Domingo, 12.03

Tom llamó a Gavin para darle la buena nueva. Habían detenido al hombre que con toda probabilidad se había llevado a Sammi, pero no había rastro de ella. El hombre sería interrogado y su camioneta sería sometida a un examen pericial. Tom parecía pensar que obtendrían más respuestas de la camioneta que del sujeto.

Gavin sintió como si tuviera a alguien sentado en el pecho, aplastándole tanto que apenas podía respirar. Habían encontrado al sospechoso y no había rastro de Sammi. Ese era un duro golpe. Si ella estuviera viva, ¿acaso no la tendría con él?

A pesar de todo lo que ya sabía, de todo lo que la policía había descubierto, Gavin no se podía creer que lo peor había sucedido. La Sammi que él conocía y amaba habría luchado, habría dejado una marca en su secuestrador, lo habría manipulado, habría sido más lista que él. Gavin tenía que creerlo, no tenía otra cosa; Sammi no podía haber muerto. El mundo sería un lugar diferente sin ella.

Informó enseguida a los padres de Sammi. Patrick dijo que irían en coche a Angel’s Crossing, pero Gavin lo convenció de que no tenía sentido. No podían hacer nada salvo esperar. La tensión ya le era insoportable en aquellas circunstancias; tener allí a la madre de Sammi en persona solo empeoraría las cosas, agravaría la angustia. Ninguno extraería ninguna fortaleza de ánimo del otro.

El corazón se le desbocaba cada vez que los llamaba, confiando en que fuera Patrick quien cogiera el teléfono. Hasta el momento, no había vuelto a hablar con Juleen desde aquella primera llamada. Patrick había tratado de limar asperezas, aunque Gavin sabía que Juleen le culpaba, y se resignaba a ello. Él había hecho lo mismo con Candy, echarle la culpa. En momentos así, era más fácil concentrar la ira en alguien tangible.

Gavin solo podía ofrecerle a Patrick los insignificantes trocitos de esperanza que la policía le daba a él. No tenía nada más. Si hubiera que hacer una última y definitiva llamada, no sería él quien la hiciera. Jamás podría pronunciar ante sus padres las palabras: «Sammi está muerta».

Domingo, 13.39

—Prevención del Crimen. Le habla la agente Tracey Snell.

—Hola, me llamo Graham Tunney. Tengo información en relación a la oficial de policía desaparecida.

El hombre hablaba con decisión. Si esa era otra llamada de mierda, al menos no duraría demasiado. El tipo iba al grano. Como solía hacer, Tracey se imaginó el aspecto del que llamaba. Aquel era un sesentón, barba blanca cuidada, ataviado con un polo, cierto parecido con su tío Jim.

—Adelante, por favor.

—En mayo, durante el puente del Día del Trabajo, fui a cazar al bosque con mi yerno Daniel Timms y su amigo Jamie. Estuvimos fuera dos noches, de acampada, siguiendo rastros. Fue más por diversión que por deporte, ya sabe, un fin de semana de hombres solos. Estuvimos en un sitio conocido como Reserva Natural de Captain’s Creek. Está como a una hora de Tara.

Captain’s Creek —repitió Tracey mientras garrapateaba el nombre.

—Estuvimos caminando todo un día y al anochecer acampamos, ya bastante adentrados en el bosque. Aun así, oímos una moto, lo cual era bastante extraño, pues allí no hay pistas. No iba deprisa, avanzaba con un zumbido ronco. La oímos casi una hora, cada vez más cerca. Al final, sentimos curiosidad y empezamos a dirigirnos hacia el lugar de procedencia del ruido. Para saber qué estaba pasando y ver si alguien necesitaba ayuda. Al fin y al cabo, era un sonido extraño en medio de aquella maleza. Llevábamos nuestras escopetas de caza, así que podíamos cuidar de nosotros. Al final, nos encontramos con un hombre subido a una moto de trial. Tan pronto nos vio, apagó el motor y un perrazo marrón para cazar jabalíes saltó de la moto. Tenía una bandeja incorporada en la parte de atrás para el perro. El tipo tenía un rifle colgado del hombro y lo empuñó en cuanto apagó la moto. No es que nos amenazara exactamente, y en todo momento mantuvo al perro controlado, pero su actitud era amenazante. Todos coincidimos luego en que si uno de los tres hubiera estado solo y se lo hubiera encontrado, aquel tipo lo habría despachado sin pensárselo dos veces.

