llamado «juanismo» se aferró al matrimonio morganático de don Jaime para fundamentar su renuncia y la de sus hijos.
Pero el marqués deVillamagna, convertido en valedor de los derechos de don Jaime y de su primogénito, contraatacó una semana después en ABC, ejerciendo su derecho de réplica:
Otro argumento podría haber esgrimido ABC, cual es la renuncia de don Jaime en 1933.
Las renuncias, voluntarias y forzosas -y la que comentarios la tenemos por notoriamente forzosa-, fueron válidas cuando los Reinos eran patrimonio de los príncipes. Ahora, estos actos, realizados a espaldas del pueblo, no tienen ningún valor jurídico ni dinástico. Un príncipe puede renunciar para sí, pero nunca para sus hijos. Tengo por Rey eu buen derecho al hijo de don Jaime de Borbón, y la cálida acogida de nií primer artículo me prueba que no estoy solo [las cursivas son mías]. Pudo haber renunciado a sus derechos. Puede, incluso, volver a renunciar mañana. Pero su h~o también puede, al llegara mayor XIV, y encontrar partidarios. Nadie puede conocer la futura actitud de un Príncipe que cuenta ahora once años de edad.
Lo demás es, todo, hablar por hablar. Franco nos ofrece una «instauración» y no una «restauración». Lo cual, lejos de dar valor, lo quita a todas esas tesis del morganatismo sostenidas por ABC.
Los artículos deVillamagna pasaron desapercibidos entonces para Emanuela de Dampierre, quien, de haberlos conocido en aquel momento, habría permanecido junto a don Jaime.Al menos, eso aseguraba ella misma cuando ya era demasiado tarde:
Si yo hubiera sabido de todas las posturas encontradas que en España mantenían los monárquicos con respecto a los derechos dinásticos de Jaime, o cuando menos de mis hijos, jamás me hubiera ido con Antonio Sozzani [...]. Mis hijos lo fueron todo para mí y, por ellos, hubiera renunciado a cualquier cosa. Habría permanecido allí, aguardando algún acontecimiento que pudiera beneficiar a Alfonso y Gonzalo.
Cinco meses después de su segundo artículo, el marqués deVillamagna envió a Franco un informe en el que seguía cuestionando la validez de la carta de don Jaime:
La renuncia de don Jaime es nula y por tanto lo que debería VE. es traer a España a sus hijos, proclamarse Regente vitalicio y jefe del Gobierno y declarar a estos hijos herederos del Trono.
La enérgica y pertinaz postura deVillamagna envalentonó a don Jaime, que el 18 de febrero había sido aclamado por un numeroso grupo de fervientes monárquicos, durante una escala técnica en el aeropuerto madrileño de Barajas, acompañado de su hermana María Cristina.
La prensa silenció el caluroso recibimiento, del que sólo se tuvo conocimiento por medio de octavillas repartidas en la calle. Entre los participantes en el acto se encontraban varios militares destacados: los tenientes generales Ponte, Kindelán y Borbón; los generales de división Arsenio y Carlos Martínez Campos, Orleáns,Armada, Moreno Calderón y Ahumada; y los generales de brigada Millán Astray, Sainz de Larín y Lóriga, y Barroso. Uno de los organizadores de la bienvenida fue el monárquico Joaquín Satrústegui, junto a un jovencísimo José Mario Armero.
Pero quienes ovacionaron a don Jaime no defendían en realidad sus derechos sucesorios.Tanto el propio infante como quienes le aclamaban, reconocían entonces como legítimo heredero a don Juan.
Durante su breve discurso, José María Pemán dejó bien claro este hecho: «Vuestras Altezas llevan en sus venas la sangre de nuestro Rey don Juan para quien en estas horas son tristes los cielos del mundo», proclamó.
Entre tanto, las revueltas aguas de la sucesión animaron al entorno de don Juan a seguir presionando a don Jaime para aprovechar en su propio beneficio la histórica entrevista que Franco y el conde de Barcelona celebrarían en alta mar el año siguiente.
Fue así como, mientras don Juan y don Jaime navegaban juntos en el Saltillo para presenciar las regatas olímpicas en la isla de Wight, Julio Danvila, amigo personal de Alfonso XIII y antiguo vicepresidente de Renovación Española, que será el enlace entre Estoril y El Pardo hasta 1954, propuso al jefe del Estado una entrevista. Franco accedió a celebrar un encuentro con don Juan a bordo del Azor, pero puso una condición: sólo se hablaría de la futura educación de Juanito y Alfonsito, los dos hijos varones del conde de Barcelona.