CAPÍTULO 29
La estrella que una vez calentó Naos III era ahora un borrón blanco casi hundido en el horizonte. Ominosas nubes oscurecían las montañas situadas a la derecha de Obi-Wan.
La nevada se había intensificado más todavía.
Viajando tan rápido como le era posible al trineo, sintió como si se hubiera metido de lleno en una ventisca. De no ser por la Fuerza, los adorables y cristalinos copos habrían sido como bolas de nieve lanzadas contra su cara y sus manos. Aun así, apenas podía ver, y el hielo gris, blanco y a veces azul no era tan liso como creyó que sería. Una veces se encontraba con protuberancias allí donde el agua se había congelado y descongelado incontables veces, otras con montículos formados por los escombros atrapados durante la helada, otras más con agujeros abiertos para pescar que se alternaban con los montoncitos extraídos precisamente de esos agujeros…
Y no ayudaba en nada a la navegación el hecho de que le estuvieran disparando.
Las descargas de la ametralladora del puente le obligaba a zigzaguear por todo el río y, además, a esquivar los obstáculos de hielo más grandes y a saltar por encima de los pequeños. Los repulsores le habrían permitido elevarse sobre ellos, como hacía Anakin río abajo, pero no sabía controlarlos. Más bien necesitaba las dos manos para utilizar los repulsores, y no tenía ninguna libre. Con la izquierda manejaba la barra de dirección/impulsión del aparato, y con la derecha empuñaba el sable láser, intentando desviar los láseres que le llovían desde arriba y desde atrás.
Por un momento se creyó de nuevo en Muunilinst, celebrando un duelo con los extraños lanceros droides de Durge.
De no ser por la nieve.
Un rugido vacilante en su oído derecho le indicó que uno de los trineos que lo perseguían ya le había dado prácticamente alcance. Con el rabillo del ojo, Obi-Wan vio al piloto humano agacharse bajo la barra de control para proporcionar a su compañero rodiano el ángulo que necesitaba para disparar un láser contra la cabeza del Jedi. Obi-Wan frenó y consiguió que el trineo enemigo se acercase a él más rápidamente de lo que el rodiano había supuesto. El primer disparo pasó ante los ojos del Jedi, pero consiguió desviar ligeramente el segundo, haciendo que impactase en el motor de su propio trineo.
El vehículo explotó al instante, lanzando a sus dos ocupantes en direcciones opuestas.
No obstante, un segundo trineo se acercaba rápidamente.
Éste sólo llevaba al piloto, pero era más hábil que el primero. Girando el impulsor, lanzó el trineo contra Obi-Wan, chocando de costado contra él, intentando hacerle perder el control o, mejor aún, que chocase con un enorme tronco de árbol que emergía del espeso hielo. El Jedi basculó su peso hacia un lado, levantando el esquí contrario del suelo y esquivando el tronco por muy poco. Intentó corregir el rumbo, pero su trineo empezó a girar sobre sí mismo y no consiguió dominarlo hasta que hubo realizado media docena de rotaciones. Para entonces, su perseguidor estaba en situación de volver a embestirlo, pero esta vez Obi-Wan estaba preparado. Girando en seco, se dirigió directamente hacia su perseguidor, y no sólo consiguió mantenerse firme durante la colisión, sino que lanzó un empujón de Fuerza contra el piloto enemigo.
El trineo salió disparado hacia delante como si el motor sufriera una sobrecarga, con el piloto intentando controlarlo por todos los medios. Sin dejar de acelerar, ascendió por la rampa de un pequeño montecillo, describió una parábola por los aires y cayó casi a plomo sobre la delgada capa de hielo que ocultaba un agujero para pescar. La máquina y su piloto desaparecieron bajo el sólido hielo.
El impacto hizo saltar un chorro de agua por los aires que empapó a Obi-Wan cuando lo atravesó como una exhalación. El tercer trineo perseguidor seguía pegado a su cola, y los láseres zumbaban al pasar junto a sus orejas. Más adelante, vio que el trineo de Anakin y Fa’ale realizaba un giro cerrado hacia el Sur y pasaba entre dos de las muchas colinas de Naos III. Letales rayos de luz surgían del puente que unía las dos colinas, pero ninguno les acertó.
Incapaz de reproducir los ágiles cambios de rumbo de Anakin, Obi-Wan iba quedándose cada vez más rezagado y era blanco fácil para los asesinos del puente. Sin ninguna posibilidad de negociar un alto el fuego, maniobró su trineo para describir un amplio semicírculo que lo alejase del puente, pero en cuanto terminó de trazar el arco se encontró en rumbo de colisión contra el último de los trineos que lo perseguían.
La imposibilidad de evitar el choque no le dejaba más elección que abandonar su vehículo y prepararse para lo que sería una larga y peligrosa marcha sobre el hielo. Pero, instantes antes de saltar de la máquina, uno de los disparos que barrían el río desde el puente alcanzó fortuitamente en el pecho al piloto del trineo perseguidor, lanzándolo por los aires.
Girando el impulsor, Obi-Wan esquivó fácilmente el trineo, ahora sin piloto que lo gobernase, y aceleró río arriba hasta quedar fuera del alcance de la ametralladora del puente.
Un clamor se extendió por encima de la colina que tenía a su derecha, y la sombra de algo grande y veloz cayó sobre él. Un rifle láser disparó repetidamente, quebrando el hielo justo frente a él y abriendo una amplia brecha de agua agitada.
Dudando que pudiera salvar la brecha aunque lo intentase, Obi-Wan frenó en seco.
