CAPÍTULO 47
Cómo había sabido Grievous que debía atacar el República Quinientos?, se preguntó Mace mientras el tren de suspensión magnética viajaba a trescientos kilómetros por hora hacia el túnel que lo conduciría hasta el Distrito del Senado.
Kit Fisto, Shaak Ti, Stass Allie y él habían subido al tren en la plataforma del República Quinientos, y se encontraban en el vagón que los Túnicas Rojas del Canciller Supremo habían requisado a la fuerza, el segundo de un convoy de veinte. Mace tuvo un atisbo fugaz de Palpatine a través de un hueco en el círculo protector que los guardias mantenían en torno a él, con su cabeza de melena gris agachada, en una postura que tanto podía expresar angustia como profunda concentración.
¿Cómo lo había sabido Grievous?, volvió a preguntarse Mace.
Muchos habitantes de Coruscant sabían que Palpatine tenía una suite en el República Quinientos, pero su situación exacta era un secreto bien guardado. Y lo que era más importante, ¿cómo sabía Grievous que Palpatine se encontraba allí y no en alguno de sus muchos despachos?
No todo podía ser responsabilidad de Dooku.
Era concebible que Dooku le hubiera dado a Grievous los datos de las hiperrutas que bordeaban los límites exteriores del Núcleo Profundo, ya que el Conde pudo extraerlos de los archivos Jedi antes de abandonar la Orden, probablemente mientras borraba de los bancos de datos cualquier mención sobre Kamino. De la misma forma, Dooku pudo proporcionar las coordenadas orbitales de los satélites de comunicaciones y de los espejos, y hasta la información táctica respecto a la localización de los generadores de escudo de superficie. Pero Palpatine fue elegido Canciller Supremo después de que Dooku abandonase Coruscant para regresar a Serenno, y, por entonces, unos trece años atrás, Palpatine aún vivía en una torre cerca del Edificio del Senado.
Así que, ¿cómo sabía Grievous que tenía que ir al República Quinientos?
¿Sidious?
Si era verdad que cientos de senadores estaban bajo la influencia del Señor Sith, aunque fuera durante un corto espacio de tiempo, éste pudo tener acceso a los niveles más elevados de información confidencial. Tal como temía el Consejo Jedi, la red de agentes de Sidious podía haberse infiltrado hasta los mismos mandos militares de la República. ¡Y eso sugería que el ataque a Coruscant podía haberse planeado desde muchos años antes!
Mace captó otra imagen de Palpatine, aislado por las flotantes túnicas rojas de sus guardias personales. No era el mejor momento para interrogarlo acerca de sus confidentes más íntimos.
Pero Mace haría todo lo posible para encontrar tiempo.
Se preguntó por un momento qué habría sido del equipo del capitán Dyne. En el supuesto de que éste hubiera cancelado la búsqueda de Sidious al poco de comenzar el ataque, Inteligencia no habría enviado un segundo equipo de búsqueda para unirse a Dyne y Valiant, pero tampoco habían recibido noticias de ellos, ni siquiera al restablecerse las comunicaciones con el Distrito del Senado.
Shaak Ti tampoco vio rastro de ellos mientras escoltaba a Palpatine por el subsótano del República Quinientos.
¿Habrían sido Dyne y sus comandos víctimas del ataque de Grievous? ¿Estarían atrapados en alguna parte, bajo una nave de transporte derribada o bajo toneladas de cascotes de ferrocemento?
Otra preocupación más acosaba a Mace.
Los demás vagones del tren estaban repletos de personas que intentaban huir del Senado y de los distritos financieros. De no ser por la intervención de Palpatine, sus guardias habrían requisado todo el convoy, pero el Canciller Supremo no les dejó hacer algo así. Shaak Ti había contado a Mace y a Kit la inicial negativa del Canciller Supremo a abandonar su suite, y Mace no sabía cómo tomárselo. Al menos ahora ya iban camino del búnker. La línea de tren magnético no llegaba hasta el complejo, pero la primera parada en Sah’c quedaba cerca de un sistema de puentes colgantes y turboascensores que sí lo hacían.
La luz se filtraba en el vagón a través de las ventanas tintadas.
