Domingo, 15.49

Janine se estaba alterando, algo nada habitual en ella. Los fragmentos del interrogatorio de Black no paraban de reproducirse en su cabeza; seguía buscando más pistas. No albergaba duda de que Sammi había sido llevada a Captain’s Creek, y tenía la abrumadora sensación de que no se estaba haciendo lo suficiente. Volvió a llamar a Bill y no se refrenó.

—Tenemos que conseguir un maldito helicóptero —le espetó después de un breve saludo.

—Ya hacemos lo que podemos —respondió él con calma.

—Vale, pues eso no es suficiente. Samantha no está en Yonga. Black modificó su modus operandi. La prostituta que encontraron en Yonga fue la primera. Era de noche, lo vimos en la foto. Seguramente ni siquiera lo había planeado. Casi lo pillan. Así que cambió de lugar, empezó a planificar, a esperar a que fuera de día y a sacar fotos de recuerdo de sus víctimas.

—Ya. Probablemente Samantha esté en Captain’s Creek. Pero vamos a tardar un rato en coordinar la búsqueda —dijo Bill.

—Sí. Es una extensión enorme. Llevará días completar una búsqueda terrestre exhaustiva. Por eso precisamente tenemos que hacerlo desde el aire —replicó ella.

—Solo que no es tan fácil. No disponemos de un helicóptero, y tendrían que darse unas circunstancias extremas para que los jefes suplicaran a Energex que nos prestaran el suyo.

—Pues les deberemos un favor. No será para tanto —repuso ella levantando la voz—. Sammi está viva y se encuentra en Captain’s Creek. ¡Dime que eso no es una jodida situación extrema! Tenemos que conseguir un helicóptero.

—Ha hecho una noche fría, y es probable que en el bosque las temperaturas fueran mínimas —apuntó Bill, la voz de la racionalidad—. Aunque consiguiera escapar de Black, habría necesitado mucha suerte para sobrevivir a la noche. Probablemente esté allí. Pero ¿nos servirá para algo un helicóptero? Será como intentar encontrar una aguja en un pajar, y eso si está viva y puede hacer señales al piloto. Anochecerá en un par de horas. Tendremos un equipo de búsqueda organizado, con el Servicio de Emergencia Estatal y perros rastreadores, todos listos para ponerse en marcha, con las primeras luces del alba.

—Pero ¿y si está perdida en el bosque, viendo cómo se acerca la noche lentamente y rezando para que la estemos buscando? Tenemos que darle una oportunidad. Necesitamos un helicóptero, aunque solo sea para una hora. Si está viva, encontrará la manera de hacerle señas. Dale esa única oportunidad, por favor —rogó Janine—. ¿Quién es el jefe que decide estas cosas? Déjame hablar con él, le convenceré. Esto no debería reducirse al coste del helicóptero, estando en juego la vida de alguien. La de quien sea. Da lo mismo que sea una poli.

Apoyó la frente en la palma de su mano, decepcionada por la reticencia de Bill y su propia incapacidad para pasar por encima de él.

—¿Y si se tratara de mí? Si yo estuviera ahí fuera, confiaría en que alguien estuviera haciendo todo lo posible por rescatarme —insistió. Reflexionó un instante, considerando la forma de influir en Bill—. ¿Y si se tratara de tu hija? —preguntó.

Él reflexionó, y entonces Janine oyó un suspiro por el auricular.

—Veré qué puedo hacer. Te volveré a llamar.

Janine colgó. Se reclinó en su silla, pero no pudo permanecer quieta. Empezó a pasearse por la desconocida comisaría, teléfono en ristre, esperando la inminente llamada de Bill.

El teléfono sonó.

—¿Bill?

—Lo conseguimos —respondió—. Cuanto antes tengamos ese helicóptero en el aire, más tiempo dispondremos antes del anochecer.

Las ideas se agolparon en la cabeza de Janine.

—Diles que deberían empezar por el centro e ir desplazándose hacia fuera. Black ha debido de llevarla a lo más profundo del bosque. Tenemos una idea clara de dónde lo vieron aquellos cazadores en su moto de trial; también tienen que cubrir esa zona. No sé si sirve de algo, pero Prevención del Crimen dice que casi todos los videntes que han llamado creen que ella se encuentra cerca del agua. Es un dato tan bueno como cualquier otro para continuar.

—Está bien. Lo comunicaré —dijo Bill.

Janine ya solo podía sentarse y esperar.

Domingo, 16.50

Des Petersen iba en el helicóptero, actuando de observador en lo que, en su opinión, era una búsqueda absurda. Hacía unos veinte minutos que habían llegado a la zona de búsqueda, y el sol ya estaba bastante bajo. Querían que se sobrevolaran 450 kilómetros cuadrados de monte bajo antes de que el sol se ocultara. Y para buscar a una mujer sola que iba a pie.

Ridículo, pensó.

Le encantaba su trabajo, pero en esta ocasión había pocas posibilidades de éxito. Lo que más le molestaba era tener que hacer un trabajo a medias, un trabajo en el que estaban condenados al fracaso. Deberían dejarlo para el día siguiente, dividir en secciones el terreno y realizar una búsqueda concienzuda y sistemática. Entonces, aunque no encontraran nada, al menos habrían hecho las cosas adecuadamente.