—¿Se refiere a que les habría disparado? —quiso aclarar Tracey.

—Eso es. El tipo nos preguntó a gritos qué estábamos haciendo. Le dijimos que cazando jabalíes. Dijo que él también. Entonces yo dije algo acerca de que los jabalíes se asustarían con el ruido de la moto. El tipo respondió: «Si no quieren que asuste a sus gorrinos, les aconsejo que vayan hacia allí», y señaló al norte.

»Esas fueron sus palabras exactas. No fueron lo que se dice una amenaza, pero todos nos sentimos amenazados por ellas, igual que por su actitud. Después de eso, nos dirigimos al norte. Sabíamos que él no estaba cazando gorrinos, y pensamos que lo mejor era apartarse de su camino. Bueno, acabo de ver un avance informativo y han enseñado una foto del hombre que parece estar relacionado con Samantha Willis. Es el mismo hombre. No me cabe ninguna duda. Y solo Dios sabe qué andaba haciendo aquel día en el bosque cuando lo vimos.

Tracey anotó algunos detalles más y de inmediato llamó a la sala de la Operación Eco. Aquel era la clase de aviso que realmente podía conducir a algo.

Domingo, 13.52

—Son las 13.52 horas del domingo 17 de octubre. Nos encontramos en la comisaría de Emerald. Esta es la grabación electrónica del interrogatorio que me dispongo a efectuar a Donald Black. A continuación, haré que todos los que están en la sala se presenten. Soy la inspectora Janine Postlewaite, número de placa 9926, actualmente destinada a la División de Investigación Criminal de Inala.

—Soy el sargento Sean McDonald, número de placa 5998, destinado a la comisaría de Emerald.

—Me llamo Donald Phillip Black.

Aunque Janine conocía bastante bien sus rasgos por la foto policial, en la realidad Black resultaba un poco decepcionante. Ella sabía que no existía nada definido en cuanto al aspecto de un asesino, pero Black era casi anodino. Ligeramente gordo, desaliñado y con un olor a sudor y tabaco. Era evidente que alguien había impartido un poco de justicia sumaria con él: tenía la nariz roja e hinchada, y tenía gotas de sangre seca en su mentón.

Solo sus ojos daban una pista de su personalidad: estaban muertos; sus pupilas negras eran demasiado pequeñas, como para dificultar la entrada de luz y mantener su alma en tinieblas. Janine tenía la absoluta seguridad de que Sammi no habría querido acompañar a Black a su casa.

—¿Puedo llamarle Don? —preguntó Janine.

El hombre hizo un medio encogimiento de hombros, y ella prosiguió.

—¿Y está de acuerdo en que la hora y la fecha son las que se han indicado?

—Sí.

—¿Está de acuerdo con que aparte de las personas que se han presentado no hay nadie más en esta sala?

—Sí.

—Como he dicho, esta es una grabación electrónica del interrogatorio. Don, ¿me ha visto introducir un DVD en la grabadora, puede verse en el monitor y es usted consciente de que está siendo grabado?

—Sí.

—Por favor, responda a todas las preguntas de palabra; esto es, no asienta ni niegue con la cabeza. Es para que todo se registre auditivamente en la grabación. ¿Lo entiende?

—Sí.

—A su finalización, se le entregará una copia de este interrogatorio. Ahora necesito que diga su fecha de nacimiento.

—Doce de noviembre de 1977.

—¿Lugar de nacimiento?

—Geelong.

—¿Dirección particular?

—Diecinueve de la calle Stanley, en Bald Hills.

—¿Se reconoce como aborigen o isleño del estrecho de Torres?

—No.

—¿Tiene algún empleo en la actualidad?

—Trabajo de camarero en la taberna La Cabeza del León, de Inala.

—¿Qué nivel de estudios tiene?

—Terminé el décimo curso.

—¿Sabe leer y escribir en inglés?

—Sí.

—Así que si le doy un periódico, no tendría problemas para leerlo, ¿verdad?

—No.

—Si digo algo durante este interrogatorio que no comprenda, dígamelo y se lo aclararé.

—De acuerdo.

—¿Se encuentra en estos momentos bajo el efecto del alcohol o las drogas?

—No.

—¿Entiende que se encuentra detenido por la desaparición de Samantha Willis?

—Eso es lo que el oficial me dijo en el arcén de la carretera.