El tren estaba entrando en el túnel Heorem, una especie de madriguera que no sólo permitía el paso del veloz tren, sino que también acomodaba dos líneas de autonavegación y tráfico libre en cada dirección, atravesando algunos de los edificios más grandes del Distrito del Senado. Las líneas que se dirigían hacia el Sur, a la derecha del convoy, se alejaban del distrito y estaban atestadas de transportes públicos y aerotaxis. En contraste, las que se dirigían al Norte iban casi vacías, ya que el tráfico era desviado para que no llegase al Distrito del Senado.
Un borrón de luz pasó junto al costado izquierdo del vagón y atrajo la atención de Mace, que se acercó a la ventana más próxima. Por el carril que se dirigía hacia el Norte, pero volando en dirección contraria, hacia el Sur, dos droides buitre intentaban alcanzar el tren. Antes de que Mace pudiera gritar una sola palabra de advertencia, el cañonazo de una de las naves enemigas abrió una serie de agujeros en la achatada nariz de un transporte que circulaba por el carril autonavegable. El transporte explotó instantáneamente, enviando una lluvia de metralla contra los vehículos que lo rodeaban y casi arrancando al tren magnético de su raíl-guía.
Los gritos de los habitantes de Coruscant llegaron hasta el vagón de Palpatine.
—¡Cazas buitre! —gritó Mace a los Jedi y a los Túnicas Rojas.
Bajando la ventana, vio cómo uno de los droides se elevaba por encima del tren para descender al lado opuesto, en medio de la ruta libre, dando origen a una sucesión de colisiones que desparramó deslizadores, aerotaxis y aeroautobuses por todo el túnel. Dos vehículos chocaron de costado con el tren y rebotaron hasta la calzada autonavegable, iniciando una segunda serie de accidentes fatales.
El droide responsable de las colisiones ascendió repentinamente y desapareció de la vista. Un segundo después, un penetrante sonido metálico llegaba hasta Mace procedente de alguna parte detrás del tren. Miró por el cristal tintado y vio cómo llovían chispas por los costados redondeados del vagón. Por las rejillas de ventilación empezó a entrar un olor a metal fundido. Del vagón siguiente al de Palpatine les llegó un tumulto de lamentos aterrorizados y el golpeteo de manos y pies contra la puerta que comunicaba ambos vagones.
Un weequay que formaba parte del personal de seguridad del tren y que viajaba en ese vagón miró a Mace.
—¡No podremos contenerlos!
Mace se giró hacia Shaak Ti y Allie.
—¡Trasladad al Canciller al próximo vagón!
Shaak Ti lo contempló como si se hubiera vuelto loco.
—¡Está atestado de gente, Mace!
—Ya lo sé. ¡Busca una solución!
Hizo una seña a Kit Fisto y se dirigió con él al fuelle de seguridad que unía los vagones. Ambos activaron sus sables láser. Al ver los sables púrpura y azul, los pasajeros aglomerados frente a la ventanilla de la puerta empezaron a retroceder, luchando contra los que seguían empujando para acceder al vagón delantero.
Cuando despejaron los alrededores de la puerta que comunicaba los vagones, Mace dijo al weequay que la abriera. Sin vacilar, Kit y él atravesaron el fuelle y entraron en el vagón, donde pasajeros de distintas especies se apiñaban en los asientos a ambos lados del ancho pasillo. El viento aullaba en todo el vagón a causa de un dentado boquete abierto en el techo, a través del cual se habían dejado caer media docena de droides de infantería.
Mace se permitió un instante de perplejidad. Los droides de combate no podían provenir de los cazas que había visto, y eso significaba que una tercera nave separatista volaba cerca del tren.
Los droides abrieron fuego.
A los pasajeros pegados a las ventanas la situación debía de parecerles desesperada. No porque los dos Jedi no pudieran desviar la lluvia de láseres dirigidos contra ellos, sino porque no podrían desviarlos sin que alguno rebotase contra los ocupantes del vagón. Pero los pasajeros no sabían que uno de los Jedi era Mace Windu, del que se rumoreaba había destruido en combate personal un tanque sísmico en Dantooine, y que el otro era Kit Fisto, el héroe nautolano de la Batalla de Mon Calamari.