En lugar de eso, se les ordenaba que siguieran aguas arriba una vía fluvial a través del bosque hasta que estuviera demasiado oscuro para proseguir. Una chapuza. Era evidente que el jefe de Policía no tenía ni idea. Reprimió un bostezo mientras observaba la rizada superficie del arroyo salpicado de piedras que serpenteaba por el frondoso bosque de eucaliptos.

Algo situado más adelante, demasiado lejano para distinguirlo con claridad, llamó su atención. Pero pudo distinguir un color, un color que no pertenecía al bosque.

—¿Qué narices es eso? —le dijo por los auriculares al piloto, señalando con el dedo.

Era un rojo artificial. En ese momento ya estaban encima del objeto. Los dos hombres intercambiaron una mirada de asombro, e inmediatamente el piloto hizo un giro cerrado para retroceder.

Domingo, 16.58

La sala de operaciones era un hervidero. Había muchas pistas que seguir y cada uno de los seis oficiales presentes tenía una labor diferente. Había un mapa de Queensland sujeto con chinchetas que indicaban dónde había sido vista Sammi por última vez, dónde vívía, la casa del camarero y dónde lo habían detenido. Este último lugar estaba delimitado por un gran círculo rojo que rodeaba la Reserva Natural de Captain’s Creek, 450 kilómetros cuadrados de bosque.

El teléfono sonaba esporádicamente. La oficial que cogió esa llamada no suponía que esta cambiaría su día por completo. Escuchó con atención, y luego dijo: «¿Estás seguro?».

Se puso de pie de un brinco, con el auricular todavía en la mano.

—¡Eh, escuchad! —gritó. Todas las cabezas de la sala se volvieron para mirarla—. La han encontrado. ¡Sammi está viva!

Domingo, 17.00

Janine parecía una tigresa enjaulada. Eran muchas las cosas que quería hacer, pero carecía de los medios para hacerlas. Estaba viendo el DVD de su interrogatorio a Black, pero no paraba de moverse y sacudirse, incapaz de mantenerse quieta o concentrarse. También estaba incómoda porque no se hallaba en su comisaria. No había encontrado un vuelo de vuelta a Brisbane y allí no conocía a nadie con quien desfogarse. Y estaba bebiendo en un tazón de café prestado. Sean le había hecho amablemente un café cargado, pero ella se irritó irracionalmente por el hecho de que el tazón la proclamaba como «El mejor papá del mundo».

Sus pensamientos estaban con Sammi. ¿Qué habría tenido que soportar? ¿Había algo más que Janine pudiera hacer?

Su móvil sonó. El nombre de Bill irrumpió en la pantalla.

—Dime que tienes alguna noticia —le suplicó ella.

—¡La mejor! —Era la primera vez desde que lo conociera que Janine lo oía entusiasmado—. ¡Sammi está viva! Acaba de ser recogida por el helicóptero.

Se hizo un silencio mientras el cerebro de Janine procesaba la información, casi sin atreverse a creer lo que estaba oyendo.

—¿Sammi está… viva? —titubeó.

—Sí. Tenías razón. Estaba en Captain’s Creek, junto al arroyo. Una pasada en helicóptero, y la encontraron.

—Gracias a Dios, gracias a Dios —susurró Janine.

—Felicidades —dijo Bill—. Gran parte de esto se te debe a ti. No podríamos haber tenido un desenlace mejor. Es un éxito tremendo. Te volveré a llamar en cuanto sepa algo más.

Cuando Janine colgó, fue como si alguien hubiera dejado salir todo el aire de un globo. No solo se desplomó sobre la silla, sino que también se liberó emocionalmente. Las lágrimas acudieron a sus ojos, y ella las dejó correr.

Sintió una mano en el hombro, levantó la vista y vio a Sean.

—La han encontrado —le informó ella. Se levantó y lo abrazó—. ¡Sammi está viva!

Qué más daba dónde pasara la noche. Dormiría bien. Esa noche los demonios podrían descansar.

Domingo, 19.59

Por segunda vez en dos días, Sammi se esforzó en no perder el conocimiento. Entraba y salía a la deriva de la realidad, confundida en cada ocasión por las luces, el ruido y la gente que no conocía. Era como algo sacado de una película: un héroe vestido de naranja que la rescataba de una muerte inminente, levantándola en brazos y llevándosela por los aires. Parecía un sueño frágil y hermoso. No sabía si quería cerrar los ojos y desvanecerse u obligarlos a permanecer abiertos y comprender lo que estaba sucediendo. ¿De verdad la habían rescatado? ¿O era un sueño del que no querría despertarse?

Los médicos acudieron a prestarle los primeros auxilios. Ella hacía todo lo podía, pero el agotamiento y la alucinación hacían que todo le resultara extraño, y no sabía si sus respuestas tenían sentido.

Entonces llegó él y la cogió de la mano. Gavin. Su amor. Él era una roca en los confusos remolinos de luces y sonidos. Y entonces comprendió que por fin estaba a salvo. Gavin la rodeó con un tierno abrazo que la hizo llorar. Una vez que afloraron las lágrimas, solo el sueño las detuvo. Se quedó dormida en sus brazos, y las lágrimas de Gavin se mezclaron con las suyas.