—Antes de hacerle ninguna pregunta, debo aclararle que tiene derecho a guardar silencio. Esto significa que no tiene que decir nada ni responder a ninguna pregunta ni hacer ninguna declaración a menos que así desee hacerlo. No obstante, si dice algo o hace cualquier declaración, lo que diga se podrá utilizar más tarde como prueba. ¿Ha entendido esta advertencia?

—Sí.

—Tiene derecho a telefonear o a hablar con un amigo o pariente a fin de informar a esa persona de su paradero actual y pedirle que asista al interrogatorio. También tiene derecho a telefonear o a hablar con un abogado de su elección para informarle de su paradero actual y concertar o intentar concertar que el abogado esté presente durante el interrogatorio. Si desea telefonear o hablar con cualquiera de esas personas, el interrogatorio se retrasará a tal fin durante un tiempo razonable. ¿Desea telefonear o hablar con alguien?

—¿Por qué habría de desearlo? No he hecho nada malo.

Janine levantó la vista hacia Black, que le sostuvo la mirada sin inmutarse. Ella y Sean habían analizado brevemente lo que podían esperar de él y qué enfoque adoptar durante el interrogatorio. Pensaron que se mostraría educado y colaborador y que lo negaría todo. En ese momento, se estaban calibrando mutuamente. El camarero se estaba comportando con normalidad, esperando a ver de qué lo acusaba y cuánto sabía ella.

Por su parte, Janine contaba con la ventaja de la ignorancia de Black. Su aspecto desaliñado sugería que se había pasado el último día en el bosque. Quizá no hubiera estado en casa todavía y no supiera que ya la habían registrado y habían triangulado su teléfono.

Habían hablado por teléfono con Bill sobre la conveniencia de esperar a que la Científica examinara la camioneta antes de interrogarlo. Hacerlo sudar un poco. Al final, decidieron no esperar. Si había una posibilidad, por remota que fuera, de que Sammi siguiera viva, el tiempo apremiaba.

Siempre podrían volver a interrogarlo cuando tuvieran más pruebas. Black ya había pasado por la humillación de que le hubieran quitado la ropa para buscar posibles pruebas y fotografiado todos los arañazos y marcas de su cuerpo. Estaba sentado ante ellos ataviado con un chándal que no era de su talla, de un color conocido como marrón carcelario.

También era posible que confesara y respondiera a todas sus preguntas. Posible aunque no probable, pensó Janine, mientras evaluaba la cara de póquer de Black.

—¿Admite que hoy se estaba dirigiendo hacia el norte por la carretera de Dawson en una camioneta blanca, matrícula de Queensland 542GCU, cuando fue interceptado por un oficial de policía?

—Sí.

—Y que el oficial le detuvo por el secuestro de Samantha Willis y lo trasladó aquí, a Emerald.

—Sí.

—¿Así que conoce a Samantha Willis?

El camarero negó lentamente con la cabeza.

—Creo que no. Aunque conozco a muchas mujeres por mi trabajo en la barra. Podría haberla conocido allí y no saber su nombre.

—¿Cuándo fue la última vez que estuvo en el trabajo?

—Hummm… el viernes por la noche. Terminé a eso de las cinco de la madrugada.

—¿Adónde fue después de terminar de trabajar?

—Me fui a casa.

—¿Estuvo solo?

—Sí.

—¿Se fue antes de terminar su turno?

Black reflexionó un poco.

—No, no que yo recuerde.

—¿A qué hora termina su turno?

Black se quedó pensativo, y Janine supuso que se había dado cuenta de hacia dónde iba ella.

—Mi turno acaba a las cinco, pero esa noche me largué antes —se aventuró Black—. Puse una excusa falsa acerca de un problema familiar para poder salir.

—Entonces ¿a qué hora se marchó realmente?

—Ahora que lo pienso, debían de ser cerca de las cuatro —respondió Black.

—¿Está seguro?

Él se encogió de hombros y no dijo nada más.

—¿Podría responder de palabra para que se oiga? —Janine quería dejarle claro quién mandaba allí.

—Entre las cuatro y las cuatro y media.

—¿Qué hizo después de salir del bar?

—Cogí y me fui a casa.

—¿Directamente? ¿Sin ninguna parada?

—Directo a casa.

—¿Dónde tenía aparcado su vehículo?

—En el aparcamiento trasero, detrás del bar.

—¿Y qué vehículo conducía?

