CAPÍTULO 37

Poco daño más podían añadir tanto la Confederación como la República al que ya había infligido LiMerge Power a Tythe durante generaciones. Desde el espacio, su superficie, apenas vislumbrada a través de una mortaja de nubes color gris ceniza, parecía estar calcinada por las llamas de su propio sol o haber recibido el impacto de un enorme meteoro. Pero las cicatrices de Tythe no se debían a eso. El planeta habría resistido a todo eso, pero no pudo con la LiMerge, cuyos intentos por explotar sus abundantes depósitos de plasma natural provocaron un cataclismo de proporciones globales.

Los restos de lo que fueron tres cruceros de la República podían haber sido consecuencia del cataclismo, pero sólo eran bajas sufridas en el ataque separatista, rápido y sin cuartel. Velados por la nube de aire que el vacío había extraído de su interior y que ahora flotaba a su alrededor, el calcinado trío vagaba a la deriva entre las flotas de combate enemigas, separatista y republicana, que ahora se encontraban frente a frente.

—Me gustaría pagar a Dooku y a Grievous en especies —masculló Anakin por la red táctica de comunicaciones, mientras el Escuadrón Rojo se dejaba caer del vientre del Integridad para descender hacia Tythe.

—El que no lo hagamos es lo que nos mantiene centrados en la Fuerza —replicó Obi-Wan.

Anakin gruñó ante la observación.

—Llegará un momento en que tendrán que responder personalmente ante nosotros, y entonces será la Fuerza la que guíe nuestros sables láser.

Los dos cazas estelares volaban juntos, con las alas casi tocándose, y con los droides astromecánicos R2-D2 y R4-P17 en sus respectivos cubículos. Tenían el sol de Tythe a sus espaldas, y las naves que formaban la flotilla separatista permanecían suspendidas amenazadoramente sobre el hemisferio norte del planeta.

Con el racimo de lunas de Tythe formando un arco de doscientos grados, los separatistas habían actuado rápidamente, sembrando minas en varios puntos de salto hiperespacial y dejando a las naves de la República con una estrecha ventana por la que reintegrarse al espacio real. Las naves nodriza de la Federación de Comercio, la Tecno-Unión y el Gremio de Comercio ocupaban los vértices de esa ventana, abierta sobre el lado iluminado de Tythe, del Polo Norte al ecuador, con escuadrillas enteras de cazas droide salpicando el espacio frente a la formación de las demás naves.

Para minimizar su perfil, las naves de la República habían adoptado una formación que se asemejaba a un banco de peces, con sus proas triangulares apuntando hacia el planeta. Varios escuadrones, el Rojo entre ellos, volaban directamente hacia la flota enemiga y estaban a punto de llegar a la altura de la vanguardia, compuesta por cazas buitre y tri-cazas.

—Preparaos para un viraje cerrado a estribor —avisó Anakin por la red a todo el escuadrón—. Seguid la cuenta atrás en vuestras pantallas. Cuando llegue a diez, efectuad la maniobra.

Obi-Wan mantuvo la mirada fija en el contador situado en la parte inferior de la pantalla del tablero de instrumentos. Cuando llegó a cero, tiró de los mandos hacia un lado y su caza giró en dirección al espacio abierto.

Tras las escuadrillas de Ala-V, de Jedi y de cazas CAR-170, la flota de combate de la República viró a babor, vomitando contra los separatistas toda su potencia de fuego en furiosas andanadas. Cegadoras cargas de plasma surcaron el espacio y detonaron contra los escudos de las naves enemigas, atomizando a todos los cazas droide lo bastante desafortunados como para verse atrapados en las explosiones.

Las naves nodriza separatistas absorbieron los primeros impactos sin parpadear, pero las más débiles y que habían sufrido daños retrocedieron hasta la retaguardia. Entonces, todas ellas respondieron con una potencia igualmente feroz. Con sus turboláseres silenciados, las naves de la República ya habían roto la formación. Pequeños soles estallaron y expandieron su energía azulada sobre el blindaje de los cascos. En cuanto terminó el letal diluvio, las escuadrillas de cazas estelares se reagruparon y aceleraron, intentando alcanzar el mayor número de naves enemigas antes de que sus cañones o sus escudos se recargaran.