Juntos, devolvieron algunos láseres contra los mismos droides que los habían disparado. Otros los enviaron siseando a través de la abertura del tejado, logrando además alcanzar en el vientre a uno de los cazas buitre, enviándolo a su muerte en algún lugar bajo la vía magnética. Chispas y humo revoloteaban por todo el vagón, brazos y piernas metálicos volaron incontrolablemente, pero Mace y Kit recurrieron a la Fuerza para controlarlos. Algunos habitantes de Coruscant recibieron el impacto de miembros descontrolados, pero el Jedi se ocupó contra viento y marea de que ninguno recibiera una herida grave.
En cuanto cayó el último droide, Mace saltó hacia arriba, a través del agujero del techo, y aterrizó agachado en el tejado, con el viento azotando su túnica y su cráneo afeitado. Sólo la Fuerza impidió que saliera despedido. Con todos sus sentidos alerta, vio una nave separatista ocultarse tras el último vagón del convoy. Más lejos, pero acercándose rápidamente, iban dos helicópteros de la República.
Miró instintivamente a la derecha, y un segundo droide buitre entró en su campo de visión. Al verlo, el droide roció el tejado del vagón con sus láseres. Mace se volvió de cara al viento y centró toda su atención en saltar por encima del agujero del techo del vagón. El caza buitre viró, situándose directamente sobre el desgarrón abierto por su compañero y reorientando sus cañones.
En lo que seguramente hubiera sido un gesto fútil, Mace levantó su sable láser.
Pero el droide nunca llegó a disparar. Con las alas agujereadas y los repulsores dañados por los proyectiles disparados desde los helicópteros que lo perseguían, el caza buitre se desplomó sobre el techo del tren, rodó, rebotó y se perdió de vista.
Desactivando sus sables, Mace se dejó caer por el agujero del techo y corrió con Kit hacia el segundo vagón, ahora lleno con los consejeros de Palpatine y los pasajeros que las Maestras Jedi y los Túnicas Rojas habían trasladado del primer vagón del tren. Mace y Kit lo cruzaron y llegaron hasta el actual vagón del Canciller Supremo, al mismo tiempo que el convoy salía del túnel. Estaba anocheciendo y los altos edificios del Oeste lanzaban sus enormes sombras sobre los cañones de la ciudad y las atestadas vías públicas bajo la línea del tren magnético.
Palpatine estaba de pie en el centro del cordón protector que los Túnicas Rojas seguían formando a su alrededor. Shaak Ti y Stass Allie miraban hacia la parte trasera del convoy por una ventana que habían roto deliberadamente.
—Esos cazas podrían habernos hecho descarrilar fácilmente con un torpedo —dijo Shaak Ti a Mace y a Kit mientras se acercaban.
Mace se apoyó en el marco de la ventana.
—Y los droides de combate no caen del cielo. Hay una tercera nave.
Los ojos negros de Kit señalaron a Palpatine.
—Lo quieren vivo.
Acababa de decir aquellas palabras cuando algo golpeó el tren con fuerza suficiente como para que todos los ocupantes se vieran zarandeados de un lado a otro del vagón. Los Túnicas Rojas apenas habían recuperado el equilibrio cuando el techo empezó a resonar con la cadencia de unos pasos pesados y metálicos que avanzaban hacia ellos desde la parte trasera del tren.
—Grievous —gruñó Mace.
Kit guiñó uno de sus ojos.
—Volvemos al baile.
Dirigiéndose rápidamente al vagón agujereado, volvieron a saltar al techo. Tres vagones más atrás se encontraban el general Grievous y dos de sus droides de élite, con las capas restallando tras ellos a causa del viento y sus electropicas cruzadas en ángulo sobre sus amplios pechos.
Más atrás todavía, anclado al techo del tren gracias a su tren de aterrizaje en forma de garras, se encontraba la fragata de la que había desembarcado aquel espantoso trío.
Sin detener su avance, Grievous sacó dos sables láser del interior de su ondulante capa. Cuando los conectó, Mace ya estaba encima de él, intentando mantener a raya las dos hojas, rodando bajo las piernas artificiales del general y atacando su máscara con aspecto de esqueleto.
Los sables láser vibraron y sisearon al chocar entre ellos, entre estallidos de luz cegadora. En un rincón de su mente, Mace se preguntó a qué Jedi habrían pertenecido los sables de Grievous. Así como la Fuerza impedía que el viento arrastrase a Mace del techo del vagón, alguna especie de magnetismo mantenía al general anclado sobre el metal. No obstante, aquel anclaje ayudaba al ciborg, pero también lo limitaba en sus movimientos, y Mace nunca permanecía mucho tiempo en el mismo lugar. Las tres hojas chocaron una y otra vez, atacando y bloqueando.
