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Uno de los fornidos guerreros astures se acercó a Xoan, que continuaba con su ritual frente a los vizcaínos. Llevaba una capa ajustada al hombro con broches en forma de águila hechos de metal y pasta vítrea, y un casco adornado con unas astas de ciervo.

—Los germanos ya están ahí, Nuberu —dijo—. Se están desplegando en silencio, como si pretendieran sorprendernos.

El anciano tuerto asintió y bajó las manos. Se dirigió a los tres vizcaínos que admiraban el suave resplandor que ahora emitían sus espadas. La magia del Nuberu era la más poderosa, y ellos eran capaces de reconocerla y valorarla.

—Amigos míos —les dijo Xoan—. Parece ser que aquí nos separamos… Para mí ha sido un privilegio conoceros, y si no sobrevivimos a esta noche ojalá que nuestros caminos vuelvan a cruzarse, aunque sea en la otra vida…

Los vizcaínos le saludaron con una profunda reverencia y luego se dirigieron hacia la fachada de madera del sidhe. Agote le pidió al astur que le mostrase al enemigo.

Íñigo se acercó al Nuberu. Sus ojos llameaban de ira.

—Anciano —le dijo—, no es mi estilo salir corriendo cuando va a empezar el combate…

Xoan colocó una mano sobre su hombro.

—Te aseguro, hijo mío, que viniendo con nosotros vas a correr riesgos mucho mayores que quedándote aquí para luchar contra sólo unos centenares de lansquenetes.

Se acercó al dominico que esperaba sentado al fondo de la cueva.

—Tú te quedas aquí —le dijo.

Bernardo se puso en pie y lo miró desafiante.

—En el momento en el que te vayas, uno de esos vizcaínos me cortará el cuello.

—Espero que no. Aún no sé cuál es tu papel en todo esto y quisiera tener tiempo para averiguarlo.

—Tú lo has dicho antes. Nuestro hermano Jacobus participó en algunos de los encantamientos que prepararon el camino para el retorno del Mesías-Imperador. Nos engañó a todos, incluso al papa que quedará en entredicho si se llegase a conocer que uno de los autores del Malleus Maleficarum era realmente un brujo, y que su texto revelaba el verdadero poder de la magia que es capaz de desafiar incluso a Dios.

—Pero Jacobus lleva más de veinte años muerto…

—Dormido en éxtasis más bien. Pero ya me aseguré yo de que no volviera a despertar, no tengas cuidado. Ahora mi único deseo es borrar todas las huellas de su maldad, porque si el Mesías-Imperador regresa se dice que acabará con nuestra Santa Iglesia. Así que, de algún modo y por una vez, dominicos y brujos somos aliados… Aunque hay algo que no entiendo, Nuberu. Si tenéis a Carlos en vuestro poder, ¿por qué no destruís su cuerpo y acabáis así de una vez por todas con el problema?

Entonces sonó un estampido que hizo temblar la pared de madera. Saltaron algunas astillas que se esparcieron como metralla por el interior del sidhe.

—¡Se acabó el sigilo! —gritó Agote volviéndose hacia ellos—. Será mejor que os marchéis de una vez.

—No sé si es verdad que somos aliados… —le dijo el Nuberu al dominico—, y por ello no espero que lo entiendas todo, ni pienso explicártelo yo tampoco. Pero de lo que estoy seguro es de que no quiero tenerte acechando a mi espalda. Tú te quedas aquí, y ya hablaremos de todo eso más tarde. Pero no te preocupes, le he ordenado a Agote que no sufras ningún daño hasta mi regreso.

—Entonces aquí me quedo —aseguró Bernardo llevándose una mano al pecho.

El Nuberu se volvió hacia Luis y Cèleste y les indicó el túnel recién abierto en la pared de la cueva. Íñigo entró en primer lugar, con su espada desenvainada. Tras él fueron Luis y la bruja, y Xoan Cabritu entró el último. Mientras tanto, los arcabuzazos llovían como granizo sobre la fachada de madera del sidhe.

—¡Empieza la batalla! —gritó Bañat agitando la espada por encima de él.