Los cazas droide aceleraron para salir a su encuentro y ambas fuerzas se encontraron a mitad de camino. Las compactas formaciones de ambos bandos se disolvieron en docenas de escaramuzas individuales. Aquellos cazas republicanos que conseguían atravesar el caos volvían a reagruparse y reanudar su feroz ataque; el resto quedó atrapado entre una serie de rápidos ataques y otra de maniobras evasivas. El espacio se convirtió en un entramado de láseres escarlata y espirales blancas, punteado por constantes explosiones. Las naves de ambos bandos estallaban en pedazos o daban volteretas incontroladas cuando se quedaban sin alas o eran consumidas por las llamas.

—Los están barriendo —comentó Rojo Siete por la red de comunicaciones.

—Conocen su trabajo —respondió secamente Anakin.

Su trabajo era ganar tiempo para que el Escuadrón Rojo bordeara el escenario de la batalla y descendiera sobre Tythe.

Una transmisión de los supervivientes del ataque separatista a la pequeña base de la República había confirmado la presencia de Dooku en la superficie. Pero ante la posibilidad de que Tythe sólo fuera una calculada maniobra de diversión, el Estado Mayor naval de Palpatine acordó enviar un solo destacamento de combate de la flota del Borde Exterior. Los mismos comandantes creían que invadir el planeta era una insensatez, pero que un ataque a la base Delta Cero estaba justificado. Al final decidieron que un bombardeo masivo, seguido de una batalla aérea limitada, obligaría a Dooku a huir y sería compatible con la estrategia republicana de obligar a los Separatistas a retirarse hasta lo más profundo de los brazos espirales de la galaxia.

No obstante, los Jedi habían insistido en que Dooku tenía que ser capturado vivo.

No necesitaron recordar a Obi-Wan y Anakin lo que había pasado semanas antes en Cato Neimoidia, cuando intentaron apresar al virrey Gunray, pero no querían dejar pasar la oportunidad de que el Señor Sith cayera en sus manos.

El punto de inserción del Escuadrón Rojo estaba situado a veinte grados sur del Polo Norte de Tythe, donde el frente de los separatistas era más disperso. A pesar de que los cazas droide seguían despegando desde los brazos curvos de las Naves de Control de Droides de la Federación de Comercio y de que los cañones de las naves del Gremio de Comercio llenaban el espacio con tormentas de energía desencadenada, Anakin guió su escuadrilla a través del corazón de la flota enemiga.

—No hay ni rastro del crucero de Grievous —dijo a Obi-Wan—. Ninguna de las naves insignia separatistas está aquí.

Obi-Wan estudió la imagen que le mostraba su pantalla táctica.

—Mayor razón para creer que Dooku fue enviado aquí por Sidious.

—Entonces, ¿dónde están todos los demás?

A Obi-Wan le preocupaba aquella situación, pero no quiso admitirlo.

—Dooku lo sabrá… —estaba diciendo, cuando los escáneres de proximidad de su caza lanzaron una advertencia—. Ese crucero de la Tecno-Unión está virando para interceptarnos.

—Los cazas droide están lejos y reagrupándose —agregó Rojo Tres.

Obi-Wan asintió.

—Escudos en ángulo. Podemos superarlos.

—Pero nos desviaremos demasiado de nuestro curso —advirtió Anakin.

—Casi hemos llegado al punto de inserción —respondió Obi-Wan.

—El crucero estelar no podrá seguirnos. Formad detrás de mí. Les demostraremos lo bien que sabemos improvisar.

No había tiempo para discutir. Girando a babor, Obi-Wan se situó detrás de Anakin y conectó los impulsores. Tras ellos, el resto del Escuadrón Rojo aceleró y se dirigió hacia la nave.

—Preparad los torpedos de protones —ordenó Anakin—. Apuntad por encima de las células de combustible.