—Mi camioneta. La misma en que me pararon.

—¿Qué camino tomó para ir a casa?

—Esto… no lo recuerdo —respondió Black. Sus ojos se desplazaron rápidamente de un policía a otro, y se removió incómodo en el asiento.

—¿No hay un camino que siga habitualmente para ir a casa? —preguntó Janine.

—¿Y eso qué importancia tiene?

—Gracias, pero yo haré las preguntas —le respondió ella, cortante.

Había cogido a Black en un par de mentiras. Solo eran mentirijillas, pero se daba cuenta de que el sospechoso estaba inquieto. Él trataba de no demostrarlo, pero en ese momento se estaba moviendo con nerviosismo e hincaba las uñas en un trozo suelto del plastificado del reposabrazos de la silla. Janine dejó que se produjera un largo silencio, mientras tomaba notas y revolvía unos papeles para dilatar la incomodidad del camarero. Entonces cambió de táctica.

—¿De dónde venía cuando fue detenido? —preguntó.

—Tenía el fin de semana libre. Me fui a cazar al bosque.

—¿Adónde?

Black sacudió ligeramente la cabeza.

—Ya no me acuerdo.

Janine decidió fingir que por el momento lo creía.

—¿Quién estuvo con usted?

—Nadie. Solo mi perro.

Como ella esperaba, Black se estaba haciendo el tonto.

—Cuando lo detuvieron, iba en dirección opuesta a la de su casa.

—Me dirigía a otra parte.

—¿Adónde?

—Un poco más al oeste.

—¿Adónde?

—He olvidado el nombre. Solo sé cómo llegar allí.

—¿Y qué hay del trabajo? Dijo que tenía el fin de semana libre. Pero anoche le estaban esperando en el bar.

—Pedí libre el fin de semana. Creí que me lo habían dado. Me equivoqué. —Y acompañó su respuesta con un encogimiento de hombros.

Janine no estaba llegando a ninguna parte, así que decidió ir al grano y observar la reacción de Black.

—Usted se llevó a Samantha Willis al bosque. —Fue una afirmación, no una pregunta.

—No, ni siquiera la conozco. ¿Por qué cree siquiera que la conocía?

Janine se percató de que Black trataba de sonsacarla para averiguar cuánto sabía la policía y qué mentiras tenía que contar.

—Porque se subió a su vehículo en el exterior del bar.

La expresión del camarero cambió en el acto y Janine la observó atentamente.

—¿Alguien la vio subir a mi coche? ¿Están seguros de que era ella? Tendrán que discurrir algo más que eso. —Lo dijo con la autocomplacencia reflejada en el rostro.

—Samantha estuvo en su camioneta. Solo le estoy dando la oportunidad de que se explique.

Black se quedó pensando, como sopesando sus alternativas.

—Ah, ya sé de quién está hablando —dijo, fingiendo sorpresa—. Le eché una mano a una chavala. Le había servido en el bar y más tarde la vi en la entrada cuando me marchaba. Estaba esperando un taxi, pero a esas horas de la noche no hay nadie por allí, así que me apiadé de ella y la llevé a casa. Ni siquiera sabía cómo se llamaba. Samantha, ¿eh? ¿Una chica rubia?

Janine sabía que hasta ahí habían conseguido llegar en su anterior interrogatorio, cuando la policía había hablado con él sobre la prostituta desaparecida. En aquella ocasión se había salido con la suya; naturalmente, lo iba a intentar de nuevo.

—Me acaba de decir que estaba solo cuando se marchó del bar —dijo ella.

—Solo la llevé a unas calles de allí. No se vino a casa conmigo. Ni se me ocurrió. Lo hago bastante a menudo. A esas horas de la madrugada las calles no son seguras. La dejé en el centro comercial de Forest Lake; a partir de ahí pudo ocurrirle cualquier cosa.

—Seguimos el rastro de Samantha hasta la casa de usted por su teléfono.

—No, no hicieron tal cosa. Se está marcando un farol. Los teléfonos no se pueden rastrear a menos que la persona esté haciendo una llamada.

—Se equivoca. Triangulamos el teléfono de ella hasta que usted lo desconectó en su casa.

El camarero guardó silencio y clavó la vista en el suelo. Janine casi podía ver girar sus engranajes mentales mientras Black trataba de encontrar una respuesta.