El trineo se encontraba a unos diez metros de la fisura del hielo, cuando una garra metálica cayó sobre él, cerrándose y arrancándolo del asiento. El tirón arrancó el sable láser de sus manos, haciendo que se le cayera al hielo. El trineo desapareció en las espumeantes aguas.
—El fin de las estrellas —murmuró Obi-Wan.
Suspendida de un oscilante cable, la garra empezó a ascender hacia el vientre abierto de un desgarbado esquife de nieve.
* * *
Con sus manos rojas aferrando la cintura de Anakin, Fa’ale gritaba y aullaba, disfrutando de la situación a pesar del exceso de alcohol… o, más probablemente, a causa de él.
—Te has equivocado de oficio, Jedi —gritó junto a la oreja derecha de Anakin para hacerse oír por encima del rugido del motor—. ¡Podrías ser un campeón de carreras de vainas!
—Ya lo he sido —respondió Anakin por encima del hombro.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que Obi-Wan estaba siendo separado de su trineo. Combinando frenos e impulsores, Anakin hizo que el trineo diera un rápido giro de 180 grados y volvió río abajo hasta quedar bajo el puente que habían dejado atrás, eludiendo el fuego de la ametralladora láser.
—Una nave transporte de dientes afilados —explicó Fa’ale al ver el esquife de nieve—. Así, los pescadores no necesitan llevar su carga hasta la ciudad. Es lo que suelo hacer aquí… Mi trabajo, quiero decir.
La garra que aprisionaba a Obi-Wan ya estaba a mitad de su ascensión hacia el esquife.
—No veo forma de alcanzarlo a tiempo —confesó Fa’ale.
—¡Prepárate para sujetar la barra de control! —advirtió Anakin.
Las manos de Fa’ale se engarfiaron en su túnica.
—¿Dónde piensas que vas?
—Hacia arriba.
Acelerando a toda velocidad, Anakin dirigió el trineo hacia la falda de la colina donde se asentaba una mitad del puente. Cuando estaba a punto de rebasar la cumbre, conectó los repulsores. Entonces, saltando del trineo convertido en cohete, recurrió a la Fuerza para propulsarse todavía más hacia la oscilante jaula.
Los hombres del esquife lo vieron venir e intentaron virar a estribor, pero no fueron lo bastante rápidos como para impedir que Anakin pudiera asirse a la garra. El copiloto, un rodiano, abrió la puerta de la cabina y empezó a disparar contra el blanco móvil.
—Tenía el presentimiento de que aparecerías —dijo Obi-Wan desde el interior de la garra.
Un disparo alcanzó la jaula y rebotó.
—¡Aguanta, Maestro! Esto no va a ser agradable.
Obi-Wan oyó el chasquido-siseo del sable láser de Anakin. Asomándose entre los dedos metálicos de la garra, vio lo que les esperaba.
—Anakin, espera…
Pero el joven Jedi no esperó.
Cuando la garra estaba a punto de entrar en la bodega de carga, Anakin blandió su sable láser y rebanó el suelo de la cabina del piloto del esquife. Chispas y humo empezaron a surgir del desgarrón, y la nave se escoró a estribor casi de inmediato. Pasó a menos de un metro de una de las torres del puente y giró hacia la ladera de la colina.
Un instante antes del impacto, Anakin cortó el cable de la garra y ésta cayó sobre la resbaladiza pendiente, deslizándose hacia el río helado. Llegó hasta él y giró sin control sobre sí misma, con Obi-Wan rebotando en su interior y Anakin recurriendo a la Fuerza para mantenerse agarrado al exterior. El esquife se estrelló contra la ladera. Cuando la garra perdió su impulso y quedó inmóvil al otro lado del río, los dos Jedi estaban tan cubiertos de nieve y hielo que parecían wampas.
El sable láser de Anakin no tardó en cortar los dedos de la garra. Obi-Wan salió, escupiendo nieve y temblando como un perro.
—Ya van cuarenta…
—Basta, me doy por vencido —dijo Obi-Wan. Hizo una pausa para vaciar de nieve las mangas y la capucha—. ¿Dónde está Fa’ale?
Anakin estudió la colina. Los asesinos del puente habían huido llevándose su arma. Finalmente, señaló hacia la ribera opuesta del río, donde podía verse un trineo encajado entre dos montículos de hielo.
Cuando llegaron hasta ella, Fa’ale yacía boca abajo, a unos metros del vehículo lleno de agujeros de láser. Al darle la vuelta, Anakin vio uno de los disparos había amputado a la twi’leko el lekku derecho. Sus ojos pestañearon y se abrieron, enfocándolo, mientras la acunaba en sus brazos.
—No me lo digas —balbuceó débilmente—. Me recuperaré, ¿verdad?
—Lamentaría ser portador de malas noticias.
—Una semana en un tanque bacta y estarás como nueva —dijo Obi-Wan.
Fa’ale suspiró.
—No pienso discutir. Habéis hecho todo lo posible para que me maten —miró a su alrededor—. ¿No tendríamos que estar buscando cobertura?
—Se han ido —informó Anakin.
Fa’ale agitó la cabeza.
—Después de tantos años, por fin han conseguido…
—No creo —interrumpió Obi-Wan—. Alguien más importante que Raith Sienar no quiere que descubramos muchas cosas sobre esa nave estelar.
—Entonces será mejor que os cuente el resto de la historia… Lo que ocurrió en Coruscant, quiero decir.
Anakin le levantó la cabeza.
—¿Dónde entregaste la nave?
—En un viejo edificio del barrio industrial, al oeste del Senado. En una zona llamada Los Talleres.