CAPÍTULO 46
Los ojos de Padmé parpadearon hasta enfocar el rostro familiar y sonriente de Mon Mothma.
—No está bien dormirse en el trabajo, senadora —oyó decir a Mon Mothma como si estuvieran bajo el agua—. Tenemos que sacarla de aquí.
Padmé tomó conciencia de sí misma y comprendió que estaba reclinada en el asiento trasero del flotador de Stass Allie. Su cabeza se apoyaba sobre el brazo izquierdo de Mon Mothma, y tenía la impresión de que sus orejas estaban rellenas con algodón.
—¿Cuánto…?
—Sólo un momento —aclaró Mon Mothma con el mismo tono subacuático—. No creo que te golpearas la cabeza. Parecías estar bien después de la caída, pero de repente te desplomaste. ¿Puedes moverte?
Padmé se sentó y vio que los mecanismos de seguridad del flotador habían funcionado en el último segundo. Un poco mareada, pero ilesa, se apartó el pelo de la cara.
—Apenas puedo oírte.
Mon Mothma la miró en silencio. Después extendió una mano para ayudarla a bajar de la nave.
—Ten cuidado, Padmé. Vamos, deprisa.
—Estrellarme no entraba en mis planes.
Mon Mothma la ayudó a bajar del flotador. Bail y C-3PO ya estaban escondidos tras el pedestal de una escultura moderna.
—La Maestra Allie no parece ser propensa a demandar por daños y perjuicios —decía el droide.
Todavía mareada, Padmé descubrió que se habían estrellado en la plaza frente al centro comercial Embassy, arrasando al mismo tiempo un enorme holoanuncio y tres paneles de noticias. Aparentemente, la habilidad de Bail consiguió evitar que aplastasen a los peatones, que también hicieron todo lo posible por apartarse de la nave en cuanto vieron que ésta se les echaba encima. O quizá se apartaron ante la caída previa de una nave derribada por el fuego separatista, un vehículo de la policía militar, similar a un deslizador de Naboo, ahora incrustado contra la fachada del centro comercial y vomitando humo. En la plaza, cerca del vehículo, podían verse los calcinados cadáveres de tres soldados clon.
La realidad se impuso sobre Padmé con ruido ensordecedor, luz cegadora y olores acres. Desde muy cerca le llegaron gemidos angustiados y gritos de terror, y en las gradas situadas muy por encima de la plaza sonaban distantes descargas de artillería. Más arriba todavía, los rayos de plasma surcaban el cielo. Los incendios proliferaban, las detonaciones retumbaban…
Padmé vio una mancha de sangre en la mejilla de Bail.
—Está herido…
—No es nada —respondió él, quitándole importancia—. Además, tenemos cosas más importantes de qué preocuparnos.
Ella siguió su mirada y comprendió de inmediato por qué los habitantes de Coruscant huían del puente colgante que unía dos edificios, comunicando el centro comercial con las entradas del nivel medio del Hospital Senatorial. Cinco cazas buitre habían aterrizado al otro lado del puente y se reconfiguraban para adoptar su modo patrulla. Un instante después, unas gárgolas de cuatro patas, con cabezas desplegadas en su parte delantera y sensores rojos como la sangre arterial, avanzaban por la plaza del hospital sembrando la destrucción a su paso. Sus cuatro cañones láser apuntaban hacia las profundidades, pero de los lanzacohetes encajados en su fuselaje semicircular volaban torpedos dirigidos contra los aerotaxis y las naves que intentaban aterrizar en las plataformas de emergencia del hospital y las entradas de los túneles que conducían a los refugios del Senado…
Los TABA de la República descendían de la Plaza del Senado para atacar a los droides de tres metros y medio de altura, pero ahora guardaban una distancia prudencial. Pilotos y artilleros estaban claramente preocupados, no querían añadir disparos de armas de energía o proyectiles EMP al actual caos.
—Monstruosidades xi charrianas —apuntó Mon Mothma.
Padmé recordó haber contemplado desesperanzada, desde las altas ventanas del palacio de Theed, a los escuadrones de cazas buitre llenando el cielo de Naboo como criaturas liberadas por la oscuridad y surgidas de alguna tenebrosa cueva…
Cogidos en el fuego cruzado, los peatones corrían por el puente colgante queriendo refugiarse en el centro comercial Embassy, nivel medio del edificio Memorial Contrarrevolucionario Nicandra, pero éste había bajado las gruesas rejas de seguridad de las entradas, dejando que las multitudes se las apañaran como pudieran.