—Se le debió de caer dentro de la camioneta cuando se apeó —dijo, mirando a los ojos a Janine.

—¿También se apagó solo?

—Tal vez se quedara sin batería. Puedo echar un vistazo a ver si lo encuentro, cuando salga de aquí.

—No se preocupe por eso, ya nos ocupamos nosotros. ¿Qué más vamos a encontrar en la camioneta? La sangre del canguro no lo va a cubrir todo, ¿verdad?

—Bien, díganmelo si encuentran algo.

—¿Quiere hablar de nuevo después de la comprobación?

—No tengo nada más que decir sobre si alguien vio a una mujer en mi coche ni sobre ninguna dudosa señal telefónica.

«Capullo engreído», pensó Janine, mirándolo fijamente. Ella le había mostrado sus cartas y no había sido suficiente. Black le había dado respuestas que no llevaban a ninguna parte. Tendrían que esperar y confiar en que la Científica hallara algo.

Janine decidió cambiar de táctica.

—De acuerdo, no le haré más preguntas sobre Samantha. Pero encontramos algunas cosas en su casa sobre las que quiero hablar.

—¿Qué? —El pánico apareció en la cara de Black.

—Sí, ayer realicé un registro de su casa por orden judicial —explicó ella, observando el rubor que ascendía por el cuello del sujeto. Casi podía verle realizar un inventario mental de lo que la policía podría haber encontrado.

—Ustedes no pueden registrar mi casa si no estoy presente —dijo, y la ira acrecentó su enrojecimiento.

—Claro que podemos —aseveró Janine, permitiéndose una pequeña sonrisa para ver si eso lo ponía más nervioso—. Fue legal. Todo lo que encontramos se admitirá en juicio.

Black se llevó una mano a la cara y se frotó la frente. Justo en el nacimiento del pelo se veían ya unas gotitas de sudor.

—Bueno, ¿y qué encontraron? —preguntó. Pretendía volver a parecer tranquilo.

—Algunas cosas interesantes —respondió Janine con suavidad, mirándolo fijamente sin inmutarse.

—No, no encontraron nada —replicó él, burlándose de ella—. No hay nada que encontrar.

—Bueno, empecemos con la ropa interior de mujer escondida en el cajón inferior de su cómoda.

Black le sostuvo la mirada. Un momento de reflexión mientras ponía en orden sus pensamientos.

—Pertenecen a antiguas novias. Recordatorios de unos buenos polvos. Recuerdos de chochitos. Nada ilegal. —Lo dijo como si pensara que podía impresionarla con obscenidades.

—¿Y a quién pertenecen?

—A antiguas novias, ya se lo he dicho.

—¿Y cómo se llamaban? —insistió Janine.

Él se encogió de hombros.

—No lo recuerdo. ¿A quién le importa? No eran más que unas zorras.

—Nos importa a nosotros. Y podremos cotejarlas con los perfiles de ADN.

Janine volvía a tener el control. Observó la trayectoria —arriba, abajo— de la nuez de Black cuando tragó saliva con dificultad.

—Si, como dice, fueran recuerdos no las habría lavado.

Ninguna respuesta. La mano regresó a la frente y luego cubrió los ojos. No podía ocultar las mejillas encendidas.

—¿Las huele? ¿Es eso lo que le gusta hacer? —preguntó Janine.

Era plenamente consciente de que todo lo que decía y hacía estaba siendo grabado y de que probablemente sería reproducido en la sala de un tribunal. Tenía que andar por la fina línea que separaba la provocación a Black y la obtención de la información que tanto necesitaba.

—¡Que la jodan! —En esta ocasión el atisbo de agresión detrás de su mirada fija e inexpresiva no inducía a error.

—¿A quién pertenece la ropa interior? —insistió Janine.

—Se cree jodidamente lista, así que resuélvalo usted —soltó Black.

—Eso haré. Tenemos a la Científica analizando con lupa su camioneta, tenemos las grabaciones de las cámaras de seguridad, tenemos sus mapas, tenemos a la gente que llama con información sobre usted. Es solo cuestión de tiempo. No sea obstinado solo por serlo —aconsejó Janine.

—Ya me he hartado de esto. Vuelvan a llevarme al jodido calabozo —dijo, cruzando los brazos.

Ambos se sostuvieron la mirada durante un instante.

«Es el momento de volver a cambiar de tema», se dijo Janine.

—Estaba muy lejos de Captain’s Creek. ¿Se dirigía a la frontera?