Los turboláseres defensivos buscaron a los cazas estelares mientras caían sobre la nave, asaeteando el espacio con un despliegue de energía. La espiral de los proyectiles se tragó a Rojo Diez y Rojo Doce, y ambos desaparecieron en medio de furiosos estallidos de fuego. Dándose cuenta de su repentina vulnerabilidad, la enorme nave lanzó al espacio más cazas droide. Pero el Escuadrón Rojo atacó en el instante en que bajaba los escudos para desviar energía a los motores sublumínicos.

Sin despegarse de la estela de Anakin, los diez cazas restantes apuntaron a la parte central de la nave, un poco más allá del racimo de células cilíndricas de combustible. Soltando su carga a menos de cien metros del casco enemigo, Anakin maniobró la nave hasta casi rozarlo y trazó un curso que haría describir al Escuadrón Rojo un cerrado círculo alrededor del extremo delantero de las células de energía.

—¡Torpedos fuera! —gritó cuando ya habían descrito la mitad del círculo.

Obi-Wan apretó el gatillo de los lanzadores y vio cómo sus dos torpedos se dirigían hacia el blanco. Tras él, el resto del Escuadrón Rojo hizo lo mismo. Los sucesivos impactos hicieron aflorar chorros de fuego y gas de las brechas abiertas en el oscuro casco de la nave.

Completada la maniobra, Anakin aceleró hacia Tythe.

—¡Está acabada!

El Escuadrón Rojo lo siguió en fila india.

En ese momento, el crucero explotó, proyectando una oleada de fuego hacia los cazas fugitivos. Rojo Nueve desapareció, tragado por las llamas de la detonación, y Rojo Siete empezó a girar sobre sí mismo en el vacío, con ambas alas destrozadas.

Obi-Wan recuperó el control de su caza y volvió a colocarse junto a Anakin.

—Punto de inserción en quince segundos —informó Anakin—. Compensadores de inercia al máximo. Toda la energía a los escudos ablativos. Desaceleración a mi señal…

Obi-Wan sujetó con ambas manos el timón, que temblaba violentamente, mientras el Escuadrón Rojo se sumergía en la atmósfera de Tythe. Creyó que los dientes saltarían de sus mandíbulas y caerían en su regazo, que los ojos y las orejas implotarían a causa de la presión, que las costillas le aplastarían el corazón…

Una luz parpadeó detrás de él y un láser casi rozó la cabina del piloto.

Media docena de cazas droide estaban persiguiéndolos.

Al no tener que preocuparse por el peligro que correría un ocupante vivo, los cazas buitre podían descender más rápidamente y con más precisión que los cazas estelares. El calor generado por la entrada en la atmósfera hizo aumentar rápidamente la temperatura del interior de las naves, y los mecanismos de supervivencia lanzaron pitidos de protesta, obligando a los pilotos de los cazas a ajustar el ángulo de sus descensos. Pero para alguno de los droides ya era demasiado tarde. Los rastros de vapor que dejaban a su paso se convirtieron en duchas de partículas a medida que la gravedad hacía presa en los destrozados cazas, arrastrándolos hacia su perdición.

El caza de Obi-Wan entró en barrena, atravesando el manto de nubes a una velocidad suicida. Rodando como una noria ante sus ojos, Tythe era un caleidoscopio blanco y marrón con ocasionales manchas azul verdosas.

La voz de Anakin resonó en sus oídos.

—¡Levanta el morro! ¡Levanta el morro!

Con mucho esfuerzo, Obi-Wan logró salir de su picado con el estómago en la garganta. Poco después conectó los sensores topográficos del caza. La nave caía hacia unos témpanos de hielo. Muy abajo pudo ver varias penínsulas formadas por islas rocosas, las enormes olas de un muerto océano gris y la llanura desnuda de un continente, una tierra yerma surcada por sinuosos y secos cauces de lo que antes fueron ríos y por colinas amarronadas cubiertas de tocones de árboles talados.

