El viento susurraba entre los árboles de la reserva natural de Yonga. Secretos murmurados al viento, pensó Sylvia Notting distraídamente. Adoraba los paseos vespertinos a caballo por el bosque, dejando que su cabalgadura deambulara por el agreste sendero mientras su perro kelpie olisqueaba y alborotaba por los alrededores. Ziggy siempre estaba en movimiento. Corría arriba y abajo por el sendero, espantando pájaros y lagartijas. Sylvia lo oyó escarbar en la tierra detrás de un gran eucalipto cuando pasó lentamente por su lado.

—Venga, Ziggy —lo llamó.

El perro atravesó con estrépito la maleza y apareció como una exhalación en el sendero delante de ella, llevando algo grande en la boca. No era un palo. Ella tiró de las riendas para detener el caballo y se inclinó tendiendo la mano.

—Gracias, Ziggy.

El perro agachó la cabeza, nada contento con tener que entregar su hallazgo. Sylvia agarró aquello por la punta y lo sacudió un poco hasta que el chucho lo soltó. Giró el pálido objeto plano en la mano hasta que un rayo de luz vespertina incidió en su superficie.

Un hueso. Sylvia sintió curiosidad.

Más concretamente, una escápula. Un omóplato.