Black la miró con expresión de sobresalto cuando mencionó Captain’s Creek, pero duró tan poco que Janine podría haberse confundido si no lo hubiera estado observando tan atentamente.

—No sé de qué me está hablando —dijo él, levantando el labio en una mueca de desdén.

—¿Estaba huyendo hacia la frontera? —espetó ella.

La miró fijamente, entornando los ojos y contrayendo el rostro mientras trataba de contraatacar ante aquel ataque inesperado.

—Hemos empezado la búsqueda en Captain’s Creek —añadió Janine.

Vio que la comisura de la boca de Black se contraía. Estaba en el buen camino.

—Vamos a encontrarla —prosiguió ella, sin alterarse.

—No, no la encontrarán —respondió Black atropelladamente. Entonces cerró la boca de golpe, como arrepintiéndose de la frase.

Fue solo un pequeño error. Pero era uno.

—La dejó en Captain’s Creek.

Él movió los ojos de un lado a otro rápidamente, incapaz de sostenerle la mirada a Janine.

—Estoy harto de esto —se quejó—. Tienen que darme algo de comer, puesto que estoy detenido. Tengo hambre y sed. Exigo que me den de comer y beber.

—¿Cuánto tiempo hace que se marchó de Captain’s Creek? —preguntó Janine.

—No sé de qué me habla. No voy a responder a ninguna pregunta más. Usted me dijo que tenía ese derecho.

Lo agitado de su lenguaje corporal no se correspondía con sus palabras.

—Sí, eso es correcto —respondió Janine. Intercambió una mirada con Sean. Aunque apenas se conocían y nunca habían trabajado juntos, él supo que le tocaba interpretar el papel de poli bueno.

—Va, amigo, esta es tu oportunidad de dar tu versión de la historia —intervino Sean, inclinándose un poco hacia delante para mirarlo a los ojos.

—Yo no soy su amigo —respondió Black con brusquedad.

—Lo siento, Don. Pero no desperdicies tu oportunidad —reiteró Sean, asintiendo con la cabeza.

—No sé una puta mierda de esto. Están perdiendo el tiempo —espetó Black.

—No; eres tú quien está perdiendo tu tiempo. A mí me pagan por esto. Tú sabes algo al respecto de este caso, eso lo sabemos. Así que ahora tienes la oportunidad de explicarte. Vamos, no quieres pasar por toda esta mierda otra vez —dijo Sean, persuasivamente.

—La dejé en la calle. No me pueden hacer responsable de nada que le sucediera después de eso. Esa zorra estúpida acabó seguramente en una orgía con la guarra de su amiga y aquellos hombres con los que estaba. ¿Por qué no los interrogan a ellos?

—¿Así que la estuviste observando en el bar? —inquirió Sean.

—Claro. La gente que se comporta así en público es que quiere que la miren. Está tratando de retorcerlo todo. ¡He terminado! Eso es todo. Tengo que mear y necesito comer algo. Conozco mis derechos. No voy a decir nada más.

—No hay ningún problema. Podemos parar para comer un poco si eso deseas. Y luego, una vez que termines, volveremos a empezar desde el principio —dijo Sean.

Janine sabía que ya era inútil. Black sabía que había hablado demasiado. Había tratado de engañarles y se había marcado un gol a sí mismo.

Aun así, hizo un intento más.

—¿Hay alguna cosa más que desee decir en relación a este asunto?

—No —dijo Black, mirando la pared.

—¿Ha sido usted amenazado o se le ha hecho alguna promesa u ofrecido algún incentivo para que tomara parte en este interrogatorio?

De nuevo, la mirada de Black se perdió en un punto de la pared detrás de la cabeza de Janine.

—No —dijo.

—¿Se le informó de su derecho a permanecer en silencio al principio del interrogatorio?

—Sí. Y eso es lo que estoy haciendo ahora. Estar callado. No tengo nada más que decir.

Janine dejó que se produjera una pausa lo bastante larga para confirmar que Black hablaba en serio.

—De acuerdo, son las 14.15 horas. En este momento pongo fin a este interrogatorio —dijo luego.

Pulsó el botón de parada y la grabadora de DVD se apagó con un chasquido. Sean se levantó a su lado. Entonces se volvió para alzarse amenazadoramente sobre Black, que seguía sentado.

—Sabes que ella es policía, ¿verdad? —le dijo en voz baja.