Padmé volvió a sentir una terrible debilidad.
Las masas de aterrorizados ciudadanos estaban sufriendo lo mismo que habían sufrido en sus carnes los últimos tres años los habitantes de Jabiim, Brentaal e innumerables mundos más, atrapados en una guerra ideológica, casi siempre debido a las simples circunstancias o a la situación estratégica de su planeta. Atrapados entre un ejército droide, liderado por un autoproclamado revolucionario y un carnicero ciborg, y un ejército de soldados surgido de un tanque de crianza, comandados por una orden monástica de Caballeros Jedi que una vez fueron los pacificadores de la galaxia.
Atrapados, sin pertenecer a un bando o al otro.
Era trágico e insensato, y Padmé hubiera llorado por todo ello si sus actuales circunstancias hubieran sido diferentes. Se sentía enferma y desesperada por el futuro de la vida inteligente.
—Palpatine nunca sobrevivirá políticamente a este desastre —estaba diciendo Mon Mothma—. Enviar tantas naves y tropas para asediar los mundos del Borde Exterior… Es como si esta guerra que tan empeñado estaba en ganar, nunca pudiera llegar hasta Coruscant.
Bail frunció el ceño.
—No sólo sobrevivirá, sino que esto lo reafirmará. El Senado será culpabilizado por votar una escalada de las hostilidades, y mientras nosotros nos enzarzamos en una batalla de acusaciones y contraacusaciones, Palpatine aprovechará para adquirir más y más poder. Al lanzar este ataque, y seguramente sin pretenderlo, los separatistas han jugado a su favor.
Padmé quería discutir con él, pero no tenía fuerzas.
—Todos están locos —seguía Bail—. Dooku, Grievous, Gunray, Palpatine…
Mon Mothma asintió con tristeza.
—Los Jedi pudieron detener esta guerra…, pero ahora sólo son peones de Palpatine.
Padmé cerró los ojos. Aunque pudiera reunir la energía suficiente, ¿qué podía decirles, si su propio marido era uno de ellos, era… un general? ¿Qué le habían hecho los Jedi a Anakin arrancándolo de Tatooine, de su niñez, de su madre? Ella misma había insistido en que Anakin fuera un Jedi, en que aceptase la tutela de Obi-Wan, Mace y los demás, en que perpetuase la mentira que era su vida privada como esposo y esposa.
Se abrazó a sí misma.
¿Qué le había hecho a Anakin? ¿Qué les había hecho a ellos dos?
La voz de Bail la sacó de su autocompasión.
—Vienen hacia aquí —apuntó un dedo al lado opuesto de la plaza—. Están cruzando el puente.
En alguna parte de los cerebros electrónicos de los droides buitres había surgido una revelación: no sólo los puentes colgantes ofrecían una mejor posición para disparar contra los edificios y las naves de ambos lados del cañón, sino que, más importante aún, los helicópteros de la República no se atreverían a disparar contra ellos para no destruir el puente y que cayese sobre las atestadas aceras de más abajo, o sobre el tren magnético que circulaba doscientos pisos más abajo.
—Quizá si pidiéramos refugio a los propietarios del centro comercial, éstos levantarían la reja de seguridad para nosotros… —sugirió C-3PO.
Bail miró a Padmé y a Mon Mothma.
—Tenemos que mantener a esos droides en el lado contrario del puente para que los helicópteros puedan destruirlos.
Mon Mothma señaló el vehículo militar derribado.
—Creo que se me ocurre una manera.
El helicóptero se hallaba a cincuenta metros escasos de la base de la escultura. Sin intercambiar una sola palabra más, los tres corrieron hacia él.
—¿En qué estaba pensando yo? —gritó C-3PO, mientras los veía registrar los restos en busca de armas—. ¡Nunca aceptan la salida fácil!
Los tres humanos volvieron cargados con tres rifles láser.
—Al mío no le queda mucha energía —dijo Bail mientras revisaba el que tenía entre las manos—. ¿Y el tuyo?
—Apenas tiene combustible —respondió Padmé.
Mon Mothma sacó la célula de energía del suyo.