Un mundo devastado.

—Recuento —dijo una voz por el auricular de su casco.

Respondieron cinco voces. Habían perdido a Rojo Ocho y a Rojo Once.

—Programando coordenadas del objetivo —dijo Anakin.

El Escuadrón Rojo voló sobre los contornos de una tierra cuya vegetación había sido tan frondosa como la que rodeaba a Theed, en Naboo. Ahora sólo era un desierto, exceptuando algún punto en el que especies exóticas de vegetación crecían en lagos de agua castaño-rojiza, con sus dentadas costas teñidas de amarillo y negro.

Al igual que había ocurrido en Naboo, en Tythe se extrajo plasma en cantidad suficiente como para proceder a su exportación. Pero la codicia había impulsado a LiMerge Power a experimentar con métodos peligrosos en el almacenamiento de gas ionizado a temperatura adecuada. Una reacción en cadena provocada por combustibles nucleares destruyó instalaciones por todo el hemisferio Norte de Tythe y dejó al planeta inhabitable durante una generación.

—El objetivo se encuentra a diez kilómetros al Oeste —informó Anakin—. No tardaremos en tener noticias de la artillería.

Los seis cazas surgieron del borde de una meseta y se dejaron caer hacia un ancho valle, incómodamente parecido a los de Geonosis, lleno de anclajes para naves estelares y cubierto de máquinas de guerra.

Las defensas droides los saludaron con descargas de misiles tierra-aire. Turboláseres de las naves de desembarco de la Federación de Comercio surcaron el aire grisáceo-amarillento. Varios STAPs se elevaron hacia el cielo, y escuadrones de droides de infantería corrieron hacia las plataformas volantes.

Sin el equipamiento necesario para defenderse contra todo lo que se le venía encima, el Escuadrón Rojo viró hacia el Norte, evadiendo los rayos de plasma y las explosiones de los misiles detectores de calor. Anakin y Obi-Wan lanzaron sus últimos torpedos de protones en un fútil intento de salvar a los Rojos Tres, Cuatro y Cinco. Sus cañones láser derribaron dos deslizadores enemigos e incontables droides de combate, haciéndoles rodar sobre el contaminado terreno. R4-P17 aulló mientras Obi-Wan dirigía el caza entre explosiones y nubes de ondulante humo sobrecalentado.

Rojo Seis desapareció.

Cuando dejaron atrás lo peor del ataque, Anakin acercó su nave a la de Obi-Wan.

Sólo quedaban ellos dos.

—Punto Tres —dijo Anakin—. En la plataforma de desembarco.

Obi-Wan desvió la mirada hacia el costado derecho de su cabina, y más allá vio lo que en tiempos fuera una enorme instalación generadora de plasma. Los agrietados domos de contención y las estructuras adyacentes sin techo dejaban al descubierto conductos de ventilación, activadores destrozados y pasarelas caídas. En el centro del complejo se erguía un cuadrado de ferrocemento corroído, sobre el que podía verse una nave enemiga de diseño inconfundible, con una cola geonosiana en forma de abanico.

—El balandro de Dooku.

Apenas había pronunciado Obi-Wan aquellas palabras, cuando un batallón de cazas droide surgió de la instalación y se situó sobre la plataforma de desembarco. Los láseres de sus rifles asaetearon a la pareja de cazas estelares.

—Creo que no podremos entrar por la puerta principal —bromeó Obi-Wan.

—Hay otra manera —aseguró Anakin mientras tomaban altura—. Lo haremos por el Domo Norte.

Obi-Wan miró por encima de su hombro izquierdo hacia el hemisferio parcialmente derruido. Hacía mucho tiempo que había desaparecido la cubierta que tapaba la estructura de contención, y el agujero resultante era lo bastante grande como para permitir el paso de un caza estelar.

No obstante, Obi-Wan tenía una duda.

—¿Qué me dices de la radiación residual del interior del domo?

—¿La radiación? ¿Te preocupas por la radiación? —rió Anakin—. ¡Seguramente la maniobra nos matará!