Black mostró una expresión ausente que no revelaba nada.

—Te vamos a empapelar, cabrón —le espetó Sean, abandonando su rol de poli bueno. De pronto se adelantó y abrió la puerta de la sala con un violento tirón. Entraron dos oficiales, esposaron a Black y se lo llevaron a los calabozos.

Janine y Sean permanecieron en la sala.

—Así que él supone que no seremos capaces de encontrarla en Captain’s Creek —dijo ella—. No dijo que Samantha no estuviera allí, solo que no la encontraríamos. ¿Es así como lo entendiste también?

—La expresión de su cara cuando mencionaste Captain’s Creek… eso me lo dijo todo. Ni siquiera sé de qué lugar estás hablando, pero ahí diste en el blanco.

—Lo hemos reducido a dos territorios de la reserva natural donde creemos que pudo haberla llevado. Me parece que al final es Captain’s Creek.

—A juzgar por su reacción, me parece que tienes razón —dijo Sean.

—Había estado observando a Sammi y a su amiga. La eligió a ella porque sabía que se iba a marchar sola.

—No tengo duda de que es un depredador.

—¿Viste qué cara puso cuando le dije que la habían visto en su coche? —preguntó Janine.

—Sí, de alivio. Pensó que teníamos algo más que eso y una señal de una torre de telefonía.

—Primero de sorpresa y luego de alivio, me parece. Echó mano de la misma excusa que utilizó con la prostituta. Y luego se calló porque se dio cuenta de que sabíamos menos de lo que él creía. Eso significa que ha dejado más pruebas tras él. Tenemos que encontrarlas —concluyó Janine.

Domingo, 14.20

El oficial de la Policía Científica esperó a que metieran la camioneta. Aunque a la sazón su labor era mayormente burocrática, Bevan Rostrum decidió llevar a cabo él mismo aquella tarea. Había oído la historia, sabía lo que encontraría en la caja y que probablemente sería muy difícil hallar algún rastro de ADN. Debería hacerlo lo mejor que pudiera, lo cual significaba ser meticuloso y exhaustivo. Si aquella oficial había estado en la trasera de esa camioneta, él encontraría algo.

Tenía a un subordinado con él. Los dos iban enfundados en sendos monos azules, con capuchas que les cubrían el pelo. Guantes, fundas en los zapatos, gafas de seguridad y mascarillas antipolvo; era imprescindible que el ADN de ellos mismos no contaminara la camioneta, que estaba considerada el escenario de un crimen. Los resultados que obtuvieran podrían ser un elemento esencial en la inculpación del sospechoso.

Trabajaron metódicamente, la mayor parte del tiempo en silencio. Empezaron extrayendo la cubierta de la camioneta. Bevan la fotografió, buscando arañazos y manchas. No quedó una sola marca sin inspeccionar, fotografiar y anotar. Luego, el oficial cogió una brocha suave y un frasco de polvo de huellas. Tres sacudidas contra la cara interior de la cubierta, y apareció un juego completo de huellas de manos. Estaban extendidas, y los dedos señalaban en diferentes direcciones.

—Vaya, esto ha sido realmente fácil —dijo.

Se levantó y cogió un formulario que contenía un juego completo de huellas dactilares. Eran de Sammi, las que había proporcionado cuando fue admitida en la policía. Bevan realizó una rápida comparación visual con las huellas de la camioneta, luego se apartó del vehículo y sacó su móvil del bolsillo.

—Hola, soy Bevan, de la Científica… Solo era para decirte que ya puedo confirmar que tu poli desaparecida estuvo en la trasera de esta camioneta. Parece que llevaba las manos atadas, y dejó sus huellas de manera deliberada. Volveré a llamarte en cuanto termine… Sí, adiós.

Devolvió el teléfono a su bolsillo y siguió espolvoreando.

Al final, su informe llenó seis hojas. Había localizado siete puntos con huellas dactilares, entre totales y parciales, en el interior de la cubierta y en los laterales de la caja. La mayoría eran de ambas manos, con las palmas juntas y los dedos apuntando en direcciones opuestas, lo que indicaba que la persona estaba maniatada. Bevan confirmó lo que todos se temían: Sammi había estado allí contra su voluntad.

También incluyó fotos del rifle del sospechoso. Había cuatro muescas labradas en fila en la culata de madera. Parecía ser una cuenta.