—Vacío.
—Tendremos que apañárnoslas con lo que nos queda —dijo Bail, desalentado.
Agachándose tras el pedestal, Padmé y él apuntaron cuidadosamente hacia el droide más cercano.
Por entonces, tres de las gárgolas buitre ya se encontraban en medio del puente, disparando al azar. Sus torpedos explotaban contra las fachadas de los edificios provocando avalanchas de ferrocemento y duracero reforzado que caía contra plazas, plataformas de aterrizaje y balconadas, enterrando bajo ellas a cientos de desgraciados habitantes de Coruscant.
—Disponte a correr en cuanto disparemos —ordenó Bail. Señaló hacia uno de los paneles de noticias que habían sobrevivido a la caída de ambas naves—. Nos refugiaremos detrás de eso.
Padmé centró el droide en el punto de mira de su rifle y apretó el gatillo. Los primeros disparos hicieron poco más que captar la atención de la máquina, pero los siguientes empezaron a destrozar sus componentes vitales. Los droides se retiraron un par de pasos hacia la Plaza del Hospital, sólo para lanzar un trío de torpedos hacia ellos.
Pero Padmé y los demás ya no estaban allí. Un torpedo impactó contra el pedestal, reduciendo la escultura a pedazos. El segundo destrozó lo que quedaba del flotador de Stass Allie. Y el tercero detonó contra la reja de seguridad del centro comercial, abriendo un boquete. Los peatones que se encontraban a ambos lados del agujero se abalanzaron hacia él, luchando entre sí para ser los primeros en refugiarse en el interior del edificio. Padmé creyó que alguno de los buitres dispararía contra la multitud, pero los droides habían abierto su guardia al centrar la atención en sus agresores, y los helicópteros lo aprovecharon. Convergentes rayos láser surgieron de las alas y las torretas de los TABA.
Dos droides explotaron.
Uno dio media vuelta para responder al ataque, pero ya era tarde. Los misiles de los helicópteros le destrozaron primero la pata izquierda, después la cabeza y por último el resto, esparciendo pedazos por toda la plaza. Los dos buitres supervivientes regresaron al puente para incrementar sus posibilidades de supervivencia.
Bail y Padmé dispararon contra ellos, pero los droides no se detuvieron.
—¡Y yo que pensaba que el Senado era un campo de batalla! —exclamó Mon Mothma.
La visión del humo que salía de los agujeros abiertos en el fuselaje del droide más cercano hizo reaccionar al droide que tenía detrás. El droide pasó junto a su camarada herido y entró en la plaza del centro comercial con sus sensores rojos brillando, buscando a Padmé y los demás, que ya corrían hacia un nuevo refugio que los protegiera de los torpedos de los buitres.
Un helicóptero hizo una pasada rápida, pero no encontró un ángulo de tiro adecuado.
—Mi rifle se ha quedado sin energía —dijo Bail, dejando caer su arma.
Padmé miró el indicador digital de su rifle.
—El mío también.
C-3PO agitó la cabeza.
—¿Cómo voy a explicar todo esto a R2-D2?
Reemprendieron la carrera, intentando llegar hasta el agujero abierto en la reja de seguridad del centro comercial, pero el droide se movió para interceptarlos. Entonces, con una especie de deleite sádico, hizo retroceder a los cuatro hasta la pared del Edificio Nicandra.
La rabia, nacida de instintos tan viejos como la vida misma, empezó a crecer en Padmé. Estaba a punto de lanzarse contra la enorme máquina para intentar destrozarle los sensores de su cabeza en forma de lágrima, cuando el droide se inmovilizó, obviamente escuchando alguna lejana comunicación. Retractó la cabeza, convirtió sus patas semejantes a tijeras en alas, y se lanzó por el borde de la plaza hacia el desfiladero de abajo.
El droide que se encontraba en el puente hizo lo mismo, llevándose tras él a dos helicópteros que no querían abandonar la persecución.
Padmé fue la primera en llegar hasta la barandilla del puente. Muy abajo, el tren magnético del Distrito del Senado se dirigía hacia el Sur, a través del túnel aéreo que le haría cruzar el Complejo Heorem, de un kilómetro de extensión, hasta llegar al rico distrito Sah’c.
Los dos droides buitre descendían para unirse a una fragata separatista que ya perseguía al tren.