Como Mace ya sabía por Ki-Adi-Mundi y Shaak Ti, Grievous era un experto en las artes Jedi. Pudo reconocer la mano de Dooku en el entrenamiento y la técnica del general. Sus golpes eran tan poderosos como los que podía asestar Mace, y su velocidad era cegadora.
Pero Grievous no conocía el vaapad, la técnica de la finta oscura que Mace dominaba.
En la parte trasera del convoy, la pareja de MagnoGuardias de Grievous cometieron el error de enfrentarse a Kit Fisto. El sable del nautolano era un ciclón de llameante luz azulada. Resistentes a las descargas de energía del sable láser, las electropicas eran armas potentes, pero, como sucede con cualquier arma, necesitaban impactar contra un blanco para ser eficaces, y Kit no estaba dispuesto a permitirlo. Con movimientos que envidiaría un bailarín de twi’leko, daba vueltas en torno a los guardias, apuntando a una extremidad distinta en cada rotación: pierna izquierda, brazo derecho, pierna derecha…
La velocidad del tren hizo el resto, empujando finalmente a los droides hacia el cañón como si estuviera arrancando insectos del parabrisas de una motojet.
La pérdida de sus guardias fue registrada por el ordenador al que pudiera estar conectado el cerebro orgánico de Grievous, pero eso no lo distrajo ni lo frenó. Su única preocupación era el ataque. Ese mismo ordenador había analizado la técnica de Mace y sugirió a Grievous que cambiase su actitud y su postura, además del ángulo de sus paradas, respuestas y estocadas.
El resultado no era vaapad, pero se acercaba bastante, y Mace no estaba interesado en prolongar aquel combate más de lo necesario.
Agachándose, anguló el sable en posición descendente y abrió el techo del vagón perpendicularmente al avance de Grievous. Por la sorprendida mirada de los ojos reptilescos del ciborg, Mace vio que, pese a toda su fuerza, destreza y decisión, su parte viva no siempre estaba en perfecta sincronización con sus servos metálicos. El antiguo Grievous, el valiente comandante de tropas de carne y hueso, comprendió lo que Mace había hecho y quiso esquivar la trampa, pero el actual general Grievous, comandante de droides y otras máquinas de guerra, sólo quería empalar a Mace con sus dos hojas.
La garra izquierda de Grievous resbaló en el agujero hecho por el sable de Mace, perdió su asidero magnético en el techo e hizo que el general vacilase. Mace se irguió, dispuesto a hundir su sable en las entrañas de Grievous, pero una rápida y última conexión de las cibersinapsis del general hizo girar el torso del ciborg para que sus brazos armados con los sables describieran un arco paralelo al suelo que, de conseguir su propósito, habría cortado la cabeza de Mace mandándola a las profundidades del cañón por el que discurría el tren. En cambio, Mace saltó hacia atrás, quedando fuera del alcance de las hojas, y envió un empujón de Fuerza contra Grievous en el instante en que el impulso de su fallido golpe lo dejaba desequilibrado.
El general se deslizó por el costado del vagón, girando y retorciéndose. Mace intentó seguir la caída del general, pero lo perdió de vista.
¿Había caído al cañón? ¿Había conseguido clavar sus garras de duranio en el costado del vagón o incluso aferrarse al propio raíl del tren magnético?
Mace no tuvo tiempo de resolver el rompecabezas. A cien metros de distancia, la fragata recogía el tren de aterrizaje y se alzaba del techo del tren empleando sus repulsores. Los disparos de uno de los helicópteros perseguidores obligaron a la nave separatista a virar y descender.
Mace y Kit vieron cómo ambas naves revoloteaban en torno al tren, intercambiando fuego constante. Acercándose al morro del tren, dentro del cual se encontraban los controles magnéticos, la fragata empezó a girar hacia el Oeste para desviarse al Este en el último momento.
Lo malo es que el helicóptero perseguidor ya había disparado sus armas contra él.
Taladrado por un enjambre de luces letales, el sistema de control magnético estalló en mil pedazos y el tren entero empezó a caer.