Bevan tomó muestras de sangre de la caja para enviar a analizar. Los canguros tenían diferente tipo de sangre que los humanos, pero el volumen de sangre de canguro hacía improbable que otra cosa que llevara mezclada se pudiera identificar. Así pues, él podía confirmar que Sammi había estado viva en la camioneta, pero no podía saber si había muerto en el mismo lugar.

Todavía había demasiadas preguntas sin respuesta. Y no sabían si estaban buscando a una mujer viva o su cadáver.

Domingo, 14.37

Diversas informaciones inundaron la sala de la Operación Eco.

Janine telefoneó a Bill para ponerlo al día sobre el interrogatorio.

—¿Conseguiste que confesara? —preguntó él.

—Eso será imposible. Le pillamos en varias mentiras. Es un bastardo perspicaz. Se hace el tonto, mientras espera a ver qué sabemos.

—¿Y qué conseguiste sacarle?

—Se puso a sudar la gota gorda cuando le pregunté por Captain’s Creek. Cuando le dije que íbamos a encontrar a Sammi, dijo literalmente: «No, no la encontraréis». Como si la hubiera llevado allí, pero que no íbamos a ser capaces de encontrarla.

Bill gruñó a través del teléfono.

—Negó conocerla, y luego, cuando se enteró de que la habían visto subir a su camioneta, dijo que la había llevado hasta el centro comercial —prosiguió Janine—. La cuestión es que él pensaba que sabíamos más. Menuda cara de alivio puso. Esperaba que hubiéramos encontrado algo o tuviéramos alguna prueba. En cuanto se dio cuenta de que solo teníamos un par de pistas y algunas corazonadas, cerró el pico y no dijo nada más.

—¿Qué creía él que sabíamos? —preguntó Bill—. ¿Qué te dice tu intuición al respecto?

—Lo estuvimos hablando Sean y yo antes de llamarte. No hay duda de que se la llevó, pero él pensaba que teníamos más pruebas. Aunque por su manera de reaccionar a nuestras preguntas, ambos coincidimos en que debió de temer que teníamos algo que lo relacionaba directamente con Sammi. Creo que hay una posibilidad de que ella lograra huir. No sabemos dónde está, pero quizás él tampoco.

Bill estudió una lista que tenía encima de la mesa. La Oficina de Personas Desaparecidas había proporcionado una relación de todos los casos sin resolver de mujeres en Queensland desde que Donald Black se había trasladado a vivir al estado hacía cuatro años. La lista incluía los datos personales, la fecha de su desaparición, el lugar donde se la había visto por última vez y un resumen de la investigación. Era una lista breve, de solo cinco nombres. Bill había estado comparando los datos de la lista con los aportados a Prevención del Crimen por Graham Tunney.

—Hemos tenido una interesante llamada a Prevención del Crimen —dijo, jugueteando con la esquina del papel que tenía delante—. Unos tíos que estaban de caza se encontraron con Black y su perro en circunstancias sospechosas.

—¿Dónde y cuándo? —se apresuró a preguntar Janine.

—En Captain’s Creek, a principios de año. La fecha coincide con otra prostituta dada por desaparecida. Fue vista por última vez en la ciudad.

—Esa es mucho más reciente que la pobre mujer de la Reserva Natural de Yonga —dijo Janine.

—Hubo otra llamada a Prevención del Crimen. De una ex de Black. Una noche creyó que él la iba a matar y Black dijo algo sobre ir a ver al capitán.

—¿De verdad? ¿Y necesitas algo más que eso? —repuso Janine—. ¡Se llevó a Sammi a Captain’s Creek!

—Sí, parece que sí. Ya hay dos guardas forestales de camino hacia allí. Aunque el comisario es de la opinión de que deberíamos concentrar nuestros recursos en Yonga, porque allí tenemos pruebas tangibles. Tenemos un cadáver de verdad y no especulaciones.

—¿Dos forestales? ¿Eso es todo lo que podemos hacer? ¿Y si sigue viva? —Se impacientó Janine.

—Hemos de ser realistas, Janine. Tenemos una idea bastante aproximada de quién es este sujeto y de lo que ha estado haciendo. Pero ¿crees que se llevó a Sammi de merienda al bosque? ¿Que la abandonó allí y dejó que se fuera a dar un paseo? —señaló Bill—. Tenemos a un sospechoso, pero estamos buscando otro cadáver, ¿no es así?